Fijémonos cómo y hasta qué punto el sistema se las ingenia para apuntalarse a sí mismo, que hasta los que se supone profesan un pensamiento progresista y delicado hacia los demás haciendo llamamientos para aliviar la pobreza, colaboran con él...
Hace unos días se convocó por no sé quién una manifestación callejera con el lema "Contra la pobreza". Sólo les faltó añadir: "...y contra los pobres".
He dicho hasta la saciedad que si este modelo de sociedad se caracteriza por algo, no es por sus virtudes democráticas que están desvirtuadas prácticamente en todo lo que se toque. Este modelo se distingue porque los analistas y críticos más furibundos: políticos, intelectualoides, periodistas y clérigos principalmente sensibilizados frente a las desigualdades sociales, acostumbran a arremeter contra los efectos perniciosos de los mecanismos y entresijos del sistema pero con buen cuidado de no tocar ni un pelo de las causas.
Lo que pasa en Francia -el llamado vandalismo callejero que recidiva periódicamente- es un síntoma de la gravísima enfermedad enquistada en el modelo socioeconómico.
Porque la consigna para atajar los abusos del sistema que pide a gritos la realidad, debiera ser: "¡Contra la riqueza!"; ¡contra los magnates!.
Todos sabemos que nadie puede enriquecerse con honradez, y que quien hereda la riqueza no podría mantenerla con transparencia tributaria. El sistema, en teoría, evita los excesos del capitalismo por vía de la fiscalidad. Los mecanismos impositivos por definición impiden que alguien se haga desmesuradamente rico, pues se supone que es a costa de la colectividad. Puede el modelo castigar a los transguesores, pero luego la benevolencia del otro poder, el judicial, permite que los ladrones de la fortuna pillados in fraganti, a cambio de un tiempo casi simbólico en la cárcel recobren el producto de su rapiña.
En todo caso la brecha entre ricos y pobres se hace más insoportable.
¡Déjense de simulaciones y de dramatismo barato quienes se preocupan tanto de la pobreza y de los pobres! ¡Métanse en la cabeza que no puede dejar de haber pobres, mientras el modelo no haga de la acumulación de la riqueza un delito gravísimo, y luego, mientras que las partes más sensibles de la sociedad fuera de las instituciones sigan siendo colaboracionistas conscientes o inconscientes de los que amasan la riqueza a costa siempre de los pobres.
Estos miramientos por los menesterosos con manifestaciones y publicidad en los periódicos que cuesta mucho dinero, no pasan de ser juegos florales y bambalinas que no hacen más que contribuir al sostenimiento de un sistema sociopolítico manifiesta y sostenidamente injusto.
Repito, si hay verdadera voluntad de remediar algo de semejante lacra social reconocida por el mundo entero, la consigna es: ¡Contra la riqueza personal!, y si se quiere arreciar en la protesta: ¡contra los ricos!. Lo demás no son más que fuegos de artificio para el jolgorio general.
Hace unos días se convocó por no sé quién una manifestación callejera con el lema "Contra la pobreza". Sólo les faltó añadir: "...y contra los pobres".
He dicho hasta la saciedad que si este modelo de sociedad se caracteriza por algo, no es por sus virtudes democráticas que están desvirtuadas prácticamente en todo lo que se toque. Este modelo se distingue porque los analistas y críticos más furibundos: políticos, intelectualoides, periodistas y clérigos principalmente sensibilizados frente a las desigualdades sociales, acostumbran a arremeter contra los efectos perniciosos de los mecanismos y entresijos del sistema pero con buen cuidado de no tocar ni un pelo de las causas.
Lo que pasa en Francia -el llamado vandalismo callejero que recidiva periódicamente- es un síntoma de la gravísima enfermedad enquistada en el modelo socioeconómico.
Porque la consigna para atajar los abusos del sistema que pide a gritos la realidad, debiera ser: "¡Contra la riqueza!"; ¡contra los magnates!.
Todos sabemos que nadie puede enriquecerse con honradez, y que quien hereda la riqueza no podría mantenerla con transparencia tributaria. El sistema, en teoría, evita los excesos del capitalismo por vía de la fiscalidad. Los mecanismos impositivos por definición impiden que alguien se haga desmesuradamente rico, pues se supone que es a costa de la colectividad. Puede el modelo castigar a los transguesores, pero luego la benevolencia del otro poder, el judicial, permite que los ladrones de la fortuna pillados in fraganti, a cambio de un tiempo casi simbólico en la cárcel recobren el producto de su rapiña.
En todo caso la brecha entre ricos y pobres se hace más insoportable.
¡Déjense de simulaciones y de dramatismo barato quienes se preocupan tanto de la pobreza y de los pobres! ¡Métanse en la cabeza que no puede dejar de haber pobres, mientras el modelo no haga de la acumulación de la riqueza un delito gravísimo, y luego, mientras que las partes más sensibles de la sociedad fuera de las instituciones sigan siendo colaboracionistas conscientes o inconscientes de los que amasan la riqueza a costa siempre de los pobres.
Estos miramientos por los menesterosos con manifestaciones y publicidad en los periódicos que cuesta mucho dinero, no pasan de ser juegos florales y bambalinas que no hacen más que contribuir al sostenimiento de un sistema sociopolítico manifiesta y sostenidamente injusto.
Repito, si hay verdadera voluntad de remediar algo de semejante lacra social reconocida por el mundo entero, la consigna es: ¡Contra la riqueza personal!, y si se quiere arreciar en la protesta: ¡contra los ricos!. Lo demás no son más que fuegos de artificio para el jolgorio general.
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