09 septiembre 2006

La Estadística

En artículos precedentes he cuestionado severamente a la Medicina y a la Abogacía como infraestructuras del sis­tema capitalista. A ambas no tanto por su rol social, que en el pri­mer caso es re­lativamente inevitable y en el segundo pres­cindible, como por sus abusos y corruptelas consustanciales al mercado, ya absolutamente depravado. Sus respectivas éticas no son ca­paces de contener ni corruptelas ni abusos.

Pues bien, ahora le toca a Estadística. Otra herramienta aparentemente tan imprescindible como el bisturí o la toga.

La Estadística se divide en dos ramas:
La descriptiva, dedicada a los métodos de re­colección de datos originados a partir de los fenómenos en estudio, y la inferencial, dedicada a la generación de modelos e inferen­cias asociadas a los fenó­menos en cuestión.

Cada modelo sociopolítico tiene sus pilares. Y, lo mismo que el fundamento de las religio­nes mo­noteístas éstas lo si­túan en la apologética o similar en cuya virtud la reli­gión se demues­tra a sí misma que ella es la ver­dadera y no otra, y en el dogma de la resurrección de la carne, la socialde­mo­cracia tiene también sus dogmas. Y uno de ellos es, precisa­mente, la Esta­dística. A la socialdemocracia capi­ta­lista, lo mismo que man­tiene o man­tenía la reli­gión ca­tólica en lo espi­ritual, le sos­tie­nen dos co­rolarios: “fuera del capita­lismo, no hay salva­ción”, “fuera de la estadística, no hay solu­ción”.

En principio, sólo los da­tos que dimanan de los organismos internacionales (y habría que ver) son fiables. Pero no así los de organismos, institutos privados e institutos nacionales, y me­nos en Es­paña. Es tan susceptible de politización la Esta­dística, como lo es todo en el mercado. Sus profesionales también pueden ven­derse y comprarse por distintos moti­vos y por distintas finali­dades, como los meteó­rologos a pe­sar de que parezca que no hay razones para manipular el tiempo atmosférico que hará mañana...

La prueba de lo inconsistente de las cifras en la práctica es que, salvo en cuestiones verificables (como el número de muertos en ca­rretera en un pe­riodo de tiempo, por ejemplo, que cualquiera puede pacientemente seguir por los periódi­cos), las estadísticas bailan grotes­camente entre unas y otras fuentes, y pese a ello unos a otros se las arro­jan a la cara como si fueran datos incontestables.

He aquí el motivo de la desconfianza absoluta de quienes no comulgamos con las ruedas de molino del sistema, en la Estadística, en las estadísticas y en los sondeos de opinión que se prestan, como todo a la ma­nipulación y al tejema­neje. Pero es que al mismo tiempo al sistema, esas mismas esta­dísticas, bien manejadas, unas veces le sirven de pantalla para velar unas co­sas y otras para darles el brillo que no tie­nen.

Si se afirma que la Estadística en sí misma es una herra­mienta auxiliar cuya interpretación incumbe al especialista del ramo, vale. Pero si se afirma que no es fácil­mente manipu­la­ble, ni es posi­ble re­solver los proble­mas so­ciales o es­tructu­rales sin ella y que ésta es tan im­prescindible como el papel mo­neda, en­tonces entra­mos en una confronta­ción sin salida, pues es im­po­sible que se pon­gan de acuerdo un marxista y un keyne­siano.

Ni critico la Estadística, ni cri­tico la re­ligión, ni la prostitu­ción. Puestos a ser comprensivos, tolerantes, liberales, todo es útil socialmente. Cri­tico furibun­damente a los que trafi­can con la religión, a los que persiguen la prostitu­ción y a los que salvan de la quema a la Estadística. Critico a los que les es imposi­ble comprender, en fin, que Beet­hoven puede ser millones de veces más intere­sante que Ju­lio Igle­sias, pese a que éste tenga el disco de oro y el otro no.

Si aceptamos de modo apodíctico -es decir, como “necesa­ria­mente verda­dera”, en Filosofía- la Estadística, no habría mo­tivo para re­chazar las demás infraestructuras de la social­democracia a que me he referido, ni de paso tampoco la constitución polí­tica, la cen­trali­za­ción y tantas cosas de las que nos vie­nen persua­diendo de por vida de que ésta es la mejor de las so­cieda­des posi­bles.

Quienes ex­altan el sistema son los mismos que conside­ran “indispensable” la Estadística. Y eso es como sacralizar las controvertibles le­yes económicas del mercado, en las que no se pueden ponerse de acuerdo los economistas or­todoxos y los hete­rodoxos que no creen en él ni en todo el tin­glado aso­ciado a él. La prueba de que no hay ma­nera de hincar el diente al mercado para que a su través se consi­gan cotas de igualdad imposible, es que no hay rece­tas má­gicas ni tau­maturgos mientras mueren de hambre y sed tantos seres humanos en el mundo. El mercado va como va y punto. Lo único que puede hacerse es otra Economía: la diri­gida y la intervención férrea de los precios según la dispo­nibilidad de las mercancías.

La sociedad capitalista dominante ca­rece de sensibilidad. Y uno de los motivos es que está absolutamente estragada y acomplejada, además de por otras muchas cosas, por la es­tadística. Corren ríos de llanto si son miles los muertos a mi­les de kilómetros de distancia, pero no tiene empa­cho en destrozar sin prue­bas la vida de un individuo a solas por su ideo­logía in­depen­dentista. Por ejemplo.

Vive en una cró­nica miopía mental tratando como exce­lente el modelo socioeconómico y como in­desea­bles a los otros a los que llama, necia­mente, enemigos de la so­ciedad y de la libertad. Así se escribe la Historia... Y en estos tiempos, como al periodismo, hago a la Estadística responsable y culpable de tantos de sus abominables fraudes y falseamientos.

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