A más de uno le extrañarán mis diatribas contra Amnistía Internacional después de haber arremetido duramente contra otras superestructuras, como la Medicina y la abogacía; habida cuenta además mis años de ejercicio en ésta, haber sido valorado debidamente y ser hijo de jurista de prestigio...
Pero soy también antropólogo, y se ve que puede en mí mucho más la atracción hacia el humanismo puro al que me conduce por encima de cualquier otro valor la propia antropología con su desmitificación de “lo humano” a cuestas. La visión antropológica, es decir, la del ser humano zoológico y su sociedad es doble: la emicológica y la eticológica. Esto es, o el estudioso estudia y analiza una cultura desde la óptica de su propia cultura, o la estudia, con un estimable esfuerzo imaginativo y mental, desde la óptica de la cultura estudiada. Como he llegado a la conclusión de que no cabe más perversidad en la dudosa cultura que respiro, no sólo con respecto a las demás sino también a amplios segmentos sociales suyos, mi ánimo va encaminado a desmontarla. Y empiezo reclamando todo el respeto por las otras, con independencia de que sean más o menos dignas de alabanza para la axiología -sistema de valores- de la cultura a que pertenezco...
Desde que se pierde la memoria, todo el empeño del occidental es “civilizar” a otros países y a otras culturas cuando las peores aberraciones envueltas en papel de celofán las cometen los países situados en la proa de la aventura humana. En otro tiempo fueron España e Inglaterra principalmente. Terminada la segunda guerra mundial, otra vez Gran Bretaña, esta vez aliada al Estados Unidos que dirige el hemisferio oeste y quiere sojuzgar al resto. Esto, “civilizar” a la fuerza, injerirse y democratizar a cañonazos, a mi modo de ver y de todo aquel que tiene dos dedos de frente son pretenciosidades de la peor calaña.
La silla eléctrica o el gas letal no son mejores que la lapidación, aunque estemos acostumbrados a no verlo así. La ablación del clítoris y otras deformaciones corporales son salvajes, pero no mucho menos salvajes son las peligrosas cirugías plásticas a capricho inducidas por modas puestas a su vez en circulación por dudosos estetas licenciados en Medicina y otras prácticas contra natura fomentadas por cantos de libertad. Al final todo parte de una cultura decadente. Y desde luego, en este caso sin dudas, no peores que las guerras de rapiña, las torturas, las vejaciones, los expolios y los ataques a otras razas hasta extinguirlas, cometidas hoy por los dos países anglosajones -como otrora también ellos y nuestros ancestros hispánicos- en otros territorios, pueblos asiáticos y etnias africanas o amazónicas, en los que son especialistas por más que en muchos casos los anglosajones actuén con astucia y en la sombra...
En Occidente el periodismo se dedica a la información, y ciertas organizaciones a “investigar” periodística o policiacamente torturas y atentados a los derechos humanos. Pues bien, otros nos dedicamos a investigar imposturas, a indicar el papel decorativo de la mayoría de las ONGs y asociaciones similares y a señalar la relación que existe entre los investigadores y su contribución a reforzar el sistema que rige en tres cuartas partes del mundo. A Amnistía Internacional, como a la Iglesia Católica, les guía la mejor de las intenciones del mundo. Nadie lo duda. Pero ambas están ideologizadas tanto por sus propios prejuicios que muchas de sus homilías y denuncias se confunden con la inadmisible injerencia cultural que sostiene el punto de vista emicológico de la antropología.
Yo no tengo una visión antropocéntrica de un hipotético o eventual Dios, ni una visión positiva etnocéntrica asociada al blanco, anglosajón y protestante (y/o judío), que me hagan reconocer superioridad moral alguna de su parte por encima de otras razas y de otras culturas, incluida la islámica. Y menos cuando observo que a más “civilización” de esa clase, menos cultura superior moral y de la otra...
Toda la porfía de los que abanderan la idea de una superioridad moral sin nombrarla -algo que no hizo por torpeza y soberbia Hitler-, basada simplemente en la superioridad tecnológica, no me hará modificar mi condena ni tampoco de punto de partida para el análisis. No me hará creer, teniendo a mi vista tanta atrocidad, tan disparatado proceder en relación a la Naturaleza, al clima y a nuestro destino global que el blanco, anglosajón y protestante es superior, y que los países restantes deben ir tras ellos como lacayos suyos.
Todo lo contrario. Teniendo como tienen estadounidenses y británicos las claves del progreso material, tecnológico y científico, ellos son los culpables únicos de que el mundo vaya cada vez a peor, de que el apocalipsis en forma climática esté próximo, de que se vea claramente que no tienen en cuenta para nada lo que no sea su mundo y su bienestar; de que mientras el resto tiene gravísimos problemas para comunicarse, para encontrar energía, agua y alimentos ellos se están preparando concienzudamente para asegurarse la continuidad de su especie sobre el planeta.
Eso, además de las atrocidades (de las que formando parte de un calculado propósito nos informa el Pentágono dosificadamente) que cometen concretamente con los pueblos iraquí y afgano... y lo que preparan para Irán, para blindar sus exigencias energéticas, estriba mi repulsión y enfrentamiento frontal al modelo anglosajón pensado para los demás. También hacia todo el que lo apoya, lo fortalece, lo aprueba, lo justifica o lo alaba. Mi credo no está con ellos. Están fuera de la ley y sitúan a los demás al margen de la ley. Son entrometidos y atroces, vienen sembrando de terror legal -el más nefando pecado de cobardía- a lo largo y ancho el globo terráqueo desde hace medio siglo, y son ellos quienes acusan al mundo de terrorismo...
Mi repulsión es infinita, pues si se tiene consciencia profunda de la existencia personal y colectiva, si vemos culturalmente efectiva igualdad entre todos los seres humanos sin cosméticos y tratamos de corregir en lo posible las desigualdades naturales, no podremos soportar la estulticia y la prepotencia de los genocidas que se vienen paseando por la historia con tics necios de respetables humanoides y con modales solemnes.
En suma, si hay un frenético deseo de “civilizar”, de democratizar, de “humanizar” a la humanidad, la cultura occidental, los países vicarios y los dos anglosajones tienen que ir pensando primero en “civilizarse” ellos inexcusablemente cuanto antes. Al menos, al nivel de los países nórdicos europeos. Una vez conseguido el propósito, sería entonces cuando, de acuerdo a la lógica y al raciocinio del que ahora carecen, no sé si les correspondería a ellos “civilizar” al resto, pero podríamos disculparles su impertinencia de intentarlo. Mientras tanto, el contrasentido que hay en esa obsesión de periodistas y de organizaciones internacionales del sistema capitalista por mirar con microscopio lo que hacen otros, es decir, por observar la paja que países de otras culturas tienen en su ojo, no viendo la viga descomunal que tiene Occidente en el suyo propio, resulta ser una esquizofrenia impropia del siglo XXI. O bien pensado, quizá bien propia. Una patología que, tal como funciona un deplorable sistema vacío de valores que no sean el dinero y el poder fácil; tal como opera la débil pedagogía y la información sesgada y caótica en la que todos -ciudadanos, periodistas y organizaciones a que me refiero incluídas- nos desenvolvemos, no tiene cura. Como –me temo- tampoco la tiene, ya, el planeta Tierra con sus centenares de miles de especies vivas que exponencialmente han desaparecido ya y van a ir desapareciendo sin solución de continuidad.
Pero soy también antropólogo, y se ve que puede en mí mucho más la atracción hacia el humanismo puro al que me conduce por encima de cualquier otro valor la propia antropología con su desmitificación de “lo humano” a cuestas. La visión antropológica, es decir, la del ser humano zoológico y su sociedad es doble: la emicológica y la eticológica. Esto es, o el estudioso estudia y analiza una cultura desde la óptica de su propia cultura, o la estudia, con un estimable esfuerzo imaginativo y mental, desde la óptica de la cultura estudiada. Como he llegado a la conclusión de que no cabe más perversidad en la dudosa cultura que respiro, no sólo con respecto a las demás sino también a amplios segmentos sociales suyos, mi ánimo va encaminado a desmontarla. Y empiezo reclamando todo el respeto por las otras, con independencia de que sean más o menos dignas de alabanza para la axiología -sistema de valores- de la cultura a que pertenezco...
Desde que se pierde la memoria, todo el empeño del occidental es “civilizar” a otros países y a otras culturas cuando las peores aberraciones envueltas en papel de celofán las cometen los países situados en la proa de la aventura humana. En otro tiempo fueron España e Inglaterra principalmente. Terminada la segunda guerra mundial, otra vez Gran Bretaña, esta vez aliada al Estados Unidos que dirige el hemisferio oeste y quiere sojuzgar al resto. Esto, “civilizar” a la fuerza, injerirse y democratizar a cañonazos, a mi modo de ver y de todo aquel que tiene dos dedos de frente son pretenciosidades de la peor calaña.
La silla eléctrica o el gas letal no son mejores que la lapidación, aunque estemos acostumbrados a no verlo así. La ablación del clítoris y otras deformaciones corporales son salvajes, pero no mucho menos salvajes son las peligrosas cirugías plásticas a capricho inducidas por modas puestas a su vez en circulación por dudosos estetas licenciados en Medicina y otras prácticas contra natura fomentadas por cantos de libertad. Al final todo parte de una cultura decadente. Y desde luego, en este caso sin dudas, no peores que las guerras de rapiña, las torturas, las vejaciones, los expolios y los ataques a otras razas hasta extinguirlas, cometidas hoy por los dos países anglosajones -como otrora también ellos y nuestros ancestros hispánicos- en otros territorios, pueblos asiáticos y etnias africanas o amazónicas, en los que son especialistas por más que en muchos casos los anglosajones actuén con astucia y en la sombra...
En Occidente el periodismo se dedica a la información, y ciertas organizaciones a “investigar” periodística o policiacamente torturas y atentados a los derechos humanos. Pues bien, otros nos dedicamos a investigar imposturas, a indicar el papel decorativo de la mayoría de las ONGs y asociaciones similares y a señalar la relación que existe entre los investigadores y su contribución a reforzar el sistema que rige en tres cuartas partes del mundo. A Amnistía Internacional, como a la Iglesia Católica, les guía la mejor de las intenciones del mundo. Nadie lo duda. Pero ambas están ideologizadas tanto por sus propios prejuicios que muchas de sus homilías y denuncias se confunden con la inadmisible injerencia cultural que sostiene el punto de vista emicológico de la antropología.
Yo no tengo una visión antropocéntrica de un hipotético o eventual Dios, ni una visión positiva etnocéntrica asociada al blanco, anglosajón y protestante (y/o judío), que me hagan reconocer superioridad moral alguna de su parte por encima de otras razas y de otras culturas, incluida la islámica. Y menos cuando observo que a más “civilización” de esa clase, menos cultura superior moral y de la otra...
Toda la porfía de los que abanderan la idea de una superioridad moral sin nombrarla -algo que no hizo por torpeza y soberbia Hitler-, basada simplemente en la superioridad tecnológica, no me hará modificar mi condena ni tampoco de punto de partida para el análisis. No me hará creer, teniendo a mi vista tanta atrocidad, tan disparatado proceder en relación a la Naturaleza, al clima y a nuestro destino global que el blanco, anglosajón y protestante es superior, y que los países restantes deben ir tras ellos como lacayos suyos.
Todo lo contrario. Teniendo como tienen estadounidenses y británicos las claves del progreso material, tecnológico y científico, ellos son los culpables únicos de que el mundo vaya cada vez a peor, de que el apocalipsis en forma climática esté próximo, de que se vea claramente que no tienen en cuenta para nada lo que no sea su mundo y su bienestar; de que mientras el resto tiene gravísimos problemas para comunicarse, para encontrar energía, agua y alimentos ellos se están preparando concienzudamente para asegurarse la continuidad de su especie sobre el planeta.
Eso, además de las atrocidades (de las que formando parte de un calculado propósito nos informa el Pentágono dosificadamente) que cometen concretamente con los pueblos iraquí y afgano... y lo que preparan para Irán, para blindar sus exigencias energéticas, estriba mi repulsión y enfrentamiento frontal al modelo anglosajón pensado para los demás. También hacia todo el que lo apoya, lo fortalece, lo aprueba, lo justifica o lo alaba. Mi credo no está con ellos. Están fuera de la ley y sitúan a los demás al margen de la ley. Son entrometidos y atroces, vienen sembrando de terror legal -el más nefando pecado de cobardía- a lo largo y ancho el globo terráqueo desde hace medio siglo, y son ellos quienes acusan al mundo de terrorismo...
Mi repulsión es infinita, pues si se tiene consciencia profunda de la existencia personal y colectiva, si vemos culturalmente efectiva igualdad entre todos los seres humanos sin cosméticos y tratamos de corregir en lo posible las desigualdades naturales, no podremos soportar la estulticia y la prepotencia de los genocidas que se vienen paseando por la historia con tics necios de respetables humanoides y con modales solemnes.
En suma, si hay un frenético deseo de “civilizar”, de democratizar, de “humanizar” a la humanidad, la cultura occidental, los países vicarios y los dos anglosajones tienen que ir pensando primero en “civilizarse” ellos inexcusablemente cuanto antes. Al menos, al nivel de los países nórdicos europeos. Una vez conseguido el propósito, sería entonces cuando, de acuerdo a la lógica y al raciocinio del que ahora carecen, no sé si les correspondería a ellos “civilizar” al resto, pero podríamos disculparles su impertinencia de intentarlo. Mientras tanto, el contrasentido que hay en esa obsesión de periodistas y de organizaciones internacionales del sistema capitalista por mirar con microscopio lo que hacen otros, es decir, por observar la paja que países de otras culturas tienen en su ojo, no viendo la viga descomunal que tiene Occidente en el suyo propio, resulta ser una esquizofrenia impropia del siglo XXI. O bien pensado, quizá bien propia. Una patología que, tal como funciona un deplorable sistema vacío de valores que no sean el dinero y el poder fácil; tal como opera la débil pedagogía y la información sesgada y caótica en la que todos -ciudadanos, periodistas y organizaciones a que me refiero incluídas- nos desenvolvemos, no tiene cura. Como –me temo- tampoco la tiene, ya, el planeta Tierra con sus centenares de miles de especies vivas que exponencialmente han desaparecido ya y van a ir desapareciendo sin solución de continuidad.
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