19 junio 2006

Amnistía Internacional 2

Respondiendo a Esteban Beltrán, Director de AI

Hay a quien saber que se cometen barbaridades le ali­via. Y sobre todo le alivia si por no pertenecer a la esfera occi­dental los países donde supuestamente se cometen, alguien se ocupa de pregonarlas. Pero a otros no nos ali­via. Incluso, si se nos diera a elegir, preferiríamos no co­nocerlas sabiendo que nadie hace nada –aparte de comunicarlas- para evitarlas. Así es que, como vivimos entre opciones, no creamos que todo el mundo opina igual sobre todo y también sobre este asunto. Esto por un lado...

Hace unos días Esteban Beltrán, Director de AI insertaba en mi anterior artículo el siguiente mensaje:

Querido amigo,
Querida amiga,

Nemat tiene 17 años, es iraní y ha sido condenado a muerte. No sabemos donde lo tie­nen recluido, pero sí sabemos que, si no paramos la cuenta atrás, Nemat colgará muerto probablemente de una grúa en unos días o quizás en unas horas. Entre Nemat y la muerte sólo estamos nosotros. Y cada segundo cuenta.
Firma ahora nuestra petición de apoyo a Nemat y, por favor, reenvía este mensaje a tus contactos.
No podemos parar el tiempo, pero sí que podemos hacer que las cosas cambien.
En nombre de Nemat, muchas gracias.
Esteban Beltrán
Director – Amnistía Internacional

Bueno, y qué saberlo. Además, no estoy de acuerdo es en esa última frase poética: “No podemos parar el tiempo, pero sí que podemos hacer que las cosas cambien”. ¿Cómo cam­bian? ¿Cuánto tiempo lleva AI operando en el mundo y cuántas cosas muy graves han cambiado y no han empeo­rado? Son pre­guntas que me gustaría que se me respon­die­sen con preci­sión. Y cuando pregunto en qué han cam­biado las cosas, tomo como referencia e inicio la fecha in­fausta de los idus de marzo de 2001 y 2003 con la ocupa­ción por los estadounidenses de dos países asiáticos a quemarropa...

Suponiendo que la ejecución en Irán, por ejemplo, de ese tal Nemat sea una barbaridad extraordinaria porque es un país extraño a nuestra cultura, y no ordinaria como son las ejecuciones legales estadounidenses en los Estados donde hay pena de muerte, ¿qué se adelanta con saberlo, como nos informa Beltrán?

Hoy día circula un tópico grave porque frena otras posibili­dades, que consiste en tranquilizarse las sociedades porque algunas atrocidades que suceden en el mundo se saben. Se saben algunas. Una ínfima parte. Son la punta del iceberg desde luego en los dos países ocupados actualmente. Por­que entre otras cosas ya se encarga Estados Unidos de que las que cometen sus tropas y los mercenarios de empresas privadas que operan en Irak y Afganistán sean informadas debida y dosificada­mente, pues no hay en esos países ocu­pados más perio­distas que los que el Pentágono acredita; pe­riodistas, por lo demás, que pertenecen a la cadena de mando del mismo monipodio de la barra y las estrellas. De manera que, por un lado, sabe­mos sobre atrocidades gue­rre­ras lo que ellos quieren, las torturas que ellos quieren que se sepan, los trajines de gente capturada y llevada de acá para allá pasando por países del orbe europeo, Guantá­namo... y por otro las barbaridades instituídas en que con­siste la pena de muerte en el mismo país estadounidense porque forman parte de su cultura. ¿Qué han cambiado las cosas? ¿En qué han mejorado las denuncias de AI? Esta es la cuestión, y no otra. Me parece muy bien que AI haga su trabajo, como los abogados y los médicos hacen el suyo pero no por eso dejan de for­mar parte del tinglado de toda la socie­dad putrefacta an­glo­sajona que es la que ordena y manda, hegemoniza el planeta y no deja a otras culturas vivir...

Si llegamos a la conclusión de que Estados Unidos está metiendo en un puño al mundo que no se le somete y el que se le somete padece ya el síndrome de Estocolmo porque está secuestrado psicológica e interesadamente por el im­pe­rio ¿qué pinta AI en todo esto si no es para denunciar lo que sabemos, para indagar que en tal o cual país general­mente asiático o africano se ha cometido esta o aquella ablación, esta o aquella ejecución? Si AI hace una labor me­ritoria que debería hacer el periodismo y no hace porque no le dejan en cuestiones capitales, el que el sr. Beltrán nos anuncie una más no deja de ser una noticia informativa que a mí, franca­mente, no me interesa porque prefiero no tener una relación puntual de la supuesta perversidad de otras sociedades ex­óticas cuando a mi vista tengo desde hace cinco años todas las barbaridades imaginadas y por imagi­nar. Bastante tengo con éstas.

Repito que AI hace lo que puede. Como la madre Teresa de Calcuta hacía lo que pudo en un mundo miserable. Pero mi tesis está bien clara. Tanto la madre Teresa de Calcuta como AI son dos piezas del engranaje que forma parte del sistema y lo apuntalan. Pues a los entusiastas del sistema les permite decir: ¿No véis que las cosas se denuncian? ¿No véis cómo personas santas se entregan a hacer caridad? No importa que respondamos: “no queremos denuncias, queremos que se haga justicia a secas”; “no queremos caridad, queremos justicia social”... ¿Garantizan que vaya mejor la justicia y que las ominosas desigualdades desaparezcan? ¿No será que justo porque tenemos Defensor del Pueblo muchos creen ingenuamente que sus derechos van a estar a salvo?

Y sepa sepa el sr. Beltrán, director de AI supongo que en España, que no estoy interesado en saber cuántas torturas y desprecio por los derechos humanos tienen lugar en paí­ses que no son de mi entorno, porque bastante indignado vivo viendo que los gobiernos del mundo al que el sr Beltran per­tenece y los Tribunales Internacionales nada hacen para evi­tar Guantánamo y para seguir la ocupación en Irak con todas las atrocidades que nos ocultan. Por no hacer ni si­quiera se erigen en éforos, como los magistrados del mismo nombre que en Esparta podían llevar al mismísimo rey a jui­cio y eje­cutarle. No sólo no apresan a los culpables: los adulan todos los días.

En este esquema es preciso leer mis dos quejas sobre el papel meritorio pero decorativo de AI. Eso, además de que, a diferencia de las grandes masas de población interesadas en conocer las barbaridades, yo y muchos, como decía al princi­pio, preferimos no co­nocerlas porque precisamente sabemos que, a diferencia de los que el sr. Beltrán cree, “nada, por este conducto, po­demos hacer para que las cosas cambien”.

Las cosas sólo podrán cambiar cuando los Estados des­pierten y se decidan a cortar por lo sano todo lo que AI pone en nuestro conocimiento y lo que no necesita notificár­noslo porque lo sabemos o porque AI lo desconoce. Es decir, nunca.


Yo puedo, por ejemplo, ser abogado y hacer mi trabajo lo mejor posible, pero si no tengo una mentalidad fosilizada e ideologizada, mi profesión y mi quehacer no me impedirá re­conocer al mismo tiempo que el sistema es miserablemente injusto y que las desigualdades predominan por encima de la justicia.

Este es el fulcro, el pivote, de mis reflexiones a propósito de Amnistía Internacional.


18.06.06

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