Este es el título de uno de los ensayos de Ortega y Gasset leído en mis años mozos, que me ha venido a la memoria y da pie a estas reflexiones. Pero no voy siquiera a sacar el texto de mi biblioteca para revisarlo. Y no lo voy a hacer, por esa propensión mía, desde que entré en el último tercio de mi vida, a pensar cada asunto por mi cuenta, a someterlo a mi análisis y preferiblemente desde el principio, como si la vida sobre el planeta estuviera empezando ahora.
Y ello, pese a que sé lo difícil que es ese propósito, pues si nuestra mente puede controlar el consciente, el subconsciente está plagado de capas superpuestas de ideas influidas o talladas por miles de lecturas, por la experiencia y por la meditación. Y del subconsciente apenas somos dueños. Aun así, prefiero el desafío. Me resisto a la cita envasada en mamotretos y a la reproducción de ideas ajenas por muy consagradas que estén, aunque a veces sea inevitable deslizarlas. Pues ambas debilidades pueden dar al lector la impresión de erudición real o falsa en el escritor, pero también éste se priva así del regusto por el máximo esfuerzo intelectivo personal...
Hablaba de la ausencia de los mejores... que yo la sitúo en el capitalismo.
El capitalismo ni los quiere ni los necesita. Lo excelso no cabe en el modelo. Diríase que lo perturba. Más; el capitalismo trabaja contra lo excelso. Lo mejor, y con mucho mayor motivo lo excelso, tienen que ver con la fineza, no con el refinamiento; con lo sublime, no con la exquisitez; con lo perdurable, no con lo novedoso; con lo inspirado y trabado, no con lo subitáneo; con la sutileza, no con el alarde. Hasta con la fina hipocresía, y no con la mentira que hiere a la inteligencia elemental...
Pero como lo mejor y lo excelso son enemigos de lo vulgar y el sistema está dominado por la vulgaridad, el propio modelo social se inclina siempre por lo mediocre y por la zafiedad cuanto más patente mejor. Ya se sabe que hay excepciones, pero son eso. Y es que ya que el economicismo domina el sistema capitalista, le sale a éste mucho menos costoso la bastedad y lo reiterado que lo elaborado minuciosa y tenazmente, tan extraordinario hoy; extraordinario, por mucho que el capitalismo y los capitalistas insistan en predicar esa detestable expresión del “trabajar duro”, que incita a pensar precisamente que ellos son los que prosperan en la molicie a costa de los demás.
He aquí una de las razones por las que el capitalismo medra en medio de la basura y la basura sobrenada el capitalismo...
Hay, cómo no, otro motivo ligado al anterior. Los que reinan en el reino de la plasticidad, sean editoriales, marchantes, productoras televisivas, cazatalentos y críticos están mucho más atentos a halagar a las mayorías que a suministrarles lo excelente. Y como lo excelente lo es por su singularidad y por su rareza, no prospera. No sólo no prospera, es que percute la redundancia de las formas y de los temas, y da lugar a la fatiga que sólo la mente despierta puede percibir mientras la adormilada no la acusa, como no acusa la reiteración. He ahí la causa de la notable tolerancia al replay y al remake. La decadencia inequívoca de esta sociedad capitalista muestra también su cara por ahí...
La relación espacio-tiempo, en la que lo más veloz es lo más cotizado interviene asimismo decisivamente. La sociedad desdeña el tempo lento. No sabe paladearlo como tal. Lo tiene por premioso o rezagado. Ni siquiera el allegro le vale ya. Todo responde a un vivace. Pero por lo mismo, se pierde las mieles de los contrastes y la belleza del contrapunto.
No quiere, pues, el capitalismo a los mejores. La envidia, por su parte, en sociedades envidiosas por definición; mucho más envidiosas que competidoras, merma aún más la posibilidad de que despunten los mejores. Estas sociedades en general odian la inteligencia y prefieren la improvisación, lo prefabricado y la chapuza. No hay más que echar un vistazo a cualquier pueblo o ciudadad, jamás acabados y donde impera lo provisional. Pero tampoco los mejores por ello mismo pueden querer al capitalismo. Por eso se esconden, se camuflan, se retraen o sencillamente se truncan.
Este es el drama de la inteligencia occidental en el siglo XXI que el modelo político sacrifica frívolamente. O bien es ella misma la que se inmola en espera de mejores tiempos que probablemente no llegarán. La cibernética, otro enemigo.
La Cultura es la que pierde. ¿Dónde esta hoy la cultura allanada por la basteza; violada por la cutrez, por la manipulación criminal, por la invasión de la mentalidad bárbara y por la atracción gravitacional de la inmediatez, enemiga a su vez de la calidad y de la excelsitud? Lo dicho. La verdadera cultura apenas existe. Y la que pasa por tal o pueda efectivamente existir, es esquiva o se recluye casi en la clandestinidad.
Ejemplos que ilustran perfectamente esta cuestión son la indecente propensión a condecorar a los más indeseables, a premiar a los canallas, a programar horas de televisión rastrera, a editar libros de ínfima calidad aunque sean premios literarios gracias a jurados tan vulgares como ellos. Y además, tantas muestras de laxitud, de dejadez o de precipitación y memez que son la prueba de que la cultura, el buen gusto y la excelencia están irremediablemente por los suelos, reducido todo a contracultura y a mediocridad.
También es cierto que no acompaña en absoluto el sosiego social al que la política debiera contribuir; ni el trastorno gravísimo climático relacionado con una sequía generalizada que se antoja irreversible y viene soliviantando al mundo entero... Pero estos son dos obstáculos, el uno presente siempre en España y el otro absolutamente inédito en el planeta desde que tenemos noticia de esta civilización, que debieran animar precisamente a reencontrarnos con una novedosa divinidad que no esté asociada al dinero, a la bajeza, al retorcimiento y a la genitalidad en todo. Pero resulta que tampoco el ánimo común está ya en condiciones de remontar el vuelo y superar la degradación.
Y ello, pese a que sé lo difícil que es ese propósito, pues si nuestra mente puede controlar el consciente, el subconsciente está plagado de capas superpuestas de ideas influidas o talladas por miles de lecturas, por la experiencia y por la meditación. Y del subconsciente apenas somos dueños. Aun así, prefiero el desafío. Me resisto a la cita envasada en mamotretos y a la reproducción de ideas ajenas por muy consagradas que estén, aunque a veces sea inevitable deslizarlas. Pues ambas debilidades pueden dar al lector la impresión de erudición real o falsa en el escritor, pero también éste se priva así del regusto por el máximo esfuerzo intelectivo personal...
Hablaba de la ausencia de los mejores... que yo la sitúo en el capitalismo.
El capitalismo ni los quiere ni los necesita. Lo excelso no cabe en el modelo. Diríase que lo perturba. Más; el capitalismo trabaja contra lo excelso. Lo mejor, y con mucho mayor motivo lo excelso, tienen que ver con la fineza, no con el refinamiento; con lo sublime, no con la exquisitez; con lo perdurable, no con lo novedoso; con lo inspirado y trabado, no con lo subitáneo; con la sutileza, no con el alarde. Hasta con la fina hipocresía, y no con la mentira que hiere a la inteligencia elemental...
Pero como lo mejor y lo excelso son enemigos de lo vulgar y el sistema está dominado por la vulgaridad, el propio modelo social se inclina siempre por lo mediocre y por la zafiedad cuanto más patente mejor. Ya se sabe que hay excepciones, pero son eso. Y es que ya que el economicismo domina el sistema capitalista, le sale a éste mucho menos costoso la bastedad y lo reiterado que lo elaborado minuciosa y tenazmente, tan extraordinario hoy; extraordinario, por mucho que el capitalismo y los capitalistas insistan en predicar esa detestable expresión del “trabajar duro”, que incita a pensar precisamente que ellos son los que prosperan en la molicie a costa de los demás.
He aquí una de las razones por las que el capitalismo medra en medio de la basura y la basura sobrenada el capitalismo...
Hay, cómo no, otro motivo ligado al anterior. Los que reinan en el reino de la plasticidad, sean editoriales, marchantes, productoras televisivas, cazatalentos y críticos están mucho más atentos a halagar a las mayorías que a suministrarles lo excelente. Y como lo excelente lo es por su singularidad y por su rareza, no prospera. No sólo no prospera, es que percute la redundancia de las formas y de los temas, y da lugar a la fatiga que sólo la mente despierta puede percibir mientras la adormilada no la acusa, como no acusa la reiteración. He ahí la causa de la notable tolerancia al replay y al remake. La decadencia inequívoca de esta sociedad capitalista muestra también su cara por ahí...
La relación espacio-tiempo, en la que lo más veloz es lo más cotizado interviene asimismo decisivamente. La sociedad desdeña el tempo lento. No sabe paladearlo como tal. Lo tiene por premioso o rezagado. Ni siquiera el allegro le vale ya. Todo responde a un vivace. Pero por lo mismo, se pierde las mieles de los contrastes y la belleza del contrapunto.
No quiere, pues, el capitalismo a los mejores. La envidia, por su parte, en sociedades envidiosas por definición; mucho más envidiosas que competidoras, merma aún más la posibilidad de que despunten los mejores. Estas sociedades en general odian la inteligencia y prefieren la improvisación, lo prefabricado y la chapuza. No hay más que echar un vistazo a cualquier pueblo o ciudadad, jamás acabados y donde impera lo provisional. Pero tampoco los mejores por ello mismo pueden querer al capitalismo. Por eso se esconden, se camuflan, se retraen o sencillamente se truncan.
Este es el drama de la inteligencia occidental en el siglo XXI que el modelo político sacrifica frívolamente. O bien es ella misma la que se inmola en espera de mejores tiempos que probablemente no llegarán. La cibernética, otro enemigo.
La Cultura es la que pierde. ¿Dónde esta hoy la cultura allanada por la basteza; violada por la cutrez, por la manipulación criminal, por la invasión de la mentalidad bárbara y por la atracción gravitacional de la inmediatez, enemiga a su vez de la calidad y de la excelsitud? Lo dicho. La verdadera cultura apenas existe. Y la que pasa por tal o pueda efectivamente existir, es esquiva o se recluye casi en la clandestinidad.
Ejemplos que ilustran perfectamente esta cuestión son la indecente propensión a condecorar a los más indeseables, a premiar a los canallas, a programar horas de televisión rastrera, a editar libros de ínfima calidad aunque sean premios literarios gracias a jurados tan vulgares como ellos. Y además, tantas muestras de laxitud, de dejadez o de precipitación y memez que son la prueba de que la cultura, el buen gusto y la excelencia están irremediablemente por los suelos, reducido todo a contracultura y a mediocridad.
También es cierto que no acompaña en absoluto el sosiego social al que la política debiera contribuir; ni el trastorno gravísimo climático relacionado con una sequía generalizada que se antoja irreversible y viene soliviantando al mundo entero... Pero estos son dos obstáculos, el uno presente siempre en España y el otro absolutamente inédito en el planeta desde que tenemos noticia de esta civilización, que debieran animar precisamente a reencontrarnos con una novedosa divinidad que no esté asociada al dinero, a la bajeza, al retorcimiento y a la genitalidad en todo. Pero resulta que tampoco el ánimo común está ya en condiciones de remontar el vuelo y superar la degradación.
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