31 mayo 2006

¿Enciclopedismo o sabiduría?, ésa es la cuestión


Que el saber y la sabiduría nada tienen que ver entre sí y hasta se oponen, y que un pastor puede ser más sabio que un premio Nobel es algo de dominio universal... Clara Obli­gado, en su obra La sonrisa de la Gioconda dice algo tan asombroso como obvio. Dice la autora que si leemos un li­bro a la semana desde los 10 años hasta los 80, al final sólo habre­mos leído unos 3.600. Bueno, pues supongamos que dupli­camos el número de libros, habremos leído 7.200. Su­pon­gamos que lo triplicamos, habremos leído 10.800. ¿Cuánto es eso?: una gota, dos gotas, tres gotas de lluvia en el océano... Por otro lado, si hemos leído con atención a lo largo de la vida 3.600, 7.200 ó 10.800 libros, sin que hayan tenido que ser necesa­riamente libros de caballería lo más seguro es que mucho antes de llegar a la cuota haya­mos enloquecido.

Pero siendo malo, quizá lo peor no es eso. Es que, para­dójicamente, si la lectura semanal no nos ha dejado pensar, tampoco nos ha permitido propiamente vivir. Salvo que sea a ráfagas, no es posible leer, pensar y vivir, y todo al mismo tiempo y leerse un libro a la semana. Yo invierto a veces dos horas en leer tres páginas, pues medito lo que leo. Y es que si no debe­mos –para no pasar por locos- medirnos pú­blicamente con los grandes pensadores de la historia, te­nemos la obligación de intentarlo a solas...

Luego viene lo de "tener razón" por el hecho de ser más o menos leída o ilustrada una persona: he conocido, y cono­cemos todos, a muchos con carreras académicas auténti­cos patanes del pensamiento o con el pensamiento pervertido. Y ahí es­tán profesionales de todas clases con títulos de todas clases que viven exclusiva­mente de las corrientes de opi­nión... de otros, del tópico y de corrup­telas intelectuales in­capaces de pensar por su cuenta.

Un artículo puede ser un acontecimiento y un libro “el más vendido” y muy celebrados en Occidente, y sin embargo ser ambos una aberración para la cultura oriental y vice­versa. Y esto sucede porque las distintas claves de cada cultura no permiten entre ellas una fácil ósmosis. Lo que sí es común, aunque en Occidente se olvide constante­mente de propó­sito, es que no hay verdades definitivas ni razón universal que no traten de conciliar la individuación (el ego­ísmo per­sonal) que no precisa de retórica de refuerzo, y el bien de "toda" la co­lectividad. Y esto es porque el espíritu del re­baño lo nece­sita pues es débil y se va debilitando si no hay quien se en­cargue de mantener su cohesión: los lobos ace­chan in­ce­santemente el aprisco. Y esto está en el cristia­nismo, en el budismo, en el taoísmo, en el confucionismo y en el huma­nismo; en toda reli­gión que no sea espúrea, eco­nomicista, improvi­sada o cir­cunstancial. Por eso digo que esas “verda­des” y esa razón que se preocupan de aportar la argamasa correspondiente, podríamos decir que son las únicas váli­damente universales.

Salvo los de puro recreo, lo que más importa de un libro es que punce el intelecto y o el sentimiento. Pues cada libro, cada escrito es (debieran ser) un compendio de arte más o menos luminoso y valioso. Teniendo en cuenta que el arte es unitario o puede considerarse como un todo unitario; es decir, que la música es también pintura, que la pintura es también música y ambas poesía, que la poesía es también música y pintura, que cada catedral es pintura, poesía, mú­sica y arquitectura, cada libro o cada escrito pueden ser poema, partitura y lienzo a la vez. Todo depende de que eduquemos los sentidos para percibirlo así y de que sepa­mos implicar a todos los sentidos en la contemplación, en la audición o en el intelecto. A fin de cuentas ni los cua­dros de Claudio Lorena o de Watteau están hechos propia­mente para los ojos del cuerpo, ni la música de amplias es­paciosi­dades, desde Bach, está hecha para los oídos del cuerpo. El arte de Giotto o de Mantegna y el de Vermeer o Van Go­yen no tienen apenas relación, pues los unos crean con la pincelada una especie de relieve y los otros evocan una a modo de música en la superficie cromática. De la misma manera nada tiene que ver un aguafuerte con el arte de Fra Angélico, ni un relieve egipcio con otro del Parte­nón...

Pese a haber leído 3.600 libros a lo largo de la vida o pre­cisamente por ello, sólo podemos llegar a la conclusión de que no sabemos más que una mínima mácula de saber que además es inestable, fugaz y caduco. ¿Extraña que Einstein dijese en una ocasión a un compa­ñero de paseo: “¿existirá la luna cuando dejemos de mi­rarla?”. Sólo podemos tener por ciertos los hechos físicos que vemos: un terremoto o una in­vasión bélica, pero no su génesis ni su desarrollo mientras sobrevienen. Porque todo lo demás y a partir del hecho visible y cierto, es conjetura. Pero ni un banco de datos milmillonarios como el buscador de google o la Bi­blioteca Británica, no hacen de nadie un sabio. A propósito de esto quiero decir y recordar lo que decía Ana­tole France: "Entonces, como no estudiaba, aprendía mu­cho..."

Nos falta más que humildad sensatez para reconocerlo. Creer que tenemos razón y no que, dentro de la realidad poliédrica, hemos ele­gido simplemente un emplazamiento para entendernos pero habiendo tenido para ello que aban­donar otros posibles, es el primer signo de ig­norancia si no de necedad. Pero si nos percata­mos de ello, si relativizamos todo, surgirá la res­puesta para nosotros re­solutiva; cual es, que no pretender tener las claves del pen­samiento nos puede proporcionar las claves del nuestro personal, como decía Cioran. No hay mejor mejor receta para lograr una cierta sensación de se­guridad interior y psí­quica aunque los de­más nos tengan por locos. Como por loco sigue teniendo a Cioran un puñado de deficientes mentales, eruditos, cuer­dos pero lerdos.

Una de las cosas que caracterizan a la postmodernidad situada en los Centros de Investigación y de Saber es que presume de saberlo todo. De sa­ber cómo actúan los hura­canes, los ciclones, los maremotos, lo que hay en Marte o en la galaxia M51; cómo funciona un agujero negro o cómo actúan las células cancerígenas. Pero ¿cómo y para qué aplica todo su saber aparte de fabricar armas, electrodo­mésticos y coches o penes con células de conejo para im­plartarlos en humanos? ¿acaso con tanto saber evita cata­clismos o cura enfermedades mortales de necesidad? ¿De qué nos sirven los bancos de datos equivalentes a la biblio­teca de Alejandría si nada de lo que “nos importa” verdade­ramente lo podemos re­mediar? ¿Acaso saber nos cura de la estupidez, de la cruel­dad, de la degeneración, de la depra­vación, del infantilismo patológico que hay en el ansia de poder, de poseer y de energía prescindible?

Se­guimos, sobre todo, sin saber la dirección ni a dónde se han propuesto llevarnos las sociedades primeras, aunque lo sospechamos. Y mucho menos sabemos a dónde vamos a parar después de muertos...

Cuanto más saber, más aflicción, dice el Eclesiastés. En Occidente convendría reconocer que en materia de saber ha tocado fondo; que ha llegado al límite de la incom­peten­cia, que no puede pasar de donde está, que será inútil por infructuoso todo adelanto que equivalga a más saber; que, como decía Groucho Marx en fin, desde la nada hemos al­can­zado las más altas cotas de la miseria. Aceptemos que ya lo sabe­mos todo: ahí están las atrocidades de Abu Grahib, las ma­tanzas de civiles como la de Haditha, las bar­barida­des que se cocinan un día tras otro para nada, sólo para gozar por anti­cipado o cuando se pergeñan o se co­meten de la imagen mental trucu­lenta del sufrimiento y de las torturas los que las proyecta­ron. Pero por saber, sabe­mos hasta que lo que en esta materia es no­ticia es también sólo la punta del ice­berg...

Lo sabemos todo sobre atmósfera y clima, pero el planeta se muere por el clima. Lo sabemos todo sobre el ser humano, conocemos al dedillo su fisiología, cómo mantener artifi­cialmente meses a un pobre moribundo. Pero no sabe­mos o no queremos saber que estamos cavando para to­dos, incluídos los que tienen culpa de nada, nuestra propia tumba. Sabe­mos demasiado sobre la desgracia humana y nada sobre su felicidad quizá porque no existe ya o está confundida con la alucinación. Lo sabemos todo, pero ya es hora de que empe­cemos a transformar tanto saber en sabi­duría... si es que la sabiduría no empezaría por exigirnos que abandonásemos justamente el saber, como Cristo pidió a sus apóstoles que lo abando­naran todo para seguirle a él. Lo sabemos todo, pero no sabemos cómo coordinar y re­partir armónicamente las aplicaciones de lo que sabemos. Pero hay algo que además de lo que está muriendo mata también, y es que vemos palpablemente que ya nadie es capaz de hacernos renacer a la espe­ranza y a la ilu­sión por un fu­turo al que no el hombre sino el hombre occi­dental ha re­nunciado ya y por eso vive deses­peradamente al día.



29 mayo 2006

Enfermedades mentales en Europa

El artículo Importancia y coste de las enfermedades men­tales publicado en El País, del que es autor Celso Arango, miembro del Comité Ejecutivo del Colegio Europeo de Neu­ropsicofarmacología y psiquiatra del Hospital Gene­ral Univer­sitario Gregorio Marañón -al final, médico- me viene como anillo al dedo para reforzar mi teoría sobre los efectos perni­ciosos de la economía capitalista también sobre los médi­cos.

El conte­nido del artículo pone a cualquiera los pelos de punta por dos razones: por las cifras pavorosas de los enfer­mos mentales en Europa -y por supuesto en España-, pero también por esa atención que los médicos prestan más a la conta­bi­lidad economicista que a la salud propiamente dicha, y más a la patología del re­baño traducida siempre a núme­ros que al enfermo individualmente considerado.Cursiva

Dice Arango en su artículo que "la revista European Neu­ropsychopharmacology publica un estudio que debería hacernos reflexionar sobre la magnitud de un problema de dimensiones no siempre bien evaluadas. En el análisis se muestra que, con edades entre 18 y 65 años, un 27% de los adultos (82,7 millones de personas, y, aunque no se diga en el estudio, sus familias) han padecido una enfermedad mental en los últimos doce meses. Cuando se evalúa el riesgo a lo largo de la vida, la cifra asciende a un 51%. O lo que es lo mismo: es más probable que cada uno de noso­tros tenga una enfermedad mental a lo largo de su vida que no la tenga" (...) "Los costes directos e indirectos de estas enfermedades, su­ponen 290 billones de euros, lo que equi­vale a un 4% del PIB de la Unión Europea".

Es terrible el costo... Pero el dinero y los costos son con­venciones sociales, mientras que las en­ferme­dades y los sufrimientos son dra­máticamente reales. ¡Cómo vamos a comparar, sin haber perdido el juicio, los efectos de las en­fermedades mentales sobre la ficción eco­nomicista que su­ponen los costos, con los efectos que tie­nen sobre la so­cie­dad humana y al final sobre la realidad misma! Si estas so­ciedades, estos “modelos”, no consiguen hacerse felices a sí mismos ni a los ciudadanos; si la infelicidad, medida en la pé­sima salud men­tal generalizada, está adquiriendo propor­ciones alar­mantes en Europa y en España, ¿qué estamos haciendo? ¿qué estamos discu­tiendo? ¿qué clase de mo­delo político y social es éste que tanto alaban sus adulado­res y proponen los teóricos y expertos en sociopolítica su­puesta­mente sanos mental­mente?

Las tres cuartas partes de Importancia y coste de las en­fermedades mentales están dedicadas a las repercusiones económicas que tienen las enfermedades mentales. Como si la catástrofe consistiera en eso, en lo que cues­tan. Y esto lo dice un médico... Médico, sí, pero ni una sola alusión a la etiología de esas enfermedades, a las posibles causas y a los posibles remedios. Ni un solo comentario so­bre el im­pacto en la sociedad en su conjunto; ni si existe un cres­cendo o espe­ranzas de mejoría, u otras reflexiones en torno al patetismo de una sociedad virtual­mente enferma. Todo lo reduce el mé­dico autor del artículo a cifras, a pérdidas y a parámetros economicistas.

Sí, sí, ya sé que no es cosa "necesariamente" suya hacer otros análisis más allá de las cifras que reproduce; que otras especialidades pueden hacer extrapolaciones con estos da­tos; que él se limita a servirlos en bandeja para que quien lo desee -como yo ahora- e incluso otros colegas suyos re­flexionemos y escribamos sobre ello. Pero aparte de que para ese viaje no hacían falta alforjas y hubiera sido preferi­ble re­pro­ducir en el periódico el estudio recogido en la re­vista, lo lamentable es que todo lo centre el autor del artí­culo en la "preocu­pación que nos ocasiona el gasto". Ni si­quiera es­cribe como Administrador del Hospital Marañón que no es, sino como médico, pues así es cómo se identi­fica al final del artí­culo.

La manía por los números, las democracias demoliberales y el neocapitalismo lo corrompen todo. Hasta las Policías como institución valo­ran su eficacia más por el número de detenidos que por la ausencia de detenciones que debiera ser signo de salud so­cial en la calle. ¡Menudo sistema éste en el que vivimos ro­dea­dos por profesionales de todo tipo que lo único que saben hacer bien es contar!

Si prestamos atención a las cifras que publica la revista en cuestión aportadas por este médico, pode­mos lle­gar a las siguientes conclusiones:

1, que si la mitad de la población europea está enferma o ha estado enferma de la cabeza con el riesgo de recidivar, es porque Occidente y su marco psicosocial no funcionan.

2, que ambos datos son indicadores de que vivimos en un modelo sociopolítico patológico, caldo de cultivo de la en­fer­medad mental.

3, que la otra mitad de la población no enferma y que no ha estado nunca enferma mental­mente; que se supone es la que dirige no tanto la política -a éstos se les ve venir- como la economía, las profesiones, los mercados, los Bancos y todo lo que forma parte de las articulaciones de la sociedad capi­talista, son precisamente los que se aprovechan y abu­san de la mitad enferma y quienes indu­cen el estado mental de esa parte de la sociedad que está o es­tuvo enferma de la ca­beza, del es­píritu o de los nervios...

Decía antes que todo ocurre porque el sistema no fun­ciona. Recti­fico y parafraseo a Herbert Marcuse: las en­fer­medes men­tales no se dan en esa proporción porque no funcione el sis­tema, sino porque con ellas y gracias a ellas funciona el sis­tema.












27 mayo 2006

La abogacía puede perjudicar gravemente su interés

La introducción larga que viene a continuación y la reco­mendación final, me pare­cen indispensables dado el tema abordado en esta ocasión y la precedente sobre la Medi­cina.

Me refiero a que los lectores que se sientan conformes o complacientes con “el sistema” ofenderán a la lógica for­mal básica si intentan el ataque a la línea de flotación de mis ar­gumentos que, como es natural, son atacables pero sólo desde posicionamientos discursivos situados "fuera del sis­tema". Digo esto porque es muy difícil ser anti­capitalista y no olvidarse de que se es cuando otro razona con cierta hondura lo común y la cotidianidad "desde dentro". Pues hasta nuestra propia coherencia vacila y está perma­nente­mente amenazada, como lo están nuestro espíritu y nuestra mente al menor des­cuido por nuestros demonios interiores: tan frágiles son la coherencia y el anticapitalismo, sobre todo cuando se viven... respirando por todas partes capita­lismo.

Bien, a medida que se profundiza en el análisis, que es tanto como decir en el pensamiento, poco a poco va apare­ciendo la abstracción. La abstracción supone una conden­sación de conceptos en un significante o palabra o en un mínimo de palabras. En el arte poético se llama claridad extensa justamente a eso, a expresar en el menor número de palabras más conceptos. Por ahí se mide el valor esté­tico o artístico de un poema. Pero no hay que confundir abstracción con reduccionismo. Reduccionismo es: "los americanos o los españoles son unos tales". Abstracción es "los estadounidenses o los españoles son un pueblo superfi­cial". En la palabra "pueblo" se concentran todas las etnias y sub­etnias, todos los rasgos caracteriológicos posibles de un ser humano y todos los valores y contravalores sociales de magnitud universal en un determinado territorio y época, in­dependientemente de los autóctonos que en el caso "ameri­cano" afortunadamente no cuentan para nada cuando juz­gamos a aquel "pueblo" pues son y fueron las primeras víc­timas del “pueblo estadounidense”. Mientras que decir sólo "americanos o españoles" sólo invita o incita a preguntarnos inmediatamente qué en­tendemos por americanos y por es­pañoles... La di­ferencia puede ser sutil pero es categórica.

Decía que a medida que avanzamos en la vida pensante propendemos más y más a la abstracción. Y cuando hablo de médicos y Medicina, de abogados y Abogacía me refiero a ellos como abstracción frente a la que a mi entender “de­bemos” posicionarnos dado el marco en que sus “clientes” potenciales como ellos mismos se encuentran. Días atrás escri­bía que la Medicina y los médicos en España están atrapa­dos, como todos nosotros, en la trampa del capita­lismo fe­roz. De modo que acaba primando en ellos, en los médicos como profesión y en la Medicina como superes­tructura, la rentabilidad de su actividad por encima del cui­dado de la salud: una abs­tracción evidentemente, pues hay "muchos" médicos que se esfuerzan en que eso no sea así y "algu­nos" lo consiguen aunque no serán de relumbrón...

Dicho todo lo anterior, vamos con la abogacía, otra profe­sión -aunque no superestructura, la superestructura sería "la Justicia al pleno"- tan digna en principio como lo es la del médico. Pues bien, también todo lo dicho sobre los médicos vale para los abogados. Y hablo de la abogacía ahora natu­ralmente en el mismo espacio social y humano. Y además con mayor mo­tivo la aboga­cía y los abogados poco podrían hacer fuera del capitalismo, pues a diferencia de la atención médica, la abogacía y el abogado son actividades "prescin­dibles" como prescindible y renunciable es la defensa, insti­tuída o no, del interés propio.

Si decía que el médico no es curandero porque tiene "es­tudios", técnica aprendida y un colectivo potente detrás para garantizar sus responsabilidades, algo parecido po­dríamos decir sobre el abogado. Pero las diferencias son notables en otros aspectos. Mientras que puede haber "mé­dicos aficio­nados" que ejercen clandestinamente o tolera­damente, no puede haber abogados no colegiados, no con­trolados, pues la propia Justicia se encarga de vigilar que "sólo" actuén profesiona­les, y carece de sentido imaginar a no profesio­nales que nada podrán hacer a efectos prácticos para de­fender la "causa" de un particular. Además, si se trata de conciliar, podemos recurrir al “amigable componedor”, figura que ha perdido vigencia dado su carácter eminentemente gratuito aunque no sea obligatorio que lo sea.

En lo que sí coinciden ambas profesiones los profesiona­les es en la fuerza centrífuga que ejerce sobre ambos el di­nero. Y si en el caso del médico el valor en juego es la salud y en último término la vida del "cliente", en el caso del abo­gado el valor en juego es prácticamente "solo" justamente el dinero y eventualmente la pérdida de libertad (o también la vida donde hay pena de muerte) del "cliente"; es decir, en el área relativa al derecho penal. Enorme diferencia...

El abogado, fuera del espacio penal, en el sistema, es un cobrador ilustrado. No más. Un mercader rotundo en la lla­mada jurisdicción voluntaria, y además, por los motivos que aduzco ampliamente en las reflexiones sobre médicos y Medicina, un defensor de intereses materiales que no hace más que apuntalar un sistema deplorable por las desigual­dades que existen en él y que no sólo se van reduciendo con el paso del tiempo sino que se agravan por momentos.

Si decía allí que hay que huir de la Medicina y de los mé­dicos "en cuanto nos sea posible", qué decir de los aboga­dos. Salvo que nos veamos inmersos como imputados en un proceso penal que evidentemente no deseamos ni po­demos eludir, en el resto de las cuestiones de la vida mate­rial es preferible mil veces renunciar a derechos y sobre todo a cuantías relacionadas con derechos, que pleitear.

Al igual que en Medicina proponía el agravio comparativo entre éxitos y fracasos, en los asuntos relacionados con la Justicia voluntaria veríamos al final que quienes llevan siempre las de ganar son por defecto quienes social, eco­nómica o institucionalmente están por encima de la otra parte. Y si se trata de que una de las partes, la denunciante, es miembro del Estado o del Municipio en cualquiera de sus competencias, tengamos la absoluta certeza de que todo el dinero que empleemos en defendernos será radicalmente inútil.

Dejemos el pleitear para los ricos. Allá se las compongan, allá los dispendios con abogados entre las partes que al fi­nal podrán hasta saldarse. Pero absténgase cualquiera con recursos conómicos reducidos, exiguos o limitados en bus­car remedios a la injusticia sufrida. Además de consumarse la injusticia en el pleito consiguiente, por más patente que le parezca que está en su derecho y que lo tiene, no habrá conseguido más que su ruina y endeudamientos definitivos. Yo cifraría la relación de fracaso/éxito de 10 á 1.

El abogado, que nos diría desaforadamente para defender su profesión lo mismo que ese médico que se debate entre el deber hipocrático y las exigencias capitalistas, no piensa -salvo las excepciones de siempre en ambas profesiones y en todo- más que en hacer caja. Por otra parte, todos los procesos de esa jurisdicción voluntaria a la que me refiero no conducen, como antes decía, más que a "cobrar", para el cliente y para sí. Pero si pierde el cliente el abogado siem­pre se habrá asegurado las provisiones de fondos exigidas antes de empezar a sustanciarse el pleito. Ni siquiera ya los pleitos de honor, cuando el honor ha desaparecido por completo del panorama social, tienen otro objeto que la in­demnización; esto es, al final, "cobrar".

Como de los médicos, huyamos aún con mayor motivo de los abogados, enredada su profesión en las mismas mise­rias y sometida a los mismos contravalores que toda la justi­cia occidental.

En resumen, no esperemos a constatar que en estos lla­mamientos pueda haber o no razón: en la medida que po­damos prescindir de profesionales y especialistas (véase Herbert Spencer), nos desasiremos del capitalismo atroz, viviremos nuestra propia vida y seremos más cohe­rentes y felices.

La Medicina puede perjudicar gravemente su salud


1.
He de hacer dos puntualizaciones muy importantes. La primera es que todo lo escrito en el presente arrebato contra la Medicina y los médicos se refiere a la Medicina y médicos de Occidente y especialmente de España.

Pues esa noble actividad en los países de economía so­cialista pura que aún quedan y en los de cultura islámica nada tiene que ver con lo dicho aquí, al no estar sometida a la tiranía del dinero y de los Laboratorios transnacionales como ocurre en todos los países del nefasto modelo demo­liberal. Cuando decimos que vivimos en países que pade­cen una grave pandemia: la grave infección por el dinero y por el frenesí de la ganancia fácil ¿podemos imaginar, salvo las excepciones que existen siempre, que haya algo que se pueda librar de la infección? Y la segunda puntualización es que no se trata de poner en evidencia a la Medicina occi­dental porque sí y sin objeto al­guno, sino para prevenirnos en lo posible contra la Medicina cercana que todo lo invade, que todo lo cree dominar y cu­yos efectos impetuosos po­demos sentirlos lo suficiente hasta no dejarnos vivir...

Digo en el título que la Medicina perjudica gravemente la salud: también la perjudica no aceptar de buen grado la en­fermedad como parte ordinaria de la vida y de la salud misma. Los dioses ayudan a los que aceptan y arrastran a los que se resisten, decían los antiguos. Si aceptamos la enfermedad como comienzo de la sanación, sólo en casos extremos iremos al médico: en ambulancia.

Soy iconoclasta y antifabulador. Pero no por mi carácter. Es al revés. Es la repulsión por los mitos de carne y hueso y por el de la riqueza que este tipo de sociedad crea en reem­plazo de otros religiosos infantiles pero al menos milenarios, lo que conforma en parte mi carácter. Pero es que también parte de la sociedad dominante (confabulada para ello) ex­alta el mito de profesiones y de sus profesionales: de sus periodistas, de sus científicos, de sus abogados, de sus jue­ces, de sus empresarios. Pero por encima de todos, de sus médicos. Los médicos, sólo porque recetan fármacos o hacen cirugía, ahora ya informatizada, son pequeños semi­dioses. Ninguna corporación se priva de deificar a sus miembros. Pero como ninguna otra, "la Medicina" glorifica a sus chamanes. Y en buena parte, por los ejércitos de que disponen: colaboradores, asistentes y lacayos que les admi­ran, corean y promueven.

Yo, hace mucho tiempo que empecé a pensarlo todo por mi cuenta. Me refiero a todo eso discernido por los antiguos pensadores que observan la naturaleza de las cosas -de re­rum natura-; a eso que el barniz de la cultura, de la civiliza­ción, de los saberes -que no sabiduría- han barrido cu­briendo de miseria gran parte de la vida emocional, afectiva y social. La nobleza en su sentido más excelso, ya no existe. No me refiero a la nobleza de la sangre, que es otro mito y se soporta muy mal. Sino a la nobleza del espíritu; y hablando de ella, a la nobleza del médico. Se acabaron en­tre nosotros los médicos que aconsejaban dieta y reposo, que consolaban e infundían esperanzas razonables... pau­tas que jamás podrán perder vigencia desde los descubri­mientos más valiosos recogidos en los "Tratados hipocráti­cos". Aunque quieran ejercer su profesión con grandeza, amplitud de miras y prudencia, ya es tarde, ya no pueden.

Está claro que millones de médicos menores de sesenta años -a partir de esta edad hay que buscarlos con candil- han acumulado a lo largo de su carrera millones de expe­riencias. Pero ni la acumulación de experiencias ni la suma de experiencias equivale a "la experiencia". Ni puede dedu­cirse de ello "experiencia". Las experiencias, en plural, son vivencias. Pero nada que no haya pasado por el cedazo de los años sedimenta. Porque a las experiencias, para sacar un poco en limpio, hay que añadir mucha reflexión. Y no es la reflexión una actitud por la que la sociedad de hoy día y la pedagogía sobre cualquier materia tengan precisamente mucho aprecio. Y si lo tienen, deben reprimírselo sacrificada por la urgencia, la impaciencia y la "apariencia" de la sana­ción. Los profesionales de la Medicina sólo acumulan expe­riencias, casos clínicos, como la policía casos criminales y los jueces jurisprudencia. Pero nada de todo eso prueba ni aciertos, ni remedios ni justicia. Superpuestas unas expe­riencias sobre otras, en el fondo clarifican poco; tampoco al médico. Cada enfermo es diferente aunque sus tejidos, sus músculos, sus huesos sean "aproximadamente" del mismo material que los del resto de sus semejantes. Pero la Medi­cina actual no está dispuesta a asumir que no hay enferme­dades sino enfermos. No puede detenerse a otra cosa que no sea meter al paciente en una de esas cintas sin fin que hay en los aeropuertos, permaneciendo en ella dando vuel­tas hasta que su dueño retira su maleta. Retirar la maleta en este caso es muchas veces desistir del tratamiento ineficaz o morirse.

2.
Todo discurre como por una cadena de montaje industrial. La Medicina, en connivencia expresa o tácita con los Labo­ratorios es industria pura. Después de la sugestión que suele acompañar a los primeros contactos con el médico y a la hip­nosis de los primeros días de tratamiento, vienen los verda­deros resultados, la verdad. A menudo si hubiéramos tenido más paciencia, hubiéramos podido comprobar que también habríamos curado sin médico sin los costes orgáni­cos que causan muchos fármacos. Por otra parte la presión insupera­ble de los Laboratorios farmacéuticos -dueños a su vez de fábricas de armas, por cierto-, la presión de simpo­sios, con­gresos, protocolos, centros donde se adoptan acuerdos -pese a que nada ha cambiado la naturaleza humana-, el médico es una pieza más del engranaje, carece de personalidad propia y antes de llegar el paciente a su consulta ya tiene preparado lo que "debe" recetarle. Se lo ha prescrito "ese" gran Labora­torio gracias al que, como poco, viaja a gastos pagados cada año... No importa que un fármaco maravilloso haya curado hace años un mal. Otro está ya en el mercado porque -nos dicen- es mucho mejor que aquél. Como si nuestro orga­nismo hubiera mutado, tu­viera otro hígado, otro corazón, otro pulmón; como si la sa­nación admitiera grados: más sanación o menos sanación...

Ellos, los médicos, saben muy bien que muchas de las en­fermedades que conocemos no existen: son clasificacio­nes, etiquetas, convenciones de la Medicina unas veces y otras de su fantasía o del enfermo.

Fulano está estupendamente después de cinco años de un trasplante de hígado. En primer lugar, ¿a cuántos huma­nos les alcanza ese privilegio? Segundo ¿sabemos cuántos han sido los fracasos por rechazos? ¿cuánto y cómo ha vi­vido ese ser privilegiado? Valdría la pena obtener una esta­dística de los fiascos de la Medicina y ponerlos junto a los éxitos. No tengo duda de cuál de las dos saldría ganando o perdiendo.

Los programas televisivos sobre médicos y la Medicina en­tre nosotros, por ejemplo, sirven para tres cosas: para contar­nos quienes telefonean al programa lo que ya ha agotado la paciencia de la vecina y de su especialista; para llenar la me­nesterosa programación; para propaganda del consumo ma­sivo de... la Medicina. Pocas, o con la boca pe­queña, re­co­mendaciones y exhortaciones a saber soportar los sufri­mien­tos pasajeros y curables. Todo lo contrario: la frase usual es: "Vd. no tiene por qué soportar nada. Debe ir al médico tanto si le duele como para prevenir".

Pero el caso es que las enfermedades o son curables o son incurables. Lo único que hacen los medicamentos es abreviar el proceso de curación, casi siempre con un coste por los efectos secundarios. Y las enfermedades incurables, tratadas de manera terca que no hace más que prolongar la agonía, terminan pese a todo con la vida del condenado a morir.

¿Vale la pena sufrir los tejemanejes de los médicos, sus pruebas, sus errores y los riesgos generales de la Medicina como superestructura? ¿Y todo, al final, para arañar unos días, unos meses o unos terribles años a la eternidad?

Puesto que hemos de morir, no hay mejor filosofía que vi­vir despreocupados lo que nos corresponda vivir aceptando nuestra suerte y teniendo el temple suficiente para soportar las dolencias curables durante el tiempo que la naturaleza asigna a cada enfermedad. Todo lo preventivo es en térmi­nos generales necio. El futuro, como una ley de paradojas, siempre nos depara justamente lo imprevisto. La Medicina preventiva, como las guerras preventivas, hacen mucho más daño que remedian. No queramos vivir más de la cuenta. El progreso desigual, asimétrico, desordenado es nefasto para todo y aporta muy poco consuelo al lado de lo que nos hacer perder pie, equilibrio, serenidad y calma, que son los estados de ánimo en los que hemos de trabajar y cultivar. La Medicina actual nos los arrebata sin escrúpulos, con la treta de proponerse hacernos la vida más atractiva.

De esto se trata, de no dejarnos embaucar. Por supuesto que a veces hay que "ir al médico" a escuchar "su opinión". Pero no tomemos su parecer como si él fuera el Oráculo de Delfos. Conservando una mínima sensibilidad, inmediata­mente sabemos si un medicamento va a hacernos efecto o no. La vida, tutelados en todo, es insoportable. Sobre todo no es "libre"; siendo así que a lo que aspiramos es a la li­bertad. Después de escribir todo esto surge el escándalo de la cooperación necesaria de médicos de "prestigio" en el dopaje del ciclismo español. ¿Que son excepciones? No tanto. Hay muchas maneras de enalbardarse con el sistema corrupto y corromperse también amparados en la presun­ción de grandeza de miras que los médicos en la mayoría de casos -ya- no tienen o no pueden tener.

3.
El médico que se aparta de la ortodoxia "para hoy" y las medicinas "alternativas" están condenados a la pesecución directa o encubierta. Ya los mismos descubridores de la anestesia "moderna", Horace Wells (1844) y William Morton (1846), un salto cualita­tivo para la cirugía, pasaron un au­téntico calvario entre sus colegas y murieron trágicamente...

Minuciosamente, uno por uno, con la estadística particular co­rrespondiente que no es cosa de desarrollar aquí, entre gentes de una posición relativamente prominente en la so­cie­dad (clé­rigos, músicos, pintores...) la vida media desde el Renaci­miento hasta el siglo XX son 62 años. Ello teniendo en cuenta que hay una docena entre todos ellos que murie­ron a causa de epidemias. Lo mismo puede decirse de la vida en la Antigüe­dad. Eran innumerables las gentes octo­genarias. To­das tenían garantizada una nutrición y una sa­nidad al alcance de pocos. Eso, además de la creatividad y una vida intelec­tiva muy activa y creativa determinaban una alta longevidad. Esto es muy poco conocido. Yo, desde luego, desconozco estudios monográficos amplios en estos términos comparati­vos homogéneos a que me refiero...

Era el pueblo el que caía masivamente bajo el peso de las epidemias y de la ausencia total de higiene en buena parte de­bida a su ignorancia y en otra a la contaminación de las aguas. Pero sobre todo, por deficiente nutrición y horas in­ce­santes de trabajos penosos e infernales. También por epide­mias y pan­demias.

Pero una persona hoy día que tiene garantizado el ali­mento y la higiene, puede añadir un plus a una vida relati­vamente feliz (y salvando las condiciones medioambientales y psicoló­gicas en que se haya sumido el planeta) si evita la Medicina y sólo in extemis recurre a ella.

Aparte de la anestesia -éter, óxido nitroso, luego el cloro­formo-, así, a ojo de buen cu­bero, los ingredientes básicos "efi­caces" sobre los que asienta la Medi­cina "curativa" son: anti­bióti­cos, opiáceos y corticoides. Todos los fármacos contie­nen alguno de ellos en una u otra propor­ción. El resto son pla­cebos.

Gracias a la anestesia podemos no sufrir; gracias a los opiá­ceos podemos no sufrir y acabar nuestros días sin con­ciencia; gracias a los corticoides también podemos no sufrir. Al final de eso se trata, de no sufrir, no tanto de que "no nos duela". Y re­sulta que si bien la anestesia está al alcance de todos, los opiáceos (la morfina) se sustraen a los moribun­dos, pues uno de cada tres con horribles dolores recibe cui­dados paliativos que no son sino combinaciones de opiá­ceos. Es decir, la Medi­cina, los médicos y todo lo que en­vuelve a lo que tiene que ver con ella saben que el "en­fermo" es más que a un ser humano al que hacer un poco más soportable la vida, otra fuente de "ri­queza". Nada se sustrae al fenó­meno económico. La Medicina, en cuanto que superestructura, no trata tanto de procurar una po­bla­ción saludable que se aleje lo más posible de ella salvo en casos extremos, sino atraerla a la curación rápida, a la pre­vención de males que no hay por qué con­traer y de tener en fin a la po­blación gran parte de su vida pendiente y depen­diente de ella. Siendo así que en esta vida no se trata tanto de gozar como de no sufrir. Quien crea lo contrario está perdido. Tarde o temprano lo comprenderá así, aunque todo esto sea tan discu­tible como se quiera: como el sistema so­ciopolítico, por ejem­plo.

El profesional desconoce o no recuerda que “nada va más contra la curación que cambiar frecuente­mente de re­me­dios”. No lo digo yo, lo dice Séneca en sus Epistolarios 2. Y hoy día eso es justamente lo que la Medicina y sus Labo­ra­torios pro­cu­ran con fármacos continuamente novedosos que los médi­cos recetan mecánicamente sin co­nocer en realidad cuáles serán los resultados.

Napoleón decía que los médicos mataban a más seres humanos que todos sus generales juntos. Hoy día está muy solapado, pero no andamos lejos. Los medios, los políticos, los jueces, los médicos, los institutos, las corporaciones... están todos concitadas para llevar a la gente por donde a unos y a otros interesa, y se ayudan entre ellos. La Medi­cina, como la religión, es intocable.

Hipócrates recomendaba, en caso de enfermedad, pri­mero por último el cauterio. La Me­dicina actual invierte los térmi­nos: primero la cirugía y luego la farmacopea dominada por Labo­ratorios que no mantienen los médicamentos más efi­ca­ces en los padecimientos más comunes. Sólo, a duras penas la aspi­rina y algunos otros que hay que rebuscar, se salvan de la quema...

No podemos decir que vivir bajo las prescripciones médi­cas sea vivir en libertad y más felices. Entre otras cosas porque para nada tiene en cuenta la todopoderosa Medicina actual principios primeros que desde Hipócrates nunca cambiarán, como "La salud del hombre es un estado dado por la natura­leza, la cual no emplea elementos extraños sino una cierta ar­monía entre el espíritu, la fuerza vital y la elaboración de los humores" o "Las enfermedades son crisis de purificación, de eliminación tóxica. Los síntomas son de­fensas naturales del cuerpo. Nosotros los llamamos enfer­medades, pero en reali­dad no son sino la curación de la enfermedad. Todas las en­fermedades son una misma, y su causa es una misma en to­das ellas, aunque se manifiestan por medio de diferentes sín­tomas, de acuerdo con la deter­minada parte del cuerpo en que aparezcan". Actualmente la Medicina es tenida como Ciencia, no como una "bella arte" o simple ayuda a la natu­raleza para curarnos de lo sanable.

Librémonos de la Medicina cuanto nos sea posible y sus­trai­gámonos a las estadís­ticas, siempre infinitamente más en co­ntra nuestra que a fa­vor. Si no queremos estar entre los muer­tos de los fines de semana o de los puentes, abs­tengá­monos de salir de viaje esos días y busquemos la ma­nera de hacerlo cuando la mayoría no quiere disfrutar sus vacaciones. Si no queremos estar entre las víctimas de los errores ingen­tes de la Medi­cina, de la incuria de los mé­di­cos, de la preci­pitación y de la confusión de todo el perso­nal que le rinde pleitesía, confor­mémonos con nuestra suerte y huyamos cuanto podamos de la Medicina. Si al final com­prendemos que ha llegado nuestra hora, deberemos saber qué hemos de hacer sin te­ner que pa­sar por la trucu­lencia del encarniza­miento tera­péutico que, en el caso de no tener la inmensa suerte de una muerte repentina, nos tiene ase­gurada la mal­dita Medi­cina de este milenio en Occidente si no nos encon­tramos entre ese uno de cada tres que re­cibe cuidados palia­tivos y tiene una muerte dulce. Pues ¿quién nos garan­tiza que se­remos ése? Nadie. Esta socie­dad no tiene en su ca­beza más que el dinero, la riqueza, el éxito momentáneo, la fama efímera, y menosprecia la au­téntica paz, la serenidad y la vida feliz sin pretensiones. La Medi­cina occi­dental, dentro de la centrifugadora del dinero y la ganancia ge­neral que es todo el sistema, se las ve y se las desea para compaginar las prescrip­ciones hipocráticas con las perentorie­dades del “neo­capitalis­mo”.

(Hace muchos años un cirujano -eminente, eso sí- como todos los médicos ¿hemos conocido alguno que no lo sea?, en una re­nom­brada clínica de Madrid salía en plena opera­ción de un tumor de colon de mi madre para hacerme una oferta "tentadora": "ahora tiene su madre, tenemos, la ocasión de que sólo por 250.000 pts. le qui­temos también la vesícula. ¿Qué me dice vd.?". Jamás lo ol­vidaré. Todavía sigo petri­ficado. Por cierto mi madre murió pocas semanas después y no se estaba entre los afortunados que suelen encon­trarse entre los familia­res de médicos y amigos de médicos que re­ciben cuidados paliativos. Tuvo que confor­marse con Nolotil en can­tidades industriales que no servía para nada y ya no había sitio al­guno de su cuerpo donde in­yectarla. Fue imposible conse­guir que la inyectasen mor­fina)

El arte de los médicos consiste en renovar constante­mente el vocabulario de las enfermedades y con ello su prestigio. Bajo el nombre de cefalgia cobra un aire distin­guido el anti­guo y plebeyo dolor de cabeza. Cuando los mé­dicos no es­tán de acuerdo ¿quién decide? Y, como decía Voltaire "los médi­cos meten drogas que no conocen en un cuerpo que conocen me­nos todavía".














22 mayo 2006

Escribir a la contra

¿Estamos condenados a escribir sobre lo desagradable?

¡Ojalá que tuviera presencia de ánimo para deleitarme es­cribiendo sobre el bien y la belleza! Pues juro ante el altar de ese Dios del que sospecho, que amo el amor y la be­lleza, la armonía, la concordia y la buena voluntad como el que más. Y me gustaría tanto hablar y escribir de ello...

No es efecto del desgaste de los años. No son los desen­gaños personales que a duras penas puedo recordar. No es que ocurra hoy día lo que antes no ocurrió, lo que ha suce­dido siempre. Es que es imposible vivir, y más imposible es­cribir, sabiendo de la tristeza, de la injusticia, de la miseria, del despropósito, del cinismo, de la vergüenza, de la im­postura y de la estupidez que por oleadas y en avalancha nos llega a nuestro conocimiento cada hora de noticias. Ello, aunque apenas no veamos televisión ni escuchemos la ra­dio y nos limitemos a pasar la vista por los titulares y entra­dillas del periódico.

¿Quién, que no sea un insensato, un iluso o un autómata puede ponerse hoy a componer poemas o música, o hacer alabanzas de lo que sea, cuando los ecos constantes de la barbaridad, del abuso y del disparate llaman a toda hora a la puerta de nuestra consciencia? Los que fabriquen belleza hoy día, tal como está la Naturaleza y lo que destila la glo­balización de la tristeza, aunque nos convengan para no verlo todo tan descarnado, han de ser miopes, duros de oído y grandes egoístas...

Ahora se comprende mejor otra de las razones por las que el poder siempre mantuvo a raya al saber. La principal la hemos comentado demasiadas veces como para repe­tirla. Me refiero ahora sobre todo a lo que dice el Eclesias­tés: “cuanto más saber, más aflicción”.

Para disfrutar un poco de la vida es preciso meterse en una burbuja de aire, aislarse, perder la memoria imediata, ser ciegos, sordos, mudos, tontos... Esta paradoja no se me manifiesta ahora. Es efecto de la resaca del oleaje de la vida o de la cogorza en la que se vive una parte de ella sólo interesados en sensaciones, en la coyunda, en satisfacer apetitos y en ganarse un puesto seguro, y mejor blindado, y además, como en mi caso, se consigue...

Pero si heideggeraniamente se vive el minuto de los se­senta segundos implacables, tengamos por seguro que no podremos disfrutar en absoluto, aunque nuestra salud y condiciones materiales sean óptimas. Es preciso mucho más: que nuestros seres queridos no sufran ni enfermen, y que no tengamos noticia alguna de que el sufrimiento, el desequilibrio, el abuso y la injusticia que padecen millones y millones de otros como nosotros son ya residuos de la época en que el ser humano era un necio. Y esto, amigos, no sólo no es así. El sufrimiento, la desigualdad, la injusticia, la locura y la subnormalidad invaden cada día un poco más el mundo; nos rodean por todas partes hasta la asfixia. Y ade­más, lo terrible es que nos damos cuenta.

Esta es la razón por la que "sólo" puedo escribir a la co­ntra y para desalojar del cuerpo y de la mente los flujos y humores que de otro modo quizá hace tiempo me hubieran aniquilado ya.

21 mayo 2006

La sociedad occidental como letrina

Dentro de una letrina no hay más que heces. El sistema oc­cidental rebozado actualmente en neoliberalismo es una le­trina. Nada se libra del frenesí por el dinero y por la ga­nancia fácil e inmediata que el individualismo atroz, que avanza como la lava de un volcán, se propulsa en la socie­dad total despojándolo todo del esfuerzo y de otras razones morales que secularmente justificaron el beneficio.

El principio, el punto de partida es que todo lo que toque­mos, salvo esas excepciones que perduran, heróicas, so­me­tidas a una presión insoportable, está putrefacto.

¿Quien, con esta filosofía de la vida social que nos aplasta puede responder, sin hacerlo acompañar de amenazas y re­jas, a un ladrón que "no es justo" desposeer a otros, cuando la inmensa mayoría lo hace; más: cuando la in­mensa mayo­ría no se dedica a otra cosa? ¿Quién, inmersos todos en un sistema que ha sacralizado la riqueza, la opu­lencia, los jets privados y las mansiones ostentosas puede persuadir a otros de que el "bien común" es un concepto excelso que excluye, que re­pele los excesos, en el interés de "todos"? ¿Quién, con la exaltación incesante en todos los ámbitos de la vida pú­blica del placer inmediato, de la huida del más mí­nimo dolor, de la esquiva del contratiempo a cualquier pre­cio... puede en­señar a un niño o a un adoles­cente o a un jo­ven lo que es el "bien común" y el porqué del “bien común” que impregna toda la filosofía individual y so­cial desde la noche del tiempo?

No ya empresarios, que para "eso" están ahí, para enri­que­cerse; no ya regidores, concejales, abogados, médicos, ban­queros, notarios... que para eso están ahí, para hacer de su objetivo principal de vida el ganar dinero sin el menor mi­ra­miento a deontolo­gías que ya no existen... Es que curas, maestros, periodis­tas, editorialistas, intelectuales de guarda­rropía y tantos profesionales cuyo eje de su vida fue la so­brie­dad, se han incorporado al festival y al festín de acapa­rar ga­nancias haciendo ascos a la ética que ha desapare­cido como tantas especies están desapareciendo de la bio­diversi­dad.

Y la religión, que tanto daño moral ha hecho a tantos al lado del consuelo que ha proporcionado a otros, que no ha dejado hasta hace poco, con sus amenazas del infierno y otras re­presa­lias el sistema, de fortalecer y de refor­zar la fuerza de los podero­sos es, para unos una sensibili­dad y para otros una sensi­blería asimismo a extinguir. Y si ya his­tórica­mente fue delez­nable por culpa de buena parte de su jerar­quía, da la impre­sión de que empieza a ser también otra olla podrida hasta en las bases. En todo caso ha per­dido demasiada fuerza frente al vendaval del egoísmo gene­ralizado, como para tenerla por muro de contención.

La sociedad, para la mínima estabilidad que le aleja de la horda, está a punto de tener que conformarse con los Códi­gos Penales. Aunque esto tampoco es exactamente así, pues los códigos penales siguen pensados para los desgra­ciados. A los la­drones de postín se les despacha con los consabi­dos embargos de sus rapiñas, siempre ilocalizables por definición o a nombre de terceros.

El caso es que dentro de poco no habrá gobierno que lo re­sista, y tendrá que destinar a misiones policiacas y judi­ciales a media sociedad para mantener a raya a la otra me­dia. (Algo así está haciendo Bush en Norteamérica. Lo que ocurre es que él y sus filósofos mediáticos y toda la basca son quienes han propiciado este caos que parece abocado a resolverse en el otro caos de la guerra total).

Pese a todo, dentro de otro poco, repito, esa media socie­dad represiva y fiscalizadora de naturaleza funcional o fun­cionarial acabará engullida, como ya lo está buena parte de ella, en la misma letrina en que se encuentra el resto.

19 mayo 2006

El "rey de la Creación". Zoología pura

Por estas fechas están de moda los grandes simios. Hay un Proyecto Gran Simio que, según se nos dice, no es cien­cia, sino filosofía. Por fin parece que el ser humano va en­trando "en razón" en cuestiones cruciales como ésta. Las modas las disparan concienzudamente los medios no para informar sino para dar que hablar, que escribir y que discu­tir. El periodismo hace mu­cho que dejó de cumplir con el estricto cometido de infor­mar. Se dedica mucho más a opi­nar y a crear estados de opinión que a relatarnos aséptica­mente lo que sucede... Pero el Proyecto Gran Simio, aun­que quizá demasiado tarde por los negros nubarrones que se perfilan en el horizonte para la especie humana, prueba que por fin se acaricia el núcleo de la "ver­dadera verdad": la superioridad moral del simio so­bre el hombre...

El caso es que creacionistas o evolucionistas, los centros neurálgicos del ser humano que son las religiones, el hile­morfismo aristotélico y tantas otras filosofías sean raciona­listas o irracionalistas parten de la certidumbre de que el ser humano es el "rey de la Creación". Un rey en cualquier caso miserable, pues si puede hacer cosas que el simio -su pro­bable inmediato antecesor- no hace (todavía), comete bar­baridades que avergonzarían a los primates y a cualquiera de los demás seres que pueblan el reino animal. Es decir, al lado de innúmeras comodidades (porque al final su ingenio sólo se dirige a obtener "comodidad" a cualquier precio) que el rey va ideando para sí (pero de las que únicamente dis­frutan unos pocos en comparación con la población total del mundo) son tales los estragos que su ingenio causa a los humanos, los seres vivientes y a su propio hábitat, que al hacer balance en­tre ventajas e inconvenientes de sus habi­lidades no se compensan los frutos de éstas con los efectos devastado­res. Y digo habilidades, porque decir que el rey de la crea­ción es inteligente es mucho decir...

Más le valdría al "rey de la Creación" poseer menos capa­cidades técnicas, y más humanidad; menos conocimientos inútiles, y más omnicomprensión; más creatividad, y menos impulsos de destrucción; menos astucia contra sus propios congé­neres, y más aprecio por ellos; menos ingenio para cosas en el fondo irrelevantes, y más sentido de la econo­mía energética; menos capacidades deslavazadas, y más apti­tud para extender por el globo el verdadero progreso no evanescente, esto es, el progreso moral, la solidaridad entre los humanos y la sinergia entre todos los seres vivos sin ex­cepción... Eso sí sería “inteligencia” de la que felicitarse.

Dos pruebas casi al azar de que la irracionalidad del rey de la Creación puede más que la racionalidad; esto es, que su índole zoológica está muy por encima de la espiritual, (nous de los antiguos griegos), están en su atracción por la guerra, en su gusto por matar y torturar, y en la alevosía (medios desproporcionados para la consecución del mal propuesto). Zoología por cierto muy especial, pues aunque el "rey" se mueve en la ficción de que su racionalidad honra al género humano, es la irracionalidad -impropiamente lla­mada animalidad- lo que al final decide. Tanto, que sería mil veces preferible renunciar al progreso material, desigual, ti­tubeante y cambiante, si con ello enterrase definitivamente la necedad, las guerras, sus incesantes contradicciones y su­piese conservar el globo terráqueo en las mejores condi­cio­nes de habitabilidad tanto para los que lo pueblan actual­mente como para las siguientes generaciones. Pero descui­demos, no habrá permuta...

Prescindamos de la "inevitabilidad" de la guerra grabada a fuego en la irracionalidad humana. Obviemos esa fatalidad a que la cultura judeo cristiana encadena al rey de la Creación por su pecado original. Es igual. Prescindiendo, digo, de eso, sigue existiendo en el ánimo del rey brutalidad, nece­dad, ceguera y nocividad para su casa, para la biosfera, hasta extremos de pesadilla. Su irracionalidad, para su ver­güenza, no es más que perversión de su lado racional. En cambio la irracionalidad del animal no conoce la crueldad, ni la des­mesura ni la tortura. Un rey que se ufana de fabricar toda clase de artefactos, pero se pasa la vida cometiendo atroci­dades y torpezas sin cuento, haciendo horripilante la exis­tencia de gran parte del género humano ¿qué clase de rey es ése puesto -para los creacionistas- por el Creador en su Creación?

¡Qué mísero rey que provoca el efecto invernadero, que nos sume poco a poco en el desierto; que tiene actualmente al cuerno de Africa -Somalia, Etiopía, Eritrea, Yibuti y Kenia- al borde de la aniquilación por la sequía; que proyecta la desaparición de las selvas. Gran parte de los grandes ríos y lagos de agua dulce se forman desde los glaciares. Cuando los glaciares desaparezcan -y están des­apareciendo por el cambio climático-, no habrá ríos de los que viven miles de millones de humanos; la contaminación irreversible de ma­res y ríos; la destrucción imparable de todo cuanto existe bajo el sol!... ¡Qué rey fantoche, ridículo, trastornado, dege­nerado, siempre tra­tando de sustituir por sus manufacturas lo que es de la Na­turaleza; a la deriva, en busca del naufra­gio de sí mismo, de sus vasallos y de todo cuanto se cobija bajo el sol! ¿A eso seguiremos llamando "rey de la Crea­ción"? ¿a un hombreci­llo petulante e infantiloide que va de acá para allá sin saber a qué, que cree saberlo todo y nada sabe, que lo poco que sabe sólo lo aplica a un placer semi­letárgico momentáneo que desemboca en destrucción y autodestrucción, desprecio por sí mismo y por los demás?

Al lado de rascacielos, coches a velocidad de vértigo, constituciones políticas ampulosas, leyes sobre derechos humanos que no podía soñar este país, España, hace me­dio siglo ¿cómo, dónde hemos de clasificar las mentiras so­bre el asunto y la muerte en Irak y Afganistán? ¡Qué digo!, sin ir tan lejos, ¿cómo explicar la evolución del simio hasta la de­tención brutal y trato vejatorio de dos jóvenes sólo por ser republicanos? En donde las palabras libertad y democra­cia son capaces de sofocar cualquier otra ¿sólo hasta ahí hemos avanzado?...

Si lo que entendemos por mal es eso, la destrucción en todas sus vertientes, no cabe duda de que el rey de la crea­ción alcanza paradójicamente su máximo de plenitud en la de-cadencia al abandonar la cadencia a que estaría sujeto según las leyes naturales. Pues sólo en el animal no humano (aunque tampoco exactamente, pues también entre animales iguales se dan comportamientos desiguales o convencionalmente "anómalos") en principio la conducta está sujeta a "cadencia". El rey de la creación se realiza, al­canza su climax en la de-cadencia. Por eso parece haber venido a este mundo, para destruirlo... He aquí el drama. Es por eso que ya se anuncia la tercera gue­rra mundial, que a buen seguro será la última...

En cambio el animal no humano, no siendo éste rey de creación alguna, no se pervierte ni pervierte, no conoce la crueldad, no mata por matar ni por poseer más de lo que necesita, ni trata de gozar más de lo que es capaz de gozar: se limita a satisfacer su necesidad alimenticia para sobrevi­vir y la sexual para procrear: lo, paradójicamente. más razo­nable, aunque digamos que el animal y el simio carecen de "razón". Al final del examen, lo que hace la razón humana es infectar, infectar a su entorno e infectar al mundo entero. El ani­mal no humano es el verdadero rey. Y como todo rey bueno, está siendo destruído por su vasallo más infame: el hombrecillo, el más ínfimo ser de la Creación de creacio­nistas y evolucionis­tas...

En último término cabe otra posibilidad... ¿No será que existen dos clases de reyes de la creación con apariencia similar? ¿No pudo ser éste un planeta paraíso hollado por seres de otros mundos que lo colonizaron quién sabe cuándo con fines aún no manifiestos? Sólo esto podría ex­plicar que una parte de los humanos sigan obsesos por la destrucción y la guerra pese a la cacareada evolución, y la otra parte, como el armiño rodeado de basura, prefiera morir de inani­ción dentro del cerco antes que traspasarlo.

¿No hay clarísimas señales de que proceden de galaxias diferentes pueblos como el escandinavo, el lapón y tantos otros cuyos ancestros guerreros se pierden en la noche de los tiempos, y pueblos cuyo origen prefiero ahora omitir, que por razones forzadas o inexistentes se pasan su historia sólo pensando en dominar y matar a los que no son de su raza?

Me sospecho que la respuesta a este interrogante y otros más por el estilo, están en la otra vida. Mientras, seguire­mos conformándonos con hacer apuestas y con la pura conjetura.

Sea como fuere y mientras no despejemos la duda, "el rey de la Creación", sea­mos creacionistas o evolucionistas, es el ser más nefasto de la Creación y que parió madre.

15 mayo 2006

La España corrupta

La corrupción social casi se expresa por sí sola y está re­la­cionada con numerosos aspectos que lesio­nan grave­mente a la colectividad. Pero existe corrupción no sólo cuando se co­mete el delito económico inherente al sistema ca­pita­lista (ex­tor­sión, estafa, usur­pación, defrauda­ción, insol­ven­cia pu­ni­ble, alteración de pre­cios, societa­rios, re­cepta­ción, contra la Hacienda Pública y la Seguridad Social, co­ntra los dere­chos de los trabajadores y de los ciu­dadanos extranje­ros, contra el medio ambiente, contra el patri­mo­nio histó­rico, co­ntra los re­cursos natura­les), sino también en toda función que por ac­tiva o por pasiva los propi­cie o en­cu­bra.

La corrupción empieza en los actos preparato­rios que pre­ce­den al delito propiamente dicho. Son esas omisiones a me­nudo tan funestas como el delito tipificado en sí, porque el conoci­miento de ellas induce o alienta a cometer delitos si­milares.

Quizá sea para algunos muy duro reconocerlo. Pero vivi­mos en un país corrupto por los cuatro costados. Empeza­mos por la “mordida”. No sa­be­mos si está o no generalizada hoy día la “mordida” en este país al que acuden miles de inmigrantes. Pero la “mor­dida” es el típico asunto que evoca el tercermun­dismo. Y ahora, por un estadista latinoame­ri­cano que está de moda, nos entera­mos de que dos policías le pidieron no hace tanto tiempo 500 dólares para entrar en España...

Que España, vista desde fuera y ya también desde dentro es un país corrupto, ligero de cascos y marginal dentro de Europa, lo vemos cada ma­ñana al levantarnos. No es un cesto de manzanas sanas en el que hay algunas podridas. Es un cesto de manzanas podridas donde hay algunas sa­nas.

Por poner un ejemplo vivo. El archivo de una denuncia por un juez puede ser co­rrupción sin “culpa” al estar dentro de sus atribuciones si “no aprecia” indi­cios ra­cionales de crimi­nalidad en el hecho denunciado... La omi­sión de su denun­cia al Banco de Es­paña por un notario que no da fe de la escri­tura sospe­chosa, es co­rrupción. El Banco de España que no cursa una denuncia de la asocia­ción de con­sumido­res de ban­cos y seguros de España (Adi­cae) incurre en co­rrupción. Y así sucesivamente. Archivo y omisión son fáciles de justifi­car o enmascarar. Pero ahí es donde suele empe­zar la infec­ción, pues escriturar la propiedad es requisito práctica­mente indispensable y nada puede hacerse frente a la declaración de denuncia improcedente por parte del Banco de España.

Los irreductibles amantes de la democracia dirán que en la democracia se persigue, y que así se depura. Y así es, se depura. También en los países con democracia popular: Cuba y China. La diferencia está en que cuando de estos países llega la noticia de una corrupción severamente casti­gada, los democrático-capitalistas aprovechan la ocasión para de­nigrar­los. Cuando, como dice Pascual Se­rrano, en un país de socia­lismo real "no hay electriciad o se derrumba un edificio", se apresura el enemigo a decir que urge cam­biar el sistema por desastroso. Pero en Occidente y espe­cialmente en Es­paña, la podre­dum­bre se extiende por todas partes y nadie clama ya por un cambio de sistema que es lo que está pidiendo a gritos este país.

Pero es que hay otros aspectos. Y es que aquí, en Es­paña, los encargados de perseguir la corrupción no dan abasto. Te­niendo en cuenta cada pufo que sale a relucir, po­demos cal­cular cual­quier cifra sobre los que no emergen. Yo aventuro un cálculo: de cada caso escandaloso que salta por los aires, se­guro que hay nueve ocultos, larvados e im­pu­nes.

Unos delitos y sus delincuentes surgen cuando menos lo espe­ra­mos, otros pueden permanecer latentes du­rante quince años, como en Marbella, y otros no llegan ni a sus­tan­ciarse, bien por falta de prue­bas, bien porque quie­nes de­ben perseguirlos miran a otra parte, o bien porque un juez o va­rios archi­van, como he dicho, las de­nuncias. O bien, como en el caso de las estafas fi­latélicas que son de actua­lidad, el Banco de España, el Mi­nisterio de Economía y la Comi­sión del Mer­cado de Valo­res se desen­tienden en 2002 de una de­nuncia de la mentada “Adicae”.

En otros casos, la cosa se deja ir. Como en el llamado “golpe de asam­blea”, el de la Asamblea de Madrid. En ese trance dos tráns­fu­gas turbios, como todos los tránsfugas, permitie­ron que alguien parecido a una señora se aposen­tara del cargo para copar impunemente la Comunidad. Entre ella y el alcalde de la capital, de su mismo partido, tienen a la re­gión virtualmente secuestrada: corrupción.

Telefónica, Terra Mítica, Marbe­lla, caso Fabra, Gescar­tera... y un sin­fín de casos im­persegibles por la astu­cia de los co­rrup­tos, de los prevari­cadores, de sobornados y de so­borna­dores, están ahí co­rroyendo el país como la car­coma la ma­dera... ¿Cuán­tos, de los que están no ya en ella sino cerca de la ciénaga, po­de­mos cal­cular que en España no se dejan contaminar?

Es imposible hacer una rela­ción exhaustiva de los posibles ca­sos de corrupción. A vía de ejemplo y aparte la urbanís­tica ya suficientemente desvelada y comentada, en la po­lí­tica no hacemos más que obser­var a miserables sin es­ta­tura para representar a nadie; en la abogacía, a innú­me­ros aboga­dos sólo atentos a cobrar pro­visiones de fon­dos sin im­portarles la improcedencia de mu­chos de los liti­gios que ponen en mar­cha; en la fe pública, la com­plicidad de los nota­rios con el blanqueo de dinero al no de­nun­ciar tanta es­critura sospe­chosa que pasa por sus manos; en la banca, la no me­nos opaca proce­dencia de fondos sin que tampoco notifiquen de ellos al Banco de España; en los profesio­nales de la ar­quitec­tura, proponiendo edificios insa­nos, sin luz solar, sobrecar­gando el gasto de energía y con efectos perni­ciosos en la salud de los em­pleados; en los medios, desta­cando lo irrele­vante hasta convertirlo en pie­dra de es­cándalo y solapando lo grave por­que detrás están los verda­deramente poderosos; en Medi­cina, tanto médico co­brando de esta u otra so­ciedad sa­nitaria una inter­vención qui­rúrgica cuando quien opera es otro colega recién salido de la Facul­tad... Hasta la ciencia en ge­neral está más atenta a arropar los in­tereses de la in­dus­tria farmacéutica, de la energética, de la química, etc, que a se­guir las pautas de la de­ontolo­gía. Todo, sin que na­die seña­lado o con peso especí­fico diga en voz alta: “esto no puede se­guir así, hay que instituir mil brigadas antico­rrupción en to­dos los ámbitos y sectores del mercado para que este país no sea un paraíso de co­rruptos, como una república bananera”.

España viene dilapidando desde hace veinte años buena parte de los fondos de cohesión que la UE puso en sus ma­nos; fondos que en muchos casos corruptamente fueron a parar a fines distintos de los asignados.

La economía se mantiene gracias a la única tarea que sabe el español “emprendedor”: la construcción febril y fre­né­tica de norte a sur y de oeste a este. No hay otras iniciati­vas de en­jun­dia que creen ri­queza y empleo. Pero el día que la bur­buja in­mobi­liaria ex­plote, se verá cuál es la autén­tica extensión de la gan­grena. Y en­ton­ces España se de­rrumbará con ella que­dando al des­cu­bierto la incapacidad de un país para ser res­petable y res­pe­tado por la Comuni­dad interna­cional que no ha dige­rido to­da­vía el modelo de­mocrático. Democracia a la que, después de los abusos de la dictadura anterior, los proxenetas tratan como si fuera una mala ramera. Democra­cia de la que sólo les interesa su li­bertad para defraudar en la mayoría de los casos impu­ne­mente al pueblo de mil mane­ras.

Pero hay que recordar que, una vez que un cuerpo vivo -y cuerpo vivo es un país- está com­pletamente corrompido, sólo puede re­nacer de sus cenizas con un alma y esqueleto di­fe­rentes. No es posible regenerar lo putrefacto para devol­verle su apariencia y esencia virginal. Y un país sólo puede seguir adelante, o con una revolución o, ya que estamos en pleno capitalismo, sobreviniendo un crack económico en toda regla que nos obligue a volver a empezar.

Pese a todo lo dicho no hay que extrañarse, ni enfadarse. Se sabe desde hace mucho tiempo: aunque en unos países menos y en otros más, lo que siempre fue corrupto por defi­nición es el modelo capitalista. Mucho más el ne­ocapitalista hacia el que el primer mundo frenética­mente se dirige.

11 mayo 2006

Latinoamérica, en busca de sí misma

La mayoría de los países latinoamericanos, superexplota­dos, expoliados desde el Descubrimiento, por Europa pri­mero y luego por Europa y Es­tados Unidos han tomado al fin conciencia de sí mismos y emprendido la marcha al en­cuentro de su propia identidad. Unos vacilantes, otros re­sueltos y otros aún en fase puerperal. Pero todos, semi­dor­midos salvo los olvidados y sofocados conatos revoluciona­rios ché, es­tán dando vivas muestras de re­vitalidad polí­tica...

En Bolivía el gobierno precedente, por decirlo de una ma­nera suave desaprensivo, negocia con empresas extranje­ras, por decirlo de otra manera suave a precios de saldo concesiones de explotación petrolera. Y la duración del contrato es vitalicia o casi.

Encima, la empresa española concesionaria registra a su nombre como propietaria y no como arrendataria el título de algunas de las explota­ciones, y encima, como "estas cosas se firman pero no se cumplen" según reza entre los merca­chifles hispanos de la picaresca, no paga la renta o la paga tarde y mal...

"Estamos en un país tercermundista", se debieron decir entre sí los arrendatarios. "¿Qué esperan? Cómo creerán los títeres de ese país que vamos a cumplir? Les estamos haciendo un favor. Ellos no saben cómo extraer sus recur­sos. Para eso somos superiores, para eso somos amigue­tes. Para eso no les invadimos. Para eso no lo reconquista­mos"...

He aquí el espíritu mercantil que encierran los contratos fimados por la concesionaria española que ahora rebufa, sobre lo que nada leeremos en periódico alguno. Quizá, de­ntro de unos me­ses, cuando el árbol haya caído, saldrán a relucir muchas cosas ahora ocultas y que toda la familia que pesa y mide española se encarga muy mucho de ocultar...

Eso hasta hoy. El decreto nacionalizador de Bolivia pone a cada cual en el sitio que le corresponde, y a esa empresa española la pri­mera. Las empresas españolas en el propio mercado in­terior español no hacen los deberes en casi nada salvo en lo que les con­viene, y las que operan fuera cum­plen según lo estricto que sea el talante del país donde se encuentran, y ¿vamos a creer que esta empresa petrolera ahora tan que­josa no ha hecho en Bolivia, país hasta ayer paraíso de des­valijadores, de su capa un sayo?

La zona centroamericana está resuelta a rescatar su sobe­ranía. Y todo empieza por revertir la propiedad y la adminis­tración de sus recursos a cada país. Recursos que han ve­nido explotando empresas foráneas de negreros respalda­dos por politi­castros proxenetas.

Nicaragua y Perú serán los próximos países dispuestos a resca­tar la dignidad perdida en la noche de los tiempos. Dignidad en realidad perdida antes de adquirirla. Perdida, por un puñado de subvenciones en unos casos, como Nica­ragua, y por un puñado de in­versiones en otros, como Boli­via. Réditos en todos, que hay sospechas razonables de que se repartían con los títeres.

¡América Latina!: "Hay algo más fuerte que la noche, y es la aurora"...

La España repugnante

Hoy leo el artículo de Marcos Roitman Rosenmann “Es­paña se une contra Bolivia”, que añade si cabe más repug­nancia a mi renegada españolidad. Ahí, en cosas como ésta, en las confabulaciones injustas contra el débil y la bajeza frente al poderoso es donde más me duele...

Esa sinergia, esa torpe complicidad mayoritaria -por no de­cir unánime- entre inter­eses abstractos y concretos, transna­cionales, políticos y me­dios a escala nacional en de­tri­mento de una mínima ponde­ración no es propia de una so­ciedad avanzada. Sólo se concibe ya, entre pandilleros.

"Chávez mueve sus hilos en Bolivia", "La gran duda en Boli­via es si Evo Morales definirá finalmente un proyecto propio o terminará siendo un satélite de Caracas", dice hoy en El País Jorge Marirrodriga desde La Paz.

Bueno, ¿y qué, si habida cuenta que Chávez lleva ya un camino recorrido hacia el mismo objetivo que aún le falta por recorrer a Mo­rales, Chávez ayuda en el propósito a Mo­rales? Lo expresan políticos y medios españoles como una in­digni­dad antes de haberse mirado la viga en ojo propio donde re­side la administración americana por la que tantas veces se de­jan sodomizar...

El miserable Zaplana, portavoz del Partido Popular, por su parte, se despachó a gusto en Antena 3 y llamó al presi­dente de Boli­via "tipejo de la peor especie". Calificar ante una ca­dena de te­levisión de "ti­pejo" a Evo Mo­rales, un pre­sidente democráticamente elegido, de un país aún débil po­líticamente porque aún no ha reposado, sí que es propio preci­samente de “tipejos”, de ruines y de despre­ciables. Esta inmundicia política no tanto como políti­castro en fun­ciones sino como la sabandija que es, o le sale esa expre­sión de su alma podrida o cree que am­parando pública e in­decentemente a los pre­sun­tos trapisondistas de Repsol captará algunas adhesiones para su partido... en descom­posición.

¿Acaso Zapatero y el histriónico presidente anterior no son, uno en activo y otro en la retaguardia, satélites de Washing­ton? ¿No son, más que satélites limpiabotas? Traerse las tro­pas de Irak, en materia de relaciones con el imperio no basta para proclamarse “libres”. Ahí están los vue­los de la Cía, las bases de Morón y Rota, el babosear de Moratinos tras Bush. ¿Qué a eso lo llaman ser socios o amigos? Pues eso mismo están trabando Chávez y Mora­les, que hasta que se convirtie­ron en representantes legíti­mos y democráticos de sus res­pectivos países éstos perte­necían a cualquiera menos a sus ciudadanos...

¿Por qué la España "oficial", la España de los dos partidos principales y la totalidad de los medios de comunicación ven tan mal la entente entre Chávez y Morales? ¿Por qué no sólo la miran mal, sino que les persiguen enconadamente con toda clase de improperios que rebasan incluso el len­guaje minímo diplomático?

¿No se acuerdan los detractores de Morales de que direc­ti­vos de Repsol están procesados en Bolivia porque la em­presa pe­trolera española Rep­sol-YPF inscribió en la Bolsa de Valores de Nueva York, como si fue­ran de su propiedad, las reservas de gas que tiene nuestro país, además de todo el proceso de produc­ción de hidrocar­buros? ¿Qué adjetivo cree el miserable portavoz y quienes a su manera le secun­dan, co­rresponde a gentes de este comportamiento y a ellas mismas por respaldar semejante conducta?

Si a Evo Morales, un presidente elegido democráticamente por abrumadora mayoría (el margen de la victoria electoral de Evo Morales, un 54 % frente al 29 % de su más cercano ad­versario, supera al de cualquier anterior presidente en los úl­timos 50 años) lo califica este personaje siniestro del par­tido español llamado irónicamente “conservador” como "ti­pejo", ¿cómo calificaremos nosotros y los bolivianos a los marrulle­ros usurpadores de pozos petrolíferos bolivianos de Repsol?

Cuando Aznar instó a Chávez a que se uniera a "ellos" (al trío de las Azores) porque “los pueblos pobres están lla­ma­dos a desaparecer”, ¿no se estaba refiriendo a Bolivia por­que ya estaban los sicarios de Repsol haciendo de las su­yas, y por eso trató de apartar a Chávez de la compañía de Morales?

Lo que es un bochornoso simulacro de pensamiento y una indignidad a estas alturas de la lógica y de la razón es, no ya que políticos marginales como Zaplana sino directivos, pe­rio­distas y chusma al frente de la información y de la crea­ción de estados de opinión se dediquen a dar patadas a las bue­nas formas, a la diplomacia, al respeto por la demo­cracia que tanto ellos alaban, y sobre todo a la más mí­nima ecuanimi­dad.

Que porque han sido cogidos con las manos en la masa los di­rectivos de Repsol ahora toda esa España oficial se vuel­que, cómpli­ce, además con una rabieta a favor de unos sos­pechosos de prepotencia, de sinvergonzonería y de la­trocinio a los que un Estado libre y un presidente soberano simple­mente les están pi­diendo cuentas es, cuando menos, como digo en el título, para sentir lamentable repugnancia.

Sólo cabe unanimidad en cuestiones que no admiten re­serva mental alguna. Por ejemplo, guerras de rapiña y ade­más mediante excusas y mentiras. Y esa unanimidad no existió, ni aún existe, en este país no ya sólo respecto a la in­vasión de Irak, sino tampoco respecto a las barbaridades que se están cometiendo en Oriente Medio.

La grandeza de miras entre los que pinchan y cortan en la so­ciedad española, habría que rastrearla con ingenios fabri­ca­dos al efecto.

A la dignidad le llaman populismo

El despertar, el proceso sociológico que está experimen­tando América Latina, está conectado a una pulsión freu­diana que tiene mucho que ver con el sentimiento de digni­dad colectiva.

Me produce una inmensa repugnancia la actitud de los medios en relación a muchas cosas muy graves que hacen historia aunque se correspondan con eternas redundan­cias. Y una de ellas es esta manera de tratar el asunto...

Ellos, los medios, son los que propalan tendencias y pul­san intenciones de masas y de personajes, políticos o no. Y ellos, también, se ocupan de hacer, a base del perfumado detergente que hay en la erística, el lavado de la ropa sucia a los poderes. Fingen que miran por el pueblo. Pero pese a lo que viene sucediendo desde tiempo inmemorial en países ricos con población mayoritariamente pobre que son litera­les despensas de energía para europeos y yanquis (de las que no han rendido cuentas a nadie -lo que sabemos de Repsol de Bolivia es una pálida prueba), intentan desacre­ditar o debilitar todo pro­pósito noble orientado a dignificar un poco la exis­tencia de los pueblos latinoameri­canos.

"América Latina es la región con mayor desigualdad y la mayoría culpa a Estados Unidos del fracaso de su modelo", dicen hoy esos mismos medios. Lenguaje de cal, pero sin perder a continuación la ocasión de echar constantemente arena al tabique enjabelgado calificando de populistas a movimientos y a líderes para deningrarlos. En lugar de ver en esas reac­ciones conatos o rebeliones en toda regla co­ntra la depre­dación literal que las potencias occidentales y principal­mente Estados Unidos ejercen sobre el continente sudame­ricano, explican el legítimo fenómeno a través de una destartalada motivación. Eso, cuando no acusan de propósi­tos expoliadores en beneficio personal a ciudadanos emer­gentes decididos a cortar por lo sano lo que es evi­dente no ha tenido cura en 500 años.

Los medios occidentales ven con buenos ojos el desvali­jamiento cuando lo ejecutan grupos humanos representan­tes de grupos ciclópeos financieros, principalmente si éstos son estadounidenses. Pero cuando quienes intentan resta­ñar en sus respectivos países el saqueo a que vienen inve­teradamente sometidos por Estados Unidos son líderes au­tóctonos, arremeten directa o subliminalmente contra ellos. No hay más que echar un vistazo a la prensa mundial. Los medios bastardos, de cuya bastardía se libran muy po­cos -y perdón a los bastardos que ahora afortunadamente ya no existen-, llaman a esa natural y noble reac­ción "aventura populista".

El lenguaje mediático sabemos que es clave para generar estados de opinión, para propulsar cualquier cosa, cualquier tendencia. No tanto el que se encierra en los medios impre­sos, como ese mismo lenguaje trasplantado a los audiovi­suales.

No perderé ocasión de arremeter contra los medios, como ellos no la pierden para frenar procesos "populistas" y con­tener la causa de personas concretas cuya intentona, siem­pre problemática, consiste en enfrentarse a pecho descu­bierto a los poderes fácticos, fi­nancieros principalmente, para recuperar un montón de dig­nidades.

La actitud de los medios en realidad es la que cabe espe­rar de quienes están acoplados a otros poderes. Quienes trabajan para ellos, legiones de periodistas bienintenciona­dos que van saliendo de las Escuelas, no pueden tampoco sus­traerse a la fuerza gravitatoria de los intereses incon­mensu­rables de todos sus dueños que al final son sólo unos cuantos. En comparación con el tempo en que se mueve un dios mediático, equivalente a escala al que mide el despla­zamiento de una galaxia, los políticos tienen perio­dos cortos para solazarse en el ejercicio del poder y de la erótica con­siguiente; para situarse y para favorecer a los suyos. Es de­cir, mientras los políticos desaparecen o se os­curecen como una estrella gigante roja, los medios son una enana blanca con una masa muy pequeña en relación a su densidad in­imaginable, y perduran como un sol. Aquí, en su perdurabi­lidad, está su fuerza...

"La ola populista ha sorprendido a Estados Unidos" es otro de los titulares que he podido leer hoy. Ni populista ni gai­tas... "América Latina está harta de los abusos de Estados Unidos", "América Latina despierta", "Los Estados Unidos tratan a América Latina como a una ramera". Este último es el titular que hubiera debido rezar hace mucho tiempo en todos los medios del mundo que se postulan independien­tes, intermediarios entre el pueblo y los poderes; el que cuadra a la prístina realidad. Los dos primeros, como un anillo a su dedo, son los que encajan en el momento en que se encuentra Amé­rica Latina.

No nos hagan los medios cada vez más odiosa su fuerza y su existencia. Despierten también. Rescátense de una vez la dignidad perdida que justificó en su origen su irrupción en la vida de cada sociedad, y abandonen el apego a los pode­rosos. Si ellos quieren, el mundo se transformaría. La única esperanza que nos cabe está en ellos. Decídanse. Descu­brirían que es infinitamente más gratificante en todos los aspectos doblegar a la prepotencia y a las potencias con la pluma, que reforzarlas miserablemente cada día por mu­chos platos de lentejas que los dueños de los medios se coman a cambio de los favores que los poderes les dispen­sen...

05 mayo 2006

Los ricos y la opinión

Los griegos antiguos distinguían entre doxa (opinión) y episteme (conocimiento científico). Para ellos la doxa es in­tercambia­ble, pero no la episteme. En principio la ciencia es relativa­mente invariable. Digo en principio porque exami­nada con detenimiento, resulta que todo en ella es casi tan pro­visional e intercambiable como la opinión. El trasiego de las verdades "inconmovibles" de la ciencia es mucho mayor del que se supone. Al final resulta tan inconsistente como la doxa. Ahí está, por poner un solo ejemplo, la ley de la gra­vedad de Newton. Tres siglos después resulta que en el va­cío cae más deprisa una pluma que una piedra....

Sea como fuere, todo para mí es doxa. Yo llamaría epis­teme no a la ciencia, sino a lo largamente meditado. Lo que para cada cual esa idea es firme y sólida después de un prolongado examen, y mientras le resulte útil para compren­derse a sí mismo. Eso sería episteme, al menos de con­sumo personal. Porque no existendo verdades absolutas, sí hay "principios" también llamados fundamentos, que son uti­litarios. En las matemáticas (hay varias matemáticas), en la física... y tam­bién en la moral los principios permiten que estructuras en­teras funcionen: por principia mathematica flota un barco y vuela un avión. Dios es un concepto psico­lógica y social­mente utilitario. No más. La monogamia pero también la po­ligamia lo son. Etcétera. Lo que no impide que todos sean corregidos con frecuencia en su formulación y concepción. Esto conviene saberlo, no para vivir aprisiona­dos en un es­cepticismo tristón, sino para saber que lo que pensamos hoy lo más probable es que mañana lo discurra­mos de otro modo. Además, estar avisados sobre esa posi­bilidad nos permite ser más condescendientes, más libera­les. En resu­men y mi consideración, cuatro o cinco mil años después, doxa y episteme terminan siendo dos caras de una misma moneda.

No hay, pues, verdades conclusas ni cerradas. Pero la cultura occidental es engolada y pretenciosa. Así, envol­viendo lo que es doxa en pretenciosa objetividad o epis­teme, nos hacemos más dignos de atención. Para evitar la pretenciosidad, aunque puede parecer infantil expresarse en primera persona, prefiero reconocer ipso facto que lo que digo es sólo "opinión", a presumir de que "mi opinión" es episteme aunque haya bebido en fuentes que lo sean. No importa, pues de todo dudo, todo lo pienso como si me en­contrase en el origen.

Pero ¿cómo considerar lo que no es ni una cosa ni otro? ¿Dónde encajar lo que no es propiamente pensamiento ni tampoco sentimiento, sino reconducción del sentimiento al raciocinio para expresar de manera oral o escrita un senti­miento puro de acuerdo a lo que lo identificamos dentro de nosotros como tal? Para expresar un sentimiento amatorio o afectivo existe por antonomasia la Poética. Cualquier cosa sin necesidad de ser amatoria, también puede recurrir a ella. Pero ¿dónde situar un sentimiento negativo, la repulsión por ejemplo, que no se presta a la Poética, que no es episteme en su significado etimológico, ni tampoco doxa? La Poética no vale: ella lo desdramatizaría, desactivaría al sentimiento sólo por mo­mentos, cuando lo que necesitamos es el vó­mito. Aquí que­ría llegar. ¿Cómo expresar y a qué género pertenece el odio expresado por escrito que no es ciencia ni tampoco opinión?

Quiero decir que sé lo que amo y a quién amo. Todo eso está escondido entre los pliegues de mi vida. Pero también sé qué odio y a quién odio: prescindiendo del que siento hacia la escoria estadounidense, a los prepotentes, a los arrogantes, a los necios, odio por encima de todo a los ri­cos. No les envidio. Ni quisiera estar en su lugar. Simple­mente les desprecio. Me niego a sostener trato con ellos, aunque a veces me hayan requerido. Entiendo por ricos aquellos que poseen con exceso lo razonable para vivir ra­zonablemente. Hay una web intitulada La Haine, odio en lengua francesa. Creo que quien ideó el título y yo nos refe­rimos a lo mismo...

Me refiero principalmente a los ricos que sé que lo son, y no tanto porque lo son como porque hacen ostentación de su riqueza. A esos que atribuyen su riqueza a su roma inte­ligencia creativa y a menudo a ese aborrecible y americano "trabajar duro" estableciendo relación efecto y causa entre el esfuerzo y su opulencia. ¿Queréis saber a qué llaman trabajar duro?: a "reunirse" sin parar, a hablar sin parar, a telefonear y a esperar llamadas sin parar... desde poltronas. A imponer, a exigir, a forzar, a engañar, a intrigar y a ma­niobrar; a ir de acá para allá, en primera clase, con chófer o en avión privado... a destrozar literalmente al competidor.

Odio a los ricos porque barbotean que se lo ganan y se lo me­recen. Saben que no es así... Lo saben, porque su ri­queza está compuesta de un tanto por ciento altísimo de azar y otro tan alto de influencias, de amiguismos, de favo­res, de desaprensión, de rapiña, de robos legales e ilega­les... o, en el caso más disculpable, de herencias. Lo sostie­nen públicamente como si la riqueza tuviese que ver con el desvelo, con horas de trabajo y con méritos extraordinarios. Como si la humanidad en carne viva, que trabaja penosa­mente, no mereciese lo poco que posee y ellos sí...

Nadie, si rinde debidas cuentas al fisco, puede enrique­cerse. Las leyes tributarias, aun en los países capitalistas, calculan el grado de enriquecimiento y sus topes. Todo el que vive suntuosamente, aun dentro del capitalismo, es porque se apropia de lo que no le corresponde, es de domi­nio colectivo o simplemente de los demás.

No se odia la riqueza: se odia a los ricos. Se puede amar a lo abstracto a los animales y a las cosas, pero no se puede odiar más que a lo que tiene forma humana.

Odio a los ricos porque su existencia es la causa de las mayores desgracias de este mundo.

Lo que tendría que hacer el mundo moralmente superior, es encerrar en Guantánamo a esos 587 ricachos que acu­mulan una fortuna que duplica la riqueza anual producida por un país como España, liberando de paso a la cifra equi­valente de desgra­ciados que se encuentran desde hace cinco años en aquella cámara de los horrores y nadie sabe qué pintan allí. Ni si­quiera sus guardianes.