19 junio 2006

La funesta manía de "civilizar"

A más de uno le extrañarán mis diatribas contra Amnistía In­ternacional des­pués de haber arremetido duramente co­ntra otras superestructu­ras, como la Medicina y la abo­gacía; habida cuenta además mis años de ejercicio en ésta, haber sido valorado debidamente y ser hijo de jurista de prestigio...

Pero soy tam­bién antropólogo, y se ve que puede en mí mucho más la atracción hacia el humanismo puro al que me con­duce por encima de cual­quier otro valor la propia an­tropo­logía con su des­mitifi­ca­ción de “lo humano” a cuestas. La vi­sión an­tro­po­ló­gica, es decir, la del ser humano zooló­gico y su so­ciedad es doble: la emicológica y la eticoló­gica. Esto es, o el estu­dioso es­tudia y analiza una cul­tura desde la óp­tica de su propia cultura, o la estudia, con un estimable es­fuerzo imaginativo y mental, desde la óptica de la cultura estu­diada. Como he lle­gado a la conclusión de que no cabe más perver­sidad en la dudosa cultura que respiro, no sólo con respecto a las demás sino tam­bién a amplios segmentos sociales su­yos, mi ánimo va en­cami­nado a des­montarla. Y empiezo re­clamando todo el res­peto por las otras, con in­depen­den­cia de que sean más o menos dignas de ala­banza para la axiología -sistema de valores- de la cul­tura a que perte­nezco...

Desde que se pierde la me­moria, todo el empeño del occi­dental es “civilizar” a otros países y a otras culturas cuando las peores aberracio­nes envueltas en papel de ce­lofán las co­me­ten los países situados en la proa de la aventura humana. En otro tiempo fueron Es­paña e In­glate­rra princi­palmente. Terminada la segunda guerra mun­dial, otra vez Gran Bretaña, esta vez aliada al Estados Unidos que di­rige el hemisfe­rio oeste y quiere so­juzgar al resto. Esto, “civi­lizar” a la fuerza, injerirse y democratizar a cañonazos, a mi modo de ver y de todo aquel que tiene dos dedos de frente son pretenciosidades de la peor calaña.

La silla eléctrica o el gas letal no son mejores que la lapi­dación, aunque estemos acostumbrados a no verlo así. La ablación del clítoris y otras deformaciones corporales son salvajes, pero no mucho menos salvajes son las peligrosas cirugías plásticas a capricho inducidas por modas puestas a su vez en circulación por dudosos estetas licenciados en Medicina y otras prácticas contra natura fomentadas por cantos de libertad. Al final todo parte de una cultura deca­dente. Y desde luego, en este caso sin dudas, no peores que las guerras de rapiña, las torturas, las vejaciones, los expolios y los ataques a otras razas hasta extinguirlas, co­metidas hoy por los dos países anglosajones -como otrora también ellos y nuestros ancestros hispánicos- en otros te­rritorios, pueblos asiáticos y etnias africanas o amazónicas, en los que son especialistas por más que en muchos casos los anglosajones actuén con astucia y en la sombra...

En Occidente el pe­riodismo se dedica a la información, y ciertas organizaciones a “in­vestigar” periodística o policiaca­mente torturas y atentados a los dere­chos humanos. Pues bien, otros nos dedi­camos a investigar im­posturas, a in­dicar el papel decorativo de la mayoría de las ONGs y aso­ciacio­nes similares y a señalar la relación que existe entre los in­vesti­gadores y su contribución a reforzar el sistema que rige en tres cuartas partes del mundo. A Amnis­tía Inter­nacio­nal, como a la Iglesia Católica, les guía la mejor de las inten­cio­nes del mundo. Nadie lo duda. Pero ambas están ideologiza­das tanto por sus propios prejuicios que mu­chas de sus homilías y denuncias se confunden con la inadmisi­ble injerencia cultu­ral que sostiene el punto de vista emico­lógico de la antro­pología.

Yo no tengo una visión antropocéntrica de un hipotético o eventual Dios, ni una visión positiva etnocéntrica asociada al blanco, anglosajón y protestante (y/o judío), que me hagan reconocer superioridad moral alguna de su parte por encima de otras razas y de otras culturas, in­cluida la islá­mica. Y menos cuando observo que a más “civi­liza­ción” de esa clase, menos cultura superior moral y de la otra...

Toda la porfía de los que abanderan la idea de una supe­rio­ri­dad moral sin nombrarla -algo que no hizo por torpeza y soberbia Hitler-, ba­sada simplemente en la superioridad tec­nológica, no me hará modificar mi condena ni tampoco de punto de partida para el análisis. No me hará creer, teniendo a mi vista tanta atrocidad, tan dispara­tado pro­ceder en rela­ción a la Natura­leza, al clima y a nuestro destino global que el blanco, anglo­sajón y pro­tes­tante es su­perior, y que los paí­ses restantes deben ir tras ellos como laca­yos suyos.

Todo lo contrario. Teniendo como tienen estadounidenses y británicos las claves del pro­greso material, tecnológico y científico, ellos son los culpa­bles únicos de que el mundo vaya cada vez a peor, de que el apo­calipsis en forma climá­tica esté próximo, de que se vea cla­ra­mente que no tienen en cuenta para nada lo que no sea su mundo y su bienestar; de que mientras el resto tiene gravísimos proble­mas para comunicarse, para en­contrar energía, agua y alimentos ellos se están prepa­rando concien­zudamente para asegurarse la continuidad de su especie sobre el planeta.

Eso, además de las atrocidades (de las que formando parte de un calculado propósito nos informa el Pentágono do­sificadamente) que co­meten concretamente con los pue­blos iraquí y af­gano... y lo que preparan para Irán, para blin­dar sus exigencias energéti­cas, estriba mi repulsión y en­fren­tamiento frontal al modelo anglosajón pensado para los demás. También hacia todo el que lo apoya, lo fortalece, lo aprueba, lo justifica o lo alaba. Mi credo no está con ellos. Están fuera de la ley y sitúan a los demás al margen de la ley. Son en­trometidos y atroces, vienen sembrando de terror legal -el más nefando pecado de cobardía- a lo largo y an­cho el globo terráqueo desde hace medio siglo, y son ellos quienes acusan al mundo de terrorismo...

Mi repulsión es infinita, pues si se tiene consciencia pro­funda de la existen­cia per­sonal y colectiva, si vemos cultu­ralmente efectiva igual­dad entre todos los se­res humanos sin cosméticos y trata­mos de corregir en lo posible las des­igualdades naturales, no po­dremos so­portar la estulticia y la prepotencia de los genocidas que se vie­nen pa­seando por la historia con tics ne­cios de res­petables humanoides y con mo­dales solemnes.

En suma, si hay un frenético deseo de “civilizar”, de demo­crati­zar, de “humanizar” a la humanidad, la cultura occiden­tal, los países vicarios y los dos an­glo­sajo­nes tienen que ir pensando primero en “civilizarse” ellos in­excu­sablemente cuanto an­tes. Al menos, al nivel de los países nórdi­cos euro­peos. Una vez conseguido el propósito, sería entonces cuando, de acuerdo a la lógica y al racio­cinio del que ahora carecen, no sé si les co­rrespondería a ellos “civilizar” al re­sto, pero podríamos disculparles su impertinen­cia de inten­tarlo. Mientras tanto, el contrasentido que hay en esa ob­se­sión de perio­distas y de organizaciones internacionales del sis­tema ca­pitalista por mirar con microscopio lo que hacen otros, es decir, por observar la paja que países de otras culturas tie­nen en su ojo, no viendo la viga desco­munal que tiene Occi­dente en el suyo propio, re­sulta ser una es­qui­zo­frenia im­propia del si­glo XXI. O bien pensado, quizá bien pro­pia. Una patología que, tal como funcio­na un de­plorable sistema vacío de valores que no sean el dinero y el poder fá­cil; tal como opera la débil pedago­gía y la informa­ción sesgada y caótica en la que todos -ciu­da­danos, perio­distas y organiza­ciones a que me refiero in­cluí­das- nos des­envol­vemos, no tiene cura. Como –me temo- tampoco la tiene, ya, el planeta Tierra con sus centenares de miles de espe­cies vivas que exponen­cialmente han desaparecido ya y van a ir desapareciendo sin solución de continuidad.

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