25 junio 2006

Firmes convicciones

Leo hoy, "España se está radicalizando". No. España no se está radicalizando en el sentido de preocuparse por ir a la raíz de los problemas. España se está fanatizando. Laica, política y mediáticamente, después de haber estado sumida en fanatismo religioso incontables siglos. Pero ahora no es tanto por las Conferencias Episcopales, que también, como por la aparición de políticos extremistas y de medios bullan­gueros que necesitan incesantemente sangre, los unos, y carnaza los otros. Y es que este país no tiene remedio, ni intención de tenerlo. Hay amplios sectores de población que son espíritu puro de contradicción sin fundamento, que lu­cen la soberbia típica de los plutócratas y la altanería de los necios ilustrados. Todos barbotean sin parar, sin sentido y sin ecuanimidad para atraer hacia sí la máxima atención. Son como actores y actrices que no se resignan a su decli­nar. Pero eso sí, tienen "firmes convicciones" que les hace seguir sintiéndose acreedores a todo, y especialmente a lo que tuvieron y ya no tienen.

Por eso, cada vez que oigo a una persona decir de sí misma o de otra: "tengo, o tiene, firmes convicciones", me echo a temblar. Precisamente, las "firmes convicciones" son la causa inmediata humana de las mayores tribulaciones desde que la memoria se zambulle en la Historia. Tienen otro nombre: intolerancia. Porque cuando las “firmes convic­ciones” van aliadas a la tolerancia, ya no son tales: se di­namizan, salen del yo y fluyen hacia los otros. No quedan como pétreo fundamento de la personalidad que las alega. Esta, simplemente no habla de ellas jamás. Practica la tole­rancia y ahí empieza y acaba su razón de ser.

Hay una posibilidad de hablar de convicciones sin firmeza ni efectos secundarios para otros. Es cuando hablamos de convicciones personales. Pero cuando hablamos de convic­ciones personales que nos ayudan a construir el presente e ilusionarnos con el futuro, no hay problema. Actuamos, labo­ramos, creemos en lo que estamos haciendo y en paz. Pero no hablo de eso. Me re­fiero, como cualquiera puede adivi­nar, a esas convicciones que se aventan en el ágora, en el espacio público, a ésas asociadas a responsabilidades que afectan a comunidades enteras, que percuten grave inesta­bilidad social aunque ésta no se perciba demasiado en la calle. Por­que no teniendo todos los ciudadanos las mismas "firmes convicciones" en privado que ellos exhiben como estan­darte, y otros incluso ninguna, al hacer alarde de ellas públi­camente el choque emocional está asegurado... No im­porta que sean muchos los que por prudencia no se les en­frenten, la tensión sin palparse, está ahí. Y eso es lo que, después de cuarenta años de dictadura y silencio sepulcral, viene pasando estos últimos treinta en este país donde la sangre hierve y no pasa un día sin que el pedernal y la yesca no froten entre sí.

Y esto es así, a menos que pensemos que los destinata­rios forzosos del obsequio de las "firmes convicciones" van a someterse a las veleidades derivadas de ellas o están mentalmente ajenos a ellas o son sencillamente unos creti­nos...

No. No son las convicciones lo que mueven a las personas a hacer el bien. Ni los personajes públicos hacen el "bien común" gracias a ellas. Lo que mueve a una persona co­rriente a hacer el bien, es el amor. Y lo que hace que una persona con responsabilidades colectivas actúe correcta o sabiamente, es el tacto: una mezcla de prudencia, audacia y comedimiento. Y el tacto implica, por encima de todo, es­fuerzo por tener en cuenta a la hora de tomar una decisión a todas las sensibilidades, incluso a la insensibilidad. Pero las "firmes convicciones" nada tienen que ver con el tacto. Es, pues, la prudencia, el respeto a todos los gobernados, es decir al pueblo, y la circunspección en dosis elevadas, lo que a un político, pero también a una persona normal, hom­bre o mujer, les hacen sagaces, e incidentalmente al pri­mero un gran estadista. Sin tacto, no hay más que burdo y rastrero mangoneo.

Déjense los teóricos del eurosocialismo de imitar los tics odiosos de los neoliberales hablándonos de convicciones confundidas con lo dogmático, con la intransigencia y con el no dejar a otros vivir en paz. Háblese de creencia ocasional y entiéndase ésta para cada caso como si fuera a ser eterna; pero que esa creencia de coyuntura no pase de mera "confianza" en sí mismo cuando se adoptan resolucio­nes que van a influir en toda la colectividad. Pues es la "confianza" personal y no la "firme convicción" lo que induce confianza en el espíritu de los destinatarios, y les sosiega.

Apártense las "firmes convicciones" de la vida pública. Porque cuanto más firmes sean, seguro que más perjuicios ocasionarán a la comunidad humana y a la democracia; democracia, donde todos debieran sentirse "sólo" relativa­mente satisfechos. A menudo hay que improvisar. Y la "firme convicción" no sabe hacerle frente. Y si no, échese una mirada a los infames que pertrechados de "firmes con­vicciones" han causado los mayores desafueros contra la humanidad desde principios de este milenio. Los mayores estragos en sociedades enteras y en la Naturaleza este si­glo son cosa suya. Como otros en siglos pasados fueron los causantes de otros por... sus "firmes convicciones".

Lo mismo que la sugerencia seduce simplemente porque es invitación que no conmina, las "firmes convicciones" lle­van consigo naturalmente la semilla del rechazo. Son el dogma y los fundamentalismos, ambos hijas o madres su­yas, lo que ha tenido y mantiene al mundo en permanente tensión y origen de tantísimas desgracias. Esta vida no es "milicia sobre la tierra", expresión de otra "firme convicción". Esta vida es para vivirla lo más amorosamente posible entre todos los que constituimos la especie humana, que es a lo que exhortan los grandes profetas, los grandes santos, las mujeres y los hombres grandes. Pero también lo dicta el sentido común y el natural afán. Y eso es precisa­mente lo que no permite la exasperante y terrible terquedad de los que imponen sus "firmes convicciones", de la naturaleza que sean, a los demás.

Dejemos pues la convicción para el fuero interno, para la privacidad, para nuestro exclusivo beneficio en forma de nutriente espiritual. Pero abstengámonos de pregonarla e impidamos que otros la pregonen en nuestro nombre y di­gan: "Es una persona de "firmes convicciones". Porque desde ese momento, ingentes cantidades de seres huma­nos se pondrán en guardia, empezarán a desconfiar o a huir y a temer de nosotros lo peor. Pues recordarán, aún los más legos, a dónde han conducido y hasta dónde han llegado en la Historia las "firmes convicciones" de innúmeros y paté­ti­camente famosos convictos.

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