El amor propio herido ha hecho grandes revolucionarios. También inmundos reaccionarios. Tras el torbellino de mentiras para excusar la sangre vertida, y tras los ciclópeos intereses materiales que la invasión de Irak iba a reportarle a él y a sus amigos, circula por ahí una motivación sombría y estrictamente personal: la de que Bush II ha vengado una afrenta que el ya ahorcado Hussein infirió a Bush I.
Debo decir que yo en realidad no sé bien en qué consistió la afrenta, y ni me importa. Pero no lo sé, porque aunque lo haya leído no me acuerdo, pues las ofensas, para los que ni las inflingimos ni las padecemos, a menudo pueden ser tan fútiles que carecen objetivamente de sentido y es sólo entre ofensor y ofendido por donde circula secretamente una energía vengativa y feroz que nadie es capaz de detectar. Un mohín puede llevar al suicidio al enamorado. Un ademán, tras una cadena de pretextos, puede ser el percutor de una horrible guerra: un rapto, un desprecio, la omisión de una respuesta que creemos se nos debe pero no recibimos.
Pero también la lectura que hace a veces el periodismo añadiendo a los acontecimientos más truculencia de la que ya tienen, puede obedecer al propósito de hacer resonante un pretexto más en la calculada sucesión de aquéllos, pues es de todos conocido hasta qué punto los pérfidos protagonistas se empeñan en dotarles de la justificación moral de la que en absoluto carecen.
Los periódicos, hoy, por ejemplo, culpan de la descomposición de la sociedad iraquí actual ¡toma ya! a quien la unificó, con titulares como éste: “El reunificador que desunió Irak”. Y así, como éste, otros muchos que se expresan sin pudor ni empacho, cuando no hay biennacido que no sepa ya que destruir y producir, muerte y generación, ha sido lo único que han sacado unos infames de la jerigonza salvaje que nos viene aturdiendo los oídos desde la invasión de los dos pueblos asiáticos. Y todo, con el acompañamiento sincopado de las infamias del sionismo en la misma zona.
Al final, unos y otros, falsos profetas y prohombres falsificados, financieros, magnates y sus voceros, tocan todos los resortes con grandilocuencia para que no haya nada que deje de producir los más positivos efectos en la Bolsa.
Esto era en siglos pasados, pero no creamos haya cambiado gran cosa el panorama: ni las pulsiones de vida y muerte, ni la concepción, gestación y alumbramiento de un ser vivo, pero tampoco las de una idea, ni la propulsión de una ideología o el aplastamiento de una nación por otra. Fue así a lo largo de los siglos. Pero también hoy por la mañana. La condición humana, y más la del miserable, la del resentido y la del canalla siempre está enredada entre los espinos que separan a la sociedad calmosa, afable, cordial, entusiasta que pretende ser feliz, de la otra porción de sociedad hosca, destructora y belicosa aunque ría, como las hienas, o imite el llanto del niño, como el cocodrilo.
¿Qué significa todo esto? se preguntan y me preguntan algunos lectores cuando no entienden nada. Pues sencillamente nada. No significa nada. Ni me propongo explicar nada ni aleccionar a nadie sobre nada.
Si acaso... recordarnos a unas horas del filo y tránsito de un año a otro (otra convención, el tiempo, algo inventado pero que no existe) que pese a estar ensoberbecidos por la sensación de vivir una vida superior en esta aniquiladora sociedad occidental, detrás de cada noche última del año, a partir del año 2001, ya no hay campanadas que anuncian un futuro luminoso y henchido de felicidad, sino un gong que, casi recién inaugurado el milenio, no hace más que marcar la cuenta atrás...
Debo decir que yo en realidad no sé bien en qué consistió la afrenta, y ni me importa. Pero no lo sé, porque aunque lo haya leído no me acuerdo, pues las ofensas, para los que ni las inflingimos ni las padecemos, a menudo pueden ser tan fútiles que carecen objetivamente de sentido y es sólo entre ofensor y ofendido por donde circula secretamente una energía vengativa y feroz que nadie es capaz de detectar. Un mohín puede llevar al suicidio al enamorado. Un ademán, tras una cadena de pretextos, puede ser el percutor de una horrible guerra: un rapto, un desprecio, la omisión de una respuesta que creemos se nos debe pero no recibimos.
Pero también la lectura que hace a veces el periodismo añadiendo a los acontecimientos más truculencia de la que ya tienen, puede obedecer al propósito de hacer resonante un pretexto más en la calculada sucesión de aquéllos, pues es de todos conocido hasta qué punto los pérfidos protagonistas se empeñan en dotarles de la justificación moral de la que en absoluto carecen.
Los periódicos, hoy, por ejemplo, culpan de la descomposición de la sociedad iraquí actual ¡toma ya! a quien la unificó, con titulares como éste: “El reunificador que desunió Irak”. Y así, como éste, otros muchos que se expresan sin pudor ni empacho, cuando no hay biennacido que no sepa ya que destruir y producir, muerte y generación, ha sido lo único que han sacado unos infames de la jerigonza salvaje que nos viene aturdiendo los oídos desde la invasión de los dos pueblos asiáticos. Y todo, con el acompañamiento sincopado de las infamias del sionismo en la misma zona.
Al final, unos y otros, falsos profetas y prohombres falsificados, financieros, magnates y sus voceros, tocan todos los resortes con grandilocuencia para que no haya nada que deje de producir los más positivos efectos en la Bolsa.
Esto era en siglos pasados, pero no creamos haya cambiado gran cosa el panorama: ni las pulsiones de vida y muerte, ni la concepción, gestación y alumbramiento de un ser vivo, pero tampoco las de una idea, ni la propulsión de una ideología o el aplastamiento de una nación por otra. Fue así a lo largo de los siglos. Pero también hoy por la mañana. La condición humana, y más la del miserable, la del resentido y la del canalla siempre está enredada entre los espinos que separan a la sociedad calmosa, afable, cordial, entusiasta que pretende ser feliz, de la otra porción de sociedad hosca, destructora y belicosa aunque ría, como las hienas, o imite el llanto del niño, como el cocodrilo.
¿Qué significa todo esto? se preguntan y me preguntan algunos lectores cuando no entienden nada. Pues sencillamente nada. No significa nada. Ni me propongo explicar nada ni aleccionar a nadie sobre nada.
Si acaso... recordarnos a unas horas del filo y tránsito de un año a otro (otra convención, el tiempo, algo inventado pero que no existe) que pese a estar ensoberbecidos por la sensación de vivir una vida superior en esta aniquiladora sociedad occidental, detrás de cada noche última del año, a partir del año 2001, ya no hay campanadas que anuncian un futuro luminoso y henchido de felicidad, sino un gong que, casi recién inaugurado el milenio, no hace más que marcar la cuenta atrás...