Dentro de una letrina no hay más que heces. El sistema occidental rebozado actualmente en neoliberalismo es una letrina. Nada se libra del frenesí por el dinero y por la ganancia fácil e inmediata que el individualismo atroz, que avanza como la lava de un volcán, se propulsa en la sociedad total despojándolo todo del esfuerzo y de otras razones morales que secularmente justificaron el beneficio.
El principio, el punto de partida es que todo lo que toquemos, salvo esas excepciones que perduran, heróicas, sometidas a una presión insoportable, está putrefacto.
¿Quien, con esta filosofía de la vida social que nos aplasta puede responder, sin hacerlo acompañar de amenazas y rejas, a un ladrón que "no es justo" desposeer a otros, cuando la inmensa mayoría lo hace; más: cuando la inmensa mayoría no se dedica a otra cosa? ¿Quién, inmersos todos en un sistema que ha sacralizado la riqueza, la opulencia, los jets privados y las mansiones ostentosas puede persuadir a otros de que el "bien común" es un concepto excelso que excluye, que repele los excesos, en el interés de "todos"? ¿Quién, con la exaltación incesante en todos los ámbitos de la vida pública del placer inmediato, de la huida del más mínimo dolor, de la esquiva del contratiempo a cualquier precio... puede enseñar a un niño o a un adolescente o a un joven lo que es el "bien común" y el porqué del “bien común” que impregna toda la filosofía individual y social desde la noche del tiempo?
No ya empresarios, que para "eso" están ahí, para enriquecerse; no ya regidores, concejales, abogados, médicos, banqueros, notarios... que para eso están ahí, para hacer de su objetivo principal de vida el ganar dinero sin el menor miramiento a deontologías que ya no existen... Es que curas, maestros, periodistas, editorialistas, intelectuales de guardarropía y tantos profesionales cuyo eje de su vida fue la sobriedad, se han incorporado al festival y al festín de acaparar ganancias haciendo ascos a la ética que ha desaparecido como tantas especies están desapareciendo de la biodiversidad.
Y la religión, que tanto daño moral ha hecho a tantos al lado del consuelo que ha proporcionado a otros, que no ha dejado hasta hace poco, con sus amenazas del infierno y otras represalias el sistema, de fortalecer y de reforzar la fuerza de los poderosos es, para unos una sensibilidad y para otros una sensiblería asimismo a extinguir. Y si ya históricamente fue deleznable por culpa de buena parte de su jerarquía, da la impresión de que empieza a ser también otra olla podrida hasta en las bases. En todo caso ha perdido demasiada fuerza frente al vendaval del egoísmo generalizado, como para tenerla por muro de contención.
La sociedad, para la mínima estabilidad que le aleja de la horda, está a punto de tener que conformarse con los Códigos Penales. Aunque esto tampoco es exactamente así, pues los códigos penales siguen pensados para los desgraciados. A los ladrones de postín se les despacha con los consabidos embargos de sus rapiñas, siempre ilocalizables por definición o a nombre de terceros.
El caso es que dentro de poco no habrá gobierno que lo resista, y tendrá que destinar a misiones policiacas y judiciales a media sociedad para mantener a raya a la otra media. (Algo así está haciendo Bush en Norteamérica. Lo que ocurre es que él y sus filósofos mediáticos y toda la basca son quienes han propiciado este caos que parece abocado a resolverse en el otro caos de la guerra total).
Pese a todo, dentro de otro poco, repito, esa media sociedad represiva y fiscalizadora de naturaleza funcional o funcionarial acabará engullida, como ya lo está buena parte de ella, en la misma letrina en que se encuentra el resto.
El principio, el punto de partida es que todo lo que toquemos, salvo esas excepciones que perduran, heróicas, sometidas a una presión insoportable, está putrefacto.
¿Quien, con esta filosofía de la vida social que nos aplasta puede responder, sin hacerlo acompañar de amenazas y rejas, a un ladrón que "no es justo" desposeer a otros, cuando la inmensa mayoría lo hace; más: cuando la inmensa mayoría no se dedica a otra cosa? ¿Quién, inmersos todos en un sistema que ha sacralizado la riqueza, la opulencia, los jets privados y las mansiones ostentosas puede persuadir a otros de que el "bien común" es un concepto excelso que excluye, que repele los excesos, en el interés de "todos"? ¿Quién, con la exaltación incesante en todos los ámbitos de la vida pública del placer inmediato, de la huida del más mínimo dolor, de la esquiva del contratiempo a cualquier precio... puede enseñar a un niño o a un adolescente o a un joven lo que es el "bien común" y el porqué del “bien común” que impregna toda la filosofía individual y social desde la noche del tiempo?
No ya empresarios, que para "eso" están ahí, para enriquecerse; no ya regidores, concejales, abogados, médicos, banqueros, notarios... que para eso están ahí, para hacer de su objetivo principal de vida el ganar dinero sin el menor miramiento a deontologías que ya no existen... Es que curas, maestros, periodistas, editorialistas, intelectuales de guardarropía y tantos profesionales cuyo eje de su vida fue la sobriedad, se han incorporado al festival y al festín de acaparar ganancias haciendo ascos a la ética que ha desaparecido como tantas especies están desapareciendo de la biodiversidad.
Y la religión, que tanto daño moral ha hecho a tantos al lado del consuelo que ha proporcionado a otros, que no ha dejado hasta hace poco, con sus amenazas del infierno y otras represalias el sistema, de fortalecer y de reforzar la fuerza de los poderosos es, para unos una sensibilidad y para otros una sensiblería asimismo a extinguir. Y si ya históricamente fue deleznable por culpa de buena parte de su jerarquía, da la impresión de que empieza a ser también otra olla podrida hasta en las bases. En todo caso ha perdido demasiada fuerza frente al vendaval del egoísmo generalizado, como para tenerla por muro de contención.
La sociedad, para la mínima estabilidad que le aleja de la horda, está a punto de tener que conformarse con los Códigos Penales. Aunque esto tampoco es exactamente así, pues los códigos penales siguen pensados para los desgraciados. A los ladrones de postín se les despacha con los consabidos embargos de sus rapiñas, siempre ilocalizables por definición o a nombre de terceros.
El caso es que dentro de poco no habrá gobierno que lo resista, y tendrá que destinar a misiones policiacas y judiciales a media sociedad para mantener a raya a la otra media. (Algo así está haciendo Bush en Norteamérica. Lo que ocurre es que él y sus filósofos mediáticos y toda la basca son quienes han propiciado este caos que parece abocado a resolverse en el otro caos de la guerra total).
Pese a todo, dentro de otro poco, repito, esa media sociedad represiva y fiscalizadora de naturaleza funcional o funcionarial acabará engullida, como ya lo está buena parte de ella, en la misma letrina en que se encuentra el resto.
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