Que el mundo y especialmente el occidental vive tiempos críticos es una evidencia que apenas merece comentarios. Me ceñiré ahora exclusivamente a España, un país que pese a haber sufrido una dolorosa dictadura con el costo de las amputaciones que todas las dictaduras llevan consigo, vivió casi medio siglo estable en el plano social y psicológico una vez pasadas los efectos trágicos de toda guerra civil y de su postguerra...
España, desde que se empeñó en el siglo XV en ser una nación única no hace más que caminar por la historia a trompicones. Nunca se asienta. Siempre que los más sensatos dan un paso adelante, los montaraces dan dos pasos atrás. Estos son los que se empeñan en una unidad ficticia mientras otros reclaman su identidad porque no desean mezclarla con la suya. Nunca acaba de coger el pie de Europa, ni hay régimen político que acabe tomando carta de naturaleza a gusto de todos los pueblos. Tiene una monarquía prendida con alfileres pues medio país clama por la república, y una democracia cuyas lacras relumbran más como mil soles que sus virtudes y libertades. España, como sociedad puede que para muchos sea maravillosa, pero como colectividad política parece estar siempre a punto de estallar. En cualquier caso y en conjunto está a la cola de dos virtudes sociales: la moderación y la previsión. Los “centros” siempre son falsos.
Se llama anomia en sociología (más o menos, lo digo de memoria) a un estado de la sociedad en el que existiendo profusión de leyes se han debilitado los usos y costumbres que constituyen foco del control social, sin que los nuevos que van apareciendo hubieren sedimentado. El vacío entre el orden anterior y el nuevo no consolidado determina que no existen propiamente normas de aceptación general o se mezclan las novedosas con las precedentes, provocando confusión en el orden jurídico, en el tráfico mercantil y en todo el orden psicosocial. Nunca han existido probablemente tantas leyes en España, pero nunca se ha percibido, si se pone ojo avizor, tanta desorientación...
Es decir, si la transición política en España con mucha voluntad pudiera darse por concluida, la transformación de las costumbres no ha fermentado todavía. El fenómeno migratorio no es ajeno tampoco a la deriva. De ahí que quienes manejan los medios siguen teniendo en cuenta -para rentabilizarlas- las dos actitudes extremas en materia de moralidad que coexisten. Excitando la libertad total de costumbres sin contenciones, los medios explotan por un lado la atención que presta a los asuntos personales la población situada mentalmente en la sensibilidad del "orden" anterior, con sus viejos prejuicios y su propensión a escandalizarse, y por otro halagan a las generaciones intermedias que aceptan con gusto sus cantos a la absoluta permisividad. En suma, el nuevo orden se caracteriza en este sentido por estar repleto de rasgos y comportamientos que escandalizan a las generaciones anteriores, en la medida que las más jóvenes las viven con absoluta indiferencia.
Por otra parte, al igual que el agua acaba horadando la piedra, la filosofía hiperindividualista que subyace a todo el cine norteamericano ha preparado insidiosa e involuntariamente durante casi un siglo las aspiraciones y taxonomía de los tiempos actuales en occidente y en España de una manera especial. Aquí radica en buena medida la potencia de la globalización/anglosajonización aceptada por buena parte del mundo con naturalidad...
Por ejemplo, una entidad, mercantil o no, puede apropiarse de nuestro dinero en el banco girando un recibo por algo que no hemos comprado o por un servicio no recibido. Y para recuperar el importe, somos nosotros quienes debemos tomar la iniciativa y hacer protesta del expolio devolviendo el recibo que equivale a un: "por favor, no meta mano en mi cuenta"; se confunde el machismo, una actitud en la que predominan rasgos zoológicos de prevalencia en el varón, con la simple hombría de bien... Esto, como ejemplos materiales sobresalientes. Pero es que se han invertido la mayoría de los viejos valores que debieran ser eternos. Por ejemplo, la justicia, la fortaleza, la prudencia y la templanza "ya" no son virtudes: la buena educación debe disimularse, la prudencia se confunde con debilidad, la fortaleza con la prepotencia, la templanza con el temor, y la justicia con la prevención; la delicadeza es fragilidad; la honradez, cualidad típica del tonto; por la vertiginosa circulación de las ideas no hay propiedad intelectual y todas pertenecen a todos; el soporte de la Internet propicia el uso del anónimo y la despersonalización; nunca se ha reclamado tanto la privacidad y sin embargo nunca se ha hecho tan obscena exhibición de la intimidad; los medios y sus administradores, los periodistas que suplen a los antiguos predicadores, se encargan de reforzar todo este maremágnum... y todo este maremágnum es consecuencia de un sombrío tránsito de una ética y una estética apolíneas, morfológicamente bien definidas, a una ética y estéticas informes, deslavazadas, diríase caóticas u orgiásticas en las que todos somos víctimas y verdugos al mismo tiempo según la circunstancia... Todos son manifestaciones del presente, que se advierten con poner sólo un poco de atención a lo que cada día a cada cual nos sobreviene en unos grandes almacenes, en un banco o en la ventanilla de una oficina pública.
La etiología de buena parte de todo ello, como decía, está en buena medida y asombrosamente por un lado en el cine norteamericano, y, por otro, en las prácticas sinalagmáticas o contractuales que la cibernética ha introducido en la sociedad común. De una década a esta parte ha sido el modus operandi informático el que ha introducido prácticas extrañas, si no pervertidas, en la relación entre servidores y usuarios -las dos partes del contrato- que poco a poco van siendo imitadas y alcanzando también a todo.
Veamos. Para usar el software (cada vez más común en el trajín dirario) has de aceptar un contrato de adhesión sin retorno, pues es ley que el software usado y abierto el soporte para instalarlo no admite devolución, y que esto está a la orden del día al ir abriéndose paso el uso informático como penetra el polvo en una casa con las ventanas abiertas. De manera que si leídas las cláusulas de ese contrato leonino no lo aceptas, no sólo no podrás instalar el producto sino que pierdes el dinero pagado por él. Y no pasa nada. No hay juez que acuerde el reintegro ni la indemnización por la pérdida. Es una práctica contra legem pero funciona por los usos mercantiles y los hábitos rápidamente introducidos desde Sillycon Valley.
¿Hay algo más ultrajante en materia contractual, es decir para la llamada justicia conmutativa, que semejante fórmula a favor de la parte económicamente más fornida? Pues es la que impera en el tráfico informático que va preparando el terreno a otras aberraciones, bancarias, comerciales alcanzanod luego incluso a las interpersonales.
¿Ha de extrañarnos que la teoría de la guerra preventiva, es decir la guerra porque sí, basada en la superioridad de armamento apabullante? Pues su proyección ilumina con luz negra al mundo actualmente, y quién sabe si volverá a hacer acto de presencia con el probable ataque a Irán que planea la Bestia y la posterior entrada del planeta en el invierno nuclear. Las conflagraciones más devastadoras suelen ir precedidas de tiempos de anomia y de estúpida despreocupación antes de cundir la alarma o de tener ya encima el cataclismo.
Y España, sin decidirse gallardamente a ser un Estado Federal que permitiría renacer a la ilusión generalizada y superar tanta miseria moral y tanta confusión de almas fruto de la detestable globalización anglosajona.
España, desde que se empeñó en el siglo XV en ser una nación única no hace más que caminar por la historia a trompicones. Nunca se asienta. Siempre que los más sensatos dan un paso adelante, los montaraces dan dos pasos atrás. Estos son los que se empeñan en una unidad ficticia mientras otros reclaman su identidad porque no desean mezclarla con la suya. Nunca acaba de coger el pie de Europa, ni hay régimen político que acabe tomando carta de naturaleza a gusto de todos los pueblos. Tiene una monarquía prendida con alfileres pues medio país clama por la república, y una democracia cuyas lacras relumbran más como mil soles que sus virtudes y libertades. España, como sociedad puede que para muchos sea maravillosa, pero como colectividad política parece estar siempre a punto de estallar. En cualquier caso y en conjunto está a la cola de dos virtudes sociales: la moderación y la previsión. Los “centros” siempre son falsos.
Se llama anomia en sociología (más o menos, lo digo de memoria) a un estado de la sociedad en el que existiendo profusión de leyes se han debilitado los usos y costumbres que constituyen foco del control social, sin que los nuevos que van apareciendo hubieren sedimentado. El vacío entre el orden anterior y el nuevo no consolidado determina que no existen propiamente normas de aceptación general o se mezclan las novedosas con las precedentes, provocando confusión en el orden jurídico, en el tráfico mercantil y en todo el orden psicosocial. Nunca han existido probablemente tantas leyes en España, pero nunca se ha percibido, si se pone ojo avizor, tanta desorientación...
Es decir, si la transición política en España con mucha voluntad pudiera darse por concluida, la transformación de las costumbres no ha fermentado todavía. El fenómeno migratorio no es ajeno tampoco a la deriva. De ahí que quienes manejan los medios siguen teniendo en cuenta -para rentabilizarlas- las dos actitudes extremas en materia de moralidad que coexisten. Excitando la libertad total de costumbres sin contenciones, los medios explotan por un lado la atención que presta a los asuntos personales la población situada mentalmente en la sensibilidad del "orden" anterior, con sus viejos prejuicios y su propensión a escandalizarse, y por otro halagan a las generaciones intermedias que aceptan con gusto sus cantos a la absoluta permisividad. En suma, el nuevo orden se caracteriza en este sentido por estar repleto de rasgos y comportamientos que escandalizan a las generaciones anteriores, en la medida que las más jóvenes las viven con absoluta indiferencia.
Por otra parte, al igual que el agua acaba horadando la piedra, la filosofía hiperindividualista que subyace a todo el cine norteamericano ha preparado insidiosa e involuntariamente durante casi un siglo las aspiraciones y taxonomía de los tiempos actuales en occidente y en España de una manera especial. Aquí radica en buena medida la potencia de la globalización/anglosajonización aceptada por buena parte del mundo con naturalidad...
Por ejemplo, una entidad, mercantil o no, puede apropiarse de nuestro dinero en el banco girando un recibo por algo que no hemos comprado o por un servicio no recibido. Y para recuperar el importe, somos nosotros quienes debemos tomar la iniciativa y hacer protesta del expolio devolviendo el recibo que equivale a un: "por favor, no meta mano en mi cuenta"; se confunde el machismo, una actitud en la que predominan rasgos zoológicos de prevalencia en el varón, con la simple hombría de bien... Esto, como ejemplos materiales sobresalientes. Pero es que se han invertido la mayoría de los viejos valores que debieran ser eternos. Por ejemplo, la justicia, la fortaleza, la prudencia y la templanza "ya" no son virtudes: la buena educación debe disimularse, la prudencia se confunde con debilidad, la fortaleza con la prepotencia, la templanza con el temor, y la justicia con la prevención; la delicadeza es fragilidad; la honradez, cualidad típica del tonto; por la vertiginosa circulación de las ideas no hay propiedad intelectual y todas pertenecen a todos; el soporte de la Internet propicia el uso del anónimo y la despersonalización; nunca se ha reclamado tanto la privacidad y sin embargo nunca se ha hecho tan obscena exhibición de la intimidad; los medios y sus administradores, los periodistas que suplen a los antiguos predicadores, se encargan de reforzar todo este maremágnum... y todo este maremágnum es consecuencia de un sombrío tránsito de una ética y una estética apolíneas, morfológicamente bien definidas, a una ética y estéticas informes, deslavazadas, diríase caóticas u orgiásticas en las que todos somos víctimas y verdugos al mismo tiempo según la circunstancia... Todos son manifestaciones del presente, que se advierten con poner sólo un poco de atención a lo que cada día a cada cual nos sobreviene en unos grandes almacenes, en un banco o en la ventanilla de una oficina pública.
La etiología de buena parte de todo ello, como decía, está en buena medida y asombrosamente por un lado en el cine norteamericano, y, por otro, en las prácticas sinalagmáticas o contractuales que la cibernética ha introducido en la sociedad común. De una década a esta parte ha sido el modus operandi informático el que ha introducido prácticas extrañas, si no pervertidas, en la relación entre servidores y usuarios -las dos partes del contrato- que poco a poco van siendo imitadas y alcanzando también a todo.
Veamos. Para usar el software (cada vez más común en el trajín dirario) has de aceptar un contrato de adhesión sin retorno, pues es ley que el software usado y abierto el soporte para instalarlo no admite devolución, y que esto está a la orden del día al ir abriéndose paso el uso informático como penetra el polvo en una casa con las ventanas abiertas. De manera que si leídas las cláusulas de ese contrato leonino no lo aceptas, no sólo no podrás instalar el producto sino que pierdes el dinero pagado por él. Y no pasa nada. No hay juez que acuerde el reintegro ni la indemnización por la pérdida. Es una práctica contra legem pero funciona por los usos mercantiles y los hábitos rápidamente introducidos desde Sillycon Valley.
¿Hay algo más ultrajante en materia contractual, es decir para la llamada justicia conmutativa, que semejante fórmula a favor de la parte económicamente más fornida? Pues es la que impera en el tráfico informático que va preparando el terreno a otras aberraciones, bancarias, comerciales alcanzanod luego incluso a las interpersonales.
¿Ha de extrañarnos que la teoría de la guerra preventiva, es decir la guerra porque sí, basada en la superioridad de armamento apabullante? Pues su proyección ilumina con luz negra al mundo actualmente, y quién sabe si volverá a hacer acto de presencia con el probable ataque a Irán que planea la Bestia y la posterior entrada del planeta en el invierno nuclear. Las conflagraciones más devastadoras suelen ir precedidas de tiempos de anomia y de estúpida despreocupación antes de cundir la alarma o de tener ya encima el cataclismo.
Y España, sin decidirse gallardamente a ser un Estado Federal que permitiría renacer a la ilusión generalizada y superar tanta miseria moral y tanta confusión de almas fruto de la detestable globalización anglosajona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario