La introducción larga que viene a continuación y la recomendación final, me parecen indispensables dado el tema abordado en esta ocasión y la precedente sobre la Medicina.
Me refiero a que los lectores que se sientan conformes o complacientes con “el sistema” ofenderán a la lógica formal básica si intentan el ataque a la línea de flotación de mis argumentos que, como es natural, son atacables pero sólo desde posicionamientos discursivos situados "fuera del sistema". Digo esto porque es muy difícil ser anticapitalista y no olvidarse de que se es cuando otro razona con cierta hondura lo común y la cotidianidad "desde dentro". Pues hasta nuestra propia coherencia vacila y está permanentemente amenazada, como lo están nuestro espíritu y nuestra mente al menor descuido por nuestros demonios interiores: tan frágiles son la coherencia y el anticapitalismo, sobre todo cuando se viven... respirando por todas partes capitalismo.
Bien, a medida que se profundiza en el análisis, que es tanto como decir en el pensamiento, poco a poco va apareciendo la abstracción. La abstracción supone una condensación de conceptos en un significante o palabra o en un mínimo de palabras. En el arte poético se llama claridad extensa justamente a eso, a expresar en el menor número de palabras más conceptos. Por ahí se mide el valor estético o artístico de un poema. Pero no hay que confundir abstracción con reduccionismo. Reduccionismo es: "los americanos o los españoles son unos tales". Abstracción es "los estadounidenses o los españoles son un pueblo superficial". En la palabra "pueblo" se concentran todas las etnias y subetnias, todos los rasgos caracteriológicos posibles de un ser humano y todos los valores y contravalores sociales de magnitud universal en un determinado territorio y época, independientemente de los autóctonos que en el caso "americano" afortunadamente no cuentan para nada cuando juzgamos a aquel "pueblo" pues son y fueron las primeras víctimas del “pueblo estadounidense”. Mientras que decir sólo "americanos o españoles" sólo invita o incita a preguntarnos inmediatamente qué entendemos por americanos y por españoles... La diferencia puede ser sutil pero es categórica.
Decía que a medida que avanzamos en la vida pensante propendemos más y más a la abstracción. Y cuando hablo de médicos y Medicina, de abogados y Abogacía me refiero a ellos como abstracción frente a la que a mi entender “debemos” posicionarnos dado el marco en que sus “clientes” potenciales como ellos mismos se encuentran. Días atrás escribía que la Medicina y los médicos en España están atrapados, como todos nosotros, en la trampa del capitalismo feroz. De modo que acaba primando en ellos, en los médicos como profesión y en la Medicina como superestructura, la rentabilidad de su actividad por encima del cuidado de la salud: una abstracción evidentemente, pues hay "muchos" médicos que se esfuerzan en que eso no sea así y "algunos" lo consiguen aunque no serán de relumbrón...
Dicho todo lo anterior, vamos con la abogacía, otra profesión -aunque no superestructura, la superestructura sería "la Justicia al pleno"- tan digna en principio como lo es la del médico. Pues bien, también todo lo dicho sobre los médicos vale para los abogados. Y hablo de la abogacía ahora naturalmente en el mismo espacio social y humano. Y además con mayor motivo la abogacía y los abogados poco podrían hacer fuera del capitalismo, pues a diferencia de la atención médica, la abogacía y el abogado son actividades "prescindibles" como prescindible y renunciable es la defensa, instituída o no, del interés propio.
Si decía que el médico no es curandero porque tiene "estudios", técnica aprendida y un colectivo potente detrás para garantizar sus responsabilidades, algo parecido podríamos decir sobre el abogado. Pero las diferencias son notables en otros aspectos. Mientras que puede haber "médicos aficionados" que ejercen clandestinamente o toleradamente, no puede haber abogados no colegiados, no controlados, pues la propia Justicia se encarga de vigilar que "sólo" actuén profesionales, y carece de sentido imaginar a no profesionales que nada podrán hacer a efectos prácticos para defender la "causa" de un particular. Además, si se trata de conciliar, podemos recurrir al “amigable componedor”, figura que ha perdido vigencia dado su carácter eminentemente gratuito aunque no sea obligatorio que lo sea.
En lo que sí coinciden ambas profesiones los profesionales es en la fuerza centrífuga que ejerce sobre ambos el dinero. Y si en el caso del médico el valor en juego es la salud y en último término la vida del "cliente", en el caso del abogado el valor en juego es prácticamente "solo" justamente el dinero y eventualmente la pérdida de libertad (o también la vida donde hay pena de muerte) del "cliente"; es decir, en el área relativa al derecho penal. Enorme diferencia...
El abogado, fuera del espacio penal, en el sistema, es un cobrador ilustrado. No más. Un mercader rotundo en la llamada jurisdicción voluntaria, y además, por los motivos que aduzco ampliamente en las reflexiones sobre médicos y Medicina, un defensor de intereses materiales que no hace más que apuntalar un sistema deplorable por las desigualdades que existen en él y que no sólo se van reduciendo con el paso del tiempo sino que se agravan por momentos.
Si decía allí que hay que huir de la Medicina y de los médicos "en cuanto nos sea posible", qué decir de los abogados. Salvo que nos veamos inmersos como imputados en un proceso penal que evidentemente no deseamos ni podemos eludir, en el resto de las cuestiones de la vida material es preferible mil veces renunciar a derechos y sobre todo a cuantías relacionadas con derechos, que pleitear.
Al igual que en Medicina proponía el agravio comparativo entre éxitos y fracasos, en los asuntos relacionados con la Justicia voluntaria veríamos al final que quienes llevan siempre las de ganar son por defecto quienes social, económica o institucionalmente están por encima de la otra parte. Y si se trata de que una de las partes, la denunciante, es miembro del Estado o del Municipio en cualquiera de sus competencias, tengamos la absoluta certeza de que todo el dinero que empleemos en defendernos será radicalmente inútil.
Dejemos el pleitear para los ricos. Allá se las compongan, allá los dispendios con abogados entre las partes que al final podrán hasta saldarse. Pero absténgase cualquiera con recursos conómicos reducidos, exiguos o limitados en buscar remedios a la injusticia sufrida. Además de consumarse la injusticia en el pleito consiguiente, por más patente que le parezca que está en su derecho y que lo tiene, no habrá conseguido más que su ruina y endeudamientos definitivos. Yo cifraría la relación de fracaso/éxito de 10 á 1.
El abogado, que nos diría desaforadamente para defender su profesión lo mismo que ese médico que se debate entre el deber hipocrático y las exigencias capitalistas, no piensa -salvo las excepciones de siempre en ambas profesiones y en todo- más que en hacer caja. Por otra parte, todos los procesos de esa jurisdicción voluntaria a la que me refiero no conducen, como antes decía, más que a "cobrar", para el cliente y para sí. Pero si pierde el cliente el abogado siempre se habrá asegurado las provisiones de fondos exigidas antes de empezar a sustanciarse el pleito. Ni siquiera ya los pleitos de honor, cuando el honor ha desaparecido por completo del panorama social, tienen otro objeto que la indemnización; esto es, al final, "cobrar".
Como de los médicos, huyamos aún con mayor motivo de los abogados, enredada su profesión en las mismas miserias y sometida a los mismos contravalores que toda la justicia occidental.
En resumen, no esperemos a constatar que en estos llamamientos pueda haber o no razón: en la medida que podamos prescindir de profesionales y especialistas (véase Herbert Spencer), nos desasiremos del capitalismo atroz, viviremos nuestra propia vida y seremos más coherentes y felices.
Me refiero a que los lectores que se sientan conformes o complacientes con “el sistema” ofenderán a la lógica formal básica si intentan el ataque a la línea de flotación de mis argumentos que, como es natural, son atacables pero sólo desde posicionamientos discursivos situados "fuera del sistema". Digo esto porque es muy difícil ser anticapitalista y no olvidarse de que se es cuando otro razona con cierta hondura lo común y la cotidianidad "desde dentro". Pues hasta nuestra propia coherencia vacila y está permanentemente amenazada, como lo están nuestro espíritu y nuestra mente al menor descuido por nuestros demonios interiores: tan frágiles son la coherencia y el anticapitalismo, sobre todo cuando se viven... respirando por todas partes capitalismo.
Bien, a medida que se profundiza en el análisis, que es tanto como decir en el pensamiento, poco a poco va apareciendo la abstracción. La abstracción supone una condensación de conceptos en un significante o palabra o en un mínimo de palabras. En el arte poético se llama claridad extensa justamente a eso, a expresar en el menor número de palabras más conceptos. Por ahí se mide el valor estético o artístico de un poema. Pero no hay que confundir abstracción con reduccionismo. Reduccionismo es: "los americanos o los españoles son unos tales". Abstracción es "los estadounidenses o los españoles son un pueblo superficial". En la palabra "pueblo" se concentran todas las etnias y subetnias, todos los rasgos caracteriológicos posibles de un ser humano y todos los valores y contravalores sociales de magnitud universal en un determinado territorio y época, independientemente de los autóctonos que en el caso "americano" afortunadamente no cuentan para nada cuando juzgamos a aquel "pueblo" pues son y fueron las primeras víctimas del “pueblo estadounidense”. Mientras que decir sólo "americanos o españoles" sólo invita o incita a preguntarnos inmediatamente qué entendemos por americanos y por españoles... La diferencia puede ser sutil pero es categórica.
Decía que a medida que avanzamos en la vida pensante propendemos más y más a la abstracción. Y cuando hablo de médicos y Medicina, de abogados y Abogacía me refiero a ellos como abstracción frente a la que a mi entender “debemos” posicionarnos dado el marco en que sus “clientes” potenciales como ellos mismos se encuentran. Días atrás escribía que la Medicina y los médicos en España están atrapados, como todos nosotros, en la trampa del capitalismo feroz. De modo que acaba primando en ellos, en los médicos como profesión y en la Medicina como superestructura, la rentabilidad de su actividad por encima del cuidado de la salud: una abstracción evidentemente, pues hay "muchos" médicos que se esfuerzan en que eso no sea así y "algunos" lo consiguen aunque no serán de relumbrón...
Dicho todo lo anterior, vamos con la abogacía, otra profesión -aunque no superestructura, la superestructura sería "la Justicia al pleno"- tan digna en principio como lo es la del médico. Pues bien, también todo lo dicho sobre los médicos vale para los abogados. Y hablo de la abogacía ahora naturalmente en el mismo espacio social y humano. Y además con mayor motivo la abogacía y los abogados poco podrían hacer fuera del capitalismo, pues a diferencia de la atención médica, la abogacía y el abogado son actividades "prescindibles" como prescindible y renunciable es la defensa, instituída o no, del interés propio.
Si decía que el médico no es curandero porque tiene "estudios", técnica aprendida y un colectivo potente detrás para garantizar sus responsabilidades, algo parecido podríamos decir sobre el abogado. Pero las diferencias son notables en otros aspectos. Mientras que puede haber "médicos aficionados" que ejercen clandestinamente o toleradamente, no puede haber abogados no colegiados, no controlados, pues la propia Justicia se encarga de vigilar que "sólo" actuén profesionales, y carece de sentido imaginar a no profesionales que nada podrán hacer a efectos prácticos para defender la "causa" de un particular. Además, si se trata de conciliar, podemos recurrir al “amigable componedor”, figura que ha perdido vigencia dado su carácter eminentemente gratuito aunque no sea obligatorio que lo sea.
En lo que sí coinciden ambas profesiones los profesionales es en la fuerza centrífuga que ejerce sobre ambos el dinero. Y si en el caso del médico el valor en juego es la salud y en último término la vida del "cliente", en el caso del abogado el valor en juego es prácticamente "solo" justamente el dinero y eventualmente la pérdida de libertad (o también la vida donde hay pena de muerte) del "cliente"; es decir, en el área relativa al derecho penal. Enorme diferencia...
El abogado, fuera del espacio penal, en el sistema, es un cobrador ilustrado. No más. Un mercader rotundo en la llamada jurisdicción voluntaria, y además, por los motivos que aduzco ampliamente en las reflexiones sobre médicos y Medicina, un defensor de intereses materiales que no hace más que apuntalar un sistema deplorable por las desigualdades que existen en él y que no sólo se van reduciendo con el paso del tiempo sino que se agravan por momentos.
Si decía allí que hay que huir de la Medicina y de los médicos "en cuanto nos sea posible", qué decir de los abogados. Salvo que nos veamos inmersos como imputados en un proceso penal que evidentemente no deseamos ni podemos eludir, en el resto de las cuestiones de la vida material es preferible mil veces renunciar a derechos y sobre todo a cuantías relacionadas con derechos, que pleitear.
Al igual que en Medicina proponía el agravio comparativo entre éxitos y fracasos, en los asuntos relacionados con la Justicia voluntaria veríamos al final que quienes llevan siempre las de ganar son por defecto quienes social, económica o institucionalmente están por encima de la otra parte. Y si se trata de que una de las partes, la denunciante, es miembro del Estado o del Municipio en cualquiera de sus competencias, tengamos la absoluta certeza de que todo el dinero que empleemos en defendernos será radicalmente inútil.
Dejemos el pleitear para los ricos. Allá se las compongan, allá los dispendios con abogados entre las partes que al final podrán hasta saldarse. Pero absténgase cualquiera con recursos conómicos reducidos, exiguos o limitados en buscar remedios a la injusticia sufrida. Además de consumarse la injusticia en el pleito consiguiente, por más patente que le parezca que está en su derecho y que lo tiene, no habrá conseguido más que su ruina y endeudamientos definitivos. Yo cifraría la relación de fracaso/éxito de 10 á 1.
El abogado, que nos diría desaforadamente para defender su profesión lo mismo que ese médico que se debate entre el deber hipocrático y las exigencias capitalistas, no piensa -salvo las excepciones de siempre en ambas profesiones y en todo- más que en hacer caja. Por otra parte, todos los procesos de esa jurisdicción voluntaria a la que me refiero no conducen, como antes decía, más que a "cobrar", para el cliente y para sí. Pero si pierde el cliente el abogado siempre se habrá asegurado las provisiones de fondos exigidas antes de empezar a sustanciarse el pleito. Ni siquiera ya los pleitos de honor, cuando el honor ha desaparecido por completo del panorama social, tienen otro objeto que la indemnización; esto es, al final, "cobrar".
Como de los médicos, huyamos aún con mayor motivo de los abogados, enredada su profesión en las mismas miserias y sometida a los mismos contravalores que toda la justicia occidental.
En resumen, no esperemos a constatar que en estos llamamientos pueda haber o no razón: en la medida que podamos prescindir de profesionales y especialistas (véase Herbert Spencer), nos desasiremos del capitalismo atroz, viviremos nuestra propia vida y seremos más coherentes y felices.
1 comentario:
Esta tarde, domingo, a las 19 hs será la tercera sentada por la vivienda digna en Plaza catalunya. Pasarlo, por favor. Saludos
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