Lo que ocurre en España en relación a la llamada corrupción urbanística no es más que un síntoma muy acusado de una enfermedad social sin cura hasta que pase mucho tiempo.
Llamamos amoral a aquella persona o grupo que no conoce o carece, personal o colectivamente, de normas de conducta razonablemente aceptadas. Llamamos inmoral a aquella persona o grupo que va en contra y eventualmente saca provecho de las normas morales dimanantes de la costumbre sin incurrir necesariamente en delito.
En los tiempos actuales España es más amoral que inmoral. No es tanto inmoral como amoral, porque la moral tradicional está periclitada. Por decir así, está "superada". Por decir de otro modo, sencillamente ya no existe... Por eso la tengo por amoral. Las normas morales ya no las dictan los clérigos, que en conjunto tampoco las tienen. Los periodistas intentan suplir su función, pero no calan sencillamente porque no existe moral laica, ni ética que no estén preñadas de retales de decálogo mosaico y de virtudes cardinales. Y como ambos, decálogo y virtudes, han entrado en barrena, no hay manera de recomponer una moral porque entre otras cosas la nueva moral necesita de mucho más tiempo del que dispone este país y esta generación...
El tránsito de la dictadura a la democracia le ha sentado muy mal en este aspecto. Políticamente, como es lógico, lo ha ganado todo. Teóricamente no hay restricciones a la libertad de expresión, a la libertad de reunión, y se supone hay respeto por los Derechos Fundamentales del hombre. Teóricamente ha irrumpido la igualdad de sexos, de clases y de categorías personales, teóricamente (todo teóricamente) desaparecidas éstas para fundirse en dos clases únicas y naturalmente contrapuestas: la plutocracia o dominio del dinero, y la populocracia o dominio de la mediocridad o espíritu del montón.
España, pues, convencionalmente, como digo, lo ganó todo en política en el año 78 con su flamante Constitución, con su flamante monarquía que la confería teórica estabilidad, con su flamante sistema económico de mercado absolutamente libre en todo producto superfluo pero férreamente intervenido en los productos básicos entre los que luce, cómo no, la energía.
Ahora bien, en el aspecto estrictamente psicosocial y social estricto, en el medioambiental, en el engranaje general que implica una interrelación de aquellas clases desaparecidas oficialmente pero preexistentes de manera larvada, la tensión ha ido en aumento. Y no sólo en esa cuestión, también entre la clase política. Con la desaparición del Centro político desapareció también la calma y el regusto encontrado años antes en la extinción de la dictadura y con la muerte del dictador. Desde entonces todo ha sido un in crescendo hacia la descomposición. Un crescendo intensificado por la bipolaridad del mundo a raíz de las intervenciones militares en Afganistán e Irak, y el desafiante remedo de política de los administradores neocons que ha dividido al planeta sin apenas, ya, posibilidad de costura. Un crescendo en rivalidad a cuya sombra y paulatinamente los adversarios políticos se han convertido en enemigos políticos; las partes del sistema productivo, capital y trabajo, nuevamente en dominadores y dominados; la religión dominante o que al menos lo fue hasta la desaparición de la dictadura, en enemiga declarada de los políticos progresistas más que de la gran política: la que piensa en “todos”, en el bien común. Los propios representantes de la religión vaticana han pasado de profesar y predicar el amor cristiano, al amor virtual a más que a la comunión de los santos al partido al que pertenecen ideológicamente... Los padres y madres, acogidos ambos a la autonomía de la voluntad que les confieren las leyes; la mujer y madre, reivindicando milenios de sometimiento al macho; el macho, retrocediendo acomplejado o ejerciendo de tal... campan por sus respetos sin a duras penas mirar a las consecuencias que sus andanzas tienen sobre la prole. Los enseñantes no saben qué hacer: si no educar porque entienden que la educación corresponde a los padres, o educar, pues si los padres no educan a sus alumnos, mal les podrán enseñar. Pero los padres no pueden ocuparse de educar a los hijos, porque ni tienen tiempo ni tienen ganas; pues educar exige tensión y paciencia, y ellos bastante tienen con trabajar o con buscar el trabajo. Y en el caso afortunado de tenerlo, bastante tienen con atender a la hipoteca virtualmente vitalicia y a la carga moral consiguiente que les pone en manos de bancos y prestamistas. El alumnado no sabe tampoco qué hacer. Pero sus dudas se disipan enseguida: el niño, el adolescente, el joven, sin dirección, salvo excepciones, ve el cielo abierto cuando sin miedo al castigo, con poco raciocinio aún y menos responsabilidad advierte que puede ejercer él también su libertad sin límites y además impunemente. La sociedad estadounidense y los caminos que sigue, les da a todos ellos la referencia aunque no la conozcan. El cine se los enseña...
Ha llegado a la sociedad española lo que en sociología se denomina anomia que, en el terreno psicosocial coincide con lo que da título a estas reflexiones: la España amoral. Una España sin normas que a la fuerza ha de conformarse con el mínimum del mínimo moral: el Código Penal.
El Código Penal, un instrumento por su parte ideado por las clases dominantes para reforzar su dominio. Un resorte gracias al cual un ratero reincidente puede pasarse su vida en la cárcel y un redomado estafador, ladrón social, de caudales públicos o de terrenos comprados a ínfimo precio luego multiplicado por cifras exponenciales, puede convertirse en un magnate al que se le abren las puertas de parlamentos, de centros de inteligencia o de círculos mediáticos aunque haya pasado unos meses en la cárcel de la que sale con la abyecta institución de la fianza. Otros pueden ser hasta protegidos y ensalzados por los murdock y similares aunque destinen todas sus energías en desacreditar a su propio país.
La prensa... ¡Qué decir de la prensa en la que al salir de la dictadura confió el pueblo que habría de representarle! La Prensa -se ha ido viendo después- está del lado del poderoso, del capital, de la banca, de las policías, de los instrumentos financieros, publicitarios y de muchas maneras represores. La Prensa, los medios en general, no tratan de proteger al pueblo, siempre de una u otra manera zarandeado. La Prensa y los medios hacen, como los políticos, del pueblo un sujeto y también objeto de consumo. Del pueblo es lo único que les interesa. En estas condiciones, donde el magma de un volcán discurre por las laderas de una montaña en erupción ¿quién se atreve a tirar la primera piedra a los miles de corruptos en materia urbanística, cuando políticos, alcaldes, arquitectos, notarios, profesionales de toda laya han creado el caldo de cultivo y contribuyen al marasmo general de una España avanzada, como Estados Unidos, en tecnología pero que vuelve poco a poco a la caverna en lo humanístico?
Todo esto es lo que se lleva hoy en España, lo que configura a la España que más allá de los muchos juiciosos, los muchos honestos, los muchos inteligentes, los muchos sensitivos que están al otro lado del velador, sobresale por encima de los países ordenados y que saben dónde les aprieta el zapato. Países que saben cómo deben comportarse en materia de moral, en materia de religión, en materia política, en materia económica, en el respeto a los demás... si bien –hay que decirlo también- todas ellas forman parte parte de un monipodio, es decir un grupo gansteril al servicio de los más pudientes y también de los más depredadores. La diferencia es que esos países a que me refiero de la Vieja Europa lo hacen todo con orden y concierto, con una moral reciclada, que es lo que a esta España amoral le falta.
¿Cuál es la salida a este desorden de cosas? Sólo la paciencia. Sólo cuando en todo el país se asienten las costumbres nuevas y habida cuenta que las leyes no crean costumbre sino que más bien van contra ellas, y calen en cada comunidad, región o nación podrán las generaciones futuras respirar un poco más de tranquilidad en un mundo social de formas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario