21 diciembre 2005

La codicia como patología y la libertad como señuelo

Hay numerosas facetas del ser humano, aislada o colecti­va­mente considerado, en las que su condición perversa y brutali­dad congénita cobran la máxima expre­sión. Pero hay un rasgo atávico o an­cestral desde que Caín mató a su her­mano infini­tamente más devastador que, por ejemplo, ese ta­baquismo que los poderes públicos intentan erradicar de la sociedad oc­ciden­tal para proteger, dicen, al no fu­mante y evitar cuantiosos gas­tos sa­nitarios. Otra de las necedades de la sociedad, pues el presunto ahorro luego lo recondu­cen a comprar masiva­mente armas des­tinadas a destruir vida o al pudridero. Pues bien ese rasgo de­vastador es, la codicia.

La codicia, con la otra lacra, la soberbia, metaforizada en la rebeldía de Luzbel que quiso igualarse al Dios y éste le arrojó a las Tinieblas, es el defecto capital del ser humano que hoy al­canza la proporción del monstruo goyesco en in­dividuos y gru­pos concretos dominantes de la sociedad oc­ciden­tal. Es el defecto social por an­tonomasia, pues no sólo se daña el indi­vi­duo que no la reprime como daña toda pa­sión, que eso se­ría su problema, sino que arrolla irrever­si­blemente a los de­más. Es que las conse­cuencias irrepara­bles de la codicia re­caen en gran parte de la especie humana, infec­tándolo todo y as­fixiando sin remedio a la bios­fera que nos da cobijo. Se lo­caliza el foco de la codicia en pueblos que se pavonean de “disfrutar” de regímenes de liber­tad. De una li­bertad concre­tada princi­palmente en los abusos que seres humanos que copan el po­der econó­mico, el fi­nanciero y el político ejercen de consuno sobre otros se­res huma­nos –como siempre fue. Pero en este tiempo, vio­lando además a la Natu­raleza. Todo, amparado en la lega­li­dad lla­mada engola­damente de­mo­crática...

Sucede todo ello, mientras el so­cialismo real allá donde se encuentra in­tenta refre­nar de raíz la codicia ins­tituída. Pues sabe bien hasta qué ex­tremos puede llegar ésta cuando na­die le pone bridas eficaces y despliega su máxima fie­reza destruc­tiva, que es lo que ocurre como nunca desde hace unos años a esta parte. Tiene más poten­cia esa codicia de los últimos tiempos, que miles y miles de bombas atómi­cas. Un de­fecto social, en fin, que el "nuevo" sistema de pen­sa­miento des­provisto de pensa­miento que es el neo­libera­lismo finan­ciero, está poten­ciando hasta niveles freno­páticos y conduciendo pro­gresi­va­mente a los principales dirigentes del mundo a la pér­dida general de la razón.

No se trata de la teoría de que el ego­ísmo primario indivi­dual, esto es, el instinto de conserva­ción no deba prevale­cer en la jungla humana. Se trata de que unos cerebros per­verti­dos han entronizado el egoísmo total y radical del grupo. Se trata de que la locura en forma de codicia com­pulsiva ha en­trado en el cuerpo de gentes que poseen toda la fuerza bruta institucional y se han adueñado del timón de la superpotencia que no tiene ri­vales. Justificándolo como "lo más natural" a tra­vés de parti­dos políticos y partidos vir­tualmente úni­cos en forma de lob­bies gigantescos que le hacen exten­derse como una hidra, la codicia se mueve como un proto­zoo que devora a sus iguales al tiempo que se devora a sí mismo.

La codicia de siempre, presente sin remisión en el indivi­dua­lismo extremo de siempre, denigrada, motejada y des­pre­ciada en la literatura clásica y por las éticas de todos los tiempos, ha irrumpido con una fuerza inusitada en el mundo a través de la filosofía feroz depredadora de la adminis­tra­ción esta­dou­ni­dense. Y, como no podía ser de otro modo, Es­paña, país tan sobrado de vitalidad como falto de carácter donde las verda­deras inteligencias deben cui­dar de no bri­llar demasiado para no sumir cada equis tiempo en el caos al país entero; donde sólo fal­taba que le diera alguien el pisto­letazo de salida a la li­bertad des­pués de me­dio siglo de dicta­dura, se ha engan­chado el pri­mero a la filo­sofía de la codicia ex­trema sin con­trol...

La codicia hace más daño a la comunidad humana que todo lo demás. Es más perniciosa que todas las drogas restantes convencionales juntas. Los narcóti­cos, desde el tabaco pa­sando por el alcohol hasta la coca que masca el andino y las drogas de diseño son productos que de uno u otro modo for­man parte de toda cultura y han existido siem­pre. Incluso pue­den considerarse deseables, pues es lo único que a mu­chos les permite afrontar la vida con más calma por más que puedan acor­tarla. Pero no dañan a la colectivi­dad. La codicia en cam­bio implica a todos, y todos sufrimos las consecuen­cias de su polución. La codicia pro­mueve guerras de expolio (al final to­das lo son), asesinatos a la luz del día o en las som­bras, des­pidos laborales, dra­máticas rupturas familiares, enemistades gravísimas y suici­dios en proporciones que ma­rean. La codicia está con­du­ciendo al mundo, al planeta como organismo vivo que es a un de­sastre espectacular y silen­cioso. No es proba­ble que ningún Dios decidiera en el de­curso de su Creación que la sociedad humana debiera ser tan libre como se supone fue creado el hombre para serlo. Y digo esto porque siempre los creacionistas fueron los deconstructores, y hoy, los devasta­dores...

Lo malo, lo peor es que quienes no han participado de los excesos y se han mantenido en los límites del equilibrio in­dis­pensable, que han cuidado su hábitat, al final su casa, la natu­raleza, también se verán arrastrados por la estulticia de los co­diciosos que generalmente se permiten serlo porque están ar­mados hasta los dientes. Alguien me decía hace poco que el ser humano, como miembro de la especie zoo­ló­gica “superior”, tiene toda la ca­pacidad para sobrevivir. Claro que sí si por ser humano te­nemos sólo a una parte de la tribu. Si así sólo consi­deramos a una parte de la pobla­ción mundial espar­cida por el globo o localizada en cada país como la mejor pertre­chada en todo. Pero en todo caso el ser humano es tan necio que tam­bién es capaz de preci­pitarse al fondo de un pantano por el peso del oro que lleva encima, antes de desprenderse de él...

Cada vez escasea más el agua potable. Cada vez merma la energía capaz de abastecer a las multitudinarias pobla­ciones de occi­dente... Y sin embargo he ahí el afán ciego de nume­ro­sos gobiernos locales de todas partes por construir, por talar, por hollar zonas hasta ahora protegidas pasando si es preciso por encima del cadáver de los que se re­sisten a la atrocidad. Estará calificada como reserva o no urbani­za­ble una demarcación, pero ahí están los carroñeros al ace­cho para dar mañana un salto al poder, democrático eso sí, y abrir la veda. He ahí la brutal acometida que sufren nume­ro­sos eco­siste­mas, por cons­truir. He ahí los infinitos incen­dios para el mismo fin. He ahí la in­dustria automovilística que no cede ni un milímetro de marcha atrás; ni siquiera para acogerse a las op­ciones al­ternativas del hidrógeno y similares que muevan los coches salidos por mi­riadas de sus fábricas infinitas...

He ahí todo eso junto que está solidificando la at­mós­fera y evacuando lo evapora­do de los océanos en me­teoros to­rren­ciales que a su vez devastan cultivos y cose­chas que se hacen cada vez más im­posibles... He ahí que el trastorno cli­mático nos está lle­vando al princi­pio del fin... Y todo, ¡en nombre de la Liber­tad! Y todo, en nombre de una libertad violada cual pobre ra­mera por los proxenetas más ruines y humilladores en prove­cho propio: los que pertenecen al po­der financiero asociado a su vez al poder político, y ambos al poder mediá­tico. Para eso nos venden continuamente li­bertad que a duras penas pode­mos sentir más que tras la pan­carta y en protes­tas siempre a punto de represión por las porras, los gases y la reclusión ordenada por los jue­ces,, y con frecuencia tam­bién por críme­nes oscu­ros o inexplica­bles cuya investigación ense­guida se entierra.

Por eso odiaban antes tanto a la extinta Unión Soviética. Y por eso persiguen siempre con tanto encono a Castro, y ahora también a Chá­vez como inmediatamente empezarán a perse­guir a Evo Morales.

Vista la voluminosa documenta­ción y vistos tan­tos hechos, unos espantosos y otros en apariencia desprovistos de todo significado, el diagnóstico antropológico está, en mi conside­ración, configurado: el cana­llismo mundial de dirigentes gu­ber­na­mentales y locales de toda la calaña, que venden en el mer­cado humano la li­bertad cuando es simplemente oro­pel, ha secues­trado la li­ber­tad sólo para sí. Y no sólo para ahí la cosa. También para fa­cilitarse la ejecución en diversas for­mas del crimen or­ganizado legalmente, aunque incidenta­mente puedan pre­sentarse a dar cí­nica cuenta de sus atro­cidades ante parla­mentos y jueces con­sentidores que hacen causa común con ellos. Todos ellos, en estas democracias de cartón que ya van pen­diente abajo, son de la misma ra­lea...

La ilusión de libertad y la materialidad de la codicia son las dos caras de la misma moneda con la que la sociedad occi­dental está comprando su fosa.

20 Diciembre 2005




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