En artículos precedentes he cuestionado severamente a la Medicina y a la Abogacía como infraestructuras del sistema capitalista. A ambas no tanto por su rol social, que en el primer caso es relativamente inevitable y en el segundo prescindible, como por sus abusos y corruptelas consustanciales al mercado, ya absolutamente depravado. Sus respectivas éticas no son capaces de contener ni corruptelas ni abusos.
Pues bien, ahora le toca a Estadística. Otra herramienta aparentemente tan imprescindible como el bisturí o la toga.
La Estadística se divide en dos ramas:
La descriptiva, dedicada a los métodos de recolección de datos originados a partir de los fenómenos en estudio, y la inferencial, dedicada a la generación de modelos e inferencias asociadas a los fenómenos en cuestión.
Cada modelo sociopolítico tiene sus pilares. Y, lo mismo que el fundamento de las religiones monoteístas éstas lo sitúan en la apologética o similar en cuya virtud la religión se demuestra a sí misma que ella es la verdadera y no otra, y en el dogma de la resurrección de la carne, la socialdemocracia tiene también sus dogmas. Y uno de ellos es, precisamente, la Estadística. A la socialdemocracia capitalista, lo mismo que mantiene o mantenía la religión católica en lo espiritual, le sostienen dos corolarios: “fuera del capitalismo, no hay salvación”, “fuera de la estadística, no hay solución”.
En principio, sólo los datos que dimanan de los organismos internacionales (y habría que ver) son fiables. Pero no así los de organismos, institutos privados e institutos nacionales, y menos en España. Es tan susceptible de politización la Estadística, como lo es todo en el mercado. Sus profesionales también pueden venderse y comprarse por distintos motivos y por distintas finalidades, como los meteórologos a pesar de que parezca que no hay razones para manipular el tiempo atmosférico que hará mañana...
La prueba de lo inconsistente de las cifras en la práctica es que, salvo en cuestiones verificables (como el número de muertos en carretera en un periodo de tiempo, por ejemplo, que cualquiera puede pacientemente seguir por los periódicos), las estadísticas bailan grotescamente entre unas y otras fuentes, y pese a ello unos a otros se las arrojan a la cara como si fueran datos incontestables.
He aquí el motivo de la desconfianza absoluta de quienes no comulgamos con las ruedas de molino del sistema, en la Estadística, en las estadísticas y en los sondeos de opinión que se prestan, como todo a la manipulación y al tejemaneje. Pero es que al mismo tiempo al sistema, esas mismas estadísticas, bien manejadas, unas veces le sirven de pantalla para velar unas cosas y otras para darles el brillo que no tienen.
Si se afirma que la Estadística en sí misma es una herramienta auxiliar cuya interpretación incumbe al especialista del ramo, vale. Pero si se afirma que no es fácilmente manipulable, ni es posible resolver los problemas sociales o estructurales sin ella y que ésta es tan imprescindible como el papel moneda, entonces entramos en una confrontación sin salida, pues es imposible que se pongan de acuerdo un marxista y un keynesiano.
Ni critico la Estadística, ni critico la religión, ni la prostitución. Puestos a ser comprensivos, tolerantes, liberales, todo es útil socialmente. Critico furibundamente a los que trafican con la religión, a los que persiguen la prostitución y a los que salvan de la quema a la Estadística. Critico a los que les es imposible comprender, en fin, que Beethoven puede ser millones de veces más interesante que Julio Iglesias, pese a que éste tenga el disco de oro y el otro no.
Si aceptamos de modo apodíctico -es decir, como “necesariamente verdadera”, en Filosofía- la Estadística, no habría motivo para rechazar las demás infraestructuras de la socialdemocracia a que me he referido, ni de paso tampoco la constitución política, la centralización y tantas cosas de las que nos vienen persuadiendo de por vida de que ésta es la mejor de las sociedades posibles.
Quienes exaltan el sistema son los mismos que consideran “indispensable” la Estadística. Y eso es como sacralizar las controvertibles leyes económicas del mercado, en las que no se pueden ponerse de acuerdo los economistas ortodoxos y los heterodoxos que no creen en él ni en todo el tinglado asociado a él. La prueba de que no hay manera de hincar el diente al mercado para que a su través se consigan cotas de igualdad imposible, es que no hay recetas mágicas ni taumaturgos mientras mueren de hambre y sed tantos seres humanos en el mundo. El mercado va como va y punto. Lo único que puede hacerse es otra Economía: la dirigida y la intervención férrea de los precios según la disponibilidad de las mercancías.
La sociedad capitalista dominante carece de sensibilidad. Y uno de los motivos es que está absolutamente estragada y acomplejada, además de por otras muchas cosas, por la estadística. Corren ríos de llanto si son miles los muertos a miles de kilómetros de distancia, pero no tiene empacho en destrozar sin pruebas la vida de un individuo a solas por su ideología independentista. Por ejemplo.
Vive en una crónica miopía mental tratando como excelente el modelo socioeconómico y como indeseables a los otros a los que llama, neciamente, enemigos de la sociedad y de la libertad. Así se escribe la Historia... Y en estos tiempos, como al periodismo, hago a la Estadística responsable y culpable de tantos de sus abominables fraudes y falseamientos.
Pues bien, ahora le toca a Estadística. Otra herramienta aparentemente tan imprescindible como el bisturí o la toga.
La Estadística se divide en dos ramas:
La descriptiva, dedicada a los métodos de recolección de datos originados a partir de los fenómenos en estudio, y la inferencial, dedicada a la generación de modelos e inferencias asociadas a los fenómenos en cuestión.
Cada modelo sociopolítico tiene sus pilares. Y, lo mismo que el fundamento de las religiones monoteístas éstas lo sitúan en la apologética o similar en cuya virtud la religión se demuestra a sí misma que ella es la verdadera y no otra, y en el dogma de la resurrección de la carne, la socialdemocracia tiene también sus dogmas. Y uno de ellos es, precisamente, la Estadística. A la socialdemocracia capitalista, lo mismo que mantiene o mantenía la religión católica en lo espiritual, le sostienen dos corolarios: “fuera del capitalismo, no hay salvación”, “fuera de la estadística, no hay solución”.
En principio, sólo los datos que dimanan de los organismos internacionales (y habría que ver) son fiables. Pero no así los de organismos, institutos privados e institutos nacionales, y menos en España. Es tan susceptible de politización la Estadística, como lo es todo en el mercado. Sus profesionales también pueden venderse y comprarse por distintos motivos y por distintas finalidades, como los meteórologos a pesar de que parezca que no hay razones para manipular el tiempo atmosférico que hará mañana...
La prueba de lo inconsistente de las cifras en la práctica es que, salvo en cuestiones verificables (como el número de muertos en carretera en un periodo de tiempo, por ejemplo, que cualquiera puede pacientemente seguir por los periódicos), las estadísticas bailan grotescamente entre unas y otras fuentes, y pese a ello unos a otros se las arrojan a la cara como si fueran datos incontestables.
He aquí el motivo de la desconfianza absoluta de quienes no comulgamos con las ruedas de molino del sistema, en la Estadística, en las estadísticas y en los sondeos de opinión que se prestan, como todo a la manipulación y al tejemaneje. Pero es que al mismo tiempo al sistema, esas mismas estadísticas, bien manejadas, unas veces le sirven de pantalla para velar unas cosas y otras para darles el brillo que no tienen.
Si se afirma que la Estadística en sí misma es una herramienta auxiliar cuya interpretación incumbe al especialista del ramo, vale. Pero si se afirma que no es fácilmente manipulable, ni es posible resolver los problemas sociales o estructurales sin ella y que ésta es tan imprescindible como el papel moneda, entonces entramos en una confrontación sin salida, pues es imposible que se pongan de acuerdo un marxista y un keynesiano.
Ni critico la Estadística, ni critico la religión, ni la prostitución. Puestos a ser comprensivos, tolerantes, liberales, todo es útil socialmente. Critico furibundamente a los que trafican con la religión, a los que persiguen la prostitución y a los que salvan de la quema a la Estadística. Critico a los que les es imposible comprender, en fin, que Beethoven puede ser millones de veces más interesante que Julio Iglesias, pese a que éste tenga el disco de oro y el otro no.
Si aceptamos de modo apodíctico -es decir, como “necesariamente verdadera”, en Filosofía- la Estadística, no habría motivo para rechazar las demás infraestructuras de la socialdemocracia a que me he referido, ni de paso tampoco la constitución política, la centralización y tantas cosas de las que nos vienen persuadiendo de por vida de que ésta es la mejor de las sociedades posibles.
Quienes exaltan el sistema son los mismos que consideran “indispensable” la Estadística. Y eso es como sacralizar las controvertibles leyes económicas del mercado, en las que no se pueden ponerse de acuerdo los economistas ortodoxos y los heterodoxos que no creen en él ni en todo el tinglado asociado a él. La prueba de que no hay manera de hincar el diente al mercado para que a su través se consigan cotas de igualdad imposible, es que no hay recetas mágicas ni taumaturgos mientras mueren de hambre y sed tantos seres humanos en el mundo. El mercado va como va y punto. Lo único que puede hacerse es otra Economía: la dirigida y la intervención férrea de los precios según la disponibilidad de las mercancías.
La sociedad capitalista dominante carece de sensibilidad. Y uno de los motivos es que está absolutamente estragada y acomplejada, además de por otras muchas cosas, por la estadística. Corren ríos de llanto si son miles los muertos a miles de kilómetros de distancia, pero no tiene empacho en destrozar sin pruebas la vida de un individuo a solas por su ideología independentista. Por ejemplo.
Vive en una crónica miopía mental tratando como excelente el modelo socioeconómico y como indeseables a los otros a los que llama, neciamente, enemigos de la sociedad y de la libertad. Así se escribe la Historia... Y en estos tiempos, como al periodismo, hago a la Estadística responsable y culpable de tantos de sus abominables fraudes y falseamientos.
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