30 octubre 2006

La pobreza frena a la riqueza

Andrés Ortega Klein dedica hoy su artículo a poner de re­lieve documentadamente hasta qué punto la pobreza frena a la riqueza.

Yo le rogaría que no le dé más vueltas. Estos análisis, de­ntro del patrón democracia liberal, son siempre en círculo y en realidad no aportan nada si de lo que se trata es de en­contrar remedios y no hacer literatura de fenóme­nos antro­pológicos insolubles. Yo, desde luego, no estoy dis­puesto -ya que hoy el mundo cuenta con el arma de Inter­net- a dejar la dialéctica de la desigualdad sólo en ma­nos de los exper­tos que se contentan con denunciar lo que es público y no­torio. Y no estoy dispuesto, porque lo que hacen tales de­nuncias no es más que aplacar la indignación desperdigada. Como la fa­mosa cuestación que hace dos años organizaron cíni­camente paí­ses "interesados" en la reconstrucción de Irak de la que nada más se supo...

La pobreza frena a la riqueza. En efecto. Lo dice hoy el pe­riodista, envuelta la idea en tecnicismos filoeconomicis­tas. Pero siendo eso así, lo es por algo mucho más sencillo que es lo que el academicismo vela. La economía de estu­dio y el pensamiento económico académicos, hacen trizas a me­nudo el sentido común y las entendederas al alcance de to­dos. Tampoco lo voy a dejar pasar...

La pobreza frena a la riqueza, sí. Pero sencillamente, por­que las clases dominantes -que pese a que algunos se em­peñen en lo contrario, no han desaparecido- de cada socie­dad: desde la clase política hasta la religiosa, pasando por la funcionarial y la empresarial, ya tienen lo que necesitan, siempre quieren más y sólo escenifican simulaciones para fingir que están dispuestos a hacer correcciones sociales que en realidad no van a hacer aferrados además a ese modo tan nauseabundo de interpretar la libertad con la lla­mada "ley del embudo"....

Porque ese "querer más", a pesar de la presunta instruc­ción general, ética o religiosa de la mayoría inmensa de sus miembros acomodados, se considera entre esas clases no sólo como legítimo, sino como deseable para "la prosperi­dad del país". No hay más que dejarles hablar... Así "piensa" -si a eso se le puede llamar pensar- por lo menos la mitad de este país, y gran parte de la población de los países más "desarrollados" en proporción decreciente a medida que vamos más hacia el Norte geográfico del globo.

Así se conducen, con arreglo a esta oprobiosa idea y ma­cilento sentimiento, todos los ciudadanos "conservado­res" y buena parte de los que se tienen a sí mismos por "progre­sistas".

La aminoración de las desigualdades cró­nicas que avan­zan como el cáncer en el mundo se ha confiado siempre y demasiado a la religión (caridad) y a la ética (filantropía) como para que no haya trampa. Porque en cuanto a la justi­cia -me refiero a la justicia social- implantada con leyes que encierran en teoría la semilla de una voluntad igualitaria, no sirve para nada o para muy poco a la escala a la que se plantea el asunto. No sirve, no sirven, porque quienes apli­can e interpretan tales leyes son de las clases dominantes. Y quien domina no está dispuesto tampoco a ceder ni un ápice de su dominio, salvo que una doctrina igualitarista im­pere en la psicología de un país.

De poco sirve que unos cuantos sensitivos jueces, unos cuantos severos funcionarios de las administraciones públi­cas apliquen e interpreten las normas sociales, penales y administrativas a favor del más débil, si luego el corpus de la sociedad dominadora barre para adentro y debilita más al hurtador al mismo tiempo que libra virtualmente de la cárcel -con la institución perversa de la fianza- al gran estafador, por ejemplo; si descarga todo el peso de la ley sobre el ig­norante de la ley con la excusa de que su ignorancia no le excusa de su cumplimiento, mientras permite toda clase de argucias leguleyas a los más ricos y más potentes sociales porque en el fondo todos, juzgadores y juzgados, son de la misma laya. Los propios códigos, civil y penal, están de en­trada concebidos para que los ciudadanos con "casa abierta", la burguesía, los patricios, sean los verdaderos di­rectores de la orquesta social.

En efecto, "los efectos de la desigualdad se comen parte de la riqueza de cada pueblo", como dice Ortega. Pero la esperanza en reducir la diferencia entre ricos y pobres tam­poco se puede cifrar en que puesto que la pobreza frena el crecimiento y a la riqueza le conviene para crecer que los pobres decrezcan, la riqueza termine espabilando y de­jando, para cre­cer, espacios que ocupe una menor pobreza. Y no cabe tal ingenua esperanza, porque los comporta­mientos relacionados con la igualdad/desigualdad nada tie­nen que ver con cálculos economicistas puros y natural­mente "inteligentes", próximos a postulados como el de que “el dinero acude donde es más productivo y rentable”. No. Sólo por la índole del indi­viduo aisladamente considerado deben medirse. Y el indivi­duo no ha dejado de ser un mise­rable de la mañana a la no­che desde que vino al mundo. Y más cuando se trata de un rico, aunque por rico hayamos de tener hoy día al que sim­plemente posee un coche en al­quiler y casa propia. Lo de­más le da igual. Aquí y donde­quiera un rico para nada tendrá en cuenta que la pobreza frena el crecimiento propio, menos el colectivo. Es tan mise­rable y tan ruin, que seguirá gozando más de su coche y de sus pertenencias en la misma medida que ve que su vecino no le alcanza. Los ricos, si acaso son más felices como siempre lo fueron: echando los huesos de lo que se atibo­rran, a su perro. Ahí se acaba su generosidad y su visión de la pobreza que frena el crecimiento.

Nada se puede esperar de otro método (salvo que sea el establecimiento de un sistema rigurosamente popular) que, dentro de la legalidad vigente en los países falseadamente democráticos, sea al mismo tiempo correctivo de la riqueza en favor de la pobreza. Lo siento por los doctos, los ilusos, los ilustrados y los periodistas, todos tan sabihondos. La única manera de no pasar la vida atacando inútilmente los efectos perniciosos de la condición humana es cortando de raíz las causas que producen. Empezando por las mismísi­mas libertades formales y democráticas que no sirven más que para que los que más se hacen oír apuntalen más el propio sistema y de paso la desigualdad ominosa que ya no la resisten más que los intelectos corrompidos. Sobre todo en países ricos en recursos expoliados por los pueblos ladro­nes.

Sólo una frappe de force o un golpe de timón que pocos políticos, menos jue­ces y muchos menos periodistas están dispuestos a dar, se­ría capaz de cambiar el mundo. Los demás discursos, por voluntariosos que sean, tienen la quí­mica de la pólvora des­tinada a salvas.

Si los periodistas quieren seguir expresándose en absoluta libertad, tendrán que verse las caras con quienes no lo so­mos pero estamos dispuestos, a diferencia de la mayor parte de ellos, a re­nunciar a una parte de esa libertad con tal de que todo el mundo tuviese acceso a una existencia digna. Y de mo­mento El País no hace otra cosa que arreciar en su crítica contra dirigentes -hoy otro editorial contra el presidente ve­nezolano- que intentan restañar un poco los estropicios causados inveteradamente en su sociedad por las clases dominantes, dejando incólume y a la inercia de su oscure­cimiento a quien, como el principal administrador norteame­ricano, se viene comportando a lo largo de un lus­tro como un depravado mentiroso y un criminal masivo. So­bre él y sobre sus infamias e ignominias ni El País ni los po­líticos muestran la más mínima repulsa ni atisbos de escan­dalizarse. Sí del mandatario venezolano que no le dejan en paz.

De modo que, aunque este artículo de Ortega esté en lí­nea de lo "periodís­ticamente correcto", ahórrese,el esfuerzo, en tanto que co­laborador del soporte periodístico El País, tratando de po­ner de manifiesto sensibilidad contra las des­igualdades y contra el crimen de la que, como el espíritu de toda la prensa dominante, en absoluto carece.

Es hora, ya, de en­tonar el mea culpa dejando asentado que en la sociedad no hay más que, como siempre fue, de­predadores y depredados; que más o menos siempre son los mismos aunque algunos dominados vayan pasando en los países occidentales a las filas de los dominadores y luego si a mano viene éstos sean los peores, es decir, los más acérrimos enemigos de la igualdad... Pues aquí estriba la más ponzoñosa perversión del sistema: en ir haciendo fascistoidamente "jefes" y "jefecillos" a los más ruines, que luego se encargarán de reforzarlo. Y entre el universo pe­riodístico valdría la pena hacer un recuento de periodistas que han asumido ese repulsivo papel.

Como ya me conozco el percal, a más de uno le parecerá todo esto desmesurado. No lo es. La desmesura es la cró­nica. Lo odioso es convivir con una enfermedad social ino­culada principalmente por los medios oficialistas que luego, con aparente sensibilidad, se dedican a aplicar los consi­guientes sinapismos y fomentos para hacérnosla más so­portable: maquiavelismo en estado puro.

29 octubre 2006

Un periodismo sin periodistas

Tal como van las cosas graves del mundo y en cada país, en las que el periodismo viene a ser unas veces cómplice de lo que debiera perseguir y otras convi­dado de piedra, es en Inter­net donde está la oportu­nidad de hacer los máximos es­fuerzos para potenciar un pe­riodismo sin pe­riodistas.

En el firmamento mediático, lo que sabemos de los asun­tos de toda laya es lo que en rueda de prensa propalan los porta­voces de los gobiernos, de los partidos, de las institu­ciones, de las policías... Hay muchos más periodistas al servicio de quie­nes generan información, que periodistas buscando in­forma­ción. Las agencias de noticias a su vez hacen lo mismo: repro­ducir la facilitada por los poderes ofi­ciales. Así es que ¿cómo no afirmar que el pe­riodismo, su­puesto cuarto poder que acaba siéndolo pero aliado a otros, no opera como caja de re­sonancia de lo que a los po­deres del mundo inter­esa? ¿Cuántos watergates se investi­gan desde el periodismo obli­gado a funciones poli­ciaco-po­líticas que ni asume ni ejerce?

Lo cierto es que últimamente en España, algunos periodis­tas y rotati­vos parecen estar animándose a la persecución de asuntos espi­nosos, como la corrupción urbanística, por ejem­plo; después de tres años de dedicarse otros colegas a la lo­cali­zación de mochilas y pol­vos de talco en este mismo país, aunque en este caso dirigido el esfuerzo a reponer en el po­der central al partido de la oposi­ción. Parece que a la sos­pe­chosa­mente ética misión del pa­parazzi y del periodismo de las coma­dres, empieza a su­marse tí­mida­mente el periodismo investiga­dor. Y ése es el camino.

Si la prensa y los medios empiezan a des­marcarse de los po­deres de hecho y de derecho que bas­tante tienen con sus propios recursos, el periodismo empe­zaría a recobrar la cre­dibilidad grave y paulatinamente per­dida a lo largo de su his­toria. ¿Cómo? Ope­rando con absoluta autonomía; de­jando a un lado el contubernio con parti­dos y poderes a menudo ma­fiosos aunque lleven la vitola de solemnidad; satisfaciendo las expectativas del pueblo siempre halagado en sus debili­dades como habitante de un cutre patio de vecinos, pero me­nospre­ciado a la hora de darle co­nocimiento veraz de los hechos más graves.

Lo que hizo el periodismo estadounidense respecto a las barbaridades cantadas y antes de cometerlas Bush, y lo que hizo y hace el periodismo español, tanto con ocasión del 11-M transmitiendo El País como “noticia” en primera plana la auto­ría de ETA del atentado de Atocha por una llamada tele­fónica al periódico del presidente Aznar, como luego por­fiando El Mundo hasta la náusea a favor de ese partido ma­fioso en el asunto de las elecciones generales perdidas, está empa­pado de una indecencia difícil de superar. Y, por otro lado y para colmo, aparte de ser los periódicos simples re­productores de las notas que les pasan, cada vez son más frecuentes las conferencias de prensa sin pregun­tas con el fin de no verse en aprie­tos quien las convoca.

Mientras los periódicos y los medios no en­cuentran su sitio y no cumplan con el cometido que se les su­pone, Internet debe ser el lugar donde debe hacerse pe­rio­dismo sin perio­distas. Y si quieren ellos participar, a la hora de competir em­piecen por olvidarse del título colgado de la pared de su casa, que empieza a desacreditarles aun­que personal­mente no tengan la culpa del nausea­bundo y pan­zista perio­dismo que vienen haciendo gran parte de sus cole­gas y algu­nos de sus antiguos profesores; todos hábiles en hacerse pasar por im­parciales, pero imprescindi­bles auxi­liares de los poderes fác­ticos e institucio­nales.

Sólo sé de un país donde los medios oficialistas están co­ntra el poder constituído: Venezuela. En los de­más, los me­dios son el mismísimo Poder, enemigo del pue­blo.


28 octubre 2006

Un país amoral


Lo que ocurre en España en relación a la llamada corrup­ción urbanística no es más que un síntoma muy acusado de una enfermedad social sin cura hasta que pase mucho tiempo.

Llamamos amoral a aquella persona o grupo que no co­noce o carece, personal o colectivamente, de normas de conducta razonablemente aceptadas. Llamamos inmoral a aquella per­sona o grupo que va en contra y eventualmente saca prove­cho de las normas morales dimanantes de la costumbre sin incurrir necesaria­mente en delito.

En los tiempos actuales España es más amoral que inmo­ral. No es tanto inmoral como amoral, porque la moral tradicional está periclitada. Por decir así, está "supe­rada". Por decir de otro modo, sencillamente ya no existe... Por eso la tengo por amoral. Las normas morales ya no las dictan los clé­rigos, que en conjunto tampoco las tienen. Los periodistas in­tentan suplir su función, pero no calan senci­lla­mente porque no existe moral laica, ni ética que no estén preñadas de retales de decálogo mosaico y de virtudes car­di­nales. Y como ambos, decálogo y virtudes, han entrado en barrena, no hay ma­nera de recompo­ner una moral porque entre otras cosas la nueva moral nece­sita de mucho más tiempo del que dispone este país y esta genera­ción...

El tránsito de la dictadura a la democracia le ha sentado muy mal en este aspecto. Políticamente, como es lógico, lo ha ga­nado todo. Teóricamente no hay restricciones a la li­bertad de expresión, a la libertad de reunión, y se supone hay respeto por los Derechos Fundamentales del hombre. Teó­ricamente ha irrumpido la igualdad de sexos, de clases y de categorías per­sonales, teóricamente (todo teóricamente) desapa­reci­das és­tas para fundirse en dos cla­ses únicas y natu­ral­mente contra­puestas: la plutocracia o dominio del dinero, y la populocracia o dominio de la medio­cridad o espíritu del montón.

España, pues, convencionalmente, como digo, lo ganó todo en política en el año 78 con su flamante Constitución, con su flamante monarquía que la confería teórica estabili­dad, con su flamante sistema económico de mercado abso­lutamente libre en todo producto superfluo pero férreamente intervenido en los pro­ductos básicos entre los que luce, cómo no, la energía.

Ahora bien, en el aspecto estrictamente psicosocial y so­cial estricto, en el me­dioambiental, en el engranaje general que im­plica una inter­relación de aquellas clases desapare­cidas ofi­cialmente pero preexistentes de manera larvada, la tensión ha ido en au­mento. Y no sólo en esa cuestión, tam­bién entre la clase política. Con la desaparición del Centro político des­apa­reció también la calma y el regusto encon­trado años an­tes en la extinción de la dictadura y con la muerte del dicta­dor. Desde entonces todo ha sido un in crescendo hacia la des­composi­ción. Un crescendo intensifi­cado por la bipolari­dad del mundo a raíz de las intervencio­nes militares en Afga­nistán e Irak, y el desafiante remedo de política de los admi­nistradores neocons que ha dividido al pla­neta sin apenas, ya, posibilidad de cos­tura. Un cres­cendo en rivalidad a cuya som­bra y paulati­na­mente los ad­versarios po­líticos se han conver­tido en enemigos políticos; las partes del sistema productivo, capital y trabajo, nueva­mente en domina­dores y dominados; la reli­gión domi­nante o que al menos lo fue hasta la desaparición de la dicta­dura, en enemiga decla­rada de los políticos pro­gre­sistas más que de la gran política: la que piensa en “todos”, en el bien co­mún. Los propios re­presentantes de la reli­gión vati­cana han pasado de profesar y predicar el amor cristiano, al amor virtual a más que a la co­munión de los santos al par­tido al que perte­necen ideológica­mente... Los padres y madres, acogidos am­bos a la autono­mía de la voluntad que les con­fieren las leyes; la mujer y ma­dre, reivindicando milenios de sometimiento al macho; el ma­cho, retrocediendo acomple­jado o ejerciendo de tal... campan por sus respetos sin a duras penas mirar a las consecuencias que sus an­danzas tienen sobre la prole. Los enseñantes no saben qué hacer: si no educar por­que en­tien­den que la edu­ca­ción corresponde a los padres, o educar, pues si los padres no educan a sus alum­nos, mal les podrán en­señar. Pero los padres no pue­den ocu­parse de educar a los hijos, por­que ni tienen tiempo ni tie­nen ganas; pues educar exige tensión y paciencia, y ellos bastante tienen con trabajar o con buscar el trabajo. Y en el caso afortunado de tenerlo, bas­tante tienen con atender a la hipoteca vir­tualmente vitalicia y a la carga moral consiguiente que les pone en ma­nos de bancos y prestamistas. El alumnado no sabe tam­poco qué hacer. Pero sus dudas se di­sipan ense­guida: el niño, el adoles­cente, el jo­ven, sin dirección, salvo ex­cep­cio­nes, ve el cielo abierto cuando sin miedo al cas­tigo, con poco racio­cinio aún y menos responsabilidad advierte que puede ejercer él también su li­bertad sin límites y además im­pune­mente. La sociedad esta­dounidense y los caminos que si­gue, les da a to­dos ellos la referen­cia aunque no la co­nozcan. El cine se los enseña...

Ha llegado a la sociedad española lo que en sociología se denomina anomia que, en el terreno psicosocial coincide con lo que da título a estas reflexiones: la España amoral. Una Es­paña sin nor­mas que a la fuerza ha de conformarse con el mí­nimum del mínimo moral: el Código Penal.

El Código Penal, un instrumento por su parte ideado por las clases do­mi­nantes para reforzar su dominio. Un resorte gracias al cual un ratero reincidente puede pasarse su vida en la cár­cel y un re­domado estafador, ladrón social, de caudales pú­blicos o de te­rrenos comprados a ínfimo precio luego multi­plicado por ci­fras exponenciales, puede conver­tirse en un magnate al que se le abren las puertas de par­lamentos, de centros de inteli­gencia o de círculos mediáti­cos aunque haya pasado unos meses en la cárcel de la que sale con la abyecta institución de la fianza. Otros pueden ser hasta protegidos y ensalzados por los mur­dock y simila­res aunque destinen todas sus energías en des­acreditar a su propio país.

La prensa... ¡Qué decir de la prensa en la que al salir de la dictadura confió el pueblo que habría de representarle! La Prensa -se ha ido viendo después- está del lado del pode­roso, del capital, de la banca, de las poli­cías, de los instru­mentos fi­nancieros, publicitarios y de muchas maneras represores. La Prensa, los medios en general, no tratan de proteger al pueblo, siempre de una u otra manera zarandeado. La Prensa y los medios hacen, como los políticos, del pueblo un sujeto y tam­bién ob­jeto de consumo. Del pueblo es lo único que les inter­esa. En estas condiciones, donde el magma de un volcán dis­cu­rre por las laderas de una montaña en erupción ¿quién se atreve a ti­rar la primera piedra a los miles de corruptos en ma­teria ur­banística, cuando políti­cos, alcaldes, arquitectos, nota­rios, profesionales de toda laya han creado el caldo de cultivo y contribuyen al marasmo gene­ral de una España avanzada, como Estados Unidos, en tec­nología pero que vuelve poco a poco a la caverna en lo huma­nístico?

Todo esto es lo que se lleva hoy en España, lo que confi­gura a la España que más allá de los muchos juiciosos, los muchos honestos, los muchos inteligentes, los muchos sen­si­tivos que están al otro lado del velador, sobresale por en­cima de los paí­ses ordenados y que saben dónde les aprieta el za­pato. Paí­ses que saben cómo deben compor­tarse en materia de moral, en materia de religión, en materia política, en mate­ria econó­mica, en el respeto a los demás... si bien –hay que decirlo también- todas ellas forman parte parte de un moni­podio, es decir un grupo gansteril al servi­cio de los más pu­dientes y tam­bién de los más depredado­res. La diferencia es que esos paí­ses a que me refiero de la Vieja Europa lo hacen todo con or­den y concierto, con una moral reciclada, que es lo que a esta Es­paña amoral le falta.

¿Cuál es la salida a este desorden de cosas? Sólo la pa­cien­cia. Sólo cuando en todo el país se asienten las costum­bres nuevas y habida cuenta que las leyes no crean cos­tum­bre sino que más bien van contra ellas, y calen en cada comu­nidad, re­gión o nación podrán las generaciones futuras respi­rar un poco más de tran­quilidad en un mundo social de formas.

24 octubre 2006

Contra la riqueza

Fijémonos cómo y hasta qué punto el sistema se las inge­nia para apuntalarse a sí mismo, que hasta los que se su­pone profesan un pensamiento progresista y delicado hacia los demás haciendo llamamientos para aliviar la pobreza, colaboran con él...

Hace unos días se convocó por no sé quién una mani­fes­tación callejera con el lema "Contra la pobreza". Sólo les faltó añadir: "...y contra los pobres".

He dicho hasta la saciedad que si este modelo de socie­dad se caracteriza por algo, no es por sus virtudes de­mo­cráticas que están desvirtuadas prácticamente en todo lo que se toque. Este modelo se distingue porque los analistas y críticos más furibundos: políticos, intelectua­loides, perio­distas y clérigos prin­cipalmente sensibilizados frente a las desigualdades sociales, acostumbran a arre­meter contra los efectos perniciosos de los me­canismos y entresijos del sis­tema pero con buen cuidado de no to­car ni un pelo de las causas.

Lo que pasa en Francia -el llamado vandalismo callejero que re­cidiva periódicamente- es un síntoma de la gravísima enfermedad enquistada en el modelo socioeconómico.

Porque la consigna para atajar los abusos del sistema que pide a gritos la realidad, debiera ser: "¡Contra la riqueza!"; ¡contra los magnates!.

Todos sabemos que nadie puede enriquecerse con honra­dez, y que quien hereda la riqueza no podría mantenerla con transparen­cia tributaria. El sistema, en teoría, evita los excesos del capita­lismo por vía de la fiscalidad. Los meca­nismos impositivos por definición impiden que alguien se haga desmesuradamente rico, pues se supone que es a costa de la colectividad. Puede el modelo castigar a los transguesores, pero luego la benevolen­cia del otro poder, el judicial, permite que los ladrones de la for­tuna pillados in fraganti, a cambio de un tiempo casi simbólico en la cárcel recobren el producto de su rapiña.

En todo caso la brecha entre ricos y pobres se hace más insoportable.

¡Déjense de simulaciones y de dramatismo barato quienes se preocupan tanto de la pobreza y de los pobres! ¡Métanse en la ca­beza que no puede dejar de haber pobres, mientras el modelo no haga de la acumulación de la riqueza un delito gravísimo, y luego, mientras que las partes más sensibles de la sociedad fuera de las instituciones sigan siendo cola­boracionistas conscientes o inconscientes de los que ama­san la riqueza a costa siempre de los pobres.

Estos miramientos por los menesterosos con manifesta­ciones y publicidad en los periódicos que cuesta mucho di­nero, no pasan de ser juegos florales y bambalinas que no hacen más que contri­buir al sostenimiento de un sistema sociopolítico manifiesta y sos­tenidamente injusto.

Repito, si hay verdadera voluntad de remediar algo de semejante lacra social reconocida por el mundo entero, la consigna es: ¡Contra la riqueza personal!, y si se quiere arreciar en la pro­testa: ¡contra los ricos!. Lo demás no son más que fuegos de artificio para el jolgorio general.

20 octubre 2006

La libertad totalitaria

O por qué el mundo está clamando por un totalitarismo "inteligente". Dos ejemplos de escasa repercusión mediá­tica:

Uno. Par un día de estos está convocada una manifes­ta­ción bajo el lema "Rebélate contra la pobreza". ¿No vemos que, bajo la apariencia de una exquisita sensibilidad por parte de los convocantes, sigue pertene­ciendo a la insufrible farsa de siempre? Siem­pre co­ntra los efectos, no contra las causas. La manifesta­ción debi­era mantenerse, pero el lema debiera ser bien otro: "Rebélate contra los ricos". Pero no sé por qué me sospecho que mientras la obra del pésimo teatrillo demo­crático siga representándose, la ma­nifestación con este úl­timo lema nunca se convocará.

Otro. El caso del oso que en la provincia rusa de Vologda le prepararon para su fácil caza al rey Juan Carlos el pa­sado mes de agosto. Un oso que era mantenido en un cen­tro turís­tico del pueblo de Novlens, fue convertido en diver­sión para el hijodalgo español...

Sirva lo anterior de introducción para la si­guiente reflexión:

Ya sé que todo esto que voy a exponer y proponer es im­popular aun dentro del pensamiento más comprensivo y li­bertario, pues el totalitarismo parece negar la libertad cuando no es así.

Porque la libertad totalitaria implica un alto grado de res­ponsabilidad del ciudadano. Las leyes son irrelevantes o refe­rentes. Mínimamente represivas en aspectos que no sir­van al motor y fundamento del sistema. Como en el sistema libre en el que son absolutamente permisivas en todo cuanto se re­fiere a Economía y represoras en todo lo de­más...

Aunque hay varias, voy a exponer la principal razón en fa­vor del sistema totalitario. El sistema totalitario niega, sí, la li­bertad -como la niega y persigue todo lo que le estorba el sistema de mercado-, pero en todos los asuntos que perju­di­can gravemente a la colectividad y hoy día en que la biosfera tanto peligra, los que atentan contra ella.

El sistema totalitario invierte los valores respecto al lla­mado “libre”. Pues el planeta se está jugando el futuro in­mediato en el que estamos nosotros, y el lejano al que se di­rigen nues­tros nietos. La libertad, mentirosa y manipulada, tal como la interpreta el modelo democrático al uso, no puede ser ya el fundamento de la vida en el planeta, de la "buena vida" que en su mayor parte se sostiene sobre la mi­seria ajena de in­mensas mayorías repartidas por el mundo y del perjuicio irre­parable que ello causa sobre la biosfera, la estratosfera y el agujero de ozono cada vez más reducido y menos profundo.

Hay demasiadas cosas en juego como para permitirnos mi­rar a otro lado como si no pasase nada. Me refiero al mundo entero. Pero veamos ahora lo que ocurre por "aquí" y hágase luego extensivo a lo que sucede en los demás países "libres" y en especial los libres pero intervenidos y explotados por los libres convertidos en potencias...

Por ejemplo, 12.800 construcciones ilegales en España en sólo 18 meses. Multiplíquese por los 30 años de democracia que llevamos -a lo largo de los que nada se ha denunciado públicamente porque sólo se enciende la alarma cuando ya no hay remedio: cuando hacen acto de presencia datos, ca­sos y cifras escandalosas-, y tendremos ese 40% de suelo peninsular irremisiblemente enladrillado. Además innecesa­riamente, pues la carencia de viviendas al alcance del ciu­da­dano medio es cada vez más insultante. Todos esos centena­res de miles de construcciones ilegales son de lujo, una parte, y el resto destinado a especuladores cómplices de constructores, arquitectos, alcaldes, ediles y urbanistas.

Pero multiplíquense también esas cifras de la construcción salvaje -que no palía siquiera el problema de la vivienda- por las que causan los estragos de industrias contaminantes de ríos, lagos, lagunas. Multiplíquense luego por las partí­culas de CO² de la automoción, por el saqueo pesquero de los ma­res, por el expolio maderero de selvas y bosques, y tendre­mos la resultante de un planeta agónico. Todo bajo la com­placencia de los dirigentes occidentales que cada cua­tro u ocho años se van sucediendo en sus respectivos paí­ses, sin responsabilidad ni remordimientos....

¿De dónde proviene esta patética situación, este drama? Pues de la libertad de mercado que al individuo medio le so­bra en la insignificancia y le falta para rebelarse frente a los abusos sociales pues su eventual rebelión topará con las cargas policiales, torturado en cuartelillos, acabará en la cár­cel o con misteriosos ajustes de cuentas. La libertad tan exa­geradamente exaltada en este medio social no la nece­sitan en realidad los ciudadanos del montón que también son los ciudadanos "de bien". Pero a cambio es en ella donde se amparan los grupos empresariales y financieros para enri­quecerse escudándose en que dan empleo (fugaz y salarios miserables) y arruinar eco­sistemas. Y todo ¿en nombre de qué?: en el de la libertad democrática y de mer­cado.

Las leyes protectoras del medio ambiente y del interés so­cial, en estas repulsivas democracias demoliberales no sir­ven para nada. Eso de que "el que hace la ley hace la trampa" es de siempre. Pero en la última década las leyes que simulan prote­ger la Naturaleza son además de­corativas. La paradoja de la tortuga y Aquiles... Las leyes y su en la práctica inane aplica­ción, van muy por detrás de las constantes burlas, frau­des y transgresiones. Hay que espe­rar a que algún juez y fis­cal ais­lados -de aquí o de la Corte Suprema ultraconserva­dora esta­dounidense- se decidan a dar algunos escarmientos que tam­poco llevan la sangre al río. La libertad, burda farsa salvo para quienes se lucran a costa de ella, es incluso para los jueces que también velan por el sistema más valiosa que cualquier argumento de protección a las clases sociales me­nos favoreci­das y a la Naturaleza. Si esas leyes fueran aplica­das con rigor, no habría cárceles bastantes para encerrar a tanto facineroso con cartera de ejecutivo o cartapacio de con­cejal, propieta­rios de chalets de superlujo y cuatro mercedes a la puerta...

Pero esto no es sólo cosa de aquí, de este maravilloso trozo del continente europeo que están calcinando parte de sus habitantes -los que se dicen precisamente patriotas-, además de la erosión del suelo y las sequías. Esto sucede a mayor o menor escala en otros continentes: en Norteamé­rica, en las selvas brasileñas, colombianas, ecuatorianas, peruanas, in­donésicas... Y todo en nombre de la libertad de mercado y de la libertad, para destrozar la juguetería de un mundo creado por Dios o de milagro. Y todo bajo el avis­pado lema: "los que vengan después, que apenquen con las consecuencias de nuestros dislates..."

¿Esto es inteligencia? ¿A esto le podemos llamar inteli­gen­cia humana? ¿Es inteligencia remediar una enfermedad al tiempo que se provoca otra incurable? ¿Es inteligencia in­ventar el coche, el cine, el avión, la lavadora, la televisión; esto es, procurarse el ser humano, para disfrute de una parte, comodidad, diversión fácil y aturdimiento sin fondo pero tam­bién sin retener la más mínima sensibilidad ni sa­ber adminis­trar el huerto de la humanidad?

Semejante comportamiento necio estaría justificado si fué­ramos nosotros -esta generación- la última de la historia. Pero vienen nuestros descendientes detrás, y no hay dere­cho a despilfarrar su vida antes de disfrutarla y de que ellos lle­guen. Y es norma que haya que buscar entre los más mi­se­rables depredadores los que están en contra del aborto y de la eutanasia...

En resumidas cuentas, si el mundo quiere conservarse, aun maltrecho ya, sólo un régimen que cercene drástica­mente la libertad de los miserables proxenetas que la pros­tituyen -y además dentro de un sistema férreo contra los ricos y la riqueza individual- podría sal­varlo.

Porque téngase muy en cuenta esto: los que amamos ver­daderamente la libertad propia y ajena, los que nos tenemos por libertarios, anarquistas, comunistas, colectivistas o marxistas... la amamos tanto, que jamás abusamos de ella. Y menos en perjuicio de la colectividad.

Desde luego lo que está muy claro es que con buenos pro­pósitos para atender a las clases desfavorecidas y para res­petar el medio ambiente, no se consigue nada. Y ade­más ya es tarde.

Hasta que esa libertad en un régimen totalitario no reine, di­gamos que en España -lo que son las cosas- la Guardia Civil -pese a los excesos en coyunturas puntuales que te­nemos en la cabeza- con sus miles de denuncias por cons­trucciones ilegales, puede ser la institución que salve a este país de la sangría medioambiental. Sólo necesita la colabo­ración re­suelta de jueces -como el de Marbella- y de fiscales que per­sigan sañudamente esos delitos que no cesan.

El mundo en cualquier caso no puede seguir así. No puede seguir en manos de unos cuantos que en nombre de la liber­tad no hacen más que cometer barbaridades, mientras al re­sto nos dejan las migajas de libertad que sólo podemos dige­rir en Internet.

El mundo precisa cuanto antes de una dictadura universal anunciada por Oswald Spengler, que persiga justamente a los que ahora nos persiguen. Una dictadura asociada a la In­teligencia con mayúsculas. El sistema que rige no está com­puesto más que de infinitas y cansinas paparruchas...

Otro ejemplo cercano: véase cómo, después de tres años, siguen todos los medios y los periodistas el juego de la im­pugnación de las elecciones generales españolas de 2004. Unos deslegitimándolas, pretendiendo anular millones de in­vestigaciones oficiales, con la supuesta y ridícula aparición de una mochila o de un no menos ridículo bote de ácido bó­rico. Pero los otros, prestándoles una atención que sólo se explica si, casi pasado un lustro, todos están a gusto ju­gando al juego de los disparates y no afrontando debates democráti­cos e inteligentes. Y ¿por qué sucede eso?, pues porque sotto voce y en el fondo, están todos de acuerdo...

Soledad Gallego-Díaz pone el dedo en la llaga aunque ella sea otro/a periodista más, a gusto con este sistema de falsa libertad. Habla de simulacro de debates políticos que en Es­paña, a diferencia de Francia donde incluso Sarkozy se ha enfrentado a Le Pen pese a que ni siquiera el líder de la ex­trema derecha no tenía siquiera representación parla­mentaria (compárese con lo que ocurre a propósito de Bata­suna aquí), no existen y están reemplazados por "frases cortas, ideas simples, machaconamente repetidas". Y sobre todo por el debate de una docena de periodistas que expo­nen lo que ellos piensan que piensan los políticos.

No hay en esto sólo el simulacro. El simulacro, ya que lo obvia la articulista, está en toda la democracia y en todo el sistema. Lo que ocurre es que en unos países se domina mejor la escenificación y el teatro político y en otros como el nuestro es todo chapucero y tosco. Pero el simulacro es lo que está exigiendo -que es la tesis de este escrito- la sustitu­ción de la democracia simulada por una democracia totalitaria y di­rigida. ¿Cómo se come esto? La solución práctica exige otra re­flexión que va mucho más allá del propósito de este artí­culo. De momento sólo decir que sobre el papel ya se sabe que no es fácil, pero si se quiere detener el rodar del mundo hacia el abismo, no hay otro remedio.
Bien. Pues quien no esté conforme, que haga su pro­puesta alternativa. Pero que no sea el placebo consabido y fatigante de arremeter contra los efectos perniciosos de este estado de cosas, dejando incólumes las causas. Pues esa infame "solu­ción", porque no lo es, es justamente la triquiñuela sobre la que des­cansa confortablemente este sistema abominable.

18 octubre 2006

Un mundo partido en dos

El papa Borgia, Alejandro VI, famoso por su vida licenciosa y corrupta, que en 1498 ordenó la ejecución del reformador de la Iglesia, el florentino Girolamo Savonarola, marcó en 1493 la denomi­nada línea de de­marcación que establecía la partición del Nuevo Mundo, su evangelización y conquista entre España y Portugal. Se trataba de una frontera imagi­naria que discu­rría de norte a sur a unas 100 leguas al oeste de las islas Azores y de las islas de Cabo Verde; to­dos los territorios al este de esta línea pertenecerían a Por­tugal, mientras que los que quedaban al oeste serían pose­siones españolas.

A partir de entonces el mundo ha estado dividido por unas u otras razones sin que ningún papa ni rey volviera a esta­ble­cer líneas de demarcación. Ha estado dividido por la fuerza militar y en función de ella. Pero nunca hubo nada, aparte la fuerza, que justificase la división. El telón de acero fue la última universal, a gran escala. Pero siempre hubo una división que no es convencional sino material. No entre comu­nistas y no comunistas, ni siquiera entre terroristas y no te­rro­ristas. Me refiero a esa división fatal entre pobres y ricos...

En efecto, el mundo está dividido, como siempre pero ahora ya fron­talmente, entre ricos por un lado y los que no lo son por el otro. Al fondo del cuadro social están los eterna y abso­luta­mente miserables, que ni llegan a fin de mes ni pueden em­pezarlo.

Hablo de un fenómeno presente en el mundo entero. Y del mundo entero tomado como la casa de todos, en tiem­pos en que las unidades de medida de las cosas que han regido si­glos y los valores morales aplicados a la política y a todo, han dado un vuelco. Ocurre en tiempos en que el planeta ha terminado siendo un prostíbulo sin alegría donde la perver­sión de la razón natural ha tomado carta de naturaleza. Véase si no cómo se agrieta el pensamiento común, al final el sentido común, y cómo retuercen los ar­gumentos más simples con todo descaro los dirigentes punteros del pla­neta... El planeta: un lugar vilmente degra­dado, que ha de­jado de ofrecer refugios hermosos para las almas margina­das que al menos podían encontrar solaz en ellos, pues ya no queda rincón de él que no presente el es­tigma de la ex­tinción. Parece que sólo quedasen ángeles desperdigados que cumplen el triste papel de testigos de excepción de cada acontecer...

El mundo está dividido. En efecto. Siempre lo estuvo con otras apariencias. Pero si en otro tiempo la fuerza bruta no precisaba explicarse: se descargaba y punto; si luego la in­noble nobleza justificaba esa misma fuerza bruta por pasa­das hazañas sangrientas de los que la ostentaban o de sus antepasados; si más tarde la fuerza militar se escudaba en la religión y en la clase eclesial, hoy ya no es posible sin ser un mentecato o un loco justificarla con apoyaturas que no sea la mentira y la tergiversación por norma. Y el pueblo ya no admite tapujos ni clasificaciones sociales que resistan el análisis para justi­ficar la división. Ya no hay ni siquiera un Dios que lo expli­que, ni voceros suyos. Sólo esos inmundos dirigentes que le invocan farisaicamente. Hay, lo que digo al principio: ricos opulentos, por un lado, y ejércitos de resig­nados o de gus­tosos por servirles, por otro.

Este mundo en dos ya no tiene disimulo aunque tratan los dominadores de que no se note. Y lo intentan de diversas maneras. Pero hay una que abstrae a todas las demás, y se manifiesta en cada coyuntura electoral. En el fondo ésta es la prueba confirmatoria de la división del mundo en ese mal contado fifty & fifty. Sea en Estados Unidos, en Boli­via, en México, en España, ahora en Ecuador... es evidente que la sociedad está dividida en dos partes muy "ajustadas" y sólo por descuidos de la derecha de los ricos, gana la iz­quierda, la cual es sometida inmediatamente a atosigante presión. Frases como "el reto es un régimen de justicia y prosperidad para todos que sepa enfrentarse a los gigan­tescos problemas que son, según los países, la inmigración o el narcotráfico, la pobreza, la violencia, la enajenación ur­bana y la del trabajo" y variantes aparecen todos los días en artículos, conferencias y libros de intelectuales, políticos, editoriales, articulistas, analistas, catedráticos de derechas y de izquierdas, conservadores y progresistas. Inútilmente. Pues año tras año todos asistimos al espectáculo de cada vez menos justicia social, cada vez más violencia, cada vez más ancho el abismo entre pobres y ricos. Nada cambia sino a peor. Por eso hace unos días, lamentándolo mucho porque nunca le había encontrado fisuras, arremetía yo co­ntra Vidal-Beneyto quien aconsejaba el aprendizaje de la democracia a México después de recono­cer que la demo­cracia neoliberal es una piltrafa; pensaba en Ernesto Kreuze, un intelectual mexicano sospechoso, e ig­noraba a Carlos Fuentes, un intelectual comprometido con la razón, la justicia y la pobreza...

Ya lo he escrito en otras ocasiones. Carece de toda lógica no ya que ganen por defecto partidos políticos que encarnan la dureza de alma, el abuso, la opresión y el privilegio de minorías frente a partidos más tolerantes y sensibles a las discriminaciones, sino que la sociedad se engaña a sí mismo fingiendo siempre un falso equilibrio decimal entre votantes. Demasiado sospechoso, grosso modo, cada evento electoralista en cada país como para ser creíble sin irregularidades y trampas...

Ecuador caerá en manos de otro facineroso opulento, cómplice del omnímodo poder estadounidense. El magnate Alvaro Noboa va a ser el nuevo socio de la derecha apabu­llante, dominadora, depredadora, dedicada a la erradica­ción, virtual en unos casos y real en otros, de las clases ne­cesitadas. Otro que se postula como mensajero de Dios, al que pone de pantalla. Como Bush. Y lo hace en Ecuador, un país degradado institucionalmente con una situación que mantiene en la pobreza y el desempleo a más de la mitad de los 13 millones millones de ecuatorianos, pese a la ri­queza petrolífera del país, que les obliga a emigrar a otros países como el nuestro. ¿Quién lo saquea?

No es asombroso que el mundo esté en manos de los po­derosos, de los que tienen las armas, de los que han blin­dado el bienestar, propio y de los suyos. Siempre lo estuvo. Lo que es asombroso es que tanto depauperado, tanto so­metido, tanto despreciado, tanto hostigado y torturado sea convencido por los medios y por los políticos -en estos tiempos en que todo se sabe y se desmenuza- de que ga­nan siempre los ricos, los fuertes y los armados porque así lo quiere el pueblo en las urnas y de paso porque lo quiere el Dios de Bush que es el mismo de Alvaro Noboa.

Es asombroso que no salga en cada país un Espartaco para tratar de acabar de una vez con tanta dominación y tanta impostura que agrava el abuso con insultos perma­nentes a las inteligencias más modestas.

Aunque de poco sirvan nuestras imprecaciones contra los de siempre, para eso estamos aquí los jacobinos, los revo­lucionarios, los indignados, los que no nos dejamos enga­tu­sar con falacias y mentiras. Que lo sepan los energúme­nos de corbata.

Porque no sé cómo será. Pero llegará un momento en que la patraña general se pondrá al descubierto y la parte del mundo que domina tendrá que limpiarse sus letrinas y des­hacerse por sus propios medios de su inmensa basura o encerrar al resto en millones de guantánamos.

La pregunta es ¿hasta cuándo ese momento? ¿Hasta cuándo el mundo soportará impávido tanta manipulación de la realidad y que unos cuantos en cada país y en el globo globalizado se encaramen a lomos del resto que lo soporta?

Me temo que, mientras la "razón" política esté junto a los que poseen las armas y el dinero sólo porque los poseen para luego convertirse por eso mismo en razón electoral, nada cambiará. Y eso significa que habremos de confor­marnos con vomitar y defecar sobre todos esos magnates, ricos, ricachones, charlatanes y dirigentes que, parapetados tras guardaespaldas, tras policías y tras ejércitos se arrogan frente a nosotros también la razón moral cuando carecen de la más mínima mácula de ella. Lo único que hacen frente a nosotros, es esgrimirla a punta de pistola. Desármense, y háblenos cara a cara. Comprobarán de una vez en qué con­siste la ra­zón universal...

16 octubre 2006

Felicidad social

¿Por qué cánones se mide el grado de felicidad o bien­es­tar prolongado de un pueblo o de un país? Esta pregunta me la vengo haciendo casi desde que em­pecé a pensar.

Es un asunto de psicología social pero también de filosofía pura para desembocar directamente en el mar de la política.

Cualquiera puede ser feliz y disfrutar de bienestar en cual­quier trance. Incluso siendo pobre de solemnidad. De la misma manera que cualquiera puede respirar libertad inter­ior pese a estar recluido en prisión. Esto es tan dis­cutible como se quiera, pero es posible aunque que un po­bre o un recluso puedan ser felices no es algo que esté en efecto al alcance de cualquiera, ni tampoco puede ser comprendido por cualquiera: hay que concentrarse...

El problema está en que a ambos seres, esta sociedad de vocación opulenta y libertaria, les tiene por ilusos o por po­bres de espíritu cuando sería todo lo contra­rio. O por idiotas, cuando serían los más inteligentes. O cosa de héroes, cuando sería una heroicidad al alcance del individuo normal sin costo alguno; a condi­ción, eso sí, de no padecer -algo bien difícil- an­siedad de manera permanente. En cuanto a mí, estas sugerencias, seguro, bastan para tenerme por loco...

El problema de la felicidad que me refiero no es, ya lo he dicho, en el ámbito individual sino a es­cala colectiva. Al fi­nal, un asunto de números. Millones no pueden ser felices siendo pobres -dicen los hedonistas-, y de ahí que los de­nostadores de los sistemas colectivistas hablen continua­mente de que en un régimen de esos sólo se reparte la po­breza... Por cierto que ya nos gustaría que en las democra­cias occidentales se repartiese la ri­queza. Lo malo es que la riqueza sólo se la reparten unos cuantos. Pero si el reparto de la pobreza es equitativo y uniforme, aunque esos entu­siastas del sistema liberal no lo compren­dan por su pensa­miento degra­dado, quizá sí lo entendieran si se situasen en el plano indi­vidual en el que, como decía antes, un preso o un pobre pueden ser más felices que un rico o que un indi­viduo en li­bertad...

¿Más, o mejor? ¿Calidad, o cantidad? ¿Materia, o espí­ritu? Este sistema, el nuestro, pone su acento en el más, en la can­tidad y en la materia. Pero no otros. Otros lo ponen en “el mejor”, en la calidad y en el espíritu que no tiene que significar necesa­riamente religioso. Aquí estriba la dife­rencia entre am­bas concepciones de la vida social que, vista la historia de los últimos cien años, son irreconciliables y sin posibilidad de acuerdo.

Filosofía, espiritualidad, amor, generosidad, sueños, sen­sibilidad... es lo que necesita la sociedad para ser feliz en la medida que es posible siguiendo las sendas naturales; no mate­rialismo, deseo, ansia, desesperación por poseer y dominar; no sensaciones, convul­siones, voluptuosidad que es lo que ofrece, vende e infi­ciona el sistema que reparte la riqueza de manera tan tristemente desigual.

El mundo está en crisis permanente. La Naturaleza lo está a impulsos de lo que la especie humana le obliga. Y la so­ciedad mundial va de tumbo en tumbo, por la psicopatía ge­neralizada de una parte de ella que no deja vivir al resto pero sin vivir tampoco ella feliz. Quizá crea el indi­viduo ais­lado, ido, que lo es durante unos cuantos años de su vida, y eso podrá considerarse suficiente para defender el sistema. Pero globalmente y después del primer tramo de la existen­cia individual, es cuando viene la perplejidad.

La Organización Mundial de la Salud puede ser un refe­rente para medir indirec­tamente la felicidad/infelicidad social a que me re­fiero: por la pavorosa tasa de suicidios en Occi­dente, por la pavorosa morbilidad pese a la Medicina que da una de cal y otra de arena, por la pavorosa tasa de enfer­medades ner­viosas, por la asombrosa edad a que cada vez más tempra­namente empiezan a manifestarse éstas y el suicidio... Si, como digo, tomamos estas cifras como refe­rencia, la sociedad occi­dental está irre­misiblemente en­ferma, contagia su enferme­dad al resto de la Humanidad, y de paso es ella -y no el "ser humano" gené­ricamente consi­derado- quien se está car­gando no ya su propias posibilida­des de felicidad universal, sino la vida en el planeta. Pues ¿hay mo­delo, sistema y pen­samiento que aporten más de­gradación, más violencia ma­terial, más desintegración mo­ral al mundo y a la vida, a cambio de menos beneficio glo­bal?

Dejemos aparte las tasas de morbilidad y veamos qué dice la OMS sobre el asunto en materia de suicidio, el índice más elocuente. Comparemos nuestro sistema “modélico” con el del mundo musulmán...

Los musulmanes se suicidan mucho menos que los cris­tianos. Así lo registran las estadísticas de la OMS. En Fran­cia, el índice es de 19 suicidas por cada cien mil habitantes. En Alemania, de 15; en Canadá de 13; en Estados Unidos de 12. España de 8. Por contra, en Irán el por­centaje des­ciende a un inaprensible 0,2. En Egipto y Siria el suicidio es casi inexistente, el 0,1. Los dos países musulmanes con mayor índice de suicidios, Kuwait y Bahrein, emiratos del Golfo corrompidos por el pe­tróleo, se sitúan muy por delante de los otros, con un 2,2 y un 3 respectivamente, pero muy lejos, en cualquier caso, de nuestros registros occidentales. Incluso los judíos de Israel se suicidan tanto como los cris­tianos: 7 de cada 100.000.

Los musulmanes se matan mucho menos que los cristia­nos. Todos los años, por ejemplo, mueren en USA 30.000 personas por arma de fuego, balance superior al de un año de guerra en los Bal­canes. En Suecia, el número de homici­dios alcanza un 10,3 por cada 100.000 habitantes. En Ca­nadá, Francia, Alema­nia, las cifras oscilan entre un 10 y un 7. En América Latina, se elevan hasta un 30,7. ¿Y los mu­sulmanes? Jordania, con los porcentajes más al­tos, el 1,053. Marruecos, por ejemplo, registra 0,877 homicidios al año por cada 100.000 habitantes; Turquía 0,520; Irak, el 0,149 (hasta que irrumpió lo que sabemos); Egipto 0,037; Siria 0,017. Los judíos de Israel (hasta los conflictos recien­tes), por su parte, asesinan al mismo nivel que los cristia­nos, 6,278, muy por encima, por cierto, de los buenos cris­tianos españoles -sólo un 2,2". (Santiago Alba Rico)

La vida es así... No, la vida no es así. La vida la hace ex­tremadamente tensa el abominable modelo occidental. Es así, porque el catolicismo, que impera desde que se pierde la memoria, se cargó hace mucho al cristianismo. Es así, porque el protestantismo weberiano se cargó el luteranismo; porque el sionismo se cargó el judaísmo. Otras religiones no nos afectan a los occidentales si no allanamos sus países, la morada en que se profesan.

La vida es así, porque el sensualismo, el pragmatismo fe­roz anglosajón, el egoísmo potenciado, el "mediatismo" y úl­timamente el capitalismo más salvaje que pueda la historia conocer... es decir, todos esos envi­lecimientos que pudren a la sociedad occidental, están haciendo al mundo "así" de in­habitable o de invivible. Pues hacen de todo punto imposible volver a so­ñar con una Edad de Oro y porque por otro lado es imposible dis­ociar la filoso­fía personal de cada cual con un entorno sociopolítico tan suma­mente impuro en medio de una Naturaleza que se nos va...

15 octubre 2006

Análisis de "México, el aprendizaje de la democracia"

Artículo de Joaquín Vidal-Beneyto

Ante todo dígase que Vidal Beneyto es un portento aca­dé­mico. Por eso vale la pena analizar su examen:

-Filosofía, Sociología, Ciencia Política y Derecho en las Universidad de Valencia y Madrid
-Ampliación de Estudios en las Universidades de Paris-Sorbonne y Hei­delberg
-Doctor en Derecho por la Universidad de Málaga

Pero hoy, a mi juicio no tan dotado de méritos como el suyo, mi admirado Vidal-Beneyto hace un análisis muy fino sobre la democracia actual y a propósito de lo que está su­cediendo en México que a mi entender patina lo suficiente como para pre­ocuparme por sus juicios de valor aplicados a la po­lítica y con­cretamente a la democracia con mayúscu­las. Dice en el citado artículo publicado ayer en El País:

1º La Comisión Trilateral, creada por iniciativa de Rockefe­ller, encarga en 1974 a tres académicos consagrados: Cro­zier, Huntington y Watanuki un estudio de las disfunciones. En su Informe sobre la gobernabilidad de las democracias (1975) nos proponen lo que viene funcionando de hecho por lo menos desde entonces: disminuir la participación ciuda­dana, quintae­sencia de la democracia, y sustituirla por una conducción tec­nificada de la economía de la sociedad, pues sólo la goberna­ción de los expertos puede dar respuesta a las crecientes ex­pectativas y a la extraordinaria complejidad del entramado pro­pio de nuestra contemporaneidad. Esta propuesta es contes­tada 15 años más tarde por quienes de­fienden la concepción participativa de la democracia y para quienes un sistema polí­tico sin ciudadanos es en el mejor de los casos autoritarismo.

2º El neopatrionalismo de Einsenstadt insiste en la perpe­tua­ción de los gobernantes que supone negarse a dar en­trada y a reconocer la legitimidad de la oposición.

3º Por último, relaciona V. Beneyto lo anterior con México y el "disentiente" Enrique Kreuze. Habla del aprendizaje de las li­bertades y de la ciudadanía que son “la mejor garantía de la paz y de la igualdad social en el que la contribución de la dere­cha civilizada es fundamental pues es el único puente transita­ble hacia la clase dominante”.

Pero entonces yo me pregunto ¿en qué quedamos? Si los tres académicos consagrados han hecho una propuesta que sobre el terreno es tan afortunada que se corresponde con lo que está ocurriendo en realidad; es decir, que la partici­pación ciudadana es cada vez menos decisiva en los países en que en otro tiempo hipotéticamente lo fue y es lo desea­ble, sus­ti­tuida por la conducción tecnificada de la economía, pues sólo la gober­na­ción de los expertos puede dar res­puesta a las cre­cientes ex­pectativas y a la extraordinaria complejidad del en­tramado pro­pio de nuestra contempora­neidad, ¿qué clase de demo­cracia ha de aprender México y qué clase de aprendizaje vale la pena si la madurez en de­mocracia de los países occi­dentales signi­fica haber caído de lleno en la con­ducción tecnifi­cada de la economía? De modo ¿podemos admitir que sea preciso aprendi­zaje al­guno, y que por lo di­cho a continuación la demo­cracia es para las libertades y la ciudadanía la mejor ga­rantía de la paz y de la igualdad so­cial? ¿Qué clase de demo­cracia pro­pone Vidal Beneyto a México?

Porque lo exhumado por él no son ya propuestas, ni re­sulta­dos del estudio de esos tres académicos. Son ya reali­dades por lo siguiente:

1 El ciudadano y su participación irrelevante han sido sus­ti­tuidos por la gobernación de los "expertos" fundamental­mente económicos, mediáticos y publicitarios. Esto es un autorita­rismo compartido que da la absoluta razón a Marx cuando afirma que la política es una mera superestructura cambiante de lo económico.

2 Perpetuación de los gobernantes. Efectivamente todo in­dica que se va camino del partido único, tan denostado, del fi­locomunismo. pero sea un partido de mejor voluntad y ta­lante, sea otro a cara de perro, ambos coinciden en el fondo en todo: en participar en el circo democrático, en asumir las mismas re­glas del mercado, en aceptar la autori­dad uni­ver­sal del más fuerte, en seguir la senda marcada por el im­pe­rio y mantener las mismas pautas para la depre­dación de los países más ricos en recursos pero social­mente los más po­bres con la complici­dad de dirigentes com­prados.

3 De manera que hablar de aprendizaje de la democracia, que parece, según Vidal-Beneyto, es lo que necesita México, para llegar a esto, no es más que un sarcasmo. Pues esa de­mocracia resultado del estudio de los tres aca­démicos es ya una realidad como un templo que su­pone:

a) lo que, escudada en esas libertades, la democra­cia aporta al mundo es violencia, dominación de unos pue­blos a manos de otros sin autoridad moral, despliegue del poder re­presivo emboscado en justifi­caciones inventadas o prefa­brica­das, como el terrorismo que o no existe o es di­nami­zado por el propio poder represivo para justificarse; la­dinas maniobras preparatorias para nuevos controles so­ciales, prostitución de la democracia en sí. El resto de los países orientales, si no son hostigados por los codiciosos occiden­tales, no tienen esos problemas.
b) el citado desplazamiento de la figura del ciudadano por la de los "expertos" que en el fondo sólo lo son para amarrar el sistema. ¡Qué más da como lo llamen si la falta de liber­tad la palpamos en infinidad de situaciones quienes nos en­frentamos al po­der aunque no empleemos las violen­cia ma­terial ni vaya­mos a las barricadas!
c) la impresión de que todo lo escrito, propuesto y anali­zado por los expertos no hace más que perpetuar no ya a los gober­nantes, sino a las clases dominantes en las que en general no hay apenas movili­dad en sentido sociológico, pues son siem­pre aproxima­damente los mis­mos, las mis­mas familias y los mismos opulentos quienes gobiernan, di­recta o indirectamente en cada socie­dad occi­dental.

En fin que veo por primera vez en Vidal Beneyto a un co­labo­racionista ilustrado más del sistema. Ni siquiera res­ponde él a tanta treta para la perpetuación de éste que in­dudablemente está cada vez más orientado orientado al de­bili­tamiento de la individualidad, por más que el sistema, los “demócratas de toda la vida”, el vaticanismo y la democracia parlamentaria es­tadounidense finjan preocuparse más del individuo aislado que de la so­ciedad... A menos que todos ellos, incluido V. Beneyto, estén pensando en el individuo pertene­ciente a las castas eternamente ricas, dominantes y gober­nantes por dis­tintos me­dios, desde distintas posicio­nes so­ciales y con diferentes ca­retas. Porque entonces sí tendrían to­dos razón...

Francamente no entiendo nada en esta ocasión a Vidal Be­neyto más allá del desmenuzamiento que hace sobre el estado de cosas actual, sobre el destape de la visión de los académi­cos consagrados expuesta, y sobre la tesis del aprendizaje de las libertades y la necesidad de la derecha civilizada. Y lo siento. Lo siento porque he visto en Vidal Beneyto muchas ve­ces un bastión precisamente para con­tribuir al cambio hacia posiciones que se salen fuera del marco que sujetan todos los demás entre los que no adivi­naba, ingenuo yo, estuviera tam­bién él.

Lo dicho. Este mundo avanza inexorablemente por el em­puje de mutantes cuyo número se ve engrosado cada día por más muertos vivientes que de los que se nutren las de­mocracias occidentales. No desearía que Vidal Beneyto fuera uno de ellos, pero a juzgar por este significativo artí­culo me temo que también ha caido en el garlito...

08 octubre 2006

Clima, Ciencia y Poder (El tríptico de un desastre)


Al lado de inundaciones repentinas en unas partes que destrozan muchas cosas y entre ellas los cultivos, nos lle­gan constantemente noticias de sequías prolongadas -de años- en los distintos continentes cuyo cese nada parece anunciar, de los polos que se derriten, de los glaciares que retroceden aceleradamente. Pero este dantesco panorama no se manifiesta a quienes sólo "la realidad" depende de que, cuando se van a lavar las manos, salga o no salga agua del grifo... Tampoco se les manifiesta a los desalma­dos encenagados con el poder omnímodo y con la ambi­ción, quizá porque ya tienen su particular solución de re­cambAñadir imagenio en naves planetarias o cosas por el estilo...

Este mundo ha necesitado millones de años para for­marse. Pero en poco más de treinta se está viniendo abajo. Algunos hemos empezado a percibir los síntomas hace veinte, pero otros más sensitivos seguro que los han sentido mucho antes. Fíjese que no hablo para nada de la Ciencia. La Ciencia no tiene ningún papel en esto, pues si es en ge­neral miserable su aséptica función de investigar en la ma­yoría de los casos para provecho de unos cuantos, más lo es a la hora de comunicar el resultado de sus sesudas ex­ploraciones en materia física, ecológica y climática que a buen seguro pasan por controles de "calidad" exigidos por la política, por la gran industria y por el poder financiero del mundo. A fin de cuentas sus resultados y conclusiones los cuentan los medios y revistas científicas controladas por éstos.

Esas mismas agencias nos dan datos asombrosos pero al final irrelevantes y anecdóticos de las peripecias espaciales, pero hasta ahora no ha dicho la Ciencia constituída como tal, como debiera y hace con otras muchas cosas: "señores, si siguen vds. por ahí, si nos siguen inundando con el coche el planeta y siguen las talas e incendios atroces de los bos­ques, van a destruir completamente este mundo no en si­glos, sino en muy pocos años". Son, eran ellos, el Poder, los poderes, los destinatarios de sus atronadoras adverten­cias, no nosotros que nada podemos hacer. Ellos, como los consumidores lo somos de peligros con que nos alarman estúpidamente por el consumo de tabaco o por no llevar el cinturón... El coche, como las cajetillas, hubiera debido lle­var hace mucho tiempo en las portezuelas la pegatina: "este vehículo está contribuyendo al apocalipsis"

O bien la Ciencia no se ha enterado de nada. No lo creo. Lo que creo es que, pese a tener una visión de conjunto que no tenemos los individuos a solas, se ha percatado mucho antes, pero no "podía" sembrar la alarma y se ha hecho cómplice de los poderes citados. Somos las personas aisla­das las que más acusamos la deriva de los acontecimientos relacionados con la Naturaleza. Es cierto que hemos visto a Institutos norteamericanos de aquí y de allí, que vienen alertando hace un tiempo sobre la desaparición de miles de especies o que la Tierra se calienta 0,5º. Pero eso no es decir nada, si no se traduce al impacto en las temperaturas locales y con los efectos catastróficos que se avecinan. Yo tengo un jardín modesto de una casa modesta, y hace diez años mis termómetros iniciaban una escalada de hasta los veinticinco o los treinta grados en las mismas fechas solea­das de los inicios de primavera, por ejemplo, cuando dos o tres años antes no habían pasado de los veinte en las mis­mas condiciones soleadas.

El alcance de lo que se viene encima hubiera debido gra­duarlo y expresarlo la Ciencia en términos alarmistas hace mucho más tiempo que nosotros, los pastores de ovejas. Como se ha hecho con el tabaco y se hace desde siempre con los estupefacientes. El coche, del que hablaba ayer, debía haber sido declarado enemigo público número 1 del planeta por Decreto. Pero no sólo no ha sido así: es que arrecian las ventas o la voluntad de que aumenten. Arrecia la publicidad, arrecia la lucha de las marcas por eliminarse unas a otras en el mercado...

Así es que no creo que quede ya nadie con dos dedos de frente que vea en todo esto presagios de visionarios de tres al cuarto; no creo que salvo los anestesiados por la ambi­ción, no reparen en que este mundo se está derrumbando. El cambio climático por un lado y los esbirros de la doctrina neocons reforzando sus efectos negándose a suscribir acuerdos para la reducción del CO², por el otro, nos sitúan en un futuro inmediato estremecedor y desesperanza­dor.

Pero cada día que pasa también está más claro lo que su­cede pues el comportamiento general del país dominador le delata: los desalmados poderosos en armamento y con una inequívoca voluntad depredadora y asesina, se reservan como coto privado los confines de sus 50 Estados. Les so­bra el resto del planeta al que toman por extramundo, jun­gla, campo de tiro y laboratorio de maniobras criminales. No necesitan más, y por eso, aunque sean capaces de llegar a las estrellas, no hacen absolutamente nada para evitar al resto de la humanidad la hecatombe.

He aquí las consecuencias de la globalización que no es ni más ni menos que el dominio en el mundo de una sola raza, la anglosajona, después del fracaso de la aria gestionada perversamente por el nazismo. Una raza, ésta anglosa­jona, por cierto, flan­queada por una serie de palanganeros de otras razas, pa­téticos, mise­rables y tan funestos como sus jefes de fila.

06 octubre 2006

¡El coche!


¡En qué mala hora se inventó el coche!, un trasto además incentivado constantemente con más y más servicios -pres­ta­ciones los llaman- para que nos sintamos como en una habita­ción de nuestra casa en movimiento...

Si desde el principio se hubiera concebido el invento ex­clu­sivamente para el transporte público, el CO² no nos esta­ría ahora aniquilando y corroyendo las entrañas, y el planeta no estaría dando las últimas boqueadas con este patético avance del desierto, que terminará calcinando la Tierra y la vida sobre ella en poco tiempo.

No era tan difícil prever un final polucionado al límite como el que se ve en el horizonte ya cercano. La biosfera es una estancia finita con capa­ci­dad finita para absorber calor fi­nito, mientras no tiene capacidad infinita para refrigerarse. Y el co­che está fa­bricado para ocupar infinitamente la Tie­rra. Este devastador instru­mento ha sido creado como artí­culo de uso personal; como el cepillo de dien­tes. ¿Vale la pena haber ex­peri­men­tado la mo­vilidad indivi­dual y la velo­cidad, habiendo po­dido limitarnos a vivirlas colectivamente por razones prácti­cas y en los tinglados de feria y el avión como recreo?

El ser humano, en relación a los demás seres vivientes se ve a sí mismo como ser genial que está por encima de todo lo creado. Pero está pro­bado: su trayecto­ria general en todos los aspectos, incluído éste de su pésimo cálculo sobre los efectos del CO², le acredita como un misera­ble, un egoísta pueril, un vanidoso, un so­ber­bio; un ser, en fin, in­capaz de renunciar al oro que lleva en­cima cuyo peso va viendo que le hunde en el pantano, pero pre­fiere ser engullido por la cié­naga antes que despren­derse de él.