Nicholas Stern, ex economista-jefe del Banco Mundial, en un informe de 700 páginas encargado hace un año por el ministro británico del Tesoro, anuncia el desplome de un 20% de la economía mundial si no cambia la deriva del clima.
Stern propone cuatro maneras de recortar las emisiones de gases de efecto invernadero para frenar el calentamiento de la tierra hasta tasas que hagan compatible el crecimiento económico y el respeto al medio ambiente, que costaría un 1% del PIB mundial.
Según el informe los niveles de gases de efecto invernadero se situaban en 280 ppm (partes por millón) de CO² antes de la revolución industrial. Ahora se elevan a 430 ppm. Si las emisiones anuales se mantuvieran al ritmo actual, se elevarían a 550 ppm en el año 550. Pero si el incremento se acelerara con la misma intensidad con que crece ahora, se podría alcanzar esa cifra en el año 2035.
Si no se tomara ninguna medida para frenar las emisiones, el volumen de gases se triplicaría al final del siglo XXI, provocando un aumento global de la temperatura de 5 grados. Hay que tener en cuenta que 5 grados es la diferencia que hay entre la temperatura actual y la de la edad de hielo.
Predice Stern lo que cualquier ignorante pero despierto, puede deducir si esto sigue así: hambrunas, movimientos migratorios masivos, pérdida de fertilidad en inmensas extensiones, falta de agua potable y un largo etcétera que pone los pelos de punta a un ser humano "normal"... Pero lo que no dice, porque el lenguaje común no es de especialistas es: señores, la responsabilidad de tantas partículas ppm es de las energías convencionales, y de ellas el 90% corresponden a la automoción, al coche particular y a la electricidad. Si quieren vds. sobrevivir, habrán de dejar de fabricar coches de uso privado o reducir drásticamente su fabricación dejando sólo la destinada al transporte público, o bien sustituir inmediatamente el petróleo por el hidrógeno. No, esto no es cosa del economista. Para eso están los que deben tomar buena nota de lo que dice Stern, aunque podemos apostar que les traerá sin cuidado. Y para explicarlo con el lenguaje de un niño estamos los demás...
Y es que los seis mil millones largos de seres humanos "normales", nos encontramos manejados por dirigentes políticos, económicos, empresariales o industriales "mutantes". Un mutante es un espécimen que piensa y siente de manera diferente al común de los mortales. Cada época le confiere un distintivo. Y en la actual, sólo está atento a salir adelante cada día con su grupo político, financiero, industrial... sin ninguna capacidad para dar marcha atrás en numerosos aspectos económicos que la biosfera requiere.
La respuesta a las 700 páginas del informe de Stern sobre lo que va a ocurrir cabe en una sola: nadie le va a hacer caso. Todo seguirá igual. Para ejecutar las medidas propuestas en el informe, sería necesaria una inteligencia extraordinaria corporativa que no existe en el mundo occidental, asociada a una sinergia por eso mismo imposible.
A diferencia de los griegos de la antigüedad que vivían preocupados por todo lo contrario: por el metron, por la medida, es decir la contención, y como otros pueblos y personajes se movieron por la expansión de la libertad o los Descubridores por la funesta evangelización, y así sucesivamente... la sociedad occidental ha venido obligando a calcularlo todo por la desmesura.
Efectivamente, los mecanismos que interactúan en las sociedades llamadas "libres" son exclusivamente de orden económico y estadístico: incentivo, impuesto, tasa. Que nadie espere comprender de otro modo que para que el Arca de Noé no naufrague, hay que despertar a una conciencia nueva global y a una comprensión del mundo distinta en las que el número sea sólo auxiliar. Esperar que los pueblos dirigentes y sus miembros rectores renuncien a esa desmesura base de la economía mundial, al saqueo, al expolio de los recursos es como haber pedido a los griegos antiguos que renunciaran a la sofrosiné durante los siglos que se condujeron por ella, o que los Conquistadores abandonaran sus genocidios...
El marco y las medidas que propone Stern en su informe son económicas. Occidente no puede interpretar de otra manera el mundo. No puede concebir las “necesidades” del planeta sino a través de lo económico. Son demasiadas las generaciones que han venido viendo la realidad a través de esa manera de entender el mundo y la vida.
Pero ¿qué dicen a todo esto la antropología, la sociobiología y el sentido común?: que nos encontramos en un punto crítico del devenir humano y planetario. Y en semejante trance, mientras los demás países al parecer no dicen nada, los británicos buscan la esperanza no en una sacudida de la inteligencia natural de la Intelligentsia mundial, sino en los efectos que la Economía y la reacción económica de mentes acostumbradas a contar magnitudes milmillonarias, puedan producir en toda la sociedad humana. No hay quien, sobre todo si tiene alguna conexión con la alta política y las altas finanzas, sea capaz de razonar de otro modo en el que no esté presente la macroeconomía.
Pero resulta que la cosa, por aquí, desde el sentir y pensar virgen del niño, ha de ser de todo punto inútil. Las teorías sobre la especialización de Herbert Spencer prepararon el terreno para el diseño del mundo industrial y postindustrial. Y ahora Stern propone la solución del desastre que se avecina, a base de comportamientos economicistas que contradicen el propio sentido seguido por la sociedad posindustrial para el despampanante progreso. Desandar lo andado es lo que propone Stern para que la economía mundial no se desplome. Piensa que la amenaza pueda hacer reflexionar a individuo por individuo, a corporación por corporación, a lobby por lobby, a nación por nación. Nada más ingenuo. Y una cosa es expresarse como un niño y otra que el niño sea estúpido... Preocuparán, sí, los números, las cuentas; pero los de cada cual, no las globales, no las totales, ni la vida en sentido biológico. Mientras que cada cual, cada emporio, cada fábrica de coches pueda seguir adelante hoy, para nada le importará el hundirse mañana, y menos si el riesgo está en hundirse al mismo tiempo que las demás.
Cuando generación tras generación ha venido actuando en el mundo "exclusivamente" activada por el beneficio, por el incentivo de la posesión que le ha hecho "prosperar", y el sistema económico lo ha potenciado aún más so pretexto de que la ambición del individuo -refrenada en unos países sólo con la religión y en otros, como la Gran Bretaña, con la Salvation Army-, era el principio y el motor del desarrollo, no puede de repente dar marcha atrás en el engranaje económico la generación que le correspondería hacer lo que debiera para salvarse a sí misma. Preferirá que la humanidad se diezme rápida o repentinamente, a claudicar. ¿Perder, decrecer? En la ruleta de la economía política es sabido que todos juegan al todo o nada y que los límites se los pone sólamente la mayor potencia mercantil o política o armamentística de otro competidor, pero nada extraño a ellos.
Hablaba hace unos días de la libertad totalitaria, un modo de entender la libertad compatible con la existencia digna e inteligente. En un modelo de sociedad en que esa concepción estuviera arraigada, las medidas a adoptar propuestas por Stern cobrarían cuerpo inmediatamente y el mundo pasaría a la acción imprescindible para salvar al planeta y a la humanidad de sí misma. Pero ¿quién, con esta filosofía infame de la eficacia, de la productividad conseguida por norma a base de la rapiña y de la maquinación, de la deshonra de la quiebra, del incentivo y de la penalidad crematística, del beneficio y de la pérdida corporativos o individuales, de la codicia y el refreno de la codicia sólo con una moral que -en occidente- entre condenar la avaricia y potenciarla cada día que pasa más se decanta por alentarla?
Stern cumple con su cometido de informar sobre efectos y soluciones a petición del gobierno británico asustado por lo que se nos viene encima. Pero el vaticinio propio de un facilón oráculo de Delfos dicta lo que desde hace muchos años le viene dictando a cualquier cerebro sencillo que no vive dormido u obsesionado por el poseer, más bien por el amontonar...
¿Quién puede esperar que alguien sea capaz de detener el motor que a miles y miles de revoluciones ha propulsado hasta ahora el progreso -el material claro está? El aprendiz de brujo aplica el conjuro mientras el Brujo dormita, pero luego no sabe cómo detener los efectos del conjuro. Sólo el Brujo puede hacer que las cosas vuelvan a su ser, a la normalidad. Lo terrible entre humanos, es que en los últimas décadas han existido y existen infinitos aprendices de brujo pero no existen Brujos para remediar las torpezas, los fatales errores de cálculo e imprudencias del aprendiz. Por eso es fácilmente predecible que los dirigentes y magnates del mundo no se moverán ni un solo milímetro de donde están.
No hay mas echar un vistazo solamente a este país, a España, y nos ilustrará lo que le espera al futuro a la vista. En lugar de haber disminuido la emisión de los gases contaminantes, como estaba previsto desde la Unión Europea, en el último lustro han arreciado. La sequía es un hecho. Pues siguen las canchas deportivas, las glorietas, los parterres públicos tan verdes como en un paraíso de agua. Desde todos los países occidentales los pescadores agotan los bancos de peces, se vuelve a la carga contra la ballena, el coche particular sigue en alza, las naciones industriales maldicen si las ventas de esos focos de carbono decrecen, la administración estadounidense propone la tala de bosques para que no se incendien, el Amazonas se arruina por días...
¿Quién creen estos asustadizos repentinos: el economista que se limita a dar el informe y los políticos británicos que hasta ahora no han pensado más que en guerras para alimentar las fuentes de CO², que los magnates, los industriales, los constructores, los madereros, los promotores que han vuelto la espalda a las energías alternativas van a iluminarse de repente y a abandonar la rapiña, el saqueo febril de los recursos y el patrimonio que pertenece al planeta? En estas condiciones ¿cree Stern y alguien con la cabeza en su sitio que no sea un ingenuo u optimista tan peligroso como ellos, que quienes tienen la terrible responsabilidad en este sentido, le escucharán y modificarán una micra su comportamiento avaricioso y filibustero?
La suerte está echada, Mr. Stern. Muchas gracias por sus esfuerzos en 700 páginas. Pero la real solución de lo grave del mundo no está ni en los números, ni en la economía, ni en la política. Está en la sabiduría de la que absolutamente carecen todos los hombres y mujeres sobresalientes por sus capacidades para la representación teatral al frente de una tecnología que, encima, inventaron otros que apenas recordamos o no conocemos.
Lo que le falta al mundo es alguien como aquél que hace cuatro milenios comprendió al ser humano mejor que nadie pero ya no existe. Aquel de la cultura hindú que sentenció: "Cuando haya sido cortado el último fruto, talado el último árbol y pescado el último pez, el hombre comprobará con asombro que el dinero no se come". Sólo entonces, cuando ya no habrá solución, todos los que aún sobrevivan estarán dispuestos a hacerle caso...
Stern propone cuatro maneras de recortar las emisiones de gases de efecto invernadero para frenar el calentamiento de la tierra hasta tasas que hagan compatible el crecimiento económico y el respeto al medio ambiente, que costaría un 1% del PIB mundial.
Según el informe los niveles de gases de efecto invernadero se situaban en 280 ppm (partes por millón) de CO² antes de la revolución industrial. Ahora se elevan a 430 ppm. Si las emisiones anuales se mantuvieran al ritmo actual, se elevarían a 550 ppm en el año 550. Pero si el incremento se acelerara con la misma intensidad con que crece ahora, se podría alcanzar esa cifra en el año 2035.
Si no se tomara ninguna medida para frenar las emisiones, el volumen de gases se triplicaría al final del siglo XXI, provocando un aumento global de la temperatura de 5 grados. Hay que tener en cuenta que 5 grados es la diferencia que hay entre la temperatura actual y la de la edad de hielo.
Predice Stern lo que cualquier ignorante pero despierto, puede deducir si esto sigue así: hambrunas, movimientos migratorios masivos, pérdida de fertilidad en inmensas extensiones, falta de agua potable y un largo etcétera que pone los pelos de punta a un ser humano "normal"... Pero lo que no dice, porque el lenguaje común no es de especialistas es: señores, la responsabilidad de tantas partículas ppm es de las energías convencionales, y de ellas el 90% corresponden a la automoción, al coche particular y a la electricidad. Si quieren vds. sobrevivir, habrán de dejar de fabricar coches de uso privado o reducir drásticamente su fabricación dejando sólo la destinada al transporte público, o bien sustituir inmediatamente el petróleo por el hidrógeno. No, esto no es cosa del economista. Para eso están los que deben tomar buena nota de lo que dice Stern, aunque podemos apostar que les traerá sin cuidado. Y para explicarlo con el lenguaje de un niño estamos los demás...
Y es que los seis mil millones largos de seres humanos "normales", nos encontramos manejados por dirigentes políticos, económicos, empresariales o industriales "mutantes". Un mutante es un espécimen que piensa y siente de manera diferente al común de los mortales. Cada época le confiere un distintivo. Y en la actual, sólo está atento a salir adelante cada día con su grupo político, financiero, industrial... sin ninguna capacidad para dar marcha atrás en numerosos aspectos económicos que la biosfera requiere.
La respuesta a las 700 páginas del informe de Stern sobre lo que va a ocurrir cabe en una sola: nadie le va a hacer caso. Todo seguirá igual. Para ejecutar las medidas propuestas en el informe, sería necesaria una inteligencia extraordinaria corporativa que no existe en el mundo occidental, asociada a una sinergia por eso mismo imposible.
A diferencia de los griegos de la antigüedad que vivían preocupados por todo lo contrario: por el metron, por la medida, es decir la contención, y como otros pueblos y personajes se movieron por la expansión de la libertad o los Descubridores por la funesta evangelización, y así sucesivamente... la sociedad occidental ha venido obligando a calcularlo todo por la desmesura.
Efectivamente, los mecanismos que interactúan en las sociedades llamadas "libres" son exclusivamente de orden económico y estadístico: incentivo, impuesto, tasa. Que nadie espere comprender de otro modo que para que el Arca de Noé no naufrague, hay que despertar a una conciencia nueva global y a una comprensión del mundo distinta en las que el número sea sólo auxiliar. Esperar que los pueblos dirigentes y sus miembros rectores renuncien a esa desmesura base de la economía mundial, al saqueo, al expolio de los recursos es como haber pedido a los griegos antiguos que renunciaran a la sofrosiné durante los siglos que se condujeron por ella, o que los Conquistadores abandonaran sus genocidios...
El marco y las medidas que propone Stern en su informe son económicas. Occidente no puede interpretar de otra manera el mundo. No puede concebir las “necesidades” del planeta sino a través de lo económico. Son demasiadas las generaciones que han venido viendo la realidad a través de esa manera de entender el mundo y la vida.
Pero ¿qué dicen a todo esto la antropología, la sociobiología y el sentido común?: que nos encontramos en un punto crítico del devenir humano y planetario. Y en semejante trance, mientras los demás países al parecer no dicen nada, los británicos buscan la esperanza no en una sacudida de la inteligencia natural de la Intelligentsia mundial, sino en los efectos que la Economía y la reacción económica de mentes acostumbradas a contar magnitudes milmillonarias, puedan producir en toda la sociedad humana. No hay quien, sobre todo si tiene alguna conexión con la alta política y las altas finanzas, sea capaz de razonar de otro modo en el que no esté presente la macroeconomía.
Pero resulta que la cosa, por aquí, desde el sentir y pensar virgen del niño, ha de ser de todo punto inútil. Las teorías sobre la especialización de Herbert Spencer prepararon el terreno para el diseño del mundo industrial y postindustrial. Y ahora Stern propone la solución del desastre que se avecina, a base de comportamientos economicistas que contradicen el propio sentido seguido por la sociedad posindustrial para el despampanante progreso. Desandar lo andado es lo que propone Stern para que la economía mundial no se desplome. Piensa que la amenaza pueda hacer reflexionar a individuo por individuo, a corporación por corporación, a lobby por lobby, a nación por nación. Nada más ingenuo. Y una cosa es expresarse como un niño y otra que el niño sea estúpido... Preocuparán, sí, los números, las cuentas; pero los de cada cual, no las globales, no las totales, ni la vida en sentido biológico. Mientras que cada cual, cada emporio, cada fábrica de coches pueda seguir adelante hoy, para nada le importará el hundirse mañana, y menos si el riesgo está en hundirse al mismo tiempo que las demás.
Cuando generación tras generación ha venido actuando en el mundo "exclusivamente" activada por el beneficio, por el incentivo de la posesión que le ha hecho "prosperar", y el sistema económico lo ha potenciado aún más so pretexto de que la ambición del individuo -refrenada en unos países sólo con la religión y en otros, como la Gran Bretaña, con la Salvation Army-, era el principio y el motor del desarrollo, no puede de repente dar marcha atrás en el engranaje económico la generación que le correspondería hacer lo que debiera para salvarse a sí misma. Preferirá que la humanidad se diezme rápida o repentinamente, a claudicar. ¿Perder, decrecer? En la ruleta de la economía política es sabido que todos juegan al todo o nada y que los límites se los pone sólamente la mayor potencia mercantil o política o armamentística de otro competidor, pero nada extraño a ellos.
Hablaba hace unos días de la libertad totalitaria, un modo de entender la libertad compatible con la existencia digna e inteligente. En un modelo de sociedad en que esa concepción estuviera arraigada, las medidas a adoptar propuestas por Stern cobrarían cuerpo inmediatamente y el mundo pasaría a la acción imprescindible para salvar al planeta y a la humanidad de sí misma. Pero ¿quién, con esta filosofía infame de la eficacia, de la productividad conseguida por norma a base de la rapiña y de la maquinación, de la deshonra de la quiebra, del incentivo y de la penalidad crematística, del beneficio y de la pérdida corporativos o individuales, de la codicia y el refreno de la codicia sólo con una moral que -en occidente- entre condenar la avaricia y potenciarla cada día que pasa más se decanta por alentarla?
Stern cumple con su cometido de informar sobre efectos y soluciones a petición del gobierno británico asustado por lo que se nos viene encima. Pero el vaticinio propio de un facilón oráculo de Delfos dicta lo que desde hace muchos años le viene dictando a cualquier cerebro sencillo que no vive dormido u obsesionado por el poseer, más bien por el amontonar...
¿Quién puede esperar que alguien sea capaz de detener el motor que a miles y miles de revoluciones ha propulsado hasta ahora el progreso -el material claro está? El aprendiz de brujo aplica el conjuro mientras el Brujo dormita, pero luego no sabe cómo detener los efectos del conjuro. Sólo el Brujo puede hacer que las cosas vuelvan a su ser, a la normalidad. Lo terrible entre humanos, es que en los últimas décadas han existido y existen infinitos aprendices de brujo pero no existen Brujos para remediar las torpezas, los fatales errores de cálculo e imprudencias del aprendiz. Por eso es fácilmente predecible que los dirigentes y magnates del mundo no se moverán ni un solo milímetro de donde están.
No hay mas echar un vistazo solamente a este país, a España, y nos ilustrará lo que le espera al futuro a la vista. En lugar de haber disminuido la emisión de los gases contaminantes, como estaba previsto desde la Unión Europea, en el último lustro han arreciado. La sequía es un hecho. Pues siguen las canchas deportivas, las glorietas, los parterres públicos tan verdes como en un paraíso de agua. Desde todos los países occidentales los pescadores agotan los bancos de peces, se vuelve a la carga contra la ballena, el coche particular sigue en alza, las naciones industriales maldicen si las ventas de esos focos de carbono decrecen, la administración estadounidense propone la tala de bosques para que no se incendien, el Amazonas se arruina por días...
¿Quién creen estos asustadizos repentinos: el economista que se limita a dar el informe y los políticos británicos que hasta ahora no han pensado más que en guerras para alimentar las fuentes de CO², que los magnates, los industriales, los constructores, los madereros, los promotores que han vuelto la espalda a las energías alternativas van a iluminarse de repente y a abandonar la rapiña, el saqueo febril de los recursos y el patrimonio que pertenece al planeta? En estas condiciones ¿cree Stern y alguien con la cabeza en su sitio que no sea un ingenuo u optimista tan peligroso como ellos, que quienes tienen la terrible responsabilidad en este sentido, le escucharán y modificarán una micra su comportamiento avaricioso y filibustero?
La suerte está echada, Mr. Stern. Muchas gracias por sus esfuerzos en 700 páginas. Pero la real solución de lo grave del mundo no está ni en los números, ni en la economía, ni en la política. Está en la sabiduría de la que absolutamente carecen todos los hombres y mujeres sobresalientes por sus capacidades para la representación teatral al frente de una tecnología que, encima, inventaron otros que apenas recordamos o no conocemos.
Lo que le falta al mundo es alguien como aquél que hace cuatro milenios comprendió al ser humano mejor que nadie pero ya no existe. Aquel de la cultura hindú que sentenció: "Cuando haya sido cortado el último fruto, talado el último árbol y pescado el último pez, el hombre comprobará con asombro que el dinero no se come". Sólo entonces, cuando ya no habrá solución, todos los que aún sobrevivan estarán dispuestos a hacerle caso...
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