29 enero 2006

La culpa es de ellos...

Me decía un sabio amigo mío tan añoso como yo, que el "ser humano" siempre sabe salir del trance. Lo que ocurre es –aña­día- que espera a encontrarse al lí­mite...

A pesar de la indudable sabiduría de mi amigo, me parece una confianza y un optimismo infundados. Sencillamente por­que no existen precedentes a esta escala. Pues nunca, fuera de la protohistoria y la fantasía, se ha visto en una situación en la que a escala planetaria se esté jugando la suerte de la vida toda sobre el planeta a menos que pense­mos en mu­tantes. Por otro lado, no podemos considerar en este asunto al “ser humano” como un todo unita­rio a la hora de pedirle cuentas.

Pues no es el "género humano" quien tiene la culpa del ver­tiginoso proceso de desecación del planeta en el que se al­terna la sequía globa­lizada que parece no va a dar marcha atrás, con lluvias to­rrenciales que no pueden aprovecharse ni al­macenarse. Cuando dice mi amigo que el "ser humano" se adapta y sabe aco­modarse a las transformaciones de su hábitat cuando lo precisa, etc., ha de reconocer que hoy día, en tiempos de Matrix, la suerte de todo él, de todo el género humano, depende sólo de unos pocos que dan órdenes di­rectas o consignas por todo el globo.

Por mucho que nos quieran vender la pedagogía de la igualación -para lo que les conviene- no hay duda de que las diferencias entre se­res humanos vienen de su diferente con­dición y del papel que representan en la sociedad que hace que su compor­ta­miento sea dual y a menudo contra­dictorio. Pues si el indivi­duo tiene responsabilidades públi­cas por un periodo de tiempo, su psicología está dividida. Tiene una pri­vada y otra pública puesta al servicio del com­promiso de grupo. Y es aquí donde falla y lleva las cosas al límite en gra­vísimo perjuicio de todos los demás. Es aquí donde o no in­ten­tará nada porque cuenta ya con recursos para salvarse del naufragio, o in­tentará en último término el remedio cuando no quepa ya el retorno.

Que hay dos “seres humanos” lo vemos cuando nos fija­mos por un lado en ese representado por el yanqui que no firma Protocolos sobre el clima, ese que apura tanto la si­tuación que cuando quiere deci­dirse ya es tarde, y, por otro, el que intenta tomar medidas en diversos Foros para fre­nar los contaminantes de la at­mósfera. En último término ¿es el mismo "ser humano" el que ante el peligro retrocede, que el capaz de hun­dirse en el pantano por el peso de una cuenta bancaria en Suiza antes que renunciar a ella?

Nadie tiene derecho a legar a sus nietos y a los nuestros una existencia desesperada al agotar lo que no le perte­nece. Ese es su nefando pecado. Pecado, por cierto, que no sólo el papa católico no condena, sino que lo conjuga pro­moviendo más natali­dad para traer al mundo más adorado­res de su dios y para el sufrimiento...

Por otra parte no es justo confundir al "ser humano" in­teli­gente con el necio. Esto conviene tenerlo presente al abor­dar esta cuestión de adaptación, reac­ción y posible solu­ción a los problemas de supervivencia. De la misma ma­nera que, pres­cindiendo de la imprecisa y confusa clasifica­ción entre "bue­nos" y "malos", hay cigarras y hormi­gas, aventureros y preca­vidos, temerarios y discretos, gue­rreros y pacíficos, la­drones y honestos, canallas y nobles de espíritu, tam­bién hay diri­gentes prudentes y dirigentes criminales que forman con otros ban­das asimimo criminales. Hasta el mismo San Agus­tín hablaba así de ellos, nada menos que en el siglo IV, cuando los gobernantes no son justos.

De modo que no nos metan a todos en el mismo saco; no metan en él a unos y a otros para camuflar la culpabilidad de los que vienen provocando la presente catástrofe del clima global que empezamos a vivir como tribulación bíblica.

Porque la culpa de lo que viene sucediendo y sucederá, la tienen no sólo los líderes políticos –también porque se lo consienten-, sino sobre todo los dueños y gestores de la in­dustria automovilística, la maderera, la química, la pa­pe­lera, la construcción a escala industrial, los dueños y gesto­res, en fin, del dinero vil. Quie­nes desde luego no tenemos culpa del desastre somos los demás que sólo nos re­pre­sentamos a nosotros mis­mos.

No nos vengan ahora involucrando en la responsabilidad de los próceres del mundo. No nos vengan pidiendo que apor­temos cada uno nuestro grano de arena y nos preocu­pemos de evitar lo que no se puede ya evitar ni "ellos" han querido evitar. Que no intenten provocar en no­sotros "mala concien­cia" por no reci­clar basura y miseria que generan fe­bril, torpe e incesantemente, o por no hacer eco­nomía de energía y de agua. Ya es tarde. Lo que ya sólo esperamos es que todo re­viente. Puesto que "ellos" vienen maliciosa­mente ciegos a lo largo de todo el desarrollo in­dustrial haciendo caso omiso del peligro que cualquier indi­viduo tosco o primitivo venía viendo, que co­rran "ellos" con las consecuencias y las pa­guen con­junta­mente con noso­tros. A fin de cuentas, quien tiene más es el que más pierde. Miles de millones de "seres humanos" pre­fieren morir a vivir sin dignidad porque poco o nada tienen que perder. Estos “se­res humanos” ¿qué tienen que ver con los “otros”?

El hidrógeno, por ejemplo, es el sustituto perfecto del pe­tróleo, fuente de energía que es la responsable del 90% del CO2 . Y esto se sabe desde hace por lo menos una dé­cada. Pues nadie de entre los que corresponde decidir re­nuncia al petróleo para pasar al hidrógeno como energía de recam­bio. Los intereses del crudo le han cerrado el paso. Ese "ser humano" ¿es el mismo que nosotros? ¿Nos queda otro re­medio que la re­signación frente a la necedad de no haberlo reemplazado a tiempo?

El "ser humano" es un compuesto de inteligencia creativa y destructiva, de egoísmo y renunciación, de individualismo y socialidad. Pues bien, los "responsables" han elegido la monstruosidad. Y no estamos dispuestos a colaborar, de nin­guna manera, con monstruos. No sólo no remite la pro­moción del coche movido por el crudo: arredra. No hay más que fi­jarse en la publicidad de mil marcas en todo el mundo.

A ese "ser humano" genocida de este pla­neta, que es de todos, le esperamos en el infierno.

Todo esto no es dramatizar sin sentido o por el gusto de hacer literatura o periodismo de denuncia. Esto es una vi­sión, una percepción más bien, procedente del examen de­tenido de la naturaleza humana. Y la naturaleza humana, especial­mente en quienes la dirigen siempre, tiene mucho más de zoología e irracionalidad que de racionalidad, de idealidad y de metafísica. Sobre todo lle­gado ese momento en que unos cuantos, los dominado­res del planeta, dan prio­ridad a su yo personal y extraordinariamente a los intereses del grupo eco­nómico a que pertenecen, hasta el extremo de arrancarse de cuajo el instinto de superviven­cia que venía grabado en los genes de nuestra especie.

23 enero 2006

Psicología colectiva y memez

Cualquier "entendido" me acusará de que este es un tema a tratar técnicamente sólo desde la psicología y especial­mente desde la psicología social. Pero creo que al igual que su­cede con otras muchas materias la especialidad, con de­masiada frecuencia, no deja ver el bosque en toda su mag­nitud y so­bre todo la auténtica "naturaleza" que hay en él. Así, por ejemplo, el Derecho enturbia la justicia, la Medi­cina nuestra salud personal, la Ciencia, la meteoro­logía... difuminan ob­viedades al alcance de todos. Una sociedad tan sofisticada como la que vivimos, a través de unos cuantos basa numero­sas manipulaciones y abusos en trabajos de "campo" y en redes "profesionales". Y no sólo en eso, también justamente en la solemni­dad de la que se reviste a legiones de chama­nes con títulos rim­bombantes, masters y galardones aunque en numerosos casos sean necios astutos sus titulares.

La especialidad, propugnada a finales de siglo por varios autores siendo el principal en Europa Herbert Spencer, ha dado solución a muchas cosas pero complicado y enreve­sado muchas otras. Sobre todo ha reducido al individuo a un ignorante absoluto en las cosas más simples en cuanto se sale de la suya o de lo suyo. Ahora, hasta si queremos hacer el amor o comernos un plátano deberemos consultar antes al "superentendido" o “superentendida” de turno.

La última consecuencia de la hiperespe­cialidad está rela­cio­nada con la dimensión informática y todo el complejo mundo que la rodea, me temo que deliberadamente acom­plejado también a nivel de usuario. Porque lo cierto es que el manejo y soluciones a esta escala son bien senci­llas si no mediaran tantas trabas deliberadas para ob­tener, como en todo, la co­rrespondiente rentabilidad comer­cial y profesional.

La machacona promoción de los antivirus informáticos es un ejemplo. Pero el caso es que está muy claro que los virus que hacen estragos son sorpresivos, y nunca un antivirus estará preparado para la defensa de nuestro orde­nador frente a un nuevo ataque. Pues, como en la guerrilla, la eficacia de los vi­rus (antiprogramas) radica en la sorpresa. No es inteli­gente, pues, gastar el dinero en anti­virus porque el programa com­prado no está, por definición, pre­parado para combatir al próximo gusano que a su vez está ideado para poner a prueba la vulnerabilidad del sis­tema. Tampoco es seguro que no sean las propias casas promocionales quienes los ponen en marcha. Hoy todo es posible y resul­tado de una conspira­ciòn que ha vencido a otra conspira­ción...

Todo, siguiendo la estela de la "especiali­za­ción", incita a la dependencia, no a la autosuficiencia. El se­creto de la efica­cia, de muchas eficacias, consiste en hacer ver al individuo que no tiene ni idea, que es un "in­compe­tente" en la materia, aunque a menudo salte a la vista de qué va un asunto que por motivos "técnicos" nosotros no podemos resolver, bien porque sería una insensatez inten­tarlo a solas (justicia) o porque no tenemos a nuestro al­cance la herramienta (in­forme, programa) o el remedio (me­dicina) que los expertos han de prescribir, noticiar, gestionar o rece­tar. El caso es ga­rantizar la indefensión o el fracaso a todo el que pretenda campar por su respeto a solas.

Pero no era mi propósito abordar esta cuestión que re­quiere mucho más espacio, como destacar lo limitada que está la inteligencia humana individual cuando está sometida a la pre­sión de la suma de varias inteligencias. Es cierto que de la convergencia de distintas inteligencias salen grandes logros. Pero aparte de que siempre será precisa una sola que dé el pistoletazo de salida y eso requiere sinergia y oportunidad, también de la convergencia de muchas inteli­gencias presun­tas salen grandes bloqueos y tremendas estupideces. Sobre todo en ciertos pueblos donde son muchos más los que quie­ren so­bre­salir y mandar que simplemente escuchar.

En el año 1993 viví unos tensos días rodeado de científi­cos, técnicos y expertos con motivo del proyecto de Plan Hidroló­gico. Ya he hablado de este asunto largo y tendido -ver Jor­nadas sobre el Agua en Madrid. Lo que quiero resal­tar ahora, una vez más, cuando tenemos a la vista un futuro in­mediato dramático por falta de lluvias, es que la principal ob­jeción que se me opuso entonces por tantos sabios re­unidos ante mi ad­vertencia de que no estábamos ante un ciclo más, sino ante un cambio -más bien trastorno- climá­tico que podría acarrear el efecto patético de embalses destinados a estar vacíos, fue escueta: "el Plan Hidrológico no computa el cam­bio cli­mático".

En esto sucede como con la mentira. La mentira se distin­gue de la verdad por su simplicidad, porque su exposición es sentenciosa. La "verdad" siempre requiere explicación prolija frente al mendaz. La sentencia se explicaba por sí sola.

Bien, el Plan Hidrológico sólo computa obras que mueven ingentes cantidades de dinero, magras comisiones y fulminan ecosistemas, les faltó decir. Hablo del año 93.

Pues bien, nos encontramos a 13 años de aquellas fe­chas. Ahora se trata de insuflar en la población una con­cienciación, en régimen intensivo, del uso del agua ante la escasez inmi­nente. Agua que no sólo es precisa para el uso doméstico y la agricultura. Las obras públicas y privadas –motor de la ac­tual economía española- la consumen en gran proporción aunque se silencie por razones asimismo "técni­cas". Vere­mos qué ocurre cuando deban paralizarse...

El caso es que ante un peligro, un riesgo, una eventuali­dad de que el cambio climático trajese la realidad que va­mos a vi­vir dentro de muy poco tiempo, los sucesivos go­biernos hubieran debido hacer hace mucho tiempo lo que ahora con carácter de urgencia se van a ver obligados a hacer. Pero ahora, como la mentalización hay que improvi­sarla, no será difícil que desencadene alarma colectiva, si no histeria, ante lo que que se avecina y es "razonable­mente" de temer, que es que no volverá a llover para super­llenar embal­ses y menos habida cuenta el disparatado con­sumo que viene haciéndose en un país seco por definición con muchas zonas deficitarias de agua potable.

Pero no sólo los gobiernos que han hecho caso omiso al asunto dando lugar a que vivamos placidamente como si aquí no pasase nada. Los dirigentes industriales, los empre­sarios y todo lo que tira de la economía hace mucho que tendría que haber pasado a hacer correcciones y tomar me­didas de auste­ridad. Si esas tontas "alertas" a que perió­di­camente se somete a la población civil se hubieran acti­vado seriamente en este asunto, se hubiese podido encarar en mejores condi­ciones psicológicas y de todo tipo la escasez inminente.

No es lo mismo estar preparados ante la erupción de un vol­cán que tenemos al borde del pueblo, que encontrarnos de la noche a la mañana con un volcán en erupción que no exis­tía ayer. Esto es lo que deseo destacar en relación a esa in­teli­gencia tosca, primaria, débil, comprometida, su­misa... ante el interés de unos pocos que ni siquiera suelen estar presen­tes cuando se protege su causa.

El ser humano, "reunido", en las cuestiones más graves que le afectan es el más necio y torpe de los seres vivien­tes. Y esto es, a mi juicio así, gradualmente en relación a las dis­tin­tas idiosincrasias. En Europa hay pruebas abundantes de te­ner más desarrollada la inteligencia colectiva los pue­blos francos y sajones, que los latinos. Entre éstos brillan quizá más innúmeras inteligencias individuales, que ordina­ria­mente han de emigrar por cierto. Pero en inteligencia co­lec­tiva, quizá por esto mismo, el latino deja mucho que de­sear. Y por esto mismo siempre estamos dando bandazos, hay tanta in­justicia y están nuestros escolares a la cola por arriba del fra­caso escolar. Eso de vivir al día y el dios pro­veerá está muy bien en tiempos de vacas gordas, pero en las crisis, nadie como el carpetovetónico "nacional" para cometer ma­jaderías y vivir el ¡viva la virgen! Veremos qué dice cuando pase de ver las orejas del lobo a ver que tiene abiertas sus fauces...

21 enero 2006

La guerra, la lógica y la mujer

Un chiste gráfico me devolvió el otro día a tiempos en que no se me iba de la cabeza la idea de que la política y sus dis­cur­sos giran en torno a dos fenómenos físicos muy sim­ples, se­gún dónde. En España, el de la tensión entre dos fuerzas iguales y opuestas: la centrípeta de los emula­dores del nacio­nalismo caudillista que tira hacia el centro y la cen­trífuga de los nacionalistas periféricos que tira hacia el borde de la circunfe­rencia. De dicha tensión debiera resultar el equi­librio. Y así es, pero siempre demasiado inestable. El otro es el fenómeno de absorción, supresión o anulación de una fuerza menor, la de cual­quier otro país del planeta, a ma­nos de otra demoledora lla­mada superpotencia.

Pero también había otra idea elemental: que el lado lumi­noso del ser humano -la racionalidad- es capaz de vencer a las som­bras de su lado malo -el irracional- a medida que va evolu­cio­nando individualmente y la sociedad con él. Pen­saba, en aquella edad de oro de mi pensamiento, que el día del triunfo definitivo de la razón sobre el disparate estaba cerca. Pues ¿quién -me decía-. en el siglo de las estrellas y después de tantas experien­cias atro­ces por las que ha pasado la humanidad, sino los repre­sentantes de las naciones más avanzadas serán los más indicados para hacer que triunfe en el mundo definiti­vamente la razón sobre la fuerza bruta? Pero pasamos de puntillas de un milenio al otro y ¡zas!, con un paso de gi­gante atrás se evapora­ban mis sue­ños de paz para siempre por culpa de chusma que honra a cualquier bestia par­lante.

Todo lo que cotorrean los líderes políticos del mundo para desdeñar, valorar, negociar o tensar las relaciones entre paí­ses, entre su poder y los ciudadanos, entre ambos y el militar a menudo carece del más mínimo sentido lógico si les des­armá­semos. Sólo la amenaza y la probabilidad de usarlas les dota de la "razón" de la que carecen. Son margi­nales sociales re­vestidos de solemnidad, que se prevalen de su condición brutal para hacernos creer que tienen capa­cidad de razonar. Pero los que no les tememos sabemos que esa pretendida razón está desprovista de todo peso ar­gumental, de toda ló­gica socrática y de toda persuasión. Si lo que digo no se entiende bien, échese un vis­tazo al lapidario y escueto ar­gumentario de mul­titud de vi­ñetas periodísticas que lo re­su­men todo.

La prueba contundente de que esto es así es que si fanta­seando imaginamos que esos dirigentes careciesen de la fuerza armada que poseen y la falta de voluntad de usarlas, el centro de gravedad de la razón de sus discursos iría a pa­rar a puntos de lógica impensables. Gran parte de las cosas que di­cen serían re­conocidas como pura majadería y nadie les haría caso. Su fuerza está en el temor que infunden, no en el racio­cinio del que carecen.

Desaparecido el equilibrio que existía constante la Unión So­viética, el problema del mundo es la superfuerza que ahora tie­nen sólo esos que niegan a otros el pan y la sal porque a la suya la juzgan superior.

Lo que se impone de una vez en el milenio es que los dis­cur­sos se despojen de una di­plomacia que ya no tiene ma­gia. Vista por detrás su tramoya, queda en ridícula y vulgar hipo­cre­sía. Como siempre, en las manadas, el macho más for­nido es quien sigue teniendo la llave del presente y del fu­turo. La dife­ren­cia abismal, para vergüenza de la especie humana, está en que aquel macho no presume de racionali­dad.

Lo que nos llega de los próceres necios retumba a trá­gica pe­lea de patio de colegio entre niños maleducados e in­maduros, que es lo que son todos los que se escudan en la fuerza bruta que poseen y la voluntad de usarla, para simular razonamiento.

Que el hombre preponderante en la política y en los cuar­teles carece de racionalidad, ya lo sabemos. Pero tengo aún más claro que la racionalidad pura sólo se aloja ya en el seso de la mujer. La prueba es que jamás una mujer, por sí misma, de­claró ni declarará la guerra a otro país. Podrá in­citarlas, in­trigar, pro­vocarlas, pero no las ordena, no es ella la que las declara. La mujer es quien, antropológicamente, mejor repre­senta en este asunto a la Razón humana. Quizá sea porque en el fondo piensa y siente que jamás vale la pena sacrificar a sus hijos o a los hijos de su sexo a la ba­nalidad y a la vani­dad de poseer "un palmo más de tierra"; quizá, porque siem­pre preferió influir a di­rigir. Pero sea como fuere, creo honra­damente que esto es así.

El niño repelente, estúpido, malcriado y fanfarrón, siempre hoy con chaqueta y corbata, es quien está dispuesto a des­truir el mundo. Por eso no extrañe que el discurso clásico siempre se refiera al "hombre" para englobar a todo el gé­nero humano y para su deshonra.

En suma, el día en que el mundo, aunque para más de uno pasase a ser un gallinero lo gobiernen de hecho las mu­jeres, estaremos salvados de toda violencia extrema y ajena a la razón pura. La guerra y la bruta­lidad, salvo excep­ciones en la mujer que apuntan a demencia, como rezaba el anuncio de un coñac en tiempos de maricastaña sólo "son cosa de hom­bres". Y ade­más, de hombres necios, degenerados y armados hasta los dientes...

18 enero 2006

Leer y competir


Confieso que hace mucho, salvo alguna excepción que ahora no re­cuerdo, no leo libros de mis contemporáneos. Sólo leo libros que, consagrados por el tiempo, me garantizan el interés y mi atención, y entre cuyas ideas mi intelecto se abre de par en par permeabilizándose pero asegurándose al propio tiempo la distensión neuronal.

En el día a día, también leo artículos de articulistas muy seleccionados. Y a pesar de todo, incluso alguno de ellos, siendo brillante (y al decir brillante quiero decir que no mira de reojo a nadie ni a nada), a veces me siento incómodo por la manía de hacer referencias a nombres estadounidenses. Como si en Estados Unidos estuviera la sabiduría. Cuando la impre­sión de los que poseemos pensamiento "clásico" es que allí bullen, no reposan, las ideas; que allí nada sedi­menta y por eso saben mal qué es reflexionar; típico, por otra parte, de las sociedades adolescentes. Me he trope­zado más de una vez con verdaderos dislates (vistos a la luz del pensamiento ático) de ensayistas norteamericanos que pasan por notables, expresados con tal desparpajo y rotundidad efectista que han impactado, como digo, hasta en el espíritu de algún articulista habi­tualmente lúcido que no ha reprimido la tentación de hacer la cita sin pensar a fondo lo que reproducía.

Pero en general, cuando empiezo a leer un artículo no es infre­cuente que me asalte la aprensión de si valdrá la pena. Esto nos ocurre a quienes hacemos "lectura vertical", como la llama Ortega. Por eso es tan importante saber en Internet quién es el autor, no ya sólo del post sino también del co­mentario. Esta es mi lucha. Es excesiva la barahúnda de opiniones y cruce de ocurrencias como para no ayudarnos unos a otros a seleccionar y a facilitarnos la comunicación sobre la marcha evitando el anónimo puro.

Veamos. Por ejemplo yo, si fuera un lector corriente, nunca volvería a leer un artículo mío sabiendo que era yo el autor. Están demasiado lejos mis ideas habituales de otros de mis planteamientos, los ultrasubjetivos, los solipsistas, los super­egoístas que también tengo, como todo mortal re­vestido de una doble naturaleza, que no de doble personali­dad: discri­minemos. Pues ya se sabe; son tan inconsisten­tes la bondad, el desprendimiento, la generosidad y la con­ciencia social; están la cordura y la lucidez tan prendidas con alfileres, que basta un leve empujón, una migraña, una traición, un engaño o un desengaño para convertir a un án­gel de la humanidad en una fiera ebria de egoísmo y des­amor que se lanza a la calle o al teclado a rugir y disparatar. En este sentido digo, como Groucho Marx, que si me pu­siera a escribir como piensa mi otro ego, nunca pertenecería a un círculo intelec­tual que admitiera a miembros como yo...

Y es, porque comparto plenamente la teoría del escritor peruano Enrique Prochazca al que se refiere el blog de otro escritor peruano, Eduardo Faverón. Dice Prochazca "Tengo la teoría de que uno tiene éxito porque se agita como un loco, o logra que los demás se agiten como un loco por uno, o bien los demás le obligan a uno a agitarse como loco".

Por esto he de resaltar que a mí sólo me ha interesado siempre la armonía: mi pasión. No el éxito, ni la fama. Y no sólo no deseé nunca el éxito ni la fama, siem­pre por lo de­más tan dudosos y resistentes a la métrica, sino que me ha horrorizado pensar que hubiera de te­nerlos. Tendría que haberme escondido bajo tierra o emigrar. Así es que esté tranquilo todo el que imagine en mí a un com­petidor. Lo juro, prefiero mil veces tropezar con una idea original o va­liente ajena, a dármelas de inteligente.

He abandonado la locura, la agita­ción y el éxito a los que se re­fiere Prochazca a todo el que quiera enajenarse con esas otras drogas. Jamás encontrará a alguien que como yo tenga menos interés en disputárselos. Lo que sí puedo hacer por él es señalarle una caterva de es­cribidores, de lo­cutores y de políticos que le ayudarán a conseguir los dos primeros. Y en cuanto al éxito, sepa que ya no basta con ser genial o extra­vagante. Por encima de todo tendrá que aprender a insultar y a despre­ciar a otros, preferentemente a gritos en el Con­greso, en te­levisión o en "bastas ya", y desde luego sin olvi­darse de mostrarse satisfecho aquí con "el sistema", con el perio­dismo al uso y, cómo no, con la monarquía.

Respondiendo a Boff

Me refiero a las reflexiones de Leonardo Boff en sus artícu­los “Desintegración” y “Alternativas a la desintegración”.

Espero que Boff lea esto. Porque hay que añadir otra ver­tiente de este asunto, otro aspecto superpuesto que parece ocultársele al pensador no sé si deliberada o inconsciente­mente. Y es que la preocupación por el género humano, aparte de mos­trarse actualmente tan debi­litado ese instinto de superviven­cia colectiva entre los dirigentes mundiales po­líticos, eco­nó­micos e in­dus­triales en tanto que miembros de la zoología humana (que son los que tie­nen "la última pa­labra" de casi todo), responde simplemente a una "filo­sofía”. Una filosofía en este caso de nega­ción de vida. Noso­tros, po­bres morta­les, que pade­cemos siempre la historia que ma­quinan los prepo­ten­tes, nada podemos hacer para evitar o retrasar la desinte­gra­ción que anuncia Boff. Si los que ma­nejan la nave tierra tie­nen atro­fiado ese ins­tinto, de nada ten­dremos los demás la culpa. Por eso, ese modo de expresar la consternación de Boff, ese “tene­mos”, “debemos”, tan gene­ralizado además, me suena siempre a una oración sin desti­natario. Hay que dirigirse atronando a los responsables y bramar ante ellos por lo que no hacen y por lo que hacen, no hacer literatura sobre el porvenir tenebroso a menos que se trate de ser poetas...

Lo que se adivina en estos artículos suyos sobre la “desin­tegración” es el sufrimiento del teólogo. La metáfora griega de génesis y decadencia es parte integrante de la filo­sofía cris­tiana de la humanidad. De la fusión entre los escritos sagra­dos hebreos y la metafísica griega surgió la perspectiva de evolucionismo sagrado que había de regir el pensamiento oc­cidental sobre la humanidad hasta fines del Renacimiento, en que se secularizó. Y hasta nuestros días ha llegado, en la práctica intacta y ahora incluso reforzada en Occidente por la renacida tesis creacionista.

Cualquiera que esté sensibilizado frente al cataclismo que barrunta se preguntará: ¿y por qué pre­ocu­parnos de que la raza humana siga sobre la Tierra? Ya consta en el propio ar­tículo de Boff que en épo­cas en que la supervi­vencia de aquélla es­taba amena­zada, en las glaciaciones, consiguió sobrevivir y proseguir luego po­blando el planeta como lo viene haciendo desmedi­da­mente. Y no pasa nada si la ma­yor bes­tia que existe en este infierno terrenal desaparece, a me­nos que se tenga una aprensión supercristiana y con ella la voca­ción de se­guir aportando “almas para Dios”, te­sis pre­domi­nante hasta hace dos días. Pero en otro caso, no pasa nada; de nada hay que preocuparse por eso. Además, el re­sto de las especies vivientes lo agradece­rían.

Lo malo, creo yo, es seguir pariendo, seguir trayendo hijos al mundo para eso, para que sufran tribulaciones de las que nuestra generación astutamente se va a librar al menos en parte.

A mi juicio éste es el "problema", saber si hay que empe­ñarse en sucedernos a nosotros mismos o, en vir­tud de esa teoría creacionista que retorna en algunas partes y guía el sin­sentido de los dominadores u otra cualquiera que afirme un principio y un fin, dejar que se cum­pla lo que parece ser nuestro destino. A fin de cuentas para la que sostiene que hay un principio y un fin, el fin es "inevitable". Y los que diri­gen el planeta están con ella. Así es que ¿por qué, cuál es la razón por la que Boff dice que "ojalá esta vez no sea dife­rente"? ¿Por qué hemos de “conti­nuar el proyecto civilizatorio humano sobre otras ba­ses más esperan­zadoras para la vida y para la humani­dad”? ¿Ñoñe­ría? ¿teo­logía? Que lo diga.

A él le preocupa eso, y me gustaría que fuese sincero y nos diese una ex­pli­cación aunque fuese la teológica. Porque a mí me es indiferente que la tierra y que la humanidad desapa­rezcan. Lo que se­ñalo como extraordinariamente dramático cuando escribo sobre esta materia con alarmismo, es que a nuestra vista des­apa­rezcan y mueran paisajes, la­gos, ríos, océa­nos, especies. Lo que me hace temblar es que en una o dos generacio­nes, las de mis nie­tos, sufran terribles privacio­nes, falta de alimentos, de agua, y se vean de repente en el de­sierto. Pero por lo de­más, no me­rece la pena luchar para que “el proyecto civiliza­torio humano -que ya vemos cómo lo interpretan indefecti­blemente los que llevan el timón- conti­núe sobre otras bases más espe­ranza­doras para la vida y para la humanidad”, sencillamente porque ja­más se da­rán esas ba­ses y nadie las propiciará. Eso lo sabe Boff.

Por consiguiente, lo que hacen los que se despreocupan por la suerte de las próximas generaciones es sim­ple­mente "coadyuvar" a que el fin se precipite. Y en este sen­tido, nada tengo que objetar. Me da igual.

Por algo dijeron los griegos que "los dioses ayudan a los que aceptan y arrastran a los que se resisten". Y ya se ve a todas luces que los anglosajones, con sus maximalismos, su depredación incesante, su dar la espalda a otras soluciones globales que no desean en realidad, así como su permanente mentalidad de guerra fuera de su metrópoli, están dispuestos a ser los principales contribuyentes al fin.

El autor directo de la debacle será el anglosajón con sus ci­clópeos intereses como herramienta. No le demos más vuel­tas, y diríjase Boff en todo caso a ellos.

16 enero 2006

El último peldaño

Aunque considero a la anarquía el marco perfecto para la so­ciedad perfecta, olvidémosla; ni siquiera es utopía, es fantasía. En cambio considero ingenuamente realizable la socialización total y real del mundo. Creo que la solución a los problemas globalizados y enquistados en el planeta sólo podrán llegar un día, que nosotros no veremos, a través de un marxismo revi­sado universal*. Ahora no es la burguesía la enemiga, como lo era para el proletariado en el siglo XIX, sino sencillamente los voraces afanadores de dinero. Por eso, como se suele decir, no me duelen prendas traer de nuevo a colación el asunto re­currente "democracia-econo­mía". Sobre todo teniendo en cuenta que en la mayor parte de los países de Occidente fun­cionan democracias falsea­das en las que en la práctica el pue­blo no gobierna, ni dire­cta ni delegadamente. La propia poten­cia campeona del modelo, donde las clases adineradas -la plutocracia- go­biernan por aplastamiento, desprecio e injusticia sobre mi­llones de ciudadanos de etnias que no son la domi­nante, es el primer país donde la democracia es una verdad a medias o una gran mentira y veja a una buena parte de la ciu­dada­nía que no es wasp (blanco, anglosajón, protestante). En úl­timo término y en lo que de ella pueda haber realmente, di­ríase que, al igual que hay dos Españas, existen dos Esta­dos Unidos: el democrá­tico y el otro; una administración domina­dora y privatizante, y un Estado domeñado por ella.

Si partimos de que los patricios en la Roma Senatorial y los varones mayores de 30 años en la antigua Atenas -am­bas re­públicas democráticas- tenían plenos derechos que negaban a los esclavos (res nulius) en Roma y a los ilotas en Grecia (además de carecer de ellos las mujeres), no son aquéllas el modelo de democracia ideal en estos tiempos. Pero tampoco lo parece ya el sistema minu­ciosamente organizado por Mon­tesquieu que las perfec­ciona superando consideraciones de­mográficas. Pudo ser válida, como lo fue la monarquía, pero no ya desde que irrumpió con su fuerza demoledora primero el cuarto poder -la prensa-, y luego el quinto -el mediático más allá de la prensa- fundido y confundido con el financiero y el político. Dos poderes éstos, prensa y medios por extensión, que desequilibran escandalosamente la balanza de la clásica di­visión entre el ejecutivo, el legislativo y el judicial que ideó el barón de Montesquieu, padre del Estado moderno. Esta es la ciénaga en que se enfanga Occidente. El pueblo llano es quien sigue sufragando el ancho bienestar, la seguridad económica y los abusos de los grupos dominantes bajo la carpa del circo democrático. Pudimos comprobarlo nítida­mente en un mo­mento crucial en este país. Crucial no por­que corriese peligro, sino por el allanamiento que un go­bierno hizo del sentir del pueblo al meterle en una guerra in­deseada e indeseable contra el clamor de la inmensa mayo­ría... Allí se vio lo poco que re­presentaba el pueblo en el concierto general.

Montesquieu, mediatizado por teologías y la teoría eco­nómica de la época (la fisiocracia), y porque todos estamos atrapados intelectivamente en el tiempo que vivimos, era aristócrata. Bastante hizo con remontarse por encima de su privilegiada condición reforzando el poder burgués. Por eso no es culpable de haber relegado en su estudio político las soluciones vitales o existenciales que requiere el individuo a un segundo plano. Eso lo tuvo que hacer Marx, y de sos­layo. Pero ahora, en pleno siglo XXI, está probado que la democracia -la auténtica- es una meta que está en el último peldaño de la escala que conduce al Estado "perfecto", el mejor de los posibles; no en el primero, como arteramente sostienen sus dueños.

Porque esto es racionalidad pura y humanismo irrenuncia­ble: el primer reto que tiene toda sociedad es asegurar a cada individuo el alimento y la salud; lo segundo, asegurar el nido que le permita formar una familia; y lo tercero, que nadie sea agraviado por privilegios de terceros; privilegios que siempre se asegura la sociedad burguesa por vía here­ditaria o institucional y si no por la fuerza bruta.

Cuando aquellas tres condiciones primordiales se han cum­plido, es entonces cuando podremos dar la bienvenida a la li­bre concurrencia, a la libre competencia, al libre mer­cado (en lo superfluo) y... a la democracia. Pero invertir los términos, es decir, instalar primero la democracia abando­nando al ciuda­dano a las veleidades del mercado, a la filan­tropía o a la cari­dad para obtener lo indispensable, debilita a la comunidad humana y provoca en ella una grave fobia so­cial que al final emerge en la vida ordinaria aun entre los fa­vorecidos. Una fo­bia social que la sociedad neutraliza de dos modos: directa­mente el Estado por medios represivos que van desde la per­secución a la carga policial, o el indivi­duo mismo que ha de re­currir a soluciones artificiales: medi­camentosas y drogodepen­dencias que le permitan sopor­tarla...

A bombo y platillo la democracia liberal nos vende que hay mecanismos institucionales pensados para protegerse los individuos entre sí y frente a los abusos del Estado y de las Administraciones. Desde luego el Estado propiamente dicho no es ya el principal enemigo del ciudadano. Al poder de­moledor del dictador de diseño le han re­emplazado el poder de las grandes empresas, el poder me­diático, el poder fi­nanciero y el poder de las mismas institu­ciones garantes de su libertad que a menudo son juez y parte. Son juez y parte, porque es frecuente que el individuo deba hacer frente, a solas, a abogados de los que no se fía, a jueces, tribunales, forenses y policías de los que tampoco se fía, entre cuyas redes se encuentra inmovilizado y traji­nado sin remisión. De poco sirven luego los Tribunales Su­periores que, después de envolverle a menudo en mil trapisondas legales, acaban dando también la razón al inquisidor que forma parte de la "clase" de los miembros del alto tribunal..

Además de los antes señalados, ante el montaje, la cons­piración, la trampa y la mentira confabulada entre los pro­pios miembros de las instituciones -salvo las eternas excep­ciones casi siempre heróicas-, el individuo, sobre todo el que carece de protección especial por su relevancia, su es­tatuto personal o social sigue inerme, como en la dictadura, frente a la prepotencia de emporios empresariales, de lob­bys y sus asechanzas. Sólo podrá contar con un cierto res­paldo cuando el problema concreto que se le presenta al in­dividuo concreto es, o se puede convertir en él, el problema de un colectivo sensibilizado para resolverlo. Pero ha de ser de estereotipo, ha de responder a una rei­vindicación "de actualidad" y preferentemente televisivo.

La tiranía, mejor dicho, las diversas tiranías que existen emboscadas en la democracia liberal no siempre son visi­bles. Parece que no existiesen. En esto consiste la habilidad del sistema; en el truco y en la ilusión de que la Constitución y las leyes, las instituciones, las asociaciones, los medios y la información se encargan de parar los pies a toda clase de abusos y salvan de ellos al incauto. Nos dirán que hay ex­cepciones que comprometen al modelo, pero son eso, ex­cepciones. Es al revés. Las excepciones positivas son las menos. El individuo insumiso frente a policías arbitrarias, frente a empresarios caciquiles, frente a la mercadotecnia, frente a jueces ideologizados, frente a forenses, funciona­rios, concejales... deseando ser comprados, nada tiene que hacer por mucha presunción de garantías que se aleguen.

No soy yo quien debe demostrar lo que sostengo. Son la democracia y sus perros guardianes quienes nos tienen que transmitir una confianza en ella que pocos de entre los no "protegidos" por posición social, económica o institucional tenemos. Si tuviera que hacer una relación de excepciones a la justicia en todos los órdenes que reina en este país y en el imperio desde donde se dan lecciones democráticas, po­dríamos embadurnar miles de páginas con sus correspon­diente millones de detalles.

Así es que, como es tanto o más grave que perder la li­ber­tad sentirla persistente y gravemente amenazada, la de­mo­cracia liberal moderna, salvo que vivamos en estado li­sérgico por las adormideras habituales, puede ser más opresora que un sistema totalitario que, a cambio de perder libertades for­males en el fondo irrelevantes, al menos garan­tiza a “todos” un pa­sar. Y eso, la sensación de vivir con una liber­tad preca­ria, es lo que se siente principal­mente en esta Es­paña que parece pasarse la historia en pie de guerra. Y no sólo en ella, también en el imperio domi­nado por un moni­podio con el auxilio de sus mandos milita­res y los me­dios más poten­tes que se han unido a ellos. Todo depende de dónde situemos el punto de mire, de cómo establezca­mos prioridades y de quien seamos cada uno al responder­nos.

En suma, una vez alcanzado el racional equiparamiento, dentro de las desigualdades naturales inevitables entre los ciudadanos de la república, ábranse las puertas a la libre concurrencia y al gobierno directo del pueblo. Dése paso a la democracia en fin. Pero empezar a construir la casa por el tejado, empezar la organización de la sociedad institu­yendo la democracia en el aire, o es una ilusión o es una falsía o es una manipulación prestidigitadora que no se sos­tiene ya en el milenio presente. Sobre todo si se tiene en cuenta que quienes soportan la simulación de que un tercio del globo vive bajo democracias justas y eficaces como "el menos malo de los sistemas", son los otros dos tercios de la humanidad desheredada y explotada por el tercio. Es esta visión totalizadora, pero no globalizadora en sentido mer­cantil, la que debe tener el mundo que domina para que aceptemos a los dirigentes como dignos de una especie humana inteligente que hace honor a la racionalidad de la que presumen.

* (Revisado, porque empezamos por que uno de los pila­res marxistas: "la politica es una mera superestructura cam­biante de lo económico" habría que invertirlo hoy día o al menos entenderlo en términos de marcada interactuación. Revisado, porque Marx sólo veía posible el comunismo en la sociedad avanzada postindustrial: ahora. Una paradoja, pues habría que dar por bueno el camino re­corrido).

09 enero 2006

¡Viva el tabaco!

Empecé a fumar a los doce años, edad alrededor de la que se contraen los peores vicios. A los 38 años, es decir, hace treinta, me di cuenta de que amaba tanto mi li­bertad que tuve la sensa­ción de que fu­mando abusaba de ella, y lo dejé cuando ve­nía consumiendo una cajetilla al día. Por eso sé de lo que hablo. Así es que sobre el asunto me mani­fiesto con toda ob­jetivi­dad o eso pre­tendo. Y tercio en un asunto que, para ser tratado en pro­fun­didad en realidad re­quiere mu­chos más mi­ramientos de los que ordina­ria­mente se tienen, porque el no fumador celebra sin más los ataques al fuma­dor, el fumador ocasional no sabe, no con­testa, y el fumador empedernido vive acomplejado por su vi­cio y o bien se re­trae o suele res­ponder desmedi­da­mente a cuanto con­sidera un intromisión en su comporta­miento compulsivo...

Dicho lo anterior y aunque el hábito de fumar es una cos­tum­bre demasiado arraigada en la sociedad occidental como para que antes de la Ley Antitabaco se hubieran po­dido in­tentar otras medidas gubernativas tales como la vigi­lancia precisa para que a los cigarrillos no se les añadan aditivos que refuer­cen la adicción y manuales sobre la pe­dagogía del fumador similares a los que proliferan sobre el uso del sexo, demos por buena la Ley para separar al fu­mador del que no lo es. Está bien que se aisle al no fumador del fumador. Es sabido que el fumador no suele ser consi­derado, incons­ciente, con los que no lo son, y tampoco hay derecho a que sometan a otros a la in­halación forzosa de su humo... Hasta aquí, vale.

Pero todas las demás justificaciones que se incluyen en la Ley, a mi juicio, están demás. Y he leído la exposición de motivos de la Ley. Que la ley incluya men­ciones y datos y estadísticas de la Organización Mundial de la Sa­lud, asom­bra. Y asombra porque si se tuvieran en cuenta, sin ir más lejos, las estadísticas de muertos por ac­cidente de coche en carretera (176 se han producido sólo en estas fiestas en el país) mañana mismo deberían los Parla­mentos de esos mismos países promulgar una ley que ci­ñera el uso del co­che al patio de cada casa, al jardín de cada chalet o a las vías locales de cada pueblo. Pero descuidemos, no lo hacen ni lo harán.

Otro tanto podemos decir del consumo de bebidas alcohó­licas. Que “el tabaco perjudica al fumador mismo pero tam­bién a los fumadores pa­sivos, y el alcohol y otras drogas no” es el argumento que se pretende definitivo. ¿Que no perju­dican a ter­ceros? Lo dudo. Pa­recerá que no perjudican por­que las consecuen­cias no se manifiestan de inmediato, pero todos los comporta­mientos compulsivos es­tam­pan huellas im­bo­rra­bles en la sociedad. Y no creo que haya necesidad de enumerar los que vienen determinados por un sistema que los atiza a través de medios y publicidad. Podríamos decir que hoy día no hay más que dos alternativas en una sociedad que trata de homogeneizarlo todo: o la compulsión tipo zapping o el entonteci­miento absoluto. La salud ner­viosa está siem­pre por medio, la ansiedad, la depresión, el hastío, las des­ganas de vivir; todo inductor de muerte, de desprecio y de temores infundados: el terrorismo internacio­nal, por ejemplo.

Por otra parte, esta­mos hartos de sa­ber que las cosas no son ni buenas ni malas por sí mismas. Es la dosis y la in­oportunidad en su uso lo que las hace per­judicia­les. El cu­chillo sirve tanto para corta carne como para apuña­lar. Los medicamentos en su mayoría contie­nen sustancias que son ve­neno en dosis más altas. La medicalización de ansiolíti­cos sube en proporciones alarmantes. Y también estamos hartos de sa­ber que no vale tanto la longevidad como la ca­lidad de vida. Es más, si las cifras provinientes de la OMS se cotejaran con otras, por ejemplo con las de mortalidad por consumo desordenado de alcohol, cirro­sis hepáticas y pancreáticas, etc., quizá se hubiera empezado por arreme­ter contra el alcohol. Consúltese a Escohotado. Por otra parte se dan cifras interesantes sobre los éxitos de la Medi­cina. Pero estoy a la espera de obtener otras, que seguro existen pero se hurtan al gran pú­blico, sobre los fracasos de la Medicina y la patogenia que induce la Medicina en sí misma y los médicos como vectores?

Tener en cuenta datos y pareceres de la OMS para lo que conviene apoyar y silenciar los aspectos que no convienen es un peligroso procedimiento dialéctico que irrita. Tan odioso por otra parte es oponerse a todo por sistema, como ad­herirse a todo lo académico porque lo es...

Así es que lo terrible que es el tabaco, las enfermedades que ocasiona, los gastos sanitarios que origina, etc de la Ley, sobran. Esos otros aspectos que tra­tan de justifi­carla no cuadran más que por vía de los contra­sentidos a que acos­tumbran estas socie­dades y de las mani­pulaciones a que las someten los poderes econó­micos de las que a me­nudo se hace cómplice el político.

En la tanda de argumentos que van desde la nocividad del tabaco hasta el evitar el alto gasto sanitario que generan las enfermedades relacionadas con él, está la “trampa” y buena do­sis de sinrazón. Veamos:

a) si tanta pre­ocupación hay por extirpar un hábito dañino ¿por qué no han hecho mella hasta ahora las horrorosas esta­dísticas sobre enfermedades hepáticas causadas por el alco­hol sobre las que al parecer recae el primer gasto sanita­rio?

b) quienes fuman compulsivamente es porque tienen tem­pe­ramento compulsivo, y si se sienten forzados a dejarlo por ra­zones sociales, no será difícil que deriven su costumbre hacia otros hábitos quizá más pernicio­sos a escondi­das. Si se sien­ten perseguidos y tratados como apestados, rebus­carán otras drogas que son más gratificantes aunque sean también más caras.

c) ¿por qué no se hace la macabra advertencia que se in­serta en las cajetillas de tabaco: “mata” también en las bote­llas de cerveza, de bebidas espirituosas, de whisky y de vino, y a los coches no se les limita la velocidad, tan fácil es?

Resulta sospechoso someter a un país a un régimen de sa­lud forzosa en esta materia, cuando hay cada día más y más morbilidad y agresividad en la pareja, en la familia, en la tele­visión, en los co­legios, en la calle, en el medio am­biente y en los parla­men­tos. Todo inerradicable mientras el “mercado” siga “libre” aunque no lo sea. Por algo hay que empezar, nos dirán. Pero empezar por su­primir la costum­bre de fumar en pú­blico, hace pensar que se impone porque simplemente es la supresión más fácil.

Otra cuestión. Es, cuanto menos, para reflexionar que tres paí­ses oficialmente católicos, Irlanda, España e Italia, ade­más de otro funda­mentalista que es como si lo fuera, Esta­dos Unidos, se hayan preocupado tanto de este asunto y de la misma manera prohibiendo fumar en público.

La peor droga es la sociedad misma en que vivimos. Y la es­pañola es quizá más que otra hoy día en Europa en gene­ral ansiosa, ambiciosa, agresiva, des­pectiva, y prepo­tente. ¿Cree alguien que con me­di­das como ésta o con una futura ley seca, somos más moder­nos y avanzados y será éste un país de ciu­dadanos saluda­bles?

Se dejará de fumar a la larga, como se dejó de escupir en la taberna y en el tren. Pero los nubarrones de tendencias convertidas ya en hábitos en toda regla mu­cho más treme­bundos asoman ya por el hori­zonte.

¿Qué clase de generación, sin ir más lejos, se está for­mando con las “consolas” y los videojuegos que se han en­señoreado de las mentes infantiles, adoles­centes y ya tam­bién adultas por lo que sé? Ni los padres ni los educadores pueden ya con esa lacra de la que, como en todo, sacan buena tajada muchos, empezando por todo lo que se rela­ciona con la dichosa publi­cidad.

Acaban de sacar un cigarrillo de combustión sin humo. Se­guro que se ha impedido su co­mercialización porque los go­biernos no tienen tanta flexibi­li­dad como para cambiar de pla­nes cuando ya los tie­nen en su car­tera, y los inductores eco­nómicos ya están esperando resultados...

¿Se tapan unos agujeros para que por otros respiren me­jor los vinateros, los licoreros, los cocacoleros, los camellos, los fabrican­tes de vi­deojuegos y los casinos?

Es lo típico de tantos confor­mes con el sistema aunque pre­suman de lo contrario. De tantos y tantos periodistas y mora­listas que se dedican a perseguir efectos, cuando desde sus respectivos asentamientos serían mucho más eficaces si se­ñalasen con la misma tenacidad las causas que los provo­can.

Estas son las razones por las que, más que la prohibición de fumar en público, la persecución del fumador y del ta­baco hacen de lo que rodea a esa Ley una decisión poco sabia que da la impresión de que más que la intención de proteger al no fumador lo que encierra es la de mejorar otras expectativas y otros intereses que ya irán saliendo a relucir.

Por último, me veo obligado a hacer esta terrible confesión personal: desde que dejé de fumar nunca me he en­contrado peor...

9 Enero 2006

02 enero 2006

Transformar el mundo

Hablemos de utopías clásicas y de utopías que fueron y siguen siendo realidad... Es raro el día que un articulista -al­gunos de ellos celebri­dades- no razonen bellamente en sentido ético y no den recetas para "trans­formar el mundo"... sin cambiarlo.
Pero lo que hace ninguno, nunca, es cuestio­narse la sacro­santa "libertad" del individuo y de los países que presumen de ella. La afirman, implícita o explí­cita­mente, esperando que gracias a sus exhorta­ciones y to­ne­ladas de leyes loca­les y universales se corrija todo cuanto daña a la mayoría de la humanidad desde que se "inventó" la libertad, se abrazó el mercado abandonado a su suerte y se edificó la sociedad liberal.

No. Permítanme todos ellos que les diga que la página que ocupan sus artículos en un periódico o los libros escri­tos sobre ello, son relativamente fáciles de escribir. Basta un poco de erudición, una migaja de humanismo y una cierta habilidad para redactar. Si se trata de lucir todo eso, a fe nuestra que consiguen conmovernos. También nos con­mo­vieron los predicadores religiosos que invocaban la cari­dad cristiana y los humanistas que se desentendían y no querían saber nada de fórmulas políticas. Todos son en­cantadores...

No. Si de verdad se quieren cambiar las sociedades enga­ñosa­mente llamadas "libres", hay que olvidarse de la "liber­tad", madre de todos los desastres. De nada sirve lamentar ca­rencias, maldecir malas artes y arremeter contra todo lo da­ñino, si no se tiene voluntad de renunciar a la libertad po­lítica y formal. "Hacen falta más personas... que se esfuer­cen por ser médicos, maestros..." "No se trata de repetir la sen­tencia: eso no basta... Se trata de practicarla", nos dice hoy el catedrático Fierro. Otro otro día nos lo dirá Savater, otro Vargas y otro el padre Peyton o el cura Rouco Varela...

Bueno, pues ¿quieren decirnos todos ellos cómo se puede "cambiar la sociedad y no intentar justificarla" miles de años después de quedar probado que son inútiles todos los cam­bios que no vayan acompañados de una autorrestricción, de una amputación radical de la libertad de individuos y de so­ciedades superarmadas sólo sujetas al freno de leyes -con­sensuadas por parlamen­tos- que jamás cumplen sus gobier­nos ni sus destinatarios, ni tienen voluntad de cumplir?

Sin ir más lejos. ¿cuántas de las resoluciones de la ONU acata y cuántas no imponen a la fuerza Estados Unidos e Israel sobre asuntos cruciales que causan cada día catás­trofes humanas y retazos de genocidio o genocidios en toda regla? ¿Nos quieren decir los autores qué significa ese lla­mamiento que nos hacen cada día en los periódicos quienes en el fondo no están dispuestos a renunciar ni a un ápice de "su" libertad ni a la de "su" sociedad? Todos los males que sufre la humanidad -aparte las catástrofes naturales inevita­bles e impredecibles- los causan las teodiceas y los dogma­tismos que, incrustados en la gober­nabilidad de las nacio­nes "libres", niegan la libertad de las naciones que no la in­terpretan como ellos; fundamentalismos, que descargan so­bre éstas unas veces en formato mercantil y otras guerrero. Pues a dogma­tismos, a fundamentalismos y a teodiceas hay que imputar la comisión de todos los abusos, todas las atro­ci­dades y to­dos los disparates conocidos. Me ahorraré enu­merar los más recientes y cotidianos para no ocupar todo el espacio de esta queja.

Luego... si razonamos con la cabeza, con la razón y con la voluntad de "practicar" la sentencia de que "hay que trans­formar el mundo", y la libertad incontrolable es la causa de la causa, no podemos concluir en otra solución que no con­sista en restringir la libertad. Lo que se hizo y se hace en los sistemas que se guían por el marxismo. Confiar la restric­ción de la libertad a leyes y go­bernantes desde postulados racionalistas y científicos de distribución de la riqueza, es el único y resolutivo remedio. Lo mismo que hacen los países mal llamados "libres". Con la diferencia de que en éstos se con­fía en gobernantes depravados o gobernantes atrapados en un “sistema” donde sólo ejercen "su" libertad unos cuantos a costa de cercenar la de la mayoría a la que sólo ceden las miga­jas...

¿Dónde empieza si no la libertad de un individuo o de un país si no es a partir primero de la autarquía para pasar luego a la solidaridad? ¿Qué intentan ahora los dirigentes boliviano y cubano intercambiando asistencia oftalmológica y pedagógica entre los dos países que representan?

No es posible la transformación del mundo sin una inteli­gencia pacífica que lo regule. Pero sobre todo sin una inteli­gencia colectiva que restrinja drásticamente la libertad en nombre de la equiparación posible, en la teoría pero sobre todo en la práctica, de todos los seres humanos. Esa vo­lonté general del pueblo que se expresa confiando a unos políticos cada voluntad individual, transfiérase a políticos con mentalidad ecuménica y restrictiva de libertad. La liber­tad que aquí, en las sociedades opulentas, se alaba, es li­bertad sólo orientada a destruir cuanto de noble hay en la raza humana poniendo en su lugar rencillas, litigios, guerras y, mientras éstos llegan, obras ciclópeas destructoras de ecosistemas y pura depredación.

Mientras el freno sea "sólo" la libertad fingidamente con­trolada; mientras exista -sin existir- la libertad individual y se dinamice la de los países armados hasta los dientes para aplastar cualquier conato "eficaz" de inconformismo, el mundo seguirá por los mismos senderos de toda la vida. Los que parecía ilusamente proponerse emprender después de terminada la segunda guerra mundial, los cegaron preci­samente el día que unos canallas ocuparon insensatamente Afganistán y luego Irak por capricho y pillaje.

Mientras por "mundo" se tenga sólo al opulento y cuente sólo el opulento, las tres cuartas partes de la humanidad seguirán siendo mitad humanas mitad bestia al servicio del otro cuarto.

No hay quien no sea capaz, a poca habilidad oratoria que tenga, de desear, de alentarnos, y de exhortarnos a trans­formar la sociedad humana hacia un mundo mejor. No hay quien, con una mínima sensibilidad, no tenga aptitudes para afirmar que hay que transformar el mundo. Pero se advierte enseguida que lo dicen y escriben con la boca pequeña. Se ve ense­guida que en cuanto le hablásemos de que la culpa es de la libertad y de la inoperancia de las leyes, nos dirían: "¡Ah!, eso no, la libertad es intocable". Y es, porque los an­siosos, los protestones, los egoístas y los permanentes in­sumisos sólo ladrando o perorando perciben "su libertad", como el creyente sólo tiene fe hablando a toda hora de la fe o el de­pravado sólo siente placer en el dolor sexual.

Estoy convencido de que somos muchos, quizá miles de millones, los que estamos dispuestos en el mundo a renun­ciar a nuestra libertad en potencia (que es bien poca si se examina bien), con tal de que todo el mundo coma y tenga una vida digna. Luego, una vez conseguida ésta, ya nos plantearíamos el modo de recobrarla para usarla con pru­dencia. Lo que re­chazamos es pagar tan alto precio de la miseria casi universal fingiendo además que la disfrutamos cuando la ma­yoría carece de ella. Centrarla sólo en votar es miserable. Basar el sistema en una libertad inexistente, por­que la mayoría vive atemorizada pues pocos son los que, aun en los países ricos, saben qué va a ser de ellos y de su familia, de su trabajo y de su hipoteca dentro de un mes, es una manera necia de engañarnos.

Por eso lo que no admitimos es que sabiendo que todo seguirá igual, se haga literatura so­bre los males sociales. Lo que de­nunciamos es que se las ingenien los articulistas, conferen­ciantes y pensantes que usan sólo un hemisferio cerebral, para señalar los efectos de los desastres que aca­rrea unas sociedades dirigidas desde un mercado falsa­mente "libre", para que las causas permanezcan intactas.

La única solución que existe es racionalidad pura aplicada a la que el ser humano no debiera renunciar jamás. El único remedio a tan lamentable estado de cosas relacionado con el reparto de la fortuna en el mundo, es el marxismo revi­sado y actualizado. Lo demás es logomaquia, seguir haciendo de los males del mundo un pretexto para lucir unos su arte literario, otros su oratoria política y el re­sto, lo­cuacidad llena de vacíos para cumplimentar la parrilla de programación diaria de esta vida que sólo existe en cuanto atiende a las necesidades pe­riodísticas y sólo cuenta si es televisada en vivo y en directo. Mientras todos estos teóri­cos que hacen el caldo gordo al sistema canten sus alaban­zas con amonestaciones que no van a ninguna parte, yo seguiré insistiendo en que lo único que cabe hacer en el planeta es privarnos, de un tajo, la libertad política -la positiva-, de­jando intacta la libertad nega­tiva -la de no hacer- y la libertad de pensamiento.

01 enero 2006

La miseria de la Filosofía

LA MISERIA DE LA FILOSOFÍA


PREÁMBULO

Los espíritus vulgares nunca pensaron. Se limitan a guiarse por el instinto. Es más, se niegan a pensar más allá de su es­tricta inmediatez. Pero hoy día creen que pien­san porque si­guen, más o menos, los vaivenes de las ideas que el espí­ritu de los media pone en circulación en el éter a velo­cidad de vér­tigo. Lo que re­sulta de ello es que el llamado “sentido co­mún” se pro­blema­tiza considerablemente, y a me­nudo la ló­gica más elemental, estragada por aluviones de logorrea, lo pierde.

En vista de ello un espíritu supe­rior, por independiente, lle­gado el otoño de su vida, no tiene más que estas dos po­sibi­li­dades para mantener la ca­beza despejada: o seguir las di­rec­trices del pensamiento a fin de cuentas de otro, o pen­sar todo desde el principio prescin­diendo del argumento teoló­gico y científico de autori­dad. Este es el princi­pal signi­ficado de este trabajo; no que pueda haber en él des­aciertos, sea por sí mismo un error o incluso represente para alguien un desva­río. Pues, a mi jui­cio, poco importa vivir o mo­rir equivo­cados; tam­poco creo que sea más digno vivir al abrigo de erro­res no mo­les­tándonos en reflexio­nar sobre si los afanes de nuestra vida tuvieron en su fragor y ahora ya en la calma del retiro, mu­cho o poco funda­mento. Es más, puestos a apurar la argu­menta­ción doctores siempre ha te­nido la Igle­sia, y si hace­mos caso a los miles o millones de pontífices que hay en to­das las áreas del conocimiento de­jando de pensar por nues­tra cuenta y abando­nando nuestra inspira­ción a la suya, en el fondo será porque preferimos seguir cultivando la ig­no­rancia.


PERPLEJIDAD COMO PUNTO DE PARTIDA

Llegada cierta edad, un buen día, aliviados de los estímu­los habituales y saturada la consciencia por una luz intensa que la ha alumbrado largo tiempo, la pri­mera impresión, honda, que se expe­ri­menta es de perpleji­dad; ha desapare­cido en nosotros la capacidad de asombro.

Varios asuntos que a lo largo de nuestra vida el jui­cio so­bre ellos permaneció en suspenso, anclado por la cultura here­dada y el diario trajín, de repente nos indignan de ma­nera es­pecial. Asuntos que, trata­dos como sabemos y re­sueltos por la sociedad, pueden ofender a cualquier inteli­gen­cia media­namente despierta e incluso al De­recho Na­tu­ral.

Por ejemplo, los temas de la eutanasia, del dolor, del sui­ci­dio... En un momento dado, comprendemos de pronto que son asuntos capitales. Prohibir la eu­ta­na­sia, dificultar el ali­vio del dolor, condenar al menos moralmente el suicidio deci­dido con serenidad y penalmente a quien lo auxilia, per­tenece a toda una cultura primaria y milena­ria. Los criterios legislati­vos aplicados no son sólo los sus­ten­ta­dos o influidos por la Igle­sia católica y otras con­fesio­nes represoras. Son tam­bién los de hombres y mujeres lai­cos pero incons­cien­temente confe­sionales que, cuando piensan y deciden, se encuen­tran en mo­mentos de la vida en la que uno cree va a vivir eter­na­mente. Tam­bién los de profe­sio­na­les de la Me­di­cina que, lle­gado el caso y con sus pro­pios re­cur­sos y vo­luntad harán para sí y para los suyos lo que mejor les con­venga con inde­pendencia de cualquier otra consideración... Otros ejem­plos: ¿por qué a un con­de­nado a muerte por le­yes bár­ba­ras se le pro­longa deli­be­rada­mente el momento de su eje­cu­ción haciéndole más in­so­por­table toda­vía el tiempo que le queda de vida? ¿por qué, en lu­gar de arro­garse un protago­nismo desmesu­rado el ma­cho en su pa­pel le­gis­la­dor sobre el aborto y dada su como­dísima contribu­ción a la gra­vi­dez, no de­ja a la hem­bra que sea ella sola la que de­cida so­bre el alum­bra­miento confor­mándose él con un papel me­ramente consul­tivo?... Y tan­tas y tantas co­sas de la vida y de las aproxima­ciones a la muerte que en el fondo tarde o tem­prano a todo el que no haya perdido la ca­beza in­quietan. El caso es que para todo hay respuesta, y a todo se le en­con­trará desde luego una jus­tifi­cación que viene de atrás y po­cos, proba­ble­mente casi ex­clu­sivamente los irre­levan­tes, dis­cuti­mos. Por eso, estas y otras muchas cues­tio­nes por el es­tilo es lo que me ha pun­zado a pensar hace mucho tiempo más en las ar­bi­tra­rie­da­des, contradic­ciones, ca­pri­chos y ne­cedad del antropocen­trismo occiden­tal que en las maravillas del “pro­greso” que éste nos vende. Y cuando hablo a lo largo de estas me­dita­cio­nes de Filoso­fía para so­meterla a la evi­den­cia, mi evi­den­cia, me re­fiero, claro es, funda­mental­mente también a la occi­den­tal, a la so­crá­tica y la ma­yéutica que la cimentan. Tan­to hay que cons­tituye un aten­tado frontal co­ntra la Ló­gica y na­die con peso in­te­lectual se queja desde el púl­pito de la Ra­zón, que me su­giere que todo apunta a que el sen­tido co­mún si­gue un ca­mino, el sentido de los dirigentes sociales otro, y el in­divi­dual de cada uno otro bien distinto y a menudo diver­gente de los otros dos; y que lo que la doc­trina del pen­sa­miento único se propone al desli­zar las su­puestas venta­jas de su demo­cra­tiza­ción y so­ciali­za­ción, lo que hace es con­dicio­nar seria­mente, para dome­ñarlo, el pen­sa­miento a se­cas.

Será preciso recordar, de vez en cuando, que estas cavila­ciones pertenecen a un pensa­miento cre­pus­cu­lar. Pero no va­mos a esperar a esos días u horas postre­ros en los que ya poco se puede discernir con coherencia y, si ha lugar, con mayor motivo menos escribir...

Pero aún debo hacer otra advertencia. Y es que, basán­dome en el propio principio de contradicción —otro pilar de la Lógica formal— no se sabe en qué, sin constituir una in­sufri­ble pretenciosi­dad, se funda cada sistema filosófico para atre­verse a reclamar mejor derecho al monopolio de la verdad. Sea el ra­cionalismo —que afirma que a la verdad sólo se llega por la ra­zón—, sea el irracionalismo —que afirma que no sólo a través de la razón puede llegarse a la verdad—, sea el escepticismo —que afirma que nunca puede llegarse a la certeza... Así es que, en relación a todo lo que se pueda con­siderar en estas medita­ciones como im­preciso, inexacto, falto de rigor o incluso des­atino, reclamo mi derecho a errar tam­bién, pues no vendiendo mi pensa­miento ni estando mi pensa­miento al servicio de pun­tuales, confesadas u ocul­tas convenien­cias bien puede contener tanto sen­tido y funda­mento como cada uno, por convenci­miento o por cor­tesía, quiera conceder o negar al pensar ajeno.

Ahora bien ¡cuántos, atrapados por la Lógica, esclavos de la Lógica, se niegan a sí mismos la libertad de sembrar en voz alta semillas nuevas sólo para poder seguir ufanándose ante la mayoría de mentalidades mediocres, de la mediocri­dad que comparte con ellas! Si a pesar de tan pregonada li­bertad vemos cuánto miedo al ridículo y cuánto temor al qué dirán los custodios de la ortodoxia en materia de elucubra­ción, ya se me dirá si no es un lujo encontrar un in­terlo­cutor interesante que no te repita lo que hemos oído y leído hasta la hartura a lo largo de la vida...

Pero vamos al grano,


INTRODUCCION

Para empezar, por filosofar entiendo, una tensión psí­quica dirigida a pensar de manera "diferente" y desde “cero”, so­bre uno mismo, so­bre el ser humano, su origen y destino, y so­bre todo lo que le envuelve, le influye y determina. Pensar de manera dife­rente tratando de leer los misterios de la vida, de la Na­tura­leza y del uni­verso sabiendo de antemano que es una tarea in­fructuosa (y en ese saber apriorístico estriba en buena parte la tensión); esforzándonos en en­contrar ver­da­des defi­niti­vas después de desistir de la vía re­ligiosa, y por­que des­confia­mos de tantas respuestas como dieron o pro­pusie­ron otros seres humanos en su búsqueda de la feli­ci­dad, la se­renidad, la plenitud o la placidez que to­dos, de una u otra forma, re­buscamos en la hojarasca de percepcio­nes activa­das y estimuladas sin reposo.

El filoso­far es, a mi juicio, una tarea inqui­sitiva que persi­gue tenaz e instinti­vamente hallar un sen­tido a la vida y a la muerte, y, entre tanto, serenidad en el espí­ritu y estabilidad emocional en el cere­bro. Al final la conclu­sión suele ser que vida y muerte care­cen de sen­tido y que quizá la vida sea sim­ple­mente un trá­mite sin fina­lidad que cada cual debe di­ligen­ciar para do­tarle del sentido que no tiene. Pero siem­pre, todo, partiendo de un “quizá”... Un “quizá” que la distin­gue en prin­cipio de toda otra disciplina de conocimiento, ciencia o es­tructura, como, por ejemplo, la Psicología.

La existencia, transida por la cotidianidad, está iluminada por la luz intensa que unas veces proyecta la cultura con su lastre de especialización que la desvirtúa un poco más, otras la igno­ran­cia —supina o ingenua—, y otras el saber a me­dias. Esos tres focos en­turbian la vi­sión de lo que está tam­bién ahí pero no vemos todavía porque está en la som­bra, detrás de lo que nos llega directamente a nuestra per­cep­ción di­recta. La cultura integral pero también el extremo opuesto, es decir la ignorancia supina o in­genua, se alojan hoy día en po­cos entendimientos; así es que son el saber a medias y el saber especialista, que administran positiva­mente el “saber poco”, los que conducen en gene­ral a toda la sociedad. El fi­lósofo, o como que­ramos llamar al amante de la introspec­ción y al que sin más interés que ella en sí misma escruta los pla­nos im­perceptibles de la realidad que le circunda, pe­ne­tra las som­bras y examina a su trasluz los aspectos de la reali­dad que la mayoría de mortales no ve, no quiere ver o se resiste a ver... Y no ve, no quiere ver o se resiste a ver, más por propia vo­luntad, una voluntad gene­ralmente refrenada por toda clase de adormideras, que por carecer de inteli­gencia sufi­ciente. ¡Ah! la comodidad, ¡Ah! el ¿para qué?...

1. FILOSOFAR DESPUÉS DE VIVIR

La tarea filosófica, en tanto que episteme —conocimiento intelectualmente fundado—, y aun como doxa -opinión-, exige naturalmente precisión y rigor. Sin embargo no es la preci­sión aritmética de la ciencia, sino el rigor fluido, elástico y aproxi­mado del Arte; porque hasta el Arte más sublime ha de con­tener una cierta dosis de di­vina imperfección. En este sentido debemos fe­licitarnos de que el ser humano haya re­creado tanto Arte discursivo a través del lenguaje poético y el retó­rico. Pero el efecto estético que proviene de la Filoso­fía como "Arte" se va difumi­nando con el paso del tiempo. Y poco a poco empezamos a pres­tar atención tam­bién a otros aspec­tos, ya menos atractivos. Y uno de ellos es que una cosa es que la Filoso­fía —en el sentido de "pensa­miento ajeno pres­tado"— haya tenido la virtud de distraernos, de ocupar­nos, de preocuparnos y de apasio­narnos, y otra muy dis­tinta que de­bamos esperar también de ella efectos re­dentores...

Por de pronto la misma Filosofía y su propio entramado es­tructural descubren, a pesar de que como Ciencia que fue hasta el siglo XVIII se empeñe en lo con­tra­rio, lo difuso del len­guaje y la propen­sión de cada ser humano a manejarlo a su convenien­cia en función de, pro­ba­blemente, su organiza­ción endocrina. Esto es, primero la conveniencia y luego el dis­curso para adap­tarlo a ella. Po­nerlo en orden, re­glar el lenguaje, fue función de la ló­gica formal, al menos en Occi­dente. Pero si, como viene suce­diendo, la sociedad va re­nun­ciando paulatina­mente a las re­glas de la lógica a la que se acogió para comuni­carse y en­tenderse, menos­precia el si­lo­gismo y toma gusto por el sofisma, el paralogismo y la falacia, la lógica ter­minará su­cumbiendo bajo el peso de la praxis y el logos justificando la depre­da­ción y quién sabe si hasta la misma antro­pofagia. Y entonces el pensa­miento filo­sófico acabará sub­ver­tido, envile­cido, y los intelec­tuales que lo tra­bajan con­tribu­irán a su vez al caos general. Tres mil años de Cultura se habrán venido abajo. Más adelante vol­veré so­bre este asunto...

Por eso aquel consuelo que por medio de ella se nos ofre­cía sobre todo para los últimos tramos de la vida, se ha ido debili­tando poco a poco a medida que hemos ido abro­chando la precedente observación acerca de lo mucho que la Filoso­fía, entendida ahora como ámbito ce­rrado de pen­samiento com­pleto, depende de la filigrana del lenguaje. Es decir, al fi­nal, sufrimos el mismo desencanto que nos llevó un día a re­nun­ciar a fundar nuestro pensamiento bá­sico en la o una reli­gión. Fue, al percatarnos de la certeza de que fijar, definir, afir­mar... una idea-madre supone renunciar a otras incom­pati­bles que la contradicen. Del mismo modo que abrazar dog­máticamente una teología o aferrarse a ella, im­plica te­ner que rechazar o ig­norar al tiempo otras teo­lo­gías... Entiendo por idea-madre un princi­pio o enunciado que, por razones aprio­rísticas o de otra ín­dole, el pensador "clásico" considera para sí de irrenuncia­ble inte­rés e impor­tancia: libertad, dios, espí­ritu, alma, deber, muerte, vida des­pués de la vida, la nada... con todas sus va­riantes con­cep­tuales y significa­dos asocia­dos. Y también sus opuestos; es decir, cual­quier idea categó­rica o medular que, tratada como corolario, vertebra nuestro pen­sar profundo. Todo eso que precisa­mente para el reino del positi­vismo actual está de más...


2. LOS SISTEMAS FILOSÓFICOS I

La tarea de la Filosofía consiste más en suscitar problemas que en resol­verlos, en ser más crítica que dogmática. Sin embargo demasiado a menudo acaba siendo dogmática... o pa­reciéndolo a través de un lenguaje categórico y carente de humil­dad. Y sin humildad, se podrá manufacturar una doc­trina o fundar una religión pero no “hacer” Filosofía, como yo la estoy haciendo aquí... a menos que se trate de una Filoso­fía del egocentrismo.

Vista así la cuestión, parece que no debiera haber incon­ve­niente en admitir que cada "sistema" filosófico está le­vantado sobre aguas pantanosas, pues fue el propio me­ta­lenguaje de la Filo­sofía escolástica el que se encargó de fa­bricar la no­ción de principia petitio. -Se dice que hay "peti­ción de princi­pio" cuando el que afirma consi­dera demos­trado sin más algo intermedio, alguna premisa en el reco­rrido de su razona­miento que está sujeta aún a de­mos­tra­ción-. Pero el caso es que la Fi­losofía emplea esa locución como arma arro­jadiza, sólo desde y dentro de la lógica for­mal, para in­validar un ra­zonamiento. Y es que la Filo­sofía oc­ci­dental tiene a la lógica formal, aristoté­lica y so­crá­tica como una estructura incon­tes­table e incon­movible. Es natu­ral... hasta cierto punto. Yo no voy a negar la impor­tan­cia, pragmática, de esta actitud men­tal de conferir a la lógica el papel rector del pensa­miento recto, pues se extiende a nada me­nos que al pen­samiento helé­nico y abarca a todo el pen­samiento ju­deo­cristiano. Esta­ría loco...

Lo que quiero de­cir es que me pa­rece de una petulancia ciega (lo mismo que el monote­ísmo, el antropo­cen­trismo, el geo­cen­trismo, etc.) que tam­bién en la esfera del pensa­miento abs­tracto, el macropensamiento, se afirme con agre­sividad fun­damentalista que es el pen­sa­miento occi­dental el que tiene las claves de "todo" el pen­samiento a es­cala pla­netaria; pues, dentro de su propia ur­dimbre está bien claro que, con indepen­dencia de otras gravísimas refutaciones en el con­cierto de los diferentes mo­dos y esca­las del pensar, esa pre­misa, como punto de partida, cae de bruces en la principia pe­ti­tio. Cuando de­cía en la pri­mera parte que to­dos los siste­mas son por defi­nición un error, quería decir que, con la es­colástica en la mano, es de­cir, con sus pro­pias ar­mas y de­ntro de las nor­mas del juego si­logístico de los prin­cipios de identidad, de contra­dicción y tertio excluso son cada uno un error sen­ci­lla­mente porque también to­dos pue­den ser verda­deros por se­parado. Una pa­radoja. Una para­doja, puesto que si afir­ma­mos uno, esta­remos ne­gando el resto. La inferencia o co­rola­rio dentro del con­texto epis­te­mológico podría pues ser:

Cada sistema filosófico es un error en la medida que otro lo contradice. (De igual modo, una religión es falsa en cuanto otra se postule verdadera... o es verdadera en cuanto a que todas, en poten­cia, son verdaderas)


3. LOS SISTEMAS FILOSÓFICOS II

Los sistemas filosóficos no tienen que ser necesa­ria­mente in­compati­bles entre sí, a menudo coha­bitan inde­pendientes en el mundo de la idea­li­dad y a ve­ces se com­plementan, pero en mu­chos ca­sos son absoluta­mente con­tra­dictorios según las reglas de la lógica formal. Con­ciliar los opues­tos se­ría en tal caso el de­safío. Pero para conseguir la integra­ción se pre­cisa de una actitud extraordi­na­ria, quizá mística, que exige a su vez una trans­forma­ción radical del pensa­miento que lla­mamos co­he­rente. Y en nuestras socie­dades pocos estarán dis­puestos a aceptar el reto. Entre otras co­sas, porque un es­fuerzo se aco­mete sólo cuando se siente “ne­cesidad” o se espera de él compensación.

Por ello suele ser otra vez la re­li­gión, con sus simplificado­ras fanta­sías, la que si­gue el ca­mino pos­trero que la Filoso­fía no puede conti­nuar. Nuestra genera­ción al me­nos, edu­cada en su­misión, empezó, pues, con el funda­mento reli­gioso; luego, la tesis motriz que sub­yace a toda religión se fue de­bi­litando hasta ago­tarse. Pa­sado el tiempo unos se­guimos re­bus­cando quizá funda­mentos para contestarla con argumen­tos que en su día no pudimos emplear, o para ven­garnos de ella; y otros posiblemente regresaron a la religión de origen o bus­caron refu­gio en otra. Pero los últimos com­pases de la anda­dura existen­cial aca­ban en la ma­yoría de los ca­sos en agnosti­cismo, ate­ísmo, nihi­lismo o misticismo. Sólo un es­pí­ritu sufi­ciente­mente crí­tico y ma­du­rado por la re­flexión des­in­tere­sada se decidirá por una actitud con­ci­liada, sincré­tica e ilu­sionadamente escéptica. Como puede ser, por ejem­plo, que la única ver­dad reside en el si­len­cio; que la verdad, si existe, se resiste a la definición y pa­rece alo­jarse en vi­bra­cio­nes, pulsio­nes o sen­saciones ais­la­das y fu­ga­ces que nuestro sis­tema ner­vioso registra espo­rádi­ca­mente como suaves des­cargas eléctri­cas en for­mas de una in­efable in­tuición; intui­ción, enten­dida como instinto más co­noci­miento. A eso, a ese fenómeno difuso, unos lo llaman fe, otros presentimiento y otros lo llamamos necesi­dad psi­coso­mática de “lo absoluto”...


4. RAZÓN PURA Y RAZÓN PRÁCTICA. GÖDEL

Hasta 1931 se creyó que era posible llevar a cabo el pro­grama de com­pleta axiomatización de la matemática pro­pug­nado por David Hilbert y otros autores. Se suponía que podía hallarse un sistema logístico en el cual se alojara la matemá­tica (clásica), y que podía pro­barse que tal sistema era com­pleto y consistente.

Kurt Gödel, sin pensar ni en la Filosofía ni en el Arte, de­muestra en 1931 con su teorema de la aritmetiza­ción de la sintaxis —del lenguaje al fin y al cabo—, que si un sistema es completo no es consistente y si es consistente no es com­pleto...

Aunque él no tuvo para nada en cuenta este aspecto, yo di­ría que la ra­zón prác­tica es en sí misma un sistema de pen­samiento con­sistente pero incompleto, y la razón pura un sistema com­pleto pero inconsistente; razón pura y razón práctica enten­didas en su sentido cartesiano, kantiano o hegeliano.

La razón práctica se rige por unas leyes muy sencillas, dic­tadas en general por las exigen­cias, más bien la tiranía, de los genes. Su máximo exponente es lo que el lenguaje usual llama egoísmo, que se comparte por extensión aun­que debi­litándose, hasta la segunda o ter­cera generación. Ese ego­ísmo natural que tiene que ver con la obediencia ciega a los propios genes. Ese en cuya virtud lla­mamos “desnaturali­zado” a quien no se atiene a ellos...

La razón pura, por su parte, es com­pleja y exige adiestra­miento. Pero tanto la razón pura como la razón práctica tie­nen la función casi fi­siológica de evitar que el entendi­miento se desboque y el yo se desinte­gre... Si bien los efec­tos sólo se producen en parte. Pues es sólo el in­consciente de las grandes mayo­rías lo que se rige por las normas que rigen la razón pura. Porque las mino­rías diri­gentes, la clase política, las aristocracias de ayer y de hoy y la plutocracia siempre, esto es, las que ma­nejan las su­perestructuras socia­les, no se rigen por la ra­zón pura en ab­soluto. La moral sigue siendo también hoy día sólo cosa de siervos (Nietzs­che). Gracias al miedo pero también a la honradez de los más, se enriquecen y disfrutan de plena libertad moral sin moral los menos...

Esas mino­rías se rigen exclusivamente por la razón prác­tica. Son pragmáti­cas en grado extremo y explotan en su “pro­vecho”, material, anímico e ideoló­gico las trabas que, en forma de ética cons­trictora, le impone la razón pura al indivi­duo ordinario. Apelan a la excel­situd de lo con­cebido por otras minorías pen­santes e invocan a menudo valores a to­das lu­ces ya debilitados, y, reforzada por la religión en su caso y desde luego también por los códigos penales, intro­yec­tan los retazos de ra­zón desnuda que go­bierna el in­cons­ciente de las ma­sas y así las mantienen “contenidas”. Así se cuece el control social. Ser veraz y respetuoso de las leyes fue y sigue siendo una virtud... entre ciudadanos hon­rados. Pero ser veraz en política, por ejemplo, es una de­bili­dad. Cuando salen de su rol y regresan a ocu­par el sitio de su yo común, los indivi­duos que pertenecen a las mino­rías diri­gen­tes pue­den con­vertirse en víctimas de sí como ver­du­gos... Su yo, en todo caso, está escin­dido. Esto explica la casi im­posi­ble comunicación real entre dirigentes y ciudada­nía en países cuya demografía está tan alejada de la ideal de una ciudad-estado griega donde la participación ciuda­dana dire­cta daba sentido hasta hacerla posible, la verda­dera democracia.

De aquí viene la fractura frecuente entre lo que “piensan” esas minorías y lo que en general las mayorías entienden por sensato. Así, el sentido común ter­mina a me­nudo siendo sor­prenden­temente pulverizado. El caso más ilustrativo y fla­grante es, la guerra. Las mayorías, sólo en circuns­tancias muy espe­ciales la aceptan; generalmente cuando precisa­mente sus tie­rras son invadidas, pero las minorías dirigen­tes la decla­ran sin motivo, por motivos aparentemente triviales o para el mayor enriquecimiento de sí mismas... La razón prác­tica, en cambio, enervado el pensa­miento abstracto por el debilita­miento que a su vez ocasionan reli­giones y filo­so­fías, se ex­tiende paula­tina­mente, prendiendo cada día en mayores por­cio­nes de Humani­dad sobre todo oc­cidental. Llegará un mo­mento en que no habrá razón sufi­ciente para atenerse a ar­gu­mentos éticos ba­sados en la ra­zón pura o abstracta y será una exigencia gene­ralizada que todo sea dis­puesto y orien­tado, exclusiva y di­rec­tamente, a una finali­dad utilitaria de carácter exclusivamente mate­rial. Pero ¿qué es lo prag­má­tico?: la atrac­ción por lo que va directa­mente a los senti­dos y no a ali­mentar o avivar el senti­miento y el or­den de lo moral. El pro­ceso que si­gue la humanidad oc­ci­den­tal apunta a una desapa­rición del senti­miento y del or­den moral que, unidos al resque­bra­jamiento del control so­cial y la escasez de recur­sos natura­les más ele­men­tales, provocará un dete­rioro gradual de los soportes que toda so­ciedad precisa para vivir en una paz aun­que siempre rela­tiva, controlada. No es impro­bable que la Humani­dad, con el tiempo, estalle en una re­vo­lución mun­dial en cascada que la regrese a un singular esta­dio de barbarie sin pre­cedentes co­nocidos.


5. DELIBERAR Y ACTUAR

Pero no es ni mucho menos ésta y sólo ésta la prueba de la devaluación de la Filosofía. Vere­mos otras...

El asunto sociopolítico no pertenece cierta y pro­pia­mente al pensa­miento filo­sófico puro, pero lo cierto es que el que me­dita, una vez ha re­suelto a su manera y para sí los gran­des in­ter­ro­gantes de la vida, lo con­vierte en uno de los puntos de aten­ción. En cualquier orden del pensamiento no utilitario tanto Gödel como Einstein de­bieran haber disua­dido a todo humano de buena voluntad de recurrir a la polé­mica... tan in­útil es. Pero ha suce­dido todo lo contrario. Por­que está visto que “ci­vili­zar” equivale a polemi­zar, y que la polémica, por sí misma, su­pliendo a otras habi­lidades más naturales y sa­lu­da­bles, ha ter­mi­nado siendo un pro­ducto más de mer­cado, y además muy atractivo. Quien sabe dis­cutir mu­cho y bien, casi tiene ase­gurado un em­pleo. Sa­be­mos que, en el fondo, el hombre hace la gue­rra por di­ver­sión —hubo un tiempo en que era lla­mada "deporte de re­yes".

Pues bien, sustituir la gue­rra por la controver­sia en paz po­niendo en lugar de cada gue­rrero homi­cida a un cí­nico dis­cuti­dor, es un paso ade­lante en civilización; pero cuando la polé­mica se fuerza, se vio­lenta ar­tificial­mente sa­biendo que la tesis del contrario es, o puede ser, tan cer­tera como la pro­pia, la po­lémica acaba siendo una reyerta, un dis­pa­rate, una abe­rra­ción del entendimiento. Esto es una cons­tante en las dife­rentes esferas y niveles de la vida so­cial; desde el “no estoy de acuerdo” o el unamuniano “de qué habláis para opo­nerme” en la charla de café, pa­sando por los diálo­gos de sor­dos parla­menta­rios, hasta las refrie­gas indecen­tes televi­sivas. No se trata ya de contribuir a la construc­ción de la razón, sino en conseguir que el otro dude de la suya... No es­pe­re­mos más Diálogos platónicos...

Por otro lado y por si fuera poco, en la práctica y en los paí­ses meridionales dominados por religio­nes dogmáticas (en el fondo todas lo son —las que no lo son, justamente son Fi­lo­sofía) es pre­ciso profesar una idea rotunda, inexora­ble y pé­trea. En general, ni se comprende ni se aprueba ni se com­parte la ambigüedad, el claroscuro, ni tampoco el es­cepti­cismo como mo­dos de concebir y estar en la vida. Sólo se valora el “sa­ber es­tar”, pero en la vida social, no en el existir. Aquel viejo adagio de “pensar despacio y obrar de­prisa”, no rige ya. Sucede lo contrario: o no se piensa o se piensa pre­cipitada­mente, y se actúa atropelladamente al mismo tiempo. En cambio, lo que exigiría pronta resolución se trata con pre­mio­sidad o no se trata, y lo que no la exige o es abstrac­ción pura —y por lo tanto no trasciende de noso­tros pues per­te­nece a la ideali­dad— se contesta urgente­mente desde argu­men­taciones pragmá­ti­cas. Es decir, frente a lo teórico se in­voca prag­ma­tismo, y lo prác­tico, lo que exi­gi­ría reflejos rá­pi­dos en aras a la eficacia se ve complicado, y con fre­cuen­cia de pro­pó­sito, por una de­libera­ción exage­rada. De aquí viene el lla­mar despecti­va­mente “utopía” a todo lo que hoy y ahora no “está”. No vale que lo que ayer fueron utopías hoy son reali­dades. A tal efecto, rela­cionando esta crítica con el de­sastre que está teniendo lugar en la biosfera, la previsión se­ría la ap­titud más va­liosa de un polí­tico. Sin embargo los polí­ticos, casi todos, carecen de tan valiosa ca­pacidad, y aun te­niéndola no pueden ejercitarla ni traducirla a decisiones prácti­cas, pues es sabido hasta qué punto son ju­guete de los poderes fácticos. (Eludo aquí, para no hacer más prolijas es­tas me­ditacio­nes, señalar los gra­ves indica­do­res preludio de mayo­res ca­tástro­fes más o me­nos silenciosas en el fu­turo que tienen que ver con esto).


6. DOGMA Y COLECTIVISMO. ENSEÑAR A DUDAR

Por otra parte, a pesar de que éste, nuestro sistema socio­político do­minante, no es más que un concepto, mo­delo o sentido de la realidad más entre distintas opciones teóricas y prácticas, la intelligentsia oficial u oficializada ataca o persi­gue todo razonamiento que no se avenga a él. Así se coci­nan las democracias con­ven­ciona­les, las de­mo­cracias libe­rales de Occidente. Se tiene al “sis­tema” como el menos malo de los posibles y se le protege a capa y es­pada incluso de sí mismo. El colec­tivis­mo y el marxismo por ejem­plo, están de hecho perse­guidos y sofo­ca­dos de muchas ma­neras por el ta­lante neolibe­ral. Esto es en parte conse­cuencia directa del cris­tia­nismo y del judaísmo no obs­tante ser el Evangelio cris­tiano fuente de argumentos para la de­fensa y fo­mento del igualita­rismo. Tam­bién, conse­cuencia del dogma, "lo que queda de una idea después de aplas­tada por un mar­tillo pi­lón", Or­tega. Y lo que queda del dogma si­gue siendo todavía lo que im­prime ca­rácter casi nacional, a costa del menos­pre­cio y del de­saso­siego del es­píritu li­bre­pen­sante. Pues siguen te­niendo infi­ni­ta­mente más fuerza en nuestra idiosincrasia el espíritu to­mista y los evan­gelios ses­gada­mente inter­pretados, que el pensa­miento de los Padres de la Iglesia cuya filosofía tie­ne mu­cho más que ver con el coo­pe­rati­vismo y con el pen­samiento de Marx que con el sistema capitalista y con el neo­capitalismo. Más fuerza también que el pen­samiento orte­guiano, que ape­nas ha tras­cendido los cir­cui­tos más intelec­tuales; re­sultando un intruso in­cómodo, un cuerpo ex­traño ajeno a la conciencia co­lectiva de nuestra so­ciedad. Un sín­toma: el nulo caso hecho a Ortega cuando acon­seja al que enseña que en­señe tam­bién a du­dar de su en­se­ñanza... Lo más opuesto al dogma y al tono sen­tencia­dor del magisterio al uso en cual­quier or­den de cosas y a los sucesivos siste­mas de ense­ñanza. En el otro ex­tremo está Spi­noza, que in­forma y talla buena parte de la mentali­dad determinista y quizá por eso mismo ra­dical­mente to­le­rante, del sajón holan­dés...

En tales condiciones el dogma teológico preparó, allanó, fa­cilitó, al menos en España, la entronización de otro dogma: el pensamiento único, que, en el ámbito so­cioe­co­nómico, no es sino "pensa­miento unidi­rec­cio­nal" aplicado a todo el pensa­miento en bloque de Occi­dente. Un pensa­miento al que se puede añadir el la­menta­ble y definido rasgo de carecer de propósito de enmienda; de carecer del propósito de corregir paulatina­mente gravísimos defectos en aquello que la eco­nomía neo­liberal tendrá que modificar... si quiere so­brevivirse a sí misma sin des­en­cadenar una heca­tombe. El “desarro­llo soste­nible”, tan celebrado por los sec­tores más considera­dos con la naturaleza y progresistas, es otra licencia destinada al autoengaño e ideada para facili­tarse entre todos la farsa de que nos encontramos en el camino recto...


7. EL LOGOS Y LA FUERZA

De todos modos, después de largo tiempo prestando aten­ción al asunto del raciocinio y de la racionalidad de los que tanto se jacta el ser humano, se termina viendo hasta qué punto el lo­gos se agrieta, casi se viene abajo, en cuanto lo confronta­mos o lo sometemos al jui­cio de la macro-reali­dad. Y cómo pierde su sentido en la praxis política, es de­cir, en la acción ejercida tras las resonancias solemnes del dis­curso político...

La humanidad se concita en torno a ellas y se cobija bajo las Naciones Unidas. Bien. Pero ¿quién decide lo recto y lo incorrecto, el bien y el mal, tanto en general como para cada caso, si no el poderío militar? En el espacio social, al ras del suelo, sucede lo mismo en cual­quier orden de cosas. ¿Pues qué sen­tido pues tiene el logos en la vida práctica frente a la volun­tad o al capricho del empresario, del juez, del pode­roso, de la iglesia, del ban­quero, de la policía o del ejér­cito? ¿Qué significa el lo­gos tratado por le­yes ideadas y aplicadas a su medida por las clases dominantes? Dice un clásico que “cuando impera la injusticia es grave te­ner razón”. En cues­tiones de justicia habría que ir directamente al Derecho na­tu­ral... pero no quieren... Al final el logos lo emplean ex­clusi­va­mente los débiles, y su marco natu­ral encuadra sólo a los dé­biles. Los fuertes, socialmente, no precisan de él, pero renta­bilizan el ajeno. En és­tos es su voluntad nietzscheana lo que se impone a todo lo demás. El logos cede constante­mente ante la fuerza y, en lugar de predominar sobre ella y doble­garla, como corres­pondería a la especie zoológica de la es­cala superior, tiene un papel semidecora­tivo en la so­ciedad humana y una utili­dad cada vez más incon­sistente y limitada.

Si, como viene sucediendo, los valores más o menos com­partidos que sustentan a toda sociedad se derrumban, y con ellos la razón que los da vida, la filosofía que no nace de uno mismo, que no se alimenta de uno mismo, puede ser uno más de los delirios, otro instrumento al servicio del más fuerte. Por eso si quien filosofa se sale de los espacios de la elucubración profunda dirigida al aseo intelectivo personal para hacer filoso­fía de la Polí­tica, debe tener la probi­dad inte­lectual al menos de hacer crítica del sistema a fondo y sin concesiones, sea cual fuere el sistema en que se en­cuentre inmerso el filósofo e in­dependientemente de quien sea el grupo político dominante. Debe hacer crítica, no fingir que la hace se­ñalando por ejemplo as­pectos irrelevantes para ocul­tar los re­levantes, y mucho me­nos para reforzar la “causa com­pacta” del po­der instituido. Pues fingirlo debilita aún más al individuo y la causa de las mi­norías... que es lo que hacen algunos que se hacen pa­sar por intelectuales tanto en el Es­tado español, como en el francés o en el nor­teamericano que son los que mejor co­nocemos. La concien­cia colectiva, ya que desafortunada y radicalmente descon­fiamos de la clase política, no debe abandonarse de ningún modo al periodismo, que es lo que éste intenta. La con­cien­cia co­lectiva debe alo­jarse en los intelectuales honra­dos no com­prometidos o sólo com­prometidos con su propia con­cien­cia; no en los compro­meti­dos con causas externas, o que dan la impre­sión de es­tarlo...

Otro ejemplo de anfibología, de ambigüedad: la pala­bra "democracia" parece significarlo todo y signifi­carse a sí misma si la basa­mos princi­palmente en el pueril y vo­látil prota­gonismo de una persona que mediante su voto elige co­sas muy imprecisas y cree que “decide”. Nada más irreal, o más confuso. El sistema del voto se prac­tica en to­dos los países salvo en los de cultura islámica; también en los del Tercer Mundo, en los expolia­dos por las potencias de Occi­dente de África y Su­damé­rica, en Cuba y en China. ¿Y qué dife­rencia a unos y otros cuando se acu­san entre sí y con fun­damento de fraude, de dominio de las cla­ses di­ri­gentes, políticas en unos casos y econó­micas, empresa­ria­les, ins­ti­tu­cionales y eclesiales otras, en des­carada burla y ma­nipu­la­ción de los verdaderos intereses de todos los ciu­dadanos?

El con­ductismo y la mentalización aplicados a la polí­tica desde los laboratorios de so­ciobiología, for­man parte de los mecanismos de manipu­lación radical del propio sistema y del ciudadano en Occidente. Cosificar y convertir al ciuda­dano en otro producto más del mercado, es el ob­jetivo. Las urnas, otro de los estúpidos señuelos. En el acudir a ellas descansa nuestra libertad —nos dicen—... salvo que se trate de asun­tos funda­mentales, como por ejemplo alianzas para guerras. Pues entonces los dirigentes nos responden con el más ab­yecto silencio: ¿para qué consultar? Y nosotros, con más si­lencio puesto que no podemos responder a pre­guntas que no se nos han hecho y aunque hayamos cla­mado al cielo, técni­camente hemos otorgado... Tal es nuestra irrele­vancia y la de nuestro inútil, en esto, contraproducente lo­gos.


8. MERCADO, LENGUAJE, MATHEMATICA

Pero reconozco que deberíamos ejercitarnos en re­cordar a to­das horas que nada tiene de extraño que de la polé­mica se haya hecho un producto intangible del mercado, pues en ge­neral el pensamiento está construido por el len­guaje, el cual, además de ocultar el pensamiento, sin duda debió ser in­ven­tado para confundir. Si hemos de “vérnoslas” con otro -sea interlocutor sea lector-; si en ese trance deseamos la paz; si nos exigimos precisión con­ceptual... cada vez que emplea­mos una no­ción abstracta ten­dríamos antes que de­finirla y ofertar sus varias acepciones y significados para negociarla con el interlocutor o lector; y cuantas veces de­fini­mos un con­cepto, deberíamos consultar todas las inter­preta­ciones posi­bles e imaginables, y aun tendríamos que dejar éstas abiertas a la eventual comple­mentación de las que en ese momento no están, no imagi­namos, ni po­demos, aún, imaginar. Si del lenguaje no se hubiera hecho un pro­ducto más del mercado, de la discu­sión un estúpido entre­tenimiento o un espectáculo, y del afán de apropiarnos de la “verdad” un asunto de vida o muerte, deberíamos emplear con el lenguaje el rigor de la matemática, y si no... callar­nos.

El metalen­guaje, por su parte, simplifica y acorta el pro­ceso de com­prensión entre los “especialistas”, pero, lejos de resol­ver los enigmas e ideas complejas que encierra, el metalen­guaje puede ge­nerar en el entendimiento aún más descon­fianza y desasosiego en el hombre medio dado su sentido pri­mige­nio y directo de las cosas. Todos los siste­mas filosófi­cos tie­nen que partir de un postu­lado in-pro­bable o de un corola­rio que, por conven­ción, no es preciso de­mostrar... “Apodíc­tico” es una proposi­ción necesariamente verdadera, bien por­que es evidente, bien porque es demos­trada. Pero en esa con­vención, en considerar algo evidente o algo demostrado sin apelación, está el peli­gro, además de haberlo en las tram­pas de la principia petitio...

Por último, dice Je­sús Mosterín que si es cierto que de la Cien­cia no puede uno fiarse, los Funda­menta Mat­hematica son invaria­bles y eter­nos. Con todos mis respetos a Moste­rín y a su genio, no lo creo. Tampoco puede uno fiarse de ellos. Empezamos porque hay diversas Mathemati­ca, no sólo la pitagórica, y varias geo­metrías: la eu­clídea y las no-euclí­deas... Y por otro lado, de la misma manera que se ha "reve­lado" científicamente que la velocidad de la luz en ciertas condi­ciones que no sean el vacío su­pera con cre­ces a la que se suponía insupe­rable, algún día se dirá tam­bién que "en determi­na­das condi­ciones" se puede trazar más de una pa­ralela res­pecto a un punto dado —posibili­dad, como es sa­bido, que niega la geometría eu­clí­dea...


9. LA RAZÓN NO ES PROLIJA

Deberíamos estar preparados para aceptar de buen grado el absurdo, la contradicción y el ser y no ser al mismo tiempo. A fin de cuentas, por más empeño que pongamos en sor­tearlos siguen entreverados, más o menos sola­pados, en nuestro discurso general, sea cual fuere éste y verse so­bre lo que verse. Yo, en estas meditaciones, estoy haciendo en cierto modo Filoso­fía. Pues bien, cada idea que pre­tendo completa y sin fisuras va unida a una o varias objeciones, re­pa­ros o refutaciones que me callo. Presentar, uno mismo, una te­sis y al mismo tiempo su refutación con­testando se­gui­da­mente a la refutación con otras objeciones posibles, condu­ciría al absurdo o a la desesperación. Hemos de ser escue­tos, concisos, claros, sobre todo si aspiramos a co­municar­nos con el otro. La razón nunca es prolija. De acuerdo, evitemos el ab­surdo, la contradicción y la proposi­ción que contenga aser­tos que, concatenados, impliquen sostener que algo “es” y “no es" al mismo tiempo. Pero la concisión y el razonar orde­nado que buscamos no bastan. Pues no dejan de estar ahí otras alternativas, otras posibili­dades discursivas ínsitas en la realidad y consustan­ciales a la verdad que afirmamos. Siguen existiendo aunque la igno­remos o sea en potencia. Eins­tein comentó a un oca­sional compañero de paseo: "¿de­jará de existir la luna en cuanto dejemos de mirarla?". Más re­cientemente Schördin­ger vuelve a insistir en la dualidad, con su propuesta empí­rica sobre la vaguedad de lo real...

Otra cosa es, la utilidad que, en otros órdenes (siempre la dualidad praxis/thesis, prác­tico/teórico), las afirmaciones res­paldadas por la Ciencia o las Academias pue­dan even­tual­mente aportar al entramado global de ésta o aquella cultura. Pero una cosa es que un aserto sea "útil" y otra que sea "ver­dadero"; que es lo que a través de esta exposición trato de cuestionar en relación al "con­suelo", alivio o aquieta­miento que la Filosofía pueda en su caso proporcio­narnos. En todo caso distinguir con precisión la certidum­bre útil de la absoluta me parece un avance notable en el desa­rrollo del logos. Por­que recurrir —como se hace a menudo— a una teoría previa recién ideada (por ejemplo la maligna teoría preventiva) para justificar una costumbre o un com­portamiento vil (la guerra neocolonial), o a la inversa, recu­rrir a un modus operandi ne­fando (la guerra al infiel) para reforzar esa misma teoría, me parece un error tajante desde el punto de vista de la satisfac­ción que busca instintiva­mente el in­telecto. Un error sobre el que, sin embargo, se está intentando fundamentar un nuevo orden espantoso en el planeta...

Es curioso, sin embargo, hasta qué punto lo apodíctico (lo necesariamente verdadero) y la discusión han merecido mo­numentos a la estupidez humana a lo largo de los siglos. Por esto mismo, de esa ingente experiencia vital acumulada se esperaba más para nuestro tiempo. Se esperaba de la humanidad en su conjunto un salto cualitativo del que sal­dría beneficiada toda ella. Sin embargo, en el siglo XXI, poco o nada ha cambiado la condición, la ralea del humán como es­pecie viviente hipotéticamente supe­rior: la crueldad, el ego­ísmo feroz, la envidia implacable, la destrucción me­tafórica o real del adversario como motor de progreso, por ejemplo, que no se han atenuado sino que se han poten­ciado y redoblado. Pero es que ni en la Filosofía ni en la vida pública se aprecia interés alguno en hallar entre todos la Razón. En la vida pú­blica se trata principalmente de hacer du­dar al otro de la suya, y mejor si se logra que la razón ajena se tam­balee... Negar evi­den­cias desde una posición de fuerza puede ser una tortura más en tiempo de torturas, pues probar lo obvio es lo más difícil de explicar. Sin em­bargo es moneda de uso corriente vernos obligados a de­mostrar que el crimen legal, que el uso de la fuerza, que la prepotencia, que el abuso, que la crueldad pueden ser com­porta­mientos legitimados por los Estados depredadores que los ponen descaradamente en juego dis­frazados de pretex­tos a todas luces in­soportables e indignos de seres preten­didamente superiores de la escala del Reino Animal... Es cierto que al lado del egoísmo extremo de esos grupos aca­paradores de poder, de riqueza y de per­versidad la generosi­dad, la solidaridad y la fraternidad siguen vivas o vi­gentes; pero se ha ten­sado de tal forma la relación "ego­ísmo"-"generosidad" que si los gobiernos ar­mados hasta los dientes se guían por la filosofía social del egoísmo a favor del grupo -rasgo principal del neoliberalismo-, las expectati­vas de la mayor parte de la población mundial, so­bre todo de otras culturas, son para echarse a temblar.

En suma, en la cultura occidental resulta cada vez más pro­blemático encontrar a los diez justos bíblicos...


10. EL FILÓSOFO EN SU TIEMPO

Por otra parte el filósofo, tanto como ser vivo como pensa­dor es hijo de su tiempo y está atrapado intelectiva y psicoló­gicamente en su tiempo. Y, por más que se esfuerce en cap­tar la prenoción, la presciencia o ideas futuri­bles su sentido sobre la moral, la política, el espíritu, el en­tendi­miento, el alma, la materia, la sociedad... se ajustan a pa­rámetros lógi­cos de lógica formal, socrática o aritmética, que excluyen otros por aberrantes, contradictorios o arcai­cos pero quizá presentes en otras culturas actuales, próxi­mas o recónditas o de otras épocas. Y si no se ajus­tan a esos pará­metros, serán consideradas por la mayo­ría uto­pías desdeñables o puros desatinos. Al final todo es cuestión de oportu­ni­dad (kairós) y de evolución. Lo que hoy es dispara­tado, ma­ñana quizá des­pierte entu­siasmo y será emblemá­tico. Pero que era o es dis­paratado, prove­choso o simple­mente interesante lo dicen otros... Lo dicen los mis­mos que en cada mo­mento de la Historia permane­cen al acecho. Esos que siempre y al menor descuido de sus semejantes estarán juzgándolos, some­tién­dolos y ex­plotán­dolos o apartándolos. Y, pa­sado el tiempo, cuando nos en­contra­mos en un presente que ayer fue futuro, en que aquellas ideas que­da­ron atrás pero se ha alcanzado un pensamiento más abierto a la novedad por el hastío que nos producen las mo­das, na­die se acor­dará ya de los pre­cur­sores; precurso­res que quizá tu­vieron que pagar un alto pre­cio, antes a me­nudo con su vida, hoy, igno­rados por editoria­les, Certá­me­nes, Acade­mias, críticos o grupos de opinión...

Además, el filósofo estará más atrapado en su tiempo, cuanto menos filósofo aunque él se lo crea...


11. EL PENSAMIENTO ÚNICO ¿ES PROGRESO? I

El pensamiento único lo abarca todo, o aspira a ello. Pero sobre todo y por definición es dogmático. Y cuando el sus­trato de una idea-madre lo es, no hay que buscar en ella ca­paci­dad para corregirse ni esperar que por su propia ini­ciativa rectifique. Habrán de forzarle a ello otras ideas u otras fuer­zas. Sea como fuere y a pesar de que en lo cientí­fico y en lo tecnoló­gico se sitúe el motor del progreso —así al menos lo en­tiende el pensamiento único—, llegará un día en que, ya que muchos no podemos hacer otra cosa que la­mentarnos de ello en privado, las socieda­des se pre­gunta­rán institucio­nal­mente: ¿qué sentido tiene avan­zar en los saberes si, en­ten­dido cada individuo como una célula de Humanidad y el pla­neta como hogar, lo que hace­mos con el sabe­r insa­ciable hacia ninguna parte y sus aplicacio­nes es pre­cipitar el fin de la Histo­ria? Se lo preguntan o se lo pre­guntarán, pero desde luego nunca en un marco institucional porque sabemos posi­tiva­mente que el ins­tinto más pode­roso de la fuerza de un Es­tado es la ceguera...

No voy a desarrollar aquí la cons­tata­ción, tan inútil como conocida por quienes sufrimos de sensibilidad, de que:

a) el provecho de esta clase de progreso sólo llega a una tercera parte de la humanidad, con tenden­cia a ahondar cada vez más la brecha entre los “beneficiarios” y el resto que in­voluntariamente les sufraga.
b) el cata­clismo silencioso y progresivo, el cambio cli­má­tico, está estrechamente relacionado con el progreso y la destrucción general de la biosfera.
c) las ilusionadas ex­pectativas en la curación de enfer­me­da­des al desentrañar el ge­noma humano, van acom­pañadas de unas estadísticas es­peluz­nan­tes —que ofi­cial­mente no existen fiables— sobre los fraca­sos de la Cien­cia Mé­dica y su causa directa o indirecta de agra­va­mientos, de nuevas en­fermedades, de dolor y de muertes prematu­ras.
d) al lado de esos avances orientados a compensar y cu­rar mu­chas patologías nacidas de la vida artificial actual, y gra­cias a los que unos cuantos pueden prorrogarla un tiempo pero a menudo a costa de arrastrarse, millones ape­nas pue­den ali­mentarse y otros mueren de hambre. (1)
e) el progreso en Medicina ha hecho olvidar sus fun­da­men­tos, y en lu­gar de gravitar en torno a la Dietética, como pres­cribe el Corpus Hipocrá­tico, el Arte mé­dico y la sana­ción re­caen en la cirugía con el alto riesgo que conlleva.
f) cuando creíase que las guerras y la violencia de los Es­ta­dos no era cosa ya de sociedades civilizadas, dos gue­rras con desigualdad notable de fuerzas se han desencade­nado precisamente por quienes se suponía eran los más obligados a saber evitarlas y más capaces de lograrlo...

El caso es que el progreso camina hacia no sabe dónde, llega a por­ciones de humanidad cada vez más re­duci­das, y además cumpliendo un fatum devastador. Y todo, porque no se asienta en ninguna Filosofía moral, sino exclu­siva­mente en un pragmatismo exacerbado sólo en prove­cho de unos cuantos; un progreso que camina con miras fijas pero dis­per­sas y desconectadas entre sí, que es lo mismo que ca­minar a ciegas.

(1) Las estadísticas a menudo son insensibles y difíciles de entender para la mayoría de los que vivimos una vida privilegiada en los mundos desarrolla­dos del Norte. Consideremos, por ejemplo, el hecho de que las 356 personas más ricas del mundo disfrutan de una riqueza colectiva que excede a la renta anual del 40% de la humanidad. Mientras hablamos con entu­siasmo de la globalización, del comercio electrónico y de la revolución de las telecomuni­caciones, el 60% de las personas del mundo no ha hecho nunca una sola llamada telefónica y una tercera parte de la humanidad no tiene electricidad. En esta nueva era, en la que hay más y más conexiones económicas globa­les, cerca de 1.000 millones de personas per­manecen sin empleo o subem­pleadas, 850 millones de personas están desnutridas y cientos de millones de personas carecen de agua potable adecuada, o de combustible suficiente para calentar sus hogares. La mitad de la población del mundo está completa­mente excluida de la economía formal, obligada a trabajar en la economía extraoficial del trueque y la subsistencia. Otros consiguen llegar a fin de mes en el mercado negro o con el crimen organi­zado. (Jeremy Rifkin)


12. EL PENSAMIENTO ÚNICO ¿ES PROGRESO? II

Lo que lla­mamos pro­greso, al fin y al cabo no es más que una más de las in­ter­pretaciones dadas al desarro­llo del pen­samiento y a su aplicación a lo largo de su histo­ria. (Véase R. A. Nisbet, Cambio Social e Historia). Pero aun en el sentido directo del con­cepto entre nosotros, hay que tener en cuenta que para que una parte de la humanidad lo cele­bre y disfrute de la comodidad e instrumentalidad que com­porta cada avance, el resto paga el pre­cio. De todos mo­dos si el pro­greso atrae, ya no fascina. Se le va viendo el plu­mero... Se empieza a sospechar que, a cambio de haber conseguido acortarnos la distancia, ahorrarnos ener­gía per­sonal y más comodidad, prorrogarnos fí­sica­mente un poco más la vida media... quizá no valía la pena tanto sa­crificio.

Vuelan a la luna me­dia decena de seres humanos, con el pre­texto añadido a la simple curiosidad de que los des­cu­bri­mientos logrados en el experi­mento beneficiarán un día a la Humanidad. Bueno, pues cuarenta años después de la gesta, por ejemplo, reciben a cambio cui­dados paliativos en Comu­nidades como la de Madrid sólo unos cuantos enfer­mos ter­minales, y un 80% agoniza len­tamente sin morfina, mucho más terri­blemente que cuando la Medicina y el mé­dico no po­dían hacer otra cosa que acom­pañar al mori­bundo y certi­fi­car su muerte... En cualquier caso, la doble consecuencia del progreso, acelerado para unos países donde de paso causa una irrepa­rable atro­fia del ins­tinto, y peso muerto para el re­sto, se nos antoja como signo del cercano ocaso de la civili­za­ción occidental, si es que no es­tamos ya en él.

Lo que a mi jui­cio distingue, en este as­pecto, los tiempos actuales del pa­sado es que las masas cuya existencia era casi sobrecogedora para nuestra visión actual, han elevado su calidad material de vida casi al nivel del antiguo rico. Pero, por un lado, ello ha sido a costa de perder buena parte de cali­dad moral y nerviosa, y por otro, además de em­pobrecer cada día más al Ter­cer Mundo, la enso­ñación, la belleza, la vida dulcemente en­trelazada a la Natu­raleza, la familia, la percep­ción de uno mismo como opuesta a la alie­nación y otros casi ab­solutos “naturales”, no sólo no han enriquecido o elevado el espíritu de nuestras sociedades en su con­junto; es que la falta de todo aquello las está debili­tando o enfer­mando.

Que vivimos semivaciados de senti­miento a cambio de bus­car sen­saciones, es un hecho que se puede constatar en mu­chos ámbitos de la vida actual. Se han hecho prácti­camente irrecuperables la serenidad, la quietud y la armo­nía cuyo cul­tivo y aspiración tenían por norte de educación las clases me­dias. No creo que las generaciones actuales en­tiendan bien el sig­nificado de esas tres palabras. El disfrute de todo lo que nos rodea­mos, incluida la misma sexualidad, pro­viene más del cere­bro y de los ner­vios que de la carne y de la sangre. Y si se piensa un poco, ¡cuántos no preferi­ríamos renun­ciar a tanta oferta vacua con tal de poder dar un tran­quilo paseo a orillas de un río limpio o internarnos por un bos­que a salvo de incendios, no amenazado o no ya mo­ribundo por causa de la lluvia ácida!. Lo terrible es descubrir que la suerte está echada, pues todo parece indi­car que no puede darse mar­cha atrás. El invento del “desarrollo soste­nible” viene a ser una trampa para asegurarse el camino in­exora­ble hacia el ocaso. Y sin embargo, las sociedades avanza­das deberí­an intentar otros caminos...


13. LIBRE CONCURRENCIA... PARA DEPREDAR

Se habla a menudo de justicia social y son frecuentes las ad­vertencias sobre los desastrosos efectos irreversibles de los abusos que Occidente comete con la Naturaleza. Sin em­bargo es palpable que ni siquiera entre los progresistas bien arrelle­nados dentro del sistema hay voluntad alguna de cam­biar a fondo las cosas. Toda medida reparadora o inno­vadora va diri­gida a retocar siempre los efectos, pero de­jando delibe­rada­mente intactas las causas.

Lo que no se explica es la filosofía de fondo que justifique el empeño en mantener el statu quo del sistema todo. Lo que no se justifica, en una era de la historia de la humani­dad en que la libertad —ficticia para la mayoría— amenaza por los cuatro costados su futuro y al planeta, es por qué son más indesea­bles los colectivismos o el estatalismo que las falsas demo­cra­cias contemporáneas. Habría que expli­car por qué el co­lecti­vismo, que subordina la iniciativa parti­cular y egoísta al benefi­cio del rebaño, es menos prove­choso para todos que las deci­siones de esos puñados de volunta­des individuales que en cada país constituyen la aristocracia moderna; una aristocra­cia-plutocracia puesta al servicio prioritario y exclu­yente de sí misma. Antes era la idea del Estado, el Leviathan hobbiano, lo que aterraba por­que —se decía— todo lo sofoca y devora. Pero ahora son esas volun­tades disgregadoras el poder real de cada país occidental, y no parece inquietarnos. Incluso en el país campeón de la li­bertad hace mucho que se confabuló a sangre y fuego co­ntra todo ensayo cooperati­vista...

Ahora son esas voluntades las que tienen la misión sin pre­cedentes en la Historia de empobrecer a los más pobres y de debilitar espiritual y anímicamente al resto. En realidad, su propósito pasa por el desdén hacia el agotamiento cierto de los recursos del planeta; siéndoles indiferente la suerte que corran las generaciones venideras y que el mundo se con­vierta en un estercolero descomunal. Aunque cada vez es más frecuente en las sociedades occidentales, no con­viene publicar las cada día más altas tasas de suicidio, ni tampoco insistir en las de enfermedades nerviosas. Nada de alarmar acerca de los peligros adicionales que encierra el sistema en sí mismo, nada de ponerlo certeramente en evi­dencia...

Pero convendría que nos ilustrasen, que nos convencieran del por qué la ley del hormiguero no es digna de imitación, y sí en cambio la ley de la selva que impera tan en detrimento de la racionalidad más elemental.

Y es que no son tan temibles los hombres como las es­truc­turas organizadas por ellos para destruir y las mentali­dades que las reverencian para vergüenza del individuo ra­cional. Porque son éstas precisamente las que refuerzan esa odiosa ley salvaje que prospera sin otros frenos y con­troles que los que ejercen policías, ejércitos y códigos pe­nales que por su lado las potencian. Porque al final quien posee un arma, po­der económico o político se impone a todo otro razonamiento. El mundo está en sus manos...

La especie humana no se divide ya en inteligentes y obtu­sos, en laboriosos y holgazanes. La sociedad humana está compuesta, de gentes con escrúpulos -que a pesar de todo todavía siguen siendo mayoría-, y de minorías sin escrúpu­los que se apropian fácilmente del Poder real con artificios abu­sando de la ingenuidad de los primeros. En todo caso y por este motivo es aborrecible la antropolatría asociada: esa suerte de pleitesía que se profesa el hombre -sin escrúpu­los, dominante- a sí mismo como supremo hacedor y des­hacedor, creyendo que puede resolverlo todo y que es ca­paz de sacar a la humanidad de todo atolladero gravísimo incluido el Apo­calipsis; pensando que puede seguir ad infi­nitum desafiando a la colmena y a la Naturaleza. Pero yo, personalmente, tengo la impresión —la del sexagenario— de que la Natura­leza será quien diga la última palabra...


14. EL FILOSOFAR A LA LUZ DE HOY

La recomendación kantiana es que no se debe enseñar Fi­losofía pero sí a filosofar. Lo distintivo del filósofo no es aren­gar a las masas, ni siquiera adoctrinar a grupos de es­tudio, sino comunicar lo pensado individualmente a un in­terlocutor también único e irrepetible. Y eso es lo que hago.

Así pues, lo dicho hasta aquí vale para la Filosofía y el filo­sofar an­terior a la luz de hoy, según lo que hoy aquélla re­pre­senta en mi consideración. Pero en la actualidad, cada vez me resulta más claro que hacer Filo­sofía, es decir, “in­ven­tarse” una expli­cación de la razón de ser de las cosas (fin de la Filosofía) en términos concluyentes, darse uno a sí mismo respuestas categóricas, es sencillamente fabular.

En unos tiempos en que se perfilan tre­mendos trastornos para la su­pervi­vencia de las próximas generaciones, filoso­far, publi­carlo y hacer magisterio de ello, no sólo es contra­venir la recomendación de Kant, es pres­tarse también al ri­dículo, una sesuda e ilustrada insensatez. Lo único que, a mi juicio, cabe ya, después de haber agotado mi lectura de Nietzsche, no es hacerse preguntas sobre el ser de las co­sas y responderlas ad libitum, sino ob­servar hasta dónde será capaz de llegar en su estulticia, el ser humano que de­cide por nosotros la suerte del planeta entero; de cómo una civili­zación prefiere hundirse en la cié­naga antes que des­pren­derse del fardo de oropel que la em­puja al fondo; de cómo una civili­zación cre­puscular puede optar por des­truirse a sí misma arrasando todo lo que en­cuen­tra al paso, con tal de no re­nunciar a una sola brizna del bien­estar artificial que ella misma se fa­bri­ca...

Hoy, todo lo que no sea pen­sar en cómo prepa­rar­nos, en tanto que especie viviente, para sobre­vivir en un planeta que le queda poco para la extenua­ción, y para re­cuperar algo de la virgini­dad perdida, se me antoja de una irres­pon­sabili­dad de pár­vulo, y la fe optimista en el fu­turo, una acti­tud presidida por la comodidad mental y además egoísta. La particular vi­sión del que filosofa acerca de ese “ser de las cosas”, no puede ni debe, a mi juicio, perder de vista la existencia de los seis mil millones de habitantes que habitan la Tierra, ni la de todo lo que existe bajo la biosfera some­tido a la amenaza de decisiones toma­das por un pu­ñado de voluntades que se en­cuentra entre el tercio de la población del planeta que vive opíparamente a costa de los otros dos tercios. Desconectar todo pensar, fi­losófico o no, obviando esta realidad equivale a automuti­larse el pensamiento el pensador para cobrar indem­ni­za­ción...


15. DE LA FILOSOFÍA A LA ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA

Pero lo que sí es preciso reconocer a la Filosofía es su prete­rida utilidad. Útil fue, en cuanto nos entretuvo el pen­sa­miento y la imaginación, que no es poco. Util fue también, cuando conoci­mos a ciertos filó­sofos que pudieron servirnos de guía buena parte de nuestra vida, o, como dice Julián Ma­rías, que "nos ayu­daron a que nuestra vida fuera nues­tra y no el resultado de las presio­nes sociales o de la mani­pu­la­ción"...

En unas ocasiones prestábamos -y prestamos- atención a unos aspectos de la realidad visible o invisible, y en otras a otros aspectos. El estado de ánimo es decisivo en esto, ade­más de las circunstancias y los acontecimientos. Pero la ver­tiente más decepcionante de la Fi­losofía aparece cuando nos damos cuenta de que no es po­sible que unos filósofos estén en lo cierto y otros no, o que todos estén en lo cierto. Lo más pro­bable es que todos es­tén equivoca­dos en los as­pectos más determinantes de lo que constituye el objeto de la Filo­sofía. (En la Filosofía no sólo hay lienzos, es­tilos pic­tóricos aplica­dos a un tema e interpretados por cada pintor a su ma­nera; en Filosofía concebimos esperanzas de “ver­dad”). Y al cabo de los años de seguirles, acabamos exte­nuados descu­briendo que reali­dad y verdad no existen como algo unitario más que en función de nuestra creduli­dad, de nuestra capa­cidad para “creer” intelectualmente a otro más que en uno mismo. Y si, para facilitarnos el enten­dimiento propio y en su relación con el ajeno, aceptamos a regañadientes que exis­ten, será desde luego en forma po­liédrica.

Y, sin embargo, raro es el que hace la capital adverten­cia, de que la suya constituye una visión estrictamente personal del mundo. Algo que deberían hacer todos antes de intro­du­cirnos en sus elucubra­ciones, para disi­par la sos­pe­cha de que detrás de todo filó­sofo no hay un iluso o un gran egó­la­tra en lu­gar de un humilde esclavo al servicio de la sabidu­ría. Una ex­cepción —que yo sepa—, Des­cartes, al anunciarnos en su Dis­curso del mé­todo que lo escribe para darse a sí mismo las reglas del recto pensar.

Y es que no debe olvidarse nunca que la Filosofía no fue más que un compendio de su­geren­cias, de proposiciones mentales. Mi circunstan­cia, mis genes, mi armazón cultural, mis necesi­dades aními­cas me hacen preferir esto, y los tu­yos, aque­llo. Por eso cuando los filósofos forcejean en­tre sí dis­pu­tán­dose las cla­ves del pen­samiento objetivo, se po­nen en ridí­cula evi­dencia... Sólo se puede llegar a donde llegó Cioran: “No tengo las claves del pensamiento, pero sí las del mío”

Sea como fuere, no comprendo cómo después de Shakes­peare alguien pudo atreverse a escribir tragedias; después de Beet­hoven, a componer sinfonías, y después de Nietzs­che, a regurgitar Filo­sofía...

Pero por eso, para evitarme tanto recelo, tanta suspicacia, he aban­do­nado la Filosofía. Por eso, hace años pensé era hora de pasar a otra dimen­sión: la antro­pológica. La antro­pología filo­sófica y la socio­biología dan cumplida cuenta de la natu­ra­leza humana centrando su atención en la óntica de ba­rro del ser humano. Sitúan al ra­cional más apropia­da­mente, a mi juicio, en sus hechuras zoológicas e irracio­nales que en su racionalidad inconsis­tente e intermitente. Esta manera de es­tudiarnos, de ahon­darnos, de examinarnos, me ofrece mayo­res ga­rantías que la idea plató­nica, la hege­liana o la es­pecu­lación abstracta en general construidas desde claves dadas e inventadas que se constituyen en in­terpreta­ciones li­bres de la realidad ob­servable y de la inob­servable. Además, en térmi­nos gene­rales y después de Rous­seau, considero a todos los filó­so­fos que se han ido suce­diendo culpables de haber ido ale­jando al ser humano de la Natu­raleza, de haberle aproxi­mado al artificio, a la vida urbana y al regusto exagerado por el so­fisma. La metafí­sica, hace mucho ya, que enlazó con la física a la que la mayor parte de su historia se la pasó esqui­vando.


16. EL TÉRMINO MEDIO. RACIONALIDAD DE LA DE-CADENCIA

No obstante, hay una cuestión fundamental a mitad de ca­mino entre la Etica y la Filosofía de siempre, que jamás per­derá vi­gen­cia mientras el hombre no enloquezca: la no­ción de término me­dio. No creo que sea exa­gerado decir que la histo­ria de Occi­dente se ha le­vantado so­bre las ideas de areté, vir­tus y término me­dio. Por un lado, unas inmensas mayorías esfor­zán­dose en ser virtuosas, y por otro, una minorías, las que hacen a la fuerza la historia, apro­vechán­dose del esfuer­zo de aquéllas por serlo, para imponer sobre ellas su volun­tad de poder...

Pero fi­jémonos qué compro­metedor es dar por con­clusa una idea por incontes­ta­ble que pa­rezca, como ésta del ter­mino me­dio. Pues su­cede, paradójica­mente, que cuanto más se aleja el ser humano de la armonía, del compás, de la uni­formi­dad, de la sistemática, del orden, de la cadencia... más se aproxi­maría a su es­pe­cí­fica natu­raleza racional. Sólo los ani­males, a diferencia del hombre, se atie­nen —apa­rente­mente desde luego— en su com­por­tamien­to a lo que lla­ma­mos leyes in­mutables del instinto siempre uniformes e inexo­rables. Por consiguiente, ya que la idea de li­ber­tad humana incluye no sólo la re­nun­cia a ejercerla sino tam­bién la elec­ción de lo pé­simo, en la per­versión (lo or­giás­tico de la no­men­clatura nietzs­cheana) residiría la racionalidad extrema. A condi­ción, eso sí, de elegir la perversión con plena voluntad y plena cons­ciencia. En la de-ca­den­cia, pues, resi­diría el climax de lo más pro­pia­mente humano. Pues si “sólo” fué­semos ra­ciona­les y no cupiera la posibilidad de dejar de serlo, la racio­nali­dad cons­tante en el ser humano equivaldría a las le­yes in­muta­bles del animal...

Dicho de otro modo y prescindiendo de todo sentido moral, con arreglo a esas ma­las pasa­das que de vez en cuando el intelecto juega al sen­tido común, en el comportamiento des­or­de­nado sin suje­ción a normas, fue­ran heterónomas o au­tó­no­mas, residiría pa­radóji­ca­mente “el mayor grado de ra­cionali­dad”. Voluntad más caos y autodestrucción sería la fórmula que ninguna otra es­pe­cie viviente es ca­paz de deci­dir. Del mismo modo, ya que no se nos pidió permiso para venir al mundo, decidir lúcidamente el suicidio es el acto de libertad propia por antonomasia. Pero de aquí proviene tam­bién, que no exista en la Naturaleza otro ser viviente más bestial que el ser humano...

El apunte queda ahí, hecho por al­guien quizá de­bi­litado por el afán de alejarse siem­pre de los excesos, y por eso mismo el úl­timo que recu­rriría a ensayos dioni­sía­cos para com­pro­bar o probar su teoría como el brujo que experi­menta en sí la pó­cima que acaba de descubrir.

Lo acabo de decir. El hecho de constatar esta no por extra­vagante menos irrebatible teoría, no me impide abrazar, per­sonalmente, la otra racionalidad. Esa kantiana que nos ex­horta a una vida plenamente consciente, orientada a me­tas nobles y normas propias que puedan en su caso servir de modelo univer­sal...


17. LOS SERVICIOS PRESTADOS

Pero por otro lado, es justo reconocer que la Filosofía ha apor­tado a la sociedad un valor innegable. Pues aunque el filó­sofo sabía (o debiera saber) de antemano que su tesis no pa­saba de una hipo-tesis más que rivalizaba con el resto, el nú­cleo de ese pensamiento fue capaz de ir tallando la con­ciencia colectiva e individual elevando poco a poco su nivel de cohe­sión e integridad. En una u otra medida el progre­sivo aleja­miento de la barbarie en la historia de la Humani­dad se debe al efecto doble de la Filosofía que encierran las religio­nes y de las concepciones filosóficas no religiosas. El hecho de que el equi­librio basado en la acumulación a lo largo de la historia de su­cesivas ideas-fuerza filosóficas y religiosas se derrumbe estre­pitosa y repentinamente en un momento dado haciendo regre­sar de nuevo a la sociedad a la caverna a tra­vés de las gue­rras, por ejemplo, se explica por el dato cons­tatable de que todo lo-que-se-hace pasa por un proceso complejo y todo lo-que-se-deshace se produce en un instante o todo lo más en un breve período de tiempo. Así es que la Filosofía ha contri­buido a la cohesión de las so­ciedades sa­cándolas de la horda in­forme; esto es, de la ti­niebla. Este es su mérito. La misma utili­dad que tiene (ha tenido) la religión. A ambas, a religión y Filo­sofía, es de no­bles agradecerles los servicios prestados. Así es que hagá­moslo así... y a otra cosa.


18. MEDITAR, EN EL NAUFRAGIO

Porque hoy, con la dilatada perspectiva que tene­mos ante nosotros del pa­sado; es decir (de nuevo el examen de la Filo­sofía, desde hoy), pa­sada la acu­mulación de expe­riencia filo­sófica ¿qué sentido tendría la medita­ción, la espe­cula­ción para el que en el transcurso de la tra­vesía ve próximo el nau­fragio? En es­tos tiempos que nos co­rresponde vi­vir, cuando los polos y los glaciares se están derritiendo, cuando el fuego, año tras año, de­vora ex­tensiones de manto vegetal equivalentes a na­cio­nes ente­ras y se agotan los ma­res, cuando se intensi­fican los movi­mientos migratorios huyendo de la se­quía uni­ver­sal, cuando una gran parte de la humani­dad vaga se­dienta y ham­brienta, cuando la tierra se de­ser­tiza con veloci­dad ex­po­nencial; en es­tos tiempos, so­bre los que pla­nean in­con­trola­bles epidemias y nuevas enfer­medades con­secuen­cia del mismo progreso; gue­rras dis­putándose el agua..., digo que hace falta tener la epi­der­mis de un masto­donte para de­di­carse a juegos mentales sobre todo eso que fue la preocupa­ción clásica de los sa­bios de la Histo­ria del pensa­miento que constituye la Filoso­fía. Preocupaciones que es­tuvie­ron estimuladas hasta ayer por una armonía global en la Naturaleza, con in­depen­dencia de los cataclismos “natu­ra­les” que for­maban parte de esa misma armonía...

Pero ahora el cataclismo silencioso —el desas­tre climático y la degradación extrema de la biosfera— responde a un pro­ceso global no “na­tural”, pues es la especie humana, empe­ñada en violarla una y otra vez, quien lo provoca. Frente a esta situa­ción, carece de todo sentido tanto la lógica formal como el silogismo, el discurso y el símbolo. Refugiarnos en el pensamiento especulativo para resistir mejor al desas­tre, es una manera de hacerse cómplice del desastre provocado. Y esto es lo que repro­cho al pen­samiento filosófico tradicional: que se empeñe en explicarnos y explicarse, cuando al final es el instinto depravado, el que piensa más en sí mismo que en sí revivido en otras generaciones, lo que prevalece.

Pues bien, esta pre­gunta me la hago cada día: ¿qué sen­tido tiene hoy filosofar, responsablemente? me la hago cada día en un mundo en el que yo, a menos que me trans­forme en un mu­tante pero considerán­dome en todo caso unas ve­ces el cen­tro del uni­verso y otras una ameba que pal­pita con la Na­tu­ra­leza tal como ella llega a mis sen­tidos, ya no volveré a dis­frutar de ese flujo de vida que inspiró a los poetas y a nues­tros dio­ses de la música? Esa pregunta me la hago cuando, vistos los des­cubrimientos galo­pantes de la Ciencia y el giro brusco que de su mano se está dando al sentido de la reali­dad y de la mate­ria, asu­mido el presenti­miento razo­nable de la exis­tencia de otros mundos como el nuestro que nos da dere­cho a ima­ginar que esta­mos próxi­mos a en­trar en rela­ción con ellos, la metafísica me re­sulta harto ridícula y la Filo­sofía un rancio re­curso que ha cum­plido ya su cometido inda­gatorio: ya no se puede pasar de ahí... Todo está dicho y pensado... o lo pa­rece.

Aunque me pa­rece saluda­ble para su fi­sio­lo­gía y para ali­viar sus quebra­deros de cabeza con un necio optimismo ca­paz de bloquear o desechar lo que no con­viene a su sis­tema ner­vioso y, por tanto, sin la sensi­bili­dad in­dispensable para pen­sar seria­mente en el ab­so­luto, veo en ese filósofo, en ése que piensa hoy prescin­diendo del fu­turo y del hoy agónico, a un ne­cio. Con mucho mayor motivo si le oímos convertido en un activista político con consecuencias graves para la estabi­lidad social...

Porque aún no lo había dicho. El silogismo y la ló­gica formal exclu­yen el ab­surdo y lo re­pudian. Sin em­bargo, si es cierto que silogismo y lógica sir­ven al pensa­miento para comunicar­se los seres humanos entre sí, no hacen más que perturbar al pensamiento puro, pues el silo­gismo for­mal­mente ver­da­dero y el so­fisma formal­mente falso son las dos caras de Jano frente a las que sigue ajeno en su curso el proceso imperté­rrito de la Naturaleza. Y la verdad que nos interesa, es inefa­ble. Nada tiene que ver con la palabra y el lenguaje.


19. SOLIPSISMO COMO MÉTODO

En este examen pendular de la Filosofía, conside­rada bien en el ayer bien en el ahora y volviendo otra vez a su marco tra­dicional, seguiré ex­presándome con una talante so­lip­sista; al fin y al cabo filosofar es pura introspección. Porque difícil­mente el filósofo puede otear la vida para expli­cársela a sí mismo si no ha explo­rado antes hon­damente su propia fisio­logía, sus “debilidades”, sus inclinaciones y en definitiva su propia natu­raleza; si no la ha "pen­sado" y no se ha si­tuado en el mundo, siquiera intemporal­mente, como el único ser vi­viente capaz de pensar acerca de lo que se le ofrece a su vista y, so­bre todo, de lo que pre-­siente esté oculto tras ella.

Los grandes, como los desconocidos, fi­lósofos han tenido que ser, quizá humil­des pero también sumamente egocén­tri­cos e incluso grandes autistas. Desde su torre de marfil, el fi­lósofo es­truja su pensar partiendo tanto de lo que le llega de fuera como de lo que fluye natu­ralmente del soplo interno; se vuelve sobre sí mismo, bucea en los pliegues de su inter­ior, remonta el vuelo y coteja su in­frecuente personalidad pero repleta de las mis­mas miserias que cual­quier mor­tal, con la del resto de los se­res humanos medios, distin­guidos o vulga­res. Luego apar­ta para su análi­sis posterior en su lecho o en su despacho, en el paseo o bajo un árbol... todo lo que se le va mostrando como dato constante de la condi­ción humana, de la natura­leza de las co­sas y de la reiteración de los fenó­menos. Pero no obstante, lo que le distingue del estudioso de cualquier otra disciplina que se basa precisamente en la ex­periencia como ciencia, es que el filósofo ha de pensarlo todo ex novo, todo desde el principio y aun antes del principio re­chazando todo dato, todo lo aprendido y todo lo que no fluya libremente de su inspira­ción intelectiva y espiritual genuina. Aun­que es indispen­sa­ble el es­fuerzo en pos de la objetividad —en­tendida la objeti­vidad como una ac­titud mental que nos si­túa a la máxima distancia po­sible de lo que sea objeto de exa­men—, todo empieza en "mi yo" y pro­cede de la visión so­lipsista, es decir, de una percepción y valoración subje­tiva extrema. La fór­mula para el “conoci­miento” posible, podría ser: de la extrema­ subjetividad... a la máxima objetivi­dad.


20. EL SER HUMANO SÓLO ES IMPERFECTO... EN SOCIEDAD

...Y entonces, pensando ex novo y a condición de apartar de uno todo pre-juicio, todo lastre cultural y todo egoísmo per­sonal se puede llegar a las mismas conclusiones —gra­ves o sen­cillas— a las que llegaron los grandes pen­sadores de la historia, sin haber leído una sola línea de su obra.

Pero también así es cómo, sumada la experiencia, tarde o temprano acaba uno dándose cuenta de que la trama de la vida es siempre la misma, sea en lo indivi­dual, en lo social, en el cielo o en la tierra. Lo único que cam­bia es el ropaje, la apariencia, el bri­llo o la opacidad que en­vuelvan el trasunto. Pues detrás de todo lo humano lo que bulle es la pugna en­tre el escrú­pulo y el respeto al otro, y la inclinación a abusar de él y a destruirle. Y esto, en las relacio­nes inter­persona­les, en las colec­ti­vas, entre comuni­dades, entre na­ciones, entre pue­blos, o entre cultu­ras pero tam­bién en la relación con uno mismo; en las relaciones de mercado y en las de pura competencia... Y todo ello está tan exacerbado en el sistema capitalista, que repercute patológi­camente en la valoración del ego y en la técnica del filosofar... La miopía mental es una amenaza permanente.

Porque ciertamente el ser humano, en re­lación a sí mismo, no ha ele­vado su condición ni acrecen­tado su no­bleza perso­nal ni un solo dedo desde que tomó conciencia de sí. El ser humano es el mismo tanto en los albo­res de la huma­nidad como en estos tiempos que parecen precursores de una in­minente fase crepus­cular para la es­pecie humana y la natu­raleza toda... Pero esto es así “en sociedad”. Pues creo que cada ser humano aisladamente considerado, es per­fecto en su mismidad. Es en cuanto entra en relación con la sociedad cuando, por decirlo de alguna manera, se co­rrompe. Pues entonces, es la sociedad quien dicta cuáles son sus imper­fecciones. Es en relación con los demás, cuando en cada ser humano afloran sus temibles debilida­des y miserias. Luego sus imperfeccio­nes son exclusiva­mente sociales. El ser humano aislado carece de ellas. O en último término, sólo cada uno tiene derecho a rendirse cuenta a sí mismo de las que considere como tales, que al final sólo podrá ser todo lo que le debilite...
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Y esto me lleva a otro relativo motivo de asombro: la cir­cuns­tancia de que cuando el filósofo piensa filosóficamente al humán, lo hace mi­rándose al espejo, es decir, a su ima­gen y seme­janza, es decir, prestando atención al hombre medio y, entre nosotros, al hom­bre medio de clase media oc­cidental. Además, piensa a un ser de una edad y un es­tado de sa­lud norma­les, pues le sería imposi­ble abstraerlo ónti­camente para definirlo sin hacer el ridículo, viéndole en la decrepitud, moribundo, pa­de­ciendo una simple ja­queca o en un ataque de so­berbia. No es posible que pueda ser de otro modo. Lo que no im­pide observar que las conclusiones han de ser ne­cesariamente parciales e incompletas...

En suma, todo funciona mientras la normalidad fí­sica y fi­sioló­gica estén presentes y sean referencia. Los asuntos y tras­untos objeto de la Filo­sofía de siempre están íntima­mente asocia­dos a la visión de seres acomodados, como lo somos quie­nes nos zambulli­mos en la meditación por­que no ne­ce­sita­mos sobrevi­vir. Aquí, en este descu­bri­miento simple se encuentra otra de las razones para re­nunciar a la Filoso­fía... ajena como vehículo que pueda con­ducirme a ver­da­des re­confortantes y sobre todo conclu­yentes. Por tanto la parciali­dad del filósofo y su visión sesgada, ineluc­tables, que le impi­den abar­carlo todo, no puede satisfacer el abso­luto, “mi” sen­tido de absoluto. He encontrado siempre gra­ves reparos en todos los filósofos debido a esto. Por eso creo que única­mente yo mismo puede ser quien se resuelva el pro­blema, la curiosi­dad y en definitiva la verdad posible, sin es­perar ni confiar en que me los resuelvan los de­más...


21. OSCILACIONES BIOLÓGICAS DEL PENSAR. EL FILOSOFAR IN EXTREMIS

La dualidad bien y mal, por ejemplo, carece de sentido apli­cada a seres humanos que, por la razón que fuere, no pue­den hacer otra cosa que luchar para sobrevivir, mate­rialmente o psíquicamente, tanto en su condición de obser­vados como en la de observadores. ¿Qué sen­tido tiene la elu­cubra­ción fi­losófica para un condenado a muerte por un tri­bunal o por un tumor, que no sea meditar sobre la cerca­nía de su fin? Sería inte­resante conocer a un filó­sofo de peso, condenado o in­cluso drogodependiente, que tu­viera el humor de construir un sistema filo­sófico basado en la be­lleza... Si existe, difícil­mente no se le consideraría un “caso clínico”, pues es impo­sible en tales cir­cunstan­cias que pu­diera concebir ideas no relaciona­das con el absurdo, lo efí­mero de la vida o la injus­ticia radical de la sociedad que condicionó “su” destino. Y si a eso lo lla­mamos también Fi­losofía... Quien filosofa está fuertemente condicionado por su circunstancia, su experien­cia, su ciencia, sus genes, su sistema endocrino, su tiempo... Mientras que yo, lector, lo estoy por otros datos completamente diferentes. A mi juicio la abstracción no puede ser nunca completa, entre otras razo­nes por la misma formulación de Gödel a propósito de los sistemas señalada al principio.

Algo de aquello hubo en Cio­ran, y se le tiene más por un orate que por pen­sador ex­cepcio­nal. En todo caso ob­ser­ve­mos que no hay, ni ha habido, mujer que haya buceado en Filo­sofía hasta los ex­tremos que han llegado los prohom­bres de la Historia del pensa­miento. Y no creo que sea en abso­luto por incapaci­dad congénita, pero tampoco por haber per­ma­necido en buena medida al margen de la cul­tura. Pienso que la mujer sencilla­mente no ha te­nido interés hacia todo lo que escapa a la físiología de la vida. En cual­quier caso, es un síntoma bien elo­cuente de economía vital acerca de lo que in­vito a re­flexio­nar...

Por otro lado, el pensamiento sólo puede fructificar en con­diciones medioambientales específicas, como sólo podemos recoger el fruto en la estación oportuna. Desde luego es im­posible imaginar a alguien molturando pensamientos o no haciendo otra cosa que tratar de respirar, con 50 grados a la som­bra o en medio de un estercolero...

Por todo esto dije también que cada sistema filosófico es un error, porque error y acierto son las dos caras de la misma moneda; que viene a ser lo mismo que todo sistema, toda re­ligión o toda idea, son sólo verdaderos en cuanto a lo que en ellos hay de mágico. Es quizá una razón última en cuya virtud digo que, siendo las condi­ciones climáti­cas pre­sentes y las que se avecinan en el planeta, de todo punto desfavo­rables para dedicarse al deporte de la Filoso­fía, es preferible dedi­car el tiempo al ajedrez...

Otra cuestión: el pensamiento es discontinuo y los siste­mas que el pensador hubiere construido caducan para él mismo, si es sincero, en función de su edad y su experien­cia. Poco tiene que ver lo que se piensa en los primeros tiempos de la cons­ciencia, y lo pensado en los últi­mos tra­mos de la vida. Acepto el reduccionismo para filo­sofar y para estudiar pautas genera­les en sociobiología, pero como proposición, no como senten­cia firme. Esto es lo que no hay que olvidar. Entonces todos coincidiremos en que la Filoso­fía ha su­puesto una bús­queda inútil de la ver­dad, y en que la verda­dera sabi­duría, como más arriba dije, reside funda­mental­mente en el silencio. Siempre podrá sal­varse la razón práctica, es de­cir, la función so­cial que, al igual que las reli­gio­nes o la pros­titución, están ahí para em­bridar a las mu­che­dumbres. Pero veamos cuánta dispa­ridad: la fuerza de la Fi­losofía hindú re­side en que busca la liberación negando el yo; la miseria de la Filosofía griega (a excepción de Epi­curo, Pirrón y al­gún otro inclasifi­cable) y de las que se fun­dan en ella rebatiéndola o inten­tando resca­tarla, es que siem­pre buscan ver­dades sabiendo que no existen...


22. EL FIN DE LA FILOSOFÍA

Cuando hablo de la Filosofía, con mayúscula, es evidente que me he referido a las cataratas de pensamiento filosófico independiente del pensamiento ya fraguado en este humilde pensador. Y en tal sentido pues, no hay, no hubo, a lo largo de mi vida, en Filosofía, más que diversiones concep­tua­les o se­mánticas que estuvieron bien para, en colabora­ción con la reli­gión y durante una etapa, ayudarme a desenvol­verme y nave­gar con las miras puestas en un rumbo —y en mi caso fue, proponerme un día no ser nada; resolución, por cierto, que ahora en estoy en condiciones de asegurar he conse­guido.

Pero entiendo en el último tramo de mi existencia que todos esos conceptos a borbotones ca­recen de fun­damento univer­sal, pues es de todo punto im­posi­ble integrar todo lo que han podido los filósofos supo­ner, imaginar y en­albardar con sus ideas. Y como he asimilado sin producirse en mí la indiges­tión veo que también pero por razones bien distintas, por ese mismo camino se ha ido abriendo paso, con el re­fuerzo del dogma y de la Biblia, el pensa­miento único.

Así es que, a mi juicio, la Filoso­fía ha cu­bierto aguas y re­tejado el edificio que ha venido construyéndose desde que el ser humano toma conciencia de sí y sale de sí para dis­tin­guirse de lo que no es él mismo. Pero el futuro, con los brus­cos cambios en el devenir del planeta donde rebulle la vida nerviosa, no se presta ya a es­pecula­ciones, sino a so­lucio­nes concretas en las que los se­res humanos con los instin­tos me­nos infi­cionados por las aprensiones que proce­den de su Historia, abran paso a la salvación de la espe­cie... o a la pre­paración ritual para el suicidio colectivo. Este es el pronóstico de la mayoría de sociobiólogos...

No hace ni tres años, en Göttingen, los filósofos, reunidos, se dedica­ban a sus cosas mien­tras el mismo día se publi­caba la noti­cia de que 11.000 es­pecies de ani­ma­les y plan­tas se están extinguiendo. Hace unas fechas ya eran 22.000. ¡Que su­fran ellos!, debieron clamar a coro solazán­dose en sus de­liquios intelectuales. Así, con esa culposa in­consciencia im­propia de la conscien­cia universal de los tiempos que vivi­mos, debieron comen­zar y concluir las se­sudísimas sesio­nes en Göttingen.

Pero mientras los unos filosofan, y los otros, los políticos y científicos, con los pies en el suelo, prácticos donde los halla, discuten en las Cumbres del Clima sobre medidas que ellos saben nunca van a llevarse a cabo, y sin posibilidades de avenencia, el enfermo se desan­gra. A esto me refiero cuando menosprecio al filósofo tradicional, por definición optimista, y a eso me refiero cuando me aver­güenzo de pertenecer a la especie humana...


CONCLUSIÓN

Mi experiencia siempre se nutrió más de una bulliciosa y emotiva vida interior que del apetito de vivencias exteriores estridentes. Y desde ella he comprobado que esta vida es lo suficiente­mente reiterativa y cíclica, como para dar con las claves de su orden secuencial en torno a los cincuenta. Por eso también he postergado a la Filosofía como fuente de co­no­ci­miento.

En cuanto a las lumbreras de la Filosofía y de la moral, si bien dieron lecciones de vida al mundo, fueron incapaces en muchos casos de gobernar la suya con el decoro y el valor que, en relación a sí mismos y a su progenie, se espera de un hombre cabal. Por otro lado, como antes dije, nunca ha habido un ser del sexo femenino que se haya interesado en ahondar en verdades que, como tales, no existen. Por eso, aunque no me extrañaría que quien lea estas reflexiones ponga en tela de juicio el mío cuando censuro implícita­mente a los grandes del pensamiento filosófico, y a pesar de las la­gunas y anfractuosidades que pueda encontrar en este dis­curso, hago protesta de que todo aquel que ronde mi edad, hallándose en los últimos tramos de la vida, tiene de­recho a pensar que es de todo punto imposible que pueda encon­trar más certidumbres y más sabia duda en otros que uno en sí mismo. A fin de cuentas, del rebelarse frente a las verda­des de granito y del creer en uno mismo y no tanto en los demás, han nacido los grandes pensamientos, las ideas más nota­bles y excelsas...

En resumen, las religiones, después de haber arrojado cierta luz sobre el ser humano y de haberle abierto el sen­dero, debieron disolverse. Pero sólo la filosofía con minúscu­las que nace en nuestra alma, rotura nuestro cerebro y no intenta aleccionar a los demás, puede proporcionarnos la ata­raxia que en el fondo busca con ansiedad el ser humano que no ha sido to­davía corrompido... Nietzs­che dice que un ani­mal, una especie o un hombre están co­rrompidos cuando eli­gen lo que no les es favorable para ellos. La Filosofía ajena, en fin, aunque en ocasiones pueda entre­tenernos y hasta es­timularnos, en lugar de ayu­darnos en la recta final de la vida puede llegar a pertur­bar­nos.

Pero ¿cómo hacer Filosofía "exclusivamente nuestra”? Vuelvo al comienzo de mi discurso: esforzándonos en el pen­samiento virginal; olvidando en lo posible los pre-juicios; horadando las capas de la "cultura" y las del saber a me­dias; pensando cada objeto de nuestra preocupación desde el principio; apartando, separando toda esa barahúnda de ideas que, en otros seres humanos y por estas mismas sendas flo­recieron pero no han germinado en nuestro espí­ritu; escu­chando, en fin, los latidos vasculares, los "reales", de nuestro corazón. Ya dije antes que pasé de la consola­ción de la Filo­sofía a la de la antropología filosófica. Pero quien siga con­fiando en la filosofía deberá poner más énfa­sis en el senti­miento que en el logos, prácticamente ago­tado. Y precisa­mente porque el sentimiento, desplazado por la “sensación”, está pasando a un plano secundario o al estorbo en las eda­des intermedias, a los efectos de la con­solación que tarde o temprano todo el mundo precisa, sólo en esa forma subjetiva casi incompatible con la árida tarea de la razón, puede seguir la filosofía manteniendo su misión consoladora. Pero si el lo­gos ha dejado de ser rey, tampoco tendrá interés alguno la filoso­fía-sin-sentir.

Mayo 2003