Sabemos que ideología es un sistema de pensamiento cerrado que se alimenta de sí mismo y no hace concesiones al ajeno. En una ideología se basan las ideas de todos los partidos políticos de las democracias liberales. Pero al final, todas desembocan en una sola: el llamado “pensamiento único”, el ultracapitalismo. Las diferencias son, en lo esencial –y lo esencial es igualitarismo sí o igualitarismo no-, pura anécdota. Lo de la libertad, en la práctica es indemostrable e inmedible, pues la cantidad y calidad de las libertades formales fluctúan tanto como gobiernos hay en los países llamados democrático-liberales. Ahí tenemos a Estados Unidos, el campeón de la libertad y sin embargo uno de los lugares del planeta donde más siente su falta todo aquél que no sea blanco, protestante y anglosajón. Y además, el país donde el pensamiento colectivista, comunitarista o comunista significa no sólo la exclusión social, sino incluso la pena de muerte encubierta en accidente o crímenes sin resolver...
Aunque es un tema largo y abarca muchas sensibilidades según los países democráticos occidentales, podemos decir que en Estados Unidos los dos partidos cierran filas frente al exterior. Y España, por ejemplo, pese a que hace poco desmateló los dogmas, habida cuenta la inflexibilidad de cada ideología, no es posible nunca la conciliación. Son demasiado extremas las dos dominantes; la una extrema... en moderación y la otra, como siempre, extrema en intransigencia. Y sin embargo, pese a que ambas son la cara y la cruz de la misma moneda, ambas pertenecen al pensamiento único. Tampoco el resto de los partidos dejan de hacer el mismo juego. Para no formar parte de éste, las ideologías deben ser “extraparlamentarias”.
Todas las demás están dentro de una Constitución y todas dentro del sistema. Y eso quiere decir, que las de los dos partidos dominantes lo defienden con uñas y dientes y otras lo toleran. Me refiero al mercado; el mercado... madre de todos los demás vicios sociales.
Naturalmente que hay grados y que unos partidos son mucho más inflexibles que los otros. Naturalmente que unos miran más por las minorías y por los más desfavorecidos que aquéllos, al que esto les trae sin cuidado. Pero en conjunto y desde una perspectiva sociológica, psicológica y epistemológica todos al final hablan el mismo lenguaje que consiste en “respetar” las desigualdades y en permitir que se ensanchen cada vez más las diferencias entre ricos y pobres, entre blindados e inestables, entre empresarios dominadores y trabajadores a expensas de la liberalidad, la condescendencia o la generosidad de los opulentos.
En España hay una diferencia entre los extremos. El partido conservador es hijo del fascismo y se nutre de él y de sus postulados aunque no los mencione. Pero el partido de izquierda “radical” no es tanto hijo del marxismo -que debiera serlo-, como del posibilismo. Prevalece en él más el deseo de "estar" ahí, que el de atenerse a principios de valor universal y luchar por ellos. Pero hay una barrera que no se lo permite: nuevamente el mercado. Sabe que no tiene posibilidad de cooperar a transformaciones tangibles en la sociedad, pero le basta con imaginar que es “la conciencia” de la que las demás ideologías carecen. En cuanto a la socialdemócrata, por eso mismo podría gobernar indefinidamente. Pero no será así, porque no hay que tensar demasiado a estúpidos y codiciosos. Esto es un circo y tiene que salir necesariamente a escena, cuando le toca, la ideología de turno, para tener la fiesta en paz...
Y al hilo de las ideologías, siempre me he preguntado cómo es posible que las personas cambien a lo largo de su vida tanto como para pasar de una visión social de conjunto al individualismo extremo; es decir, de una posición ideológica comunitarista a la opuesta ultrindividualista. Conocemos a muchos personajes de éstos, pero no conozco a quien haya seguido el camino contrario. No conozco a quien desde un egoísmo repulsivo en sus primeros años de juventud, haya derivado a posiciones ideológicas que comportan una potente conciencia social. Entre otras cosas, quizá porque es mucho más difícil que a edades juveniles el individuo sea un gran egoísta. El egoísmo inferior, está visto, viene luego, cuando se ha alcanzado de alguna manera “esa meta” o se presiente estar próximo a ella.
Sea como fuere, aunque se "comprenda" el tributo que se rinde a la conciencia para comprar seguridad económica y estabilidad psicológica y al final emocional, producen repugnancia las mutaciones. A fin de cuentas no se corrompe “lo malo” y menos lo peor: se corrompe lo que fue excelente.
Mantener una postura coherente de por vida con nuestro pensamiento social y político, cuesta muchísimo. Rara es la persona que procede de clases medias que no tiene en un momento dado ocasión de "despegar", de emanciparse de la tiranía de la dependencia de terceros; en definitiva, de asegurar su posición económica o enriquecerse. Y renunciar a esa posibilidad requiere un firme carácter, una firme conciencia social que procede del espíritu gregario del rebaño. ¿Además una sólida y armónica inteligencia? Y pocos hay en la Política decididos a ser héroes sociales. Pocos se conforman con un pasar cuando han logrado, incluso sin proponérselo, una posición de ventaja. Pocos, mejor dicho ninguno se parece a aquel senador de la antigua Grecia, que tan a menudo cito, que salió un día dando saltos de alegría del Senado porque había sido elegido otro ciudadano con más merecimientos que él. Aunque esto sea una metáfora o una parábola, podría haber alguna excepción extrapolable a la realidad. No la hay o no la hay con resonancia.
En suma, la ideología es una religión. Para aplacar conciencias y la comodidad mental, como el dogma, no está mal. Pero para el pensamiento puro, yo no sé qué es peor.
Aunque es un tema largo y abarca muchas sensibilidades según los países democráticos occidentales, podemos decir que en Estados Unidos los dos partidos cierran filas frente al exterior. Y España, por ejemplo, pese a que hace poco desmateló los dogmas, habida cuenta la inflexibilidad de cada ideología, no es posible nunca la conciliación. Son demasiado extremas las dos dominantes; la una extrema... en moderación y la otra, como siempre, extrema en intransigencia. Y sin embargo, pese a que ambas son la cara y la cruz de la misma moneda, ambas pertenecen al pensamiento único. Tampoco el resto de los partidos dejan de hacer el mismo juego. Para no formar parte de éste, las ideologías deben ser “extraparlamentarias”.
Todas las demás están dentro de una Constitución y todas dentro del sistema. Y eso quiere decir, que las de los dos partidos dominantes lo defienden con uñas y dientes y otras lo toleran. Me refiero al mercado; el mercado... madre de todos los demás vicios sociales.
Naturalmente que hay grados y que unos partidos son mucho más inflexibles que los otros. Naturalmente que unos miran más por las minorías y por los más desfavorecidos que aquéllos, al que esto les trae sin cuidado. Pero en conjunto y desde una perspectiva sociológica, psicológica y epistemológica todos al final hablan el mismo lenguaje que consiste en “respetar” las desigualdades y en permitir que se ensanchen cada vez más las diferencias entre ricos y pobres, entre blindados e inestables, entre empresarios dominadores y trabajadores a expensas de la liberalidad, la condescendencia o la generosidad de los opulentos.
En España hay una diferencia entre los extremos. El partido conservador es hijo del fascismo y se nutre de él y de sus postulados aunque no los mencione. Pero el partido de izquierda “radical” no es tanto hijo del marxismo -que debiera serlo-, como del posibilismo. Prevalece en él más el deseo de "estar" ahí, que el de atenerse a principios de valor universal y luchar por ellos. Pero hay una barrera que no se lo permite: nuevamente el mercado. Sabe que no tiene posibilidad de cooperar a transformaciones tangibles en la sociedad, pero le basta con imaginar que es “la conciencia” de la que las demás ideologías carecen. En cuanto a la socialdemócrata, por eso mismo podría gobernar indefinidamente. Pero no será así, porque no hay que tensar demasiado a estúpidos y codiciosos. Esto es un circo y tiene que salir necesariamente a escena, cuando le toca, la ideología de turno, para tener la fiesta en paz...
Y al hilo de las ideologías, siempre me he preguntado cómo es posible que las personas cambien a lo largo de su vida tanto como para pasar de una visión social de conjunto al individualismo extremo; es decir, de una posición ideológica comunitarista a la opuesta ultrindividualista. Conocemos a muchos personajes de éstos, pero no conozco a quien haya seguido el camino contrario. No conozco a quien desde un egoísmo repulsivo en sus primeros años de juventud, haya derivado a posiciones ideológicas que comportan una potente conciencia social. Entre otras cosas, quizá porque es mucho más difícil que a edades juveniles el individuo sea un gran egoísta. El egoísmo inferior, está visto, viene luego, cuando se ha alcanzado de alguna manera “esa meta” o se presiente estar próximo a ella.
Sea como fuere, aunque se "comprenda" el tributo que se rinde a la conciencia para comprar seguridad económica y estabilidad psicológica y al final emocional, producen repugnancia las mutaciones. A fin de cuentas no se corrompe “lo malo” y menos lo peor: se corrompe lo que fue excelente.
Mantener una postura coherente de por vida con nuestro pensamiento social y político, cuesta muchísimo. Rara es la persona que procede de clases medias que no tiene en un momento dado ocasión de "despegar", de emanciparse de la tiranía de la dependencia de terceros; en definitiva, de asegurar su posición económica o enriquecerse. Y renunciar a esa posibilidad requiere un firme carácter, una firme conciencia social que procede del espíritu gregario del rebaño. ¿Además una sólida y armónica inteligencia? Y pocos hay en la Política decididos a ser héroes sociales. Pocos se conforman con un pasar cuando han logrado, incluso sin proponérselo, una posición de ventaja. Pocos, mejor dicho ninguno se parece a aquel senador de la antigua Grecia, que tan a menudo cito, que salió un día dando saltos de alegría del Senado porque había sido elegido otro ciudadano con más merecimientos que él. Aunque esto sea una metáfora o una parábola, podría haber alguna excepción extrapolable a la realidad. No la hay o no la hay con resonancia.
En suma, la ideología es una religión. Para aplacar conciencias y la comodidad mental, como el dogma, no está mal. Pero para el pensamiento puro, yo no sé qué es peor.
Al pensamiento hay que dejarle a su discurrir natural. La razón lo ajusta. La razón no genera monstruos. Lo que genera monstruos es la razón reprimida por las apariencias de razón ajena a ella, la razón inducida e influida. Toda influencia es negativa. Las ideologías, como el dogma, simplemente aportan soluciones para ahorrarnos el pensar.
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