Stiglitz, Nobel de Economía, acaba de publicar un libro: "Cómo hacer que funcione la globalización". Lo dedica a recetas para hacer frente al drástico cambio de clima en el planeta con el debido respeto a la Economía que ha estudiado y gracias a la que ha sido galardonado. Como si no hubiera otra técnica económica más que la del Mercado Libre...
Yo a mi vez respeto a economistas como él, Stern o el recién fallecido Friedman. Pero hasta cierto punto. Porque por muy Nobel que haya sido Stiglitz o precisamente por ello mismo, también tengo mis reservas si despojamos a su inteligencia de los afeites de la convención sobre el saber economicista. El, como los otros, profesan el democratismo, analizan el capitalismo desde el capitalismo y se guían por patrones y módulos capitalistas. Es más, ellos son, con otros ensayistas mediáticos quienes no han hecho otra cosa que apuntalarlo y propiciado el funesto neoliberalismo de los neocons.
Ahora Stiglitz, hasta proponiendo soluciones a la crisis medioambiental del planeta es incapaz de dejar a un lado la economía ortodoxa. Sin duda piensa que si rompe con ella dejaría de ser quien es. Con razón...
Los tres, Stern, Friedman y Stiglitz, son de los que, como tuvieron éxito cuando fueron bien dadas y por eso a Stiglitz el sistema democrático le premió con el Nobel, creen que los fomentos, y no la cirugía, siguen valiendo para los males extraordinarios. Muy lejos de lo que pensamos quienes no comulgamos ni con la democracia liberal ni con el mercado libre. Demasiado lejos de los que creemos que a grandes males, grandes remedios.
Se ve que Sitiglitz sigue confíando en sí mismo, en la economía tradicional y en el Poder que le invistió como sabio. Un Poder, sea el político sea el económico, tal para cual, que él debiera saber nunca responde a los especialistas de su especie -por muy Nobel que sean-, más que cuando les conviene. Mientras no propongan variables que minen tajantemente intereses de los más influyentes, todo irá bien. Pero si los afectan, ¡ay amigo!
Lo que no puede decirse es que este economista no sea coherente con el academicismo económico. Lo lleva hasta sus últimas consecuencias. Ni aun cuando están en el último tramo de su vida estos señores, en la que me encuentro yo, dudan de la oportunidad y de la eficacia de sus recomendaciones de manual. Es lo que yo llamo estar atrapados en la época en que se vive, en profesar los dogmas de la cuna. De lo “correcto” –en este caso lo económicamente correcto- no pueden despojarse los grandes hombres, aun economistas, ni al final de sus días. ¿Cree realmente Stiglitz que vayan a hacerle caso y que sea lo que propone una solución?¿o no tiene más remedio que creerlo hasta el último suspiro? La solución que propone: “el que contamina paga” es a todas luces incompatible con el mecanismo económico en general capitalista. Luego diré por qué.
Porque si Stiglitz se considera en la obligación de hacerse eco de las alarmas de la Ciencia repartiendo recetas economicistas para encarar el futuro, no creo que sea tan ingenuo que confíe en que el sistema económico que ha reforzado (gracias a lo que él y Friedman obtuvieron el premio Nobel), vaya a hacerle algún caso. No es posible la sinergia repentina, que es lo que imperiosamente se exige y lo único que aportaría eficacia a la propuesta.
Los que no vemos la Economía desde la perspectiva del Nobel en la que caben máximas como "El que contamina paga" (como "el que deposita la fianza se libra de la cárcel"), pensamos que ellas y otras parecidas son justamente las que nos han traido hasta aquí y van a estrellar al mundo contra la fatalidad. "El que contamina paga" es lo que recomienda con énfasis Stiglitz en su último libro. Pero no creemos que en modo alguno la tabla de salvación esté en ello. Y no lo creemos sencillamente porque los que arruinan el capitalismo son justo los capitalistas y luego los teóricos del capitalismo como él, Friedman, Stern... Pagar por contaminar no es problema. Simplemente porque es cuestión de “hacer Caja”. Los rendimientos de la contaminación estarán siempre muy por encima de la multa. Si por contaminar me cuesta 50 pero gano 100, todavía gano 50. Es decir, compensa contaminar pese a la multa. Salvo que la multa sea de tal envergadura que el contaminador no pueda pagarla más que declarándose en quiebra. Esto también es de Alta Economía. Pero esto, sr. Stiglitz, vd. sabe muy bien que la misma Economía que le dio el Nobel no va a permitirlo.
El único de los economistas que tiene conciencia y valoraciones aparte, y me parece que no es Nobel, es Jeremy Rifkin. Pero Rifkin no se une a ese lenguaje relamido de soluciones de naftalina y de autoengaño.
No. Nos encontramos en un momento crucial en el que, desde una perspectiva mucho más amplia que la esclerotizada que ofrece la macroeconomía de mercado, la de Stiglitz, el lema es bien otro: "El que contamina, a la cárcel de por vida". (Lo mismo que en el orden social: "el que tiene dinero para depositar fianzas, a la cárcel porque el disponer de él prueba que lo ha conseguido a través del delito que se va a juzgar"). Y así sucesivamente...
El mundo no puede seguir exigiendo libertad y abonando libertad a manos llenas. El mundo inteligente no puede seguir confiando en una "buena voluntad" que no aparece por ninguna parte entre los intersicios del Poder en asuntos gravísimos. Ni el mundo ni Stiglitz pueden caer en la miserable ingenuidad de creer en el esfuerzo de los dueños del mundo que constituyen una tupida red. Red de enormes propietarios, de grandes contaminadores, de grandes ladrones, de grandes genocidas, de grandes delincuentes; unos añadiendo a su depredación toneladas de charlatanería, y otros con silencio sepulcral. Pero todos conduciendo a la humanidad a donde, si la hubieran consultado, no querría ir...
Son encomiables por su rigor, sencillez y razonabilidad al mismo tiempo los diagnósticos y propuestas de Stern y Stiglitz, ambos ex directores del Banco Mundial -aquél británico y éste estadounidense- para retrasar, más que remediar, los funestos efectos del cambio climático. Pero suenan a homilías del predicador que se las da de bueno y avisado, sabiendo a ciencia cierta que sus prédicas van a caer en saco roto. Y digo esto porque ellos, Stiglitz y Stern, cultivadores del capitalismo que quieren reformar cuando ya es tarde, señalan disfunciones en la inteligencia global que son a todas luces incurables. Pues disfunciones de la inteligencia, y peor, del instinto, son las que Stiglitz recoge en su obra: En "el sistema" a) "se prima con subsidios a las industrias de gas y el petróleo", b) "algunas empresas celebran que el casquete polar se derrita porque disminuirá los costes de extraer el petróleo existente bajo el océano Artico", c) "Exxon financia a grupos de estudios para minar la confianza en la ciencia que se ocupa del calentamiento global, del mismo modo que la industria del tabaco financia investigaciones para poner en duda datos estadísticos que mostrasen la no relación entre tabaco y cáncer"; etc, etc.
Y con esta mentalidad en los núcleos del motor económico capitalista ¿acaso ve Stiglitz algún signo esperanzador de que la condición de quienes dominan el capitalismo, pueda cambiar? Cuando no se ha modificado la política impositiva en este sentido, que desde hace años era ya lo más razonable, ¿van a cambiar ahora de golpe y porrazo los gobiernos y empresas devastadores, los intereses financieros de quienes detentan todo el poderío económico, el político, el financiero, el industrial y el militar, por mucho peligro que vean en el horizonte? En modo alguno.
Los supercerebros científicos, los cerebros economistas, los eticistas y los religiosos dan las recetas: "hay que hacer esto y lo otro, hemos de ser buenos porque si no contraeremos enfermedades terribles o iremos al infierno; la democracia es la mejor opción porque brilla la libertad y "sólo" en ellas se respetan los derechos humanos. Sed buenos, honestos, y mirad por el bien de todos...
¿Quiere Stiglitz imbuir a los lectores de sus libros de todas esas medidas que propone, cuando los lectores comunes nada pueden hacer, y los destinatarios directos, febriles, esquizofrénicos, presos de la avidez, de la codicia, de la patología del poseer y poseer, hacen oídos sordos a todo lo que no sea satisfacerse? Porque a quien hay que concienciar precisamente es a ellos, a quienes no leen absolutamente nada y son los que causan los desastres sobre los que los teóricos alertan y acerca de los que Stiglitz propone fórmulas para evitarlos o aliviarlos...
El estado de cosas en el mundo relacionadas con el cambio climático es incompatible con la libertad. Métasenlo en la cabeza esos cerebros lúcidos de la Economía que la conciben en clave exclusivamente capitalista y de mercado libre aunque saben también que hasta esto de la libertad en el mercado es falso; que sólo es libre... en lo superfluo.
El espíritu ¿podrá más que el cuerpo? La inteligencia individual ¿podrá más que el instinto? El amor a los demás ¿podrá más que el amor a sí mismo? La inteligencia colectiva ¿podrá más que la que reside en el grupo, en la facción, en la mafia? No. Nada de eso cambiará por las buenas. Cuando se hacen guerras -que no lo son por su asimetría- basadas en mentiras y para robar; cuando los grandes intereses se vienen comportando así con la obsesiva intención de conseguir más y más beneficios ciegamente, como "manda el mercado", ¿quién confiará en que los predicadores religiosos, los eticistas, los juiciosos, los premio Nobel puedan cambiar lo que sólo la iluminación del cielo podría conseguir?
Es lógico que, al igual que yo ahora escribo (aunque en mi caso sin proyección alguna en el concierto de la conciencia colectiva), ellos, los grandes especialistas y superinteligentes, sea en ciencia sea en economía, tengan el mismo propósito: escribir, por deber de conciencia y por confiar en que alguien les haga caso. Vana idea. Si la economía y los economistas pudieran cambiar las cosas del mundo “libre”, ya hubiera copiado todo el mundo la fórmula hace mucho tiempo. Los economistas no hacen más que ensayar y ensayar de probeta en probeta, de matraz en matraz. Y todo acaba en eso, en mero ensayo. No comprendo cómo se les puede dar premios universales cuando lo que hacen es proponer siempre mecanismos que acaban por enriquecer más a los ricos y empobrecer más a los pobres.
Quienes se comportan como lo vienen haciendo en guerras, quienes vienen emitiendo sin pausa CO², quienes celebran el derretimiento del casquete polar, etc. son los mismos que están dispuestos a desencadenar una guerra aunque sea mundial, con tal de que no les apabullen los tributos o de que no les retiren los subsidios. Y quienes debieran retirárselos, como propone Stiglitz en su libro, son justamente los que les han hecho caso en lo que les convino y luego han ido raudos a arrasar, como Atila, la cuna de la civilización por un puñado de lentejas con una sarta de mentiras.
He asistido a lo largo de mi vida a casos de quiebras y suspensiones de pagos que se permitían cínicamente muchos empresarios con tal de no ceder un solo punto en el alza del salario de sus empleados.... ¿Quién creerá que puedan hacerles caso a estas lumbreras mientras la libertad de los más fuertes sea más sagrada que la biosfera?
Este es el drama humano: que con libertad que secuestran en todos los países unos cuantos, y en uno solo la que provoca el desequilibrio del mundo entero, no se puede ni reformar ni frenar al nivel que Stiglitz propone. De ahí que algunos, que sabemos bien que eso es así, apostemos por el puñetazo en la mesa y por el sistema totalitario que no haga concesiones en el manejo de la nave, para salvar al mundo y salvarnos todos. De otro modo no hay nada qué hacer. Las prédicas de estos cerebros formados en la ortodoxia capitalista, tampoco. Son puro divertimento, ediciones y ediciones de libros que precisamente sólo leemos quienes no los precisamos.
Nota.- (!Ah, por cierto¡ ¿por qué no se le ha ocurrido a Stiglitz consultar con un economista chino a ver qué piensa sobre cómo salvar al planeta? Aunque no sea un Nobel como él, seguro que tiene buenas ideas en nombre de más de mil millones de seres -el doble de la población estadounidense- que no es probable que puedan estar de plano equivocados)
Yo a mi vez respeto a economistas como él, Stern o el recién fallecido Friedman. Pero hasta cierto punto. Porque por muy Nobel que haya sido Stiglitz o precisamente por ello mismo, también tengo mis reservas si despojamos a su inteligencia de los afeites de la convención sobre el saber economicista. El, como los otros, profesan el democratismo, analizan el capitalismo desde el capitalismo y se guían por patrones y módulos capitalistas. Es más, ellos son, con otros ensayistas mediáticos quienes no han hecho otra cosa que apuntalarlo y propiciado el funesto neoliberalismo de los neocons.
Ahora Stiglitz, hasta proponiendo soluciones a la crisis medioambiental del planeta es incapaz de dejar a un lado la economía ortodoxa. Sin duda piensa que si rompe con ella dejaría de ser quien es. Con razón...
Los tres, Stern, Friedman y Stiglitz, son de los que, como tuvieron éxito cuando fueron bien dadas y por eso a Stiglitz el sistema democrático le premió con el Nobel, creen que los fomentos, y no la cirugía, siguen valiendo para los males extraordinarios. Muy lejos de lo que pensamos quienes no comulgamos ni con la democracia liberal ni con el mercado libre. Demasiado lejos de los que creemos que a grandes males, grandes remedios.
Se ve que Sitiglitz sigue confíando en sí mismo, en la economía tradicional y en el Poder que le invistió como sabio. Un Poder, sea el político sea el económico, tal para cual, que él debiera saber nunca responde a los especialistas de su especie -por muy Nobel que sean-, más que cuando les conviene. Mientras no propongan variables que minen tajantemente intereses de los más influyentes, todo irá bien. Pero si los afectan, ¡ay amigo!
Lo que no puede decirse es que este economista no sea coherente con el academicismo económico. Lo lleva hasta sus últimas consecuencias. Ni aun cuando están en el último tramo de su vida estos señores, en la que me encuentro yo, dudan de la oportunidad y de la eficacia de sus recomendaciones de manual. Es lo que yo llamo estar atrapados en la época en que se vive, en profesar los dogmas de la cuna. De lo “correcto” –en este caso lo económicamente correcto- no pueden despojarse los grandes hombres, aun economistas, ni al final de sus días. ¿Cree realmente Stiglitz que vayan a hacerle caso y que sea lo que propone una solución?¿o no tiene más remedio que creerlo hasta el último suspiro? La solución que propone: “el que contamina paga” es a todas luces incompatible con el mecanismo económico en general capitalista. Luego diré por qué.
Porque si Stiglitz se considera en la obligación de hacerse eco de las alarmas de la Ciencia repartiendo recetas economicistas para encarar el futuro, no creo que sea tan ingenuo que confíe en que el sistema económico que ha reforzado (gracias a lo que él y Friedman obtuvieron el premio Nobel), vaya a hacerle algún caso. No es posible la sinergia repentina, que es lo que imperiosamente se exige y lo único que aportaría eficacia a la propuesta.
Los que no vemos la Economía desde la perspectiva del Nobel en la que caben máximas como "El que contamina paga" (como "el que deposita la fianza se libra de la cárcel"), pensamos que ellas y otras parecidas son justamente las que nos han traido hasta aquí y van a estrellar al mundo contra la fatalidad. "El que contamina paga" es lo que recomienda con énfasis Stiglitz en su último libro. Pero no creemos que en modo alguno la tabla de salvación esté en ello. Y no lo creemos sencillamente porque los que arruinan el capitalismo son justo los capitalistas y luego los teóricos del capitalismo como él, Friedman, Stern... Pagar por contaminar no es problema. Simplemente porque es cuestión de “hacer Caja”. Los rendimientos de la contaminación estarán siempre muy por encima de la multa. Si por contaminar me cuesta 50 pero gano 100, todavía gano 50. Es decir, compensa contaminar pese a la multa. Salvo que la multa sea de tal envergadura que el contaminador no pueda pagarla más que declarándose en quiebra. Esto también es de Alta Economía. Pero esto, sr. Stiglitz, vd. sabe muy bien que la misma Economía que le dio el Nobel no va a permitirlo.
El único de los economistas que tiene conciencia y valoraciones aparte, y me parece que no es Nobel, es Jeremy Rifkin. Pero Rifkin no se une a ese lenguaje relamido de soluciones de naftalina y de autoengaño.
No. Nos encontramos en un momento crucial en el que, desde una perspectiva mucho más amplia que la esclerotizada que ofrece la macroeconomía de mercado, la de Stiglitz, el lema es bien otro: "El que contamina, a la cárcel de por vida". (Lo mismo que en el orden social: "el que tiene dinero para depositar fianzas, a la cárcel porque el disponer de él prueba que lo ha conseguido a través del delito que se va a juzgar"). Y así sucesivamente...
El mundo no puede seguir exigiendo libertad y abonando libertad a manos llenas. El mundo inteligente no puede seguir confiando en una "buena voluntad" que no aparece por ninguna parte entre los intersicios del Poder en asuntos gravísimos. Ni el mundo ni Stiglitz pueden caer en la miserable ingenuidad de creer en el esfuerzo de los dueños del mundo que constituyen una tupida red. Red de enormes propietarios, de grandes contaminadores, de grandes ladrones, de grandes genocidas, de grandes delincuentes; unos añadiendo a su depredación toneladas de charlatanería, y otros con silencio sepulcral. Pero todos conduciendo a la humanidad a donde, si la hubieran consultado, no querría ir...
Son encomiables por su rigor, sencillez y razonabilidad al mismo tiempo los diagnósticos y propuestas de Stern y Stiglitz, ambos ex directores del Banco Mundial -aquél británico y éste estadounidense- para retrasar, más que remediar, los funestos efectos del cambio climático. Pero suenan a homilías del predicador que se las da de bueno y avisado, sabiendo a ciencia cierta que sus prédicas van a caer en saco roto. Y digo esto porque ellos, Stiglitz y Stern, cultivadores del capitalismo que quieren reformar cuando ya es tarde, señalan disfunciones en la inteligencia global que son a todas luces incurables. Pues disfunciones de la inteligencia, y peor, del instinto, son las que Stiglitz recoge en su obra: En "el sistema" a) "se prima con subsidios a las industrias de gas y el petróleo", b) "algunas empresas celebran que el casquete polar se derrita porque disminuirá los costes de extraer el petróleo existente bajo el océano Artico", c) "Exxon financia a grupos de estudios para minar la confianza en la ciencia que se ocupa del calentamiento global, del mismo modo que la industria del tabaco financia investigaciones para poner en duda datos estadísticos que mostrasen la no relación entre tabaco y cáncer"; etc, etc.
Y con esta mentalidad en los núcleos del motor económico capitalista ¿acaso ve Stiglitz algún signo esperanzador de que la condición de quienes dominan el capitalismo, pueda cambiar? Cuando no se ha modificado la política impositiva en este sentido, que desde hace años era ya lo más razonable, ¿van a cambiar ahora de golpe y porrazo los gobiernos y empresas devastadores, los intereses financieros de quienes detentan todo el poderío económico, el político, el financiero, el industrial y el militar, por mucho peligro que vean en el horizonte? En modo alguno.
Los supercerebros científicos, los cerebros economistas, los eticistas y los religiosos dan las recetas: "hay que hacer esto y lo otro, hemos de ser buenos porque si no contraeremos enfermedades terribles o iremos al infierno; la democracia es la mejor opción porque brilla la libertad y "sólo" en ellas se respetan los derechos humanos. Sed buenos, honestos, y mirad por el bien de todos...
¿Quiere Stiglitz imbuir a los lectores de sus libros de todas esas medidas que propone, cuando los lectores comunes nada pueden hacer, y los destinatarios directos, febriles, esquizofrénicos, presos de la avidez, de la codicia, de la patología del poseer y poseer, hacen oídos sordos a todo lo que no sea satisfacerse? Porque a quien hay que concienciar precisamente es a ellos, a quienes no leen absolutamente nada y son los que causan los desastres sobre los que los teóricos alertan y acerca de los que Stiglitz propone fórmulas para evitarlos o aliviarlos...
El estado de cosas en el mundo relacionadas con el cambio climático es incompatible con la libertad. Métasenlo en la cabeza esos cerebros lúcidos de la Economía que la conciben en clave exclusivamente capitalista y de mercado libre aunque saben también que hasta esto de la libertad en el mercado es falso; que sólo es libre... en lo superfluo.
El espíritu ¿podrá más que el cuerpo? La inteligencia individual ¿podrá más que el instinto? El amor a los demás ¿podrá más que el amor a sí mismo? La inteligencia colectiva ¿podrá más que la que reside en el grupo, en la facción, en la mafia? No. Nada de eso cambiará por las buenas. Cuando se hacen guerras -que no lo son por su asimetría- basadas en mentiras y para robar; cuando los grandes intereses se vienen comportando así con la obsesiva intención de conseguir más y más beneficios ciegamente, como "manda el mercado", ¿quién confiará en que los predicadores religiosos, los eticistas, los juiciosos, los premio Nobel puedan cambiar lo que sólo la iluminación del cielo podría conseguir?
Es lógico que, al igual que yo ahora escribo (aunque en mi caso sin proyección alguna en el concierto de la conciencia colectiva), ellos, los grandes especialistas y superinteligentes, sea en ciencia sea en economía, tengan el mismo propósito: escribir, por deber de conciencia y por confiar en que alguien les haga caso. Vana idea. Si la economía y los economistas pudieran cambiar las cosas del mundo “libre”, ya hubiera copiado todo el mundo la fórmula hace mucho tiempo. Los economistas no hacen más que ensayar y ensayar de probeta en probeta, de matraz en matraz. Y todo acaba en eso, en mero ensayo. No comprendo cómo se les puede dar premios universales cuando lo que hacen es proponer siempre mecanismos que acaban por enriquecer más a los ricos y empobrecer más a los pobres.
Quienes se comportan como lo vienen haciendo en guerras, quienes vienen emitiendo sin pausa CO², quienes celebran el derretimiento del casquete polar, etc. son los mismos que están dispuestos a desencadenar una guerra aunque sea mundial, con tal de que no les apabullen los tributos o de que no les retiren los subsidios. Y quienes debieran retirárselos, como propone Stiglitz en su libro, son justamente los que les han hecho caso en lo que les convino y luego han ido raudos a arrasar, como Atila, la cuna de la civilización por un puñado de lentejas con una sarta de mentiras.
He asistido a lo largo de mi vida a casos de quiebras y suspensiones de pagos que se permitían cínicamente muchos empresarios con tal de no ceder un solo punto en el alza del salario de sus empleados.... ¿Quién creerá que puedan hacerles caso a estas lumbreras mientras la libertad de los más fuertes sea más sagrada que la biosfera?
Este es el drama humano: que con libertad que secuestran en todos los países unos cuantos, y en uno solo la que provoca el desequilibrio del mundo entero, no se puede ni reformar ni frenar al nivel que Stiglitz propone. De ahí que algunos, que sabemos bien que eso es así, apostemos por el puñetazo en la mesa y por el sistema totalitario que no haga concesiones en el manejo de la nave, para salvar al mundo y salvarnos todos. De otro modo no hay nada qué hacer. Las prédicas de estos cerebros formados en la ortodoxia capitalista, tampoco. Son puro divertimento, ediciones y ediciones de libros que precisamente sólo leemos quienes no los precisamos.
Nota.- (!Ah, por cierto¡ ¿por qué no se le ha ocurrido a Stiglitz consultar con un economista chino a ver qué piensa sobre cómo salvar al planeta? Aunque no sea un Nobel como él, seguro que tiene buenas ideas en nombre de más de mil millones de seres -el doble de la población estadounidense- que no es probable que puedan estar de plano equivocados)
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