27 diciembre 2005

Dar y compartir

Estamos en unas fechas de paz y tradicionalmente fami­lia­res aunque la familia se va reduciendo cada vez más, divi­dida por la fuerza centrífuga que la libertad ejerce sobre las pare­jas cambiantes. Todo se detiene a lo largo de un par de se­manas. Todas las broncas nacionales se aparcan y las pen­dencias quedan bloqueadas. Parece que se congelasen las animosidades y las ganas de reyerta. Luego es posible vivir sin animosidad, sin animadversión y sin re­yertas... Es­tas tre­guas lo demuestran. Pero descuidemos, luego volverá la pe­lea callejera, que no el debate.

Como no conviene apartarse dema­siado de las profundi­da­des que puede haber en el interior de las ideas sociales que son las más intercambiables, diré, con Andrés Ortega, que es más fácil dar que comprar, pero también, que es más fácil dar que compartir.

Y es que el gesto de “dar” poco tiene que ver con el de com­partir. Dar, es un reacción de autoprotección o de re­mor­dimiento. Un movimiento desde el despojo directo que antes practicábamos, para devolver al despojado una ínfima parte de lo que le despojamos. La filantropía, como la cari­dad, son esto mismo y además hijas de la arrogancia y de la presunta superioridad de unos humanos sobre otros. Aun la inteligen­cia y su eventual desarrollo hasta preponderar en la socie­dad, son la consecuencia de golpes de brutalidad des­cargada en tiempo remoto sobre otros seres humanos por an­cestros.

El mercado libre que, como vemos por los mecanismos de la macroeconomía, de los aranceles, del dumping y de otras martingalas legales e ilegales que forman parte del deco­rado general en los paí­ses llamados libres en absoluto es li­bre, como tampoco lo son los ciudadanos de éstos aun­que todos los días el muhe­cín insista en ello: son, ese Mer­cado y los países que gravitan en torno a él, el concepto de "injusto" por definición. Esto se verá así -si el mundo sigue adelante, que lo dudo- dentro de otro medio siglo. La libre concurrencia es un re­sorte primitivo, una ley de la selva, por más correccio­nes que se quieran (o se finja que se quieren) intro­ducirse en él para compensar el injusto. Todo lo que no sea planifi­ca­ción económica para ajustarla a la población, es perder el tiempo simulando que se pretende justicia social.

Las materias primas hace mucho que dejaron de estar en manos de los países del primer mundo. Se están ago­tando. Lo único que pone de su parte la socie­dad civil anglosajona pu­jante a que se refiere Tocqueville en su obra capital, La democracia en América”, y que en nuestra actuali­dad sólo vive pendiente del índice bursátil Down Jones, es "inge­nio", despachos, ar­tificios, hipocresía y buena educa­ción de su­perficie para es­currir el bulto de los trabajos pe­nosos a cargo de los que re­ciben de los que en el mejor de los casos "dan". Todo eso, cuando no recurren a guerras asi­métricas de ocu­pación a lo bestia...

No se comparte dando, sino sentando a la mesa a quien se le considera tan acreedor al derecho a comer como el que nos arrogamos nosotros. Compartir no es es dar. Es un sen­timiento compensador; es un sentimiento que implica que, por efecto del azar más que por el de nuestro verda­dero es­fuerzo, nos percatamos de que nos hemos adue­ñado de algo que el otro no puede po­seer por­que es más débil que noso­tros. Si antes le despo­seímos de su comida y luego le hace­mos sen­tar a nuestra mesa, ni siquiera la compartimos exactamente con él: admi­nistramos también su comida porque nos su­po­nemos más "inteligentes" cuando sólo somos más “listos” al habernos adelantado a él con ar­gu­cias que están en el te­jido social de un sistema injusto per se, para conseguirla.

La posesión y el dominio son dos figuras jurídicas muy de­fi­nidas. Tenemos el dominio de una cosa erga omnes, frente al mundo. Pero la posesión implica exclusivamente uso y admi­nistración de esa cosa. Enseñanza ésta que imparten incluso los Padres de una Iglesia que los olvida deliberada­mente, como olvida tantas otras ópticas juiciosas porque la Iglesia Católica se ha propuesto desbarrar hasta extin­gurise. La filo­sofía que imparte la Navidad a través de la Iglesia, de los medios y de la propaganda, es la del “dar”, o la de “com­partir” a lo sumo por el tiempo de la tregua. Lo que pide ya el mundo no son gestos de caridad, ni de compasión, ni transferencias bancarias. Lo que exige la humanidad es jus­ticia social e igualdad, una resuelta voluntad igualitarista entre todos los seres humanos. Sobre esta única idea, la de la globalización de la justicia social, debieran gravitar todas las políticas del Primer Mundo, el expoliador...
27 Diciembre 2005

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