Hay numerosas facetas del ser humano, aislada o colectivamente considerado, en las que su condición perversa y brutalidad congénita cobran la máxima expresión. Pero hay un rasgo atávico o ancestral desde que Caín mató a su hermano infinitamente más devastador que, por ejemplo, ese tabaquismo que los poderes públicos intentan erradicar de la sociedad occidental para proteger, dicen, al no fumante y evitar cuantiosos gastos sanitarios. Otra de las necedades de la sociedad, pues el presunto ahorro luego lo reconducen a comprar masivamente armas destinadas a destruir vida o al pudridero. Pues bien ese rasgo devastador es, la codicia.
La codicia, con la otra lacra, la soberbia, metaforizada en la rebeldía de Luzbel que quiso igualarse al Dios y éste le arrojó a las Tinieblas, es el defecto capital del ser humano que hoy alcanza la proporción del monstruo goyesco en individuos y grupos concretos dominantes de la sociedad occidental. Es el defecto social por antonomasia, pues no sólo se daña el individuo que no la reprime como daña toda pasión, que eso sería su problema, sino que arrolla irreversiblemente a los demás. Es que las consecuencias irreparables de la codicia recaen en gran parte de la especie humana, infectándolo todo y asfixiando sin remedio a la biosfera que nos da cobijo. Se localiza el foco de la codicia en pueblos que se pavonean de “disfrutar” de regímenes de libertad. De una libertad concretada principalmente en los abusos que seres humanos que copan el poder económico, el financiero y el político ejercen de consuno sobre otros seres humanos –como siempre fue. Pero en este tiempo, violando además a la Naturaleza. Todo, amparado en la legalidad llamada engoladamente democrática...
Sucede todo ello, mientras el socialismo real allá donde se encuentra intenta refrenar de raíz la codicia instituída. Pues sabe bien hasta qué extremos puede llegar ésta cuando nadie le pone bridas eficaces y despliega su máxima fiereza destructiva, que es lo que ocurre como nunca desde hace unos años a esta parte. Tiene más potencia esa codicia de los últimos tiempos, que miles y miles de bombas atómicas. Un defecto social, en fin, que el "nuevo" sistema de pensamiento desprovisto de pensamiento que es el neoliberalismo financiero, está potenciando hasta niveles frenopáticos y conduciendo progresivamente a los principales dirigentes del mundo a la pérdida general de la razón.
No se trata de la teoría de que el egoísmo primario individual, esto es, el instinto de conservación no deba prevalecer en la jungla humana. Se trata de que unos cerebros pervertidos han entronizado el egoísmo total y radical del grupo. Se trata de que la locura en forma de codicia compulsiva ha entrado en el cuerpo de gentes que poseen toda la fuerza bruta institucional y se han adueñado del timón de la superpotencia que no tiene rivales. Justificándolo como "lo más natural" a través de partidos políticos y partidos virtualmente únicos en forma de lobbies gigantescos que le hacen extenderse como una hidra, la codicia se mueve como un protozoo que devora a sus iguales al tiempo que se devora a sí mismo.
La codicia de siempre, presente sin remisión en el individualismo extremo de siempre, denigrada, motejada y despreciada en la literatura clásica y por las éticas de todos los tiempos, ha irrumpido con una fuerza inusitada en el mundo a través de la filosofía feroz depredadora de la administración estadounidense. Y, como no podía ser de otro modo, España, país tan sobrado de vitalidad como falto de carácter donde las verdaderas inteligencias deben cuidar de no brillar demasiado para no sumir cada equis tiempo en el caos al país entero; donde sólo faltaba que le diera alguien el pistoletazo de salida a la libertad después de medio siglo de dictadura, se ha enganchado el primero a la filosofía de la codicia extrema sin control...
La codicia hace más daño a la comunidad humana que todo lo demás. Es más perniciosa que todas las drogas restantes convencionales juntas. Los narcóticos, desde el tabaco pasando por el alcohol hasta la coca que masca el andino y las drogas de diseño son productos que de uno u otro modo forman parte de toda cultura y han existido siempre. Incluso pueden considerarse deseables, pues es lo único que a muchos les permite afrontar la vida con más calma por más que puedan acortarla. Pero no dañan a la colectividad. La codicia en cambio implica a todos, y todos sufrimos las consecuencias de su polución. La codicia promueve guerras de expolio (al final todas lo son), asesinatos a la luz del día o en las sombras, despidos laborales, dramáticas rupturas familiares, enemistades gravísimas y suicidios en proporciones que marean. La codicia está conduciendo al mundo, al planeta como organismo vivo que es a un desastre espectacular y silencioso. No es probable que ningún Dios decidiera en el decurso de su Creación que la sociedad humana debiera ser tan libre como se supone fue creado el hombre para serlo. Y digo esto porque siempre los creacionistas fueron los deconstructores, y hoy, los devastadores...
Lo malo, lo peor es que quienes no han participado de los excesos y se han mantenido en los límites del equilibrio indispensable, que han cuidado su hábitat, al final su casa, la naturaleza, también se verán arrastrados por la estulticia de los codiciosos que generalmente se permiten serlo porque están armados hasta los dientes. Alguien me decía hace poco que el ser humano, como miembro de la especie zoológica “superior”, tiene toda la capacidad para sobrevivir. Claro que sí si por ser humano tenemos sólo a una parte de la tribu. Si así sólo consideramos a una parte de la población mundial esparcida por el globo o localizada en cada país como la mejor pertrechada en todo. Pero en todo caso el ser humano es tan necio que también es capaz de precipitarse al fondo de un pantano por el peso del oro que lleva encima, antes de desprenderse de él...
Cada vez escasea más el agua potable. Cada vez merma la energía capaz de abastecer a las multitudinarias poblaciones de occidente... Y sin embargo he ahí el afán ciego de numerosos gobiernos locales de todas partes por construir, por talar, por hollar zonas hasta ahora protegidas pasando si es preciso por encima del cadáver de los que se resisten a la atrocidad. Estará calificada como reserva o no urbanizable una demarcación, pero ahí están los carroñeros al acecho para dar mañana un salto al poder, democrático eso sí, y abrir la veda. He ahí la brutal acometida que sufren numerosos ecosistemas, por construir. He ahí los infinitos incendios para el mismo fin. He ahí la industria automovilística que no cede ni un milímetro de marcha atrás; ni siquiera para acogerse a las opciones alternativas del hidrógeno y similares que muevan los coches salidos por miriadas de sus fábricas infinitas...
He ahí todo eso junto que está solidificando la atmósfera y evacuando lo evaporado de los océanos en meteoros torrenciales que a su vez devastan cultivos y cosechas que se hacen cada vez más imposibles... He ahí que el trastorno climático nos está llevando al principio del fin... Y todo, ¡en nombre de la Libertad! Y todo, en nombre de una libertad violada cual pobre ramera por los proxenetas más ruines y humilladores en provecho propio: los que pertenecen al poder financiero asociado a su vez al poder político, y ambos al poder mediático. Para eso nos venden continuamente libertad que a duras penas podemos sentir más que tras la pancarta y en protestas siempre a punto de represión por las porras, los gases y la reclusión ordenada por los jueces,, y con frecuencia también por crímenes oscuros o inexplicables cuya investigación enseguida se entierra.
Por eso odiaban antes tanto a la extinta Unión Soviética. Y por eso persiguen siempre con tanto encono a Castro, y ahora también a Chávez como inmediatamente empezarán a perseguir a Evo Morales.
Vista la voluminosa documentación y vistos tantos hechos, unos espantosos y otros en apariencia desprovistos de todo significado, el diagnóstico antropológico está, en mi consideración, configurado: el canallismo mundial de dirigentes gubernamentales y locales de toda la calaña, que venden en el mercado humano la libertad cuando es simplemente oropel, ha secuestrado la libertad sólo para sí. Y no sólo para ahí la cosa. También para facilitarse la ejecución en diversas formas del crimen organizado legalmente, aunque incidentamente puedan presentarse a dar cínica cuenta de sus atrocidades ante parlamentos y jueces consentidores que hacen causa común con ellos. Todos ellos, en estas democracias de cartón que ya van pendiente abajo, son de la misma ralea...
La ilusión de libertad y la materialidad de la codicia son las dos caras de la misma moneda con la que la sociedad occidental está comprando su fosa.
La codicia, con la otra lacra, la soberbia, metaforizada en la rebeldía de Luzbel que quiso igualarse al Dios y éste le arrojó a las Tinieblas, es el defecto capital del ser humano que hoy alcanza la proporción del monstruo goyesco en individuos y grupos concretos dominantes de la sociedad occidental. Es el defecto social por antonomasia, pues no sólo se daña el individuo que no la reprime como daña toda pasión, que eso sería su problema, sino que arrolla irreversiblemente a los demás. Es que las consecuencias irreparables de la codicia recaen en gran parte de la especie humana, infectándolo todo y asfixiando sin remedio a la biosfera que nos da cobijo. Se localiza el foco de la codicia en pueblos que se pavonean de “disfrutar” de regímenes de libertad. De una libertad concretada principalmente en los abusos que seres humanos que copan el poder económico, el financiero y el político ejercen de consuno sobre otros seres humanos –como siempre fue. Pero en este tiempo, violando además a la Naturaleza. Todo, amparado en la legalidad llamada engoladamente democrática...
Sucede todo ello, mientras el socialismo real allá donde se encuentra intenta refrenar de raíz la codicia instituída. Pues sabe bien hasta qué extremos puede llegar ésta cuando nadie le pone bridas eficaces y despliega su máxima fiereza destructiva, que es lo que ocurre como nunca desde hace unos años a esta parte. Tiene más potencia esa codicia de los últimos tiempos, que miles y miles de bombas atómicas. Un defecto social, en fin, que el "nuevo" sistema de pensamiento desprovisto de pensamiento que es el neoliberalismo financiero, está potenciando hasta niveles frenopáticos y conduciendo progresivamente a los principales dirigentes del mundo a la pérdida general de la razón.
No se trata de la teoría de que el egoísmo primario individual, esto es, el instinto de conservación no deba prevalecer en la jungla humana. Se trata de que unos cerebros pervertidos han entronizado el egoísmo total y radical del grupo. Se trata de que la locura en forma de codicia compulsiva ha entrado en el cuerpo de gentes que poseen toda la fuerza bruta institucional y se han adueñado del timón de la superpotencia que no tiene rivales. Justificándolo como "lo más natural" a través de partidos políticos y partidos virtualmente únicos en forma de lobbies gigantescos que le hacen extenderse como una hidra, la codicia se mueve como un protozoo que devora a sus iguales al tiempo que se devora a sí mismo.
La codicia de siempre, presente sin remisión en el individualismo extremo de siempre, denigrada, motejada y despreciada en la literatura clásica y por las éticas de todos los tiempos, ha irrumpido con una fuerza inusitada en el mundo a través de la filosofía feroz depredadora de la administración estadounidense. Y, como no podía ser de otro modo, España, país tan sobrado de vitalidad como falto de carácter donde las verdaderas inteligencias deben cuidar de no brillar demasiado para no sumir cada equis tiempo en el caos al país entero; donde sólo faltaba que le diera alguien el pistoletazo de salida a la libertad después de medio siglo de dictadura, se ha enganchado el primero a la filosofía de la codicia extrema sin control...
La codicia hace más daño a la comunidad humana que todo lo demás. Es más perniciosa que todas las drogas restantes convencionales juntas. Los narcóticos, desde el tabaco pasando por el alcohol hasta la coca que masca el andino y las drogas de diseño son productos que de uno u otro modo forman parte de toda cultura y han existido siempre. Incluso pueden considerarse deseables, pues es lo único que a muchos les permite afrontar la vida con más calma por más que puedan acortarla. Pero no dañan a la colectividad. La codicia en cambio implica a todos, y todos sufrimos las consecuencias de su polución. La codicia promueve guerras de expolio (al final todas lo son), asesinatos a la luz del día o en las sombras, despidos laborales, dramáticas rupturas familiares, enemistades gravísimas y suicidios en proporciones que marean. La codicia está conduciendo al mundo, al planeta como organismo vivo que es a un desastre espectacular y silencioso. No es probable que ningún Dios decidiera en el decurso de su Creación que la sociedad humana debiera ser tan libre como se supone fue creado el hombre para serlo. Y digo esto porque siempre los creacionistas fueron los deconstructores, y hoy, los devastadores...
Lo malo, lo peor es que quienes no han participado de los excesos y se han mantenido en los límites del equilibrio indispensable, que han cuidado su hábitat, al final su casa, la naturaleza, también se verán arrastrados por la estulticia de los codiciosos que generalmente se permiten serlo porque están armados hasta los dientes. Alguien me decía hace poco que el ser humano, como miembro de la especie zoológica “superior”, tiene toda la capacidad para sobrevivir. Claro que sí si por ser humano tenemos sólo a una parte de la tribu. Si así sólo consideramos a una parte de la población mundial esparcida por el globo o localizada en cada país como la mejor pertrechada en todo. Pero en todo caso el ser humano es tan necio que también es capaz de precipitarse al fondo de un pantano por el peso del oro que lleva encima, antes de desprenderse de él...
Cada vez escasea más el agua potable. Cada vez merma la energía capaz de abastecer a las multitudinarias poblaciones de occidente... Y sin embargo he ahí el afán ciego de numerosos gobiernos locales de todas partes por construir, por talar, por hollar zonas hasta ahora protegidas pasando si es preciso por encima del cadáver de los que se resisten a la atrocidad. Estará calificada como reserva o no urbanizable una demarcación, pero ahí están los carroñeros al acecho para dar mañana un salto al poder, democrático eso sí, y abrir la veda. He ahí la brutal acometida que sufren numerosos ecosistemas, por construir. He ahí los infinitos incendios para el mismo fin. He ahí la industria automovilística que no cede ni un milímetro de marcha atrás; ni siquiera para acogerse a las opciones alternativas del hidrógeno y similares que muevan los coches salidos por miriadas de sus fábricas infinitas...
He ahí todo eso junto que está solidificando la atmósfera y evacuando lo evaporado de los océanos en meteoros torrenciales que a su vez devastan cultivos y cosechas que se hacen cada vez más imposibles... He ahí que el trastorno climático nos está llevando al principio del fin... Y todo, ¡en nombre de la Libertad! Y todo, en nombre de una libertad violada cual pobre ramera por los proxenetas más ruines y humilladores en provecho propio: los que pertenecen al poder financiero asociado a su vez al poder político, y ambos al poder mediático. Para eso nos venden continuamente libertad que a duras penas podemos sentir más que tras la pancarta y en protestas siempre a punto de represión por las porras, los gases y la reclusión ordenada por los jueces,, y con frecuencia también por crímenes oscuros o inexplicables cuya investigación enseguida se entierra.
Por eso odiaban antes tanto a la extinta Unión Soviética. Y por eso persiguen siempre con tanto encono a Castro, y ahora también a Chávez como inmediatamente empezarán a perseguir a Evo Morales.
Vista la voluminosa documentación y vistos tantos hechos, unos espantosos y otros en apariencia desprovistos de todo significado, el diagnóstico antropológico está, en mi consideración, configurado: el canallismo mundial de dirigentes gubernamentales y locales de toda la calaña, que venden en el mercado humano la libertad cuando es simplemente oropel, ha secuestrado la libertad sólo para sí. Y no sólo para ahí la cosa. También para facilitarse la ejecución en diversas formas del crimen organizado legalmente, aunque incidentamente puedan presentarse a dar cínica cuenta de sus atrocidades ante parlamentos y jueces consentidores que hacen causa común con ellos. Todos ellos, en estas democracias de cartón que ya van pendiente abajo, son de la misma ralea...
La ilusión de libertad y la materialidad de la codicia son las dos caras de la misma moneda con la que la sociedad occidental está comprando su fosa.
20 Diciembre 2005
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