12 diciembre 2006

Mi catecismo y mi Dios

Mi Dios no quiere que yo sea religioso. El quiere simple­mente que me guíe por reglas comunes a todas las culturas y que me imponga mis propios preceptos; pero que mi con­ducta sea tal, que pueda servir de ejemplo universal.

Me prohíbe que analice su naturaleza y cualidades, y que crea de Él lo que analizaron otros.

Mi Dios no quiere que le adore y menos que le adule. Por eso me limito a procurar honrar a mi descendencia -ya que no tengo ascendientes-, pero también al prójimo y a la des­cen­dencia de mi prójimo, a no matar ni a maltratar ni a abu­sar de otros, a no cometer excesos, a no apropiarme de lo ajeno, a no fal­sear mi testimo­nio ni a men­tir, y a no desear la compa­ñera de otro.

A mi Dios le trae sin cuidado que yo cumpla o no. No entra en cólera si me traiciono, ni me premia si cumplo. Esas re­glas son conformes a mi razón y al respeto a que de mí tie­nen derecho mis semejantes, aunque son pocos los que lo merecen.

Mi Dios me ha dicho que con eso basta; que cuando me traicione y transgueda alguna de las reglas que me he im­puesto, me esfuer­ce en no volver a reincidir.

Y, una vez haya yo compre­dido todo esto, que le deje en paz.

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