31 marzo 2006

Globalización, izquierda y nacionalismos

“La globalización es el proceso por el que la creciente co­municación e interdependencia entre los distintos países del mundo unifica mercados, sociedades y culturas, a través de una serie de transformaciones sociales, económicas y políti­cas que les dan un carácter global. Así, los modos de pro­ducción y de movimientos de capital se configuran a es­cala planetaria, mientras los gobiernos van perdiendo atri­bucio­nes ante lo que se ha denominado la "sociedad en red"”. Hasta aquí la definición más o menos oficial de un fe­nó­meno de geografía humana a escala colectiva como puede ser la migración.

Efectivamente, a la estricta economía, como superestruc­tura social, no hay quien la pare. La política, y mucho menos la neoliberal que va a favor de ella, poco puede contra ella. Pero la economía es como el aprendiz de brujo en el firma­mento del siglo XXI: ha puesto en marcha fuerzas que luego no puede detener. Lo estamos viendo.

El fenómeno globalizador no tiene para nada en cuenta a los seres humanos a los que trata exclusivamente como sujetos y al mismo tiempo objeto de comercio. La globaliza­ción los cosifica.

Y para eso, para contrarrestar sus funestos efectos, a su paso salen, como pueden, los nacionalismos, los regionalis­mos, los localismos y, en mucha menor medida, los partidos políticos de izquierda. Contra ella y contra la democracia, vehículo que lo introduce o a través del que se cuela, es co­ntra lo que los nacionalismos se posicionan. La izquierda contemporiza, la tolera y contribuye a su expansión.

Es cierto lo que, con el desparpajo del cínico que invierte el argumento del adversario contra él ha dicho Aznar en un mítin en Roma en apoyo a Pierferdinando Casini, candidato de la UDC: "la izquierda es una fuerza reaccionaria, no re­volucionaria, es una fuerza conservadora". Lo que ocurre es que él sabe muy bien que ese tipo de progresía que pre­dica frente al inmovilismo de la izquierda actual, es absoluta­mente parcial, va en una sola dirección y es un llevarse todo por delante en beneficio de unos pocos. ¿Acaso no re­cuerda lo que le dijo a Chávez cuando le aconsejó se uniera a ellos “porque los pueblos pobres están llamados a des­aparecer”?

Por lo demás, efectivamente, frente a la derecha desbo­cada y obsesionada con los dividendos de sus líderes eco­nómicos, la izquierda no tiene más remedio que intentar, aunque inútilmente, hacer de freno. Los papeles están inter­cambiados: la iz­quierda no es revolucionaria en la misma medida que la de­recha no es reaccionaria. Y también la iz­quierda es reaccionaria en la medida que la derecha tam­poco es conservadora salvo para retener e incrementar la riqueza de los ya ricos.

Alguien tiene que detener esta locura que se ha apode­rado del mundo a través de la democracia norteamericana a su vez contaminada por el virus neocons que la ha puesto en manos de locos obsesionados por anticiparse a la esca­sez de energía, agua y alimentos que se avecina en el pla­neta.

Y ese papel retardador lo han asumido la iz­quierda y los nacionalismos. Pero la iz­quierda condesciende o es débil, quizá para no hollar sus principios liberales, con los exce­sos de la globalización. Cree, o quiere creer cuando gobierna, que con medidas legislativas podrá conte­ner la avalancha de la economía desatada. Pero es inútil. La izquierda sólo puede parchear. En el fondo actúa de manera reaccio­naria frente a una derecha ultramontana que jamás hace conce­siones ni pacta. Son los nacionalismos, y en España los na­cionalismos periféricos, los que encierran el antídoto contra el veneno globalizador. Por eso, más que por una grandeza de miras que no tienen salvo para el bolsillo, los sataniza los sectores económicos y financieros, la política neoliberal y el lenguaje fingidamente modernista...

Y los demonizan, porque los nacionalismos son a la globa­lización lo que la resistencia es al invasor. El sentimiento antiglobalizador irrumpe, al percatarse uno de:

a) que la globaliza­ción no supone la difusión de lo mejor y para la inmensa mayoría;

b) que es consecuencia de la mundialización del mer­cado teóricamente libre pero prácticamente controlado e intervenido. Esto es, que la globalización es el me­canismo difusor de la miseria, y el mismísimo espíritu de la depredación.

c) que, ade­más, todo el proceso invasivo burdo y sutil al mismo tiempo está conducido por el pragmatismo an­glosajón que barre sólo para adentro.

La globalización supone la con­cen­tración de un puñado de valores materiales asociados a su vez a la tecnología, a la lengua anglosajona y a la depre­da­ción salvaje que practican unos cuantos. ¿Su víctima?: la Humanidad.

Los nacionalismos actúan sentimentalmente contra eso. Como la guerrilla frente a los ejércitos y el terrorismo frente a la opresión silenciosa y al "crimen legal". La globalización es la difusión de lo superfluo y de lo devastador bajo la di­rección lingüística de ese idioma y con la orientación eco­nómico-financiera hacia el interés prioritario de quienes lo hablan y lo abrazan como segunda lengua.

Si la globalización significara, en la teoría y en la práctica, la mundialización de cada bienestar local, nada habría que oponer sino todo lo contrario. Pero no estamos ante un mo­vimiento institucional o supra­nacional benefactor, sino ante la gestación permanente de un monstruo de mil cabezas, un río navegable cuyo caudal depende de la aportación forzosa del caudal pequeño de todos los afluen­tes posibles. Un río que va a desembocar al océano donde residen los intereses mundiales de la Bolsa.

Los escuderos de la globalización atacan a fondo a los na­cionalismos renuentes a la globalización, con la excusa ma­nida, estúpida y perversa de que los nacionalis­mos son al­deanos.

Muchos pensamos que no hay nacionalismo más demodé y que sea mayor antigualla que declararse ciudadano del mundo y bajarse los calzoncillos o las bragas ante el empuje de la globalización que todo lo devora. No hay nacionalismo mas devastador que el Gran Nacionalismo; el nacionalismo que se hace pasar por bienhechor cuando su eficacia es­triba en la aniquilación de la diversidad y de lo que estorba a sus objetivos; ese nacionalismo planetario que está propul­sado por unas fuerzas económicas, industriales, armamen­tísticas, financieras, cinematográficas y macdo­naldsianas, sostenido y dirigido por unos políticos aficiona­dos empeña­dos en hacer de cada Estado capitalista una empresa pri­vada para ellos, sus compinches y los de su clase, abando­nando los despojos al resto.

Los globalizadores, porque se retribuyen de la globaliza­ción o porque se hacen cómplices de ella, ven el bosque como una mancha borrosa, como un informe montón que no les permite ver los árboles que lo componen. Lo árboles de los nacionalismos menores, cada uno con su propia vida, con su propia sensibilidad, con sus nostalgias, sus ilusiones, sus esperanzas... están asociados al terruño, al domicilio, a la familia nuclear, al mundo luminoso que la globalización asfixia. Nacionalismos que se oponen y resisten a ser arrastrados por el supranacionalismo malhechor de las mul­tinacionales. Lo verdaderamente ecuménico está en saber que en un globo multiforme, variado y diverso el verdadero valor reside en lo diminuto y en la variedad de culturas.

Si para llegar a los extremos que ha llegado la civilización se necesitaba de las libertades democráticas, y si para lle­gar a alguna leve sensación de libertad individual era pre­ciso traspasar las barreras que nos separan de la cordura colectiva como miembros de la especie humana, vive Dios que lo han conseguido. ¡Maldita la libertad que arrasa el planeta y está fagocitando a la mayoría miserable de la humanidad!

Es cosa de cazurros, de depravados y de necios, no ver que el todo está compuesto de las partes y que el todo no puede existir sin las partes. Y no ver con los ojos del alma las moléculas y las células de que la materia orgánica e in­orgánica está constituída, es la mayor perversión de quie­nes, pretendidamente ilustrados, veneran la globalización. Y hablar, escribir, conferenciar, urbi et orbe, a favor de la me­tástasis a escala planetaria que implica la globalización; es decir, rezongar a favor del fuerte y reforzar aún más al fuerte que devasta es inclina­ción de los pelagatos y de los pusilánimes; una actitud tan primitiva como el mundo, y tan rancia "como llevar peluca empolvada y miriñaque", como alguna periodis­tilla va diciendo por ahí que es propio de los sentimientos nacionalistas.

La única respuesta eficaz posible de carácter ecuménico frente al agujero negro que es la globalizacion que lo suc­ciona todo en provecho de unos cuantos, es una vuelta a la marxistización, al leninismo y aun al stalinismo que abando­naron los países del Este europeo por el acoso a que fueron sometidos por la globalización ya puesta en marcha. De otro modo, cuando el mundo quiera reaccionar, ya será tarde...
29 Marzo 2006

Ese "Somos..."

La cultura es la vida, decía Jack Lang, ex ministro de Educación francés. Y luego el estilo, me permito decir yo.

Pero ocurre que la cultura y el estilo, en cuestiones sociales, con los patanes no hacen efecto. Es como echar margaritas a los puercos. Los cínicos, los sinvergüenzas, los ególatras y los prepotentes no entienden de lindezas, de estilo ni de cultura. Envolver las ideas en estilo y cultura con ellos es como intentar razonar en un callejón sin salida con una pandilla de navajeros. Y España, en proporción al resto que no lo es, está plagada de navajeros "honorables"... españoles. Por eso, aunque seamos capaces de demostrar que los tenemos para otras cuestiones, en el universo de la Red evitamos ese estilo y cultura relamidos cuando hablamos de desmadres. Puesto que en el lenguaje pretendidamente fino de periodistas y de intelectuales se huye de hacer "daño" a la cultura y al estilo tradicionales, a ver si, con letra y palabras gruesas, se entera la gentuza que debiera escuchar pero no escucha por el "conducto reglamentario" suave de los medios, de los púlpitos, de los parlamentos y de las tribunas intelectuales... Todos tan educados, pero no influyendo más que en contribuir a perpetuar las lacras.

Sabemos que efectivamente no es tan comprometido señalar con el dedo acusador rasgos de carácter correspondientes a una modo de ser y de estar en un país o en el mundo, que decir eso mismo empleando la primera persona del plural. Decir "somos" así o asao no encierra la misma responsabilidad para el sujeto que habla o escribe que apuntar a "esa parte de la sociedad", señalándola, que se comporta asi o asao. Esto del "somos" es válido en último término sólo en el aspecto antropológico, o en ese otro aspecto ético y axiológico en el que se distinguen pasiones y vicios de virtudes del ser humano tanto como individuo como miembro de la sociedad. Pero cuando se trata de crímenes, de abusos, de violaciones sociales de todo tipo, y también de omisiones y pasividades, de nada valen los eufemismos, la relativización, la suavización y el "somos". No "somos". Esa expresión apunta a lo irrefragable, a lo inevitable, a lo incorregible, cuando no lo es pues basta en la mayoría de los casos con ser racionales y escuchar al instinto de la especie. Así es que no "somos": "son..."

Pues aunque en esos asuntos a que me refiero parece que todos "estamos" metidos en el mismo saco de defectos y virtudes, no es así. Sigue habiendo conductas. Conductas de buenos y malos, de sinvergüenzas de cuello blanco, de ladrones de postín, de auténticos criminales que no se manchan ellos mismos las manos... como también conductas de gente que ha de sobrevivir, que roba radios de coche como antes las gallinas, etc. Ya Anatole France, ante el sistema penal común en Occidente, decía que es terrible que el mismo delito sea para un rico y para un pobre robar un panecillo.

Yo estoy personalmente cansado de ese lenguaje cultiparlante y "estiloso" que emplea esa primera persona del plural que termina siendo mayestático. De ese "somos" dulzón que en el fondo está justificando lo primitivo y los atavismos relacionados con la depredación virtual.
"Si algún día fuéramos capaces..." que alguien escribe hoy, ¡no!. "Si algún día los que gobiernen, los que tengan poder, los empresarios, los jueces, los estamentos, las instituciones, el establishment... fueran capaces..." Parece lo mismo porque lo primero abrevia y lo segundo no, pero no es igual. En ese "somos" que emplean y escriben periodistas y gentes que tienen un protagonismo extraordinario en relación al resto estriba una buena parte de lo crónico, de lo epidemológico, de lo incurable. Como si una sociedad en su conjunto estuviese condenada a tener que padecer eternamente a los cabrones...

Si "arremetiésemos" directamente desde donde se debiera, sin tanto eufemismo, sin tanta condescendencia en el lenguaje emulando al inservible diplomático -como no lo empleamos en Internet-, es posible que la caricatura unas veces y el obligar a no mirar a otra parte a los que no se sienten aludidos (como les ocurre a todos esos sectores de la sociedad que he relacionado), produjesen los efectos que nunca acaban de modificar un ápice la lamentable idiosincrasia nacional en cuya virtud unos pocos imprimen carácter al resto al que someten a su servicio y lo manejan a su antojo con el pretexto de la urnas.

En este país el verdadero poder no está ya en clérigos que fueron fundamentalistas. En buena parte sigue en manos de unos cuantos contra los que políticos y hombres y mujeres de buena voluntad a los que Cristo deseaba paz, tienen que hacer esfuerzos extraordinarios -y a menudo inútiles- para impedir transgresiones funestamente colectivas de los poderosos y prepotentes.
Un caso de idiosincrasia perversa de ese "somos" es el de Marbella. Otro, ese que pone en marcha una obra de incalculables proporciones en la Sierra de Madrid con un impacto medioambiental desastroso, pese a que hay indicios racionales de que el lince ibérico se encuentra en la zona sometida a obras. Ese "poner en duda" los dictámenes de investigadores, biólogos, etc para proseguir el plan de la M-501 no es de un "somos" escépticos, ni precisamente un rasgo de sabiduría como lo es la enseñanza de Confucio: "en la duda, abstente". Es el rasgo del frenesí de la ambición de poder y de riqueza y el de no querer creer lo que no interesa que se convierte en otra enseñanza para este milenio: "en la duda, arrásalo todo".

No "somos". Es así la presidenta de la Comunidad, el voraz partido de la oposición, sus cómplices y el contubernio de todos ellos con siderales intereses... El contraste entre la Junta de Andalucía socialista abortando lo de Marbella y la Asamblea de Madrid destrozando la Sierra por un puñado de comisiones no es del "somos". Son rasgos, uno de la prudencia y de la justicia, y el otro, del "vamos a por todo".

No estoy dispuesto a aceptar ese "somos". La sociedad está dividida siempre con una terrible desproporción por medio en la índole de los ciudadanos: hay millones de justos evangélicos, que conviven con unos cuantos miles de canallas cercanos al poder de hecho. Y gracias a la honradez, a la bondad y también a la estupidez de esos millones, aquellos otros cuantos medran en todo. Esta es la verdad y en la injusta proporción.

"Acabemos" de una vez, pues, con ese tópico del "somos". Cambien sus comportamientos los reales dueños del poder, de todos los poderes, y "empezaremos" de una puñetera vez a ser un pueblo ligeramente más respetable y menos bananero.

31 Marzo 2006

30 marzo 2006

España, más allá de lo político

Todos los países y especialmente esta dificultosa España están repletos de gentes bondadosas, sociables, ágiles, avispadas, listas, perspicaces, intuitivas, alegres, genero­sas, inteligentes, ingeniosas, inventivas, cariñosas... que no apetecen el Poder y desconfían del poder; probablemente porque ven en el ejercicio del Poder el abuso social por de­finición y prefieren no incriminarse en sus efectos. No en balde Epicuro aconseja alejarse de la política para vivir feliz.

Por esa abundancia de gentes excelentes, parece mentira que España, este trozo embrujado y diverso de Europa; este continente en miniatura; este país de bellísima, multiforme y luminosa Naturaleza, habitado por una mayoría investida de tanta virtud social, de individualidades extraordinarias que han de lucir siempre fuera antes de relumbrar dentro... pro­yecte a través de las vicisitudes sociopolíticas que se suce­den en ella a lo largo del tiempo sin solución de continuidad, la ima­gen pobre, aldeana y miserable de un lugar conde­nado a estar virtual y eternamente de hecho en manos de pícaros, de truha­nes, de jugadores de ventaja y de necios. Aunque eso su­ceda en todos los países donde domina el capital, hay notables diferencias.

Y aquí, unos miles de agitadores implacables, refinados y auxiliados por indignos mamporreros pueden infinitamente más a lo largo de la historia que esa inmensa mayoría de ciu­dadanos vo­luntariosos -políticos o no- que practican la solidaridad y comprenden bien, con­tribuyendo a él, qué es eso del bien común, fin ético por antonomasia de todo que­hacer político.

Pero España, en la medida que crece la inteli­gencia de los inteligentes, se estanca o involuciona el seso de los involu­cionistas: ésos que viven creyendo que por haber pasado por una escuela, por una universidad o por un college, han tocado techo en su saber y tienen res­puesta para todo... Truhanes, pícaros y ne­cios que, si históricamente, por sa­berse recios y domi­nado­res, no necesitaron manifestarse especialmente porque co­paban el poder sobre tierras, fábri­cas, mercados e iglesias, ahora, cuando en el teatro político han tenido que pasar de protagonistas a antagonistas, emergen broncamente en la política, en los periódicos y en los medios. Todos hijos bastardos de los conquistadores, de los dictado­res y, en suma, de los depredadores...

Aunque cuando están en el poder político los go­ber­nantes sensatos traten de lavar la cara de esta España que apa­renta jovialidad pero tiene la faz ajada, no pueden corregir en poco tiempo las huellas de la decrepitud ideoló­gica de­jada por tantos patanes de la cosa pública que han ido des­filando por su historia.

Hasta casi el siglo XX distintas castas libraban aún "sus" personales y necias guerras dinásticas; los caciques y seño­res feudales devinieron después en aristocracia cuyo mérito no dejó de ser siempre la inmisericordia, la arrogancia y el ingeniárse­las para retener los privilegios robados al pueblo más por acciones terribles de sus antepasados que por gestos verdaderamente nobles y humanistas.

Un general regordete de voz aflautada, con esa ladina habilidad para quitarse de en medio a los adversarios que le es­torbaban -la misma que tuvo la aristocracia tradicional-, se mantuvo al frente del país y bajo palio durante cuarenta años, reforzado el suyo por el poder milenario y más sólido aún de los chamanes.

Y otra vuelta a la idiocia; otra vez una constitución política urdida entre unos cuantos que, burlando una vez más al pueblo, se erigieron a sí mismos albaceas del regordete fe­necido entronizando a un monarca que, no pintando nada, garantiza la eterna continuidad de los cerebros pla­nos...

La excelencia que se desparrama por este país, nada puede contra la cazurrería política, mediática y burguesa.

Que España, al cabo de los siglos, es todavía un territorio políticamente deforme que tiene una imagen políticamente in­definida vista desde el exterior, lo prueban pequeños pero significativos detalles en los que es aprovechada deli­bera­damente la confusión y provisionalidad reinante general­mente en ella. Y de ahí sale nuestra caricatura. Pues, ya que so­mos incapaces de reírnos de nosotros mismos, como de sí mis­mos se ríen, por ejemplo, los italianos, España se presta como ningún otro país europeo a la chirigota. Por eso no ex­traña que ocurran cosas como aquélla que hace unos pocos años sucedió cuando los australianos, poco al co­rriente de nuestras veleidades y tontunas, tocaron en una fi­nal de la Copa Davis de tenis el himno de Riego. O aquel inmortal momento en que el imbécil hermano del criminal emperador, en su visita fugaz a España llamó maliciosa­mente y para adularle "presidente de la república", al en­ton­ces "dictador democrático" español poseído por un bigote inafeitable por razones misteriosas.

Y luego dirán que no somos patriotas... Pues, efec­tiva­mente, no lo somos por dos razones. Una, porque “el pa­trio­tismo es el último refugio los canallas”. Y otra, porque no puede uno sentir una mínima sintonía, sino aborrecerla, con esa porción de España cerril que es el obstáculo na­cional por excelencia y el más pesado lastre para el pro­greso mo­ral, el desarrollo político y la convivencia. Me re­fiero a esa minoría dueña de hecho de ella por los siglos de los siglos, que no soporta haber perdido transitoriamente el título nota­rial de propiedad de España. Esa España tremen­dista y sombría que, pese a gobernar diri­gentes dicharache­ros, esforzados y lúcidos de talan­te que inspira más confianza acaba siempre, vista desde fuera, sobreimpresionada como una maldición.

Pero de la misma manera que, inevitable­mente lo exqui­sito, por serlo, deja su es­pacio a lo soez, o como una conver­sación se desarrolla al nivel más bajo de los que par­ticipan en ella, la política, el contraste de parece­res y el in­tercambio de op­ciones de vida en este país están siempre condenados a ra­zonar en círculo y a que tanta gente jui­ciosa se vea precisada a callarse o a tener que re­plicar -con el riesgo de dis­paratar también- al disparate.

26 Marzo 2006











11 marzo 2006

La Mujer Trabajadora


LA MUJER TRABAJADORA

9 Marzo 2006

Me felicito de pertenecer a una sociedad tan sensibilizada por rescatar a la mujer del "atraso" histórico a que le ha so­metido milenariamente el macho. De todos modos no creo que el macho burgués pretendiese someterla y menos humillarla, sino sustraerla al árido, espeso, prosaico, enaje­nante y violento mundo del todos contra todos de la socie­dad burguesa. A fin de cuentas la mujer y madre era, y es, dueña de las claves del posible cambio pedagógico de la prole generación tras generación...

Felicito a tantas mujeres que, en general más inteligentes, más intuitivas y de personalidad menos dependiente que el hombre, que prueban mil veces incluso su mayor capacidad para innumerables cosas monopolizadas tradicionalmente por el hombre, desde que el franquismo murió en España, se hayan venido incorporando a la conformación y configu­ración de la sociedad por vía del trabajo "fuera de casa".

Felicito al hombre que ha sabido comprender y alentar esta sabia renovación de la sociedad a través de la partici­pación directa y progresiva de la mujer al quehacer produc­tivo del sistema capitalista. (En el sistema del socialismo real nunca hubo este problema: la mujer conquistó desde la revolución de Octubre los derechos por los que ahora pugna con furor todavía la sociedad occidental y especialmente la española)

Felicito a quien idease la institución del Día de la Mujer Trabajadora, aunque huele a uno más de los tantos trucos comerciales que ponen en circulación los avispados exper­tos. Antes las fiestas las instituía la religión católica. Ahora las entroniza el corte inglés.

Pero -hay un pero- también hubiera podido abrirse de par en par otra posibilidad inexplorada e inexplotada en un tipo de sociedad más acorde o tan acorde con el feminismo como con la feminidad, como es el sistema burgués del que no nos hemos librado o por el que hemos acabado todos fa­gocitados. Me refiero al hecho ostensible de que la mujer en tanto que "trabajadora", no está sólo en la oficina, en la caja de un hipermercado, vendiendo productos de un Laborato­rio, dirigiendo gabinetes de alto valor comercial o dirigiendo simplemente un país. Lo que a veces se olvida es que la mujer, además de haberse dedicado desde hace cien años a tareas nobilísimas, como la enseñanza, nunca ha dejado de trabajar... en casa; que nunca ha dejado en realidad de trabajar; que siempre fue “trabajadora”. Y una posibilidad, como antes decía, que en medio de esta revolución pacífica hubiera debido tantearse al menos, es la retribución digna y no sólo testimonial de la mujer que, en una franja de edad laboral, opta por "quedarse en casa" para atender directa y exclusivamente a las tareas del hogar y a la prole. ¿Hay algo más enaltecedor? La prole, cuando existe, en circuns­tancias sociológicamente "normales" (y a ellas me refiero) permanece en el hogar familiar no menos de 20 años. Tiempo más que suficiente para cubrir un periodo mínimo de cotización social.

Aparte de que la mujer viene trabajando hace casi un siglo en España fuera de casa (mi madre fue operadora del Ser­vi­cio Internacional de Telefónica, mi abuela y mi tía fueron maestras, luego mi madre fue profesora de piano -estoy hablando de los años 1935 en adelante-), hay cierto pate­tismo en el hecho de que por realizar "bajos menesteres" (son "bajos" por­que se realizan fuera del hogar propio), que por estar ado­cenadas en labores mecánicas como tantos hombres, que por atender tareas alienantes y en absoluto gratificantes; que por el prurito de ser también "mujer trabaja­dora" sin más la que lo hace fuera de casa, a cambio las ac­tuales genera­ciones de niños que van viniendo al mundo se encuentren básicamente en manos de cuidadores o cuidado­ras even­tuales, entregados a afectos fingidos, quizá a mal­tratos, viendo apenas unas horas a la semana a sus proge­nitores y a la madre, custodia de la sensibilidad principal en la crianza... Y todo también a me­nudo por un salario que va destinado en su mayor parte a re­tribuir a esos terceros -guar­derías y canguros- a cuyo cuidado se ha confiado el niño.

Felicito a la mujer trabajadora. Pero jamás he dejado de ver en mi compañera con la que llevo viviendo 43 años y hemos tenido cuatro hijas de edades casi consecutivas, a una trabajadora como yo. Lo único que ha variado es el pa­pel de la una y el otro: el suyo mucho más excelso o excelso sin adverbio; el mío, revestido de la escasa dignidad que acompaña a todo quehacer urbano basado en abundantí­sima charlatanería o en la terrible rutina que acaba haciendo acto de presencia muy pronto en cualquier profesión u ofi­cio: desde la del charlatán por definición: la del político, pa­sando por el abogado mucho más pleiteador que amigable componedor o el médico, más esclavo de la Medicina in­dustrial y farmacéutica que de su pericia personal... hasta las mil ocupaciones que en la sociedad postindustrial están dirigidas a manipular, a engañar o a semiengañar a los ciu­dadanos de la rimbombante sociedad ultracapitalista.

Trabajar fuera de casa es deseable y digno de encomio: un derecho, un deber y un inevitable modo de sobrevivir si no hay otro remedio. Pero no se menosprecie tanto y menos se degrade a cambio del entusiasmo que suscita la incorpo­ración de la mujer al mundo del trabajo fuera de casa, la la­bor de la mujer que no sale de ella para dedicar unas horas al día al hogar y a la familia y luego destinar el tiempo libre a realizarse y cultivarse. Ya digo que en este caso es lamen­table que ese tipo de quehacer no esté dignamente remune­rado por la propia sociedad que da brillo y pábulo al rol de la mujer trabajadora extramuros.

No se crea, los vientos que corren por Europa -España va siempre con el pie cambiado o a contracorriente- empiezan a ir ya en esta dirección de la que aquí he hecho un simple apunte. Otra cuestión muy aparte es la deseable participa­ción de la mujer en la conquista del poder. Creo que viviría­mos mucho mejor si todos los países occidentales estuvie­sen literalmente en sus manos, por más que haya excepcio­nes, como la Condoleeza o la Thacher, vivas encarnaciones de la Bicha bíblica.

Jaime Richart

07 marzo 2006

Impromptus intelecto-sensitivos


IMPROMPTUS INTELECTO-SENSITIVOS

1 En Política se es conservador, cuando se está conforme con lo establecido... excepto con que la justicia sea igual para to­dos.

2 La sensibilidad más valiosa es la que concurriendo con la za­fiedad no la ataca, sino que se reafirma con discreción.

3 A solas, a menos que sea la Natural, no se vive una reli­gión; a solas se vive una filosofía.

4 El talento que descubre al genio tiene tanto valor como el genio mismo.

5 Inspiración es... lo que no tendrá nunca la máquina.

6 La vida, en sí misma, es injusta y a menudo apunta a que carece de sentido; la sociedad es arbitraria y la Natura­leza im­previ­si­ble y cruel. Sólo el Arte sitúa todo en su dimen­sión verda­dera. Sólo el Arte es verdad.

7 Para apreciar el valor de las decisiones políticas importan­tes hay que intentar adivinar cómo las enjuiciarán dentro de quince o veinte años las próximas generaciones.

8 ¡De qué me sirve ser el más cuerdo de los mortales, si na­die me lo va a reconocer!

9 La religión resuelve, a su manera, los problemas que la filo­sofía se plantea. Por eso el filósofo seguirá toda su vida rebus­cando la ver­dad aun a sabiendas de que a través de la filosofía nunca llegará a en­con­trarla.

10 Un hombre cabal lucirá su ta­lento y habilidad, pero no hará nada para ocultar sus debilidades.

11 La filosofía más sugestiva y completa es la que acepta, sin resis­tencia, cualquier otro pensar coherente.

12 La vanidad es la soberbia del necio.

13 Cuando hablamos de moral en el sentido ético, siempre pensamos en la mo­ral en tiempo de paz. Para la guerra es preciso tener preparada otra moral preparada... si no quere­mos caer de los primeros.

14 Amo al hombre. Odio al pueblo. Pero para que el hom­bre pueda llegar a ser verdaderamente feliz es preciso que antes lo sea el pueblo.

15 La religión es un vehículo cómodo en el que podemos subirnos y dejarnos trans­portar por él. Pero lo que dota a una existencia de plenitud es abandonarlo para seguir el ca­mino a pie.

16 Por eso me aparté de la religión: para proteger mi reli­gio­sidad.

17 Desde el momento en que el pensamiento y la razón se movilizan, se está abandonando todo dogma­tismo, todo catoli­cismo, todo fascismo.

18 Lo importante es conseguir una individuali­dad vigorosa; luego, ponerla al servicio de los demás.

19 Se empieza exigiendo mucho a nuestros hijos; espe­ra­mos luego grandes cosas de su talento, pero terminamos confor­mándonos con que no sean desgraciados.

20 Ningún credo tiene derecho a secuestrar la noción de Dios... exista o no.

21 El Arte concilia las contradicciones y plasma, dándoles una justificación sin razonarlo, los sucesos de la vida natu­ral; estructura su orden y disposición aportándonos una emoción intuitivamente fascinante. Sólo el Arte da sentido a la vida y al acontecer humano.

22 ¡Cuántos no estaríamos dispuestos a renunciar absoluta­mente a nuestra libertad con tal de que todo el mundo coma! Luego, ya trataría­mos de recobrarla...

23 Cuanto más contradictoria y absurda parece la vida, más sentido tiene: el de luchar precisamente contra el ab­surdo y la contradicción cuya percepción es lo que con más tenacidad pre­tende ne­garle su sentido.

24 Amo tanto mi libertad, que me niego a abusar de ella.

25 Me propuse un día no ser nada. Por fin lo he conse­guido.

26 Pocas cosas hay tan inquietantes como la soberbia aliada al saber a medias.

27 La verdadera superioridad intelectual consiste no en el ni­vel de inteligencia (difícil de medir y definir), sino en la vo­luntad de lucidez.

28 En la civilización occidental todo planteamiento dialéc­tico debe tener buen cuidado de respetar el mercado libre y el cris­tia­nismo institucional. Todo otro análisis, todo debate deberán ventilarse con esgrima de salón; sólo nos está permitido atacar a la realidad común con la punta del flo­rete embolada.

29 Es natural que el temperamento desoiga a la razón Y es deseable –y en esto consiste en parte la cultura- que la razón someta al temperamento. Pero es insensato que la razón apruebe al temperamento si éste la contradice.

30 No basta en sociedad tener razón. Se nos exige, ade­más, que la presentemos con decoro y buenas formas... para al final no hacer­nos caso.

31 No se puede ser romántico sin devorarse uno a sí mismo; ni racionalista sin caer en el error. No se puede ser idealista sin olvidar el equilibrio que hay en el entorno, ni dogmático sin prescindir de la razón. No se puede ser escéptico sin abre­viarnos la vida... a me­nos que la adornemos de ilusiones.
La vida del hombre responsable puede y debe comprender sucesivamente todas esas formas de ser y de pensar. Sólo así el hombre puede ser capaz de comprender al hombre y a la Historia. Sólo así es como se puede llegar cerca de la divi­ni­dad.
Esta es la ventaja del hombre de hoy sobre el hombre del pasado: que desde su atalaya puede otear al mismo tiempo al hombre de mañana y del ayer.

32 Entre los goces, el de reir ocupa un lugar preeminente; llo­rar ante la belleza es el primero.

33 ¿Es preciso creer en algo sólo para evitar la incomodidad de la duda? Pues la solución está en dudar con entusiasmo.

34 Es importante saber ganar mucho dinero, pero más aún lo es saber vivir prescindiendo de él.

35 El porvenir del hombre es la tristeza.

36 Si la vida es la interrupción de lo eterno, la muerte será el perfecto estado.

37 La libertad incluye la elección de lo peor.

38 Sólo tiene derecho al privilegio el noble de espíritu, pues es el único que nunca recurrirá a él.

39 Cuando se me da a menudo la razón, em­piezo a sospe­char que no la tengo.

40 Quién sabe si cuando todo el mundo piense como yo, no trataré de pensar como piensa el hombre de la ca­lle...

41 A menudo se nos comprende mejor por lo que callamos que por lo que decimos.

42 Siento un especial arrobamiento hacia los seres huma­nos que derrumbaron las barreras del pensamiento domi­nante, mientras los otros, los petulantes, los estrábicos y miopes de la mente, y los que sienten espanto ante el vacío, se afanan en reforzarlas con avalanchas de retórica.

43 La institución del matrimonio corrompió el concubinato.

44 Las personas que piden guardar secreto sobre cosas triviales suelen ser las mismas que difunden las graves.

45 Somos sabios en cuanto adquirimos plena conciencia de nuestra estúpida jactancia y peligrosa ignorancia.

46 La mentalidad separa más que el idioma, pero a veces la distancia puede ser la que separa al hombre de la bestia.

Diez proposiciones para una filosofía ecológica

DIEZ PROPOSICIONES PARA UNA FILOSOFIA ECOLO­GICA


1º Ecología es, ante todo, naturalidad.

2º Por naturalidad se entiende, bloqueo de los efectis­mos que la cul­tura busca producir en el individuo y en la socie­dad, y elusión de la cuota de gasto biológico que consi­guien­temente la cultura genera.

3º En consecuencia y en virtud de la naturalidad, dis­po­nemos el ánimo para regresar la conciencia a los es­tados de duda ori­ginal, con el fin de res­catarnos el ins­tinto atro­fiado precisa­mente por el efecto estragador de milenios de cultura.

4º Transidos de este modo el pensamiento y el espí­ritu, na­turalidad es ya sociabilidad; "ser sociable" signi­fica pues, fun­damentalmente, haber adquirido profunda con­ciencia de el otro.

El otro es, en todo caso, la unidad de vida.

Unidad de vida es, cada ser humano, cada animal, cada árbol, cada planta, cada río, cada fuente, cada mar y todo ecosistema.

7º La prístina intuición ecológica excita el impulso mo­ral de amar a cada unidad de vida como uno se quiere a sí mismo.

A fortiori, habida cuenta la irreversible degradación producida por el hombre de las últimas generaciones en la biosfera, al hombre de la nuestra corresponde repo­nerla a un estado inteligente, mimando cada ecosis­tema y regu­lando, mediante procedimientos contracon­ceptivos y en último término eutanásicos el equilibrio de cada población integrada por unidades de vida; evi­tando al propio tiempo el sacrificio de "unidades de vida" que no responda a ese fin o al de servirle direc­tamente de sustento, al menos mientras no modifique su ancestral costumbre omnívora.

9º Es fundamento de la ética ecológica cuidar las co­sas colectivas como propias y considerar las propias como de pertenencia colectiva.
De cualquier modo, la conciencia ecológica es incom­pati­ble con el exceso y la opulencia.

10º La trasgresión ecológica constituye por antonoma­sia la perversión de la esencia de la vida. Por ello, las pautas e imperativos ecológicos derivados de la pre­sente declara­ción de principios no deben ser objeto de transacción ni de comercio.

APLICACIONES PARA UN CODIGO ECOLOGICO

a) Deben ser tenidos por odiosos tanto el llamado "im­puesto ecoló­gico" como el sistema punitivo del delito ecoló­gico ba­sado exclusivamente en sanciones económi­cas; de­biendo ser considerados ambos, im­puesto y penas pecuniarias, como ar­gucias dirigidas a rentabilizar y coho­nestar la tras­gresión ecológica.

b) En consecuencia, el delito ecológico debe perse­guirse y condenarse mediante penas de la misma justi­ficación moral y análoga gravedad que todo otro delito cometido co­ntra la inte­gridad de las personas.

Madrid, junio 1993

Breve estudio de la sensibilidad

BREVE ESTUDIO DE LA SENSIBILIDAD


DEFINICION DEL DICCIONARIO DE LA REAL ACA­DEMIA DE LA LEN­GUA ESPAÑOLA.- Sensibilidad.
Del lat. sensibilitas, -atis.
2. [f.]Propensión natural del hombre a dejarse lle­var de los afectos de compasión, humanidad y ter­nura.

Los conceptos o ideas son imágenes o representa­cio­nes de las cosas en la mente. La mayoría de los concep­tos abs­tractos parecen agotar su definición en sí mismos, cuando lo cierto es que el mero enun­ciado precisa ya de una interpreta­ción o explicación que de por sí es com­pleja. Los adjetivos, los claros­curos y los matices les per­tene­cen; con ellos se fa­bricó la idea. Luego hay que des­menuzarla. Pero, aun­que conservan el núcleo, con el paso del tiempo se va asociando a ella un de­terminado signifi­cado, siempre aproximado, ambi­guo e impreciso, quizá equívoco... se­gún la circunstancia, el momento, el tipo de cultura y la sensibilidad de cada cual. Este es el caso de la idea “sensibilidad”. La entiendo como sigue:

"Sensibilidad" se re­fiere a muchas cosas, y por eso mismo es casi inasible. De la definición del dic­ciona­rio, de ese de­jarse llevar, se desprende que se trata de una "debilidad" del ser humano. En la sociedad, además de esa propensión a la compasión, humani­dad y ternura, más bien tiene que ver con actitu­des de cautela en el trato interpersonal. De que la cau­tela se dirija en una dirección o en otra depende que exista verda­dera sensibilidad o su apa­riencia. Pues puede pasar por ella envuelta en refi­namiento a se­cas, lo que justa­mente es su contrario. Detrás de la destreza para fingir sensibilidad donde no hay nin­guna suelen es­tar los gran­des defrauda­do­res, los grandes crimi­nales y los canallas...

Si hay algo en las relaciones humanas que por más que uno se empeñe no puede aprender, ni en el mejor manual de educación ni de la vida, es preci­samente la sen­sibili­dad. Una deter­minada educación puede contri­buir al de­sarrollo de la de­licadeza, de la elegancia, de la suti­leza, de la exquisi­tez, de la gra­cia, del es­crúpulo, del mira­miento, de la circuns­pec­ción... pero si se ca­rece natural o genéticamente de sensibili­dad, ya que estamos ante una propensión natu­ral, y no se ha cultivado de una manera signifi­cativa, todo quedará reducido a mero ins­trumento destinado a disimular mejor su falta. Pero la sensibi­lidad tiene que ver no tanto con esa serie de cuali­dades apren­didas y cultivadas, ni con el tono mo­du­lado de voz con el que a menudo se con­forman los que a sí mismos se tie­nen por muy bien educa­dos, como con el sentido de lo oportuno y con el tacto: una es­condida y per­manente ten­sión para no me­nospreciar la inteligen­cia ajena sin renun­ciar a la nuestra, y una suerte de conti­nencia para evitar que, acen­tuada y subrayada, la sen­si­bilidad se convierta en sensiblería o petulan­cia.

La sensi­bi­lidad está más en lo que ca­llamos que en lo que deci­mos, en el mo­hín más que en la rotun­di­dad, en la natu­ra­lidad más que en la erudi­ción... En definitiva, ella trata de re­frenar nuestra instin­tiva tendencia a abusar de modos muy di­versos de la ge­nero­sidad de los demás. Como mejor se ex­presa la sensibili­dad es en el trato sosegado, aunque es en situa­ciones críticas cuando ad­quiere su au­téntico valor. Forma parte de la sensibi­lidad no hablar de la nuestra, pues son los demás, en función de la suya, quienes han de distin­guirla, valorarla o desde­ñarla. In­compatible, por úl­timo, con la preci­pitación, el vértigo, el nulo valor dado al pu­dor y con el espíritu com­pulsiva­mente uti­litario que dominan esta época, es una cualidad humana, en fin, que, por es­tar lla­mada a con­vertirse en un punto vulnerable de nues­tra personalidad, en grave debilidad habiendo sido virtud, está des­acon­se­jada en la educación de nues­tro tiempo para habitar en esta terrible jungla civili­zada.
23 Agosto 2001

Breve estudio sobre el pensamiento al uso

BREVE ESTUDIO SOBRE EL PENSAMIENTO AL USO

La inmensa mayoría de los desencuentros entre dos razonadores y dos raciocinios que desembocan en discusión sin solución de continuidad, son debidos a una falta de correspondencia tanto en el punto de partida como en el objetivo final al que cada polemista presta su atención. Ninguno de los dos parece darse cuenta. Pues si percatara de ello, abandonaría inmediatamente el forcejeo. Y es que, al no correlacionarse el planteamiento respectivo ya desde el arranque ni dirigirse ambos al mismo punto de mira, la esgrima dialógica desemboca en confusión o en mera pelea discursiva. No obstante ser comunes los puntos de apoyo culturales, el hecho de ser heterogéneos los ingredientes, es decir, los diversos significados que componen eventualmente la idea matriz en la que se basa cada contendiente, no hace posible ni la convergencia ni un mínimo compromiso sobre los conceptos esgrimidos. La dialéctica fracasa. Obsérvese que rara vez esto no es así en cualquier debate sobre el asunto que sea.

El fracaso dialéctico suele producirse por la "radicalización", grosso modo considerada, de conceptos anclados en significados que han sufrido cambios por vía de los hechos, por la evolución y por el peso de la apertura a nuevas vías de comprensión sobre la convivencia, si hablamos de lo político, de nuevos descubrimientos, si hablamos de la Ciencia, o de nuevas tendencias, si hablamos de Arte. Y hablamos también de la Ciencia y el Arte, porque ese fenómeno de la ceremonia de la confusión si bien es muy propio del lenguaje político, no es privativo de él: abarca a todo.

Como decimos, los presupuestos culturales de ambos discutidores pueden ser los mismos, pero subyacen datos y detalles esenciales que determinan ocasionalmente un posicionamiento rígido e intransigente, por un lado, y un posicionamiento más proclive a la flexibilización y a la relativización global por otro. Todo depende del carácter y de la educación de cada razonador, y también de la circunstancia. Es más diríamos que la circunstancia es fundamental. En religión, el posicionamiento rígido se llama fundamentalismo. En política, conservadurismo pero fundamentalismo también asociado a aquélla, y en ciencia y arte, academicismo. Reglas frente a pautas, pautas frentes a reglas... Si predomina la razón sobre la convicción o el sentimiento, muy difícil será no tener en cuenta el argumento de contrario. Pero cuando la razón se enfrenta al sentimiento o a la convicción, y más cuando no se tienen pero se fingen, no hay nada que hacer: nunca podrá esperarse acuerdo alguno.

La polarización inicial, que se advierte enseguida, deviene en superposición y mixtificación de los argumentos sin orden ni concierto. Y si se examinase con detenimiento, parte por parte, en qué consiste cada controversia se vería que casi todo lo dicho y discernido discurría en ella, desde ambos lados, por derroteros divergentes hasta quizá el absurdo envuelto, eso sí, en una cierta estética si los polemistas son hábiles en el uso del lenguaje. Aunque parezca que todos hablan de lo mismo, cada cual se refiere a "cosas" diferentes, con sentido diferente, con objetivos diferentes y desde principios diferentes. Uno habla de amor "platónico" y otro de sexo a secas; uno habla de instinto y otro de raciocinio; uno habla de conveniencia personal o de grupo y otro habla de bien común... Y así sucesivamente.

En el terreno sociopolítico es la lucha constante entre la creencia y la fe contra la razón. Un ejemplo: "El problema", escribe el profesor norteamericano de Ciencia Política Stephen Bronner en su carta a Benedicto XVI, publicada en la revista Logos (www.logosjournal.com) "no es el enfrentamiento entre civilizaciones (cristianismo frente a islam), sino entre partidarios del Estado secular y partidarios de imponer las convicciones religiosas a los no creyentes". [Cita de Soledad Gallego-Díaz]

En el terreno científico, el ejemplo podría ser la lucha entre quienes se empeñan en abrir la caja del gato de Schrödinger y los que piensan que es mejor no abrirla para no interactuar con el sistema cuántico de la materia ondulatoria.

Y en el terreno del Arte, por ejemplo, podría ser la lucha entre el crítico pasivo "superexperto" y el artista que se burla de él...

Todo eso sucede porque el pensamiento no es estructu­ral­mente "unitario". Y por si fuera poco diríase que el len­guaje, su vehículo de expresión, está ideado para ocultarlo y aun para violentarlo. Y suele suceder que quien más lo vio­lenta es quien además de una tribuna posee mayor fuerza social, económica o institucional en la esfera correspon­diente para acaparar más razón o "toda la razón".

ooOoo

El pensamiento se mueve y desenvuelve en cuatro áreas discursivas: la teórica, la práctica, la empírica y la ética. Re­co­rre una y otra, deteniéndose en una en particular o inter­ac­tuando entre ellas. En cada una, el pensamiento observa, lo­caliza, analiza y resuelve con conclusiones de muy diversa naturaleza, y a menudo contradictoriamente, la elucidación que le plantea la materia objeto de su examen.

Esas áreas son:

Pensamiento Teórico (especulativo)
Es el campo propio de los conceptos intangibles o abs­trac­tos. No cabe el adjetivo. Todo es la "cosa en si". Perte­necen a él la Filosofía, la Economía, la Matemática genérica y mo­derna, y la Música.

Pensamiento Práctico (pragmático)
Es el campo propio de los conceptos tangibles, materiales. Pertenecen a él desde la Ingeniería y la Arquitectura, pa­sando por la Pintura, hasta la maña para cazar a lazo o pes­car con anzuelo.

Pensamiento Empírico (experimental)
Es el campo de toda experiencia sensible personal. De ella el pensamiento da cuenta plásticamente, como el en­tendi­miento la da del "acontecimiento" y de "lo vivido". Per­tenecen a él la Ciencia no matemática, el Periodismo, la In­formación y la Literatura.

Pensamiento Etico (Moral)
Es el pensamiento que se esfuerza en ajustar (o no alejarse de ellos) la conducta personal y, en su caso la colectiva que dependa de él, a unos principios de referencia. Estos principios, unos son innatos y otros adquiridos. Pertenecen a él la ética civil y todo el entramado teológico y moral sobre el que se construye cada religión.

NIVELES o PLANOS DEL PENSAMIENTO

A su vez, dentro de cada una de las anteriores áreas podemos distinguir tres planos, niveles o estratos.

Utilizaré un ejemplo práctico para hacer esta tesis más comprensible.

Imaginemos que dos polemistas están entregados a descifrar un asunto complejo. No importa a estos efectos que sea trascendente o irrelevante. (Pues el grado de importancia también puede ser eventualmente objeto de polémica: lo que para uno es capital, para otro es trivial)

A) Nos encontramos en la esfera del pensamiento Teórico.

Elegimos la palabra "honor" que en principio pertenece de lleno a él. Supongamos que se está debatiendo el concepto mismo o un aspecto en que esté presente el término honor o una cuestión en la que para uno de los contendientes al menos el concepto "honor" es esencial.

En el primer nivel, podríamos hablar del honor según lo que más o menos todo el mundo entiende por tal.

En el segundo nivel, tendríamos que recurrir al diccionario, ver qué significa "honor" según el uso "técnico" del lenguaje, es decir cómo lo define una Academia.

En el tercer nivel, examinaríamos primero una por una cada palabra que compone la definición, y luego, aceptar o rechazar la definición formaría parte sustancial del negocio discursivo. Si, por ejemplo uno, aun a pesar de la definición académica rechazase el término por considerarlo "no útil", "no "práctico" para los tiempos que vivimos, enlazaría con las "causas primeras" del honor situadas ya en el plano o nivel del Pensamiento Pragmático. Y tendríamos, por un lado un significado "concreto", y por otro un término caduco, obsoleto o carente de sentido.

B) Nos encontramos en la esfera del pensamiento Práctico

Los polemistas hemos elegido, por ejemplo, la palabra "dinero".

En el primer nivel, la damos por definida (aunque no todo el mundo lo entienda igual).

En el segundo, acudimos a la definición del texto lingüistíco genérico o especializado; es decir, recurrimos a lo técnicamente “significado”.

En el tercero, vistos los componentes de la predefinición, si uno de los dos la considera demasiado "práctica" y per­turba­dora para el pensamiento especulativo, lo está rele­gando a una importancia de segundo orden o se la niega. Enton­ces enlaza con las "causas primeras" del dinero, por su raíz, del Pensamiento Teórico

C) Nos encontramos en la esfera del pensamiento Empírico

Los polemistas hemos elegido, por ejemplo, la palabra "en­fermedad". Y procedemos como en los casos anteriores.

En el primer nivel o plano, "ya sabemos qué es"

En el segundo consultamos la palabra.

En el tercero la estudiamos, y si acaba uno de los dos negando la enfermedad porque afirma que no existen enfermedades sino "sólo enfermos" en la línea que formula la Homeopatía, habrá enlazado con las "causas primeras" de la enfermedad, por su raíz, del Pensamiento Especulativo.


D) Nos encontramos en la esfera del Pensamiento Etico

Hemos elegido la palabra "ética", precisa­mente.

En el primer nivel "parece" que ambos pensamos en lo mismo, en la misma ética.

En el segundo hemos de acudir a la definición: un sistema ce­rrado o abierto de valores que se denomina axiología.

En el tercero, nos percatamos de que no hay una sola ética, sino que hay una ética "para andar por casa", de mí­nimos, y otra ética mayor o gran ética que obliga "a más" a quienes tienen responsabilidades públicas o pertenecen a un deter­mi­nado colectivo que a su vez tiene (o no) un có­digo deon­toló­gico, por ejemplo.

Pues bien, el pensamiento teórico propondrá numerosas soluciones, pero el práctico propondrá otras tan numerosas como el teórico, y el empírico y el ético fundarán sus pro­puestas en función de los diversos modos de haber asimi­lado los proponentes la experiencia y los diversos modos de inter­pretar, filosófica o religiosamente, la ética; al final, "su" modo de entender la ética.

En el tercer nivel de los cuatro tipos de pensamiento se mueve también la órbita de los "especialistas" y el metalen­guaje.

En este me detendré para señalar que, por ejemplo, todo el mundo habla de "justicia", quiere justicia, reclama justicia en todo y para todo. Sin embargo ¿habrá palabra que signi­fique tanto y al mismo tiempo tan poco pues depende del sistema de referencia y la cultura en que se la valore y de­fina? ¿habrá otra palabra que admita tantas interpretacio­nes, tantos mati­ces, tanto escollo y tantos modos de apli­carse, causa, por lo demás, de desavenencias y de gue­rras?

Lo mismo podríamos decir de la palabra "salud", "educa­ción"... y tantas otras.

Todos "parecemos" estar pensando en lo mismo. Y sin em­bargo, diríase que su traducción vierte a lenguas dife­rentes. Cómo entenderlas, cómo hacer justicia, cómo favo­recer la salud, cómo educar etc. requiere de tantas proposi­ciones ló­gicas, que es de lo más intrincado con que pueda tropezarse en el lenguaje ordinario, en el profano, en el téc­nico y aun en el científico.

SECTORES DEL PENSAMIENTO

Son las diferentes disciplinas, especialidades o áreas en que cada uno de los diferentes tipos de "Pensamiento" rela­cionados se compartimentan y se dividen.

Si los puntos de partida son diferentes en la relación dialó­gica, jamás tendrá lugar la construcción de nada que valga la pena entre dos pensamientos discursivos.

Todo lo dicho sería de aplicación exclusivamente a una cultura: la dominada por el pensamiento y locución socráti­cos y la lógica formal. En otras culturas el método sería in­aplica­ble. Y tanto el teorema de Gödel de la aritmetización de la sintaxis como la paradoja de Schrödinger harían añi­cos todo intento de metodología uniformizadora del pensa­miento. Ni siquiera el lenguaje matemático sería conclu­yente. Es impo­sible, por tanto, recluir al pensamiento en un sistema que sea al mismo tiempo completo y consistente.

España al desnudo

LA ESPAÑA SIN FUNDAMENTO

Primera cuestión. Pedantería y poder.

A esos que acostumbran a adjetivarlo todo y a poner eti­que­tas advierto que no me importa que me acusen de pe­dantería y grandilocuencia. Las asumo. Ya bastante reba­jado, por unos u otros motivos, está el recto pensar -el de fondo, no el cons­truído sobre palabrería- de la inmensa ma­yoría de los sobresa­lientes de este país que contemporizan o transigen con el po­der y lo refuerzan. Recto pensar, que desde luego ha de em­pezar enfrentándose al poder paradó­jicamente desde una filo­sofía de máxima tolerancia, aunque sus colabo­racionistas ni siquiera saben qué es ni en qué consiste salvo la que dispen­san al poder; tan arro­pados se sienten. Y cuando hablo de po­der no pienso tanto en el polí­tico -que también- como en el po­der armado, el po­liciaco, el corpora­tivo, el financiero, el reli­gioso, el mediático; y el sombrío ins­titucional, el de los grupos difusos de pre­sión y el que, en suma, sostiene al sistema todo. Contra ninguno de ellos es­criben o lo hacen con la punta de la es­pada em­bolada esos sobresalientes que escriben a bombo y platillo, no sea que se revuelvan oscuramente contra ellos...

Bueno, pues esto, con la estupidez colectiva de fondo que hoy abordo aquí, es lo que ordinariamente cons­tituyen las prin­ci­pales causas de to­das mis quejas contra el concierto na­cional de tantísimas di­sonancias. Si lo hago con pedante­ría o no, de­cid que es irre­levante. Al menos irrelevante es para mí el es­tilo cuando al­guien, más o menos a mi gusto, ataca frontal­mente y se arriesga, pues ahí, en ese ataque contra lo ci­clópeo suele estribar casi siempre lo grandilo­cuente... Ojalá se enseño­rease la grandilocuencia si con ello los poderes se debilitasen en fa­vor del robustecimiento de las causas ciudadanas. Pero no. Todos esos poderes, frag­mentos del Poder con mayús­culas, por vía de una suerte de "privatiza­ción asociativa" son cada vez más forni­dos en la medida que es más débil el indi­viduo. Tanto, que casi está ridiculi­zando y dejando en manti­llas a la filosofía de la divi­sión de poderes que formula Mon­tesquieu en su L'esprit des lois para la república...

Segunda cuestión. Psicología colectiva de “lo español”.

Lo anterior ha sido introductorio. Mi intención era sólo referirme a lo siguiente, que es a mi juicio muy complementario.

Si mañana viniera un ser de otro mundo o de otra época y desease saber de una manera resumida cómo es la socie­dad española, cuál su psicología dominante, cuáles sus de­seos y sus mitos pero también, por omisión, lo que detesta, no ten­dría más que asomarse a una pantalla de televisión y presen­ciar unas horas de programación y otras tandas de publicidad a lo largo de una jornada.

En cuanto a la programación, mejor no hablar; ese ser no saldría de su asombro por la escuálida imaginación en un país que siempre tuvo buena fama creativa. Y sobre la "guía co­mercial" o "consejos publicitarios", le resultaría increíble la es­tupidez que el marketing emplea como señuelo para atra­par la atención del apoltronado espécimen ibérico, ya do­mado, re­blandecido y estupidizado ahora no por el cauterio de dictadu­ras y dogmas, sino por una deficiente formación integral y so­bre todo por las manipulaciones mengelianas a que le somete el mercado.

Han pasado ya demasiados siglos como para no distinguir fácilmente que, al igual que no han sido mejoradas ni de le­jos las calzadas romanas en solidez y duración, no sólo no ha sido superada la inventiva y habilidad de los charlatanes de feria que vendían crecepelos; es que, juzgándole en tanto que des­tinatario de los mensajes de esa publicidad y por la publicidad misma, pensaría que el pueblo español cada día es más tonto que una mata de habas.

Y es que una cosa es la inteligencia individual, desarro­llada por el esfuerzo o atrofiada por la dolce far niente, y otra la in­te­ligencia colectiva. Colectivamente, la mente y mentalidad del español en términos generales es dema­siado simplona y de­primente. El igualitarismo social -que no el económico-, el afán del dinero, en unos casos para so­brevivir y en la mayo­ría para despilfarrar, la propensión a fri­volizar y a huir de toda trascen­dencia después de siglos de opresión anímica, espi­ritual y psi­cológica grabada ya en los genes, ha proyectado al español medio de la postmoderni­dad a la más absoluta des­personali­zación, a la vacilante androginia, a la mayor vulgari­dad, uni­formismo y vaciedad, al mayor desprecio de sí mismo y de la cultura, y a la más descarada renuncia al desarrollo personal basado en la ori­ginalidad conceptual, de toda su historia.

Además de aquellos infames rastros que día a día deja en el carácter globalmente ibérico la televisión de consumo, no hay más que echar un vistazo a los presupuestos del Es­tado en to­das las legislaturas y comparar lo destinado a los minis­terios armados y lo destinado a enseñanza, cultura y medio am­biente. Esto no es indicio, es una prueba en toda regla que marca la tónica general en la población española, sólo re­equili­brada esa tónica por los esfuerzos autonómicos de al­gunas Comunidades y el casi exclusivamente individual de minorías cada vez más reducidas que se protegen a sí mis­mas de las inclemencias de una gravísima crisis de valo­res en todos los órdenes de la vida que nos envuelve.

Parece que la sociedad española viva una orgía de insen­sa­tez después de sesenta años de represión sufrida por la mayo­ría, del regreso de los que pudieron huir de la quema, y de la lenta pero segura invasión, durante ya casi un siglo, de la hir­suta mentalidad norteamericana a través de su ca­ballo de Troya: el cine...

Yo no arremeto contra el pueblo español, como Nietzs­che arremetía contra el alemán por su zafiedad. Aun­que en buena parte la culpa la tiene mi generación, le acuso de dos rasgos que si van ligados son doblemente insoporta­bles: ser tan ig­no­rante como soberbio. Y ambos los tiene cada día más acen­tuados. No otra cosa es la estupidez que se va extendiendo sin fin, a pasos agigantados, como una hidra, por toda la geografía humana de una España cada día con menos funda­mento.

9 Setiembre 2005


LA ESPAÑA INQUIETA

Pero inquietud no es laboriosidad: son incompatibles. Se puede uno mover mucho en el espa­cio de un ladrillo y no progresar nada en el baile, como ocurre con el schotis, un baile típico del inmovilismo que lo ha abarcado todo hasta no hace mucho en este país. Ahora Es­paña se mueve, se mueve dema­siado, está inquieta. Pero sigue siendo el scho­tis el baile de moda. Es­paña cambia y cambia pero no pro­gresa, salvo que por pro­greso se en­tienda sólo la in­cesante construcción de viviendas destinadas por lo de­más al vacío. En Madrid, el 33% de las ya construídas no se vende.

Sí señor, España es el país más inquieto y agitado del mundo. No hay aspecto, sea el político, el urbanístico, el comercial o el cos­tumbrista que aquí no sufra ata­ques de convulsión, de vértigo y de precipitación; que no experi­mente cambios sin pausa, sin reposo y demasiado a me­nudo sin sentido ni pro­vecho para nadie salvo para el sem­piterno especulado­r.

En términos generales el telón de fondo desde luego es la inestabilidad. Pero tampoco inestabilidad es progreso. En un siglo, y a diferencia de otros países europeos, ha habido monarquía, república, dic­tadura y otra vez monarquía. Con la excusa del dicho po­pular inventado por los avispados, ése de: “renovarse o mo­rir”, una calle, una plaza, un chirim­bolo, una casa, un banco de sen­tarse o de los otros, una pa­rada de autobús o una tienda desapa­recen por arte de en­salmo de la noche a la mañana, sustituídos por otra calle, otra casa, otra plaza, pero ningún chirimbolo, ningún banco ni ninguna parada de autobús...

Tan pronto el orden y el rigor es lo más valorado, como es el desorden lo que da dinero; tan pronto brota la chispa de enfervorizada españolidad y se desprecia al francés, al in­glés en favor del alemán, como se emboba el personal con las chinflainadas y camisetas del yan­qui. La moda está muy bien, pero no al ritmo que nos impo­nen: tan pronto está de moda la boca pequeña, los labios fi­nos o la delgadez, como es la boca gruesa y lo orondo, para regocijo de endocrinos, estéticos y pócimas de marca. Tan pronto es lo bello como lo feo, lo planchado cono lo arru­gado, lo alegre como lo triste, el desparpajo como la timidez, la sobriedad como la exultancia... Y todo en cuestión de un año, de unos meses o de unas semanas. Esto no es reno­varse o morir, esto es, o morir en reposo o morir en carrusel contemplando un calei­doscopio

Se comprende hoy día la inestabilidad psicológica en buena medida por la ansiedad por el cambio des­pués de un periodo de estancamiento general con la dictadura fran­quista que abarcó la friolera de 60 años, pero me temo que más que inestabilidad debida a un ritmo acelerado y hasta cierto punto lógico vital de libertad responsable indivi­dual y colectiva, lo que impera es una enfermiza y frené­tica avidez de dinero y de planes renove que pueden con todo; lo que a su vez está dejando ingentes cantidades de dese­chos de todas clases que na­die sabe dónde se meten ni dónde se van a meter.

11 Setiembre 2005


LA ESPAÑA ASPERA

12 Setiembre 2005

Me ceñiré en esta ocasión sólo a tres ámbitos que llenan gran parte de la vida pública y de la privada.

En la Política

Hablando de la oposición, que marca el pulso de la vida política, la oposición parece tener muy resuelto a animarla, más bien a agitarla. Pero una cosa es hacer amena la atmósfera pública, informativa y cotididiana, y otra buscar en la política un pretexto para el insulto, la persecución y la bronca a todas horas y por cualquier motivo o sin motivo: un factor de desánimo para el electorado joven que suele estar muy despierto en estas cosas.

Porque sea porque no encuentra solidez en los motivos o porque se los inventa, el nivel de discusión politica que la oposición propone es ordinariamente bajísimo. Y sin duda es, porque cuando se ansía el poder demasiado pero no existe argumento original para el debate sencillamente porque no existe suficiente fundamento, el tratar a todo trance de no dejar escapar ocasión de orquestar el pataleo imitando el razonar, rebaja a la política y al político a niveles de ridículo. Desde que el partido de la oposición fue desbancado del poder, no sabe cómo hincarle el diente a su gestión ni tiene paciencia, como esos tenistas que quieren ganarlo todo ya en el primer set. Cada vez lo hace peor; es decir, sin persuadir.

En la televisión

Esto era en la esfera solemne de la "alta" Política. Pero en la cuarta dimensión de la televisión en la que se hace la vida como antes se hacía al lado del brasero, cuando se supone que con arreglo a las leyes más elementales el individuo tiene libertad absoluta para obrar a su antojo en materia de cos­tumbres -fumar, consumir droga o flirtear con tres hom­bres o tres mujeres a la vez, por ejemplo- los periodistas del ramo se convierten en acosadores repulsivos de todo/a el que tuvo la debilidad un día de pasar con cierto éxito por la televisión ¿Pretexto? que al público es lo que le interesa. Como si el periodismo no tuviese la corresponsabilidad, con las demás instituciones, de formar aparte de informar. Ade­más, todo también ahí es áspero, acusatorio, infamatorio, persecutorio, policiaco. En ello se basa el supuesto interés de las audien­cias. Al final, ruido ensordecedor que chirría tanto o más que la orquesta que toca en la Política.

En la pareja

La relación entre sexos tiene frecuentemente que ver más con la estrategia de la guerra, que con el cortejo y el deseo natural de procurarse ambos estabilidad y compañía. Parece que ya generalmente toda comunión empieza con el sexo esperando que luego venga el sentimiento, pero no da la impresión de que la vida sexual por sí sola sea suficiente para enlazar a una pareja en el sosiego, y mucho menos para dar cuidados a la prole. La relación es también pronto áspera, belicosa, ruidosa y casi planeada desde un principio para la ruptura...

Este es, en fin, el país de la desmesura y los extremos. Ha pasado en poco tiempo de hacer un santuario a la virginidad, a levantárselo a la promiscuidad en perjuicio de la prole. Y lo mismo se mete públicamente a Dios en el alma aunque no crea en él en el dormitorio, como reduce todo a profanidad y a un dejarse ir sin idear pautas saludables que dirijan sus costumbres.

No es probable que exista otro país que profese y refleje mentalidad tan veleidosa y superficial. La psicología colec­tiva e individual del español es bien expresiva del capricho, del antojo. No todas las masas orteguianas son iguales, y menos cuando han sido desbastadas, afinadas, por el paso del tiempo. Como les ocurre en general a los demás pue­blos eu­ropeos, incluída la serena Portugal. Aquí prepondera a todas luces lo frenético, el síndrome del gusto del cambio por el cambio y el de la refriega por la refriega. En suma, parece que la placidez, la serenidad, la tranquilidad y la calma son nociones que en España sólo un griego antiguo podría com­prender.

12 Setiembre 2005



LA ESPAÑA DIVERTIDA

13 Setiembre 2005

Al lado de la España sin fundamento, la España inquieta y la España áspera está la España divertida.

Un país donde el sentido del ridículo personal es tan acu­sado, y donde la religión, la política, la judicatura y la Medi­cina lo solemnizan todo tanto y lo reducen a exagerado ri­tual, no pude sustraerse a la chanza y al jolgorio, las dos únicas maneras de encajar su sino el pueblo y los sempiter­nos perdedores, relativos ganadores sólo a cortas ráfagas hoy día.

Porque, ojo, la broma, el chiste, la misma risa son cosa del pueblo y de la izquierda. Las clases económicamente altas y los que se abren paso a codazos para meterse en ellas, es decir, la derecha, aunque no lo parezca sigue haciendo os­tentación ética de su falsa represión de la risa. Y digo falsa, porque aparece reprimida en público para, en privado, ser más con­cupiscente. Sobre todo, carece de talento para reír y de ingenio para provocarla de propósito. La derecha sólo bromea y hace chiste de la carica­tura y gusta del sarcasmo, los dos niveles inferiores de la broma. La risa, en ella, se hace mueca. Véase cómo se limitan a imi­tar la risa los Aznar y los Rajoy, los Zaplana y las Agui­rre... Hacen reír a su pesar pero son incapaces de reír des­inhibidamente ja­más.

Y es que en esta materia difusa del chiste y de la risa pre­cisamente en parte por el hieratismo que proviene de "la otra España", quien se lleva el gato al agua es la creativi­dad, la espontaneidad y la inventiva de quienes sólo las tie­nen: las izquierdas. España ríe, bromea y se divierte gracias a la izquierda. La risa franca, no reprimida, para la derecha sigue siendo pecado aunque, como decía, nadie peca más y más gravemente que los que se arrellenan por interés en ella. ¿Ha visto vd. reír a carca­jadas a algún votante del PP?

Por todo esto España es divertida. Siempre batiéndose los que ríen contra los que nunca ríen ni saben sonreír con atractivo. Desde luego yo, si no he emigrado hace mucho de este país bellísimo habitado por humanos y mutantes (mu­tantes desde que se institucionalizó la Iglesia y desde cuando, por su mandato, la risa sólo era posible a hurtadi­llas), es por dos motivos: porque no he podido, y sólo por reír a mandíbula batiente; algo que no hubiera podido hacer en ninguna otra parte del mundo, quizá porque ni siquiera se me hubiera permitido... Y es que nada me provoca tanta risa como una España tan sin fun­damento, tan inquieta y tan áspera, y todo al mismo tiempo.

13 Setiembre 2005

Todo el mundo tiene razón

TODO EL MUNDO TIENE RAZÓN

Los intransigentes en materia de costumbres tienen razón, porque la anomia –ausencia de normas- es el comienzo de la descomposición de la sociedad misma. Pero los liberales y quienes defienden la libertad de costumbres también tie­nen razón, porque sólo a base de tolerancia se hace grata la vida en sociedad.

Los que dicen que la religión es necesaria tienen razón, pues gracias a la religión y a su manto de sugestión muchos no ven la vida tan descarnada. Pero los que desconfían de la religión también tienen razón, porque la religión ha sido siem­pre causa de grandes des­avenencias, abusos y críme­nes.

Los que ven en la libertad del aborto un principio de cri­men tiene razón, porque dejar el alumbramiento al arbitrio de quien ha concebido es una licencia excesiva contra la vida. Pero los que creen que es la mujer quien debe decidir si quiere o no quiere ser madre también la tienen, pues na­die mejor que la mujer sabe que traer al mundo un ser no deseado es fuente de incontables desdichas.

Los que afirman que con la libertad de mercado empiezan las demás libertades del hombre tienen razón, porque la ilu­sión de las libertades formales refuerza la sensa­ción de li­bertad desnuda. Pero los que dicen que es preferi­ble el Es­tado intervencionista también tienen razón, porque sólo un Estado tutelar impide los abusos del mercado y hace posi­ble un reparto de la riqueza más equitativo.

Los que sostienen que la sociedad, las instituciones y la especie merecen mayor protección que el individuo tienen razón, porque las garantías de viabilidad del individuo sólo son posibles a través de la sociedad. Pero los que afirman que el individuo y sus intereses deben pri­mar sobre los de la so­ciedad y los de la especie también tienen razón, porque mi vida, tu vida, son infinitamente más valiosas que cual­quier colectivo.

Los que ven en el hombre a un “lobo” para el hombre tie­nen razón, porque precisamos una vigilancia permanente para no ser devorados por él. Pero los que dicen que es la sociedad la que pervierte al hombre también tienen razón, porque el hombre a solas no es un peligro más que para sí mismo.

Los que defienden la opción de la eutanasia y aun del sui­cidio tienen razón, porque debe considerarse a cada uno dueño de su vida y más cuando padece sufrimientos irre­versibles. Pero los que condenan el suicidio y la eutanasia también la tie­nen, porque sólo una sociedad mortecina y decadente abandona al indi­viduo a su suerte

Los que se oponen al divorcio tienen razón, porque la mera opción del divorcio merma la responsabilidad de la pa­reja en perjuicio de la prole. Pero los que defienden el divo­rcio como institución también tienen razón, porque no es ra­cional forzar al individuo a una relación insoportable.

Los que afirman que es preciso armarse para vivir en paz tienen razón, porque el riesgo de la derrota reduce el de la guerra. Pero los que dicen que para vivir en paz lo mejor es el desarme también tienen razón, porque quien tiene armas acaba por usarlas.

Los que dicen que la cultura y el saber proporcionan la verdadera libertad están en lo cierto, porque con saber y cultura se puede prescindir de casi todo. Pero los que dicen que cuanto más saber más aflicción también tienen razón, porque de todos los seres de la Tierra el buen salvaje y el absoluto ignorante son quienes viven con mayor solaz.

Los conservadores tiene ra­zón, porque ellos saben que es más difícil conservar que conquistar. Pero los progresistas también tiene razón, por­que una sociedad que reconoce los derechos y satisface las necesidades primarias de sus miembros es más justa que la que propicia mucha riqueza en pocas manos.

Los que desconfían de los aduladores tienen razón, por­que los aduladores sirven a varios señores. Pero los que practican la adulación también hacen bien, porque gracias a ellos muchos hombres se mantienen erguidos y muchas mujeres han podido dormir esa noche...

Los que dicen que sólo en un orden establecido es posible la sociedad tienen razón, porque lo prueba el mundo civili­zado en que vivimos. Pero los que dicen que es preferible la anarquía también tienen razón, porque donde todo el mundo es responsable de sus actos, no está sólo atento a su interés y mira por los otros, sobran los dirigentes.

Los que dicen odiar la hipocresía tienen razón, porque nada hay más repulsivo y enfermizo en la relación humana. Pero los que encubren lo que piensan también hacen bien, porque si dijeran “su” verdad, correrían ríos de veneno.

Los amantes del progreso tienen razón, porque trasla­darse a mil millas en una hora es fasci­nante. Pero los que sueñan el estado natural también la tie­nen, porque la vida sin artificios es más apacible.

Los partidarios del amor libre tienen razón, porque nada hay más atractivo que librar al amor de trabas. Pero los par­tidarios del amor comprometido también tienen ra­zón, por­que el amor más elevado , como el buen vino, sólo se consigue después de envejecido muchos años...

Todo el mundo tienen razón. Pero medio mundo se la niega al otro medio... quizá sólo para dar sentido a la pala­bra libertad.
Julio 1990

Ayer y hoy

De si la entronización de las libertades formales en Occi­dente y el progreso han contribuído a depurar las costum­bres.

INTRODUCCION

Sería muy difícil abordar este asunto metiendo en el mismo matraz a las sociedades de todos los paí­ses occi­dentales. Pues la velocidad con que se va abriendo camino el pro­greso, la intensidad y ma­nera de ser asimilado por cada una, la diferente idiosincrasia de los pueblos que los integran y la huella de las guerras mundiales o de la dicta­dura en el parti­cular caso de España... todo, impide una va­loración homogé­nea de la sociedad global que componen las naciones que a sí mismas se consi­deran "libres"; al me­nos en relación a las abstrac­ciones que intento extraer para el objeto de este breve estudio.

No obstante todos, ahora, tienen el mismo refe­rente y el mismo sistema socioeconómico. Y llá­mese capitalismo, libe­ralismo, neoliberalismo, im­perialismo económico o simple­mente fisiocracia, plutocracia o individualismo social, el "sis­tema", como el socialismo real en los países que lo con­ser­van, imprime un marcado carácter a sus habitan­tes, a sus hábitos, a sus actitudes y a su educación integral en suma. Actúa como reflejo condicionado de la psicología, com­porta­mientos, deseos y valo­res individuales y sociales en todo aquel que habita en los países de la esfera occidental, con indepen­dencia del esfuerzo eventual del individuo para su­perarlos o rechazarlos en la medida de lo posible...

Países donde el motor principal de ese progreso no sólo permite sino que promueve y favorece que mientras una gran mayoría en el mundo vive en la pobreza con un ma­ñana por delante cada vez más incierto, unas minorías amasen fortu­nas y disfruten de un desahogo que en buena medida es, en la cadena productiva, aquella mayoría quien sufraga y so­porta. Pero al mismo tiempo esas marcadas di­ferencias, lejos de atemperar y corregir el egoísmo congénito del indi­viduo, lo extienden, generalizan y potencian sobre todo en las socie­dades más opu­lentas. A más opulencia, más ego­ísmo. So­ciedades donde los medios audiovisuales, socios principales del sistema mismo, persiguen cualquier punto de vista sólido y eficaz que no se ajuste a lo deseado por ellos. Y no "quie­ren", ninguna circunstancia ni "cuerpo extraño" que pueda menoscabarlo o res­tringirlo a menos que sea bajo su aproba­ción, con­trol y dosificación.

Así es cómo, huyendo de la dictadura y del tota­litarismo —que no venden libertad— acaba la so­ciedad entera en las ga­rras de otros dos poderes indirectos subrepticios e indi­sio­sos: el dinero y los media.

Es más, podríamos decir sin hipérbole que en es­tas socie­dades no queda espacio para el criterio: todo lo ocupan las "ideas" de diseño. Y en la me­dida en que esto es así en to­dos los países, en unos países más que en otros se con­centra el des­barajuste y el atropello moral; todo bajo el manto de la li­bertad y a veces también de una engañosa ilustración. Desde el punto de vista que expongo aquí, las víctimas más sobre­salientes de este es­tado de cosas se en­cuentran principal­mente entre la población que ya ha cum­plido los cuarenta; ge­neración a la que siguen las anterio­res, las cuales bascu­lan entre la ética heredada del ré­gimen so­ciopolítico anterior acompañada de un sentido, por así decir, clá­sico de la vida, y las que irrum­pen con nuevos bríos apenas pertre­chadas mo­ralmente de un sentido y un norte que no sean, primero con­se­guir dinero a cualquier precio y luego, una li­bertad en la mayo­ría de los aspectos aparente pero en cualquier caso su­peditada a la conquista del pri­mero...

I ¿Cómo medir el progreso?

En términos generales parece que no hay otro modo de medir y calibrar el progreso (o estas so­ciedades de Occi­dente no están dispuestas a gra­duarlo de otro modo) sino por la ca­pacidad para procurarnos el acortamiento de la distancia -veloci­dad-, el ahorro de esfuerzo -comodidad- y la pro­longa­ción de la vida –la vegeta­tiva. El avance hacia una mayor so­lidaridad y res­peto de los semejantes entre sí, o al encuen­tro de pautas de comporta­miento que procuren la concordia más amplia posi­ble hasta llegar a la paz uni­versal, no constituye para el cuerpo social en esta di­men­sión socioeco­nómica en que vi­vimos una meta siquiera vicaria. Por consi­guiente, aquello: solidaridad, respeto y concordia para nada se tienen en cuenta como objetivos prioritarios ni siquiera posibles, cuando se habla de pro­greso.

Las leyes y los discursos de todo orden procla­man, eso sí aparatosamente, propósitos en tal sen­tido (lo que indica que los legisladores tienen plena conciencia de la falta generali­zada de equidad y de equilibrio en la progresión) pero es ob­vio que tanto los dirigentes políticos como los de facto que ma­niobran y medran a su amparo, no sólo no ponen los me­dios para evitar desequilibrios omino­sos, sino que, con sus ini­ciativas y medidas económicas de hecho -que es al final lo que verdaderamente cuenta-, pro­pician justamente el efecto diametral­mente contrario.

Porque la política al uso asociada a la filosofía del mer­cado que condiciona tanto el pensamiento como el sub­consciente colectivo de Occidente, en cuanto vislumbra ac­tividades puntuales dirigidas a resolver radicalmente pro­blemas cróni­cos de los sectores sociales menos afortunados, sea en sus respectivos países sea en los países más empobre­cidos, se apresta enseguida a corregirlas o a pro­blematizarlas de di­versas maneras con indepen­dencia de la persecu­ción tributa­ria a que las so­meten. Véase con qué descon­fianza conside­ran los políticos conservado­res y los empresa­rios en ge­neral a las ONG a las que tratan como auténticos competidores. Todo cuanto en producción y co­mercio no sea opaco y orientado a la ganancia es para ellos una desviación colecti­vista o remi­niscen­cia de una ética prohibida. En todo verán un en­tor­pe­cimiento para el progreso tal como ordinaria­mente lo en­tien­den y tal como los núcleos de so­ciedad más repre­sentati­vos en su con­junto lo ce­le­bran...


II La condición humana

Y es que la índole, la naturaleza del ser humano, el yo in­terior, han evolucionado poco. La condición de la humanidad como especie viviente no varía. El progreso general se debe, en todo, sólo a la inteli­gencia y perseverancia de un puñado de seres humanos ajenos generalmente al destino final de sus desvelos. El resto parasita de ellos. Los siglos pasan pero las flaquezas son las mismas de siem­pre, y en muchos aspectos más repulsivas. La crueldad persiste; se ha tornado simplemente más refinada. La pereza mental y la insolidari­dad son monedas de cambio. Y en los países en que por su vida regalada podrían sus gentes permitirse el lujo de pensar, es sabido hasta qué punto tratan de evitarlo. Es más, diríase que nadie tiene una sola idea "personal", y mu­cho menos una idea al mar­gen del entramado socrático. La sociedad es es­clava de la lógica formal en la medida que la nece­sita para el pensamiento práctico, es decir, la ac­ción.

Las masas, por su parte y en cuanto a tales, siempre care­cieron de voluntad propia y se en­tre­gan a la voluntad de los grupos, a veces minúscu­los, dis­puestos a todo. Pero las ma­sas actuales se creen libres por­que los políticos y los me­dia, como el almuédano desde el alminar, tocan tres veces al día el clarín para decir que lo son. Ignoran la ur­dimbre del cómo son trajinadas con cálculo cien­tí­fico por unos dirigentes políti­cos, mediáticos, eco­nómicos y mercantiles cuya cata­dura no varía con el paso de los siglos: sólo el método del engaño, que es más complicado. Apenas se per­ciben de que son mo­vidas como piezas de ajedrez. Y si las gen­tes creen tener opinión, es porque así llaman a los narcóticos sociomediáti­cos. No hay más que ver cómo razona y se com­porta en el momento crítico el hombre de la calle, pero tam­bién el que por cualquier razón despunta, el nulo interés por la cultura superior y el menos­precio por la emoción estética. No hay más que obser­var cómo se mani­fiesta en los asuntos gene­rales y con qué uni­formi­dad y fidelidad a un patrón archicono­cido res­ponde a todo...


III Tolerancia e intolerancia

El avance de una sociedad o civilización debiera medirse por su capacidad no sólo para predicarla, sino también para practicar la tolerancia. Pues bien, en lugar de avanzar por caminos de magna­nimidad, la intole­rancia se extiende y se agrava la crueldad precisa­mente en el país donde los signos del progreso brillan y atraen más: un país donde las armas se ponen al alcance de cualquiera; donde desde su fundación vive un clima mitad mafioso mitad policíaco; donde siguen empeñados en que las ejecuciones sofisticadas sirvan de es­carmiento cuando, con el paso del tiempo, está probado que el resultado es cada vez más negativo y desalenta­dor y el sa­crificio recae casi exclusi­vamente en los ilotas; un país al que otros que también alardean de libres, se es­fuerzan por imi­tar a toda costa... en lo peor.

En las sociedades opulentas es donde más se agudiza el egoísmo, y la confianza, la fides, que fue recuperándose des­pa­ciosamente después de la Segunda Guerra Mundial tanto entre individuos como entre naciones, resbala de nuevo por la pendiente. Y cuando los pueblos persisten en ate­nerse a las leyes del mercado estricto y no quieren inter­venir ni reglar el tráfico social y económico mediante fórmu­las prestadas del colecti­vismo, la cohesión social se agrieta más y más. (Se inter­vie­nen sí los precios, pero de las mate­rias primas que poseen los paí­ses ricos en ellas, endeuda­dos per­ma­nente­mente por la ley del más fuerte). Siendo así que el desenvol­vimiento económico de libre con­cu­rrencia depende sustan­cialmente de la confianza, la con­fianza pierde fuerza a pasos agi­gantados. Sin confianza no es po­sible la tran­sac­ción ni el merca­deo, pero tampoco le es po­sible a un país regirse por el pacto social, ni al ciudadano sentirse go­ber­nado. Por el con­trario, en nuestras socieda­des no sólo se va asentando rá­pi­damente un clima de des­confianza ge­neral, sino que la in­cli­nación congénita del ser humano a la domina­ción, a la prepo­tencia y a la destrucción van en un in crescendo cuyo finale tiene todos los visos de ser la catás­trofe que se ave­cina de al­cance incalculable toda­vía. El cata­clismo silencioso del cambio climá­tico que avanza como la lava de un volcán, hay in­dicios serios para pensar que contri­buirá al de­sas­tre.


IV Progreso y generosidad

En definitiva, yo entiendo que el progreso mate­rial de los tiempos actuales, que se produce a costa de grandes des­equilibrios sociales, no sólo es un grave obstáculo para dulci­ficar el talante natural­mente implacable y dominador del indivi­duo, sino que contribuye a potenciarlo. Es imposible sa­ber si ha de edu­carse al niño en el respeto a sus seme­jantes, en cuyo caso será devorado por ellos, o para que sea una hiena más entre hienas, en cuyo caso vivirá soliviantado y an­gus­tiado, o se pa­sará la vida probablemente en la cárcel...

Un dato, que en principio puede sonar a arrogan­cia inso­portable: a estas altu­ras de mi vida me acompaña la sensa­ción de que, a lo largo de ella, en tiempos de prosperidad y entre gentes con mu­chos más recursos que los míos, no he tra­tado nunca a nadie más generoso que yo. No me baso en señales que no se ofrecieran a mis ojos. Es que, cuando co­nocemos el ca­rácter de una persona con la que nos hemos relacio­nado un tiempo, y puesto que la genero­sidad es una cuali­dad que tiene que ver más con la disposi­ción que con un gesto oca­sio­nal, se sabe que no es tampoco probable que fueran gene­rosas a mis espaldas o en secreto. Y no porque yo me tenga por especialmente ge­ne­roso. Es que todos, salvo al­guna excepción hon­rosa, fue­ron mezqui­nos. Y cuando hablo de ge­nerosidad no me re­fiero a la ma­terial, a la "debili­dad" de desprenderse de lo propio y menos, natu­ral­mente, a la prodigali­dad como exceso patoló­gico. Me re­fiero sobre todo a la actitud moral de ponerse en el lugar del otro; a la de tener pre­sente como punto de partida en cuan­tos asun­tos abor­de­mos, la desigual fortuna con que la vida nos trata a todos; a la de pensar que lo que lla­mamos “nuestros mé­ri­tos” que pa­re­cen conferir­nos el derecho a ser lo que so­mos y tener lo que tenemos, no son más que mera circuns­tancia y acci­dente. Podría de­cirse, para que no se inter­prete como un ataque súbito de super­valoración del yo, que no es que yo sea ge­neroso: es que el egoísmo innece­sario y mise­rable es lo que real­mente go­bierna a estas so­ciedades desde que se apoderó de ellas la libre concurren­cia del mercado sin más bridas que las impuestas por los Códigos Penales.


V Mejor igualdad que libertad

La generosidad material viene a ser una simple tensión que determina hasta qué punto debemos compartir o des­prender­nos de lo que es prescindi­ble obteniendo de paso una sen­sa­ción placentera; y la generosidad moral, una ac­titud que nos per­mite reconocer hasta qué punto la miseria que afecta a la mayor parte del mundo es lo que nos per­mite a nosotros vivir regaladamente. Es indu­da­ble que genero­sos y magnánimos, aun en las lla­madas sociedades libres, hay muchos, pero es tre­mendamente difícil encon­trarlos y mucho más en­tre quie­nes gradúan y "dosifi­can" el progreso. La razón es que es el propio sistema el mejor caldo de cultivo para pensar uno sólo en sí mismo... Hace dos mil quinientos años Diógenes de Sí­nope, cuando le vieron con un candil y le preguntaron qué buscaba, contestó: “un hombre”. Hoy ni si­quiera lo hubiera intentado. Quizá hubiera visto más posi­bi­lidades de encon­trar a una mujer....

Por si fuera poco, los últimos acontecimientos del 11 de se­tiembre de 2001 en Estados Unidos están influyendo aún más involutivamente en el orden desordenado de un mundo que ya daba muestras de ir a la deriva. Pues la inseguridad individual que paradójicamente provoca la lucha de los Es­ta­dos contra la inseguridad general, tiene los mismos efec­tos contraproducentes que el intervencionismo en la eco­nomía de libre mercado. El mundo lla­mado libre gravita so­bre la li­bertad en detrimento repulsivo de la igualdad, con las graves tensiones que ocasiona. Pero sucede que si la libertad per­so­nal resulta atacada, ese mundo convencio­nalmente libre pierde su único señuelo. Pues tan terrible puede ser perder la libertad como verla perma­nente y gravemente amenazada.


VI El progreso sólo para unos pocos

La relativa paz que reina en los periodos actuales en los países occidentales es más frágil de lo que se supone. Las chispas son impredecibles. Porque, a pesar de que los vien­tos de globalización fingen abarcar todo lo que conside­ramos positivo, sea­mos sinceros: ¿puede decirse que haya indicios de desearse la fraternidad universal?. Pues aunque siempre existen sectores sociales que se afanan en estas utopías, los ver­daderos protagonistas se encargan de malo­grar siempre cualquier avance serio en tal sentido. Para nada importa que, según el Banco Mundial, "las 356 perso­nas más ricas del mundo disfrutan de una riqueza colectiva que ex­cede a la renta anual del 40% de la humanidad. Mientras hablamos con entusiasmo de la globali­zación, del comercio electrónico y de la revolu­ción de las telecomunica­ciones, el 60% de las perso­nas del mundo no ha hecho nunca una sola llamada telefó­nica y una tercera parte de la humanidad no tiene electrici­dad. En esta nueva era en la que hay más y más conexiones eco­nómicas globales, cerca de mil millones permanecen sin empleo o subem­pleadas, 850 millones de personas están desnutri­das y cientos de millones carecen de agua potable adecuada, o de combus­tible suficiente para ca­lentar sus hogares. La mitad de la población del mundo está comple­ta­mente excluida de la econo­mía formal, obli­gada a trabajar en la economía extra­oficial del trueque y la subsistencia. Otros consiguen llegar a fin de mes en el mer­cado negro o con el crimen organi­zado". Jeremy Rifkin-El País 22 de se­tiembre de 2001.

Decía Marx que "la política es una mera super­estructura cambiante de lo económico". Entonces, no lo discuto. Pero hoy todo apunta a todo lo con­trario. Quien tiene el poder polí­tico y las armas es dueño de la Economía local y global, que puede manejar a su antojo... hasta que le explote entre las manos.

Magníficos tiempos estos. Tiempos mucho me­jores que los de siglos pasados… para el orbe oc­cidental principal o exclu­sivamente. Porque ¿para quién, para cuántos está pensado el progreso? Y, por otro lado, ¿es efectivamente progreso el avance tecnológico y científico? ¿es deseable? ¿es inteli­gente y oportuno tomar del progreso todo lo que ofrece? ¿no será el progreso como ese fruto manipulado, de aspecto magnífico pero luego avi­nagrado y además sólo al al­cance de una parte pe­queña de consumidores? ¿qué es si no lo que ex­presa ese in­forme del Banco Mundial?

A mayor abundamiento, ¿qué es progreso? ¿en qué con­siste? ¿hay que entender por tal la cons­trucción de una vida cómoda, muy cómoda, alie­nante, prorrogada en general a base de imprimir más vértigo y ansiedad al momento, más depresión y hastío a edades cada vez más tempranas; y todo ello a costa del esfuerzo y las carencias de los más?


VII Contrastes según las épocas

De todos modos los tiempos, buenos o malos, es cierto, nunca han sido igualmente buenos o malos para todos. Pero las diferencias enormes habidas entre quienes vivían en el planeta en otras épocas y las que existen entre quie­nes lo pueblan hoy, hoy resultan más penosas por el dra­mático con­traste entre la penuria de tres cuartas partes de la humanidad y el desahogo del otro tercio; y más patético para los espíritus que, sin pertenecer a esa porción privile­giada, se sienten afectados anímicamente por ello porque sienten profunda compasión por esta causa.

Vivir otrora en un palacio o en una casa de barro o a la in­temperie podía ser, y sigue siendo, una muestra dramática de desigualdad social. Sin em­bargo entonces, hasta no hace mucho, había un sólido soporte psicológico que ac­tuaba de arga­masa en el inconsciente colectivo. Y, como siem­pre, la argamasa no podía ser sino una idea gra­bada a fuego: la idea de que los privilegios de unos pocos devenían de la vo­luntad de Dios. Los privilegios de la realeza y del re­sto de la escala social procedían de la misma marca. Todo lo que les sucedía, todo lo que tenían o de lo que care­cían era por vo­luntad divina. El rico, pues, lo era por voluntad di­vina, y el po­bre, como el enfermo, lo eran además por cul­pas suyas o de sus antepa­sados. Así, el desheredado aceptaba con entereza y resignación los designios de la di­vinidad. El la­drón lo era en general por estados de necesi­dad. No se valoraba la realidad ni las desigualdades en tér­minos de "injusticia social". La que existía, me­dida con la mentalidad de hoy, se hacía más lle­va­dera. Las razones metafísicas hacían su trabajo subliminal. Porque la noción de injusticia social, raíz de la injusticia distri­butiva del mer­cado libre, se instala en el cerebro durante el último tercio del siglo XVIII al prender en ellos la chispa rous­seauniana de igualdad.


VIII Entonces...

Hasta entonces pues, el dolor moral provocado por las di­fe­rencias, se aliviaba consecuentemente a través del fatum, de la resignación y de la espe­ranza en una vida mejor o en el más allá. Era un consuelo... La enfermedad y la muerte, el placer y el displacer, la fortuna y la pobreza formaban parte de la misma esencia del alma, y cada conciencia indi­vidual siempre disponía de un último recurso sin necesidad de qui­tarse la vida: refugiarse en el de­seo permanente, en la espe­ranza permanente y en Dios.

Entonces las ideas eran más fuertes que las sen­saciones; los ideales más potentes que las realida­des y los sentimien­tos compensaban en buena me­dida las "necesidades" mate­riales. Las necesida­des tenían cuerpo, podían pesarse y me­dirse, como se pue­den medir y pesar hoy en los países del Tercer Mundo. No había urgencias imaginarias ni artificia­les, y siempre es­taban más próximas a la mera su­pervivencia que al anhelo, al proyecto o a la pre­tensión generalmente inalcan­zables. Quien sobrevi­vía, por el mero hecho de vivir debía sentirse "fe­liz". La ilusión era un potente motor de la vitalidad, y la vida (medida en cómputo li­neal de tiempo -un invento más del hombre), aun siendo en general más breve, era tam­bién intensa, tanto en el placer como en el dolor, y los fenóme­nos y las experien­cias interio­res del espíritu reaccio­naban a los estí­mulos exteriores y a las frustraciones en el fondo im­poniéndose a ellos. El salvaje de cualquier Conti­nente en­tonces desconocido o inexplorado vivía también "su" vida y su cultura; sin injerencias... hasta que era exterminado. Las atro­cidades del mundo sal­vaje se correspondían con las del mundo civilizado, tanto dentro del marco de éste como fuera de él. Sólo se distin­guían por el re­finamiento que hoy ha lle­gado a extremos oníricos. Nada hubieran podido echarse en cara entre sí, en cuanto a crueldad, las sociedades, fueran salvajes o civilizadas, que poblaban de norte a sur y de este a oeste el planeta. Pero en el mundo "salvaje" no hay propia­mente crueldad. La crueldad es fruto podrido de "lo ci­vili­zado". La crueldad es un exceso y una perversión de "lo" na­tural, una exageración de lo que acontece en la Natura­leza, una sobreac­tuación de los actores en el escenario natu­ral. Pero hoy, pocos se re­signan. El ser humano de hoy es más desgraciado que el de tiempos pasa­dos. Y lo es, en la me­dida que sufre más el que perdió la vista a lo largo de su vida que el que na­ció ya con ceguera.


IX La mujer en el tiempo

En cuanto a la mujer anterior, estaba relegada a un plano especí­fico aparentemente secundario. Pero tampoco es muy pro­bable que ella desease un papel distinto. La maternidad y la oca­sión de la educación asociada a ella es concluyente, y de haber "deseado" otra cosa, de habérselo pro­puesto, de haberlo considerado ventajoso, hubiera ido instruyendo a su prole en la dirección que luego, más adelante, ha terminado im­pri­miendo la pedagogía general. Ella debió preferir un pa­pel dis­creto pero influyente. Así, frente a la mayor fuerza fí­sica del ma­cho, rehuía la responsabilidad directa y un predo­minio tam­bién di­recto tanto en lo domés­tico como en lo so­cial. Influir es más y más intere­sante que gobernar, mucho más có­modo y menos arriesgado, y eso es lo que debió elegir as­tuta­mente el sexo femenino durante siglos o milenios... Las excepciones en la gobernación de los pueblos, en cuanto a la figura de la reina, son para mí un misterio antropológico y so­cial. En cualquier caso no hay leyes absolutamente uni­ver­sales ni eternas en las sociedades humanas. Todas son de coyun­tura.

Sorprende en todo caso también cuando se cen­sura el pa­pel que la sociedad de esta o aquella cultura asigna a la mu­jer, que no se tenga en cuenta lo bastante que todas las cul­turas están compartidas por ambos sexos. Y que no tiene sen­tido atribuir las formas culturales de una sociedad con­creta al protago­nismo exclusivo de uno de los dos, y menos culpabi­lizar a uno de las diferencias formales en detrimento del otro. Lo in­deseable o no de cada cultura sólo viene de­terminado por la visión de movimientos y cam­bios sociales de la oc­cidental principalmente, empeñada en arrastrar en sus puntos de vista a otras que, por su cuenta y riesgo, considera inferiores. Esto es desde luego muy poco antropológico. A pesar de todo, no creo que los nume­rosos dichos y prover­bios que existen en todos las lenguas sobre el singular papel, la fuerza moral y la superioridad final de la mujer res­pecto al hombre estén desprovistos de fun­da­mento… Todo depen­derá del as­pecto a que se preste atención en la interrelación de los dos sexos.

X Liberación de la mujer

Por otra parte da la impresión de que la lucha para “libe­rar”, para “convertir”, a la mujer de otras culturas a la nues­tra es otra excusa de las artes manipuladoras económicas. Pues occi­dentalizar a la mujer en un país significa occiden­talizarlo todo. Y un país occidentalizado es un mercado nuevo para los que manejan el mercado global. Este, el de abrir merca­dos, fue el mismo origen que el de la caída de los sis­temas de socialismo real donde, por cierto, la mujer disfru­taba ya de paridad sociopolí­tica respecto al hombre desde los mismos orígenes de su re­volución. La expansión económica como la depredación se valen de las mismas artimañas y disimulos. La pretendida cristianización del Nuevo Mundo, el cubrir por pretendido pudor con paños de Manchester a los aboríge­nes africanos, las Cru­zadas o el Santo Sepulcro para adue­ñarse de la ruta de las especias... todo, ha obedecido siem­pre en realidad a ese mismo repul­sivo propósito mer­canti­lista, aun­que, eso sí, envuelto en evangelios...

Aquellos tiempos estaban dominados por otras fuerzas. Al menos en las gentes de cierta ilustra­ción imperaban la imagi­nación, la fantasía, la ilu­sión, el ensueño... Y la imaginación, la fantasía, la ilusión, el ensueño... ¿transportan menos ener­gía vital, menos potencia existencial, que un ente cor­póreo desprovisto de alma o de espíritu puramente vegeta­tivo? ¿No hay inconmensurablemente más energía en una estrella enana blanca que en una gigante roja que se extingue?


XI Si Dios no existe, todo está permitido

Pero hoy, en nuestra época... Dios ya no existe; los Man­damientos cristianos tampoco. La voluntad divina no inter­viene en el destino de los seres humanos. Es inconcebible hoy un Deus ex machina para explicar y justificar, como se hacía enton­ces, las notorias diferencias que, como las ga­laxias que se alejan entre sí, se producen entre los seres humanos y entre los pueblos del mundo. No se puede contar para el control social con el freno de la religión en Occidente, ni con la ética más exten­dida que sigue funcionando con in­gredientes de moral cristiana. Ambas han perdido demasiada fuerza como para no sentirnos abocados a vivir desconfiados e intran­quilos. Cada día, y por todas partes, se advierten se­ñales de que las sociedades occidentales se conforman con el mínimo del mí­nimo moral: el Código Penal...

Así es como la sociedad actual se va despojando del senti­miento; a duras penas es capaz de fabricar ya ilusión. Los sentimientos se han transformado en sensaciones, las ilu­sio­nes en ansiedad, la fanta­sía en descargas nerviosas que se resuelven en cri­sis depresivas y en patologías emocio­nales. Pero las ansias de sensaciones, espoleadas por per­sis­tentes estímulos, van perdiendo vigor antes de ser dis­frutadas, y di­ríase que el mismo deseo aborta antes de con­vertirse en em­brión por la renuncia prematura. Tal suele ser, entre los más desahoga­dos económicamente, la desgana ante la facilidad en la con­secución de lo deseado. Esta es la razón por la que se pro­curaba en otro tiempo complicar de diversas maneras los trámites en la ob­tención de lo simpático: para gozar preci­samente más al con­seguirlo. En cuanto al dolor, la vida po­día estar expuesta constantemente al dolor físico. La actual lo ha vencido en parte; pero cuando se trata del dolor inso­portable de las en­fermedades terminales, sólo pequeñas porciones de pobla­ción en las socie­dades avanzadas lo remedian efecti­vamente. En todo caso, con los recursos paliativos no se hace sino compensar en parte el dolor po­tenciado por el hedo­nismo y por una mucho más acusada debili­dad nerviosa. El dolor, cada vez se soporta peor. En este pro­greso el dolor no tiene sitio...


XII Inteligencia y espíritu

Por otro lado, se fundan establecimientos donde se educa con grandes gastos a niños y jóvenes, para enseñarles to­das las cosas, excepto sus de­beres; porque no sabrán el sig­nifi­cado de palabras tales como magnanimidad, equidad, tem­planza, humanidad y valor.

En todo caso, aun admitiendo el progreso en su sentido usual y directo, el avance, como decía al principio, es princi­palmente en habilidades, en "técnicas", en recursos dirigidos a la economía del esfuerzo tanto corporal como mental, a alargar la vida un cierto tiempo a menudo en unas condicio­nes la­mentables, y a acortar las distancias. Pero la contem­plación se ha sustituido por el aturdimiento, el placer de viajar se ha convertido en una fórmula de transporte de la ansie­dad y la angustia a otro lugar; el tiempo de vida, pro­rrogado, se re­llena de vacío y hay gran empeño en hacerla "asistida" con tal de presumir de tasas altas, es decir promedios, de longe­vidad... social. Y todo ello en grave detri­mento del verdadero progreso que habría de con­sistir en el robusteci­miento de las fa­cultades del espíritu y de los sen­timientos; los cuales, por el contrario, sa­crificados a una existencia exagerada­mente pragmatista, se van atrofiando progresiva­mente.

Porque, si las diferencias entre el pasado y el pre­sente nos parecen grandes en cuanto al desarrollo de esas técni­cas y de los conocimientos positivos, el potencial del desa­rrollo de las fuerzas del espíritu -que no se ha liberado- sigue intacto; sobre todo en lo que concierne a la convi­vencia y al respeto mutuo. Y así, tanto la ausencia de ideales como la irresoluta confraternidad universal presentan un horizonte tenebroso. A pesar de todo, si compara­mos las posibilidades técnicas del individuo de si­glos atrás con las del actual para trasportarse o despla­zarse a la velocidad de la luz o la de ponerse en rela­ción con otras dimensiones o la de practicar esa armo­nía cósmica que quizá está reservada sólo a otros mundos, el ser humano no ha avanzado mucho más que el chimpancé que aprendió a ser­virse de una piedra para romper la cás­cara de un fruto o a usar un hilo de hierba para sacar hormigas del hormi­guero y comérselas.


XIII Vivir ¿o existir?

Es indudable que el ser humano tiene un insa­ciable apetito de "saberes" sobre todo lo que le rodea, y que no soporta ig­norar de dónde viene, a dónde va y por qué está aquí. So­bre todo desde que es "consciente de sí" como sujeto sepa­rado del objeto... Por eso ha tenido que inventar reli­giones, teorías y supersticiones. Y buena parte de esa inquietud, que ali­menta con ellas a lo largo de su existencia, es el águila que envía Hermes a Prometeo para que devore por el día sus en­trañas que se regeneran cada noche. Pero el em­peño en respuestas que jamás se le darán, no hace sino acrecentar la angustia. Sin embargo reconozca­mos que, sobre todo a par­tir de esta edad en que se ha dado con las claves cifradas de la vida, lo mejor sería que sea la vida quien encargue de "lle­varnos" hasta el fin sin que, por nuestra propia tranquilidad, debamos insistir en averiguar inútil­mente lo que sabemos de antemano nos está ve­lado. No es esto cuestión de carácter, ni un ata­que de pesimismo. Todo lo contrario. Es sencilla­mente que todo tiene su tiempo y todo se perte­nece a un ci­clo. Y si nos ufanamos de ser capaces de prolongarnos con mañas la vida más allá del tiempo que la naturaleza nos tiene asignado, ten­gamos al menos la honestidad de reconocer tam­bién que son millo­nes los seres del Primer Mundo que, aun sin enfer­medades orgánicas ni sufri­miento físico, "exis­ten" a costa de arras­trarse. Porque arrastrarse y arrastrar la vida es, ese es­tado anímico y psicológico incapaz de prose­guir el último tramo con la actitud contemplativa o crea­tiva que da sentido a la existencia. Lo que prueba que la prórroga sobraba...


XIV La longevidad

Si se analizase a fondo el estudio sobre las en­fermedades del espíritu a partir de los 60, se com­prendería mejor lo que quiero decir. Sospecho que muchas formas de demencia a esas edades obede­cen sencillamente a la fatiga y al conven­cimiento íntimo de que vale muy poco la pena seguir ade­lante, en vista de lo que depara el estado deterio­rado de la Naturaleza por doquier y lo que cabe esperar de estas socie­dades. Lo que ocurre es que quienes se encargan de las eti­quetas y de hacer los diagnósticos conservan todavía el vigor y la ilusión de su edad, ponen el nombre de las diferentes "enfermedades" que en el fondo es una sola, como si no fue­sen estados generados ya desde "la otra vida". Pero tanto da que se homologuen o no, pues en cualquier caso todo se re­duce al desencanto y al desapego naturales. El cuerpo sigue, pero el espí­ritu ha dimitido. Si los que gobiernan fuesen gen­tes de edades avanzadas, como la de los senadores de la ma­yoría de las ciudades-estado de la antigua Grecia, la le­gisla­ción sobre eutanasia la subvencio­naría animosamente… Preci­samente en dar valor, altísimo valor, a la eutanasia inte­gral se encerraría otro de los verdaderos avances del autén­tico pro­greso para merecer el título de serlo. Pues ya que no hay obstáculos de creencias religiosas por parte de los Esta­dos que se dicen aconfesionales, no hay razón para dificultar y menos para impedir el suici­dio asistido. Lo que debiera com­prenderse de una vez es que una vida digna seguida de la posibilidad de una muerte digna, sin dolor y plácida —la ver­da­dera eutanasia—, enaltecería y daría a la exis­tencia ese sentido que todos buscan y pocos en­cuentran. Y con mayor motivo si antes la vida no fue digna. La tutela, protección o restricción del Estado en este delicado asunto carece de fun­da­mento cuando la libertad individual en estas socie­dades se predica como el máximo valor y la deci­sión de acabar uno con su propia vida en nada perjudica a la sociedad. El pro­greso en fin en este aspecto consistiría en que el Leviatán no sólo res­petase la sublime decisión de quitarse uno la vida sea cual fuere el motivo, sino que le asistiese con la mejor dispo­si­ción. Podría decirse que el día que el ser humano, en cual­quier lugar del mundo, pueda acudir por su propio pie a un centro público donde recibir asistencia para quitarse la vida sin dolor y sin tener que dar explicaciones, habrá conquis­tado la llave de una de las puertas en que comienza el ver­dadero progreso. Pero resulta que, con demasiada frecuen­cia, na­ciones que se tienen por avanzadas siegan una vida tras otra me­diante la ejecución "legal", la pena de muerte, o se lleva a los hombres y mujeres a morir a guerras que care­cen del único motivo que las justifica: el rechazar la invasión extran­jera. Y en cam­bio se dificulta la muerte de quien quiere morir tran­quilamente y se persigue a quien está dispuesto a ayu­darle.


XV Sin capacidad de asombro

Claro está que no conviene que conozcan el se­creto quie­nes no habiendo llegado a la edad crítica sabemos que ade­más tienen escasos recursos para enfrentarse al tedio. Por­que la curiosidad puede prolongarse pero, tarde o temprano, uno se da cuenta de que ha "visto" todo, intuye todo, penetra "todo"; uno comprueba que "todo" en la vida es una repetición de lo mismo y encierra aproxima­damente la misma trama. Sólo cambio de aspecto. Para el individuo todo queda redu­cido, en privado a dormir bien, y en sociedad, a defenderse de los depredadores y a abusar de los demás o a evi­tarlo... si puede. Lo mismo que sucede en la Natu­raleza salvaje (salvo las especies industriosas y en aquéllas en que los indi­viduos se ayudan sin reser­vas entre sí): todo consiste en mantener el instinto avizor para per­cibirse de ello.

Se esfumó quizá el principal atractivo del vivir: la capacidad de asombro. Si el hombre renunciase a intentar domeñar las leyes de la Naturaleza (casi siempre inútilmente, porque la Naturaleza suele cobrar al final al hombre un precio mucho mayor que el que éste pagaba por permanecer en la ig­noran­cia), renunciando de paso a indagar el por qué de tantas co­sas, y se aplicase a la creatividad y a la contempla­ción filosó­fica, religiosa o artística de la existencia sin más (algo que sólo algunos eligen y pueden), vería el mundo a través de maravi­llosas intuiciones que permanecían en esta otra moda­li­dad de existencia, ocultas. Y observaría, que la in­tuición es un fluido mucho más sólido que la epis­teme para vivir en paz, pues ar­moniza mejor con la Naturaleza que la razón sobre todo cuando ésta está corrompida por los exce­sos del pro­greso.


XVI ¿Hacia dónde vamos?

Bien, no pongamos reparos al conocimiento, al saber y al esfuerzo por dominarlos. Tampoco hagamos ascos al hecho de que en lugar de vivir 60 años, la sociedad haya conse­guido prorrogarse la vida hasta entrados los 80 (Eso dicen las esta­dísticas sobre la esperanza de vida). Pero lo que aquí quiero poner de relieve es que, por un lado, a la postre, al ser humano, individualmente conside­rado, le sirve de bien poco el progreso; y, por otro, que para considerarlo avance, y ya que conocemos los puntos de partida de la Historia, sería preciso fijar la meta. Y hay muchas pruebas de que el hombre en tanto que especie viviente no sabe cuál es esa meta, ni qué se propone, ni hacia dónde camina. Cada rama de la ciencia y del conocimiento actúan por su cuenta, sin saber a priori en muchos casos qué persiguen y para qué. Con el ins­tinto perdido, quizá pervertido, camina ciego, sin rumbo y sin objetivos definidos. Más bien carece ya de instinto, y lo que de él le queda le sirve de poco, pues en su lugar se ha insta­lado el dogma de las especialidades, de la Medicina, de la Economía, de la Política, de la Técnica y de la Ciencia. El ser humano se ahorra esfuerzos con sus descubri­mientos y se prolonga la vida, sí, pero debe aten­der a esa prórroga de la que se ufana. Pero cuando le presta atención ve que, aunque la enfermedad no haya hecho presa en él, se ha debilitado moral, psicológica y físicamente, y pronto surgen las mis­mas limitaciones de siempre propias de toda oxida­ción. La pesa­dumbre, el tedio, se presentan casi siempre prematuramente. La necesidad de cuida­dos y de una atención cada vez más problemática, hace sentir pronto la tentación de elegir la sole­dad voluntaria como mal menor. Además, no sabe bien cómo debe emplear el ocio. Sufre más. Con fre­cuencia pensará que hubiera sido preferible una vida más corta… La sociedad ac­tual, en estas condi­ciones, está compuesta de una población cada vez más desmotivada por diversas causas, y ésta, el "ex­ceso" de vida, es otra de ellas. Los síntomas de la enfer­medad de la desmotivación o de la falta de ilusiones son pa­tentes y están cada vez más exten­didos. El envejecimiento no es ar­mónico. El alma envejece antes que el cuerpo. Aquí es donde em­pieza la conflictividad social profunda. Pero, por otro lado, si las instituciones extremasen el rigor para paliar los síntomas del "fracaso" social, la mitad de los individuos de la sociedad deberían estar en la cárcel y la otra mitad en el manicomio. Aun así, crece el número de los enfermos del es­píritu en la medida que de­crece el de gente honrada. Esta clase de socie­dad no da para más...


XVII Ayer y hoy

Antes y ahora; ayer y hoy...
Efectivamente existe progreso. Pero el progreso verdadero estriba en el "detalle" de que amplísimos sectores de la so­ciedad que en otro tiempo vivían penosamente y morían prematuramente -todo se­gún nuestros módulos actuales-, han asegurado su nutrición, su higiene y un cierto respeto personal por parte de las clases poderosas. Y esto sí es un notable logro de las revoluciones sociales. Pero dos perso­nas acomodadas que se encontrasen ahora, una de estos y otra de aquellos tiempos, las dos con una nutrición y una higiene suficientes, ambas más inclinadas a disfrutar del es­píritu que de los sentidos, más volcadas en la vida interior que atentos a los estímulos que les vienen de fuera, intere­sadas ambas en crecer... apenas notarían diferencias. Es más, una per­sona de entonces transportada al día de hoy por el túnel del tiempo, no sólo vería que no ganaba, que no había avan­zado cualitativamente en su desarrollo vital con el progreso, sino que no le compensaba en absoluto el cambio.

Pues los adelantos y las comodidades materiales no su­plían a sus disposiciones morales y emocio­nales, la Natu­raleza estaba degradada hasta la consternación, y las co­modidades habían materiali­zado la existencia hasta haberse cosificado ésta también. En definitiva todo llegaría a consti­tuir para él un grave estorbo, si no era capaz de hacer frente a tan excesi­vos estímulos para evitarlos. Y, por otra parte, si conseguía vivir ajeno al progreso, disociándose esquizofré­nicamente de él, constata­ría hasta qué punto los "adelantos" no enriquecían anímicamente su vida, sino que la empobre­cían considera­blemente.

Las epidemias y las plagas diezmaban a los pue­blos. ¿Y no diezman a los pueblos más civilizados los accidentes, las enfermedades “nuevas” deriva­das de la propia artificialidad de la vida, y los crí­menes cada vez más frecuentes?...


XVIII Pensar por cuenta propia

Para vivir media vida en una dudosa felicidad, porque la fe­licidad es incompatible con el vértigo y la descompostura, hay que vivir la otra media con una agobiante sensación de deca­dencia. Para vivir esa media con la ilusión de una cierta pla­cidez uno ha de procurarse la semiconsciencia defen­siva, mi­rar a otro lado cuando se nos exhiben las execra­bles diferen­cias materiales entre los seres huma­nos; esquivar la altísima presión que imponen los medios audiovisuales haciéndonos casi imposible pensar por cuenta propia; evitar mirar al cielo para no ver hasta qué punto el ser humano degrada la bios­fera y se apropia de lo que pertenece a las próximas genera­ciones… todo lo cual somete a quienes aún conservan algún resto de sensibilidad, a estados per­manentes de ánimo que oscilan entre la consternación o la angustia y la indignación.

Estos tiempos son para los amantes de las ferias y de los parques de atracciones, pero no para quienes en la con­tem­plación de la Naturaleza y en el desmayo que nos pro­cura el Arte, encuentran la fuente de la vida. Y ¡cómo podremos dis­frutar des­hinibidamente —como sólo se puede disfrutar— del Arte, si no nos es posible olvidar el porvenir que espera a los bosques, a los mares, a los ríos, a las bes­tias… y a la propia especie humana! ¡Cómo dis­frutar de la armonía si para ello tenemos que hacer oídos sordos a los crujidos que a cada momento escuchamos en una casa que se va desmoronando rápidamente un poco cada día!


XIX Atrapados en nuestra época

Sin embargo, quienes nos encontramos atrapados en esta época gozando de acomodo, tenemos una posibilidad de la que carecían los que vivían en otras. Pero antes, hemos de haber aprendido a proteger nuestra sensibilidad para no per­derla. En estos tiempos es difícil separar el grano de la paja. Y en esto consistiría propiamente progresar tanto en el as­pecto ma­terial como moral. Aun así, pode­mos comprobar hasta qué punto el persistente in­flujo de la publicidad y de los cantos al hedo­nismo nos incita a toda hora a perseguir y aceptar place­res instantáneos durante media vida, a cambio de un prematuro desinterés por la vida en la otra mi­tad...

Del examen de la vida de 100 compositores y otros tantos pintores, escritores e intelectuales desde el Renacimiento hasta mediado el siglo XX, se obtiene un resultado sorpren­dente: Si descar­tamos la muerte temprana de muchos de ellos en el siglo XIX por efectos de la tuberculosis y epide­mias, el promedio de 63 años se corresponde a los 75 de es­peranza de vida de un euro­peo actual. Gran número de aquéllos vivieron más de 80 años. Lo que significa que si las grandes masas de pobla­ción vivían la mi­tad de tiempo del que viven hoy, quienes tenían la higiene y la nutrición asegu­rada y añadían creatividad y esfuerzo intelectual, vivían tan­tos o más años que lo que las estadísti­cas nos anuncian de promedio para un hombre o mujer actuales de Occidente.


XX La salud y la Medicina

La principal razón que pretende justificar hoy día la nece­si­dad de una mayor atención médica con relación a la re­que­rida hace un siglo es que la “naturaleza” de “antes” era más robusta. Pero pre­cisamente, la causa del debilitamiento de la natu­raleza actual probablemente radique, entre otras causas, tanto en recurrir compulsivamente a la Me­dicina sin dar tiempo a que el organismo organice sus defensas, como en descuidar la nutrición, ma­nipulada y desprovista a menudo de sus propieda­des primigenias. El estrés, primero, enseguida la desgana, y más tarde la an­gustia y la depresión... completan el cuadro decadente.

Por otra parte, la industria farmacéutica, quirúr­gica y médica mueve ingentes cantidades de di­nero. Toda argumentación sobre este asunto que trato pasa por el hecho de que en es­tas sociedades el logro de ventajas prima sobre la amis­tad, sobre los afectos, sobre la compasión, sobre la con­ciencia social y sobre la emoción estética. Y en estas condi­ciones nuestra salud, con la excusa de ser protegida y pre­venida, está en el punto de mira de esas industrias voraces. Y dada la facilidad con la que el ser humano se torna apren­sivo y la presión que amplísimos sectores económicos ejer­cen para que recurramos a la Medicina al menor síntoma, nos expo­nemos considerablemente al riesgo de sus experi­mentos, al mal cálculo, al diagnóstico erró­neo o precipitado y a la hiper­medicación, olvidando los mensajes general­mente de pru­dencia que el instinto envía al cerebro, antes con viveza y hoy casi inaudibles.


XXI Fracasos de la Ciencia Médica

Existe un generalizado entusiasmo por el progreso en mate­ria médico-quirúrgica, cuando lo cierto es que el orga­nismo humano siempre es el mismo aunque debilitado ahora por efecto de la desme­surada presencia e influencia de la Medi­cina. Si co­nociésemos una estadística sobre los fracasos y errores de la Ciencia Médica, quizá cambiáse­mos de opinión acerca de su importancia y su eficacia. Todo lo cual, unido a una alimentación desequili­brada y a la merma de la vida afectiva en favor de una sensualidad compulsiva en todas sus vertien­tes, va debilitando paulati­namente aún más esa natu­raleza que "no es la que era ". Otro factor que influye podero­samente en que la naturaleza de los occidentales "no es lo que era" es otro exceso: el de higiene. Frente a la forzosa falta de higiene del pasado, hoy, cuando planea en el hori­zonte una dramática escasez en países donde ha abundado, se rinde culto al agua, y el consumo se dispara cuando me­nos se dispone de ella en los países de los que hablo. En cuanto al ejercicio físico, necesa­rio para una salud equili­brada, o no se practica o se exagera. El paseo a duras pe­nas es ya posible en las áreas urbanas, y se ha sustituido por fe­briles sesiones de gimnasio. Y no siendo ajeno nada en estas sociedades a la influencia conta­minadora de las cuentas ban­carias, el afán desmedido de noto­riedad, de éxito y de di­nero que desde distintos fo­cos se potencian, el ejercicio físico se consagra a las especialidades deportivas para ser prac­tica­das casi en forma degradante. En suma, una naturaleza más debilitada… para una vida quizá más larga pero en pre­carias condiciones anímicas, psicoló­gi­cas, mentales y físicas.


XXII ¿Valía la pena llegar hasta aquí?

En efecto, ¿valía la pena llegar hasta aquí? Ni qué decir tiene que, como todo lo que acontece para bien o para mal, pertenece al fatum. Pero, después de la experiencia, ¡cuántos preferiría­mos haber vi­vido en otro tiempo de la historia, en tiempos de una Naturaleza virgen y cuando todo estaba pre­si­dido por una diferencia nítida entre "la belleza" y "la depra­vación", aunque la depravación haya exis­tido siempre!.

Sin habérmelo propuesto, a lo largo de esta elu­cubración acabo de dar vida a las aspiraciones del hombre retropro­gre­sivo; ese tipo metafórico ideado por Salvador Pániker. Se­gún él "se trata de un ejercicio complejo que consiste en utili­zar herra­mientas sofisticadas del pensamiento más actual y, a la vez, "deconstruir" ese pensamiento recupe­rando la virgi­nidad de origen". (...) Pues, "Es bueno volver la mirada hacia los antiguos porque ellos vieron lo que nosotros ya no vemos. (...) El hombre primitivo, como ha enseñado Eliade, no lle­vaba so­bre sí la carga del tiempo irreversible, y, en este con­texto, no vivía angustiado".

De esto se trata, de librarnos de la angustia que genera el torbellino del progreso, de servirnos, sólo, de lo digno de ser aprovechado…

Forma parte del patrimonio del progreso no creer en nada, pero sí desmedidamente en la Tecnolo­gía y en la Ciencia. Pues bien, debemos resistirnos denodadamente a quedar­nos sin música y sin amor; sin dioses y sin mitos. Quizá porque, aun sin "creer" precisamente ni en el dios Tecnolo­gía ni en el dios Ciencia, así como los antiguos griegos vi­vían "como si" existiesen los dioses del Olimpo, nos con­vendría creer en toda propuesta e intuición sobre "cualquier" forma de vida después de la vida. Por eso, y por el amor que sen­timos hacia la Naturaleza, debiéramos fomentar la figura del nuevo homo religiosus, una combinación de natu­ralidad y de cos­movisión del mundo y de la vida.


XXIII La biosfera, herida de muerte

De todos modos nos encontramos en un mo­mento muy crí­tico de la vida sobre la Tierra toda. Son tantas las amenazas que se ciernen sobre ella y que acechan a la biosfera, que es muy difícil no tenerlo en cuenta por más que tratemos de ig­no­rarlo: el mismo desastre climático al que asistimos, los in­cesantes suicidios de cetáceos, los pavorosos incendios, la desaparición de la masa vegetal, día a día, lo impide. El hombre, y siempre por antono­masia el occidental, autor siempre de los mayores crímenes contra la humanidad, cree dominarlo todo y cree también controlar la propia existencia como especie viviente “superior”. Pero ha calculado mal y, o no las ha tenido en cuenta, o especula con un optimismo in­sensato so­bre las consecuencias de sus excesos. Y cuando quiera re­accionar, será tarde. La vida sobre la Tierra peligra grave­mente, y la percepción o sensación de esta amenaza blo­quea cualquier optimismo razonable. Como dice Manuel Nieto, profesor de Geología y geodinámica de la Universidad de Valencia: "La naturaleza se re­siste a ser aprehendida, y las leyes naturales que hoy conocemos son sólo relaciones causa-efecto, o reglas de aplicación. Estamos muy lejos de alcanzar la sabiduría requerida para actuar con rigor. En con­secuencia, lo que debiera haber es una re­flexión serena. Hay que parar a pensar adónde vamos y decidir los modelos de uso del territorio y de los recursos naturales. Con participa­ción y con rigor, y no con posturas apriorísticas basadas en informaciones sesgadas".

El camino actual conduce al precipicio. Y es que todo tiene su orto, su cenit y su ocaso. Muchos si­glos fueron necesa­rios para preparar el progreso tecnológico alcanzado en uno. Pero es sabido que lo que la Naturaleza y la historia de la humani­dad producen después de una larga y lenta gesta­ción, el hombre siempre fue capaz de destruirlo en un solo día. Creemos que, como rigurosamente anun­cia Spengler, con la apoteosis del progreso en los inicios del siglo XXI se inicia su fase terminal, la plena decadencia de Occidente. Y que el fi­nal que se avecina, de naturaleza aún incierta, está dema­siado cercano como para no presentirlo sin nece­sidad de que se nos tilde de esotéricos. El pronós­tico que hace más de dos lustros hizo Fukuyama en su obra el Fin de la historia, lo ha maquillado con ambigüedad después en su posterior ensayo La confianza; quizá para que no cunda el desánimo o para no pasar a la Historia del futuro, si lo hay, por agorero… Pero en el otoño del 2003, ¿qué clase de con­fianza que no sea inge­nua o necia, se puede tener sobre el porvenir de la humani­dad y del planeta? ¿Milenarismo, o pru­dencia elemental, al hacer juicios de valor?

Mientras tanto, hasta que la ruina total se mani­fieste, y aun­que tampoco estamos dispuestos a re­nunciar a lo que de in­terés aportan estos tiempos ¡cómo, si se nos diera a elegir, no elegir cualquier otro siglo precedente aunque sólo fuera para poder ver el firmamento repleto de estrellas y aspirar el aire de los bosques a pleno pulmón bajo un cielo tachonado y limpio!

Junio 2003