La gran ventaja de los regímenes organizados bajo el comunismo, el socialismo y el intervencionismo de Estado en unos tiempos críticos como los que vivimos bajo el síndrome apocalíptico del cambio climático, dejando aparte la amenaza nuclear, es que en ellos nadie se arruina. Sencillamente porque todo el mundo vive arruinado. Es en los países capitalistas donde se produce la quiebra individualmente considerada. "Todos" los miembros de ese tipo de sociedad son, somos, acaudalados. Unos más y otros menos, pero todos viven gracias a la acumulación de su riqueza o “descansan” en la ansiedad por poseerla o desazonados por la tensión de no poseerla. Por eso en este sistema todo se mide por la cifra, por la estadística, por la multiplicación y la suma, por la macroeconomía y por la contabilidad. Apenas se usa la partición salvo para calcular los dividendos. Los que se enriquecen levantan su fortuna sobre la ruina ajena, aunque no conozcan personalmente al arruinado por su causa, o sean ingentes las víctimas abstracta y masivamente localizables en otros pueblos y otros países a miles de kilómetros de distancia, que han estado laborando para ellos -como para nosotros- y permitirnos vivir con el desahogo que gran parte conocemos... ¿Con qué derecho?
No es el caso de esos otros países –China, Cuba y Corea del Norte- donde todo se mide por la división, por la distribución de lo que se dispone y se produce para este fin: tantos somos, tanto producimos; producimos tanto, para que lo producido llegue a todos. Ahí empieza y acaba, nada menos, su problema. Me refiero a esos países de los que los prebostes de la política, del periodismo, de la literatura de folletín y del pseudopensamiento dicen dramáticamente que en ellos "se reparte la pobreza".
Pero tampoco las catástrofes naturales y sociales producen el mismo impacto en unos modelos y en otros. Quien tiene poco o nada tiene, poco o nada pierde. Por eso en tales países donde rige el intervencionismo de Estado la vida individual, los afectos y la solidaridad auténtica tienen tanto valor. Y por eso también es mucho mayor la resignación ante el desastre natural, la muerte y la fatalidad. En este otro modelo se hacen insoportables. Lo saben bien los psiquiatras y la OMS sobre el nivel de enfermedades nerviosas y mentales...
Quien vive enclaustrado, solo o acompañado por otros de sus congéneres vive para la muerte y nada le conturba. Quien vive para la vida, cualquier contratiempo le desequilibra y ve ruina en cualquier desposesión por exigua que sea. En el crack de 1929 se arrojaron muchos por las ventanas al vacío en Estados Unidos, simplemente porque habían perdido todo o ”casi” todo su dinero en la Bolsa aunque conservaran propiedades y dinero bastante para mantener todavía una vida de lujo con un par de criados y un coche. Les acuciaba como insufrible desastres no poder seguir manteniendo a seis criados y dos coches...
El caso es que la suma de todas esas actitudes, sensaciones, anhelos y ansias fabricadas por el capitalismo y por la acumulación de riqueza cuando existían todavía los filones vírgenes de muchas cosas naturales, es lo que está conduciendo al planeta y al ser humano en su conjunto -aunque buena parte de los seis mil millones no tengan ni un ápice de culpa en el resultado-, a su total ruina. Por eso en el fondo me alegro de que el cambio climático, que poco a poco va a ir llevando a los países capitalistas- después de sufrirla ya varios africanos-, empiece a ser también despiadado con ellos y cobrarse a costa de ellos la Naturaleza su natural tributo...
Un ejemplo, como tantos otros, insoportablemente exasperante puede ser el siguiente: la Comunidad de Madrid está tozuda y lógicamente preocupada por la escasez de agua en los embalses de la región pese a las salvadoras lluvias otoñales casi de última hora. Unos costosos paneles publicitarios dan pautas para ahorrar agua: ducharse en lugar de bañarse, etc. Bien. Pero ¿qué cree la Comunidad y los políticos neocons que están al frente de ella, que pueda pensar el grueso de ciudadanos? Pues sencillamente que la economía de agua que astutamente aconsejan por el “bien de todos”, la disfrutarán los campos de golf, las piscinas privadas que se construyen profusamente con los chalets de lujo que disfrutan unos cuantos en comparación con la inmensa mayoría, los parques acuáticos, etc., y seguirá el despilfarro del agua para obras que a su vez son otro despilfarro, pues son cientos de miles de viviendas las vacías que hacen superflua tanta vivienda de nueva planta...
Pero de igual forma que la felicidad de los opulentos, con independencia de la comodidad y el placer de la seguridad que da la riqueza, gravita en torno a la epidérmica sensación de poseer más que los demás, sepan que la ruina de los que vitorean el capitalismo feroz hace siempre la delicia de los desheredados por su sabor a venganza natural.
Este otoño no nieva en Centro Europa, y el invierno que viene no parece apuntar perspectivas halagüeñas. El pasado año Groenlandia vivió un fenómeno atmosférico inédito: en Navidad llovió en lugar de caer nieve... No nieva en España, ni en Austria, ni en Suiza... Se arruinará la industria turística de muchos y de muchos países que viven gracias al turismo de invierno. Lo siento por ellos, como siento la pobreza de los pobres. Pero mil veces más lo siento por la ruina del planeta que todos aquéllos han causado en connivencia con los que jalean la iniciativa privada llevada a extremos de locura, con los que defienden con uñas y dientes la economía de mercado, y que miden a los hombres por lo que tienen y no por su capacidad para encajar la desgracia...
Esto, eso, es precisamente lo que nos traído hasta aquí. Lo que nos ha conducido hasta el punto de no retorno en el cambio climático, pese a que para dentro de no sé cuántos lustros planean soluciones los ampulosos organismos internacionales. Será para cuando la Tierra que sangra, sea ya cadáver para el que cualquier remedio o sinapismo será inútil. Ese punto de no retorno al que los ciegos por la estupidez y la codicia, con el cortejo de los que hacen sorna de los países que "reparten la pobreza", nos han conducido sólo por amasar lobbies, redes de empresas, y por el pasajero placer de sentirse pasajeramente poderosos sacrificando de paso a las generaciones venideras que malvivirán en un planeta agotado y próximo a la extinción total.
¿Acaso creen todo ellos que si nuestra filosofía sobre la vida y el ansia de acumulación de la riqueza fuese la misma que la suya, no estarían cambiadas las tornas en muchos casos y los pobres serían ellos y los ricos nosotros? ¿Acaso creen que la vida social, el sistema de mercado, el capitalismo salvaje serían posibles? Simplemente, si hubiera producido el mundo que vive en el umbral de la pobreza la basura que genera esa parte que no sabe ya qué hacer con ella, hace muchos años que el planeta estaría enterrado en la basura.
Hasta ayer, y aún hoy en muchos sitios, fueron las policías y las leyes represivas penales que defendían la propiedad privada por encima de la vida de las personas. Y por otro lado, también las religiones que, condenando con las penas del infierno toda rebelión contra el dinero y los ricos, robustecían el control social en los países opulentos. Pero hoy todo ha cambiado. Aunque sigue habiendo dos clases de personas después de haberse pasado la historia dividida la sociedad entre opresores y oprimidos. Hoy están los adormecidos -que son una gran mayoría por los espejuelos que el vicio del consumo aporta-, y los despiertos, que somos minoría todavía pero que con recursos como Internet iremos haciéndonos cada vez más fuertes. Tiemblen los poderes. Pues el desencanto y la fatiga que sobrevienen indefectiblemente después del mucho poseer debilitarán al mismo tiempo el sistema todo; de modo que se vislumbra un cambio radical de las sociedades malditas hacia la verdadera justicia aunque sólo sea para impedir que se extinga la especie humana por esa infame injusticia.
A pesar de tan negros nubarrones, olvido la otra posibilidad en esta ocasión. Pues ya he mostrado demasiadas veces la faz del pesimismo augurando un trágico final para la humanidad. Lo que significa hasta qué punto los seres humanos no somos de una pieza. Ni siquiera podemos hacer siempre el mismo pronóstico sobre el futuro, pese a que eso sí, cualquier tiempo futuro por definición siempre es peor. Porque ahí está el sabio dicho popular: “que todo depende del cristal con qué se mire”... Y hoy, dentro del más que probable desastre, me ha dado por poner el cristal del color de arco iris para poner en mi vida, pero sobre todo en la futura de mis descendientes, una migaja de esperanza...
No es el caso de esos otros países –China, Cuba y Corea del Norte- donde todo se mide por la división, por la distribución de lo que se dispone y se produce para este fin: tantos somos, tanto producimos; producimos tanto, para que lo producido llegue a todos. Ahí empieza y acaba, nada menos, su problema. Me refiero a esos países de los que los prebostes de la política, del periodismo, de la literatura de folletín y del pseudopensamiento dicen dramáticamente que en ellos "se reparte la pobreza".
Pero tampoco las catástrofes naturales y sociales producen el mismo impacto en unos modelos y en otros. Quien tiene poco o nada tiene, poco o nada pierde. Por eso en tales países donde rige el intervencionismo de Estado la vida individual, los afectos y la solidaridad auténtica tienen tanto valor. Y por eso también es mucho mayor la resignación ante el desastre natural, la muerte y la fatalidad. En este otro modelo se hacen insoportables. Lo saben bien los psiquiatras y la OMS sobre el nivel de enfermedades nerviosas y mentales...
Quien vive enclaustrado, solo o acompañado por otros de sus congéneres vive para la muerte y nada le conturba. Quien vive para la vida, cualquier contratiempo le desequilibra y ve ruina en cualquier desposesión por exigua que sea. En el crack de 1929 se arrojaron muchos por las ventanas al vacío en Estados Unidos, simplemente porque habían perdido todo o ”casi” todo su dinero en la Bolsa aunque conservaran propiedades y dinero bastante para mantener todavía una vida de lujo con un par de criados y un coche. Les acuciaba como insufrible desastres no poder seguir manteniendo a seis criados y dos coches...
El caso es que la suma de todas esas actitudes, sensaciones, anhelos y ansias fabricadas por el capitalismo y por la acumulación de riqueza cuando existían todavía los filones vírgenes de muchas cosas naturales, es lo que está conduciendo al planeta y al ser humano en su conjunto -aunque buena parte de los seis mil millones no tengan ni un ápice de culpa en el resultado-, a su total ruina. Por eso en el fondo me alegro de que el cambio climático, que poco a poco va a ir llevando a los países capitalistas- después de sufrirla ya varios africanos-, empiece a ser también despiadado con ellos y cobrarse a costa de ellos la Naturaleza su natural tributo...
Un ejemplo, como tantos otros, insoportablemente exasperante puede ser el siguiente: la Comunidad de Madrid está tozuda y lógicamente preocupada por la escasez de agua en los embalses de la región pese a las salvadoras lluvias otoñales casi de última hora. Unos costosos paneles publicitarios dan pautas para ahorrar agua: ducharse en lugar de bañarse, etc. Bien. Pero ¿qué cree la Comunidad y los políticos neocons que están al frente de ella, que pueda pensar el grueso de ciudadanos? Pues sencillamente que la economía de agua que astutamente aconsejan por el “bien de todos”, la disfrutarán los campos de golf, las piscinas privadas que se construyen profusamente con los chalets de lujo que disfrutan unos cuantos en comparación con la inmensa mayoría, los parques acuáticos, etc., y seguirá el despilfarro del agua para obras que a su vez son otro despilfarro, pues son cientos de miles de viviendas las vacías que hacen superflua tanta vivienda de nueva planta...
Pero de igual forma que la felicidad de los opulentos, con independencia de la comodidad y el placer de la seguridad que da la riqueza, gravita en torno a la epidérmica sensación de poseer más que los demás, sepan que la ruina de los que vitorean el capitalismo feroz hace siempre la delicia de los desheredados por su sabor a venganza natural.
Este otoño no nieva en Centro Europa, y el invierno que viene no parece apuntar perspectivas halagüeñas. El pasado año Groenlandia vivió un fenómeno atmosférico inédito: en Navidad llovió en lugar de caer nieve... No nieva en España, ni en Austria, ni en Suiza... Se arruinará la industria turística de muchos y de muchos países que viven gracias al turismo de invierno. Lo siento por ellos, como siento la pobreza de los pobres. Pero mil veces más lo siento por la ruina del planeta que todos aquéllos han causado en connivencia con los que jalean la iniciativa privada llevada a extremos de locura, con los que defienden con uñas y dientes la economía de mercado, y que miden a los hombres por lo que tienen y no por su capacidad para encajar la desgracia...
Esto, eso, es precisamente lo que nos traído hasta aquí. Lo que nos ha conducido hasta el punto de no retorno en el cambio climático, pese a que para dentro de no sé cuántos lustros planean soluciones los ampulosos organismos internacionales. Será para cuando la Tierra que sangra, sea ya cadáver para el que cualquier remedio o sinapismo será inútil. Ese punto de no retorno al que los ciegos por la estupidez y la codicia, con el cortejo de los que hacen sorna de los países que "reparten la pobreza", nos han conducido sólo por amasar lobbies, redes de empresas, y por el pasajero placer de sentirse pasajeramente poderosos sacrificando de paso a las generaciones venideras que malvivirán en un planeta agotado y próximo a la extinción total.
¿Acaso creen todo ellos que si nuestra filosofía sobre la vida y el ansia de acumulación de la riqueza fuese la misma que la suya, no estarían cambiadas las tornas en muchos casos y los pobres serían ellos y los ricos nosotros? ¿Acaso creen que la vida social, el sistema de mercado, el capitalismo salvaje serían posibles? Simplemente, si hubiera producido el mundo que vive en el umbral de la pobreza la basura que genera esa parte que no sabe ya qué hacer con ella, hace muchos años que el planeta estaría enterrado en la basura.
Hasta ayer, y aún hoy en muchos sitios, fueron las policías y las leyes represivas penales que defendían la propiedad privada por encima de la vida de las personas. Y por otro lado, también las religiones que, condenando con las penas del infierno toda rebelión contra el dinero y los ricos, robustecían el control social en los países opulentos. Pero hoy todo ha cambiado. Aunque sigue habiendo dos clases de personas después de haberse pasado la historia dividida la sociedad entre opresores y oprimidos. Hoy están los adormecidos -que son una gran mayoría por los espejuelos que el vicio del consumo aporta-, y los despiertos, que somos minoría todavía pero que con recursos como Internet iremos haciéndonos cada vez más fuertes. Tiemblen los poderes. Pues el desencanto y la fatiga que sobrevienen indefectiblemente después del mucho poseer debilitarán al mismo tiempo el sistema todo; de modo que se vislumbra un cambio radical de las sociedades malditas hacia la verdadera justicia aunque sólo sea para impedir que se extinga la especie humana por esa infame injusticia.
A pesar de tan negros nubarrones, olvido la otra posibilidad en esta ocasión. Pues ya he mostrado demasiadas veces la faz del pesimismo augurando un trágico final para la humanidad. Lo que significa hasta qué punto los seres humanos no somos de una pieza. Ni siquiera podemos hacer siempre el mismo pronóstico sobre el futuro, pese a que eso sí, cualquier tiempo futuro por definición siempre es peor. Porque ahí está el sabio dicho popular: “que todo depende del cristal con qué se mire”... Y hoy, dentro del más que probable desastre, me ha dado por poner el cristal del color de arco iris para poner en mi vida, pero sobre todo en la futura de mis descendientes, una migaja de esperanza...
06.12.06
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