Eufemismo es, según el diccionario, una “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”.
Así resulta que, en relación a las excretas, por ejemplo, water closet sustituyó a retrete; váter y toilette a water closet; inodoro a váter; labavos a inodoro... Y en lavabos, creo yo, es donde está el asunto ahora. Todo esto más o menos y sin entrar en tecnicismos de otra naturaleza.
Excremento o racamento tratan de decorar un poco la palabra mierda. En cualquier caso todas las palabras se concitan para evitar llamar mierda a la mierda, y así sucesivamente.
Lo mismo pasa con el insulto. Como en el insulto lo que ocurre es lo contrario: no suavizar, sino enfatizar la ira, antes, hace sesenta años, por ejemplo, idiota, bobo, mentecato o loco eran insultos usuales entre las mesoclases. Pero entre las clases bajas, lo eran gilipollas, cabrón e hijoputa. Hoy no hay más que ver una película yanqui doblada a lo clásico: cabrón e hijo de puta -que ya no el hijoputa antecedente-, no se les cae de la boca a todos salvo al protagonista y a la estrella. Gilipollas no se usa en los doblajes, e idiota, bobo, mentecato o loco, si se usan es en la comedia.
Hoy no hay insultos propiamente dichos que irriten al insultado. Todo lo más le hacen reír. Llamar a alguien con los arcaicismos señalados o los atronantes hijo de puta, cabrón o gilipollas nos dejan fríos. Hoy el verdadero insulto es la maniobra que, taimadamente, con tono y voz aterciopeladas, en actitud fingidamente rampante y por supuesto sin emplear ningún vocablo malsonante, va directo a la inteligencia. Ese que consiste en tratarnos como si fuéramos gilipollas; en abrumarnos con ofertas de 3x1, en incitarnos a libretones, a taes y a la tienda en casa; en darnos euros a céntimos, o en llamarnos a cualquier hora del día y de la noche sacándonos de la cama o de la ducha para ofrecernos viajes por cuatro cuartos, decirnos mentirosamente que hemos sido premiados, que pasemos por allí para recoger un regalo de mierda y ofrecernos propiamente mierda...
Pero aún hay un eufemismo más llamativo, insistente y agobiante. Es el de “caballero”. Caballero para empezar y caballero para terminar la relación comercial o de hostelería, es una palabra que nos suena ya como una puñalada trapera. La emplean casi todos los dependientes de comercio de grandísimos almacenes, todos los servicios de atención al cliente y todos los policías de tres al cuarto que pueden pasar, en un segundo, de llamarte engatusandora y cabronamente “caballero” a torturarte o a descerrajarte un tiro si corres delante de ellos porque tienes prisa.
Caballero ha terminado siendo tan malsonante como retrete, letrina o mierda, y conviene ir sustituyéndola cuanto antes para no ponernos de los nervios. La prueba es que mientras en los hoteles de poca monta y en los cortesingleses del país te llaman caballero, en los de cinco estrellas y en todo establecimiento que se precie, nos llaman señor.
Así resulta que, en relación a las excretas, por ejemplo, water closet sustituyó a retrete; váter y toilette a water closet; inodoro a váter; labavos a inodoro... Y en lavabos, creo yo, es donde está el asunto ahora. Todo esto más o menos y sin entrar en tecnicismos de otra naturaleza.
Excremento o racamento tratan de decorar un poco la palabra mierda. En cualquier caso todas las palabras se concitan para evitar llamar mierda a la mierda, y así sucesivamente.
Lo mismo pasa con el insulto. Como en el insulto lo que ocurre es lo contrario: no suavizar, sino enfatizar la ira, antes, hace sesenta años, por ejemplo, idiota, bobo, mentecato o loco eran insultos usuales entre las mesoclases. Pero entre las clases bajas, lo eran gilipollas, cabrón e hijoputa. Hoy no hay más que ver una película yanqui doblada a lo clásico: cabrón e hijo de puta -que ya no el hijoputa antecedente-, no se les cae de la boca a todos salvo al protagonista y a la estrella. Gilipollas no se usa en los doblajes, e idiota, bobo, mentecato o loco, si se usan es en la comedia.
Hoy no hay insultos propiamente dichos que irriten al insultado. Todo lo más le hacen reír. Llamar a alguien con los arcaicismos señalados o los atronantes hijo de puta, cabrón o gilipollas nos dejan fríos. Hoy el verdadero insulto es la maniobra que, taimadamente, con tono y voz aterciopeladas, en actitud fingidamente rampante y por supuesto sin emplear ningún vocablo malsonante, va directo a la inteligencia. Ese que consiste en tratarnos como si fuéramos gilipollas; en abrumarnos con ofertas de 3x1, en incitarnos a libretones, a taes y a la tienda en casa; en darnos euros a céntimos, o en llamarnos a cualquier hora del día y de la noche sacándonos de la cama o de la ducha para ofrecernos viajes por cuatro cuartos, decirnos mentirosamente que hemos sido premiados, que pasemos por allí para recoger un regalo de mierda y ofrecernos propiamente mierda...
Pero aún hay un eufemismo más llamativo, insistente y agobiante. Es el de “caballero”. Caballero para empezar y caballero para terminar la relación comercial o de hostelería, es una palabra que nos suena ya como una puñalada trapera. La emplean casi todos los dependientes de comercio de grandísimos almacenes, todos los servicios de atención al cliente y todos los policías de tres al cuarto que pueden pasar, en un segundo, de llamarte engatusandora y cabronamente “caballero” a torturarte o a descerrajarte un tiro si corres delante de ellos porque tienes prisa.
Caballero ha terminado siendo tan malsonante como retrete, letrina o mierda, y conviene ir sustituyéndola cuanto antes para no ponernos de los nervios. La prueba es que mientras en los hoteles de poca monta y en los cortesingleses del país te llaman caballero, en los de cinco estrellas y en todo establecimiento que se precie, nos llaman señor.
Pero es que el eufemismo ha llegado a la política de los duros, tipo neocons: llamar guerra preventiva al atraco de un país para apoderarse de su petróleo, y terrorista a todo aquél que parece interponerse en el camino de las triunfales invasiones militares, comerciales y financieras para cargárselo ipso facto, son sólo un par de ejemplos de hasta qué punto el eufemismo es un recurso maravilloso o bien un recurso de mierda.
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