23 septiembre 2006

Cambiar de ideología


Sabemos que ideología es un sistema de pensamiento ce­rrado que se alimenta de sí mismo y no hace concesiones al ajeno. En una ideología se basan las ideas de todos los partidos políticos de las democracias liberales. Pero al final, todas desembocan en una sola: el llamado “pensamiento único”, el ultracapitalismo. Las dife­rencias son, en lo esen­cial –y lo esencial es igualita­rismo sí o igualitarismo no-, pura anécdota. Lo de la libertad, en la práctica es indemos­trable e inmedible, pues la cantidad y calidad de las liberta­des formales fluctúan tanto como go­biernos hay en los paí­ses llamados democrático-li­berales. Ahí tene­mos a Estados Unidos, el campeón de la libertad y sin embargo uno de los luga­res del planeta donde más siente su falta todo aquél que no sea blanco, protestante y anglo­sajón. Y además, el país donde el pen­samiento colectivista, comu­nitarista o co­munista sig­nifica no sólo la exclusión so­cial, sino incluso la pena de muerte en­cubierta en accidente o crímenes sin re­solver...

Aunque es un tema largo y abarca muchas sensibilidades según los países democráticos occidentales, podemos decir que en Estados Unidos los dos partidos cierran filas frente al exterior. Y España, por ejemplo, pese a que hace poco desma­teló los dogmas, habida cuenta la inflexi­bilidad de cada ideología, no es posible nunca la conci­liación. Son demasiado extre­mas las dos domi­nantes; la una extrema... en moderación y la otra, como siem­pre, extrema en intransi­gencia. Y sin embargo, pese a que ambas son la cara y la cruz de la misma moneda, ambas pertene­cen al pensa­miento único. Tampoco el resto de los partidos dejan de hacer el mismo juego. Para no formar parte de éste, las ideologías deben ser “extraparlamentarias”.

Todas las demás están dentro de una Constitución y todas dentro del sistema. Y eso quiere decir, que las de los dos partidos dominantes lo defienden con uñas y dientes y otras lo toleran. Me refiero al mercado; el mercado... madre de to­dos los demás vicios sociales.

Naturalmente que hay grados y que unos partidos son mucho más inflexibles que los otros. Naturalmente que unos miran más por las minorías y por los más desfavo­re­cidos que aquéllos, al que esto les trae sin cuidado. Pero en con­junto y desde una perspectiva sociológica, psicológica y episte­mológica todos al final hablan el mismo lenguaje que con­siste en “respetar” las desigualdades y en permitir que se en­sanchen cada vez más las diferencias entre ricos y po­bres, entre blinda­dos e inestables, entre empresarios domi­nadores y trabaja­dores a expensas de la liberalidad, la con­descendencia o la genero­sidad de los opulentos.

En España hay una diferencia entre los extremos. El par­tido conser­vador es hijo del fascismo y se nutre de él y de sus postula­dos aunque no los mencione. Pero el par­tido de izquierda “radical” no es tanto hijo del marxismo -que debi­era serlo-, como del posibilismo. Prevalece en él más el de­seo de "estar" ahí, que el de ate­nerse a principios de valor universal y luchar por ellos. Pero hay una barrera que no se lo permite: nuevamente el mercado. Sabe que no tiene po­sibilidad de cooperar a transfor­macio­nes tangibles en la so­ciedad, pero le basta con imaginar que es “la conciencia” de la que las demás ideologías carecen. En cuanto a la so­cial­demócrata, por eso mismo podría gobernar indefinida­mente. Pero no será así, porque no hay que tensar dema­siado a estúpidos y codiciosos. Esto es un circo y tiene que salir ne­cesariamente a escena, cuando le toca, la ideología de turno, para tener la fiesta en paz...

Y al hilo de las ideologías, siempre me he preguntado cómo es posible que las personas cambien a lo largo de su vida tanto como para pasar de una visión social de conjunto al individualismo extremo; es decir, de una posición ideoló­gica comunitarista a la opuesta ultrindividualista. Cono­ce­mos a mu­chos personajes de éstos, pero no conozco a quien haya seguido el camino contrario. No conozco a quien desde un egoísmo repulsivo en sus primeros años de ju­ventud, haya derivado a posiciones ideológicas que compor­tan una potente conciencia social. Entre otras cosas, quizá porque es mucho más difícil que a edades ju­veniles el indi­viduo sea un gran egoísta. El egoísmo inferior, está visto, viene luego, cuando se ha alcanzado de alguna ma­nera “esa meta” o se presiente estar próximo a ella.

Sea como fuere, aunque se "comprenda" el tributo que se rinde a la conciencia para comprar seguridad económica y estabilidad psicológica y al final emocional, producen repug­nancia las mutaciones. A fin de cuentas no se corrompe “lo malo” y menos lo peor: se corrompe lo que fue excelente.

Mantener una postura coherente de por vida con nuestro pensamiento social y político, cuesta muchísimo. Rara es la persona que procede de clases medias que no tiene en un momento dado ocasión de "despegar", de emanci­parse de la tiranía de la dependencia de terceros; en defini­tiva, de asegu­rar su posición económica o enriquecerse. Y renunciar a esa posibilidad requiere un firme carácter, una firme con­ciencia social que procede del espíritu gregario del rebaño. ¿Además una sólida y armónica inteligencia? Y po­cos hay en la Política decididos a ser héroes so­ciales. Po­cos se conforman con un pasar cuando han lo­grado, in­cluso sin proponérselo, una po­sición de ventaja. Pocos, mejor di­cho ninguno se parece a aquel senador de la anti­gua Grecia, que tan a me­nudo cito, que salió un día dando saltos de alegría del Se­nado porque había sido elegido otro ciuda­dano con más merecimientos que él. Aunque esto sea una metá­fora o una parábola, podría haber alguna excepción extrapolable a la realidad. No la hay o no la hay con reso­nancia.

En suma, la ideología es una religión. Para aplacar con­ciencias y la comodidad mental, como el dogma, no está mal. Pero para el pensa­miento puro, yo no sé qué es peor.
Al pensamiento hay que dejarle a su discurrir natural. La razón lo ajusta. La razón no genera monstruos. Lo que ge­nera monstruos es la razón reprimida por las apariencias de razón ajena a ella, la razón inducida e influida. Toda influen­cia es ne­gativa. Las ideologías, como el dogma, simple­mente apor­tan soluciones para ahorrarnos el pensar.

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