23 junio 2006

El fin de los Tiempos

El otro día Condoleezza Rice, por encargo de su superior, en una arenga a los Bap­tis­tas del Sur que celebraban su convención anual, anunciaba oficialmente al mundo el fin de los Tiempos...

El libre mercado es maravilloso. Sobre todo para los que lo gobiernan. Para Occidente los sistemas colectivis­tas, como el cubano, el coreano y el chino -salvo en este tramo final en el que China se aproxima al mercado o ya está de pleno en él-, son anatema. Son perversos, sus po­blaciones no gozan de liber­tad y los dirigentes merecen ser condenados a las penas del Averno. Los países árabes -los mil qui­nientos mi­llones de asiáticos princi­pal­mente- también son para Occi­dente escoria. Tampoco –dicen quienes en Occidente llevan el timón-, tienen libertad, pues aquéllos están en ma­nos de emi­res y de imanes. En cuanto a Africa, Africa prác­tica­mente no cuenta; salvo el país de los boers..

Es de­cir, entre países colectivistas y países pobres de so­lemnidad -sociedades donde "se reparte la po­breza", como gusta decir a los aduladores del mercado libre-, tres cuartas partes de la po­blación mundial padecen institui­da­mente mi­se­ria y/o negación de libertad. En cambio, el otro cuarto es opu­lento y dispone de ésta a manos llenas. Bien, pero su­cede que los paí­ses que gravitan exaltadamente en torno a ese concepto huero, el de li­bertad formal para más inri, y de la democracia asociada a ella, son los responsa­bles de que el fin de los Tiempos que anuncian Condoleezza y su men­tor se aproxime a esta generación a pasos agigan­tados.

El fin de los Tiempos puede ser irrefraga­ble, inexorable, inevitable. Eso al menos dicen las Biblias. Lo único que ca­bía hacer al "hombre" de las Sagradas Es­crituras, lo único que estaba en manos de él es modular el final: re­trasarlo con su inteligencia o precipitarlo con su es­tulticia.

Pues bien, esto último, precipitarlo, es lo que hacen los países que abanderan la causa de la liber­tad y la democra­cia, con Estados Unidos y sus líderes e inte­reses grupus­culares a la cabeza. Lo mismo que España, con sus es­pe­culadores cri­mina­les, urge ese final de los Tiempos. Un fi­nal que, a juzgar por la pinta que tiene el panorama general, no será brusco, repen­tino y violento sólo -eso será al final del drama, el último Acto-, sino que irá por fases y por zo­nas. Y desde luego España es uno de los lu­gares del globo más reconocido como candidato a convertirse en uno de los pri­meros en entrar en la primera fase del fin. Los in­cendios fo­restales sin ce­sar -para construir y obtener la cada vez más escasa madera- y el cemento, tan pavo­roso éste como los otros, obligan a pensar que si el año en curso es dra­mática­mente deficitario en agua de lluvia, hay señales inequí­vocas de que el proceso de desecación de la penín­sula es impa­rable mientras los cantores de la libertad juegan al golf.

En cuanto a los líderes al otro lado del Atlántico de la li­ber­tad -más bien de su voceo-, hace cinco años que pusie­ron en marcha los dispositivos para que Afganistán e Irak tuvie­ran el privilegio de vivir el fin antes de tiempo. Y ahora, el anun­cio del fin hecho por los dos mutantes principales que llevan el negocio de la libertad en su país y en el mundo entero, sig­nifica que ya se están preparando para pulsar el botón nu­clear que haga bueno su pronóstico santo procla­mado ante los Baptis­tas del Sur por Condoleezza.

Es decir, hay dos modos de llegar al desenlace: uno pro­gresivo, y otro -la traca final- que corre de cuenta del Pen­tá­gono que calcula que mientras entre el resto del mundo unos habrán saltado ya por los aires y a otros les toca des­pués estallar, ellos, los anglosajones, podrán quedarse sin pro­blemas con las reservas de crudo que quedan y seguir paseándose en sus coches propulsados por petróleo.

Desde luego todo encaja en la metáfora –una más de las muchas que hay sobre este asunto- agustiniana de “La ciu­dad de Dios”, y la visión cristiana del cambio social y la histo­ria. Visión que repudia los ciclos de las teorías clásica y evolucionista. Pues en la visión cris­tiana, el ciclo de génesis y decadencia es singular, único, y no debe repetirse jamás. Hay un ciclo de existencia humana que empezó con Adán, que terminará alguna vez en un fu­turo no distante, y eso es todo. Es lo que profesan los Bap­tistas del sur, la Rice y su hipertímico presidente. Como en general los cristia­nos vati­canos. Aunque és­tos últimos, quizá por fino gusto o por ins­trucciones de la supe­rioridad, no nos alarmen con la misma monserga del fin de los Tiempos... para no reper­cutir la Bolsa. Allá, quiero decir, allá donde habla la Rice, ese espa­cio del planeta donde abundan los cretinos, esa misma monserga puede poner en cambio a la Bolsa por las nubes.

Este es el bonito relato del fin de los Tiempos en dos tiem­pos, para cuya culminación la democracia y la libertad, es decir el caos y la necedad de la que hablan textos sagrados y Erasmo de Rotterdam, habrán sido decisivas en el pre­sente histórico que nos ha tocado vivir...

Pero no desmayemos. Noso­tros, Occidente, los países “li­bres” y los ciudadanos que habitamos en ellos, mientras nos hundi­mos irremisi­blemente debere­mos seguir gritando –tanto hemos disfrutado de ellas- hasta que lle­guemos al fondo de la ciénaga: ¡Viva la libertad! ¡Viva la demo­cracia!

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