03 septiembre 2006

La ausencia de los mejores

Este es el título de uno de los ensayos de Ortega y Gasset leído en mis años mozos, que me ha venido a la memoria y da pie a estas re­flexiones. Pero no voy si­quiera a sacar el texto de mi biblio­teca para revisarlo. Y no lo voy a hacer, por esa propensión mía, desde que entré en el último tercio de mi vida, a pen­sar cada asunto por mi cuenta, a someterlo a mi aná­lisis y preferi­blemente desde el principio, como si la vida sobre el pla­neta estuviera empe­zando ahora.

Y ello, pese a que sé lo di­fícil que es ese propósito, pues si nuestra mente puede con­trolar el cons­ciente, el sub­cons­ciente está pla­gado de capas superpues­tas de ideas influi­das o talladas por miles de lectu­ras, por la experiencia y por la meditación. Y del subconsciente apenas somos dueños. Aun así, prefiero el de­sa­fío. Me re­sisto a la cita envasada en mamotretos y a la repro­ducción de ideas aje­nas por muy con­sa­gra­das que estén, aun­que a ve­ces sea in­evitable desli­zarlas. Pues ambas debilidades pueden dar al lector la impresión de erudición real o falsa en el escritor, pero tam­bién éste se priva así del regusto por el máximo es­fuerzo in­telectivo personal...

Hablaba de la ausencia de los mejores... que yo la sitúo en el capitalismo.

El capitalismo ni los quiere ni los necesita. Lo excelso no cabe en el mo­delo. Diríase que lo perturba. Más; el capi­ta­lismo trabaja contra lo excelso. Lo mejor, y con mucho ma­yor motivo lo excelso, tienen que ver con la fineza, no con el re­finamiento; con lo sublime, no con la exqui­sitez; con lo perdurable, no con lo nove­doso; con lo ins­pirado y traba­do, no con lo su­bitáneo; con la suti­leza, no con el alarde. Hasta con la fina hipo­cresía, y no con la mentira que hiere a la in­teli­gencia elemental...

Pero como lo mejor y lo excelso son enemigos de lo vulgar y el sistema está dominado por la vulgaridad, el propio mo­delo social se in­clina siempre por lo mediocre y por la zafie­dad cuanto más patente mejor. Ya se sabe que hay excep­ciones, pero son eso. Y es que ya que el economicismo domina el sis­tema capitalista, le sale a éste mucho menos costoso la bastedad y lo re­iterado que lo elaborado minu­ciosa y te­nazmente, tan extraordinario hoy; ex­traordina­rio, por mucho que el capitalismo y los capi­talis­tas in­sistan en predicar esa detestable expresión del “tra­bajar duro”, que in­cita a pensar precisamente que ellos son los que prosperan en la molicie a costa de los demás.

He aquí una de las razones por las que el capitalismo me­dra en medio de la basura y la basura sobrenada el ca­pita­lismo...

Hay, cómo no, otro motivo ligado al anterior. Los que rei­nan en el reino de la plasticidad, sean editoriales, marchan­tes, producto­ras televisi­vas, ca­zatalentos y críticos están mucho más atentos a halagar a las mayorías que a sumi­nistrarles lo excelente. Y como lo excelente lo es por su sin­gulari­dad y por su rareza, no pros­pera. No sólo no prospera, es que percute la redun­dancia de las formas y de los temas, y da lugar a la fatiga que sólo la mente despierta puede per­cibir mientras la ador­mila­da no la acusa, como no acusa la reitera­ción. He ahí la causa de la notable tolerancia al replay y al remake. La deca­dencia inequí­voca de esta sociedad capitalista muestra también su cara por ahí...

La relación espacio-tiempo, en la que lo más veloz es lo más cotizado interviene asi­mismo decisivamente. La socie­dad desdeña el tempo lento. No sabe paladearlo como tal. Lo tiene por premioso o reza­gado. Ni si­quiera el allegro le vale ya. Todo responde a un vivace. Pero por lo mismo, se pierde las mieles de los con­trastes y la be­lleza del contra­punto.

No quiere, pues, el capitalismo a los mejores. La envidia, por su parte, en sociedades envidiosas por definición; mu­cho más envidiosas que competidoras, merma aún más la posibilidad de que despunten los me­jores. Es­tas sociedades en gene­ral odian la inteligen­cia y prefieren la improvisación, lo prefabricado y la chapuza. No hay más que echar un vis­tazo a cualquier pue­blo o ciudadad, jamás acabados y donde impera lo provisio­nal. Pero tam­poco los mejores por ello mismo pue­den que­rer al capitalismo. Por eso se escon­den, se camuflan, se re­traen o sencillamente se trun­can.

Este es el drama de la inteligencia occidental en el siglo XXI que el modelo político sacrifica frívolamente. O bien es ella misma la que se inmola en espera de mejores tiempos que probablemente no llegarán. La cibernética, otro ene­migo.

La Cultura es la que pierde. ¿Dónde esta hoy la cultura allanada por la basteza; violada por la cutrez, por la mani­pulación criminal, por la inva­sión de la mentalidad bár­bara y por la atracción gra­vita­cional de la in­me­dia­tez, enemiga a su vez de la cali­dad y de la excel­situd? Lo di­cho. La ver­dadera cultura apenas existe. Y la que pasa por tal o pueda efecti­vamente existir, es es­quiva o se recluye casi en la clandesti­ni­dad.

Ejemplos que ilustran perfectamente esta cues­tión son la indecente propensión a condecorar a los más inde­seables, a premiar a los ca­nallas, a pro­gramar horas de te­levi­sión rastrera, a editar libros de ínfima cali­dad aunque sean pre­mios literarios gracias a ju­rados tan vul­gares como ellos. Y además, tantas muestras de laxitud, de deja­dez o de preci­pitación y memez que son la prueba de que la cultura, el buen gusto y la ex­celencia están irre­mediable­mente por los sue­los, reducido todo a contra­cultura y a mediocridad.

También es cierto que no acompaña en ab­soluto el so­siego social al que la política debiera contri­buir; ni el tras­torno gra­ví­simo climático relacionado con una sequía gene­ralizada que se antoja irreversible y viene soli­viantando al mundo en­tero... Pero estos son dos obstáculos, el uno pre­sente siem­pre en España y el otro absolutamente inédito en el pla­neta desde que tene­mos noticia de esta civili­za­ción, que debi­eran animar preci­samente a reencontrar­nos con una no­vedosa divinidad que no esté asociada al di­nero, a la ba­jeza, al retor­cimiento y a la ge­nitalidad en todo. Pero re­sulta que tampoco el ánimo común está ya en condiciones de remontar el vuelo y superar la degradación.

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