¿Estamos condenados a escribir sobre lo desagradable?
¡Ojalá que tuviera presencia de ánimo para deleitarme escribiendo sobre el bien y la belleza! Pues juro ante el altar de ese Dios del que sospecho, que amo el amor y la belleza, la armonía, la concordia y la buena voluntad como el que más. Y me gustaría tanto hablar y escribir de ello...
No es efecto del desgaste de los años. No son los desengaños personales que a duras penas puedo recordar. No es que ocurra hoy día lo que antes no ocurrió, lo que ha sucedido siempre. Es que es imposible vivir, y más imposible escribir, sabiendo de la tristeza, de la injusticia, de la miseria, del despropósito, del cinismo, de la vergüenza, de la impostura y de la estupidez que por oleadas y en avalancha nos llega a nuestro conocimiento cada hora de noticias. Ello, aunque apenas no veamos televisión ni escuchemos la radio y nos limitemos a pasar la vista por los titulares y entradillas del periódico.
¿Quién, que no sea un insensato, un iluso o un autómata puede ponerse hoy a componer poemas o música, o hacer alabanzas de lo que sea, cuando los ecos constantes de la barbaridad, del abuso y del disparate llaman a toda hora a la puerta de nuestra consciencia? Los que fabriquen belleza hoy día, tal como está la Naturaleza y lo que destila la globalización de la tristeza, aunque nos convengan para no verlo todo tan descarnado, han de ser miopes, duros de oído y grandes egoístas...
Ahora se comprende mejor otra de las razones por las que el poder siempre mantuvo a raya al saber. La principal la hemos comentado demasiadas veces como para repetirla. Me refiero ahora sobre todo a lo que dice el Eclesiastés: “cuanto más saber, más aflicción”.
Para disfrutar un poco de la vida es preciso meterse en una burbuja de aire, aislarse, perder la memoria imediata, ser ciegos, sordos, mudos, tontos... Esta paradoja no se me manifiesta ahora. Es efecto de la resaca del oleaje de la vida o de la cogorza en la que se vive una parte de ella sólo interesados en sensaciones, en la coyunda, en satisfacer apetitos y en ganarse un puesto seguro, y mejor blindado, y además, como en mi caso, se consigue...
Pero si heideggeraniamente se vive el minuto de los sesenta segundos implacables, tengamos por seguro que no podremos disfrutar en absoluto, aunque nuestra salud y condiciones materiales sean óptimas. Es preciso mucho más: que nuestros seres queridos no sufran ni enfermen, y que no tengamos noticia alguna de que el sufrimiento, el desequilibrio, el abuso y la injusticia que padecen millones y millones de otros como nosotros son ya residuos de la época en que el ser humano era un necio. Y esto, amigos, no sólo no es así. El sufrimiento, la desigualdad, la injusticia, la locura y la subnormalidad invaden cada día un poco más el mundo; nos rodean por todas partes hasta la asfixia. Y además, lo terrible es que nos damos cuenta.
Esta es la razón por la que "sólo" puedo escribir a la contra y para desalojar del cuerpo y de la mente los flujos y humores que de otro modo quizá hace tiempo me hubieran aniquilado ya.
¡Ojalá que tuviera presencia de ánimo para deleitarme escribiendo sobre el bien y la belleza! Pues juro ante el altar de ese Dios del que sospecho, que amo el amor y la belleza, la armonía, la concordia y la buena voluntad como el que más. Y me gustaría tanto hablar y escribir de ello...
No es efecto del desgaste de los años. No son los desengaños personales que a duras penas puedo recordar. No es que ocurra hoy día lo que antes no ocurrió, lo que ha sucedido siempre. Es que es imposible vivir, y más imposible escribir, sabiendo de la tristeza, de la injusticia, de la miseria, del despropósito, del cinismo, de la vergüenza, de la impostura y de la estupidez que por oleadas y en avalancha nos llega a nuestro conocimiento cada hora de noticias. Ello, aunque apenas no veamos televisión ni escuchemos la radio y nos limitemos a pasar la vista por los titulares y entradillas del periódico.
¿Quién, que no sea un insensato, un iluso o un autómata puede ponerse hoy a componer poemas o música, o hacer alabanzas de lo que sea, cuando los ecos constantes de la barbaridad, del abuso y del disparate llaman a toda hora a la puerta de nuestra consciencia? Los que fabriquen belleza hoy día, tal como está la Naturaleza y lo que destila la globalización de la tristeza, aunque nos convengan para no verlo todo tan descarnado, han de ser miopes, duros de oído y grandes egoístas...
Ahora se comprende mejor otra de las razones por las que el poder siempre mantuvo a raya al saber. La principal la hemos comentado demasiadas veces como para repetirla. Me refiero ahora sobre todo a lo que dice el Eclesiastés: “cuanto más saber, más aflicción”.
Para disfrutar un poco de la vida es preciso meterse en una burbuja de aire, aislarse, perder la memoria imediata, ser ciegos, sordos, mudos, tontos... Esta paradoja no se me manifiesta ahora. Es efecto de la resaca del oleaje de la vida o de la cogorza en la que se vive una parte de ella sólo interesados en sensaciones, en la coyunda, en satisfacer apetitos y en ganarse un puesto seguro, y mejor blindado, y además, como en mi caso, se consigue...
Pero si heideggeraniamente se vive el minuto de los sesenta segundos implacables, tengamos por seguro que no podremos disfrutar en absoluto, aunque nuestra salud y condiciones materiales sean óptimas. Es preciso mucho más: que nuestros seres queridos no sufran ni enfermen, y que no tengamos noticia alguna de que el sufrimiento, el desequilibrio, el abuso y la injusticia que padecen millones y millones de otros como nosotros son ya residuos de la época en que el ser humano era un necio. Y esto, amigos, no sólo no es así. El sufrimiento, la desigualdad, la injusticia, la locura y la subnormalidad invaden cada día un poco más el mundo; nos rodean por todas partes hasta la asfixia. Y además, lo terrible es que nos damos cuenta.
Esta es la razón por la que "sólo" puedo escribir a la contra y para desalojar del cuerpo y de la mente los flujos y humores que de otro modo quizá hace tiempo me hubieran aniquilado ya.
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