El otro día Condoleezza Rice, por encargo de su superior, en una arenga a los Baptistas del Sur que celebraban su convención anual, anunciaba oficialmente al mundo el fin de los Tiempos...
El libre mercado es maravilloso. Sobre todo para los que lo gobiernan. Para Occidente los sistemas colectivistas, como el cubano, el coreano y el chino -salvo en este tramo final en el que China se aproxima al mercado o ya está de pleno en él-, son anatema. Son perversos, sus poblaciones no gozan de libertad y los dirigentes merecen ser condenados a las penas del Averno. Los países árabes -los mil quinientos millones de asiáticos principalmente- también son para Occidente escoria. Tampoco –dicen quienes en Occidente llevan el timón-, tienen libertad, pues aquéllos están en manos de emires y de imanes. En cuanto a Africa, Africa prácticamente no cuenta; salvo el país de los boers..
Es decir, entre países colectivistas y países pobres de solemnidad -sociedades donde "se reparte la pobreza", como gusta decir a los aduladores del mercado libre-, tres cuartas partes de la población mundial padecen instituidamente miseria y/o negación de libertad. En cambio, el otro cuarto es opulento y dispone de ésta a manos llenas. Bien, pero sucede que los países que gravitan exaltadamente en torno a ese concepto huero, el de libertad formal para más inri, y de la democracia asociada a ella, son los responsables de que el fin de los Tiempos que anuncian Condoleezza y su mentor se aproxime a esta generación a pasos agigantados.
El fin de los Tiempos puede ser irrefragable, inexorable, inevitable. Eso al menos dicen las Biblias. Lo único que cabía hacer al "hombre" de las Sagradas Escrituras, lo único que estaba en manos de él es modular el final: retrasarlo con su inteligencia o precipitarlo con su estulticia.
Pues bien, esto último, precipitarlo, es lo que hacen los países que abanderan la causa de la libertad y la democracia, con Estados Unidos y sus líderes e intereses grupusculares a la cabeza. Lo mismo que España, con sus especuladores criminales, urge ese final de los Tiempos. Un final que, a juzgar por la pinta que tiene el panorama general, no será brusco, repentino y violento sólo -eso será al final del drama, el último Acto-, sino que irá por fases y por zonas. Y desde luego España es uno de los lugares del globo más reconocido como candidato a convertirse en uno de los primeros en entrar en la primera fase del fin. Los incendios forestales sin cesar -para construir y obtener la cada vez más escasa madera- y el cemento, tan pavoroso éste como los otros, obligan a pensar que si el año en curso es dramáticamente deficitario en agua de lluvia, hay señales inequívocas de que el proceso de desecación de la península es imparable mientras los cantores de la libertad juegan al golf.
En cuanto a los líderes al otro lado del Atlántico de la libertad -más bien de su voceo-, hace cinco años que pusieron en marcha los dispositivos para que Afganistán e Irak tuvieran el privilegio de vivir el fin antes de tiempo. Y ahora, el anuncio del fin hecho por los dos mutantes principales que llevan el negocio de la libertad en su país y en el mundo entero, significa que ya se están preparando para pulsar el botón nuclear que haga bueno su pronóstico santo proclamado ante los Baptistas del Sur por Condoleezza.
Es decir, hay dos modos de llegar al desenlace: uno progresivo, y otro -la traca final- que corre de cuenta del Pentágono que calcula que mientras entre el resto del mundo unos habrán saltado ya por los aires y a otros les toca después estallar, ellos, los anglosajones, podrán quedarse sin problemas con las reservas de crudo que quedan y seguir paseándose en sus coches propulsados por petróleo.
Desde luego todo encaja en la metáfora –una más de las muchas que hay sobre este asunto- agustiniana de “La ciudad de Dios”, y la visión cristiana del cambio social y la historia. Visión que repudia los ciclos de las teorías clásica y evolucionista. Pues en la visión cristiana, el ciclo de génesis y decadencia es singular, único, y no debe repetirse jamás. Hay un ciclo de existencia humana que empezó con Adán, que terminará alguna vez en un futuro no distante, y eso es todo. Es lo que profesan los Baptistas del sur, la Rice y su hipertímico presidente. Como en general los cristianos vaticanos. Aunque éstos últimos, quizá por fino gusto o por instrucciones de la superioridad, no nos alarmen con la misma monserga del fin de los Tiempos... para no repercutir la Bolsa. Allá, quiero decir, allá donde habla la Rice, ese espacio del planeta donde abundan los cretinos, esa misma monserga puede poner en cambio a la Bolsa por las nubes.
Este es el bonito relato del fin de los Tiempos en dos tiempos, para cuya culminación la democracia y la libertad, es decir el caos y la necedad de la que hablan textos sagrados y Erasmo de Rotterdam, habrán sido decisivas en el presente histórico que nos ha tocado vivir...
El libre mercado es maravilloso. Sobre todo para los que lo gobiernan. Para Occidente los sistemas colectivistas, como el cubano, el coreano y el chino -salvo en este tramo final en el que China se aproxima al mercado o ya está de pleno en él-, son anatema. Son perversos, sus poblaciones no gozan de libertad y los dirigentes merecen ser condenados a las penas del Averno. Los países árabes -los mil quinientos millones de asiáticos principalmente- también son para Occidente escoria. Tampoco –dicen quienes en Occidente llevan el timón-, tienen libertad, pues aquéllos están en manos de emires y de imanes. En cuanto a Africa, Africa prácticamente no cuenta; salvo el país de los boers..
Es decir, entre países colectivistas y países pobres de solemnidad -sociedades donde "se reparte la pobreza", como gusta decir a los aduladores del mercado libre-, tres cuartas partes de la población mundial padecen instituidamente miseria y/o negación de libertad. En cambio, el otro cuarto es opulento y dispone de ésta a manos llenas. Bien, pero sucede que los países que gravitan exaltadamente en torno a ese concepto huero, el de libertad formal para más inri, y de la democracia asociada a ella, son los responsables de que el fin de los Tiempos que anuncian Condoleezza y su mentor se aproxime a esta generación a pasos agigantados.
El fin de los Tiempos puede ser irrefragable, inexorable, inevitable. Eso al menos dicen las Biblias. Lo único que cabía hacer al "hombre" de las Sagradas Escrituras, lo único que estaba en manos de él es modular el final: retrasarlo con su inteligencia o precipitarlo con su estulticia.
Pues bien, esto último, precipitarlo, es lo que hacen los países que abanderan la causa de la libertad y la democracia, con Estados Unidos y sus líderes e intereses grupusculares a la cabeza. Lo mismo que España, con sus especuladores criminales, urge ese final de los Tiempos. Un final que, a juzgar por la pinta que tiene el panorama general, no será brusco, repentino y violento sólo -eso será al final del drama, el último Acto-, sino que irá por fases y por zonas. Y desde luego España es uno de los lugares del globo más reconocido como candidato a convertirse en uno de los primeros en entrar en la primera fase del fin. Los incendios forestales sin cesar -para construir y obtener la cada vez más escasa madera- y el cemento, tan pavoroso éste como los otros, obligan a pensar que si el año en curso es dramáticamente deficitario en agua de lluvia, hay señales inequívocas de que el proceso de desecación de la península es imparable mientras los cantores de la libertad juegan al golf.
En cuanto a los líderes al otro lado del Atlántico de la libertad -más bien de su voceo-, hace cinco años que pusieron en marcha los dispositivos para que Afganistán e Irak tuvieran el privilegio de vivir el fin antes de tiempo. Y ahora, el anuncio del fin hecho por los dos mutantes principales que llevan el negocio de la libertad en su país y en el mundo entero, significa que ya se están preparando para pulsar el botón nuclear que haga bueno su pronóstico santo proclamado ante los Baptistas del Sur por Condoleezza.
Es decir, hay dos modos de llegar al desenlace: uno progresivo, y otro -la traca final- que corre de cuenta del Pentágono que calcula que mientras entre el resto del mundo unos habrán saltado ya por los aires y a otros les toca después estallar, ellos, los anglosajones, podrán quedarse sin problemas con las reservas de crudo que quedan y seguir paseándose en sus coches propulsados por petróleo.
Desde luego todo encaja en la metáfora –una más de las muchas que hay sobre este asunto- agustiniana de “La ciudad de Dios”, y la visión cristiana del cambio social y la historia. Visión que repudia los ciclos de las teorías clásica y evolucionista. Pues en la visión cristiana, el ciclo de génesis y decadencia es singular, único, y no debe repetirse jamás. Hay un ciclo de existencia humana que empezó con Adán, que terminará alguna vez en un futuro no distante, y eso es todo. Es lo que profesan los Baptistas del sur, la Rice y su hipertímico presidente. Como en general los cristianos vaticanos. Aunque éstos últimos, quizá por fino gusto o por instrucciones de la superioridad, no nos alarmen con la misma monserga del fin de los Tiempos... para no repercutir la Bolsa. Allá, quiero decir, allá donde habla la Rice, ese espacio del planeta donde abundan los cretinos, esa misma monserga puede poner en cambio a la Bolsa por las nubes.
Este es el bonito relato del fin de los Tiempos en dos tiempos, para cuya culminación la democracia y la libertad, es decir el caos y la necedad de la que hablan textos sagrados y Erasmo de Rotterdam, habrán sido decisivas en el presente histórico que nos ha tocado vivir...
Pero no desmayemos. Nosotros, Occidente, los países “libres” y los ciudadanos que habitamos en ellos, mientras nos hundimos irremisiblemente deberemos seguir gritando –tanto hemos disfrutado de ellas- hasta que lleguemos al fondo de la ciénaga: ¡Viva la libertad! ¡Viva la democracia!
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