19 junio 2006

Por qué no dejo títere con cabeza

Medios y periodistas, Medicina y médicos, Abogacía y abogados, Judicatura y jueces, Policías, jerarquía eclesiá­tica, Política y políticos, Instituciones internacionales...

Para vivir absoluta o relativamente satisfechos en el as­pecto estrictamente personal hemos de conformarnos relati­vamente con lo que hay, con lo que poseemos y con lo que nos corresponde de la tarta colectiva. Es una ley de "felici­dad" individual que si no queremos ser unos desgraciados debemos luchar con nosotros mismos para no sentirnos unos desgraciados pese a quien pese. Lo mismo que para no ser pesimistas debemos esforzarnos en ver el lado bueno de todas las cosas.

Hasta aquí la receta positivista para no ser infelices, para aguantar, para seguir tirando, para tenernos en pie y hasta para rebosar alegría...

Pero eso es algo que pertenece al ser y al estar, al dasein diría Heidegger, en el mundo. Soy feliz pese a vivir en so­ciedades corrompidas, envuelto en instituciones corrompi­das, sojuzgado por un sistema injusto. Y lo soy, porque me conformo con saber que de vez en cuando me tropezaré con una persona cabal, con un profesional competente, con un político, un juez, un cura, un médico, un policía, un abo­gado que se esfuerzan casi heroicamente en cumplir su cometido; heroicamente, porque van más allá de lo que es su deber estricto. ¡Cómo no va a haber personas íntegras y profesionales de una pieza en este sistema!

Pero este no es el problema cuando juzgamos el marco local y el marco más grande que envuelve al marco local en que nos ha tocado vivir. Que haya gentes competentes, buenas, tenaces, ge­nerosas, honestas y voluntariosas ya lo sabemos. Como sabemos que son ellas las que a muchos les permite seña­larlas con el dedo para legitimar institucio­nes, superes­tructuras y el sistema entero... Ellos son los que permitieron de­cir a aquél (Churchill) que "éste es el me­nos malo de los sistemas posibles".

Sin embargo estaba equivocado de medio a medio. Eso no es así. Es un juicio maliciosamente subjetivo. No es así que haya que aceptar este sistema porque sea el menos malo. No es así que haya que felicitarse porque a mí y a los míos nos vaya bien. No es así que debamos conformanos y ver sólo el lado bueno de todo porque haya seres humanos desperdigados que honrándose a sí mismos honran todo lo que tocan y les rodea. No es así, porque funcione la treta que tiene el sistema de convertir todo lo que hace de trac­ción en mito: eso que, como dice Nietzsche, consiste en hacer del acontecimiento acción, el deus ex machina, el éxito por el esfuerzo... Falso. Son millones los capaces y con enorme mérito que quedan relegados mientras los pillos medran...

Si un modelo es injusto por definición porque priman las ventajas de unos sobre las carencias de los demás es des­igual, es injusto por más que se diga que el acceso a las ventajas es un "derecho" de todos.

Por todo esto soy crítico, furibundamente crítico con "todo". Con todas las instituciones nacionales e internacio­nales que pertenecen al sistema, y sin que crea que otros modelos sociopolíticos son perfectos y ni siquiera absoluta­mente preferibles.

Ahora bien, hay modelos que no tienen en su filosofía el ánimo de aprovechar y aprovecharse de las debilidades humanas: la ambición y la envidia sobre todo. Y el capita­lista es lo que hace. Aprovecha, rentabiliza y abusa de esas "debilidades" diciendo corregir los excesos con có­digos pu­nitivos y refrenándolas con la religión única. Algu­nos que blasonan de marxistas, de comunistas, de socialis­tas -todos los conocemos- van un día al banco, le concede el banco la hipoteca, o es un empleado de banco y le hacen mañana jefe de cuarta o director de sucursal, y se acabó su marxismo, su comunismo, su socialismo: es fruta del sis­tema cambiar en función de las ventajas que vamos adqui­riendo... quienes las logran. Y lo saben quienes apuntalan el sistema.

Por eso el sistema se mantiene, mal que bien. Y entre no­sotros, los españoles al tirón y al montón principalmente, no digamos. Nosotros, que recibimos ayudas económicas de Europa en cantidades industriales, y la máquina de hacer ri­queza a costa de todo y de sacrificios de la naturaleza no para mientras se mantenga el fuego sagrado de la cons­truc­ción.

Pero cuando hablamos de sistemas superiores e inferiores no pensamos en esto ni en lo coyuntural, para abrazar a un sistema repulsivo desdeñando el re­sto. Pues los sistemas colectivistas hacen lo contrario. No rentabilizan la envidia y la ambición. Respetando lo congé­nito, las corrigen desde la cuna con una pedagogía ad hoc; ense­ñando que todos so­mos iguales, que los demás son nues­tros hermanos, que todos tenemos derecho a todo y que la austeridad es el motor de la igualdad posible entre todos y que la conscien­cia de la escasez de los recursos sobre la Tierra es el com­bustible del motor.

Por eso muchos, aunque la vida nos haya sonreído, aun­que la sociedad nos haya dado más de lo que nos corres­pondería por nuestros merecimientos según sus propios ba­remos; aunque tengamos salud y motivos para ser felices, preferimos mil veces que "todos" vivan como nosotros por­que basamos nuestra felicidad en un ideal. Lo basamos en la idea y la ilusión de que todos puedan vivir y disfrutar como nosotros. Y no al contrario, que es lo que hace asque­rosamente el sistema donde para ser “felices” han de tener más que los demás aunque los demás se pudran... Es más, nosotros, los que estamos animados por ese ideal estamos dispuestos a renunciar a lo que a bombo y platillo se nos dice que es nuestra libertad (que sabemos ilusoria), con tal de que "todo" el mundo tenga una vida digna. Una vez lo­grado, ya nos encargaríamos después de rescatar algo de la libertad a que voluntariamente renunciamos. Y aunque todo eso se nos haya dado –injustamente- lo despreciamos porque tenemos presente a toda hora la injusticia radical. Creemos en cambio que un régimen colectivista es mucho más equilibrado y encierra la semilla de la buena voluntad aunque haya, como no puede ser de otro modo, manzanas podridas. Pero una cosa es que el sistema sea bueno y vo­luntarioso y deba hacer frente a la podredumbre ocasional, y otra que el sistema esté corrompido per se, se eleve sobre la corrupción y debamos a cambio adorar a individuos ex­traordinarios que de vez en cuando destacan por sus virtu­des y entrega como algo excepcional.

Esta es la razón por la que critico todo. Si me complaciese una sola institución como tal en el sistema neocapitalista, estaría obligado a sentirme satisfecho con todo y me cerra­ría por esa sola razón el derecho a hacer una enmienda a la totalidad, que es lo que día tras día hago en respuesta a un imperativo categórico kantiano personal de ineludible cum­plimiento ético. Tengo al sistema por el más perverso de los sistemas posibles aunque predomine en tres cuartas partes de las sociedades humanas, y no abandonaré mi lu­cha co­ntra él hasta que me vaya al otro mundo donde exi­giré cuentas a Churchill.

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