08 octubre 2006

Clima, Ciencia y Poder (El tríptico de un desastre)


Al lado de inundaciones repentinas en unas partes que destrozan muchas cosas y entre ellas los cultivos, nos lle­gan constantemente noticias de sequías prolongadas -de años- en los distintos continentes cuyo cese nada parece anunciar, de los polos que se derriten, de los glaciares que retroceden aceleradamente. Pero este dantesco panorama no se manifiesta a quienes sólo "la realidad" depende de que, cuando se van a lavar las manos, salga o no salga agua del grifo... Tampoco se les manifiesta a los desalma­dos encenagados con el poder omnímodo y con la ambi­ción, quizá porque ya tienen su particular solución de re­cambAñadir imagenio en naves planetarias o cosas por el estilo...

Este mundo ha necesitado millones de años para for­marse. Pero en poco más de treinta se está viniendo abajo. Algunos hemos empezado a percibir los síntomas hace veinte, pero otros más sensitivos seguro que los han sentido mucho antes. Fíjese que no hablo para nada de la Ciencia. La Ciencia no tiene ningún papel en esto, pues si es en ge­neral miserable su aséptica función de investigar en la ma­yoría de los casos para provecho de unos cuantos, más lo es a la hora de comunicar el resultado de sus sesudas ex­ploraciones en materia física, ecológica y climática que a buen seguro pasan por controles de "calidad" exigidos por la política, por la gran industria y por el poder financiero del mundo. A fin de cuentas sus resultados y conclusiones los cuentan los medios y revistas científicas controladas por éstos.

Esas mismas agencias nos dan datos asombrosos pero al final irrelevantes y anecdóticos de las peripecias espaciales, pero hasta ahora no ha dicho la Ciencia constituída como tal, como debiera y hace con otras muchas cosas: "señores, si siguen vds. por ahí, si nos siguen inundando con el coche el planeta y siguen las talas e incendios atroces de los bos­ques, van a destruir completamente este mundo no en si­glos, sino en muy pocos años". Son, eran ellos, el Poder, los poderes, los destinatarios de sus atronadoras adverten­cias, no nosotros que nada podemos hacer. Ellos, como los consumidores lo somos de peligros con que nos alarman estúpidamente por el consumo de tabaco o por no llevar el cinturón... El coche, como las cajetillas, hubiera debido lle­var hace mucho tiempo en las portezuelas la pegatina: "este vehículo está contribuyendo al apocalipsis"

O bien la Ciencia no se ha enterado de nada. No lo creo. Lo que creo es que, pese a tener una visión de conjunto que no tenemos los individuos a solas, se ha percatado mucho antes, pero no "podía" sembrar la alarma y se ha hecho cómplice de los poderes citados. Somos las personas aisla­das las que más acusamos la deriva de los acontecimientos relacionados con la Naturaleza. Es cierto que hemos visto a Institutos norteamericanos de aquí y de allí, que vienen alertando hace un tiempo sobre la desaparición de miles de especies o que la Tierra se calienta 0,5º. Pero eso no es decir nada, si no se traduce al impacto en las temperaturas locales y con los efectos catastróficos que se avecinan. Yo tengo un jardín modesto de una casa modesta, y hace diez años mis termómetros iniciaban una escalada de hasta los veinticinco o los treinta grados en las mismas fechas solea­das de los inicios de primavera, por ejemplo, cuando dos o tres años antes no habían pasado de los veinte en las mis­mas condiciones soleadas.

El alcance de lo que se viene encima hubiera debido gra­duarlo y expresarlo la Ciencia en términos alarmistas hace mucho más tiempo que nosotros, los pastores de ovejas. Como se ha hecho con el tabaco y se hace desde siempre con los estupefacientes. El coche, del que hablaba ayer, debía haber sido declarado enemigo público número 1 del planeta por Decreto. Pero no sólo no ha sido así: es que arrecian las ventas o la voluntad de que aumenten. Arrecia la publicidad, arrecia la lucha de las marcas por eliminarse unas a otras en el mercado...

Así es que no creo que quede ya nadie con dos dedos de frente que vea en todo esto presagios de visionarios de tres al cuarto; no creo que salvo los anestesiados por la ambi­ción, no reparen en que este mundo se está derrumbando. El cambio climático por un lado y los esbirros de la doctrina neocons reforzando sus efectos negándose a suscribir acuerdos para la reducción del CO², por el otro, nos sitúan en un futuro inmediato estremecedor y desesperanza­dor.

Pero cada día que pasa también está más claro lo que su­cede pues el comportamiento general del país dominador le delata: los desalmados poderosos en armamento y con una inequívoca voluntad depredadora y asesina, se reservan como coto privado los confines de sus 50 Estados. Les so­bra el resto del planeta al que toman por extramundo, jun­gla, campo de tiro y laboratorio de maniobras criminales. No necesitan más, y por eso, aunque sean capaces de llegar a las estrellas, no hacen absolutamente nada para evitar al resto de la humanidad la hecatombe.

He aquí las consecuencias de la globalización que no es ni más ni menos que el dominio en el mundo de una sola raza, la anglosajona, después del fracaso de la aria gestionada perversamente por el nazismo. Una raza, ésta anglosa­jona, por cierto, flan­queada por una serie de palanganeros de otras razas, pa­téticos, mise­rables y tan funestos como sus jefes de fila.

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