Discurrir hoy día sobre la realidad -cualquier realidad cercana o global- sin tener vivamente presente el inminente futuro; es decir, no tener conciencia de que la Tierra es un planeta moribundo, es haberse hecho ablación de un lóbulo frontal para no deprimirse...
Es cierto. Es sensato no obsesionarse por lo que pueda suceder mañana. Pero una cosa es la obsesión y otra, cuando hay signos tan claros de entropía, expresarse sobre el presente sin tener en cuenta las consecuencias de lo que tratamos hoy en función de las disfunciones que ese futuro inmediato nos habrán de deparar. La planificación económica, por ejemplo, prácticamente nula en el sistema liberal a diferencia del sistema intervencionista, no calcula los efectos del cambio climático e ignora el riesgo. Por eso proyecta urbanizaciones en lugares desérticos, grandes consumidoras de agua; por eso hace cálculos macrofinancieros, planes a largo plazo de todo tipo, de producción y consumo, sin considerar los efectos gravísimos que sobre todo ello se producirá no con probabilidad, sino con seguridad. Sólo se puede reflexionar hoy como si el mañana no existiese, si hablamos en pretérito, de Historia...
He leído al completo un compendio periodístico titulado "Las ideas que mueven el mundo", con una docena de artículos firmados por autores de postín. Y es relativamente curioso -relativamente porque como dijo el emperador Marco Aurelio: "Quien ha visto desde el alba a la noche un día del hombre, los ha visto todos"- que ninguno de los articulistas apenas toque el aspecto crucial del fin no ya de la historia, sino de las fuentes de la vida, de la vida misma que aparece en el horizonte inmediato entre luces pálidas y negras sombras. Y es que si los españoles se caracterizan en general por su despreocupación, por su inclinación a improvisar, los intelectuales españoles, o los que pasan por tales, son más diletantes que capaces de mover el mundo. Veamos esta pléyade que forma parte de los colaboradores del compendio periodístico a que me refiero:
Savater, catedrático de Filosofía de la UCM; Antonio Elorza, catedrático de la Historia del Pensamiento Político de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UCM; Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía Moral y Política de la UNED; Joaquín Estefanía, ex director de El País; Josep Ramoneda, director del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona... Y por fin, Wagensberg, director del Museo de Ciencia CosmoCaixa de Barcelona.
Pues bien, a excepción de éste último, Wagensberg, que en su contexto alude significativamente al “desastre" que asoma -y por eso mismo él constituye la excepción a los efectos que trato de destacar aquí-, los demás desvinculan absolutamente sus tesis de un mañana obviamente oscuro. Como si sus premisas y divagaciones no tuvieran nada que ver con el mañana cuando están tratando, nada menos, que de "ideas que mueven al mundo". Pues si las ideas que mueven al mundo prescinden del futuro a la vuelta de la esquina, bien porque problematiza el razonamiento a sus pensadores o por ignorancia supina, aviados estamos: no serán las ideas de esos ilustres de las que puedan realmente mover algo, y menos el mundo.
Pueden suceder dos cosas: que lo inhiban deliberadamente para facilitarse su literatura, o que lo inhiban por incapacidad manifiesta. Es muy arduo para un intelectual -como lo es para un tabaquista dejar de fumar de repente dos cajetillas diarias- pensar sin los parámetros y ortodoxias que funcionan en ellos como piedras filosofales. Y menos si lo que les preocupa es no pasar por excéntricos o heterodoxos.
Por ejemplo, Estefanía afirma en su artículo que con la caída de Berlín se "autodestruyó el socialismo real". Esto no tiene que ver con el futuro en cierto modo, pero sí su proyección. ¿Qué le autoriza a hacer tan rotunda afirmación cuando el socialismo real sigue (en el caso de China desarrollándose libremente como estaba previsto) en tres países, y otros andan buscando incluso en él "la solución" que no encuentran, hartos ya, en el neoliberalismo destructor? Amelia Valcárcel vaticina pese a todo que "Nada ni nadie evitará el choque (de civilizaciones) como tampoco asegura la victoria". ¿Llama choque a lo que, si se produce, será el impacto de una locomotora contra un muro de papel? El artículo de Savater es, como siempre, un juego floral. Divaga. No mueve nada ni mueve a nada. Ya tiene bastante con su "Basta". Elorza apunta al error, según él, de la utopía liberal de Fukuyama pero sin aludir al fin de la Historia por este otro lado del desastre humano provocado por él mismo... Y todos así, expresándose en parecidos y relamidos términos. Me refiero a los más conocidos, pero también hay otros artículos en el mismo dossier de colaboradores de segunda fila que, como no podían ser menos, adolecen de lo mismo. Quizá por eso les han dado cancha en el periódico...
Porque ese futuro cercano, que se toca con la mano, está ligado al vuelco del clima: un hecho que ya no es una conjetura. Y también con la amenaza creciente de la deflagración nuclear. Hechos, uno diagnosticado ya, y el otro probable, que son determinantes de variables profundas de todo género, desde el biológico hasta el económico, pasando por lo social y lo antropológico. En las sociedades humanas va a repercutir lo suficiente como para ser el hipotético verdadero fin de la historia, y no como lo concibe Fukuyama que ya se declara a sí mismo equivocado. Va a repercutir, para reexaminar si ha fracasado el socialismo real o hay que volver a él, para valorar el sentido de la especulación filosófica, para conjeturar si el predecible choque de civilizaciones no será más bien un ataque desquiciado y gratuito, de Estados Unidos, como desquiciadas y gratuitas han sido las dos ocupaciones armadas de sendos países asiáticos...
Lo que es indudable es que el mundo no es lo que era en la materia trascendental de su propia supervivencia biológica, no la inorgánica que está a salvo. Planea una hecatombe atómica como amenaza "razonable". Y no es que lo futurible haya de ser inherente a todo pensamiento explícito y menos asociado al presente, pero las reservas prudentes a que obliga todo pensamiento que se precie, sí es algo que intelectivamente acredita o desacredita al pensador. Y los relacionados al principio, salvo Jorge Wagensberg, son escribidores mutilados del espíritu y del seso.
Es cierto. Es sensato no obsesionarse por lo que pueda suceder mañana. Pero una cosa es la obsesión y otra, cuando hay signos tan claros de entropía, expresarse sobre el presente sin tener en cuenta las consecuencias de lo que tratamos hoy en función de las disfunciones que ese futuro inmediato nos habrán de deparar. La planificación económica, por ejemplo, prácticamente nula en el sistema liberal a diferencia del sistema intervencionista, no calcula los efectos del cambio climático e ignora el riesgo. Por eso proyecta urbanizaciones en lugares desérticos, grandes consumidoras de agua; por eso hace cálculos macrofinancieros, planes a largo plazo de todo tipo, de producción y consumo, sin considerar los efectos gravísimos que sobre todo ello se producirá no con probabilidad, sino con seguridad. Sólo se puede reflexionar hoy como si el mañana no existiese, si hablamos en pretérito, de Historia...
He leído al completo un compendio periodístico titulado "Las ideas que mueven el mundo", con una docena de artículos firmados por autores de postín. Y es relativamente curioso -relativamente porque como dijo el emperador Marco Aurelio: "Quien ha visto desde el alba a la noche un día del hombre, los ha visto todos"- que ninguno de los articulistas apenas toque el aspecto crucial del fin no ya de la historia, sino de las fuentes de la vida, de la vida misma que aparece en el horizonte inmediato entre luces pálidas y negras sombras. Y es que si los españoles se caracterizan en general por su despreocupación, por su inclinación a improvisar, los intelectuales españoles, o los que pasan por tales, son más diletantes que capaces de mover el mundo. Veamos esta pléyade que forma parte de los colaboradores del compendio periodístico a que me refiero:
Savater, catedrático de Filosofía de la UCM; Antonio Elorza, catedrático de la Historia del Pensamiento Político de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UCM; Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía Moral y Política de la UNED; Joaquín Estefanía, ex director de El País; Josep Ramoneda, director del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona... Y por fin, Wagensberg, director del Museo de Ciencia CosmoCaixa de Barcelona.
Pues bien, a excepción de éste último, Wagensberg, que en su contexto alude significativamente al “desastre" que asoma -y por eso mismo él constituye la excepción a los efectos que trato de destacar aquí-, los demás desvinculan absolutamente sus tesis de un mañana obviamente oscuro. Como si sus premisas y divagaciones no tuvieran nada que ver con el mañana cuando están tratando, nada menos, que de "ideas que mueven al mundo". Pues si las ideas que mueven al mundo prescinden del futuro a la vuelta de la esquina, bien porque problematiza el razonamiento a sus pensadores o por ignorancia supina, aviados estamos: no serán las ideas de esos ilustres de las que puedan realmente mover algo, y menos el mundo.
Pueden suceder dos cosas: que lo inhiban deliberadamente para facilitarse su literatura, o que lo inhiban por incapacidad manifiesta. Es muy arduo para un intelectual -como lo es para un tabaquista dejar de fumar de repente dos cajetillas diarias- pensar sin los parámetros y ortodoxias que funcionan en ellos como piedras filosofales. Y menos si lo que les preocupa es no pasar por excéntricos o heterodoxos.
Por ejemplo, Estefanía afirma en su artículo que con la caída de Berlín se "autodestruyó el socialismo real". Esto no tiene que ver con el futuro en cierto modo, pero sí su proyección. ¿Qué le autoriza a hacer tan rotunda afirmación cuando el socialismo real sigue (en el caso de China desarrollándose libremente como estaba previsto) en tres países, y otros andan buscando incluso en él "la solución" que no encuentran, hartos ya, en el neoliberalismo destructor? Amelia Valcárcel vaticina pese a todo que "Nada ni nadie evitará el choque (de civilizaciones) como tampoco asegura la victoria". ¿Llama choque a lo que, si se produce, será el impacto de una locomotora contra un muro de papel? El artículo de Savater es, como siempre, un juego floral. Divaga. No mueve nada ni mueve a nada. Ya tiene bastante con su "Basta". Elorza apunta al error, según él, de la utopía liberal de Fukuyama pero sin aludir al fin de la Historia por este otro lado del desastre humano provocado por él mismo... Y todos así, expresándose en parecidos y relamidos términos. Me refiero a los más conocidos, pero también hay otros artículos en el mismo dossier de colaboradores de segunda fila que, como no podían ser menos, adolecen de lo mismo. Quizá por eso les han dado cancha en el periódico...
Porque ese futuro cercano, que se toca con la mano, está ligado al vuelco del clima: un hecho que ya no es una conjetura. Y también con la amenaza creciente de la deflagración nuclear. Hechos, uno diagnosticado ya, y el otro probable, que son determinantes de variables profundas de todo género, desde el biológico hasta el económico, pasando por lo social y lo antropológico. En las sociedades humanas va a repercutir lo suficiente como para ser el hipotético verdadero fin de la historia, y no como lo concibe Fukuyama que ya se declara a sí mismo equivocado. Va a repercutir, para reexaminar si ha fracasado el socialismo real o hay que volver a él, para valorar el sentido de la especulación filosófica, para conjeturar si el predecible choque de civilizaciones no será más bien un ataque desquiciado y gratuito, de Estados Unidos, como desquiciadas y gratuitas han sido las dos ocupaciones armadas de sendos países asiáticos...
Lo que es indudable es que el mundo no es lo que era en la materia trascendental de su propia supervivencia biológica, no la inorgánica que está a salvo. Planea una hecatombe atómica como amenaza "razonable". Y no es que lo futurible haya de ser inherente a todo pensamiento explícito y menos asociado al presente, pero las reservas prudentes a que obliga todo pensamiento que se precie, sí es algo que intelectivamente acredita o desacredita al pensador. Y los relacionados al principio, salvo Jorge Wagensberg, son escribidores mutilados del espíritu y del seso.
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