08 noviembre 2006

Pensamientos mutilados

Discurrir hoy día sobre la realidad -cualquier realidad cer­cana o global- sin tener vivamente presente el inminente futuro; es decir, no tener conciencia de que la Tierra es un planeta moribundo, es haberse hecho ablación de un lóbulo frontal para no deprimirse...

Es cierto. Es sensato no obsesionarse por lo que pueda suceder mañana. Pero una cosa es la obsesión y otra, cuando hay signos tan claros de entropía, expresarse sobre el presente sin tener en cuenta las consecuencias de lo que tratamos hoy en función de las disfunciones que ese futuro inmediato nos habrán de deparar. La planificación econó­mica, por ejemplo, prácticamente nula en el sistema liberal a diferencia del sistema intervencionista, no calcula los efec­tos del cambio climático e ignora el riesgo. Por eso proyecta urbanizaciones en lugares desérticos, grandes consumido­ras de agua; por eso hace cálculos macrofinancieros, planes a largo plazo de todo tipo, de producción y consumo, sin considerar los efectos gravísimos que sobre todo ello se produ­cirá no con probabilidad, sino con seguridad. Sólo se puede reflexio­nar hoy como si el mañana no existiese, si habla­mos en preté­rito, de Historia...

He leído al completo un compendio periodístico titulado "Las ideas que mueven el mundo", con una docena de artí­culos firmados por autores de postín. Y es relativamente cu­rioso -relativamente porque como dijo el emperador Marco Aurelio: "Quien ha visto desde el alba a la noche un día del hombre, los ha visto todos"- que ninguno de los articulistas apenas toque el aspecto crucial del fin no ya de la historia, sino de las fuentes de la vida, de la vida misma que aparece en el horizonte inmediato entre luces pálidas y negras som­bras. Y es que si los españoles se ca­racterizan en general por su despreocupación, por su inclinación a improvisar, los in­telectuales españoles, o los que pasan por tales, son más dile­tantes que capaces de mover el mundo. Veamos esta plé­yade que forma parte de los colaboradores del com­pen­dio periodístico a que me refiero:

Savater, catedrático de Filosofía de la UCM; Antonio Elorza, catedrático de la Historia del Pensamiento Político de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UCM; Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía Moral y Política de la UNED; Joaquín Estefanía, ex director de El País; Josep Ramoneda, director del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona... Y por fin, Wagensberg, director del Museo de Ciencia CosmoCaixa de Barcelona.

Pues bien, a excepción de éste último, Wagensberg, que en su contexto alude significativamente al “desastre" que asoma -y por eso mismo él constituye la excepción a los efectos que trato de destacar aquí-, los demás desvinculan absolutamente sus tesis de un mañana obviamente oscuro. Como si sus premisas y divagaciones no tuvieran nada que ver con el mañana cuando están tratando, nada menos, que de "ideas que mueven al mundo". Pues si las ideas que mueven al mundo prescinden del futuro a la vuelta de la es­quina, bien porque problematiza el razonamiento a sus pen­sadores o por igno­rancia supina, aviados estamos: no serán las ideas de esos ilustres de las que puedan realmente mo­ver algo, y menos el mundo.

Pueden suceder dos cosas: que lo inhiban deliberada­mente para facilitarse su literatura, o que lo inhiban por in­capacidad manifiesta. Es muy arduo para un intelectual -como lo es para un tabaquista dejar de fumar de repente dos cajetillas diarias- pensar sin los parámetros y ortodoxias que funcionan en ellos como piedras filosofales. Y menos si lo que les preocupa es no pasar por excéntricos o hetero­doxos.

Por ejemplo, Estefanía afirma en su artículo que con la caída de Berlín se "autodestruyó el socialismo real". Esto no tiene que ver con el futuro en cierto modo, pero sí su pro­yección. ¿Qué le autoriza a hacer tan rotunda afirmación cuando el socialismo real sigue (en el caso de China des­arrollándose libremente como estaba previsto) en tres paí­ses, y otros an­dan buscando incluso en él "la solución" que no encuentran, hartos ya, en el neoliberalismo destructor? Amelia Valcárcel vaticina pese a todo que "Nada ni nadie evitará el choque (de civilizaciones) como tampoco asegura la victoria". ¿Llama choque a lo que, si se produce, será el impacto de una locomotora contra un muro de papel? El ar­tículo de Savater es, como siempre, un juego floral. Divaga. No mueve nada ni mueve a nada. Ya tiene bastante con su "Basta". Elorza apunta al error, según él, de la utopía liberal de Fukuyama pero sin aludir al fin de la Historia por este otro lado del desastre humano provocado por él mismo... Y todos así, expresándose en parecidos y relamidos términos. Me refiero a los más conocidos, pero también hay otros artí­culos en el mismo dossier de colabo­radores de segunda fila que, como no podían ser menos, adolecen de lo mismo. Quizá por eso les han dado cancha en el periódico...

Porque ese futuro cercano, que se toca con la mano, está ligado al vuelco del clima: un hecho que ya no es una con­jetura. Y también con la amenaza creciente de la deflagra­ción nuclear. Hechos, uno diagnosticado ya, y el otro proba­ble, que son determinantes de variables profundas de todo género, desde el biológico hasta el económico, pasando por lo social y lo antropológico. En las so­ciedades humanas va a reper­cutir lo suficiente como para ser el hipotético verdadero fin de la historia, y no como lo concibe Fukuyama que ya se declara a sí mismo equivocado. Va a repercutir, para re­examinar si ha fracasado el socialismo real o hay que volver a él, para valorar el sentido de la especulación filosófica, para conjeturar si el predecible choque de civiliza­ciones no será más bien un ata­que desquiciado y gra­tuito, de Estados Unidos, como desquiciadas y gratuitas han sido las dos ocupa­ciones armadas de sendos países asiáticos...

Lo que es indudable es que el mundo no es lo que era en la materia trascendental de su propia supervivencia bioló­gica, no la inorgánica que está a salvo. Planea una heca­tombe atómica como amenaza "razonable". Y no es que lo futurible haya de ser inherente a todo pensamiento explícito y menos asociado al presente, pero las reservas prudentes a que obliga todo pensamiento que se precie, sí es algo que intelectivamente acredita o desacredita al pensador. Y los relacionados al principio, salvo Jorge Wagensberg, son es­cribidores mutilados del espíritu y del seso.

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