22 septiembre 2006

Dios no quiere culto



El culto, en toda experiencia social humana, civil pero so­bre todo en religión, es una reminiscencia que justifica la cos­tumbre pero en absoluto se justifica a sí mismo.

Y es una reminiscencia, porque en la noche de los tiempos los hombres que empezaron a creer en Dios porque nece­sitaban explicar lo que no podían explicarse, empezaron a creer también que a Dios se le aplacaba con sacrificios de seres vivos y humanos. De dónde sale semejante pulsión, en el lenguaje freudiano, o idea pri­migenia es bien incierto. En materia de costumbres es casi imposible distinguir la causa de la causa. Bien de la evolu­ción bien del creacio­nismo surge en un momento dado por genera­ción espontá­nea en el clan, en la horda, en la tribu o en la sociedad. Como los anfibios en la charca o el microbio en el aire.

Ya sé que los superentendidos lo "saben", que saben de dónde procede el culto desde las profundidades de la ca­verna. Pero aparte de que hay varias clases de expertos, seguro que no se pondrán de acuerdo tampoco paleógrafos, arqueológos, etnólogos, antropólogos y teólogos de las igle­sias cristianas... y ni siquiera entre éstos. Pregunten a los heterodoxos, ellos lo atestiguarán...

Aplacar a la deidad porque se la suponía enojada, unas veces porque sí cuando enviaba el fuego de un volcán o permitía el terremoto, y otras porque la deidad culpaba a todo un pueblo por las iniquidades, es decir, por la trangre­sión de algunos, siempre los más poderosos, de la ley de Moisés o de Manitú era lo común en las distintas socieda­des que poblaban la Tierra.

Pero el tiempo avanza y se lleva consigo a hábitos y cos­tumbres. Y con ellos... al culto.

Pero nos quieren decir los que viven del culto ¿qué sen­tido tiene el culto para aplacar a Dios o para adularle? Este es un asunto grave para quienes no rechazamos porque sí la insensatez y la tontuna, ni tenemos inconveniente alguno en admitir como posible la "realidad" de una Instancia Su­prema, a la que puede llamársela de muchos modos. Y es grave, porque por un lado sabemos hasta qué punto la reli­gión y dentro de ella el culto contribuyen al apaciguamiento y al control social, un concepto básico éste necesario para mantener a la sociedad mínimamente cohesionada, pacifi­cada. Pero tam­bién sabemos que no sólo la religión y el culto asociado a ella son causa aparente o real de multitud de gue­rras, sino que la necesidad del culto y de la religión vienen del artificio de haber inculcado unas minorías a la sociedad, durante milenios, su necesidad haciendo que se tome como impres­cindible lo superfluo.

La inercia del pensamiento y del sentimiento sin constric­ciones artificiosas conduce a la naturalidad, y la naturalidad no exige ni al individuo ni a la sociedad, ya, la afirmación, la reafirmación y la cantinela de Dios. Es más, no concuerda con la racio­nalidad combinada armónicamente con el senti­miento hondo. El tema de Dios, la existencia de Dios corre de cuenta de cada cual. Puede sentirse -o pre­sentirse- como intuición, puede sentirse como prenoción, puede sen­tirse como necesidad del alma o de la razón. Y también puede ir asociada la intuición de Dios, la prenoción y la ne­cesidad a momentos o trances específicos y no a la conti­nuidad del entendimiento relacionándolo todo con El. El, que según la concepción deísta, no teísta, se mantendría al margen no interviniendo en las cosas de los hombres...

Desde luego el sentido común que resulta de la destilación a lo largo de los siglos del sentido arrastrado por la Historia, dicta que Dios, si existe, no quiere aduladores que le rindan culto. La adulación está desprestigiada. Y no sólo quien la practica no es virtuoso; es que es indigno de sí mismo y más aún del adulado.

Lo que Dios, si existe, quiere, es lo común a todas las reli­giones con su culto trasnochado: que antes que halagarle a El, cuyas zalemas no precisa, los seres humanos se esfuer­cen en respetarse entre ellos no comportándose los unos hacia los demás como depredadores. Y desde luego lo que está claro que quiere es no ser El causa justamente de eso, del despojo y de ma­tanzas. En suma, que se com­porte con­sigo mismo y con sus congéneres de acuerdo con lo que grabó a todos en su corazón. Ahí empieza y ter­mina el de­bate, el alfa y omega de la verdad relacionada con Dios.

El culto, la religión y sobre todo las religiones monoteístas, haciendo balance a lo largo de un milenio y medio, más o menos, han causado muchos mayores males para la colec­tividad que bienes. Pues el bien se lo han hecho a sí mismo en nombre de ellas y del Dios que dicen adorar unos cuan­tos, mientras que cada colectividad no ha hecho más que padecer a cuenta de ellos, de la religión y del culto a Dios que debe estar que trina precisamente por ellos...

Que cada uno viva con su Dios o con su propio mito es el principio o lema que cuadra al presente milenio de las Nue­vas Luces. Que Dios y quienes manufacturan doctrinas en torno a su naturaleza sean causa de los más graves des­arreglos de la sociedad, es una barbaridad de la que, por lo visto, no se libran necios y cretinos. Ni siquiera los papas.

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