18 octubre 2006

Un mundo partido en dos

El papa Borgia, Alejandro VI, famoso por su vida licenciosa y corrupta, que en 1498 ordenó la ejecución del reformador de la Iglesia, el florentino Girolamo Savonarola, marcó en 1493 la denomi­nada línea de de­marcación que establecía la partición del Nuevo Mundo, su evangelización y conquista entre España y Portugal. Se trataba de una frontera imagi­naria que discu­rría de norte a sur a unas 100 leguas al oeste de las islas Azores y de las islas de Cabo Verde; to­dos los territorios al este de esta línea pertenecerían a Por­tugal, mientras que los que quedaban al oeste serían pose­siones españolas.

A partir de entonces el mundo ha estado dividido por unas u otras razones sin que ningún papa ni rey volviera a esta­ble­cer líneas de demarcación. Ha estado dividido por la fuerza militar y en función de ella. Pero nunca hubo nada, aparte la fuerza, que justificase la división. El telón de acero fue la última universal, a gran escala. Pero siempre hubo una división que no es convencional sino material. No entre comu­nistas y no comunistas, ni siquiera entre terroristas y no te­rro­ristas. Me refiero a esa división fatal entre pobres y ricos...

En efecto, el mundo está dividido, como siempre pero ahora ya fron­talmente, entre ricos por un lado y los que no lo son por el otro. Al fondo del cuadro social están los eterna y abso­luta­mente miserables, que ni llegan a fin de mes ni pueden em­pezarlo.

Hablo de un fenómeno presente en el mundo entero. Y del mundo entero tomado como la casa de todos, en tiem­pos en que las unidades de medida de las cosas que han regido si­glos y los valores morales aplicados a la política y a todo, han dado un vuelco. Ocurre en tiempos en que el planeta ha terminado siendo un prostíbulo sin alegría donde la perver­sión de la razón natural ha tomado carta de naturaleza. Véase si no cómo se agrieta el pensamiento común, al final el sentido común, y cómo retuercen los ar­gumentos más simples con todo descaro los dirigentes punteros del pla­neta... El planeta: un lugar vilmente degra­dado, que ha de­jado de ofrecer refugios hermosos para las almas margina­das que al menos podían encontrar solaz en ellos, pues ya no queda rincón de él que no presente el es­tigma de la ex­tinción. Parece que sólo quedasen ángeles desperdigados que cumplen el triste papel de testigos de excepción de cada acontecer...

El mundo está dividido. En efecto. Siempre lo estuvo con otras apariencias. Pero si en otro tiempo la fuerza bruta no precisaba explicarse: se descargaba y punto; si luego la in­noble nobleza justificaba esa misma fuerza bruta por pasa­das hazañas sangrientas de los que la ostentaban o de sus antepasados; si más tarde la fuerza militar se escudaba en la religión y en la clase eclesial, hoy ya no es posible sin ser un mentecato o un loco justificarla con apoyaturas que no sea la mentira y la tergiversación por norma. Y el pueblo ya no admite tapujos ni clasificaciones sociales que resistan el análisis para justi­ficar la división. Ya no hay ni siquiera un Dios que lo expli­que, ni voceros suyos. Sólo esos inmundos dirigentes que le invocan farisaicamente. Hay, lo que digo al principio: ricos opulentos, por un lado, y ejércitos de resig­nados o de gus­tosos por servirles, por otro.

Este mundo en dos ya no tiene disimulo aunque tratan los dominadores de que no se note. Y lo intentan de diversas maneras. Pero hay una que abstrae a todas las demás, y se manifiesta en cada coyuntura electoral. En el fondo ésta es la prueba confirmatoria de la división del mundo en ese mal contado fifty & fifty. Sea en Estados Unidos, en Boli­via, en México, en España, ahora en Ecuador... es evidente que la sociedad está dividida en dos partes muy "ajustadas" y sólo por descuidos de la derecha de los ricos, gana la iz­quierda, la cual es sometida inmediatamente a atosigante presión. Frases como "el reto es un régimen de justicia y prosperidad para todos que sepa enfrentarse a los gigan­tescos problemas que son, según los países, la inmigración o el narcotráfico, la pobreza, la violencia, la enajenación ur­bana y la del trabajo" y variantes aparecen todos los días en artículos, conferencias y libros de intelectuales, políticos, editoriales, articulistas, analistas, catedráticos de derechas y de izquierdas, conservadores y progresistas. Inútilmente. Pues año tras año todos asistimos al espectáculo de cada vez menos justicia social, cada vez más violencia, cada vez más ancho el abismo entre pobres y ricos. Nada cambia sino a peor. Por eso hace unos días, lamentándolo mucho porque nunca le había encontrado fisuras, arremetía yo co­ntra Vidal-Beneyto quien aconsejaba el aprendizaje de la democracia a México después de recono­cer que la demo­cracia neoliberal es una piltrafa; pensaba en Ernesto Kreuze, un intelectual mexicano sospechoso, e ig­noraba a Carlos Fuentes, un intelectual comprometido con la razón, la justicia y la pobreza...

Ya lo he escrito en otras ocasiones. Carece de toda lógica no ya que ganen por defecto partidos políticos que encarnan la dureza de alma, el abuso, la opresión y el privilegio de minorías frente a partidos más tolerantes y sensibles a las discriminaciones, sino que la sociedad se engaña a sí mismo fingiendo siempre un falso equilibrio decimal entre votantes. Demasiado sospechoso, grosso modo, cada evento electoralista en cada país como para ser creíble sin irregularidades y trampas...

Ecuador caerá en manos de otro facineroso opulento, cómplice del omnímodo poder estadounidense. El magnate Alvaro Noboa va a ser el nuevo socio de la derecha apabu­llante, dominadora, depredadora, dedicada a la erradica­ción, virtual en unos casos y real en otros, de las clases ne­cesitadas. Otro que se postula como mensajero de Dios, al que pone de pantalla. Como Bush. Y lo hace en Ecuador, un país degradado institucionalmente con una situación que mantiene en la pobreza y el desempleo a más de la mitad de los 13 millones millones de ecuatorianos, pese a la ri­queza petrolífera del país, que les obliga a emigrar a otros países como el nuestro. ¿Quién lo saquea?

No es asombroso que el mundo esté en manos de los po­derosos, de los que tienen las armas, de los que han blin­dado el bienestar, propio y de los suyos. Siempre lo estuvo. Lo que es asombroso es que tanto depauperado, tanto so­metido, tanto despreciado, tanto hostigado y torturado sea convencido por los medios y por los políticos -en estos tiempos en que todo se sabe y se desmenuza- de que ga­nan siempre los ricos, los fuertes y los armados porque así lo quiere el pueblo en las urnas y de paso porque lo quiere el Dios de Bush que es el mismo de Alvaro Noboa.

Es asombroso que no salga en cada país un Espartaco para tratar de acabar de una vez con tanta dominación y tanta impostura que agrava el abuso con insultos perma­nentes a las inteligencias más modestas.

Aunque de poco sirvan nuestras imprecaciones contra los de siempre, para eso estamos aquí los jacobinos, los revo­lucionarios, los indignados, los que no nos dejamos enga­tu­sar con falacias y mentiras. Que lo sepan los energúme­nos de corbata.

Porque no sé cómo será. Pero llegará un momento en que la patraña general se pondrá al descubierto y la parte del mundo que domina tendrá que limpiarse sus letrinas y des­hacerse por sus propios medios de su inmensa basura o encerrar al resto en millones de guantánamos.

La pregunta es ¿hasta cuándo ese momento? ¿Hasta cuándo el mundo soportará impávido tanta manipulación de la realidad y que unos cuantos en cada país y en el globo globalizado se encaramen a lomos del resto que lo soporta?

Me temo que, mientras la "razón" política esté junto a los que poseen las armas y el dinero sólo porque los poseen para luego convertirse por eso mismo en razón electoral, nada cambiará. Y eso significa que habremos de confor­marnos con vomitar y defecar sobre todos esos magnates, ricos, ricachones, charlatanes y dirigentes que, parapetados tras guardaespaldas, tras policías y tras ejércitos se arrogan frente a nosotros también la razón moral cuando carecen de la más mínima mácula de ella. Lo único que hacen frente a nosotros, es esgrimirla a punta de pistola. Desármense, y háblenos cara a cara. Comprobarán de una vez en qué con­siste la ra­zón universal...

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