15 mayo 2006

La España corrupta

La corrupción social casi se expresa por sí sola y está re­la­cionada con numerosos aspectos que lesio­nan grave­mente a la colectividad. Pero existe corrupción no sólo cuando se co­mete el delito económico inherente al sistema ca­pita­lista (ex­tor­sión, estafa, usur­pación, defrauda­ción, insol­ven­cia pu­ni­ble, alteración de pre­cios, societa­rios, re­cepta­ción, contra la Hacienda Pública y la Seguridad Social, co­ntra los dere­chos de los trabajadores y de los ciu­dadanos extranje­ros, contra el medio ambiente, contra el patri­mo­nio histó­rico, co­ntra los re­cursos natura­les), sino también en toda función que por ac­tiva o por pasiva los propi­cie o en­cu­bra.

La corrupción empieza en los actos preparato­rios que pre­ce­den al delito propiamente dicho. Son esas omisiones a me­nudo tan funestas como el delito tipificado en sí, porque el conoci­miento de ellas induce o alienta a cometer delitos si­milares.

Quizá sea para algunos muy duro reconocerlo. Pero vivi­mos en un país corrupto por los cuatro costados. Empeza­mos por la “mordida”. No sa­be­mos si está o no generalizada hoy día la “mordida” en este país al que acuden miles de inmigrantes. Pero la “mor­dida” es el típico asunto que evoca el tercermun­dismo. Y ahora, por un estadista latinoame­ri­cano que está de moda, nos entera­mos de que dos policías le pidieron no hace tanto tiempo 500 dólares para entrar en España...

Que España, vista desde fuera y ya también desde dentro es un país corrupto, ligero de cascos y marginal dentro de Europa, lo vemos cada ma­ñana al levantarnos. No es un cesto de manzanas sanas en el que hay algunas podridas. Es un cesto de manzanas podridas donde hay algunas sa­nas.

Por poner un ejemplo vivo. El archivo de una denuncia por un juez puede ser co­rrupción sin “culpa” al estar dentro de sus atribuciones si “no aprecia” indi­cios ra­cionales de crimi­nalidad en el hecho denunciado... La omi­sión de su denun­cia al Banco de Es­paña por un notario que no da fe de la escri­tura sospe­chosa, es co­rrupción. El Banco de España que no cursa una denuncia de la asocia­ción de con­sumido­res de ban­cos y seguros de España (Adi­cae) incurre en co­rrupción. Y así sucesivamente. Archivo y omisión son fáciles de justifi­car o enmascarar. Pero ahí es donde suele empe­zar la infec­ción, pues escriturar la propiedad es requisito práctica­mente indispensable y nada puede hacerse frente a la declaración de denuncia improcedente por parte del Banco de España.

Los irreductibles amantes de la democracia dirán que en la democracia se persigue, y que así se depura. Y así es, se depura. También en los países con democracia popular: Cuba y China. La diferencia está en que cuando de estos países llega la noticia de una corrupción severamente casti­gada, los democrático-capitalistas aprovechan la ocasión para de­nigrar­los. Cuando, como dice Pascual Se­rrano, en un país de socia­lismo real "no hay electriciad o se derrumba un edificio", se apresura el enemigo a decir que urge cam­biar el sistema por desastroso. Pero en Occidente y espe­cialmente en Es­paña, la podre­dum­bre se extiende por todas partes y nadie clama ya por un cambio de sistema que es lo que está pidiendo a gritos este país.

Pero es que hay otros aspectos. Y es que aquí, en Es­paña, los encargados de perseguir la corrupción no dan abasto. Te­niendo en cuenta cada pufo que sale a relucir, po­demos cal­cular cual­quier cifra sobre los que no emergen. Yo aventuro un cálculo: de cada caso escandaloso que salta por los aires, se­guro que hay nueve ocultos, larvados e im­pu­nes.

Unos delitos y sus delincuentes surgen cuando menos lo espe­ra­mos, otros pueden permanecer latentes du­rante quince años, como en Marbella, y otros no llegan ni a sus­tan­ciarse, bien por falta de prue­bas, bien porque quie­nes de­ben perseguirlos miran a otra parte, o bien porque un juez o va­rios archi­van, como he dicho, las de­nuncias. O bien, como en el caso de las estafas fi­latélicas que son de actua­lidad, el Banco de España, el Mi­nisterio de Economía y la Comi­sión del Mer­cado de Valo­res se desen­tienden en 2002 de una de­nuncia de la mentada “Adicae”.

En otros casos, la cosa se deja ir. Como en el llamado “golpe de asam­blea”, el de la Asamblea de Madrid. En ese trance dos tráns­fu­gas turbios, como todos los tránsfugas, permitie­ron que alguien parecido a una señora se aposen­tara del cargo para copar impunemente la Comunidad. Entre ella y el alcalde de la capital, de su mismo partido, tienen a la re­gión virtualmente secuestrada: corrupción.

Telefónica, Terra Mítica, Marbe­lla, caso Fabra, Gescar­tera... y un sin­fín de casos im­persegibles por la astu­cia de los co­rrup­tos, de los prevari­cadores, de sobornados y de so­borna­dores, están ahí co­rroyendo el país como la car­coma la ma­dera... ¿Cuán­tos, de los que están no ya en ella sino cerca de la ciénaga, po­de­mos cal­cular que en España no se dejan contaminar?

Es imposible hacer una rela­ción exhaustiva de los posibles ca­sos de corrupción. A vía de ejemplo y aparte la urbanís­tica ya suficientemente desvelada y comentada, en la po­lí­tica no hacemos más que obser­var a miserables sin es­ta­tura para representar a nadie; en la abogacía, a innú­me­ros aboga­dos sólo atentos a cobrar pro­visiones de fon­dos sin im­portarles la improcedencia de mu­chos de los liti­gios que ponen en mar­cha; en la fe pública, la com­plicidad de los nota­rios con el blanqueo de dinero al no de­nun­ciar tanta es­critura sospe­chosa que pasa por sus manos; en la banca, la no me­nos opaca proce­dencia de fondos sin que tampoco notifiquen de ellos al Banco de España; en los profesio­nales de la ar­quitec­tura, proponiendo edificios insa­nos, sin luz solar, sobrecar­gando el gasto de energía y con efectos perni­ciosos en la salud de los em­pleados; en los medios, desta­cando lo irrele­vante hasta convertirlo en pie­dra de es­cándalo y solapando lo grave por­que detrás están los verda­deramente poderosos; en Medi­cina, tanto médico co­brando de esta u otra so­ciedad sa­nitaria una inter­vención qui­rúrgica cuando quien opera es otro colega recién salido de la Facul­tad... Hasta la ciencia en ge­neral está más atenta a arropar los in­tereses de la in­dus­tria farmacéutica, de la energética, de la química, etc, que a se­guir las pautas de la de­ontolo­gía. Todo, sin que na­die seña­lado o con peso especí­fico diga en voz alta: “esto no puede se­guir así, hay que instituir mil brigadas antico­rrupción en to­dos los ámbitos y sectores del mercado para que este país no sea un paraíso de co­rruptos, como una república bananera”.

España viene dilapidando desde hace veinte años buena parte de los fondos de cohesión que la UE puso en sus ma­nos; fondos que en muchos casos corruptamente fueron a parar a fines distintos de los asignados.

La economía se mantiene gracias a la única tarea que sabe el español “emprendedor”: la construcción febril y fre­né­tica de norte a sur y de oeste a este. No hay otras iniciati­vas de en­jun­dia que creen ri­queza y empleo. Pero el día que la bur­buja in­mobi­liaria ex­plote, se verá cuál es la autén­tica extensión de la gan­grena. Y en­ton­ces España se de­rrumbará con ella que­dando al des­cu­bierto la incapacidad de un país para ser res­petable y res­pe­tado por la Comuni­dad interna­cional que no ha dige­rido to­da­vía el modelo de­mocrático. Democracia a la que, después de los abusos de la dictadura anterior, los proxenetas tratan como si fuera una mala ramera. Democra­cia de la que sólo les interesa su li­bertad para defraudar en la mayoría de los casos impu­ne­mente al pueblo de mil mane­ras.

Pero hay que recordar que, una vez que un cuerpo vivo -y cuerpo vivo es un país- está com­pletamente corrompido, sólo puede re­nacer de sus cenizas con un alma y esqueleto di­fe­rentes. No es posible regenerar lo putrefacto para devol­verle su apariencia y esencia virginal. Y un país sólo puede seguir adelante, o con una revolución o, ya que estamos en pleno capitalismo, sobreviniendo un crack económico en toda regla que nos obligue a volver a empezar.

Pese a todo lo dicho no hay que extrañarse, ni enfadarse. Se sabe desde hace mucho tiempo: aunque en unos países menos y en otros más, lo que siempre fue corrupto por defi­nición es el modelo capitalista. Mucho más el ne­ocapitalista hacia el que el primer mundo frenética­mente se dirige.

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