07 septiembre 2006

Eufemismos

Eufemismo es, según el diccionario, una “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”.

Así resulta que, en relación a las excretas, por ejemplo, water closet sustituyó a re­trete; váter y toilette a water clo­set; inodoro a váter; labavos a inodoro... Y en lavabos, creo yo, es donde está el asunto ahora. Todo esto más o menos y sin entrar en tecnicismos de otra naturaleza.

Excremento o racamento tratan de decorar un poco la pa­labra mierda. En cualquier caso todas las palabras se con­citan para evitar llamar mierda a la mierda, y así sucesiva­mente.

Lo mismo pasa con el insulto. Como en el insulto lo que ocurre es lo contrario: no suavizar, sino enfatizar la ira, an­tes, hace sesenta años, por ejemplo, idiota, bobo, mente­cato o loco eran insultos usuales entre las mesoclases. Pero entre las clases bajas, lo eran gili­po­llas, ca­brón e hijoputa. Hoy no hay más que ver una película yanqui doblada a lo clásico: ca­brón e hijo de puta -que ya no el hijoputa antece­dente-, no se les cae de la boca a todos salvo al protago­nista y a la estrella. Gilipollas no se usa en los do­blajes, e idiota, bobo, mente­cato o loco, si se usan es en la comedia.

Hoy no hay insultos propiamente dichos que irriten al in­sultado. Todo lo más le hacen reír. Llamar a alguien con los arcaicismos señalados o los atronantes hijo de puta, cabrón o gilipollas nos dejan fríos. Hoy el verdadero insulto es la maniobra que, taima­damente, con tono y voz aterciopela­das, en actitud fingidamente rampante y por supuesto sin emplear ningún vocablo malsonante, va directo a la inteli­gencia. Ese que consiste en tratarnos como si fuéramos gi­lipollas; en abrumarnos con ofertas de 3x1, en incitarnos a libretones, a taes y a la tienda en casa; en darnos euros a céntimos, o en llamarnos a cualquier hora del día y de la noche sacándonos de la cama o de la ducha para ofrecer­nos viajes por cuatro cuartos, decirnos mentirosamente que hemos sido premiados, que pasemos por allí para recoger un regalo de mierda y ofrecernos propiamente mierda...

Pero aún hay un eufemismo más llamativo, insistente y agobiante. Es el de “caballero”. Caballero para empezar y caballero para terminar la relación comercial o de hostelería, es una palabra que nos sue­na ya como una puñalada tra­pera. La emplean casi todos los depen­dientes de comercio de grandísimos almacenes, todos los servicios de atención al cliente y todos los policías de tres al cuarto que pueden pa­sar, en un se­gundo, de llamarte engatusan­dora y cabrona­mente “caballero” a torturarte o a descerra­jarte un tiro si co­rres delante de ellos porque tienes prisa.

Caballero ha terminado siendo tan malsonante como re­trete, letrina o mierda, y conviene ir sustituyéndola cuanto antes para no ponernos de los nervios. La prueba es que mientras en los hoteles de poca monta y en los cortesingle­ses del país te llaman ca­ballero, en los de cinco estrellas y en todo es­tablecimiento que se precie, nos llaman señor.

Pero es que el eufemismo ha llegado a la política de los duros, tipo neocons: llamar guerra preventiva al atraco de un país para apoderarse de su petróleo, y terrorista a todo aquél que parece interponerse en el camino de las triunfales invasiones mi­litares, comerciales y fi­nancieras para cargár­selo ipso facto, son sólo un par de ejemplos de hasta qué punto el eufe­mismo es un recurso maravilloso o bien un re­curso de mierda.

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