20 octubre 2006

La libertad totalitaria

O por qué el mundo está clamando por un totalitarismo "inteligente". Dos ejemplos de escasa repercusión mediá­tica:

Uno. Par un día de estos está convocada una manifes­ta­ción bajo el lema "Rebélate contra la pobreza". ¿No vemos que, bajo la apariencia de una exquisita sensibilidad por parte de los convocantes, sigue pertene­ciendo a la insufrible farsa de siempre? Siem­pre co­ntra los efectos, no contra las causas. La manifesta­ción debi­era mantenerse, pero el lema debiera ser bien otro: "Rebélate contra los ricos". Pero no sé por qué me sospecho que mientras la obra del pésimo teatrillo demo­crático siga representándose, la ma­nifestación con este úl­timo lema nunca se convocará.

Otro. El caso del oso que en la provincia rusa de Vologda le prepararon para su fácil caza al rey Juan Carlos el pa­sado mes de agosto. Un oso que era mantenido en un cen­tro turís­tico del pueblo de Novlens, fue convertido en diver­sión para el hijodalgo español...

Sirva lo anterior de introducción para la si­guiente reflexión:

Ya sé que todo esto que voy a exponer y proponer es im­popular aun dentro del pensamiento más comprensivo y li­bertario, pues el totalitarismo parece negar la libertad cuando no es así.

Porque la libertad totalitaria implica un alto grado de res­ponsabilidad del ciudadano. Las leyes son irrelevantes o refe­rentes. Mínimamente represivas en aspectos que no sir­van al motor y fundamento del sistema. Como en el sistema libre en el que son absolutamente permisivas en todo cuanto se re­fiere a Economía y represoras en todo lo de­más...

Aunque hay varias, voy a exponer la principal razón en fa­vor del sistema totalitario. El sistema totalitario niega, sí, la li­bertad -como la niega y persigue todo lo que le estorba el sistema de mercado-, pero en todos los asuntos que perju­di­can gravemente a la colectividad y hoy día en que la biosfera tanto peligra, los que atentan contra ella.

El sistema totalitario invierte los valores respecto al lla­mado “libre”. Pues el planeta se está jugando el futuro in­mediato en el que estamos nosotros, y el lejano al que se di­rigen nues­tros nietos. La libertad, mentirosa y manipulada, tal como la interpreta el modelo democrático al uso, no puede ser ya el fundamento de la vida en el planeta, de la "buena vida" que en su mayor parte se sostiene sobre la mi­seria ajena de in­mensas mayorías repartidas por el mundo y del perjuicio irre­parable que ello causa sobre la biosfera, la estratosfera y el agujero de ozono cada vez más reducido y menos profundo.

Hay demasiadas cosas en juego como para permitirnos mi­rar a otro lado como si no pasase nada. Me refiero al mundo entero. Pero veamos ahora lo que ocurre por "aquí" y hágase luego extensivo a lo que sucede en los demás países "libres" y en especial los libres pero intervenidos y explotados por los libres convertidos en potencias...

Por ejemplo, 12.800 construcciones ilegales en España en sólo 18 meses. Multiplíquese por los 30 años de democracia que llevamos -a lo largo de los que nada se ha denunciado públicamente porque sólo se enciende la alarma cuando ya no hay remedio: cuando hacen acto de presencia datos, ca­sos y cifras escandalosas-, y tendremos ese 40% de suelo peninsular irremisiblemente enladrillado. Además innecesa­riamente, pues la carencia de viviendas al alcance del ciu­da­dano medio es cada vez más insultante. Todos esos centena­res de miles de construcciones ilegales son de lujo, una parte, y el resto destinado a especuladores cómplices de constructores, arquitectos, alcaldes, ediles y urbanistas.

Pero multiplíquense también esas cifras de la construcción salvaje -que no palía siquiera el problema de la vivienda- por las que causan los estragos de industrias contaminantes de ríos, lagos, lagunas. Multiplíquense luego por las partí­culas de CO² de la automoción, por el saqueo pesquero de los ma­res, por el expolio maderero de selvas y bosques, y tendre­mos la resultante de un planeta agónico. Todo bajo la com­placencia de los dirigentes occidentales que cada cua­tro u ocho años se van sucediendo en sus respectivos paí­ses, sin responsabilidad ni remordimientos....

¿De dónde proviene esta patética situación, este drama? Pues de la libertad de mercado que al individuo medio le so­bra en la insignificancia y le falta para rebelarse frente a los abusos sociales pues su eventual rebelión topará con las cargas policiales, torturado en cuartelillos, acabará en la cár­cel o con misteriosos ajustes de cuentas. La libertad tan exa­geradamente exaltada en este medio social no la nece­sitan en realidad los ciudadanos del montón que también son los ciudadanos "de bien". Pero a cambio es en ella donde se amparan los grupos empresariales y financieros para enri­quecerse escudándose en que dan empleo (fugaz y salarios miserables) y arruinar eco­sistemas. Y todo ¿en nombre de qué?: en el de la libertad democrática y de mer­cado.

Las leyes protectoras del medio ambiente y del interés so­cial, en estas repulsivas democracias demoliberales no sir­ven para nada. Eso de que "el que hace la ley hace la trampa" es de siempre. Pero en la última década las leyes que simulan prote­ger la Naturaleza son además de­corativas. La paradoja de la tortuga y Aquiles... Las leyes y su en la práctica inane aplica­ción, van muy por detrás de las constantes burlas, frau­des y transgresiones. Hay que espe­rar a que algún juez y fis­cal ais­lados -de aquí o de la Corte Suprema ultraconserva­dora esta­dounidense- se decidan a dar algunos escarmientos que tam­poco llevan la sangre al río. La libertad, burda farsa salvo para quienes se lucran a costa de ella, es incluso para los jueces que también velan por el sistema más valiosa que cualquier argumento de protección a las clases sociales me­nos favoreci­das y a la Naturaleza. Si esas leyes fueran aplica­das con rigor, no habría cárceles bastantes para encerrar a tanto facineroso con cartera de ejecutivo o cartapacio de con­cejal, propieta­rios de chalets de superlujo y cuatro mercedes a la puerta...

Pero esto no es sólo cosa de aquí, de este maravilloso trozo del continente europeo que están calcinando parte de sus habitantes -los que se dicen precisamente patriotas-, además de la erosión del suelo y las sequías. Esto sucede a mayor o menor escala en otros continentes: en Norteamé­rica, en las selvas brasileñas, colombianas, ecuatorianas, peruanas, in­donésicas... Y todo en nombre de la libertad de mercado y de la libertad, para destrozar la juguetería de un mundo creado por Dios o de milagro. Y todo bajo el avis­pado lema: "los que vengan después, que apenquen con las consecuencias de nuestros dislates..."

¿Esto es inteligencia? ¿A esto le podemos llamar inteli­gen­cia humana? ¿Es inteligencia remediar una enfermedad al tiempo que se provoca otra incurable? ¿Es inteligencia in­ventar el coche, el cine, el avión, la lavadora, la televisión; esto es, procurarse el ser humano, para disfrute de una parte, comodidad, diversión fácil y aturdimiento sin fondo pero tam­bién sin retener la más mínima sensibilidad ni sa­ber adminis­trar el huerto de la humanidad?

Semejante comportamiento necio estaría justificado si fué­ramos nosotros -esta generación- la última de la historia. Pero vienen nuestros descendientes detrás, y no hay dere­cho a despilfarrar su vida antes de disfrutarla y de que ellos lle­guen. Y es norma que haya que buscar entre los más mi­se­rables depredadores los que están en contra del aborto y de la eutanasia...

En resumidas cuentas, si el mundo quiere conservarse, aun maltrecho ya, sólo un régimen que cercene drástica­mente la libertad de los miserables proxenetas que la pros­tituyen -y además dentro de un sistema férreo contra los ricos y la riqueza individual- podría sal­varlo.

Porque téngase muy en cuenta esto: los que amamos ver­daderamente la libertad propia y ajena, los que nos tenemos por libertarios, anarquistas, comunistas, colectivistas o marxistas... la amamos tanto, que jamás abusamos de ella. Y menos en perjuicio de la colectividad.

Desde luego lo que está muy claro es que con buenos pro­pósitos para atender a las clases desfavorecidas y para res­petar el medio ambiente, no se consigue nada. Y ade­más ya es tarde.

Hasta que esa libertad en un régimen totalitario no reine, di­gamos que en España -lo que son las cosas- la Guardia Civil -pese a los excesos en coyunturas puntuales que te­nemos en la cabeza- con sus miles de denuncias por cons­trucciones ilegales, puede ser la institución que salve a este país de la sangría medioambiental. Sólo necesita la colabo­ración re­suelta de jueces -como el de Marbella- y de fiscales que per­sigan sañudamente esos delitos que no cesan.

El mundo en cualquier caso no puede seguir así. No puede seguir en manos de unos cuantos que en nombre de la liber­tad no hacen más que cometer barbaridades, mientras al re­sto nos dejan las migajas de libertad que sólo podemos dige­rir en Internet.

El mundo precisa cuanto antes de una dictadura universal anunciada por Oswald Spengler, que persiga justamente a los que ahora nos persiguen. Una dictadura asociada a la In­teligencia con mayúsculas. El sistema que rige no está com­puesto más que de infinitas y cansinas paparruchas...

Otro ejemplo cercano: véase cómo, después de tres años, siguen todos los medios y los periodistas el juego de la im­pugnación de las elecciones generales españolas de 2004. Unos deslegitimándolas, pretendiendo anular millones de in­vestigaciones oficiales, con la supuesta y ridícula aparición de una mochila o de un no menos ridículo bote de ácido bó­rico. Pero los otros, prestándoles una atención que sólo se explica si, casi pasado un lustro, todos están a gusto ju­gando al juego de los disparates y no afrontando debates democráti­cos e inteligentes. Y ¿por qué sucede eso?, pues porque sotto voce y en el fondo, están todos de acuerdo...

Soledad Gallego-Díaz pone el dedo en la llaga aunque ella sea otro/a periodista más, a gusto con este sistema de falsa libertad. Habla de simulacro de debates políticos que en Es­paña, a diferencia de Francia donde incluso Sarkozy se ha enfrentado a Le Pen pese a que ni siquiera el líder de la ex­trema derecha no tenía siquiera representación parla­mentaria (compárese con lo que ocurre a propósito de Bata­suna aquí), no existen y están reemplazados por "frases cortas, ideas simples, machaconamente repetidas". Y sobre todo por el debate de una docena de periodistas que expo­nen lo que ellos piensan que piensan los políticos.

No hay en esto sólo el simulacro. El simulacro, ya que lo obvia la articulista, está en toda la democracia y en todo el sistema. Lo que ocurre es que en unos países se domina mejor la escenificación y el teatro político y en otros como el nuestro es todo chapucero y tosco. Pero el simulacro es lo que está exigiendo -que es la tesis de este escrito- la sustitu­ción de la democracia simulada por una democracia totalitaria y di­rigida. ¿Cómo se come esto? La solución práctica exige otra re­flexión que va mucho más allá del propósito de este artí­culo. De momento sólo decir que sobre el papel ya se sabe que no es fácil, pero si se quiere detener el rodar del mundo hacia el abismo, no hay otro remedio.
Bien. Pues quien no esté conforme, que haga su pro­puesta alternativa. Pero que no sea el placebo consabido y fatigante de arremeter contra los efectos perniciosos de este estado de cosas, dejando incólumes las causas. Pues esa infame "solu­ción", porque no lo es, es justamente la triquiñuela sobre la que des­cansa confortablemente este sistema abominable.

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