24 octubre 2006

Contra la riqueza

Fijémonos cómo y hasta qué punto el sistema se las inge­nia para apuntalarse a sí mismo, que hasta los que se su­pone profesan un pensamiento progresista y delicado hacia los demás haciendo llamamientos para aliviar la pobreza, colaboran con él...

Hace unos días se convocó por no sé quién una mani­fes­tación callejera con el lema "Contra la pobreza". Sólo les faltó añadir: "...y contra los pobres".

He dicho hasta la saciedad que si este modelo de socie­dad se caracteriza por algo, no es por sus virtudes de­mo­cráticas que están desvirtuadas prácticamente en todo lo que se toque. Este modelo se distingue porque los analistas y críticos más furibundos: políticos, intelectua­loides, perio­distas y clérigos prin­cipalmente sensibilizados frente a las desigualdades sociales, acostumbran a arre­meter contra los efectos perniciosos de los me­canismos y entresijos del sis­tema pero con buen cuidado de no to­car ni un pelo de las causas.

Lo que pasa en Francia -el llamado vandalismo callejero que re­cidiva periódicamente- es un síntoma de la gravísima enfermedad enquistada en el modelo socioeconómico.

Porque la consigna para atajar los abusos del sistema que pide a gritos la realidad, debiera ser: "¡Contra la riqueza!"; ¡contra los magnates!.

Todos sabemos que nadie puede enriquecerse con honra­dez, y que quien hereda la riqueza no podría mantenerla con transparen­cia tributaria. El sistema, en teoría, evita los excesos del capita­lismo por vía de la fiscalidad. Los meca­nismos impositivos por definición impiden que alguien se haga desmesuradamente rico, pues se supone que es a costa de la colectividad. Puede el modelo castigar a los transguesores, pero luego la benevolen­cia del otro poder, el judicial, permite que los ladrones de la for­tuna pillados in fraganti, a cambio de un tiempo casi simbólico en la cárcel recobren el producto de su rapiña.

En todo caso la brecha entre ricos y pobres se hace más insoportable.

¡Déjense de simulaciones y de dramatismo barato quienes se preocupan tanto de la pobreza y de los pobres! ¡Métanse en la ca­beza que no puede dejar de haber pobres, mientras el modelo no haga de la acumulación de la riqueza un delito gravísimo, y luego, mientras que las partes más sensibles de la sociedad fuera de las instituciones sigan siendo cola­boracionistas conscientes o inconscientes de los que ama­san la riqueza a costa siempre de los pobres.

Estos miramientos por los menesterosos con manifesta­ciones y publicidad en los periódicos que cuesta mucho di­nero, no pasan de ser juegos florales y bambalinas que no hacen más que contri­buir al sostenimiento de un sistema sociopolítico manifiesta y sos­tenidamente injusto.

Repito, si hay verdadera voluntad de remediar algo de semejante lacra social reconocida por el mundo entero, la consigna es: ¡Contra la riqueza personal!, y si se quiere arreciar en la pro­testa: ¡contra los ricos!. Lo demás no son más que fuegos de artificio para el jolgorio general.

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