La corrupción social casi se expresa por sí sola y está relacionada con numerosos aspectos que lesionan gravemente a la colectividad. Pero existe corrupción no sólo cuando se comete el delito económico inherente al sistema capitalista (extorsión, estafa, usurpación, defraudación, insolvencia punible, alteración de precios, societarios, receptación, contra la Hacienda Pública y la Seguridad Social, contra los derechos de los trabajadores y de los ciudadanos extranjeros, contra el medio ambiente, contra el patrimonio histórico, contra los recursos naturales), sino también en toda función que por activa o por pasiva los propicie o encubra.
La corrupción empieza en los actos preparatorios que preceden al delito propiamente dicho. Son esas omisiones a menudo tan funestas como el delito tipificado en sí, porque el conocimiento de ellas induce o alienta a cometer delitos similares.
Quizá sea para algunos muy duro reconocerlo. Pero vivimos en un país corrupto por los cuatro costados. Empezamos por la “mordida”. No sabemos si está o no generalizada hoy día la “mordida” en este país al que acuden miles de inmigrantes. Pero la “mordida” es el típico asunto que evoca el tercermundismo. Y ahora, por un estadista latinoamericano que está de moda, nos enteramos de que dos policías le pidieron no hace tanto tiempo 500 dólares para entrar en España...
Que España, vista desde fuera y ya también desde dentro es un país corrupto, ligero de cascos y marginal dentro de Europa, lo vemos cada mañana al levantarnos. No es un cesto de manzanas sanas en el que hay algunas podridas. Es un cesto de manzanas podridas donde hay algunas sanas.
Por poner un ejemplo vivo. El archivo de una denuncia por un juez puede ser corrupción sin “culpa” al estar dentro de sus atribuciones si “no aprecia” indicios racionales de criminalidad en el hecho denunciado... La omisión de su denuncia al Banco de España por un notario que no da fe de la escritura sospechosa, es corrupción. El Banco de España que no cursa una denuncia de la asociación de consumidores de bancos y seguros de España (Adicae) incurre en corrupción. Y así sucesivamente. Archivo y omisión son fáciles de justificar o enmascarar. Pero ahí es donde suele empezar la infección, pues escriturar la propiedad es requisito prácticamente indispensable y nada puede hacerse frente a la declaración de denuncia improcedente por parte del Banco de España.
Los irreductibles amantes de la democracia dirán que en la democracia se persigue, y que así se depura. Y así es, se depura. También en los países con democracia popular: Cuba y China. La diferencia está en que cuando de estos países llega la noticia de una corrupción severamente castigada, los democrático-capitalistas aprovechan la ocasión para denigrarlos. Cuando, como dice Pascual Serrano, en un país de socialismo real "no hay electriciad o se derrumba un edificio", se apresura el enemigo a decir que urge cambiar el sistema por desastroso. Pero en Occidente y especialmente en España, la podredumbre se extiende por todas partes y nadie clama ya por un cambio de sistema que es lo que está pidiendo a gritos este país.
Pero es que hay otros aspectos. Y es que aquí, en España, los encargados de perseguir la corrupción no dan abasto. Teniendo en cuenta cada pufo que sale a relucir, podemos calcular cualquier cifra sobre los que no emergen. Yo aventuro un cálculo: de cada caso escandaloso que salta por los aires, seguro que hay nueve ocultos, larvados e impunes.
Unos delitos y sus delincuentes surgen cuando menos lo esperamos, otros pueden permanecer latentes durante quince años, como en Marbella, y otros no llegan ni a sustanciarse, bien por falta de pruebas, bien porque quienes deben perseguirlos miran a otra parte, o bien porque un juez o varios archivan, como he dicho, las denuncias. O bien, como en el caso de las estafas filatélicas que son de actualidad, el Banco de España, el Ministerio de Economía y la Comisión del Mercado de Valores se desentienden en 2002 de una denuncia de la mentada “Adicae”.
En otros casos, la cosa se deja ir. Como en el llamado “golpe de asamblea”, el de la Asamblea de Madrid. En ese trance dos tránsfugas turbios, como todos los tránsfugas, permitieron que alguien parecido a una señora se aposentara del cargo para copar impunemente la Comunidad. Entre ella y el alcalde de la capital, de su mismo partido, tienen a la región virtualmente secuestrada: corrupción.
Telefónica, Terra Mítica, Marbella, caso Fabra, Gescartera... y un sinfín de casos impersegibles por la astucia de los corruptos, de los prevaricadores, de sobornados y de sobornadores, están ahí corroyendo el país como la carcoma la madera... ¿Cuántos, de los que están no ya en ella sino cerca de la ciénaga, podemos calcular que en España no se dejan contaminar?
Es imposible hacer una relación exhaustiva de los posibles casos de corrupción. A vía de ejemplo y aparte la urbanística ya suficientemente desvelada y comentada, en la política no hacemos más que observar a miserables sin estatura para representar a nadie; en la abogacía, a innúmeros abogados sólo atentos a cobrar provisiones de fondos sin importarles la improcedencia de muchos de los litigios que ponen en marcha; en la fe pública, la complicidad de los notarios con el blanqueo de dinero al no denunciar tanta escritura sospechosa que pasa por sus manos; en la banca, la no menos opaca procedencia de fondos sin que tampoco notifiquen de ellos al Banco de España; en los profesionales de la arquitectura, proponiendo edificios insanos, sin luz solar, sobrecargando el gasto de energía y con efectos perniciosos en la salud de los empleados; en los medios, destacando lo irrelevante hasta convertirlo en piedra de escándalo y solapando lo grave porque detrás están los verdaderamente poderosos; en Medicina, tanto médico cobrando de esta u otra sociedad sanitaria una intervención quirúrgica cuando quien opera es otro colega recién salido de la Facultad... Hasta la ciencia en general está más atenta a arropar los intereses de la industria farmacéutica, de la energética, de la química, etc, que a seguir las pautas de la deontología. Todo, sin que nadie señalado o con peso específico diga en voz alta: “esto no puede seguir así, hay que instituir mil brigadas anticorrupción en todos los ámbitos y sectores del mercado para que este país no sea un paraíso de corruptos, como una república bananera”.
España viene dilapidando desde hace veinte años buena parte de los fondos de cohesión que la UE puso en sus manos; fondos que en muchos casos corruptamente fueron a parar a fines distintos de los asignados.
La economía se mantiene gracias a la única tarea que sabe el español “emprendedor”: la construcción febril y frenética de norte a sur y de oeste a este. No hay otras iniciativas de enjundia que creen riqueza y empleo. Pero el día que la burbuja inmobiliaria explote, se verá cuál es la auténtica extensión de la gangrena. Y entonces España se derrumbará con ella quedando al descubierto la incapacidad de un país para ser respetable y respetado por la Comunidad internacional que no ha digerido todavía el modelo democrático. Democracia a la que, después de los abusos de la dictadura anterior, los proxenetas tratan como si fuera una mala ramera. Democracia de la que sólo les interesa su libertad para defraudar en la mayoría de los casos impunemente al pueblo de mil maneras.
Pero hay que recordar que, una vez que un cuerpo vivo -y cuerpo vivo es un país- está completamente corrompido, sólo puede renacer de sus cenizas con un alma y esqueleto diferentes. No es posible regenerar lo putrefacto para devolverle su apariencia y esencia virginal. Y un país sólo puede seguir adelante, o con una revolución o, ya que estamos en pleno capitalismo, sobreviniendo un crack económico en toda regla que nos obligue a volver a empezar.
Pese a todo lo dicho no hay que extrañarse, ni enfadarse. Se sabe desde hace mucho tiempo: aunque en unos países menos y en otros más, lo que siempre fue corrupto por definición es el modelo capitalista. Mucho más el neocapitalista hacia el que el primer mundo frenéticamente se dirige.
La corrupción empieza en los actos preparatorios que preceden al delito propiamente dicho. Son esas omisiones a menudo tan funestas como el delito tipificado en sí, porque el conocimiento de ellas induce o alienta a cometer delitos similares.
Quizá sea para algunos muy duro reconocerlo. Pero vivimos en un país corrupto por los cuatro costados. Empezamos por la “mordida”. No sabemos si está o no generalizada hoy día la “mordida” en este país al que acuden miles de inmigrantes. Pero la “mordida” es el típico asunto que evoca el tercermundismo. Y ahora, por un estadista latinoamericano que está de moda, nos enteramos de que dos policías le pidieron no hace tanto tiempo 500 dólares para entrar en España...
Que España, vista desde fuera y ya también desde dentro es un país corrupto, ligero de cascos y marginal dentro de Europa, lo vemos cada mañana al levantarnos. No es un cesto de manzanas sanas en el que hay algunas podridas. Es un cesto de manzanas podridas donde hay algunas sanas.
Por poner un ejemplo vivo. El archivo de una denuncia por un juez puede ser corrupción sin “culpa” al estar dentro de sus atribuciones si “no aprecia” indicios racionales de criminalidad en el hecho denunciado... La omisión de su denuncia al Banco de España por un notario que no da fe de la escritura sospechosa, es corrupción. El Banco de España que no cursa una denuncia de la asociación de consumidores de bancos y seguros de España (Adicae) incurre en corrupción. Y así sucesivamente. Archivo y omisión son fáciles de justificar o enmascarar. Pero ahí es donde suele empezar la infección, pues escriturar la propiedad es requisito prácticamente indispensable y nada puede hacerse frente a la declaración de denuncia improcedente por parte del Banco de España.
Los irreductibles amantes de la democracia dirán que en la democracia se persigue, y que así se depura. Y así es, se depura. También en los países con democracia popular: Cuba y China. La diferencia está en que cuando de estos países llega la noticia de una corrupción severamente castigada, los democrático-capitalistas aprovechan la ocasión para denigrarlos. Cuando, como dice Pascual Serrano, en un país de socialismo real "no hay electriciad o se derrumba un edificio", se apresura el enemigo a decir que urge cambiar el sistema por desastroso. Pero en Occidente y especialmente en España, la podredumbre se extiende por todas partes y nadie clama ya por un cambio de sistema que es lo que está pidiendo a gritos este país.
Pero es que hay otros aspectos. Y es que aquí, en España, los encargados de perseguir la corrupción no dan abasto. Teniendo en cuenta cada pufo que sale a relucir, podemos calcular cualquier cifra sobre los que no emergen. Yo aventuro un cálculo: de cada caso escandaloso que salta por los aires, seguro que hay nueve ocultos, larvados e impunes.
Unos delitos y sus delincuentes surgen cuando menos lo esperamos, otros pueden permanecer latentes durante quince años, como en Marbella, y otros no llegan ni a sustanciarse, bien por falta de pruebas, bien porque quienes deben perseguirlos miran a otra parte, o bien porque un juez o varios archivan, como he dicho, las denuncias. O bien, como en el caso de las estafas filatélicas que son de actualidad, el Banco de España, el Ministerio de Economía y la Comisión del Mercado de Valores se desentienden en 2002 de una denuncia de la mentada “Adicae”.
En otros casos, la cosa se deja ir. Como en el llamado “golpe de asamblea”, el de la Asamblea de Madrid. En ese trance dos tránsfugas turbios, como todos los tránsfugas, permitieron que alguien parecido a una señora se aposentara del cargo para copar impunemente la Comunidad. Entre ella y el alcalde de la capital, de su mismo partido, tienen a la región virtualmente secuestrada: corrupción.
Telefónica, Terra Mítica, Marbella, caso Fabra, Gescartera... y un sinfín de casos impersegibles por la astucia de los corruptos, de los prevaricadores, de sobornados y de sobornadores, están ahí corroyendo el país como la carcoma la madera... ¿Cuántos, de los que están no ya en ella sino cerca de la ciénaga, podemos calcular que en España no se dejan contaminar?
Es imposible hacer una relación exhaustiva de los posibles casos de corrupción. A vía de ejemplo y aparte la urbanística ya suficientemente desvelada y comentada, en la política no hacemos más que observar a miserables sin estatura para representar a nadie; en la abogacía, a innúmeros abogados sólo atentos a cobrar provisiones de fondos sin importarles la improcedencia de muchos de los litigios que ponen en marcha; en la fe pública, la complicidad de los notarios con el blanqueo de dinero al no denunciar tanta escritura sospechosa que pasa por sus manos; en la banca, la no menos opaca procedencia de fondos sin que tampoco notifiquen de ellos al Banco de España; en los profesionales de la arquitectura, proponiendo edificios insanos, sin luz solar, sobrecargando el gasto de energía y con efectos perniciosos en la salud de los empleados; en los medios, destacando lo irrelevante hasta convertirlo en piedra de escándalo y solapando lo grave porque detrás están los verdaderamente poderosos; en Medicina, tanto médico cobrando de esta u otra sociedad sanitaria una intervención quirúrgica cuando quien opera es otro colega recién salido de la Facultad... Hasta la ciencia en general está más atenta a arropar los intereses de la industria farmacéutica, de la energética, de la química, etc, que a seguir las pautas de la deontología. Todo, sin que nadie señalado o con peso específico diga en voz alta: “esto no puede seguir así, hay que instituir mil brigadas anticorrupción en todos los ámbitos y sectores del mercado para que este país no sea un paraíso de corruptos, como una república bananera”.
España viene dilapidando desde hace veinte años buena parte de los fondos de cohesión que la UE puso en sus manos; fondos que en muchos casos corruptamente fueron a parar a fines distintos de los asignados.
La economía se mantiene gracias a la única tarea que sabe el español “emprendedor”: la construcción febril y frenética de norte a sur y de oeste a este. No hay otras iniciativas de enjundia que creen riqueza y empleo. Pero el día que la burbuja inmobiliaria explote, se verá cuál es la auténtica extensión de la gangrena. Y entonces España se derrumbará con ella quedando al descubierto la incapacidad de un país para ser respetable y respetado por la Comunidad internacional que no ha digerido todavía el modelo democrático. Democracia a la que, después de los abusos de la dictadura anterior, los proxenetas tratan como si fuera una mala ramera. Democracia de la que sólo les interesa su libertad para defraudar en la mayoría de los casos impunemente al pueblo de mil maneras.
Pero hay que recordar que, una vez que un cuerpo vivo -y cuerpo vivo es un país- está completamente corrompido, sólo puede renacer de sus cenizas con un alma y esqueleto diferentes. No es posible regenerar lo putrefacto para devolverle su apariencia y esencia virginal. Y un país sólo puede seguir adelante, o con una revolución o, ya que estamos en pleno capitalismo, sobreviniendo un crack económico en toda regla que nos obligue a volver a empezar.
Pese a todo lo dicho no hay que extrañarse, ni enfadarse. Se sabe desde hace mucho tiempo: aunque en unos países menos y en otros más, lo que siempre fue corrupto por definición es el modelo capitalista. Mucho más el neocapitalista hacia el que el primer mundo frenéticamente se dirige.
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