28 junio 2006

Sólo unos cuantos...

Es repulsivo tener, entre tanta gentuza como la que vive en este país, la vitola de español. Que son unos cuan­tos ya lo sabemos. Pero basta un solo dictador para conver­tir a una sociedad en una prisión, y media do­cena de ener­gúme­nos para hacer de ella una porqueriza. Por­que no queda ya país del mundo con tan nula sensibili­dad que se atreva a silbar la inter­pretación de la Marsellesa o de cual­quier otro himno nacio­nal en un campo de fútbol. Pues eso es lo que hicieron anoche "sólo" unos cuantos... espa­ñoles en Hanno­ver en el encuentro de fútbol entre Francia y Es­paña.

Siempre la misma cantinela... Para defender la causa gene­ral de "lo español" se dice que son “sólo unos cuan­tos...". Unos cuantos en las gradas de un estadio, unos cuantos en la política, unos cuantos en los escaños de un Congreso, unos cuantos en los cuartelillos policiales... Cierto. Unos cuantos representan siempre a un país a lo largo de toda su historia, unos cuantos la escriben, unos cuantos la hacen y el resto la sufrimos y les sufrimos.

Es una vergüenza, por muy niñatos que sean los que se comportan en este caso futbolero de este modo. Pero por muy ni­ñatos que sean los que silban a un himno y alteran el orden, y por muy necio que sea un seleccionador, el es­pa­ñol, que, para excusarse de no racista después de haber dado claras pruebas de que lo es, dice en público que tiene un amigo japonés que es sexador de pollos... la quintaesen­cia de la españolidad sigue estando asociada a un asno me­dieval después de treinta años de un su­cedáneo de demo­cracia.

Esto de silbar al himno y alterar el orden por haber perdido un partido puede ser una simple anécdota. Pero es que los hechos graves, las tergiversaciones indecentes, los gritos de ¡asesino! antes de juzgar a una persona, el desencajar las cosas del centro de su sitio, el tratarlas con absoluta desmesura, el despreciar a las comunidades periféricas, ese grito de guerra "¡a por ellos!" de niñatos pero también de pe­riodistas de pos­tín encarnadas en las "prego" etc., siempre son cosa de “unos cuantos”. Son cosa de unos cuantos se­ñori­tos, políticos o no, que desencadenan tal es­cándalo en la atmósfera social, que impiden al re­sto del mundo escu­char sosegadamente la balada o la sinfonía que inter­pretan los demás españoles inteli­gentes, creativos y “seño­res”.

Todos asociamos a un país con un tópico por culpa de... “unos cuantos”. Y en este caso, el caso es­pañol, la que llega al exterior unas veces y otras se expande por todos los rincones interiores que no son capita­linos es tan odiosa, que la gente reflexiva no puede estar a toda hora pensando que son "sólo unos cuantos” los que aullan desde la caverna cada día ante la más mínima discrepancia y el más irrele­vante contratiempo.

Pues lo que llega siempre y en general desde la capital hasta los hogares de la gente de bien, hasta los confines de las co­munidades autónomas y al re­sto de las naciones-pro­vincias de Europa, es la intolerancia inquisito­rial, la tergiver­sación, la agresividad, la cerrazón y la epilep­sia so­cial, to­das eleva­das al cubo, de “sólo unos cuantos”.

¿Hay algo que no hieda?

En las sociedades de libre mercado la podredumbre que siempre hubo en toda sociedad desde que la memoria se pierde en la Historia, avanza con tal celeridad que difícil­mente esa cuarta parte del mundo sumida en el mor­tífero “mo­delo” podrá resistirla sin declarar a un enemigo prefabri­cado una guerra total. Pues no hay cura específica para todo proceso agangrenado. El único tratamiento posible es la amputación...

¿Me quieren decir los defensores del libre mercado qué ventajas, salvo para unos cuantos, reporta a la humanidad el libre mercado? Empezamos por que el libre mercado, entendido como la libre concurrencia entre la oferta y la de­manda no existe. En los países occidentales, más que una economía mixta o dirigida, lo que existe es una economía absolutamente controlado por la oferta. Mejor dicho, por quienes la manejan. “Detrás de cualquier argumento contra el libre mercado yace la falta de fe hacia la libertad misma”, nos dice el listo Milton Friedman.

Y efectivamente, no tene­mos fe en la li­bertad misma por­que la libertad no existe, es una pura fic­ción, una ilusión. Pero si hemos de tener fe ciega en algo sería prefe­rible vol­ver sobre nuestros pasos y tenerla contra la fe contra la que desde hace mucho lucha­mos: en Dios. Creamos de nuevo en Dios, pero, por Dios, no nos inste Friedman a creer en la libertad del hombre, menos en la libertad política y aún me­nos en la de mercado.

Friedman, sin proponérselo porque cree que nos va­mos a acomplejar no te­niendo fe en la li­bertad, pone el dedo en la llaga. Gracias a la fe que él dice tener en la libertad y por ende en el mer­cado, él y todos los que le corean viven como Dios precisa­mente. Mientras que tres cuartas partes de la humanidad vive engañada por ellos y malvive o perece sin creer en ab­soluto ni en el uno ni en la otra o dando estú­pi­damente vivas a la libertad. Sin ir más lejos ¿acaso tenía Friedman o yo li­bertad en Estados Uni­dos para predicar o difundir el comu­nismo sin dar con mis huesos en una prisión secreta u ofi­cial o con un tiro en la nuca? En cuanto una idea o movi­miento incruento es abor­tado, siendo ilusoria la libertad por definición, en ese país domina el totalitarismo bajo disfraz. El concepto de libre mercado es una falacia en sí mismo. Y la existencia del to­talitarismo no depende sólo de que a un país se le haya puesto o no una etiqueta.

Lo que se dice libre mercado, es decir hoy día “neolibera­lismo”, lo vive un tercio de la humanidad. El resto es planifi­cación pura o intervencionismo más o menos dirigido y efi­caz.

Por eso y hablando de economía de mercado, ¿me quie­ren decir sus abogados qué instituciones, profesiones, sec­tores, estamentos, estructuras no están podridas y cada día que pasa más putrefactas? ¿Me quieren decir que no habiendo espacio ni rincón de las sociedades de mercado que no sea un lupanar en el peor sentido, un foco infeccioso de engaño y de manipulación, semejante “modelo” de la fal­samente llamada “libre concurrencia”, pueda hacer fe­liz a los más y no sólo a los que lo manejan y a los débiles de ca­rácter que se dejan engañar?

Ahora, un estudio de Consumers International señala “las malas prácticas comerciales”: “información errónea intencio­nada, propiedades del medicamento no probadas, propie­dades “exageradas” del medicamento, falsas comparacio­nes con otros", etc.? ¿Es posible, por ejemplo –y éste, se sobre­entiende, es sólo un ejemplo pues luego está la justi­cia, el ámbito religioso, la comercialidad, etc-.vivir confiando en la Medicina, en los médicos y en la farmacopea en se­mejantes condiciones? Es sólo una muestra. Pero elijamos cualquier estamento social al azar: no existe uno “sano”. Hasta hace poco si acaso la enseñanza. Hoy, ni la noble pedagogía se libra de la tendenciosidad indecente, camu­flada, como todo, entre cantos de alabanza a la imaginaria libertad.

¿Que la corrupción va cosida a la condición humana, es inevitable y sólo se puede rebajar? De acuerdo. Pero una cosa es que existiese (que no existe) en los centros de po­der la voluntad de rebajarla, y otra que ellos mismos sean los que la fomentan para luego rentabilizar su persecución. Como sucede con todas las guerras y ahora también con el asunto artificial de la lucha artificiosa, sanguinaria y depre­dadora contra el terrorismo practicada por Nor­teamérica, a toda costa empeñada en contaminar a los paí­ses del mo­delo de su propia infección...

La sociedad puede evitar la corrupción o convertirla en ex­cepción si se convence a sí misma, -empezando por los dueños del poder de facto- de que la libertad, que sólo la disfrutan realmente unos pocos a manos llenas- debe res­tringirse enérgicamente, radicalmente, drástica­mente en lu­gar de venderla como producto de consumo vi­ciado y enga­ñoso para luego recortarla, zarandearla y ex­traer provecho de ella, otra vez, unos pocos.

Sólo un mo­delo de economía intervenida y planificada puede acabar no sólo con la corrupción que se expande como una plaga bíblica por el globo, sino con la miseria. Y sólo ese modelo es capaz de contener eficazmente el verti­ginoso proceso de agotamiento o extinción de las especies y de los re­cursos esenciales para la humanidad, empezando por el agua y el propio latir de la vida en el planeta.

25 junio 2006

Firmes convicciones

Leo hoy, "España se está radicalizando". No. España no se está radicalizando en el sentido de preocuparse por ir a la raíz de los problemas. España se está fanatizando. Laica, política y mediáticamente, después de haber estado sumida en fanatismo religioso incontables siglos. Pero ahora no es tanto por las Conferencias Episcopales, que también, como por la aparición de políticos extremistas y de medios bullan­gueros que necesitan incesantemente sangre, los unos, y carnaza los otros. Y es que este país no tiene remedio, ni intención de tenerlo. Hay amplios sectores de población que son espíritu puro de contradicción sin fundamento, que lu­cen la soberbia típica de los plutócratas y la altanería de los necios ilustrados. Todos barbotean sin parar, sin sentido y sin ecuanimidad para atraer hacia sí la máxima atención. Son como actores y actrices que no se resignan a su decli­nar. Pero eso sí, tienen "firmes convicciones" que les hace seguir sintiéndose acreedores a todo, y especialmente a lo que tuvieron y ya no tienen.

Por eso, cada vez que oigo a una persona decir de sí misma o de otra: "tengo, o tiene, firmes convicciones", me echo a temblar. Precisamente, las "firmes convicciones" son la causa inmediata humana de las mayores tribulaciones desde que la memoria se zambulle en la Historia. Tienen otro nombre: intolerancia. Porque cuando las “firmes convic­ciones” van aliadas a la tolerancia, ya no son tales: se di­namizan, salen del yo y fluyen hacia los otros. No quedan como pétreo fundamento de la personalidad que las alega. Esta, simplemente no habla de ellas jamás. Practica la tole­rancia y ahí empieza y acaba su razón de ser.

Hay una posibilidad de hablar de convicciones sin firmeza ni efectos secundarios para otros. Es cuando hablamos de convicciones personales. Pero cuando hablamos de convic­ciones personales que nos ayudan a construir el presente e ilusionarnos con el futuro, no hay problema. Actuamos, labo­ramos, creemos en lo que estamos haciendo y en paz. Pero no hablo de eso. Me re­fiero, como cualquiera puede adivi­nar, a esas convicciones que se aventan en el ágora, en el espacio público, a ésas asociadas a responsabilidades que afectan a comunidades enteras, que percuten grave inesta­bilidad social aunque ésta no se perciba demasiado en la calle. Por­que no teniendo todos los ciudadanos las mismas "firmes convicciones" en privado que ellos exhiben como estan­darte, y otros incluso ninguna, al hacer alarde de ellas públi­camente el choque emocional está asegurado... No im­porta que sean muchos los que por prudencia no se les en­frenten, la tensión sin palparse, está ahí. Y eso es lo que, después de cuarenta años de dictadura y silencio sepulcral, viene pasando estos últimos treinta en este país donde la sangre hierve y no pasa un día sin que el pedernal y la yesca no froten entre sí.

Y esto es así, a menos que pensemos que los destinata­rios forzosos del obsequio de las "firmes convicciones" van a someterse a las veleidades derivadas de ellas o están mentalmente ajenos a ellas o son sencillamente unos creti­nos...

No. No son las convicciones lo que mueven a las personas a hacer el bien. Ni los personajes públicos hacen el "bien común" gracias a ellas. Lo que mueve a una persona co­rriente a hacer el bien, es el amor. Y lo que hace que una persona con responsabilidades colectivas actúe correcta o sabiamente, es el tacto: una mezcla de prudencia, audacia y comedimiento. Y el tacto implica, por encima de todo, es­fuerzo por tener en cuenta a la hora de tomar una decisión a todas las sensibilidades, incluso a la insensibilidad. Pero las "firmes convicciones" nada tienen que ver con el tacto. Es, pues, la prudencia, el respeto a todos los gobernados, es decir al pueblo, y la circunspección en dosis elevadas, lo que a un político, pero también a una persona normal, hom­bre o mujer, les hacen sagaces, e incidentalmente al pri­mero un gran estadista. Sin tacto, no hay más que burdo y rastrero mangoneo.

Déjense los teóricos del eurosocialismo de imitar los tics odiosos de los neoliberales hablándonos de convicciones confundidas con lo dogmático, con la intransigencia y con el no dejar a otros vivir en paz. Háblese de creencia ocasional y entiéndase ésta para cada caso como si fuera a ser eterna; pero que esa creencia de coyuntura no pase de mera "confianza" en sí mismo cuando se adoptan resolucio­nes que van a influir en toda la colectividad. Pues es la "confianza" personal y no la "firme convicción" lo que induce confianza en el espíritu de los destinatarios, y les sosiega.

Apártense las "firmes convicciones" de la vida pública. Porque cuanto más firmes sean, seguro que más perjuicios ocasionarán a la comunidad humana y a la democracia; democracia, donde todos debieran sentirse "sólo" relativa­mente satisfechos. A menudo hay que improvisar. Y la "firme convicción" no sabe hacerle frente. Y si no, échese una mirada a los infames que pertrechados de "firmes con­vicciones" han causado los mayores desafueros contra la humanidad desde principios de este milenio. Los mayores estragos en sociedades enteras y en la Naturaleza este si­glo son cosa suya. Como otros en siglos pasados fueron los causantes de otros por... sus "firmes convicciones".

Lo mismo que la sugerencia seduce simplemente porque es invitación que no conmina, las "firmes convicciones" lle­van consigo naturalmente la semilla del rechazo. Son el dogma y los fundamentalismos, ambos hijas o madres su­yas, lo que ha tenido y mantiene al mundo en permanente tensión y origen de tantísimas desgracias. Esta vida no es "milicia sobre la tierra", expresión de otra "firme convicción". Esta vida es para vivirla lo más amorosamente posible entre todos los que constituimos la especie humana, que es a lo que exhortan los grandes profetas, los grandes santos, las mujeres y los hombres grandes. Pero también lo dicta el sentido común y el natural afán. Y eso es precisa­mente lo que no permite la exasperante y terrible terquedad de los que imponen sus "firmes convicciones", de la naturaleza que sean, a los demás.

Dejemos pues la convicción para el fuero interno, para la privacidad, para nuestro exclusivo beneficio en forma de nutriente espiritual. Pero abstengámonos de pregonarla e impidamos que otros la pregonen en nuestro nombre y di­gan: "Es una persona de "firmes convicciones". Porque desde ese momento, ingentes cantidades de seres huma­nos se pondrán en guardia, empezarán a desconfiar o a huir y a temer de nosotros lo peor. Pues recordarán, aún los más legos, a dónde han conducido y hasta dónde han llegado en la Historia las "firmes convicciones" de innúmeros y paté­ti­camente famosos convictos.

23 junio 2006

El fin de los Tiempos

El otro día Condoleezza Rice, por encargo de su superior, en una arenga a los Bap­tis­tas del Sur que celebraban su convención anual, anunciaba oficialmente al mundo el fin de los Tiempos...

El libre mercado es maravilloso. Sobre todo para los que lo gobiernan. Para Occidente los sistemas colectivis­tas, como el cubano, el coreano y el chino -salvo en este tramo final en el que China se aproxima al mercado o ya está de pleno en él-, son anatema. Son perversos, sus po­blaciones no gozan de liber­tad y los dirigentes merecen ser condenados a las penas del Averno. Los países árabes -los mil qui­nientos mi­llones de asiáticos princi­pal­mente- también son para Occi­dente escoria. Tampoco –dicen quienes en Occidente llevan el timón-, tienen libertad, pues aquéllos están en ma­nos de emi­res y de imanes. En cuanto a Africa, Africa prác­tica­mente no cuenta; salvo el país de los boers..

Es de­cir, entre países colectivistas y países pobres de so­lemnidad -sociedades donde "se reparte la po­breza", como gusta decir a los aduladores del mercado libre-, tres cuartas partes de la po­blación mundial padecen institui­da­mente mi­se­ria y/o negación de libertad. En cambio, el otro cuarto es opu­lento y dispone de ésta a manos llenas. Bien, pero su­cede que los paí­ses que gravitan exaltadamente en torno a ese concepto huero, el de li­bertad formal para más inri, y de la democracia asociada a ella, son los responsa­bles de que el fin de los Tiempos que anuncian Condoleezza y su men­tor se aproxime a esta generación a pasos agigan­tados.

El fin de los Tiempos puede ser irrefraga­ble, inexorable, inevitable. Eso al menos dicen las Biblias. Lo único que ca­bía hacer al "hombre" de las Sagradas Es­crituras, lo único que estaba en manos de él es modular el final: re­trasarlo con su inteligencia o precipitarlo con su es­tulticia.

Pues bien, esto último, precipitarlo, es lo que hacen los países que abanderan la causa de la liber­tad y la democra­cia, con Estados Unidos y sus líderes e inte­reses grupus­culares a la cabeza. Lo mismo que España, con sus es­pe­culadores cri­mina­les, urge ese final de los Tiempos. Un fi­nal que, a juzgar por la pinta que tiene el panorama general, no será brusco, repen­tino y violento sólo -eso será al final del drama, el último Acto-, sino que irá por fases y por zo­nas. Y desde luego España es uno de los lu­gares del globo más reconocido como candidato a convertirse en uno de los pri­meros en entrar en la primera fase del fin. Los in­cendios fo­restales sin ce­sar -para construir y obtener la cada vez más escasa madera- y el cemento, tan pavo­roso éste como los otros, obligan a pensar que si el año en curso es dra­mática­mente deficitario en agua de lluvia, hay señales inequí­vocas de que el proceso de desecación de la penín­sula es impa­rable mientras los cantores de la libertad juegan al golf.

En cuanto a los líderes al otro lado del Atlántico de la li­ber­tad -más bien de su voceo-, hace cinco años que pusie­ron en marcha los dispositivos para que Afganistán e Irak tuvie­ran el privilegio de vivir el fin antes de tiempo. Y ahora, el anun­cio del fin hecho por los dos mutantes principales que llevan el negocio de la libertad en su país y en el mundo entero, sig­nifica que ya se están preparando para pulsar el botón nu­clear que haga bueno su pronóstico santo procla­mado ante los Baptis­tas del Sur por Condoleezza.

Es decir, hay dos modos de llegar al desenlace: uno pro­gresivo, y otro -la traca final- que corre de cuenta del Pen­tá­gono que calcula que mientras entre el resto del mundo unos habrán saltado ya por los aires y a otros les toca des­pués estallar, ellos, los anglosajones, podrán quedarse sin pro­blemas con las reservas de crudo que quedan y seguir paseándose en sus coches propulsados por petróleo.

Desde luego todo encaja en la metáfora –una más de las muchas que hay sobre este asunto- agustiniana de “La ciu­dad de Dios”, y la visión cristiana del cambio social y la histo­ria. Visión que repudia los ciclos de las teorías clásica y evolucionista. Pues en la visión cris­tiana, el ciclo de génesis y decadencia es singular, único, y no debe repetirse jamás. Hay un ciclo de existencia humana que empezó con Adán, que terminará alguna vez en un fu­turo no distante, y eso es todo. Es lo que profesan los Bap­tistas del sur, la Rice y su hipertímico presidente. Como en general los cristia­nos vati­canos. Aunque és­tos últimos, quizá por fino gusto o por ins­trucciones de la supe­rioridad, no nos alarmen con la misma monserga del fin de los Tiempos... para no reper­cutir la Bolsa. Allá, quiero decir, allá donde habla la Rice, ese espa­cio del planeta donde abundan los cretinos, esa misma monserga puede poner en cambio a la Bolsa por las nubes.

Este es el bonito relato del fin de los Tiempos en dos tiem­pos, para cuya culminación la democracia y la libertad, es decir el caos y la necedad de la que hablan textos sagrados y Erasmo de Rotterdam, habrán sido decisivas en el pre­sente histórico que nos ha tocado vivir...

Pero no desmayemos. Noso­tros, Occidente, los países “li­bres” y los ciudadanos que habitamos en ellos, mientras nos hundi­mos irremisi­blemente debere­mos seguir gritando –tanto hemos disfrutado de ellas- hasta que lle­guemos al fondo de la ciénaga: ¡Viva la libertad! ¡Viva la demo­cracia!

19 junio 2006

La funesta manía de "civilizar"

A más de uno le extrañarán mis diatribas contra Amnistía In­ternacional des­pués de haber arremetido duramente co­ntra otras superestructu­ras, como la Medicina y la abo­gacía; habida cuenta además mis años de ejercicio en ésta, haber sido valorado debidamente y ser hijo de jurista de prestigio...

Pero soy tam­bién antropólogo, y se ve que puede en mí mucho más la atracción hacia el humanismo puro al que me con­duce por encima de cual­quier otro valor la propia an­tropo­logía con su des­mitifi­ca­ción de “lo humano” a cuestas. La vi­sión an­tro­po­ló­gica, es decir, la del ser humano zooló­gico y su so­ciedad es doble: la emicológica y la eticoló­gica. Esto es, o el estu­dioso es­tudia y analiza una cul­tura desde la óp­tica de su propia cultura, o la estudia, con un estimable es­fuerzo imaginativo y mental, desde la óptica de la cultura estu­diada. Como he lle­gado a la conclusión de que no cabe más perver­sidad en la dudosa cultura que respiro, no sólo con respecto a las demás sino tam­bién a amplios segmentos sociales su­yos, mi ánimo va en­cami­nado a des­montarla. Y empiezo re­clamando todo el res­peto por las otras, con in­depen­den­cia de que sean más o menos dignas de ala­banza para la axiología -sistema de valores- de la cul­tura a que perte­nezco...

Desde que se pierde la me­moria, todo el empeño del occi­dental es “civilizar” a otros países y a otras culturas cuando las peores aberracio­nes envueltas en papel de ce­lofán las co­me­ten los países situados en la proa de la aventura humana. En otro tiempo fueron Es­paña e In­glate­rra princi­palmente. Terminada la segunda guerra mun­dial, otra vez Gran Bretaña, esta vez aliada al Estados Unidos que di­rige el hemisfe­rio oeste y quiere so­juzgar al resto. Esto, “civi­lizar” a la fuerza, injerirse y democratizar a cañonazos, a mi modo de ver y de todo aquel que tiene dos dedos de frente son pretenciosidades de la peor calaña.

La silla eléctrica o el gas letal no son mejores que la lapi­dación, aunque estemos acostumbrados a no verlo así. La ablación del clítoris y otras deformaciones corporales son salvajes, pero no mucho menos salvajes son las peligrosas cirugías plásticas a capricho inducidas por modas puestas a su vez en circulación por dudosos estetas licenciados en Medicina y otras prácticas contra natura fomentadas por cantos de libertad. Al final todo parte de una cultura deca­dente. Y desde luego, en este caso sin dudas, no peores que las guerras de rapiña, las torturas, las vejaciones, los expolios y los ataques a otras razas hasta extinguirlas, co­metidas hoy por los dos países anglosajones -como otrora también ellos y nuestros ancestros hispánicos- en otros te­rritorios, pueblos asiáticos y etnias africanas o amazónicas, en los que son especialistas por más que en muchos casos los anglosajones actuén con astucia y en la sombra...

En Occidente el pe­riodismo se dedica a la información, y ciertas organizaciones a “in­vestigar” periodística o policiaca­mente torturas y atentados a los dere­chos humanos. Pues bien, otros nos dedi­camos a investigar im­posturas, a in­dicar el papel decorativo de la mayoría de las ONGs y aso­ciacio­nes similares y a señalar la relación que existe entre los in­vesti­gadores y su contribución a reforzar el sistema que rige en tres cuartas partes del mundo. A Amnis­tía Inter­nacio­nal, como a la Iglesia Católica, les guía la mejor de las inten­cio­nes del mundo. Nadie lo duda. Pero ambas están ideologiza­das tanto por sus propios prejuicios que mu­chas de sus homilías y denuncias se confunden con la inadmisi­ble injerencia cultu­ral que sostiene el punto de vista emico­lógico de la antro­pología.

Yo no tengo una visión antropocéntrica de un hipotético o eventual Dios, ni una visión positiva etnocéntrica asociada al blanco, anglosajón y protestante (y/o judío), que me hagan reconocer superioridad moral alguna de su parte por encima de otras razas y de otras culturas, in­cluida la islá­mica. Y menos cuando observo que a más “civi­liza­ción” de esa clase, menos cultura superior moral y de la otra...

Toda la porfía de los que abanderan la idea de una supe­rio­ri­dad moral sin nombrarla -algo que no hizo por torpeza y soberbia Hitler-, ba­sada simplemente en la superioridad tec­nológica, no me hará modificar mi condena ni tampoco de punto de partida para el análisis. No me hará creer, teniendo a mi vista tanta atrocidad, tan dispara­tado pro­ceder en rela­ción a la Natura­leza, al clima y a nuestro destino global que el blanco, anglo­sajón y pro­tes­tante es su­perior, y que los paí­ses restantes deben ir tras ellos como laca­yos suyos.

Todo lo contrario. Teniendo como tienen estadounidenses y británicos las claves del pro­greso material, tecnológico y científico, ellos son los culpa­bles únicos de que el mundo vaya cada vez a peor, de que el apo­calipsis en forma climá­tica esté próximo, de que se vea cla­ra­mente que no tienen en cuenta para nada lo que no sea su mundo y su bienestar; de que mientras el resto tiene gravísimos proble­mas para comunicarse, para en­contrar energía, agua y alimentos ellos se están prepa­rando concien­zudamente para asegurarse la continuidad de su especie sobre el planeta.

Eso, además de las atrocidades (de las que formando parte de un calculado propósito nos informa el Pentágono do­sificadamente) que co­meten concretamente con los pue­blos iraquí y af­gano... y lo que preparan para Irán, para blin­dar sus exigencias energéti­cas, estriba mi repulsión y en­fren­tamiento frontal al modelo anglosajón pensado para los demás. También hacia todo el que lo apoya, lo fortalece, lo aprueba, lo justifica o lo alaba. Mi credo no está con ellos. Están fuera de la ley y sitúan a los demás al margen de la ley. Son en­trometidos y atroces, vienen sembrando de terror legal -el más nefando pecado de cobardía- a lo largo y an­cho el globo terráqueo desde hace medio siglo, y son ellos quienes acusan al mundo de terrorismo...

Mi repulsión es infinita, pues si se tiene consciencia pro­funda de la existen­cia per­sonal y colectiva, si vemos cultu­ralmente efectiva igual­dad entre todos los se­res humanos sin cosméticos y trata­mos de corregir en lo posible las des­igualdades naturales, no po­dremos so­portar la estulticia y la prepotencia de los genocidas que se vie­nen pa­seando por la historia con tics ne­cios de res­petables humanoides y con mo­dales solemnes.

En suma, si hay un frenético deseo de “civilizar”, de demo­crati­zar, de “humanizar” a la humanidad, la cultura occiden­tal, los países vicarios y los dos an­glo­sajo­nes tienen que ir pensando primero en “civilizarse” ellos in­excu­sablemente cuanto an­tes. Al menos, al nivel de los países nórdi­cos euro­peos. Una vez conseguido el propósito, sería entonces cuando, de acuerdo a la lógica y al racio­cinio del que ahora carecen, no sé si les co­rrespondería a ellos “civilizar” al re­sto, pero podríamos disculparles su impertinen­cia de inten­tarlo. Mientras tanto, el contrasentido que hay en esa ob­se­sión de perio­distas y de organizaciones internacionales del sis­tema ca­pitalista por mirar con microscopio lo que hacen otros, es decir, por observar la paja que países de otras culturas tie­nen en su ojo, no viendo la viga desco­munal que tiene Occi­dente en el suyo propio, re­sulta ser una es­qui­zo­frenia im­propia del si­glo XXI. O bien pensado, quizá bien pro­pia. Una patología que, tal como funcio­na un de­plorable sistema vacío de valores que no sean el dinero y el poder fá­cil; tal como opera la débil pedago­gía y la informa­ción sesgada y caótica en la que todos -ciu­da­danos, perio­distas y organiza­ciones a que me refiero in­cluí­das- nos des­envol­vemos, no tiene cura. Como –me temo- tampoco la tiene, ya, el planeta Tierra con sus centenares de miles de espe­cies vivas que exponen­cialmente han desaparecido ya y van a ir desapareciendo sin solución de continuidad.

Amnistía Internacional 2

Respondiendo a Esteban Beltrán, Director de AI

Hay a quien saber que se cometen barbaridades le ali­via. Y sobre todo le alivia si por no pertenecer a la esfera occi­dental los países donde supuestamente se cometen, alguien se ocupa de pregonarlas. Pero a otros no nos ali­via. Incluso, si se nos diera a elegir, preferiríamos no co­nocerlas sabiendo que nadie hace nada –aparte de comunicarlas- para evitarlas. Así es que, como vivimos entre opciones, no creamos que todo el mundo opina igual sobre todo y también sobre este asunto. Esto por un lado...

Hace unos días Esteban Beltrán, Director de AI insertaba en mi anterior artículo el siguiente mensaje:

Querido amigo,
Querida amiga,

Nemat tiene 17 años, es iraní y ha sido condenado a muerte. No sabemos donde lo tie­nen recluido, pero sí sabemos que, si no paramos la cuenta atrás, Nemat colgará muerto probablemente de una grúa en unos días o quizás en unas horas. Entre Nemat y la muerte sólo estamos nosotros. Y cada segundo cuenta.
Firma ahora nuestra petición de apoyo a Nemat y, por favor, reenvía este mensaje a tus contactos.
No podemos parar el tiempo, pero sí que podemos hacer que las cosas cambien.
En nombre de Nemat, muchas gracias.
Esteban Beltrán
Director – Amnistía Internacional

Bueno, y qué saberlo. Además, no estoy de acuerdo es en esa última frase poética: “No podemos parar el tiempo, pero sí que podemos hacer que las cosas cambien”. ¿Cómo cam­bian? ¿Cuánto tiempo lleva AI operando en el mundo y cuántas cosas muy graves han cambiado y no han empeo­rado? Son pre­guntas que me gustaría que se me respon­die­sen con preci­sión. Y cuando pregunto en qué han cam­biado las cosas, tomo como referencia e inicio la fecha in­fausta de los idus de marzo de 2001 y 2003 con la ocupa­ción por los estadounidenses de dos países asiáticos a quemarropa...

Suponiendo que la ejecución en Irán, por ejemplo, de ese tal Nemat sea una barbaridad extraordinaria porque es un país extraño a nuestra cultura, y no ordinaria como son las ejecuciones legales estadounidenses en los Estados donde hay pena de muerte, ¿qué se adelanta con saberlo, como nos informa Beltrán?

Hoy día circula un tópico grave porque frena otras posibili­dades, que consiste en tranquilizarse las sociedades porque algunas atrocidades que suceden en el mundo se saben. Se saben algunas. Una ínfima parte. Son la punta del iceberg desde luego en los dos países ocupados actualmente. Por­que entre otras cosas ya se encarga Estados Unidos de que las que cometen sus tropas y los mercenarios de empresas privadas que operan en Irak y Afganistán sean informadas debida y dosificada­mente, pues no hay en esos países ocu­pados más perio­distas que los que el Pentágono acredita; pe­riodistas, por lo demás, que pertenecen a la cadena de mando del mismo monipodio de la barra y las estrellas. De manera que, por un lado, sabe­mos sobre atrocidades gue­rre­ras lo que ellos quieren, las torturas que ellos quieren que se sepan, los trajines de gente capturada y llevada de acá para allá pasando por países del orbe europeo, Guantá­namo... y por otro las barbaridades instituídas en que con­siste la pena de muerte en el mismo país estadounidense porque forman parte de su cultura. ¿Qué han cambiado las cosas? ¿En qué han mejorado las denuncias de AI? Esta es la cuestión, y no otra. Me parece muy bien que AI haga su trabajo, como los abogados y los médicos hacen el suyo pero no por eso dejan de for­mar parte del tinglado de toda la socie­dad putrefacta an­glo­sajona que es la que ordena y manda, hegemoniza el planeta y no deja a otras culturas vivir...

Si llegamos a la conclusión de que Estados Unidos está metiendo en un puño al mundo que no se le somete y el que se le somete padece ya el síndrome de Estocolmo porque está secuestrado psicológica e interesadamente por el im­pe­rio ¿qué pinta AI en todo esto si no es para denunciar lo que sabemos, para indagar que en tal o cual país general­mente asiático o africano se ha cometido esta o aquella ablación, esta o aquella ejecución? Si AI hace una labor me­ritoria que debería hacer el periodismo y no hace porque no le dejan en cuestiones capitales, el que el sr. Beltrán nos anuncie una más no deja de ser una noticia informativa que a mí, franca­mente, no me interesa porque prefiero no tener una relación puntual de la supuesta perversidad de otras sociedades ex­óticas cuando a mi vista tengo desde hace cinco años todas las barbaridades imaginadas y por imagi­nar. Bastante tengo con éstas.

Repito que AI hace lo que puede. Como la madre Teresa de Calcuta hacía lo que pudo en un mundo miserable. Pero mi tesis está bien clara. Tanto la madre Teresa de Calcuta como AI son dos piezas del engranaje que forma parte del sistema y lo apuntalan. Pues a los entusiastas del sistema les permite decir: ¿No véis que las cosas se denuncian? ¿No véis cómo personas santas se entregan a hacer caridad? No importa que respondamos: “no queremos denuncias, queremos que se haga justicia a secas”; “no queremos caridad, queremos justicia social”... ¿Garantizan que vaya mejor la justicia y que las ominosas desigualdades desaparezcan? ¿No será que justo porque tenemos Defensor del Pueblo muchos creen ingenuamente que sus derechos van a estar a salvo?

Y sepa sepa el sr. Beltrán, director de AI supongo que en España, que no estoy interesado en saber cuántas torturas y desprecio por los derechos humanos tienen lugar en paí­ses que no son de mi entorno, porque bastante indignado vivo viendo que los gobiernos del mundo al que el sr Beltran per­tenece y los Tribunales Internacionales nada hacen para evi­tar Guantánamo y para seguir la ocupación en Irak con todas las atrocidades que nos ocultan. Por no hacer ni si­quiera se erigen en éforos, como los magistrados del mismo nombre que en Esparta podían llevar al mismísimo rey a jui­cio y eje­cutarle. No sólo no apresan a los culpables: los adulan todos los días.

En este esquema es preciso leer mis dos quejas sobre el papel meritorio pero decorativo de AI. Eso, además de que, a diferencia de las grandes masas de población interesadas en conocer las barbaridades, yo y muchos, como decía al princi­pio, preferimos no co­nocerlas porque precisamente sabemos que, a diferencia de los que el sr. Beltrán cree, “nada, por este conducto, po­demos hacer para que las cosas cambien”.

Las cosas sólo podrán cambiar cuando los Estados des­pierten y se decidan a cortar por lo sano todo lo que AI pone en nuestro conocimiento y lo que no necesita notificár­noslo porque lo sabemos o porque AI lo desconoce. Es decir, nunca.


Yo puedo, por ejemplo, ser abogado y hacer mi trabajo lo mejor posible, pero si no tengo una mentalidad fosilizada e ideologizada, mi profesión y mi quehacer no me impedirá re­conocer al mismo tiempo que el sistema es miserablemente injusto y que las desigualdades predominan por encima de la justicia.

Este es el fulcro, el pivote, de mis reflexiones a propósito de Amnistía Internacional.


18.06.06

Por qué no dejo títere con cabeza

Medios y periodistas, Medicina y médicos, Abogacía y abogados, Judicatura y jueces, Policías, jerarquía eclesiá­tica, Política y políticos, Instituciones internacionales...

Para vivir absoluta o relativamente satisfechos en el as­pecto estrictamente personal hemos de conformarnos relati­vamente con lo que hay, con lo que poseemos y con lo que nos corresponde de la tarta colectiva. Es una ley de "felici­dad" individual que si no queremos ser unos desgraciados debemos luchar con nosotros mismos para no sentirnos unos desgraciados pese a quien pese. Lo mismo que para no ser pesimistas debemos esforzarnos en ver el lado bueno de todas las cosas.

Hasta aquí la receta positivista para no ser infelices, para aguantar, para seguir tirando, para tenernos en pie y hasta para rebosar alegría...

Pero eso es algo que pertenece al ser y al estar, al dasein diría Heidegger, en el mundo. Soy feliz pese a vivir en so­ciedades corrompidas, envuelto en instituciones corrompi­das, sojuzgado por un sistema injusto. Y lo soy, porque me conformo con saber que de vez en cuando me tropezaré con una persona cabal, con un profesional competente, con un político, un juez, un cura, un médico, un policía, un abo­gado que se esfuerzan casi heroicamente en cumplir su cometido; heroicamente, porque van más allá de lo que es su deber estricto. ¡Cómo no va a haber personas íntegras y profesionales de una pieza en este sistema!

Pero este no es el problema cuando juzgamos el marco local y el marco más grande que envuelve al marco local en que nos ha tocado vivir. Que haya gentes competentes, buenas, tenaces, ge­nerosas, honestas y voluntariosas ya lo sabemos. Como sabemos que son ellas las que a muchos les permite seña­larlas con el dedo para legitimar institucio­nes, superes­tructuras y el sistema entero... Ellos son los que permitieron de­cir a aquél (Churchill) que "éste es el me­nos malo de los sistemas posibles".

Sin embargo estaba equivocado de medio a medio. Eso no es así. Es un juicio maliciosamente subjetivo. No es así que haya que aceptar este sistema porque sea el menos malo. No es así que haya que felicitarse porque a mí y a los míos nos vaya bien. No es así que debamos conformanos y ver sólo el lado bueno de todo porque haya seres humanos desperdigados que honrándose a sí mismos honran todo lo que tocan y les rodea. No es así, porque funcione la treta que tiene el sistema de convertir todo lo que hace de trac­ción en mito: eso que, como dice Nietzsche, consiste en hacer del acontecimiento acción, el deus ex machina, el éxito por el esfuerzo... Falso. Son millones los capaces y con enorme mérito que quedan relegados mientras los pillos medran...

Si un modelo es injusto por definición porque priman las ventajas de unos sobre las carencias de los demás es des­igual, es injusto por más que se diga que el acceso a las ventajas es un "derecho" de todos.

Por todo esto soy crítico, furibundamente crítico con "todo". Con todas las instituciones nacionales e internacio­nales que pertenecen al sistema, y sin que crea que otros modelos sociopolíticos son perfectos y ni siquiera absoluta­mente preferibles.

Ahora bien, hay modelos que no tienen en su filosofía el ánimo de aprovechar y aprovecharse de las debilidades humanas: la ambición y la envidia sobre todo. Y el capita­lista es lo que hace. Aprovecha, rentabiliza y abusa de esas "debilidades" diciendo corregir los excesos con có­digos pu­nitivos y refrenándolas con la religión única. Algu­nos que blasonan de marxistas, de comunistas, de socialis­tas -todos los conocemos- van un día al banco, le concede el banco la hipoteca, o es un empleado de banco y le hacen mañana jefe de cuarta o director de sucursal, y se acabó su marxismo, su comunismo, su socialismo: es fruta del sis­tema cambiar en función de las ventajas que vamos adqui­riendo... quienes las logran. Y lo saben quienes apuntalan el sistema.

Por eso el sistema se mantiene, mal que bien. Y entre no­sotros, los españoles al tirón y al montón principalmente, no digamos. Nosotros, que recibimos ayudas económicas de Europa en cantidades industriales, y la máquina de hacer ri­queza a costa de todo y de sacrificios de la naturaleza no para mientras se mantenga el fuego sagrado de la cons­truc­ción.

Pero cuando hablamos de sistemas superiores e inferiores no pensamos en esto ni en lo coyuntural, para abrazar a un sistema repulsivo desdeñando el re­sto. Pues los sistemas colectivistas hacen lo contrario. No rentabilizan la envidia y la ambición. Respetando lo congé­nito, las corrigen desde la cuna con una pedagogía ad hoc; ense­ñando que todos so­mos iguales, que los demás son nues­tros hermanos, que todos tenemos derecho a todo y que la austeridad es el motor de la igualdad posible entre todos y que la conscien­cia de la escasez de los recursos sobre la Tierra es el com­bustible del motor.

Por eso muchos, aunque la vida nos haya sonreído, aun­que la sociedad nos haya dado más de lo que nos corres­pondería por nuestros merecimientos según sus propios ba­remos; aunque tengamos salud y motivos para ser felices, preferimos mil veces que "todos" vivan como nosotros por­que basamos nuestra felicidad en un ideal. Lo basamos en la idea y la ilusión de que todos puedan vivir y disfrutar como nosotros. Y no al contrario, que es lo que hace asque­rosamente el sistema donde para ser “felices” han de tener más que los demás aunque los demás se pudran... Es más, nosotros, los que estamos animados por ese ideal estamos dispuestos a renunciar a lo que a bombo y platillo se nos dice que es nuestra libertad (que sabemos ilusoria), con tal de que "todo" el mundo tenga una vida digna. Una vez lo­grado, ya nos encargaríamos después de rescatar algo de la libertad a que voluntariamente renunciamos. Y aunque todo eso se nos haya dado –injustamente- lo despreciamos porque tenemos presente a toda hora la injusticia radical. Creemos en cambio que un régimen colectivista es mucho más equilibrado y encierra la semilla de la buena voluntad aunque haya, como no puede ser de otro modo, manzanas podridas. Pero una cosa es que el sistema sea bueno y vo­luntarioso y deba hacer frente a la podredumbre ocasional, y otra que el sistema esté corrompido per se, se eleve sobre la corrupción y debamos a cambio adorar a individuos ex­traordinarios que de vez en cuando destacan por sus virtu­des y entrega como algo excepcional.

Esta es la razón por la que critico todo. Si me complaciese una sola institución como tal en el sistema neocapitalista, estaría obligado a sentirme satisfecho con todo y me cerra­ría por esa sola razón el derecho a hacer una enmienda a la totalidad, que es lo que día tras día hago en respuesta a un imperativo categórico kantiano personal de ineludible cum­plimiento ético. Tengo al sistema por el más perverso de los sistemas posibles aunque predomine en tres cuartas partes de las sociedades humanas, y no abandonaré mi lu­cha co­ntra él hasta que me vaya al otro mundo donde exi­giré cuentas a Churchill.

Amnistía Internacional

Hacía tiempo que Amnistía Internacional (AI) venía infun­dién­dome ciertas sospechas. Como me las infunden las no­ticias sobre "investigaciones". Por ejemplo hoy: "Bush or­dena investigar en Guantánamo", "La Audiencia Nacional abre investigación sobre 27 vuelos de la CIA en España"... y así todos los días nos anuncian que se inves­tigan eviden­cias. Este tipo de investigaciones son tan curiosas, que no difieren mucho de las que pudieran abrirse para saber a ciencia cierta si el sol nos ilumina o no... En esto hay una ley no sancionada todavía: cuanto mayor es la evi­dencia, más se investiga. Y a menudo la ordenan inves­tigar pre­cisa­mente los mismos culpables de lo que se investiga. Sirva esta di­gre­sión introductoria sobre el propósito de lo que principal­mente deseo resaltar hoy...

Lo que quiero decir es que todas esas organizaciones no gubernamentales como AI que trabajan aparentemente por su cuenta alardeando de una sensibilidad exquisita hacia los derechos humanos y otras yerbas pero pertenecientes al engranaje general del sistema, tarde o temprano acaban mostrando su verdadera cara. Tarde o temprano asoma su voluntaria o in­voluntaria, consciente o inconsciente adhesión al modo arrogante de interpretar el mundo típico de occi­dente.

Para que el sistema cuadre contable, ideológica y metafí­sicamente son necesarias unas cuantas cosas: caridad la primera, miramientos por los de­rechos humanos la segunda, religión institucionalizada la tercera, y filantropía barata la cuarta. De ésta se encargan las organizaciones no guber­namentales.

Veamos. Las po­tencias hacen añicos libertades formales y libertad a secas, países y vida en territorios siempre a miles de distancia de ellas. Esto es un hecho constatable e inexo­rable desde la segunda guerra mundial... Y luego vienen los misioneros y misioneras, las cruces rojas, las aministías y una legión de agrupaciones que viven para y de la pre­ocu­pación por restañar, reparar, aliviar lo que no sería ne­cesa­rio si aquellas potencias no fueran depredadoras y dejaran que las culturas se desenvolvieran sin su injerencia casi siempre cruenta. Y no sólo eso. Porque resulta que esas or­ga­nizaciones, que se deben a su propia cultura, se alinean “sólo” con el cuadro de valores sobre el Bien y el Mal con que funciona Occidente; con lo que distorsionan el sentido del bien y del mal en función de la óptica que Occidente aplica a todas sus perversiones.

Por ejemplo, hoy AI acusa a China de exportar armas de forma "irresponsable" porque "pueden utilizarlas en violacio­nes de los derechos humanos, como Sudán, Myanmar (la antigua Birmania) y Nepal”. Hasta aquí la noticia.

El sentido de la "responsabilidad" y de la violación de los derechos humanos que tiene AI es muy de alabar. Pero puesto que la exportación de armas es una práctica comer­cial de todos los países que las fabrican ¿cómo puede atre­verse AI a distin­guir qué países "pueden" violarlos y denun­ciar que tres paí­ses inmundos por su irrelevancia "pueden" violar los dere­chos humanos cuando ahí tiene a la hiperpo­tencia violán­dolos sistemáticamente desde que sale el sol hasta que vuelve a salir un día tras otro? ¿No sería más efi­caz atronar al mundo sobre las violaciones no potenciales sino reales cometidas a la luz del mundo? China no ha sa­lido nunca del marco de su espacio geográfico, nunca ha in­vadido ni atacado a ningún país, y menos occidental, como tampoco Cuba ni in­numerables países del continente asiá­tico salvo Japón. Los avatares de China y sus comporta­mientos en las relaciones internacionales merecen mucho más respeto que los países invasores aunque sólo sea por ese pequeño y grandísimo detalle al mismo tiempo.

Para que AI tuviera credi­bilidad debiera consagrarse a una cacelorada diaria contra Estados Unidos, el principal expor­tador de armas y el primer violador de los derechos huma­nos del globo; el culpable sin perdón de que no exista paz y amnistía interna­cional en el planeta. ¿Por qué no centra AI todos sus es­fuerzos sin reposo ni tregua en acusar a la po­tencia princi­pal de violarlos sin que el verbo "poder" figure porque es un hecho cegador? ¿Que también lo hace AI? Pues entonces resulta que AI es una organización com­parsa a la que no haciéndole ningún caso el principal trans­guesor de los derechos humanos (como la propia Iglesia católica se alía con ellos con el cometido de adornar con su conciencia las peores perversidades), no hace más que apuntalar y reforzar el mecanismo general de funciona­miento del sistema todo, esto es, el de la fuerza sin control.

Mientras que un país emplee toda su fuerza a matar per­sonas y a violar derechos, ninguna organización ni Estado tienen derecho a quejarse ni a protestar de ninguna otra tranguesión moral, y menos si sólo media mera "po­sibili­dad", como sucede cuando AI dice que Sudán, etc "pueden" violar derechos humanos con las armas que China exporta.

Déjese AI de hacer de otro más de los muchos Pepito Gri­llo que tiene ya Pinocchio, porque acabo de confirmar con esta noticia que AI en el fondo, como Gedeón y el honrado Juan, es un aliado fiel del em­presario Strómboli del cuento de Collodi.

En definitiva, no encuentro gran diferencia entre el papel y la influencia en el mundo que tiene Amnistía Internacional sobre la materia de su preocupación, y el que tiene El De­fensor del Pueblo del Estado español a escala local en la sociedad española o la que tuvo la madre Teresa de Cal­cuta en medio de tan disparatada injusticia en el mundo. En ambos casos el Defensor y la monja sirven a no pocos para justificar todo el aberrante “sistema”.
13.06.06

12 junio 2006

Los responsables de Guantánamo

Aunque es imposible olvidar semejante bestialidad, el sui­cidio de tres presos en Guantánamo aviva el hedor per­ma­nente de horror y canallismo que desprende aquel trozo ro­bado en 1903 a Cuba por los antepasados de los actuales enemigos de la humanidad.

La prisión que Estados Unidos tiene en Guantánamo es un baldón, una vergüenza, un ultraje que los cafres anglosajo­nes que la idearon y mantienen ofrendan cada día a su pro­pio país.

Mientras sean sólo Amnistía Internacional y otras volunta­riosas pero ineficaces asociaciones casi monjiles que de­nuncian torturas y desprecios de los derechos humanos pero que en la práctica sólo sirven para seguir el juego de quienes se ríen de ellas, no habrá más que cambios para que todo siga igual. Son los Estados y los gobernantes del mundo que a sí mismos se consideran civilizados quienes, ya que por la fuerza bruta nada pueden hacer, deben retirar sus credenciales y a sus embajadores de Estados Unidos denunciando clamorosamente a los genocidas que ocupan la Casa Blanca y el Pentágono. Hasta ese momento los se­res humanos verdaderamente civilizados que habitan en el planeta no dejarán de ver y sentir aquel lugar como el ver­dadero infierno de un mundo dominado por demonios con apariencia humana, al igual que en el primer cuarto del siglo pa­sado otros de su misma calaña en Europa terminaron sus días volviendo al infierno del que procedían.

Esto es así, pero si cabe es más doloroso lo que ocurre en Guantánamo porque sabemos que los seiscientos desgra­ciados que fueron a parar allí fueron apresados a voleo sin que, como en toda acción bélica ejecutada por invasores fe­roces y al mismo tiempo cobardes por escudarse en tan desiguales fuerzas, interviniera la más mínima exiquisitez o minuciosidad policiaca para determinar que se trataba de te­rroristas ni nada que se le pareciera. Es un disparate sólo imaginarlo. Fueron simplemente eso y nada me­nos que eso: 600 desgraciados que cayeron en una o varias razzias, y muchos de ellos pa­dres de familia.

Guantánamo es un crimen de lesa humanidad por el que debe pagar sin excusa ni pretexto, sin atenuantes ni exi­mentes, ese grupo de canallas encabezados por Bush. Aunque bien sabemos también que todos ellos, incluido el necio presidente, son piezas de una engranaje diabólico puesto en marcha por inductores principalmente militares y mediáticos que se sirven de ellos. Pero en el caso de que no fuera así, todos, incluidos los 40 millones de estadouni­denses que reeligieron a Bush, son tal para cual, de la misma ralea.

Pero Guantánamo no es sólo una afrenta que el pueblo ameri­cano se hace a sí mismo. Es un tétrico monumento a escala a las cámaras de gas nazis, pero en este caso pen­sadas para causar la muerte lenta; por lo que el suicidio su­cesivo de los concentrados allí es la última página de una tragedia fácil­mente anunciada.
Para definirles faltan adjetivos: son lo indescriptible, pero tengan presente los gobernantes de los países del globo que mientras no se alcen contra semejante infamia conti­nuada y contra los infames que la practican, son cómplices o cooperadores necesarios de dicha infamia y tan culpables como ellos.

11 junio 2006

Millás vs Chávez


Me gusta y admiro a Juan José Millás. Es tal su originali­dad combinativa para tejer una sorna tras otra, que no co­nozco a quien siquiera le iguale en el dificilísimo arte retó­rico de la ironía en el plano periodístico. Por eso mismo no me ha gustado un pelo su última columna "Mal asunto", dedi­cada íntegramente al presidente vene­zolano Chávez. Su habitual ironía la convierte en sátira co­ntra él. Y en el te­rreno de la sátira, gé­nero en el que se cen­sura o ridiculiza a alguien, la figura del ridiculizado o censu­rado importa mu­cho. A Chávez, a Mo­rales e incluso a Lula hay que juzgar­les, sin humor o con él, como a todo diri­gente pero espe­cialmente a ellos en un medio tan hostil y tan influido por los Estados Unidos, por la "buena voluntad", no por sus gestos más o menos retonantes y afortunados según qué óptica...

Ya se sabe que la "buena voluntad" no es algo demostra­ble y lo mismo pueden decir unos que la tiene un dirigente para otros nefasto o malvado, que al revés. Pero J. J. Millás muestra en sus artículos una sensibilidad abiertamente de izquierdas y desde luego inclinada a lo socializante. Por eso sabe muy bien él, como nosotros, cuándo está presente realmente esa buena voluntad por encima del afán del luci­miento personal y de grupo y cuándo no; lo mismo en el caso de los presidentes sudamericanos que en el caso de los españoles que se van sucediendo.

A finde cuentas quizá la diferencia entre izquierdas y dere­chas no estribaría más que en eso y nada menos que en eso. Desde luego nuestras preferencia por el pensamiento de izquierdas no es sino porque a quienes los representan les atribuímos por definición "buena fe y buena voluntad" de su gestión política a favor de todos, y ello aunque se equi­voquen, se queden cortos o se pasen. Mientras que se las negamos, buena fe y buena voluntad, a quienes represen­tan a la derecha o falso centro que sólo atienden al bienes­tar de sólo una porción de la sociedad en detrimento de las restantes.

Una vez más no trato tanto de defender políticamente a Chávez, sino de situar a Chávez en su circunstancia te­niendo en cuenta esa presunta y muy probable "buena vo­luntad": nacionalismo frente a anglosajonización.

Hace unos días me refería -sin saber que él, Chávez, tam­bién estaba en el ajo del asunto- que el cine norteamericano ha venido preparando insidiosa e involuntariamente -decía yo- durante más de medio siglo la mentalidad globaliza­dora/anglosajonizadora que hoy gran parte del mundo acepta con naturalidad. El gesto de Chávez de crear unos Estudios cinematográficos en su país para realzar a los héroes venezolanos (tema de Millás en su artículo) es ob­viamente una manera de responder al espíritu yanqui cuya venenosa influencia comienza en Hollywood y en el cuan­tioso cine salido década tras década de él inundando las cabezas occidentales que ahora asienten con sumisión a la canalla que dirige el país estadounidense y a la globaliza­ción que en aquél tiene su caldo de cultivo.

Que a Millás no se le haya ocurrido otro tema para sus proverbiales chanzas que esta facilona invectiva contra Chávez, no me ha hecho ninguna gracia por la elemental razón de que la sátira contra el débil que, a su manera, se enfrenta al poderoso con armas de papel ya no es sólo sá­tira, sino escarnio. Y todo escarnio es una bajeza moral.

Millás, con esta columna no sólo me decepciona, sino que sobre todo me previene a partir de ahora contra él y su buen sentido. Pues imaginaba que había excluido de su pluma para ridiculizarles a los dirigentes latinoamericanos tan prendidos con alfileres y tan expuestos a todo, incluidas las CIAS...

Por cierto, las maniobras militares que Chávez ha ideado simulando un ataque de los yanquis no dirá Millás que no son mil veces más posibles que Afganistán e Irak otrora y ahora Irán o Corea del Norte, se atreviesen a atacar a Esta­dos Unidos.

En fin, lo que quiero decir es que un escritor de bien, a mi juicio, para no ser visto como oportunista en un tema, ha de situar en esa ecuación de la buena/mala voluntad política al voluntarioso frente al David frente al gigante cabrón, es de­cir y para que esté bien claro, a Chávez frente a Bush.

Sólo si Millás centra todo su esfuerzo en destrozar con su arte a ese inmundo tipo y a lo mucho que representa, podrá redimirse a mis ojos.
Es muy difícil que los que escribimos a menudo no aten­temos contra la coherencia personal. Por eso yo dedico una parte de mis energías a mantenerla a pesar de que soy una mota de polvo en el firmamento de los escritores, y nada en la de los consagrados como él. Quizá ellos no se sienten tan obligados a esa cualidad. Pero por eso mismo apenas leo a mis contemporáneos.

08 junio 2006

España moralmente en crisis

Que el mundo y especialmente el occidental vive tiempos críticos es una evidencia que apenas merece comentarios. Me ceñiré ahora exclusivamente a España, un país que pese a haber sufrido una dolorosa dictadura con el co­sto de las amputaciones que todas las dictaduras llevan consigo, vivió casi medio siglo estable en el plano social y psicológico una vez pasadas los efectos trágicos de toda guerra civil y de su postguerra...

España, desde que se empeñó en el siglo XV en ser una nación única no hace más que caminar por la historia a trom­picones. Nunca se asienta. Siem­pre que los más sen­satos dan un paso adelante, los montaraces dan dos pasos atrás. Estos son los que se empeñan en una unidad ficticia mientras otros reclaman su identi­dad porque no desean mezclarla con la suya. Nunca acaba de coger el pie de Europa, ni hay régi­men polí­tico que acabe tomando carta de naturaleza a gusto de todos los pueblos. Tiene una monarquía prendida con al­fileres pues medio país clama por la república, y una demo­cracia cuyas lacras relum­bran más como mil soles que sus virtudes y libertades. Es­paña, como so­ciedad puede que para muchos sea ma­ravi­llosa, pero como colectividad política pa­rece estar siempre a punto de estallar. En cualquier caso y en conjunto está a la cola de dos virtudes sociales: la modera­ción y la previ­sión. Los “centros” siempre son falsos.

Se llama anomia en sociología (más o menos, lo digo de memoria) a un estado de la sociedad en el que existiendo profusión de leyes se han debilitado los usos y costumbres que constituyen foco del control social, sin que los nue­vos que van apareciendo hubieren sedimentado. El vacío entre el orden anterior y el nuevo no consolidado determina que no existen propiamente normas de aceptación general o se mezclan las novedosas con las precedentes, provocando confusión en el orden jurídico, en el tráfico mercantil y en todo el orden psicosocial. Nunca han existido probable­mente tantas leyes en España, pero nunca se ha percibido, si se pone ojo avizor, tanta desorientación...

Es decir, si la transición política en España con mucha voluntad pudiera darse por concluida, la transformación de las costumbres no ha fermentado todavía. El fenómeno mi­gra­torio no es ajeno tampoco a la deriva. De ahí que quie­nes manejan los me­dios siguen teniendo en cuenta -para renta­bilizarlas- las dos actitudes extremas en materia de moralidad que coexisten. Excitando la libertad total de cos­tum­bres sin conten­ciones, los medios explotan por un lado la atención que presta a los asuntos personales la po­blación situada men­talmente en la sensibilidad del "orden" anterior, con sus viejos prejuicios y su pro­pensión a escan­dalizarse, y por otro hala­gan a las genera­ciones intermedias que aceptan con gusto sus cantos a la absoluta per­misividad. En suma, el nuevo orden se caracteriza en este sentido por estar repleto de rasgos y compor­tamientos que escandali­zan a las generaciones anteriores, en la medida que las más jóvenes las viven con absoluta indiferencia.

Por otra parte, al igual que el agua acaba horadando la piedra, la filosofía hiperindividualista que subyace a todo el cine norteameri­cano ha preparado insidiosa e involuntaria­mente durante casi un siglo las aspiraciones y taxonomía de los tiempos actuales en occidente y en España de una ma­nera especial. Aquí radica en buena medida la po­tencia de la globaliza­ción/anglosajonización aceptada por buena parte del mundo con naturalidad...

Por ejemplo, una entidad, mercantil o no, puede apro­piarse de nuestro dinero en el banco girando un recibo por algo que no hemos comprado o por un servicio no recibido. Y para recuperar el importe, somos nosotros quienes debe­mos tomar la iniciativa y hacer pro­testa del expolio devol­viendo el recibo que equivale a un: "por favor, no meta mano en mi cuenta"; se confunde el ma­chismo, una actitud en la que predominan rasgos zoológicos de prevalencia en el varón, con la simple hombría de bien... Esto, como ejem­plos materiales sobresalientes. Pero es que se han inver­tido la mayoría de los viejos valores que debieran ser eternos. Por ejemplo, la justi­cia, la for­ta­leza, la prudencia y la tem­planza "ya" no son virtudes: la buena educación debe disi­mularse, la pru­dencia se con­funde con debilidad, la fortaleza con la prepo­tencia, la tem­planza con el temor, y la justicia con la preven­ción; la de­lica­deza es fra­gilidad; la honradez, cualidad típica del tonto; por la verti­gi­nosa circulación de las ideas no hay propiedad inte­lectual y todas pertenecen a to­dos; el soporte de la In­ternet propicia el uso del anónimo y la des­personalización; nunca se ha re­clamado tanto la pri­vacidad y sin em­bargo nunca se ha hecho tan obscena ex­hibición de la inti­midad; los medios y sus administradores, los periodis­tas que suplen a los anti­guos predicadores, se encar­gan de re­forzar todo este mare­mágnum... y todo este ma­remágnum es conse­cuencia de un sombrío tránsito de una ética y una estética apolíneas, morfológica­mente bien defi­nidas, a una ética y estéticas in­formes, des­lavazadas, di­ríase caóticas u orgiás­ticas en las que todos somos víctimas y verdugos al mismo tiempo se­gún la cir­cunstancia... Todos son manifesta­ciones del presente, que se advierten con po­ner sólo un poco de aten­ción a lo que cada día a cada cual nos sobre­viene en unos grandes alma­cenes, en un banco o en la venta­nilla de una oficina pública.

La etiología de buena parte de todo ello, como decía, está en buena medida y asombrosamente por un lado en el cine norteamericano, y, por otro, en las prácticas sinalagmáticas o contractuales que la cibernética ha introducido en la socie­dad común. De una década a esta parte ha sido el modus operandi informático el que ha introducido prácti­cas extra­ñas, si no pervertidas, en la relación entre servido­res y usuarios -las dos partes del contrato- que poco a poco van siendo imitadas y alcanzando también a todo.

Veamos. Para usar el software (cada vez más común en el trajín dirario) has de aceptar un contrato de adhesión sin retorno, pues es ley que el software usado y abierto el so­porte para instalarlo no admite devolución, y que esto está a la orden del día al ir abriéndose paso el uso informático como penetra el polvo en una casa con las ventanas abier­tas. De manera que si leídas las cláusulas de ese contrato leonino no lo aceptas, no sólo no podrás instalar el producto sino que pierdes el dinero pagado por él. Y no pasa nada. No hay juez que acuerde el reintegro ni la indemnización por la pérdida. Es una práctica contra legem pero funciona por los usos mercantiles y los hábitos rápidamente introducidos desde Sillycon Valley.

¿Hay algo más ultrajante en materia contractual, es decir para la llamada justicia conmutativa, que seme­jante fórmula a favor de la parte económicamente más for­nida? Pues es la que impera en el tráfico informático que va preparando el terreno a otras aberraciones, bancarias, comerciales alcan­zanod luego incluso a las inter­personales.

¿Ha de extrañarnos que la teoría de la guerra preventiva, es decir la guerra porque sí, basada en la superioridad de armamento apabullante? Pues su proyección ilumina con luz negra al mundo actualmente, y quién sabe si volverá a hacer acto de presencia con el probable ataque a Irán que planea la Bestia y la posterior entrada del planeta en el in­vierno nu­clear. Las conflagraciones más devastado­ras sue­len ir precedi­das de tiempos de anomia y de estúpida des­preocupación antes de cundir la alarma o de tener ya en­cima el cata­clismo.

Y España, sin decidirse gallardamente a ser un Estado Federal que permitiría re­nacer a la ilusión ge­neralizada y superar tanta miseria moral y tanta confusión de almas fruto de la detestable globalización anglosajona.