16 octubre 2006

Felicidad social

¿Por qué cánones se mide el grado de felicidad o bien­es­tar prolongado de un pueblo o de un país? Esta pregunta me la vengo haciendo casi desde que em­pecé a pensar.

Es un asunto de psicología social pero también de filosofía pura para desembocar directamente en el mar de la política.

Cualquiera puede ser feliz y disfrutar de bienestar en cual­quier trance. Incluso siendo pobre de solemnidad. De la misma manera que cualquiera puede respirar libertad inter­ior pese a estar recluido en prisión. Esto es tan dis­cutible como se quiera, pero es posible aunque que un po­bre o un recluso puedan ser felices no es algo que esté en efecto al alcance de cualquiera, ni tampoco puede ser comprendido por cualquiera: hay que concentrarse...

El problema está en que a ambos seres, esta sociedad de vocación opulenta y libertaria, les tiene por ilusos o por po­bres de espíritu cuando sería todo lo contra­rio. O por idiotas, cuando serían los más inteligentes. O cosa de héroes, cuando sería una heroicidad al alcance del individuo normal sin costo alguno; a condi­ción, eso sí, de no padecer -algo bien difícil- an­siedad de manera permanente. En cuanto a mí, estas sugerencias, seguro, bastan para tenerme por loco...

El problema de la felicidad que me refiero no es, ya lo he dicho, en el ámbito individual sino a es­cala colectiva. Al fi­nal, un asunto de números. Millones no pueden ser felices siendo pobres -dicen los hedonistas-, y de ahí que los de­nostadores de los sistemas colectivistas hablen continua­mente de que en un régimen de esos sólo se reparte la po­breza... Por cierto que ya nos gustaría que en las democra­cias occidentales se repartiese la ri­queza. Lo malo es que la riqueza sólo se la reparten unos cuantos. Pero si el reparto de la pobreza es equitativo y uniforme, aunque esos entu­siastas del sistema liberal no lo compren­dan por su pensa­miento degra­dado, quizá sí lo entendieran si se situasen en el plano indi­vidual en el que, como decía antes, un preso o un pobre pueden ser más felices que un rico o que un indi­viduo en li­bertad...

¿Más, o mejor? ¿Calidad, o cantidad? ¿Materia, o espí­ritu? Este sistema, el nuestro, pone su acento en el más, en la can­tidad y en la materia. Pero no otros. Otros lo ponen en “el mejor”, en la calidad y en el espíritu que no tiene que significar necesa­riamente religioso. Aquí estriba la dife­rencia entre am­bas concepciones de la vida social que, vista la historia de los últimos cien años, son irreconciliables y sin posibilidad de acuerdo.

Filosofía, espiritualidad, amor, generosidad, sueños, sen­sibilidad... es lo que necesita la sociedad para ser feliz en la medida que es posible siguiendo las sendas naturales; no mate­rialismo, deseo, ansia, desesperación por poseer y dominar; no sensaciones, convul­siones, voluptuosidad que es lo que ofrece, vende e infi­ciona el sistema que reparte la riqueza de manera tan tristemente desigual.

El mundo está en crisis permanente. La Naturaleza lo está a impulsos de lo que la especie humana le obliga. Y la so­ciedad mundial va de tumbo en tumbo, por la psicopatía ge­neralizada de una parte de ella que no deja vivir al resto pero sin vivir tampoco ella feliz. Quizá crea el indi­viduo ais­lado, ido, que lo es durante unos cuantos años de su vida, y eso podrá considerarse suficiente para defender el sistema. Pero globalmente y después del primer tramo de la existen­cia individual, es cuando viene la perplejidad.

La Organización Mundial de la Salud puede ser un refe­rente para medir indirec­tamente la felicidad/infelicidad social a que me re­fiero: por la pavorosa tasa de suicidios en Occi­dente, por la pavorosa morbilidad pese a la Medicina que da una de cal y otra de arena, por la pavorosa tasa de enfer­medades ner­viosas, por la asombrosa edad a que cada vez más tempra­namente empiezan a manifestarse éstas y el suicidio... Si, como digo, tomamos estas cifras como refe­rencia, la sociedad occi­dental está irre­misiblemente en­ferma, contagia su enferme­dad al resto de la Humanidad, y de paso es ella -y no el "ser humano" gené­ricamente consi­derado- quien se está car­gando no ya su propias posibilida­des de felicidad universal, sino la vida en el planeta. Pues ¿hay mo­delo, sistema y pen­samiento que aporten más de­gradación, más violencia ma­terial, más desintegración mo­ral al mundo y a la vida, a cambio de menos beneficio glo­bal?

Dejemos aparte las tasas de morbilidad y veamos qué dice la OMS sobre el asunto en materia de suicidio, el índice más elocuente. Comparemos nuestro sistema “modélico” con el del mundo musulmán...

Los musulmanes se suicidan mucho menos que los cris­tianos. Así lo registran las estadísticas de la OMS. En Fran­cia, el índice es de 19 suicidas por cada cien mil habitantes. En Alemania, de 15; en Canadá de 13; en Estados Unidos de 12. España de 8. Por contra, en Irán el por­centaje des­ciende a un inaprensible 0,2. En Egipto y Siria el suicidio es casi inexistente, el 0,1. Los dos países musulmanes con mayor índice de suicidios, Kuwait y Bahrein, emiratos del Golfo corrompidos por el pe­tróleo, se sitúan muy por delante de los otros, con un 2,2 y un 3 respectivamente, pero muy lejos, en cualquier caso, de nuestros registros occidentales. Incluso los judíos de Israel se suicidan tanto como los cris­tianos: 7 de cada 100.000.

Los musulmanes se matan mucho menos que los cristia­nos. Todos los años, por ejemplo, mueren en USA 30.000 personas por arma de fuego, balance superior al de un año de guerra en los Bal­canes. En Suecia, el número de homici­dios alcanza un 10,3 por cada 100.000 habitantes. En Ca­nadá, Francia, Alema­nia, las cifras oscilan entre un 10 y un 7. En América Latina, se elevan hasta un 30,7. ¿Y los mu­sulmanes? Jordania, con los porcentajes más al­tos, el 1,053. Marruecos, por ejemplo, registra 0,877 homicidios al año por cada 100.000 habitantes; Turquía 0,520; Irak, el 0,149 (hasta que irrumpió lo que sabemos); Egipto 0,037; Siria 0,017. Los judíos de Israel (hasta los conflictos recien­tes), por su parte, asesinan al mismo nivel que los cristia­nos, 6,278, muy por encima, por cierto, de los buenos cris­tianos españoles -sólo un 2,2". (Santiago Alba Rico)

La vida es así... No, la vida no es así. La vida la hace ex­tremadamente tensa el abominable modelo occidental. Es así, porque el catolicismo, que impera desde que se pierde la memoria, se cargó hace mucho al cristianismo. Es así, porque el protestantismo weberiano se cargó el luteranismo; porque el sionismo se cargó el judaísmo. Otras religiones no nos afectan a los occidentales si no allanamos sus países, la morada en que se profesan.

La vida es así, porque el sensualismo, el pragmatismo fe­roz anglosajón, el egoísmo potenciado, el "mediatismo" y úl­timamente el capitalismo más salvaje que pueda la historia conocer... es decir, todos esos envi­lecimientos que pudren a la sociedad occidental, están haciendo al mundo "así" de in­habitable o de invivible. Pues hacen de todo punto imposible volver a so­ñar con una Edad de Oro y porque por otro lado es imposible dis­ociar la filoso­fía personal de cada cual con un entorno sociopolítico tan suma­mente impuro en medio de una Naturaleza que se nos va...

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