02 septiembre 2006

El peor de los mundos posibles

Mentía Pangloss. Vivimos en el peor de los mundos posi­bles y en el peor de los sistemas posibles. Vivimos orienta­dos por las peores re­ligiones y por la peor de las morales posi­bles. Sólo un mundo, una vida, una religión y una moral na­turales, con poliginia (poligamia y poliandria) incluida, po­drían hacer felices a los seres humanos.

No es que no haya otros mundos, sistemas o religiones mejo­res. Es que los mundos, los sistemas y las religiones que nos harían felices están en los sueños o tras la muerte, pues las religiones dominantes se han empeñado en con­tradecir a la Naturaleza.

De la profundidad de la religión no po­demos salir, ni de sus garras zafarnos. Estamos atrapados por la que nos cir­cunda, aunque no la practiquemos y la desconozcamos. Está en la educación en sumisión de toda la sociedad. También estamos sojuzgados por la época que nos ha to­cado vivir. Ya podemos orillar a la religión, pero no despren­dernos del pensamiento de la época. Quien es capaz de sa­lirse de él, suele pa­garlo muy caro de varias maneras.

Vivimos de la peor manera posible, porque quienes invo­can a Dios para cometer en su nombre las mayores infa­mias, quienes no esperan nada después de la muerte y vi­ven a nuestra costa, y quienes porfían en la visión optimista (mientras todo les va bien)... nos hacen la vida impo­sible.
La vida ilusionante y plena en este sistema y mundo real, sólo está al alcance de quienes los desprecian y nada espe­ran. No desear, no hacer daño a ningún ser vivo y es­perar con paciencia la muerte y en su caso la enferme­dad son los mejo­res regalos que po­demos hacernos.
Mientras tanto, conformémonos con respirar, con comer, con dor­mir y con hacer el amor. O, si es nuestra preferen­cia, renunciemos a los placeres naturales pero no necesarios.Y no caiga­mos en la trampa de los placeres no naturales ni necesarios, por el dolor y el horror posteriores que acarrean.
No busquemos otro re­medio para la ansiedad y la des­es­peranza. Cuando más le­jos lleguemos o más alto sub­amos en la artificiosa escala social, más doloroso será el regreso al princi­pio y más es­trepitosa la caída.
Los necios y los débiles y los vanidosos nos gobiernan y se empeñan en guiar nuestra moral. No lo preci­samos. Pero es que, ade­más, ni ellos mismos saben qué di­cen ni a dónde se dirigen y a dónde quieren conducirnos. No les es­cuchemos. Son quienes nos hacen penar y en mu­chos ca­sos quienes nos hacen desgraciados.

Pero sean cuales fueren los sucesos que sobre nosotros cai­gan, sean de los que llamamos prósperos o de los que lla­mamos adversos o de los que pa­recen envilecernos con su contacto, mantengámonos de tal manera firmes y ergui­dos que al menos podamos decir­nos que somos seres humanos por debajo en nobleza de la que honra a las bes­tias.

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