13 noviembre 2006

El mundo sobre verdades de papel

Decía Ortega y Gasset que hay verdades que se susten­tan en la discusión y duran sólo el transcurso de ella.

Estas de las que voy a hablar aquí no son dos ficciones, ni dos tesis. Son, como digo, dos verdades, pero dos verdades llamadas a durar lo que dure la lectura. Luego se las llevará el vendaval colectivo-mediático y se evaporarán...

ETA y el terrorismo vasco, Al Qaeda y el terrorismo inter­nacional son dos mentiras gigantescas. La mentira se dis­tingue siempre de la verdad en que la verdad es a menudo complicada de explicar, mientras que la mentira es muy sencilla: suele caber en tres palabras. En esto, en este cuasi principio se basa el libelo, la maledicencia, los chis­mes de comadres y buena parte de la historia del presente, tanto la de este país como la del mundo entero.

¿Que hay terrorismo? ¡Qué duda cabe! Siempre lo hubo. No es un fenómeno del siglo XXI. Lo que es un invento es la intensidad, la persistencia, la onda expansiva psicológica que se percute a su abrigo, las organizaciones superinteli­gentes y estables que se hacen suponer. Pues nada de esto responde a toda la verdad...

La diferencia entre ETA y Al Qaeda es que tras la inten­ción separatista genuina de ETA que se pierde en la noche del tiempo, siguió el invento hasta nuestros días. Es, en cualquier caso un invento hispano. Pero Al Qaeda lo es del ingenio neocons. Que una y otra ficción o verdad a medias matan, también es palmario. El terrorismo es el arma de los débiles. Pero lo que sucede es que si el terrorismo ocasio­nal, ahora, por ejemplo, en Irak, en Palestina, Líbano, Gaza son respuestas a una política devastadora y genocida, las acciones terroristas sobre las que se ha levantado la política nacional española y la norteamericana son aisladas y en absoluto justifican medidas y políticas que las magnifican hasta la náusea para justificar atrocidades y una geopolítica marcadamente colonial a la que a su vez aquéllas respo­den.

Unos cuantos chiflados de buena fe y otros cuantos no tan chiflados por un poco de dinero, pueden sostener el mito y con el mito otros desde los despachos mover montañas. Porque en el río re­vuelto, los pescadores con licencia echan al río muchos ce­bos. Y la pesca, que originariamente fue con caña y gusano, acaba convertida en pesca con red y técnica de arrastre. Y así sucede que, cuando los chiflados no matan por su causa, vienen los sicarios desde las cloa­cas que, por una promesa y unos denarios ponen una mo­chila aquí y una goma dos allá, sin saber siquiera lo que lle­van ni lo que su acción va a provocar. Otras veces fue el pistoletazo de un miserable que nada tenía que ver con "la causa", pero de­jando en el suelo una parabellum acullá pro­ducirá los mis­mos efectos que si hubiera sido disparado por "la causa". Al final ¡qué más da! ¿Quién se va a molestar en desdecirles, en decir: "no hemos sido nosotros, son los fas­cistas del otro lado, los centralistas"? Ni nadie les va a creer, ni nadie quiere creerlo. Y además, burla burlando les puede hasta venir bien a quienes desean separarse del Estado que así se crea. Es difícil calcular si la aprobación o desaproba­ción será eficaz para esos fines. Por eso, al final la dificultad del desmentir hace que se decanten por callar. El caso es que esta situación puede du­rar en el tejido social treinta, cincuenta años o un siglo. Mientras la idea madre dura, los gobiernos que se van sucediendo están atrapados en ella, y sus cloacas no tienen más que mantenerla como las sacer­dotisas mantenían el fuego sagrado de los dioses. Mientras tanto ellos, los políti­cos, sólo tienen que "administrar" social, económica y políticamente el ma­rasmo...

En cuanto al terrorismo internacional, tres cuartos de lo mismo. Pero, naturalmente, con su toque americano de cow boy, gansteril, dillingeriano. Personajes de leyenda tipo pe­ter pan combinados a lo halloween: Bin Laden o el mulá Omar, son suficientes para poner en marcha la ficción y tirar de la historia contemporánea hasta cansarnos. No importa que sean ya muchos los que después de Thierry Meyssan, director de la Réseau Voltaire, y entre americanos, aboga­dos, políticos y periodistas hayan puesto a descubierto que el autor más o menos intelectual, como ahora gusta decir, del 11S, fue la misma administración Bush. Porque como en el caso hispano, ¿quién tendrá la superior fuerza que haga prevalecer su tesis, prácticamente indemostrable a escala universal, sobre la teoría conspirativa nacional en un caso, e internacional en el otro; máxime cuando todos los medios día tras día la refuerzan y rentabilizan con millones de pági­nas impresas y otros millones de horas televisivas? ¿Qué se ganaría con que resplandezca la verdad verdadera si hubiese alguien capaz de desmontar urbi et orbe la sesión de ilusionismo de un tajo? El mundo mediático se vendría abajo. Y no sólo el mediático. El mundo, que ha pasado de una Era a otra a partir de una mentira, se desplomaría con efectos más perniciosos económicos que los que tendría una guerra de verdad. Conviene, pues, seguir creyendo que las cosas son como parecen y no como en el fondo son. La historia, en cualquier caso no es más que una sucesión de conspiraciones victoriosas que prevalecen unas sobre otras. No mucho más. Sólo de los hechos mate­riales, general­mente trágicos, podemos estar convencidos porque los ve­mos. Aunque en ocasiones hasta dudemos de ellos cuando nos los han pasado por la pantalla millones de veces, y hasta pueden seguir ahí las Torres Gemelas y no verlas...

Pero de quiénes sean sus autores jamás se sabrá a cien­cia cierta. Y aunque termine sabiéndose ¿qué más dará? ¿Qué más da saber treinta años después que Kissinger, tras desclasificaciones de la CIA fuese el padre del golpe Pinochet? Se le da el Premio Nobel y se lava con perfume la herida ya cicatrizada...

Hay muchos proverbios y refranes que apuntan a esto, y hay uno bien expresivo castellano: "el que dice ¡al ladrón!, ése es el ladrón"

La cosa es que la bola de nieve se hace cada vez más grande a medida que pasa el tiempo. Y aunque muchos en el mundo y en este país "sabemos" que nada (o muy poco) de lo que se dice sobre sucesos terroristas es verdad salvo el suceso trágico en sí, el mundo seguirá su singladura como si lo que sucede fuese como se relata y los autores fuesen quienes se señala. A fin de cuentas también los griegos antiguos, pese a saber que no existían sus mitos, vivían "como si existieran".

De la ETA auténtica sólo quedan hace mucho tiempo las cenizas. Lo que queda de ella son encapuchados de oca­sión y gestores de la mentira que comparten, todos bien gustosos, con el resto del país.

Al Qaeda y demás son dos artificios rellenados con la far­folla de unos cuantos chalados y de otros cuantos "profesio­nales" del crimen, para mantener el mito hasta donde y cuando haga falta: una mina inagotable que puede durar más de lo debido. O quién sabe si no meses: bastará que los demócratas yanquis vean provecho en delatar a Bush, aunque como im­perialistas que son todos ya estén prepa­rando sus propias insidias, tretas y barbaridades suavizando inicialmente la repulsiva agresividad de los republicanos neocons.

Bueno, ala, ahora volvamos a las verdades oficiales que es desde nos podemos entender y todos los círculos mediá­ticos comunicarse. Limbo donde la sociedad española y el mundo están acostumbrados a desenvolverse y sobre todo a perorar.

Pero dígase lo que se diga, yo afirmo: "eppur si muove".

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