Aunque es imposible olvidar semejante bestialidad, el suicidio de tres presos en Guantánamo aviva el hedor permanente de horror y canallismo que desprende aquel trozo robado en 1903 a Cuba por los antepasados de los actuales enemigos de la humanidad.
La prisión que Estados Unidos tiene en Guantánamo es un baldón, una vergüenza, un ultraje que los cafres anglosajones que la idearon y mantienen ofrendan cada día a su propio país.
Mientras sean sólo Amnistía Internacional y otras voluntariosas pero ineficaces asociaciones casi monjiles que denuncian torturas y desprecios de los derechos humanos pero que en la práctica sólo sirven para seguir el juego de quienes se ríen de ellas, no habrá más que cambios para que todo siga igual. Son los Estados y los gobernantes del mundo que a sí mismos se consideran civilizados quienes, ya que por la fuerza bruta nada pueden hacer, deben retirar sus credenciales y a sus embajadores de Estados Unidos denunciando clamorosamente a los genocidas que ocupan la Casa Blanca y el Pentágono. Hasta ese momento los seres humanos verdaderamente civilizados que habitan en el planeta no dejarán de ver y sentir aquel lugar como el verdadero infierno de un mundo dominado por demonios con apariencia humana, al igual que en el primer cuarto del siglo pasado otros de su misma calaña en Europa terminaron sus días volviendo al infierno del que procedían.
Esto es así, pero si cabe es más doloroso lo que ocurre en Guantánamo porque sabemos que los seiscientos desgraciados que fueron a parar allí fueron apresados a voleo sin que, como en toda acción bélica ejecutada por invasores feroces y al mismo tiempo cobardes por escudarse en tan desiguales fuerzas, interviniera la más mínima exiquisitez o minuciosidad policiaca para determinar que se trataba de terroristas ni nada que se le pareciera. Es un disparate sólo imaginarlo. Fueron simplemente eso y nada menos que eso: 600 desgraciados que cayeron en una o varias razzias, y muchos de ellos padres de familia.
Guantánamo es un crimen de lesa humanidad por el que debe pagar sin excusa ni pretexto, sin atenuantes ni eximentes, ese grupo de canallas encabezados por Bush. Aunque bien sabemos también que todos ellos, incluido el necio presidente, son piezas de una engranaje diabólico puesto en marcha por inductores principalmente militares y mediáticos que se sirven de ellos. Pero en el caso de que no fuera así, todos, incluidos los 40 millones de estadounidenses que reeligieron a Bush, son tal para cual, de la misma ralea.
Pero Guantánamo no es sólo una afrenta que el pueblo americano se hace a sí mismo. Es un tétrico monumento a escala a las cámaras de gas nazis, pero en este caso pensadas para causar la muerte lenta; por lo que el suicidio sucesivo de los concentrados allí es la última página de una tragedia fácilmente anunciada.
Para definirles faltan adjetivos: son lo indescriptible, pero tengan presente los gobernantes de los países del globo que mientras no se alcen contra semejante infamia continuada y contra los infames que la practican, son cómplices o cooperadores necesarios de dicha infamia y tan culpables como ellos.
La prisión que Estados Unidos tiene en Guantánamo es un baldón, una vergüenza, un ultraje que los cafres anglosajones que la idearon y mantienen ofrendan cada día a su propio país.
Mientras sean sólo Amnistía Internacional y otras voluntariosas pero ineficaces asociaciones casi monjiles que denuncian torturas y desprecios de los derechos humanos pero que en la práctica sólo sirven para seguir el juego de quienes se ríen de ellas, no habrá más que cambios para que todo siga igual. Son los Estados y los gobernantes del mundo que a sí mismos se consideran civilizados quienes, ya que por la fuerza bruta nada pueden hacer, deben retirar sus credenciales y a sus embajadores de Estados Unidos denunciando clamorosamente a los genocidas que ocupan la Casa Blanca y el Pentágono. Hasta ese momento los seres humanos verdaderamente civilizados que habitan en el planeta no dejarán de ver y sentir aquel lugar como el verdadero infierno de un mundo dominado por demonios con apariencia humana, al igual que en el primer cuarto del siglo pasado otros de su misma calaña en Europa terminaron sus días volviendo al infierno del que procedían.
Esto es así, pero si cabe es más doloroso lo que ocurre en Guantánamo porque sabemos que los seiscientos desgraciados que fueron a parar allí fueron apresados a voleo sin que, como en toda acción bélica ejecutada por invasores feroces y al mismo tiempo cobardes por escudarse en tan desiguales fuerzas, interviniera la más mínima exiquisitez o minuciosidad policiaca para determinar que se trataba de terroristas ni nada que se le pareciera. Es un disparate sólo imaginarlo. Fueron simplemente eso y nada menos que eso: 600 desgraciados que cayeron en una o varias razzias, y muchos de ellos padres de familia.
Guantánamo es un crimen de lesa humanidad por el que debe pagar sin excusa ni pretexto, sin atenuantes ni eximentes, ese grupo de canallas encabezados por Bush. Aunque bien sabemos también que todos ellos, incluido el necio presidente, son piezas de una engranaje diabólico puesto en marcha por inductores principalmente militares y mediáticos que se sirven de ellos. Pero en el caso de que no fuera así, todos, incluidos los 40 millones de estadounidenses que reeligieron a Bush, son tal para cual, de la misma ralea.
Pero Guantánamo no es sólo una afrenta que el pueblo americano se hace a sí mismo. Es un tétrico monumento a escala a las cámaras de gas nazis, pero en este caso pensadas para causar la muerte lenta; por lo que el suicidio sucesivo de los concentrados allí es la última página de una tragedia fácilmente anunciada.
Para definirles faltan adjetivos: son lo indescriptible, pero tengan presente los gobernantes de los países del globo que mientras no se alcen contra semejante infamia continuada y contra los infames que la practican, son cómplices o cooperadores necesarios de dicha infamia y tan culpables como ellos.
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