01 septiembre 2006

Servilismo y otras naderías

El servilismo hace estragos. Y debiera estar permanente­mente sobre el ta­pete en la sociedad de izquierdas, porque el principal pro­blema de que el mundo no cambie, de que todo siga como siempre a pesar de haber pasado las socie­dades por tantos filtros revolu­cionarios generalmente fraca­sados a la corta o a la larga, y a pesar de que hay una pre­sunta evo­lución en el espí­ritu humano, es que el servilismo, la comodi­dad ex­trema, el panzismo, el sometimiento por esa misma comodi­dad imperan de una manera repulsiva­mente in­com­pren­sibe a estas alturas de la historia de la Humani­dad que cree haber salido de la caverna.

Cambia todo o progresa todo: la tecnología, la ciencia, la re­ligión, las concepcio­nes sociopolíticas, las filosofías... Pero el ser humano no cambia global­mente. Siempre son sólo mino­rías generosas quienes luchan por la jus­ticia, por el pundonor y por la dignidad personal y social sacudiendo un poco las conciencias.

En la sociedad hay dos tipos muy marcados de personas. El que despunta y toma cuerpo, como el vino, siempre es "el mismo". Tiene miedo, vive con miedo, sus fantasmas interio­res, ge­nerados por un entorno complicado, friccionado, tenso y despiadado, le llevan de acá para allá sin poder es­cuchar jamás al sexto sentido que en los animales es el primero; an­sía destacar por encima de los demás, general­mente a base de labia. Siempre quiere tener razón, desea el poder polí­tico o el reli­gioso o el médico o el jurídico... Luego está el otro tipo, el que desiste, el que se aparta, hacién­dose absoluta­mente inope­rante, absoluta­mente marginal, absolutamente inservi­ble para la causa de los cambios en profundidad que las so­ciedades necesitan...

En los cambios hondos nada tienen que ver quienes pro­mulgan leyes progresistas que forman parte del ensayo ge­ne­ral para los sepulcros blanquea­dos que son cada demo­cracia; tampoco los avances forma­les, la atribución de dere­chos, el reconocimiento de libertades... que hay que agrade­cer a par­tidos políticos con más o me­nos dosis de generosi­dad y de sensibilidad. Ni unos ni otros percuten transforma­ciones sus­tanciales en la sociedad. Por ejemplo para incul­car el respeto que las policías y los jueces deben hacia quienes discrepan e incluso hacia quienes promueven ac­ciones espectaculares o incisivas para influir en los cambios que no llegan... Y ello pese a la habilidad del legislador para blindar, asegurar, aco­razar al Poder.

Me re­fiero a los cambios que fuerzan los pocos esforzados que existen. Mien­tras todo lo que se despa­rrama oficial­mente por la geografía mun­dial va dirigido a reforzar la im­pre­sión de que estas socieda­des son excelentes y lo “me­nos malas de las posi­bles”, a una per­sona se la castiga en la práctica de por vida por dos artícu­los en un periódico después de haber pasado veinte años en la cárcel por de­fender la digni­dad per­sonal, la de sus paisanos y la de todo su pueblo, además de defender el con­cepto auténtico de autén­tica libertad.

Mientras el mundo oficial, los medios oficiales, los congre­sos, las instituciones, etc. se felicitan por tanta modernidad, siguen las torturas en las comisarías y cuartelillos, sigue, en la in­mensa mayoría de los casos, el refrendo y la autoriza­ción im­plícita de los jueces que por norma dan la razón a los tor­tu­ra­dores o les atenuan de tal manera su culpabibi­li­dad, que no sólo pueden cometer abominaciones en la práctica impune­mente, sino que al fi­nal con tribunales superiores y policías hacen un blo­que para que el po­der férreo y despia­dado re­ine sin concesiones so­bre el pue­blo sin nombre.

La presunción de que lo denunciado por la policía es siem­pre presuntamente "verdad", es una ignominia insti­tuida. La in­mensa mayoría de las veces las condenas de los jueces se basan en esa mera presunción, no en pruebas objetivas que no les llegan, porque si existen antes se ma­nipulan o se abor­tan. Y todo ello sabiendo, como saben, que es muy difí­cil que un detenido se revuelva contra un grupo numeroso, uni­for­mado, armado y sin escrúpulo alguno, pues el espí­ritu del grupo carece de ellos. Los jueces, po­licías, políticos y empre­sarios, los due­ños virtuales de cada so­ciedad, temen a los Espartacos o Ches que puedan surgir en un mo­mento dado en cada uno de los asuntos planteados y se apre­suran a cortar cabezas para que no prenda la me­cha de la su­ble­va­ción y de la sedición. Por eso cargan ordinariamente co­ntra los ta­lantes recios e indomables...

El servil, efectivamente, está en cada ciudadano que se deja sodomizar ante el poli­cía de turno por éstas o aquéllas razones. El servil está en ese trabajador que se deja humi­llar por su empresario o por su jefe por un pedazo de pan o por un favor insignificante. El servil está en ese vecino de cada municipio que ante la ló­gica pro­testa de otro vecino contra los desafueros de su regidor, toma posición inme­diata a favor de éste para adularle o que­dar bien...

No hay nadie en el mundo que me haya inspirado siempre más repulsión que el servil y ése que nos dice: "pues a mí la poli­cía siem­pre me ha tratado bien".

Pero se­pamos que no en todas partes se da el servi­lismo. Al menos en las dosis que se bebe por aquí la indignidad. Ese servi­lismo no in­terviene, por ejemplo, en Reijia­vik -Is­lan­dia- cuando el dueño de un restaurante echa a pata­das vir­tuales a un actor nor­teameri­cano que pretendía comer con sus amigos en una mesa y los guardaespaldas en otra. En Is­landia, le dijo, esto es una dis­criminación que aquí no tolera­mos. Y les echó a todos del restaurante.

Mientras no rescatemos la dignidad perdida y la que nos arrebata el Poder a cada momento como el águila corroe las entrañas de Prometeo cada noche, no deberemos atre­ver­nos a presumir de libres.

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