12 junio 2006

Los responsables de Guantánamo

Aunque es imposible olvidar semejante bestialidad, el sui­cidio de tres presos en Guantánamo aviva el hedor per­ma­nente de horror y canallismo que desprende aquel trozo ro­bado en 1903 a Cuba por los antepasados de los actuales enemigos de la humanidad.

La prisión que Estados Unidos tiene en Guantánamo es un baldón, una vergüenza, un ultraje que los cafres anglosajo­nes que la idearon y mantienen ofrendan cada día a su pro­pio país.

Mientras sean sólo Amnistía Internacional y otras volunta­riosas pero ineficaces asociaciones casi monjiles que de­nuncian torturas y desprecios de los derechos humanos pero que en la práctica sólo sirven para seguir el juego de quienes se ríen de ellas, no habrá más que cambios para que todo siga igual. Son los Estados y los gobernantes del mundo que a sí mismos se consideran civilizados quienes, ya que por la fuerza bruta nada pueden hacer, deben retirar sus credenciales y a sus embajadores de Estados Unidos denunciando clamorosamente a los genocidas que ocupan la Casa Blanca y el Pentágono. Hasta ese momento los se­res humanos verdaderamente civilizados que habitan en el planeta no dejarán de ver y sentir aquel lugar como el ver­dadero infierno de un mundo dominado por demonios con apariencia humana, al igual que en el primer cuarto del siglo pa­sado otros de su misma calaña en Europa terminaron sus días volviendo al infierno del que procedían.

Esto es así, pero si cabe es más doloroso lo que ocurre en Guantánamo porque sabemos que los seiscientos desgra­ciados que fueron a parar allí fueron apresados a voleo sin que, como en toda acción bélica ejecutada por invasores fe­roces y al mismo tiempo cobardes por escudarse en tan desiguales fuerzas, interviniera la más mínima exiquisitez o minuciosidad policiaca para determinar que se trataba de te­rroristas ni nada que se le pareciera. Es un disparate sólo imaginarlo. Fueron simplemente eso y nada me­nos que eso: 600 desgraciados que cayeron en una o varias razzias, y muchos de ellos pa­dres de familia.

Guantánamo es un crimen de lesa humanidad por el que debe pagar sin excusa ni pretexto, sin atenuantes ni exi­mentes, ese grupo de canallas encabezados por Bush. Aunque bien sabemos también que todos ellos, incluido el necio presidente, son piezas de una engranaje diabólico puesto en marcha por inductores principalmente militares y mediáticos que se sirven de ellos. Pero en el caso de que no fuera así, todos, incluidos los 40 millones de estadouni­denses que reeligieron a Bush, son tal para cual, de la misma ralea.

Pero Guantánamo no es sólo una afrenta que el pueblo ameri­cano se hace a sí mismo. Es un tétrico monumento a escala a las cámaras de gas nazis, pero en este caso pen­sadas para causar la muerte lenta; por lo que el suicidio su­cesivo de los concentrados allí es la última página de una tragedia fácil­mente anunciada.
Para definirles faltan adjetivos: son lo indescriptible, pero tengan presente los gobernantes de los países del globo que mientras no se alcen contra semejante infamia conti­nuada y contra los infames que la practican, son cómplices o cooperadores necesarios de dicha infamia y tan culpables como ellos.

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