01 noviembre 2006

Sobre el informe Stern

Nicholas Stern, ex economista-jefe del Banco Mundial, en un informe de 700 páginas encargado hace un año por el mi­nistro británico del Tesoro, anuncia el desplome de un 20% de la eco­nomía mundial si no cambia la deriva del clima.

Stern propone cuatro maneras de recortar las emisiones de gases de efecto invernadero para frenar el calentamiento de la tierra hasta tasas que hagan compatible el crecimiento económico y el respeto al medio ambiente, que costaría un 1% del PIB mundial.

Según el informe los niveles de gases de efecto inverna­dero se situaban en 280 ppm (partes por millón) de CO² antes de la revolución industrial. Ahora se elevan a 430 ppm. Si las emisiones anuales se mantuvieran al ritmo ac­tual, se eleva­rían a 550 ppm en el año 550. Pero si el in­cremento se acele­rara con la misma intensidad con que crece ahora, se podría alcanzar esa cifra en el año 2035.

Si no se tomara ninguna medida para frenar las emisiones, el volumen de gases se triplicaría al final del siglo XXI, pro­vo­cando un aumento global de la temperatura de 5 grados. Hay que tener en cuenta que 5 grados es la diferencia que hay entre la temperatura actual y la de la edad de hielo.

Predice Stern lo que cualquier ignorante pero despierto, puede deducir si esto sigue así: ham­brunas, movimientos mi­gratorios masivos, pérdida de fertili­dad en inmensas exten­siones, falta de agua potable y un largo etcétera que pone los pelos de punta a un ser humano "normal"... Pero lo que no dice, porque el lenguaje común no es de especialistas es: se­ñores, la responsabi­lidad de tantas partículas ppm es de las energías conven­cionales, y de ellas el 90% corresponden a la automoción, al coche parti­cular y a la electricidad. Si quieren vds. so­brevivir, habrán de dejar de fabricar coches de uso pri­vado o reducir drásticamente su fabricación dejando sólo la desti­nada al transporte público, o bien sustituir inmediata­mente el petróleo por el hidrógeno. No, esto no es cosa del eco­nomista. Para eso están los que deben tomar buena nota de lo que dice Stern, aunque podemos apostar que les traerá sin cuidado. Y para explicarlo con el lenguaje de un niño es­tamos los demás...

Y es que los seis mil millones largos de seres humanos "normales", nos encontramos manejados por dirigentes po­líti­cos, económicos, empresariales o industriales "mutantes". Un mutante es un espécimen que piensa y siente de ma­nera di­ferente al común de los mortales. Cada época le confiere un distintivo. Y en la actual, sólo está atento a salir adelante cada día con su grupo político, financiero, indus­trial... sin nin­guna capacidad para dar marcha atrás en nu­merosos as­pectos econó­micos que la biosfera requiere.

La respuesta a las 700 páginas del in­forme de Stern sobre lo que va a ocurrir cabe en una sola: nadie le va a hacer caso. Todo seguirá igual. Para ejecutar las medidas pro­puestas en el informe, sería necesaria una inteligencia extra­ordinaria corporativa que no existe en el mundo occidental, asociada a una sinergia por eso mismo imposible.

A diferencia de los griegos de la antigüedad que vivían pre­ocupados por todo lo con­trario: por el metron, por la me­dida, es decir la contención, y como otros pueblos y personajes se mo­vie­ron por la expansión de la libertad o los Descubrido­res por la funesta evangelización, y así sucesi­vamente... la so­ciedad occidental ha venido obligando a calcularlo todo por la desmesura.

Efectivamente, los meca­nismos que interactúan en las so­cieda­des llamadas "libres" son exclusivamente de or­den eco­nómico y esta­dístico: incentivo, impuesto, tasa. Que nadie espere comprender de otro modo que para que el Arca de Noé no naufrague, hay que despertar a una conciencia nueva global y a una comprensión del mundo dis­tinta en las que el número sea sólo auxiliar. Es­perar que los pueblos dirigentes y sus miem­bros rectores re­nun­cien a esa desmesura base de la economía mundial, al saqueo, al expolio de los recursos es como haber pedido a los griegos antiguos que renunciaran a la so­frosiné durante los siglos que se condujeron por ella, o que los Conquistadores abandonaran sus genocidios...

El marco y las medidas que propone Stern en su informe son económicas. Occidente no puede interpretar de otra ma­nera el mundo. No puede concebir las “necesi­da­des” del pla­neta sino a través de lo económico. Son dema­siadas las ge­nera­ciones que han venido viendo la realidad a través de esa ma­nera de entender el mundo y la vida.

Pero ¿qué dicen a todo esto la antropología, la sociobio­lo­gía y el sentido común?: que nos encontramos en un punto crítico del devenir humano y planetario. Y en seme­jante trance, mientras los demás países al parecer no dicen nada, los británi­cos buscan la esperanza no en una sacu­dida de la in­teligencia natural de la Intelligentsia mundial, sino en los efectos que la Economía y la reacción econó­mica de mentes acostumbradas a contar magnitu­des milmillonarias, puedan producir en toda la sociedad humana. No hay quien, sobre todo si tiene alguna conexión con la alta política y las altas fi­nanzas, sea capaz de razonar de otro modo en el que no esté presente la macroeco­nomía.

Pero resulta que la cosa, por aquí, desde el sentir y pensar virgen del niño, ha de ser de todo punto inútil. Las teorías so­bre la especialización de Herbert Spencer prepararon el te­rreno para el diseño del mundo industrial y postindustrial. Y ahora Stern propone la solución del desastre que se ave­cina, a base de comportamientos economicistas que contra­dicen el propio sentido seguido por la sociedad posindustrial para el despam­panante progreso. Desandar lo an­dado es lo que propone Stern para que la economía mun­dial no se des­plome. Piensa que la amenaza pueda hacer reflexionar a in­dividuo por indivi­duo, a corporación por corpo­ra­ción, a lobby por lobby, a na­ción por nación. Nada más inge­nuo. Y una cosa es expre­sarse como un niño y otra que el niño sea estú­pido... Pre­ocupa­rán, sí, los números, las cuentas; pero los de cada cual, no las glo­bales, no las totales, ni la vida en sentido bioló­gico. Mientras que cada cual, cada emporio, cada fábrica de co­ches pueda seguir adelante hoy, para nada le importará el hundirse mañana, y me­nos si el riesgo está en hun­dirse al mismo tiempo que las de­más.

Cuando generación tras gene­ración ha venido actuando en el mundo "exclusivamente" activada por el beneficio, por el incentivo de la posesión que le ha hecho "prosperar", y el sistema económico lo ha potenciado aún más so pretexto de que la ambición del indi­viduo -refrenada en unos países sólo con la religión y en otros, como la Gran Bretaña, con la Sal­vation Army-, era el principio y el motor del desarrollo, no puede de re­pente dar marcha atrás en el engranaje eco­nó­mico la generación que le correspondería hacer lo que debi­era para salvarse a sí misma. Preferirá que la humanidad se diezme rápida o repentinamente, a claudicar. ¿Perder, de­cre­cer? En la ruleta de la economía po­lítica es sa­bido que to­dos juegan al todo o nada y que los límites se los pone sólamente la mayor potencia mercantil o política o armamentística de otro competidor, pero nada extraño a ellos.

Hablaba hace unos días de la libertad totalitaria, un modo de entender la libertad compatible con la existencia digna e inteli­gente. En un modelo de sociedad en que esa concep­ción es­tuviera arraigada, las medidas a adoptar propuestas por Stern cobrarían cuerpo inmediatamente y el mundo pa­saría a la ac­ción imprescindible para salvar al planeta y a la humani­dad de sí misma. Pero ¿quién, con esta filosofía in­fame de la eficacia, de la productividad conseguida por norma a base de la rapiña y de la maquinación, de la deshonra de la quiebra, del incen­tivo y de la penalidad crematística, del beneficio y de la pérdida corporativos o individuales, de la codicia y el re­freno de la co­di­cia sólo con una moral que -en occidente- en­tre condenar la avaricia y po­tenciarla cada día que pasa más se decanta por alentarla?

Stern cumple con su cometido de informar sobre efectos y soluciones a petición del gobierno británico asustado por lo que se nos viene encima. Pero el vaticinio propio de un faci­lón orá­culo de Delfos dicta lo que desde hace muchos años le viene dic­tando a cualquier cerebro sencillo que no vive dor­mido u obse­sionado por el poseer, más bien por el amonto­nar...

¿Quién puede esperar que alguien sea capaz de detener el motor que a miles y miles de revoluciones ha propulsado hasta ahora el progreso -el material claro está? El aprendiz de brujo aplica el conjuro mientras el Brujo dormita, pero luego no sabe cómo detener los efectos del conjuro. Sólo el Brujo puede hacer que las cosas vuelvan a su ser, a la nor­malidad. Lo terrible entre humanos, es que en los últimas dé­cadas han existido y existen infinitos aprendices de brujo pero no existen Brujos para remediar las torpezas, los fata­les erro­res de cálculo e imprudencias del aprendiz. Por eso es fácil­mente predecible que los dirigentes y magnates del mundo no se moverán ni un solo milímetro de donde están.

No hay mas echar un vistazo solamente a este país, a Es­paña, y nos ilustrará lo que le espera al futuro a la vista. En lugar de haber disminuido la emisión de los gases contami­nantes, como es­taba previsto desde la Unión Europea, en el último lustro han arreciado. La sequía es un hecho. Pues si­guen las can­chas deportivas, las glorietas, los parterres públi­cos tan ver­des como en un paraíso de agua. Desde todos los paí­ses oc­cidentales los pescadores agotan los bancos de pe­ces, se vuelve a la carga contra la ballena, el coche parti­cular sigue en alza, las naciones industriales maldicen si las ventas de esos focos de carbono decrecen, la administra­ción esta­dou­nidense propone la tala de bosques para que no se incen­dien, el Amazonas se arruina por días...

¿Quién creen estos asustadizos repentinos: el economista que se limita a dar el informe y los políticos británicos que hasta ahora no han pensado más que en guerras para ali­mentar las fuentes de CO², que los magnates, los industria­les, los constructores, los madereros, los promotores que han vuelto la espalda a las energías alternativas van a ilu­minarse de repente y a abandonar la rapiña, el saqueo febril de los re­cursos y el patrimonio que pertenece al planeta? En estas condiciones ¿cree Stern y alguien con la cabeza en su sitio que no sea un ingenuo u optimista tan peligroso como ellos, que quienes tienen la terrible responsa­bilidad en este sen­tido, le escucharán y modi­ficarán una mi­cra su comporta­miento avaricioso y filibustero?

La suerte está echada, Mr. Stern. Muchas gracias por sus esfuerzos en 700 páginas. Pero la real solución de lo grave del mundo no está ni en los números, ni en la economía, ni en la política. Está en la sabiduría de la que absolutamente carecen todos los hom­bres y mujeres sobresalientes por sus capacida­des para la repre­sentación teatral al frente de una tecnología que, en­cima, in­ventaron otros que apenas recordamos o no cono­ce­mos.

Lo que le falta al mundo es alguien como aquél que hace cuatro milenios comprendió al ser humano mejor que nadie pero ya no existe. Aquel de la cultura hindú que sentenció: "Cuando haya sido cortado el último fruto, talado el último ár­bol y pescado el último pez, el hombre comprobará con asombro que el dinero no se come". Sólo entonces, cuando ya no habrá solución, todos los que aún sobrevivan estarán dispuestos a hacerle caso...

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