El culto, en toda experiencia social humana, civil pero sobre todo en religión, es una reminiscencia que justifica la costumbre pero en absoluto se justifica a sí mismo.
Y es una reminiscencia, porque en la noche de los tiempos los hombres que empezaron a creer en Dios porque necesitaban explicar lo que no podían explicarse, empezaron a creer también que a Dios se le aplacaba con sacrificios de seres vivos y humanos. De dónde sale semejante pulsión, en el lenguaje freudiano, o idea primigenia es bien incierto. En materia de costumbres es casi imposible distinguir la causa de la causa. Bien de la evolución bien del creacionismo surge en un momento dado por generación espontánea en el clan, en la horda, en la tribu o en la sociedad. Como los anfibios en la charca o el microbio en el aire.
Ya sé que los superentendidos lo "saben", que saben de dónde procede el culto desde las profundidades de la caverna. Pero aparte de que hay varias clases de expertos, seguro que no se pondrán de acuerdo tampoco paleógrafos, arqueológos, etnólogos, antropólogos y teólogos de las iglesias cristianas... y ni siquiera entre éstos. Pregunten a los heterodoxos, ellos lo atestiguarán...
Aplacar a la deidad porque se la suponía enojada, unas veces porque sí cuando enviaba el fuego de un volcán o permitía el terremoto, y otras porque la deidad culpaba a todo un pueblo por las iniquidades, es decir, por la trangresión de algunos, siempre los más poderosos, de la ley de Moisés o de Manitú era lo común en las distintas sociedades que poblaban la Tierra.
Pero el tiempo avanza y se lleva consigo a hábitos y costumbres. Y con ellos... al culto.
Pero nos quieren decir los que viven del culto ¿qué sentido tiene el culto para aplacar a Dios o para adularle? Este es un asunto grave para quienes no rechazamos porque sí la insensatez y la tontuna, ni tenemos inconveniente alguno en admitir como posible la "realidad" de una Instancia Suprema, a la que puede llamársela de muchos modos. Y es grave, porque por un lado sabemos hasta qué punto la religión y dentro de ella el culto contribuyen al apaciguamiento y al control social, un concepto básico éste necesario para mantener a la sociedad mínimamente cohesionada, pacificada. Pero también sabemos que no sólo la religión y el culto asociado a ella son causa aparente o real de multitud de guerras, sino que la necesidad del culto y de la religión vienen del artificio de haber inculcado unas minorías a la sociedad, durante milenios, su necesidad haciendo que se tome como imprescindible lo superfluo.
La inercia del pensamiento y del sentimiento sin constricciones artificiosas conduce a la naturalidad, y la naturalidad no exige ni al individuo ni a la sociedad, ya, la afirmación, la reafirmación y la cantinela de Dios. Es más, no concuerda con la racionalidad combinada armónicamente con el sentimiento hondo. El tema de Dios, la existencia de Dios corre de cuenta de cada cual. Puede sentirse -o presentirse- como intuición, puede sentirse como prenoción, puede sentirse como necesidad del alma o de la razón. Y también puede ir asociada la intuición de Dios, la prenoción y la necesidad a momentos o trances específicos y no a la continuidad del entendimiento relacionándolo todo con El. El, que según la concepción deísta, no teísta, se mantendría al margen no interviniendo en las cosas de los hombres...
Desde luego el sentido común que resulta de la destilación a lo largo de los siglos del sentido arrastrado por la Historia, dicta que Dios, si existe, no quiere aduladores que le rindan culto. La adulación está desprestigiada. Y no sólo quien la practica no es virtuoso; es que es indigno de sí mismo y más aún del adulado.
Lo que Dios, si existe, quiere, es lo común a todas las religiones con su culto trasnochado: que antes que halagarle a El, cuyas zalemas no precisa, los seres humanos se esfuercen en respetarse entre ellos no comportándose los unos hacia los demás como depredadores. Y desde luego lo que está claro que quiere es no ser El causa justamente de eso, del despojo y de matanzas. En suma, que se comporte consigo mismo y con sus congéneres de acuerdo con lo que grabó a todos en su corazón. Ahí empieza y termina el debate, el alfa y omega de la verdad relacionada con Dios.
El culto, la religión y sobre todo las religiones monoteístas, haciendo balance a lo largo de un milenio y medio, más o menos, han causado muchos mayores males para la colectividad que bienes. Pues el bien se lo han hecho a sí mismo en nombre de ellas y del Dios que dicen adorar unos cuantos, mientras que cada colectividad no ha hecho más que padecer a cuenta de ellos, de la religión y del culto a Dios que debe estar que trina precisamente por ellos...
Que cada uno viva con su Dios o con su propio mito es el principio o lema que cuadra al presente milenio de las Nuevas Luces. Que Dios y quienes manufacturan doctrinas en torno a su naturaleza sean causa de los más graves desarreglos de la sociedad, es una barbaridad de la que, por lo visto, no se libran necios y cretinos. Ni siquiera los papas.
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