Los nuevos predicadores
10 Diciembre 2005
La Iglesia Católica (o el Vaticano, según éste prefiera), asumió sin que nadie se lo pidiera durante siglos y siglos la responsabilidad de diseminar la (su) cultura por buena parte del mundo; responsabilidad, por cierto, que tercamente quiere seguir asumiendo en España. Pero la difusión de los bienes del espíritu y el encantamiento que durante casi dos milenios pueda producirnos el Evangelio, no sólo nos ha llegado por dulcísimas enseñanzas. Caló a lo largo de generaciones y generaciones, más por métodos prestados del sospechoso arte de la guerra, del tremendismo y del ejercicio del despotismo, que de la heurística y de la persuasión racional. Para llegar al alma del rebaño, se ha dirigido siempre directamente la Iglesia Católica a través de intensos efectismos sin concesión alguna a la racionalidad pese a resaltar constantemente en sus prédicas a los destinatarios su condición de racionales a diferencia de la bestia(?).
Para atraer a su causa a los espíritus, deformándolos, se valió de las técnicas del “a sangre y fuego”, de las Cruzadas, de oscurantismos y de la infame Inquisición que ha durado casi hasta ayer. En Europa y en el Nuevo Mundo. Maniobras y métodos que han llegado remodeladas a la teocracia de un fingido ex alcohólico de América y a las cárceles visibles e invisibles de las Cias donde el horror es absolutamente ineficaz, pues los torturadores saben bien de antemano que las torturas no conseguirán de los torturados que les lleve a parte alguna puesto que esa parte no existe...
Bueno, digamos que todo aquello acabó aunque aún quedan rescoldos en representantes suyos o del cielo en alguna que otra parte del mundo y en España, del cómo se las gasta la Católica Iglesia. Pero a pesar de haber pasado su existencia presumiendo de imperecedera, hay muchas señales de que “la Iglesia” se está desplomando con estrépito. Y es, entre otras muchas cosas, por no querer ceñirse al estricto marco de la espiritualidad, que es el criterio tenazmente inteligente mantenido tanto por el luteranismo como por todas las iglesias reformadas europeas...
La inoculación de los evangelios en la sociedad, gracias en buena medida a la eficacia de manos de hierro descargadas con guante de más o menos terciopelo; adobada con la violentación moral de masas y personas sencillas; y sobre todo, acompañada de la adecuada talla a cincel de las conciencias, ha perdido considerable virulencia. “La Iglesia”, no sé si para bien o para mal, es un astro que ostensiblemente se va apagando poco a poco. Es posible que haya mucho que agradecer a la Iglesia Católica en materia de cultura, de ingenuidad, de consuelo y de esperanza. Pero hace tiempo que el raciocinio tiraniza a la humanidad occidental, y más aún a la española que viene sufriendo ya demasiado tiempo su pretenciosidad. Se extiende y se presiente la perentoria necesidad de agradecer a la Iglesia Católica los servicios prestados -los prestados de buena fe-, para pasar definitivamente a otra cosa sin tener que contar con ella. Y es que, como el capitán del buque en riesgo de naufragio ordena arrojar por la borda el lastre, el capitán de nuestra razón, nuestra conciencia, nos exige prescindir para siempre de sus extravagancias y de sus permanentes contradicciones que causan más perturbaciones que solaz.
Nos encontramos en los albores del siglo XXI, en el siglo de las Nuevas Luces que podría llamarse de los Leds. Siglo en el que ya no hay quien soporte de buen grado las patrañas. Y aquél que sucumbe a la tentación de recurrir a ellas, tarde o temprano acaba atrapado en su propia red. El mundo no tendrá otro remedio que resistir la amenaza de toda clase de embaucamientos e imposturas, sobre todo si vienen precedidas de la fuerza bruta. Pero a diferencia de lo que sucedió en otros tiempos, espera ahora con paciencia oriental la caída de los ídolos e impostores que acaba produciéndose...
Bien. Aquellos predicadores de sotana, de alzacuello o purpurados ya no cuentan. Otros predicadores se han instalado en su sitial: ¡los medios! Los medios son los templos solemnes de la modernidad, y los periodistas sus Sumos Sacerdotes. Y así como antes era la clase sacerdotal la dueña, hoy es la clase periodista la que ha expulsado a los charlatanes de sus púlpitos y se va apoderando de las conciencias aún tiernas en España que los otros trajinaron. Nos alivia no tener que forcejear ya con la razón para hacer frente al absurdo, como antes nos obligaba la Iglesia Católica en nuestro fuero interno. Menos mal. Pero ahora, atemperada con algunas dosis de comprensible pragmatismo, es la razón pura la que tiene que vérselas con la razón ultrapráctica en muchos aspectos miserable de otros dominadores, y cómo no también del periodismo. Pues así como antes la Iglesia Católica se aliaba al poder político y éste a su vez con el militar, hoy el periodismo se alía con parcelas de ambos, y sobre todo con el poder publicitario que los ampara a todos. El Poder Publicitario: alfa y omega de la cadena trófica de la depredación social...
Bajo la convención o la excusa de un deber de información que se impuso a sí mismo el periodismo como la Iglesia Católica en otros siglos se creyó en el deber de catequizarnos, el poder periodístico predica sobre todo lo divino y humano. Sea sobre los comportamientos y gestos políticos, sea sobre iniciativas o quisicosas de la sociedad del "corazón", de la realeza, la economía, la violencia doméstica, la buena y mala educación o el Arte; sea sobre moral y ética religiosa, comercial, matrimonial o pedagógica... sobre todo se cree con el derecho y el deber de pronunciarse y pontificar. Después, eso sí, de informar. Es decir, dispone de las fuentes del conocimiento de las cosas, y luego pasa a interpretarlas. Lo hace todo. Como los otros nos trajeron los evangelios y decían cómo “debemos” entenderlos, los periodistas punteros -bajo la atenta vigilancia del otro poder oscuro aque me refería antes, el publicitario- son los verdaderos amos de la sociedad, de los Estados, de los gobiernos, de la Historia pasada y del futuro. Y todo, como el que no quiere la cosa. Y, como la ortodoxia católica, apenas si nos dejan libertad de conciencia los “media” en todo lo que ellos tocan que es virtualmente todo. Sin metáforas. El Cuarto Poder es hoy el Primero, a la par que lo es la diosa Publicidad en la sombra.
¿Que hemos "ganado" en libertades públicas en Occidente y el periodismo ha podido contribuir a ello? No se duda. Lo que ahora nos queda por despejar en cada uno de los avatares de la vida local, nacional e internacional es hasta dónde nos permitirá llegar la Nueva Iglesia del Periodismo, martillo de las nuevas heterodoxias del recién estrenado milenio, en nuestras pesquisas y en los razonamientos al margen de los suyos o enfrentados a los suyos. También, hasta dónde dejará llegar al espíritu general de los medios alternativos y los contramedios, donde ellos están pugnando también por introducir su catecismo, sus libros de estilo y las reglas de juego. El periodismo al uso, es la Iglesia profana y laica por antonomasia para el siglo XXI.
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