El servilismo hace estragos. Y debiera estar permanentemente sobre el tapete en la sociedad de izquierdas, porque el principal problema de que el mundo no cambie, de que todo siga como siempre a pesar de haber pasado las sociedades por tantos filtros revolucionarios generalmente fracasados a la corta o a la larga, y a pesar de que hay una presunta evolución en el espíritu humano, es que el servilismo, la comodidad extrema, el panzismo, el sometimiento por esa misma comodidad imperan de una manera repulsivamente incomprensibe a estas alturas de la historia de la Humanidad que cree haber salido de la caverna.
Cambia todo o progresa todo: la tecnología, la ciencia, la religión, las concepciones sociopolíticas, las filosofías... Pero el ser humano no cambia globalmente. Siempre son sólo minorías generosas quienes luchan por la justicia, por el pundonor y por la dignidad personal y social sacudiendo un poco las conciencias.
En la sociedad hay dos tipos muy marcados de personas. El que despunta y toma cuerpo, como el vino, siempre es "el mismo". Tiene miedo, vive con miedo, sus fantasmas interiores, generados por un entorno complicado, friccionado, tenso y despiadado, le llevan de acá para allá sin poder escuchar jamás al sexto sentido que en los animales es el primero; ansía destacar por encima de los demás, generalmente a base de labia. Siempre quiere tener razón, desea el poder político o el religioso o el médico o el jurídico... Luego está el otro tipo, el que desiste, el que se aparta, haciéndose absolutamente inoperante, absolutamente marginal, absolutamente inservible para la causa de los cambios en profundidad que las sociedades necesitan...
En los cambios hondos nada tienen que ver quienes promulgan leyes progresistas que forman parte del ensayo general para los sepulcros blanqueados que son cada democracia; tampoco los avances formales, la atribución de derechos, el reconocimiento de libertades... que hay que agradecer a partidos políticos con más o menos dosis de generosidad y de sensibilidad. Ni unos ni otros percuten transformaciones sustanciales en la sociedad. Por ejemplo para inculcar el respeto que las policías y los jueces deben hacia quienes discrepan e incluso hacia quienes promueven acciones espectaculares o incisivas para influir en los cambios que no llegan... Y ello pese a la habilidad del legislador para blindar, asegurar, acorazar al Poder.
Me refiero a los cambios que fuerzan los pocos esforzados que existen. Mientras todo lo que se desparrama oficialmente por la geografía mundial va dirigido a reforzar la impresión de que estas sociedades son excelentes y lo “menos malas de las posibles”, a una persona se la castiga en la práctica de por vida por dos artículos en un periódico después de haber pasado veinte años en la cárcel por defender la dignidad personal, la de sus paisanos y la de todo su pueblo, además de defender el concepto auténtico de auténtica libertad.
Mientras el mundo oficial, los medios oficiales, los congresos, las instituciones, etc. se felicitan por tanta modernidad, siguen las torturas en las comisarías y cuartelillos, sigue, en la inmensa mayoría de los casos, el refrendo y la autorización implícita de los jueces que por norma dan la razón a los torturadores o les atenuan de tal manera su culpabibilidad, que no sólo pueden cometer abominaciones en la práctica impunemente, sino que al final con tribunales superiores y policías hacen un bloque para que el poder férreo y despiadado reine sin concesiones sobre el pueblo sin nombre.
La presunción de que lo denunciado por la policía es siempre presuntamente "verdad", es una ignominia instituida. La inmensa mayoría de las veces las condenas de los jueces se basan en esa mera presunción, no en pruebas objetivas que no les llegan, porque si existen antes se manipulan o se abortan. Y todo ello sabiendo, como saben, que es muy difícil que un detenido se revuelva contra un grupo numeroso, uniformado, armado y sin escrúpulo alguno, pues el espíritu del grupo carece de ellos. Los jueces, policías, políticos y empresarios, los dueños virtuales de cada sociedad, temen a los Espartacos o Ches que puedan surgir en un momento dado en cada uno de los asuntos planteados y se apresuran a cortar cabezas para que no prenda la mecha de la sublevación y de la sedición. Por eso cargan ordinariamente contra los talantes recios e indomables...
El servil, efectivamente, está en cada ciudadano que se deja sodomizar ante el policía de turno por éstas o aquéllas razones. El servil está en ese trabajador que se deja humillar por su empresario o por su jefe por un pedazo de pan o por un favor insignificante. El servil está en ese vecino de cada municipio que ante la lógica protesta de otro vecino contra los desafueros de su regidor, toma posición inmediata a favor de éste para adularle o quedar bien...
No hay nadie en el mundo que me haya inspirado siempre más repulsión que el servil y ése que nos dice: "pues a mí la policía siempre me ha tratado bien".
Pero sepamos que no en todas partes se da el servilismo. Al menos en las dosis que se bebe por aquí la indignidad. Ese servilismo no interviene, por ejemplo, en Reijiavik -Islandia- cuando el dueño de un restaurante echa a patadas virtuales a un actor norteamericano que pretendía comer con sus amigos en una mesa y los guardaespaldas en otra. En Islandia, le dijo, esto es una discriminación que aquí no toleramos. Y les echó a todos del restaurante.
Mientras no rescatemos la dignidad perdida y la que nos arrebata el Poder a cada momento como el águila corroe las entrañas de Prometeo cada noche, no deberemos atrevernos a presumir de libres.
Cambia todo o progresa todo: la tecnología, la ciencia, la religión, las concepciones sociopolíticas, las filosofías... Pero el ser humano no cambia globalmente. Siempre son sólo minorías generosas quienes luchan por la justicia, por el pundonor y por la dignidad personal y social sacudiendo un poco las conciencias.
En la sociedad hay dos tipos muy marcados de personas. El que despunta y toma cuerpo, como el vino, siempre es "el mismo". Tiene miedo, vive con miedo, sus fantasmas interiores, generados por un entorno complicado, friccionado, tenso y despiadado, le llevan de acá para allá sin poder escuchar jamás al sexto sentido que en los animales es el primero; ansía destacar por encima de los demás, generalmente a base de labia. Siempre quiere tener razón, desea el poder político o el religioso o el médico o el jurídico... Luego está el otro tipo, el que desiste, el que se aparta, haciéndose absolutamente inoperante, absolutamente marginal, absolutamente inservible para la causa de los cambios en profundidad que las sociedades necesitan...
En los cambios hondos nada tienen que ver quienes promulgan leyes progresistas que forman parte del ensayo general para los sepulcros blanqueados que son cada democracia; tampoco los avances formales, la atribución de derechos, el reconocimiento de libertades... que hay que agradecer a partidos políticos con más o menos dosis de generosidad y de sensibilidad. Ni unos ni otros percuten transformaciones sustanciales en la sociedad. Por ejemplo para inculcar el respeto que las policías y los jueces deben hacia quienes discrepan e incluso hacia quienes promueven acciones espectaculares o incisivas para influir en los cambios que no llegan... Y ello pese a la habilidad del legislador para blindar, asegurar, acorazar al Poder.
Me refiero a los cambios que fuerzan los pocos esforzados que existen. Mientras todo lo que se desparrama oficialmente por la geografía mundial va dirigido a reforzar la impresión de que estas sociedades son excelentes y lo “menos malas de las posibles”, a una persona se la castiga en la práctica de por vida por dos artículos en un periódico después de haber pasado veinte años en la cárcel por defender la dignidad personal, la de sus paisanos y la de todo su pueblo, además de defender el concepto auténtico de auténtica libertad.
Mientras el mundo oficial, los medios oficiales, los congresos, las instituciones, etc. se felicitan por tanta modernidad, siguen las torturas en las comisarías y cuartelillos, sigue, en la inmensa mayoría de los casos, el refrendo y la autorización implícita de los jueces que por norma dan la razón a los torturadores o les atenuan de tal manera su culpabibilidad, que no sólo pueden cometer abominaciones en la práctica impunemente, sino que al final con tribunales superiores y policías hacen un bloque para que el poder férreo y despiadado reine sin concesiones sobre el pueblo sin nombre.
La presunción de que lo denunciado por la policía es siempre presuntamente "verdad", es una ignominia instituida. La inmensa mayoría de las veces las condenas de los jueces se basan en esa mera presunción, no en pruebas objetivas que no les llegan, porque si existen antes se manipulan o se abortan. Y todo ello sabiendo, como saben, que es muy difícil que un detenido se revuelva contra un grupo numeroso, uniformado, armado y sin escrúpulo alguno, pues el espíritu del grupo carece de ellos. Los jueces, policías, políticos y empresarios, los dueños virtuales de cada sociedad, temen a los Espartacos o Ches que puedan surgir en un momento dado en cada uno de los asuntos planteados y se apresuran a cortar cabezas para que no prenda la mecha de la sublevación y de la sedición. Por eso cargan ordinariamente contra los talantes recios e indomables...
El servil, efectivamente, está en cada ciudadano que se deja sodomizar ante el policía de turno por éstas o aquéllas razones. El servil está en ese trabajador que se deja humillar por su empresario o por su jefe por un pedazo de pan o por un favor insignificante. El servil está en ese vecino de cada municipio que ante la lógica protesta de otro vecino contra los desafueros de su regidor, toma posición inmediata a favor de éste para adularle o quedar bien...
No hay nadie en el mundo que me haya inspirado siempre más repulsión que el servil y ése que nos dice: "pues a mí la policía siempre me ha tratado bien".
Pero sepamos que no en todas partes se da el servilismo. Al menos en las dosis que se bebe por aquí la indignidad. Ese servilismo no interviene, por ejemplo, en Reijiavik -Islandia- cuando el dueño de un restaurante echa a patadas virtuales a un actor norteamericano que pretendía comer con sus amigos en una mesa y los guardaespaldas en otra. En Islandia, le dijo, esto es una discriminación que aquí no toleramos. Y les echó a todos del restaurante.
Mientras no rescatemos la dignidad perdida y la que nos arrebata el Poder a cada momento como el águila corroe las entrañas de Prometeo cada noche, no deberemos atrevernos a presumir de libres.
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