Decíamos ayer que a tantos españoles arrogantes, los más sobresalientes por nada, les gusta discrepar, tienen siempre en la punta de la boca el "no estoy de acuerdo", el "no comparto su tesis"... Y además, si se mira bien, ello es así en cuestiones la mayoría de los casos irrelevantes, aunque sean teológicas o en último término controvertibles pero en las que caben opciones que no se contradicen porque a menudo puede ser complementarias. Pues cuando están en las antípodas a nadie en su sano juicio se le ocurre insistir o porfiar (salvo en parlamentos y espacios televisivos que viven de semejante estupidez, es decir del espectáculo bochornoso de un tozudo o una recalcitrante enfrentados a una persona razonable) sabiendo de antemano que el otro no escucha aferrado a su idea que no suele ser suya pero sobre ella se sostiene casi todo su yo...
Aquí radica uno de los motivos por los que uno se siente viviendo en un país campeón de la discusión de la que no sale nunca nada en limpio. Nadie aprende nada después de ella porque todos se quedan en sus trece... De la discusión y de la contradicción aquí jamás sale luz alguna por mucho que se esgrima el tópico para persistir en la tontuna. En realidad sólo se aprende de verdad a través de la observación y de la lectura atentas. Se aprende, porque sin cháchara por medio hay lugar a meditar...
Bien sea porque el dogmatismo y el absolutismo, como decía ayer, han hecho estragos irreparables que obstruyen ideas nuevas y frescas, bien porque se encuentra verdaderamente placer directo en la discusión, el caso es que en este país se vive del juicio previo, del prejuicio, de las ideas de granito (de otros) solidificadas en las mentes sin someterlas a examen.
En España no hay ideas, ni buenas ni malas. No hay ideas o, para no ser negativista, apenas las hay. Todas, casi todas son de imitación. Las auténticas que hay están en el éter de las habitaciones de los sesudos, y los que las tienen son anónimos, viven solitariamente y no suelen querer saber nada de lo que dicen otros sencillamente porque siempre es más de lo mismo. Los talentos son muy escasos y han de pensárselo mucho, antes de exponerse a hacer fácilmente el ridículo.
No extraña en absoluto que en España no haya propiamente Ciencia. Los cerebros se van, pues sometidos al jurado de la inteligencia colectiva o de pequeños grupos chocan como las olas contra los rompientes. Tampoco sorprende que no haya estadistas. Los que podrían serlo se abstienen, pues es demasiado duro luchar con un mínimum de sosiego y de esperanza contra legiones de energúmenos y pendencieros en unos casos, y en el mejor de otros contra puñados de listos con multitud de ideas, discutidores, que incordian pero no quieren asumir tampoco responsabilidades. Lo que les gusta es oponerse. Estos son dos ejemplos solamente. Pero podríamos seguir hasta encontrar las raíces de unos celtíberos tan indómitos como necios. Ya lo decía Unamuno: ¿De qué habláis para oponerme?
Se comprende que España esté dividida casi irreconciliablemente. Se mantendrá así hasta pasados siglos mientras no se instaure el Estado Federal y la República.
Las posturas de esos "sobresalientes" en cuestiones de todo tipo pero principalmente políticas, religiosas y sociales son incompatibles como el agua y el aceite. Hasta letrados en Justicia por la universidad, como la ínclita Ana Botella, esposa del no menos ínclito Aznar, inspector de Hacienda, confunden la "justicia social" que se incorpora a la Ley de Dependencia, con la caridad y la beneficencia de que se vanagloria en su concejalía...
Mientras Alemania, por ejemplo, busca reforzar con reformas educativas su histórico saber en Ciencia y Humanidades para recobrar el prestigio que tuvo antes de la nazistización, con universidades concebidas bajo dos principios: el de diferenciación y competitividad, en España todo el esfuerzo hecho por el gobierno con muchas menos pretensiones es enervado por las exigencias y enredos de los obispos y sus seguidores políticos para mantener una enseñanza religiosa (católica y nacionalista, claro está) inexcusable en toda clase de Centros.
Pero aun dentro de los que profesan ideas políticas, sociales, arreligiosas, morales o pedagógicas más homogéneas y muy alejadas de las académicas y ortodoxas dictadas por Dios sabe quién, tampoco hay mucho más entendimiento. El "no comparto su teoría", el "no estoy de acuerdo" va siempre por delante de la reflexión que llevaría a comprender que tanto lo que dice el interlocutor como lo que vamos a añadir como supuestamente opuesto a lo que dice el otro, son casi siempre del mismo material, y que con la suma de ambas orientaciones se puede llegar a posiciones intelectuales tan sólidas o más que ambas por separado.
Esto sucede constantemente en política, en Ciencia, en Medicina, en Derecho y en pedagogía. Métodos de todas clases que son ramas del mismo tronco que, en lugar de funcionar complementariamente luchan a brazo partido por prevalecer sobre los demás y si es posible para suprimirlos del mapa.
Sócrates, la lógica formal, el catolicismo fundamentalista y otros factores tienen mucha culpa de la falta de entendimiento generalizado en un país en el fondo mucho más amante de la guerra que de la paz. (Sólo quienes tienen por objetivo el dinero, como las bandas gansteriles, se unen y se comprenden bien. Por eso están tan unidos, como una piña).
El “sí pero...”, el “estoy de acuerdo pero...”, el “sus ideas son válidas, pero... también podemos añadir las mías” son fórmulas que facilitan no sólo el diálogo, sino sobre todo la convivencia y la dialéctica política y la de todas clases. En la televisión, en el parlamento, en la familia y en la pareja. Pero muy rara vez las escuchamos. Y si es así, será extranjero.
España, tal como está políticamente configurada, no tiene remedio. Siempre seguirá siendo la antesala de las repúblicas bananeras donde el grueso de la población se santigua a todas horas, mientras los caciques y señores de la demagogia deciden todo por ellos llenándose los bolsillos.
Disentir categóricamente es tan dogmático y odioso como afirmar categóricamente. Salvo en las proposiciones sobre hechos físicos -afirmar "esta es una rosa amarilla", por ejemplo, aunque también el afirmante puede ser daltónico-, en todo lo demás -la abstracción- cabe cualquier cosa. Las conclusiones de cada cual dependen de varios factores y no sólo del "yo pienso así". Una visión optimista o pesimista de la vida o del futuro depende más de cómo hayamos dormido la noche anterior, de si hace sol o está nublado, de si nos han dado una buena noticia o una mala, de si acabamos de hacer el amor a gusto o no lo hacemos desde hace un año o no lo hemos hecho nunca, o de que persista el rencor por un abuso cualquiera; más de todo eso que de la reflexión personal.
Las ideas, las proposiciones filosóficas y ordinarias circulan así. Decimos esto y luego somos esclavos de lo dicho respecto de quienes nos lo han escuchado. Todos estamos al acecho de la contradicción de los demás y poco de las nuestras. Todos vigilamos nuestra aversión contra lo que sea y contra quien sea, y nuestra predilección sobre lo que sea y sobre quien sea y buscamos adeptos contra ellos o a favor de ellos. Hace muchos años pudimos habernos comido los santos, como vulgarmente se dice, y hoy somos los mayores enemigos de los santos. Pudimos haber militado con entusiasmo en un partido político o en un club, y hoy somos sus mayores enemigos.
Pero el caso es que lo que nos distingue por encima de todas las cosas, después de la condición natural, es el estilo personal. Jack Lang, ministro de cultura francés, decía que la cultura es la vida. Yo creo que el estilo es la persona. Hay indigentes señores y aristócratas patanes, hay ignorantes sabios y sabihondos ignorantes. Hay escritores y músicos que venden mucho por mercadotecnia pero aburren porque no expresan nada sustancioso destinado a quienes tampoco tienen sustancia (y abundan mucho más que los que tienen algo más en la mollera), y en cambio otros desconocidos, con su verbo certero o con su partitura, asombran en círculos reducidos o quizá secretos. Aquí, en la Red, hay muchos y muchas.
Lo sé por experiencia, pues hace mucho que dejé de asistir a conferencias en las que no escuchaba más que tópicos o adoctrinamientos bajo la capa de charlas retóricamente bien construidas e incluso divertidas. En esto se pintaba solo -lo recuerdo muy bien- la superestrella Fernando Savater. Pero ni mucho menos era, ni es, la única.
La cuestión es que el estilo personal, más que la "razón", que siempre habrá de ser parcial, que encierre su alegato sigue siendo, a mi juicio, fundamental para exaltar a un disidente como para arrojarlo a los infiernos.
Aquí radica uno de los motivos por los que uno se siente viviendo en un país campeón de la discusión de la que no sale nunca nada en limpio. Nadie aprende nada después de ella porque todos se quedan en sus trece... De la discusión y de la contradicción aquí jamás sale luz alguna por mucho que se esgrima el tópico para persistir en la tontuna. En realidad sólo se aprende de verdad a través de la observación y de la lectura atentas. Se aprende, porque sin cháchara por medio hay lugar a meditar...
Bien sea porque el dogmatismo y el absolutismo, como decía ayer, han hecho estragos irreparables que obstruyen ideas nuevas y frescas, bien porque se encuentra verdaderamente placer directo en la discusión, el caso es que en este país se vive del juicio previo, del prejuicio, de las ideas de granito (de otros) solidificadas en las mentes sin someterlas a examen.
En España no hay ideas, ni buenas ni malas. No hay ideas o, para no ser negativista, apenas las hay. Todas, casi todas son de imitación. Las auténticas que hay están en el éter de las habitaciones de los sesudos, y los que las tienen son anónimos, viven solitariamente y no suelen querer saber nada de lo que dicen otros sencillamente porque siempre es más de lo mismo. Los talentos son muy escasos y han de pensárselo mucho, antes de exponerse a hacer fácilmente el ridículo.
No extraña en absoluto que en España no haya propiamente Ciencia. Los cerebros se van, pues sometidos al jurado de la inteligencia colectiva o de pequeños grupos chocan como las olas contra los rompientes. Tampoco sorprende que no haya estadistas. Los que podrían serlo se abstienen, pues es demasiado duro luchar con un mínimum de sosiego y de esperanza contra legiones de energúmenos y pendencieros en unos casos, y en el mejor de otros contra puñados de listos con multitud de ideas, discutidores, que incordian pero no quieren asumir tampoco responsabilidades. Lo que les gusta es oponerse. Estos son dos ejemplos solamente. Pero podríamos seguir hasta encontrar las raíces de unos celtíberos tan indómitos como necios. Ya lo decía Unamuno: ¿De qué habláis para oponerme?
Se comprende que España esté dividida casi irreconciliablemente. Se mantendrá así hasta pasados siglos mientras no se instaure el Estado Federal y la República.
Las posturas de esos "sobresalientes" en cuestiones de todo tipo pero principalmente políticas, religiosas y sociales son incompatibles como el agua y el aceite. Hasta letrados en Justicia por la universidad, como la ínclita Ana Botella, esposa del no menos ínclito Aznar, inspector de Hacienda, confunden la "justicia social" que se incorpora a la Ley de Dependencia, con la caridad y la beneficencia de que se vanagloria en su concejalía...
Mientras Alemania, por ejemplo, busca reforzar con reformas educativas su histórico saber en Ciencia y Humanidades para recobrar el prestigio que tuvo antes de la nazistización, con universidades concebidas bajo dos principios: el de diferenciación y competitividad, en España todo el esfuerzo hecho por el gobierno con muchas menos pretensiones es enervado por las exigencias y enredos de los obispos y sus seguidores políticos para mantener una enseñanza religiosa (católica y nacionalista, claro está) inexcusable en toda clase de Centros.
Pero aun dentro de los que profesan ideas políticas, sociales, arreligiosas, morales o pedagógicas más homogéneas y muy alejadas de las académicas y ortodoxas dictadas por Dios sabe quién, tampoco hay mucho más entendimiento. El "no comparto su teoría", el "no estoy de acuerdo" va siempre por delante de la reflexión que llevaría a comprender que tanto lo que dice el interlocutor como lo que vamos a añadir como supuestamente opuesto a lo que dice el otro, son casi siempre del mismo material, y que con la suma de ambas orientaciones se puede llegar a posiciones intelectuales tan sólidas o más que ambas por separado.
Esto sucede constantemente en política, en Ciencia, en Medicina, en Derecho y en pedagogía. Métodos de todas clases que son ramas del mismo tronco que, en lugar de funcionar complementariamente luchan a brazo partido por prevalecer sobre los demás y si es posible para suprimirlos del mapa.
Sócrates, la lógica formal, el catolicismo fundamentalista y otros factores tienen mucha culpa de la falta de entendimiento generalizado en un país en el fondo mucho más amante de la guerra que de la paz. (Sólo quienes tienen por objetivo el dinero, como las bandas gansteriles, se unen y se comprenden bien. Por eso están tan unidos, como una piña).
El “sí pero...”, el “estoy de acuerdo pero...”, el “sus ideas son válidas, pero... también podemos añadir las mías” son fórmulas que facilitan no sólo el diálogo, sino sobre todo la convivencia y la dialéctica política y la de todas clases. En la televisión, en el parlamento, en la familia y en la pareja. Pero muy rara vez las escuchamos. Y si es así, será extranjero.
España, tal como está políticamente configurada, no tiene remedio. Siempre seguirá siendo la antesala de las repúblicas bananeras donde el grueso de la población se santigua a todas horas, mientras los caciques y señores de la demagogia deciden todo por ellos llenándose los bolsillos.
Disentir categóricamente es tan dogmático y odioso como afirmar categóricamente. Salvo en las proposiciones sobre hechos físicos -afirmar "esta es una rosa amarilla", por ejemplo, aunque también el afirmante puede ser daltónico-, en todo lo demás -la abstracción- cabe cualquier cosa. Las conclusiones de cada cual dependen de varios factores y no sólo del "yo pienso así". Una visión optimista o pesimista de la vida o del futuro depende más de cómo hayamos dormido la noche anterior, de si hace sol o está nublado, de si nos han dado una buena noticia o una mala, de si acabamos de hacer el amor a gusto o no lo hacemos desde hace un año o no lo hemos hecho nunca, o de que persista el rencor por un abuso cualquiera; más de todo eso que de la reflexión personal.
Las ideas, las proposiciones filosóficas y ordinarias circulan así. Decimos esto y luego somos esclavos de lo dicho respecto de quienes nos lo han escuchado. Todos estamos al acecho de la contradicción de los demás y poco de las nuestras. Todos vigilamos nuestra aversión contra lo que sea y contra quien sea, y nuestra predilección sobre lo que sea y sobre quien sea y buscamos adeptos contra ellos o a favor de ellos. Hace muchos años pudimos habernos comido los santos, como vulgarmente se dice, y hoy somos los mayores enemigos de los santos. Pudimos haber militado con entusiasmo en un partido político o en un club, y hoy somos sus mayores enemigos.
Pero el caso es que lo que nos distingue por encima de todas las cosas, después de la condición natural, es el estilo personal. Jack Lang, ministro de cultura francés, decía que la cultura es la vida. Yo creo que el estilo es la persona. Hay indigentes señores y aristócratas patanes, hay ignorantes sabios y sabihondos ignorantes. Hay escritores y músicos que venden mucho por mercadotecnia pero aburren porque no expresan nada sustancioso destinado a quienes tampoco tienen sustancia (y abundan mucho más que los que tienen algo más en la mollera), y en cambio otros desconocidos, con su verbo certero o con su partitura, asombran en círculos reducidos o quizá secretos. Aquí, en la Red, hay muchos y muchas.
Lo sé por experiencia, pues hace mucho que dejé de asistir a conferencias en las que no escuchaba más que tópicos o adoctrinamientos bajo la capa de charlas retóricamente bien construidas e incluso divertidas. En esto se pintaba solo -lo recuerdo muy bien- la superestrella Fernando Savater. Pero ni mucho menos era, ni es, la única.
La cuestión es que el estilo personal, más que la "razón", que siempre habrá de ser parcial, que encierre su alegato sigue siendo, a mi juicio, fundamental para exaltar a un disidente como para arrojarlo a los infiernos.
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