El problema de la comunicación en asuntos graves entre personas y países no es no emplear el mismo idioma o tener que recurrir a uno acordado. El problema está en la diferencia de sensibilidad cuando uno de los interlocutores rebaja el nivel del sentido común hasta extremos aberrantes.
De todo lo que se globaliza lo único que valdría la pena universalizarse, unificarse, es justamente el sentido común. Y ya que el poder político y el militar campan a menudo por sus respetos desvinculados del parecer de las grandes mayorías, sería deseable que al menos las claves para entender las cosas más importantes fueran compartidas plenamente entre el pueblo y el periodismo, convencional mediador, éste, entre el poder y la sociedad. Y sin embargo, es precisamente del sentido común de lo que a menudo el periodismo hace astillas con su lenguaje más cercano a lo político que al del humano medio y normal que antes se llamaba "hombre de la calle".
Por ejemplo, es de sentido común que habiendo una brecha entre los pueblos ricos del planeta y los pobres que cada vez se ensancha más, una gran mayoría de la población de los países pobres, que no tienen nada que perder, estará dispuesta a perder la vida y se convertirá en terrorista potencial, suicida o no. ¡Cómo no van a ir somalíes, etíopes o senegaleses, por ejemplo, a nutrir las filas de los combatientes palestinos frente a Israel, de lo que se da noticia hoy! Y más, que en este sentido iremos viendo...
Esto es una muestra solamente de lo que dicta el sentido común. Pero hay cosas gravísimas que vienen sucediendo puntuales en el mundo, que no provienen de la ausencia imposible de coordinación en un sistema económico presuntamente no dirigido y libre. Hay cosas como invasiones y ocupaciones e injerencias de Estados Unidos a través de criminales necios que, por sentido común, debieran obligar mucho más a la prensa mundial a no posicionarse al lado de los bárbaros aunque sólo sea porque se alejan de la sensibilidad de la inmensa mayoría de los pueblos y del sentido común, que es lo que me trae a este análisis.
Y es que salta a la vista, el periodismo dominante se alía en aspectos neurálgicos al poder fáctico, al económico y al poder político más fornido, en lugar de hacer de puente entre aquéllos y el pueblo. Fomenta con su lenguaje anodino o tibio, cuando no con su vergonzante silencio, el oscurantismo y la comisión de actos contra la Humanidad; actos como las dos ocupaciones armadas de sendos países asiáticos a manos norteamericanas basadas en una probada y comprobada sarta de mentiras y maniobras. Esto no es algo que pueda disculparse por la sorpresa, por haber sido sobrepasado la capacidad de aprehensión de la realidad por parte del periodismo en cuestión. Esto, como la renovación de la elección del presidente a caro del sufraguista yanqui, es algo que viene echando sobre éstos, sobre aquél y su pandilla toda la inmundicia que quepa imaginar. Y el periodismo al uso, tratando el asunto como un avatar más, cuando no lo aprueban medios norteamericanos y europeos.
A lo largo de la historia, religiones y especialistas de toda clase han asumido la tarea que nadie les pidió de decirnos qué es y cómo debemos entender los conceptos más simples. Eso es oscurantismo. Antes eran las sotanas, desde los púlpitos en los países de tradición católica. Hoy, los telepredicadores en países cristianos no católicos, y en todos, los licenciados de la prensa, televisión y radio son los encargados de ensayarlo. Hoy el periodismo envuelve realidades trágicas de causas insostenibles para el sentido común, en sinapismos y fomentos de análisis que en cualquier otra situación protagonizada por cualquier otro país que no sea el imperio no se sostendría en pie ni un solo instante.
Y es que, efectivamente, el pueblo ha pasado su vida e historia no sólo padeciendo a tiranos, a dictadores, sátrapas y caudillos. También a prebostes y acólitos de las religiones monoteístas en todas las épocas. Siempre tratado por sus opresores con un doble rasero. Según fuesen los individuos adictos, devotos o sumisos del déspota de turno, o esclavos y rebeldes, así sería, y es, su destino. Las leyes nunca han importado gran cosa. El pueblo se ha pasado la historia soportando el doble lenguaje, la trampa que va unida a las leyes y la doble mora: la de los señores por un lado, y la de los esclavos por otro, en la terminología nietzscheana.
Jamás se dejó de oir hablar de justicia, de bien y de mal, de derechos y deberes, en la calle y en los parlamentos. Las leyes no han empleado nunca otro lenguaje. Pero el lenguaje, vehículo de las ideas, aplicado a lo político, siempre es el mismo: los mismos conceptos, los mismos significantes y los mismos valores, todo de pura convención, aunque ésta no exista en realidad entre "los que obran" y "los que piensan". Lo que varía indefectiblemente es el modo de interpretarlos, las claves empleadas, quién sea el llamado a decirnos qué es esto o cómo debemos entender lo otro acerca de palabras muy llanas: Dios, Justicia, Libertad, Amor, Felicidad, Fidelidad, Respeto, Igualdad...
Nada ha cambiado. Antes, en los sistemas despóticos que han durado hasta ayer, el sentido común estaba entreverado en la multitud silenciosa. Reyes, aristocracia y gobernantes tenían y tienen su propia nomenclatura. Plebe, súbditos o gobernados, la suya, su lenguaje fundado, y además dignificado en el “sentido común”.
Pues bien, cuando el mundo llamado "libre" presume de serlo en "modelos sociopolíticos" que unos canallas tratan de exportar de manera imposible a bombazos a otros países sabiendo que nunca será tolerado, todo lo dicho por la prensa mundial no se corresponde a penas con el sentido común popular. Sigue éste extraviado entre la hojarasca y el estrépito de quienes ni somos gobernantes, ni políticos, ni diplomáticos, ni periodistas. Sí, el sentido común entre periodistas sigue sin ser el nuestro. Ellos explican o justifican su profesión, su razón de ser en estas sociedades por decirse portavoces del pueblo, de lo que quiere el pueblo, de lo que piensa el pueblo, de lo que entiende el pueblo, depositario lógico y "natural" del sentido común. Pero no le escuchan: lo apacientan.
No nos engañemos, y que no se obstinen en engañarnos. Los profesionales que predominan -aunque haya naturalmente de todo-, siguen en conjunto las reglas del juego de los "otros", de los que dominan en lo político y en lo económico, bien en la sociedad doméstica, bien en la sociedad mundial. Uniéndose a ellos y a sus entendederas (prescindiendo de que puedan tener o no los mismos intereses, que de todo hay), interpretan los graves sucesos del presente en la dirección desdramatizada, despojada del dolor infinito que al sentido y sentimiento común causan al mundo hechos que no ofrecen dudas morales (de moral kantiana universal, de moral cristiana y ecuménica), ni de sensibilidad también común. Ellos son quienes las suscitan con su tibio o anodino metalenguaje. Bueno, no lo llamemos metalenguaje, digamos que es un lenguaje ordinario manejado con sentido común. Pero al no expresarlo en los términos condenatorios que ese mismo sentido exige ante hechos gravísimos, y al meterse en cambio dia tras día, año tras año en los entresijos y volutas del lenguaje diplomático y político sin expresarse nunca en términos inequívocamente condenatorios aunque sean políticos, y sin tampoco dar tribuna a articulistas que en el momento oportuno lo harían, su benevolencia y guiños les hace cómplices de los carniceros.
Los periodistas insensibilizan y anestesian al mundo presentándole hechos atroces como propios de la Política o del Error. Llaman irregularidad o error a lo que son flagrantes delitos contra la integridad masiva de las personas en el lenguaje común y punitivo, y delitos de lesa humanidad. Siguen el sendero de las circunvoluciones de esos errores y de los que yerran, como si éstos padecieran simplemente estrabismos o trastornos ocasionales de apreciación mientras otros seres humanos por insignificancias al lado de lo que aquéllos cometieron han sido arrojados a mazmorras o enterrados en este mundillo de simulada libertad para todos...
Miren vds., si esto no fuese así, no estaríamos empantanados donde estamos en relación al "asunto-trasunto americano". Está harto el planeta de saber que lo que hizo Bush y su camarilla en Afganistán e Irak son dos atrocidades y que no pueden llamarse de otro modo. Está harto de saber que, para colmo, todo nació de una colosal mentira troceada en mil. Está harto el pueblo, que se ha pasado prácticamente la historia en silencio sin poder aducir su sentido común porque en tiempos de injusticia (que son los que vivimos eternamente) es grave tener razón, como decía Quevedo; está harto, digo, de este contubernio entre políticos, militares, poderes económicos y periodismo.
No sólo ya los políticos "normales", con una epidermis y quizá unos genes especiales asisten impasibles a las andanzas atroces de tipos de condición criminal y ladrona que siguen apoltronados en casas blancas y congresos; es que los periodistas del mundo les siguen a éstos el juego y dan todos los días una de cal y otra de arena sobre hechos que el sentido común de todos los pueblos del planeta que quieren vivir en paz, exige imperiosamente otra cosa, otras actitudes apropiadas a sus vilezas, maniobras y monstruosidades.
Y se lo exige, pues se supone que los periodistas también "normales", no tienen la condición criminógena de aquéllos. Y espera de ellos una de estas dos respuestas: o que les den literalmente la espalda sin mentar a esos infames para nada (el silencio es un castigo) en sus soportes, o que se alíe el benéfico periodismo mundial contra ellos sin atender las claves de su lenguaje, que es lo que les conviene. Pidiendo, eso sí, como demanda el común sentido, su cabeza o la reclusión perpetua de los responsables.
De seguir como hasta ahora, el periodismo se mantendrá muy alejado del sentido común del pueblo. Tan alejado, que al mundo no se le irá de la cabeza la impresión de que a pesar de sus razonamientos sofisticados o precisamente por ellos, el periodismo visible se posiciona al lado de los descomunales mentirosos, ladrones y genocidas.
Déjese el periodismo de una vez de colaborar con gentes que por la millonésima parte de lo que han cometido esos depravados revestidos de solemnidad, muchos están de por vida en la cárcel o han sido o van a ser ejecutados. Titule cada día con letras gruesas lo que el pueblo (al menos el pueblo no estadounidense) piensa, siente y desea para esa canalla.
Mientras no lo hagan así los articulistas y politólogos de toda laya, no dejaremos de ver en ellos y en el periodismo (ese periodismo que dijo vino a salvarnos de las mordazas de los opresores y déspotas) a los cómplices que han existido siempre al lado de los que ordenan y mandan sobre nuestras vidas. Antes solía ser un solo personaje. Hoy son muchos, solapados cobardemente unos en otros.
Mientras no lo comprenda así el periodismo de actualidad, el mundo seguirá habitado, como siempre, por miserables que deciden su destino gracias a la caja de resonancia que supone aquél, por una parte, y mayorías hoy no tan silenciosas que vociferan más allá y fuera de las urnas aunque sólo sea porque existe la Internet, sin que políticos ni periodistas les hagan maldito caso. Que no hacen caso ni esas inmensas mayorías que dan la espalda al sistema y por eso no votan... ni al sentido común.
Globalizar el sentido común es afanarse en hacer anatema de los culpables, propalar cada día que debe castigarse de una vez a los criminales yanquis que andan sueltos y ibres pero reclamados por la justicia del pueblo, por los jurados populares y por el sentido común del globo. Culpables, que encima se pavonean de sus barbaridades y se ríen en las barbas del mundo impunemente.
El pueblo ha dejado de ser un convidado de piedra y no puede ser ya interpretada su voluntad sólo a través de las urnas, pues por lo menos la mitad no se ha dejado embaucar y sabe bien que todos los que se someten a votación o elección, periodistas incluidos, son de no muy diferente calaña.
Cuando me pongo ante de un artículo sobre el "hecho americano" y lo acabo, me pongo de los nervios. Pues nunca, ingenuamente, espero el consabido argumentario repleto de ideas que al final, como mucho, han tratado a esos culpables como equivocados o irresponsables en el sentido político. Lo que espero en virtud de ese sentido común tal como todos lo entendemos, es que se diga en ese artículo, en ese titular, en esa columna lo que jamás leo: "hay que detener y someter al enjuiciamiento de un tribunal mundial a esos grandes criminales enmascarados, embozados tras el vilipendiado arte de la Politica".
¿Nos hemos topado con algún artículo de fondo o de editorial así, o parecido, en la prensa dominante? No. Pues entonces una de dos, o el pueblo sigue siendo un oligofrénicol o ellos, los periodistas que controlan el pensamiento global, son unos indecentes impostores; como lo fueron inquisiciones, torquemadas y tantos evangelizadores...
La historia del futuro se encargará de demostrarlo. Así es que o el periodismo retorna a lo que justificó su razón de ser: un contrapoder expresión del pueblo y del sentido común, o la mitad de los pueblos del mundo, que coincide con la mitad de los que en la mayoría de países "libres" no aparece nunca por las urnas, le ignorará. Y seguirán las sociedades sólo en manos de listos aunque sean al mismo tiempo débiles mentales. Fíjense lo que dice el daoísmo, una filosofía arcaica a la que tengo en cuenta a menudo: el agua es más fuerte que la piedra. Por aquí, con periodismo o sin él, debe el pueblo caminar. Y sólo por ahí podrá acabar venciendo.
De todo lo que se globaliza lo único que valdría la pena universalizarse, unificarse, es justamente el sentido común. Y ya que el poder político y el militar campan a menudo por sus respetos desvinculados del parecer de las grandes mayorías, sería deseable que al menos las claves para entender las cosas más importantes fueran compartidas plenamente entre el pueblo y el periodismo, convencional mediador, éste, entre el poder y la sociedad. Y sin embargo, es precisamente del sentido común de lo que a menudo el periodismo hace astillas con su lenguaje más cercano a lo político que al del humano medio y normal que antes se llamaba "hombre de la calle".
Por ejemplo, es de sentido común que habiendo una brecha entre los pueblos ricos del planeta y los pobres que cada vez se ensancha más, una gran mayoría de la población de los países pobres, que no tienen nada que perder, estará dispuesta a perder la vida y se convertirá en terrorista potencial, suicida o no. ¡Cómo no van a ir somalíes, etíopes o senegaleses, por ejemplo, a nutrir las filas de los combatientes palestinos frente a Israel, de lo que se da noticia hoy! Y más, que en este sentido iremos viendo...
Esto es una muestra solamente de lo que dicta el sentido común. Pero hay cosas gravísimas que vienen sucediendo puntuales en el mundo, que no provienen de la ausencia imposible de coordinación en un sistema económico presuntamente no dirigido y libre. Hay cosas como invasiones y ocupaciones e injerencias de Estados Unidos a través de criminales necios que, por sentido común, debieran obligar mucho más a la prensa mundial a no posicionarse al lado de los bárbaros aunque sólo sea porque se alejan de la sensibilidad de la inmensa mayoría de los pueblos y del sentido común, que es lo que me trae a este análisis.
Y es que salta a la vista, el periodismo dominante se alía en aspectos neurálgicos al poder fáctico, al económico y al poder político más fornido, en lugar de hacer de puente entre aquéllos y el pueblo. Fomenta con su lenguaje anodino o tibio, cuando no con su vergonzante silencio, el oscurantismo y la comisión de actos contra la Humanidad; actos como las dos ocupaciones armadas de sendos países asiáticos a manos norteamericanas basadas en una probada y comprobada sarta de mentiras y maniobras. Esto no es algo que pueda disculparse por la sorpresa, por haber sido sobrepasado la capacidad de aprehensión de la realidad por parte del periodismo en cuestión. Esto, como la renovación de la elección del presidente a caro del sufraguista yanqui, es algo que viene echando sobre éstos, sobre aquél y su pandilla toda la inmundicia que quepa imaginar. Y el periodismo al uso, tratando el asunto como un avatar más, cuando no lo aprueban medios norteamericanos y europeos.
A lo largo de la historia, religiones y especialistas de toda clase han asumido la tarea que nadie les pidió de decirnos qué es y cómo debemos entender los conceptos más simples. Eso es oscurantismo. Antes eran las sotanas, desde los púlpitos en los países de tradición católica. Hoy, los telepredicadores en países cristianos no católicos, y en todos, los licenciados de la prensa, televisión y radio son los encargados de ensayarlo. Hoy el periodismo envuelve realidades trágicas de causas insostenibles para el sentido común, en sinapismos y fomentos de análisis que en cualquier otra situación protagonizada por cualquier otro país que no sea el imperio no se sostendría en pie ni un solo instante.
Y es que, efectivamente, el pueblo ha pasado su vida e historia no sólo padeciendo a tiranos, a dictadores, sátrapas y caudillos. También a prebostes y acólitos de las religiones monoteístas en todas las épocas. Siempre tratado por sus opresores con un doble rasero. Según fuesen los individuos adictos, devotos o sumisos del déspota de turno, o esclavos y rebeldes, así sería, y es, su destino. Las leyes nunca han importado gran cosa. El pueblo se ha pasado la historia soportando el doble lenguaje, la trampa que va unida a las leyes y la doble mora: la de los señores por un lado, y la de los esclavos por otro, en la terminología nietzscheana.
Jamás se dejó de oir hablar de justicia, de bien y de mal, de derechos y deberes, en la calle y en los parlamentos. Las leyes no han empleado nunca otro lenguaje. Pero el lenguaje, vehículo de las ideas, aplicado a lo político, siempre es el mismo: los mismos conceptos, los mismos significantes y los mismos valores, todo de pura convención, aunque ésta no exista en realidad entre "los que obran" y "los que piensan". Lo que varía indefectiblemente es el modo de interpretarlos, las claves empleadas, quién sea el llamado a decirnos qué es esto o cómo debemos entender lo otro acerca de palabras muy llanas: Dios, Justicia, Libertad, Amor, Felicidad, Fidelidad, Respeto, Igualdad...
Nada ha cambiado. Antes, en los sistemas despóticos que han durado hasta ayer, el sentido común estaba entreverado en la multitud silenciosa. Reyes, aristocracia y gobernantes tenían y tienen su propia nomenclatura. Plebe, súbditos o gobernados, la suya, su lenguaje fundado, y además dignificado en el “sentido común”.
Pues bien, cuando el mundo llamado "libre" presume de serlo en "modelos sociopolíticos" que unos canallas tratan de exportar de manera imposible a bombazos a otros países sabiendo que nunca será tolerado, todo lo dicho por la prensa mundial no se corresponde a penas con el sentido común popular. Sigue éste extraviado entre la hojarasca y el estrépito de quienes ni somos gobernantes, ni políticos, ni diplomáticos, ni periodistas. Sí, el sentido común entre periodistas sigue sin ser el nuestro. Ellos explican o justifican su profesión, su razón de ser en estas sociedades por decirse portavoces del pueblo, de lo que quiere el pueblo, de lo que piensa el pueblo, de lo que entiende el pueblo, depositario lógico y "natural" del sentido común. Pero no le escuchan: lo apacientan.
No nos engañemos, y que no se obstinen en engañarnos. Los profesionales que predominan -aunque haya naturalmente de todo-, siguen en conjunto las reglas del juego de los "otros", de los que dominan en lo político y en lo económico, bien en la sociedad doméstica, bien en la sociedad mundial. Uniéndose a ellos y a sus entendederas (prescindiendo de que puedan tener o no los mismos intereses, que de todo hay), interpretan los graves sucesos del presente en la dirección desdramatizada, despojada del dolor infinito que al sentido y sentimiento común causan al mundo hechos que no ofrecen dudas morales (de moral kantiana universal, de moral cristiana y ecuménica), ni de sensibilidad también común. Ellos son quienes las suscitan con su tibio o anodino metalenguaje. Bueno, no lo llamemos metalenguaje, digamos que es un lenguaje ordinario manejado con sentido común. Pero al no expresarlo en los términos condenatorios que ese mismo sentido exige ante hechos gravísimos, y al meterse en cambio dia tras día, año tras año en los entresijos y volutas del lenguaje diplomático y político sin expresarse nunca en términos inequívocamente condenatorios aunque sean políticos, y sin tampoco dar tribuna a articulistas que en el momento oportuno lo harían, su benevolencia y guiños les hace cómplices de los carniceros.
Los periodistas insensibilizan y anestesian al mundo presentándole hechos atroces como propios de la Política o del Error. Llaman irregularidad o error a lo que son flagrantes delitos contra la integridad masiva de las personas en el lenguaje común y punitivo, y delitos de lesa humanidad. Siguen el sendero de las circunvoluciones de esos errores y de los que yerran, como si éstos padecieran simplemente estrabismos o trastornos ocasionales de apreciación mientras otros seres humanos por insignificancias al lado de lo que aquéllos cometieron han sido arrojados a mazmorras o enterrados en este mundillo de simulada libertad para todos...
Miren vds., si esto no fuese así, no estaríamos empantanados donde estamos en relación al "asunto-trasunto americano". Está harto el planeta de saber que lo que hizo Bush y su camarilla en Afganistán e Irak son dos atrocidades y que no pueden llamarse de otro modo. Está harto de saber que, para colmo, todo nació de una colosal mentira troceada en mil. Está harto el pueblo, que se ha pasado prácticamente la historia en silencio sin poder aducir su sentido común porque en tiempos de injusticia (que son los que vivimos eternamente) es grave tener razón, como decía Quevedo; está harto, digo, de este contubernio entre políticos, militares, poderes económicos y periodismo.
No sólo ya los políticos "normales", con una epidermis y quizá unos genes especiales asisten impasibles a las andanzas atroces de tipos de condición criminal y ladrona que siguen apoltronados en casas blancas y congresos; es que los periodistas del mundo les siguen a éstos el juego y dan todos los días una de cal y otra de arena sobre hechos que el sentido común de todos los pueblos del planeta que quieren vivir en paz, exige imperiosamente otra cosa, otras actitudes apropiadas a sus vilezas, maniobras y monstruosidades.
Y se lo exige, pues se supone que los periodistas también "normales", no tienen la condición criminógena de aquéllos. Y espera de ellos una de estas dos respuestas: o que les den literalmente la espalda sin mentar a esos infames para nada (el silencio es un castigo) en sus soportes, o que se alíe el benéfico periodismo mundial contra ellos sin atender las claves de su lenguaje, que es lo que les conviene. Pidiendo, eso sí, como demanda el común sentido, su cabeza o la reclusión perpetua de los responsables.
De seguir como hasta ahora, el periodismo se mantendrá muy alejado del sentido común del pueblo. Tan alejado, que al mundo no se le irá de la cabeza la impresión de que a pesar de sus razonamientos sofisticados o precisamente por ellos, el periodismo visible se posiciona al lado de los descomunales mentirosos, ladrones y genocidas.
Déjese el periodismo de una vez de colaborar con gentes que por la millonésima parte de lo que han cometido esos depravados revestidos de solemnidad, muchos están de por vida en la cárcel o han sido o van a ser ejecutados. Titule cada día con letras gruesas lo que el pueblo (al menos el pueblo no estadounidense) piensa, siente y desea para esa canalla.
Mientras no lo hagan así los articulistas y politólogos de toda laya, no dejaremos de ver en ellos y en el periodismo (ese periodismo que dijo vino a salvarnos de las mordazas de los opresores y déspotas) a los cómplices que han existido siempre al lado de los que ordenan y mandan sobre nuestras vidas. Antes solía ser un solo personaje. Hoy son muchos, solapados cobardemente unos en otros.
Mientras no lo comprenda así el periodismo de actualidad, el mundo seguirá habitado, como siempre, por miserables que deciden su destino gracias a la caja de resonancia que supone aquél, por una parte, y mayorías hoy no tan silenciosas que vociferan más allá y fuera de las urnas aunque sólo sea porque existe la Internet, sin que políticos ni periodistas les hagan maldito caso. Que no hacen caso ni esas inmensas mayorías que dan la espalda al sistema y por eso no votan... ni al sentido común.
Globalizar el sentido común es afanarse en hacer anatema de los culpables, propalar cada día que debe castigarse de una vez a los criminales yanquis que andan sueltos y ibres pero reclamados por la justicia del pueblo, por los jurados populares y por el sentido común del globo. Culpables, que encima se pavonean de sus barbaridades y se ríen en las barbas del mundo impunemente.
El pueblo ha dejado de ser un convidado de piedra y no puede ser ya interpretada su voluntad sólo a través de las urnas, pues por lo menos la mitad no se ha dejado embaucar y sabe bien que todos los que se someten a votación o elección, periodistas incluidos, son de no muy diferente calaña.
Cuando me pongo ante de un artículo sobre el "hecho americano" y lo acabo, me pongo de los nervios. Pues nunca, ingenuamente, espero el consabido argumentario repleto de ideas que al final, como mucho, han tratado a esos culpables como equivocados o irresponsables en el sentido político. Lo que espero en virtud de ese sentido común tal como todos lo entendemos, es que se diga en ese artículo, en ese titular, en esa columna lo que jamás leo: "hay que detener y someter al enjuiciamiento de un tribunal mundial a esos grandes criminales enmascarados, embozados tras el vilipendiado arte de la Politica".
¿Nos hemos topado con algún artículo de fondo o de editorial así, o parecido, en la prensa dominante? No. Pues entonces una de dos, o el pueblo sigue siendo un oligofrénicol o ellos, los periodistas que controlan el pensamiento global, son unos indecentes impostores; como lo fueron inquisiciones, torquemadas y tantos evangelizadores...
La historia del futuro se encargará de demostrarlo. Así es que o el periodismo retorna a lo que justificó su razón de ser: un contrapoder expresión del pueblo y del sentido común, o la mitad de los pueblos del mundo, que coincide con la mitad de los que en la mayoría de países "libres" no aparece nunca por las urnas, le ignorará. Y seguirán las sociedades sólo en manos de listos aunque sean al mismo tiempo débiles mentales. Fíjense lo que dice el daoísmo, una filosofía arcaica a la que tengo en cuenta a menudo: el agua es más fuerte que la piedra. Por aquí, con periodismo o sin él, debe el pueblo caminar. Y sólo por ahí podrá acabar venciendo.
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