Que la Naturaleza no da saltos bruscos lo sabemos también los legos en la materia. Y cuando nos parece que los da, es porque no se ha prestado suficiente atención a sus procesos y preparativos, o ignoramos éstos...
Eso es lo que ha sucedido con el impropiamente llamado cambio climático. Mal llamado, porque no es un cambio. Es una mutación, una grave patología de la atmósfera y de la biosfera. No verlo así es un modo de seguir engañándose la sociedad bobaliconamente. Hablar de “cambio” sugiere un “orden” que ha sustituido a otro anterior distinto en causas/efectos. Pero no hay tal orden. Pues no puede llamarse así, a la desecación progresiva y galopante de agua potable en el planeta, a menos que llamemos también “orden” o “régimen” a un proceso de desertización debilitador o extintivo de la vida. Ni Kioto ni cien Kiotos son suficientes para mantener el lujo de seguir viviendo en Occidente como hasta hoy.
Esta civilización, porque fabrica ingenios, artefactos y cachivaches de oropel; porque trasplanta órganos, visita la luna y explota otras posibilidades, a diferencia del ave que no se jacta de saber volar, es insufriblemente soberbia y cree que “todo lo puede”. Cree que puede controlar hasta los procesos "naturales" adulterados por ella misma. Procesos anti natura sobre los que el ser humano sabe perfectamente desde siempre que la Naturaleza se cobra un altísimo tributo...
Demasiado, para tanto cerebro plano en un mundo plagado de logreros y de dirigentes charlatanes que luego no saben ni abrocharse el zapato; un mundo gobernado por el aprendiz de brujo de Dukas... Los estadounidenses los primeros; es decir, los últimos en acusar los efectos de lo que se nos viene encima. Presumen de estadísticas, de cálculos en billones de operaciones por segundo, de vaticinios ridículos y de pronósticos meteorológicos que fallan constantemente; infunden seguridad a la sociedad frente a temores infundados, al mismo tiempo que inoculan inseguridad por peligros y causas inventados. Pero luego, ni sus científicos ni sus ordenadores saben calcular, no ya en nanosegundos sino a lo largo de lustros, elementalidades. Su prepotencia con las demás naciones no les permite saber encajar la vulnerabilidad de todos ante la Naturaleza, en lo que nos igualamos todos. Y más aún cuando se la ha despreciado, se ha abusado de ella y se la viola una y otra vez tomándola por una pobre ramera indefensa...
La Naturaleza avisa. El problema es que los que dirigen los países, los intereses que desvían la dirección quizá adecuada de los que los dirigen, y la necedad de la Ciencia cuya aparente prudencia a menudo inflada acaba haciéndose cómplice de intereses y de dirigentes; unido todo ello al afán de no alarmar aunque luego se alarme por intereses bastardos asociados al mercado del miedo social, son causa de la causa; causa del momento crítico en que nos encontramos hoy, empezando por la península ibérica en la latitud norte.
He relatado más de una vez mi peripecia en las Jornadas del Agua en 1992 en Madrid. Yo presencié allí, en persona, cuál es el espíritu hispánico científico, empresarial y jurídico en esta materia. Quizá, por extensión, reflejo del espíritu "occidental". Cuando vi a una caterva de científicos minimizando lo que para mí y muy pocos (entre los que yo me encontraba) que estarían fuera, era la amenaza que hoy es una certeza: que los glaciares alpinos se funden, que el desierto avanza a pasos agigantados por el sur, que los polos retroceden, etc, me eché a temblar. Porque aquellos irresponsables, en lo único que pensaban era en los embalses que iban a construir a toda costa. Lo demás importaba poco. Así es que aquel concilio o conjura de necios, acordaron establecer que un nuevo "ciclo" climático había hecho acto de presencia, contrariando al cabrero más ignorante, para quien se había encendido el piloto rojo de peligro y era el aviso inequívoco de la hecatombe cercana, ésa que tenemos sobre nuestra cabeza en España.
La atmósfera es finita, los vertidos de CO2 a ella son en la práctica infinitos. Una habitación saturada de partículas en suspensión que llegarían a condensarse hasta convertirse en materia sólida si se proyectan indefinidamente, es nuestro planeta. En esto se basa el argumentario. Con esta teoría, tan sencilla y al alcance de cualquiera, desde hace quince años (los que viene avisando la Naturaleza) debía haber empezado la intelligentsia occidental a tomar medidas drásticas, pasar al uso de otras energías o intensificarlas: el hidrógeno, la energía eólica, la solar, o todas combinadas. Yo qué sé...
Es una insensatez que sólo se explica a través del Morias Enkómion -el “Elogio de la locura”- de Erasmus de Rotterdam, que el propio ser humano considere el mercado como una barrera insalvable cuando está en juego su propia vida y la supervivencia de la civilización. Pero los sucesivos sabios políticos y comunidades científicas que han ido desfilando en estas últimas generaciones, han estado siempre mucho más interesados en aceleradores de partículas, en experimentos costosísimos de juguete, en visitas inútiles a otros planetas o en ensayos biomédicos, que en el drama que estaba, y está, originándose en la biosfera.
No hay que alarmar... El “hombre" tiene soluciones para todo... Pues no. El hombre es capaz de hundirse en la ciénaga bajo el peso del oro que transporta, con tal de no desprenderse del vil metal. Lo ha demostrado montones de veces. Lo siento por los bienpensantes, por los crédulos, por los que confían de buena fe en los poderes públicos y ciegamente en la Ciencia y en los medios que hacen opacas las cosas más graves e hinchan, presentándolas como muy importantes, trivialidades en comparación con todo esto.
Editoriales como el que publica hoy un periódico, debieran haber empezado a publicarse hace ya una década. Pero mientras se discute si empezarla o no o por dónde empezar la cirugía, quien está sobre la mesa del quirófano se desangra...
En cualquier caso, francamente, creo que cualquier medida va a llegar demasiado tarde. Pero nada, si cambiar el cambio climático nos sale muy caro, ensayemos el regreso a la caverna.
Eso es lo que ha sucedido con el impropiamente llamado cambio climático. Mal llamado, porque no es un cambio. Es una mutación, una grave patología de la atmósfera y de la biosfera. No verlo así es un modo de seguir engañándose la sociedad bobaliconamente. Hablar de “cambio” sugiere un “orden” que ha sustituido a otro anterior distinto en causas/efectos. Pero no hay tal orden. Pues no puede llamarse así, a la desecación progresiva y galopante de agua potable en el planeta, a menos que llamemos también “orden” o “régimen” a un proceso de desertización debilitador o extintivo de la vida. Ni Kioto ni cien Kiotos son suficientes para mantener el lujo de seguir viviendo en Occidente como hasta hoy.
Esta civilización, porque fabrica ingenios, artefactos y cachivaches de oropel; porque trasplanta órganos, visita la luna y explota otras posibilidades, a diferencia del ave que no se jacta de saber volar, es insufriblemente soberbia y cree que “todo lo puede”. Cree que puede controlar hasta los procesos "naturales" adulterados por ella misma. Procesos anti natura sobre los que el ser humano sabe perfectamente desde siempre que la Naturaleza se cobra un altísimo tributo...
Demasiado, para tanto cerebro plano en un mundo plagado de logreros y de dirigentes charlatanes que luego no saben ni abrocharse el zapato; un mundo gobernado por el aprendiz de brujo de Dukas... Los estadounidenses los primeros; es decir, los últimos en acusar los efectos de lo que se nos viene encima. Presumen de estadísticas, de cálculos en billones de operaciones por segundo, de vaticinios ridículos y de pronósticos meteorológicos que fallan constantemente; infunden seguridad a la sociedad frente a temores infundados, al mismo tiempo que inoculan inseguridad por peligros y causas inventados. Pero luego, ni sus científicos ni sus ordenadores saben calcular, no ya en nanosegundos sino a lo largo de lustros, elementalidades. Su prepotencia con las demás naciones no les permite saber encajar la vulnerabilidad de todos ante la Naturaleza, en lo que nos igualamos todos. Y más aún cuando se la ha despreciado, se ha abusado de ella y se la viola una y otra vez tomándola por una pobre ramera indefensa...
La Naturaleza avisa. El problema es que los que dirigen los países, los intereses que desvían la dirección quizá adecuada de los que los dirigen, y la necedad de la Ciencia cuya aparente prudencia a menudo inflada acaba haciéndose cómplice de intereses y de dirigentes; unido todo ello al afán de no alarmar aunque luego se alarme por intereses bastardos asociados al mercado del miedo social, son causa de la causa; causa del momento crítico en que nos encontramos hoy, empezando por la península ibérica en la latitud norte.
He relatado más de una vez mi peripecia en las Jornadas del Agua en 1992 en Madrid. Yo presencié allí, en persona, cuál es el espíritu hispánico científico, empresarial y jurídico en esta materia. Quizá, por extensión, reflejo del espíritu "occidental". Cuando vi a una caterva de científicos minimizando lo que para mí y muy pocos (entre los que yo me encontraba) que estarían fuera, era la amenaza que hoy es una certeza: que los glaciares alpinos se funden, que el desierto avanza a pasos agigantados por el sur, que los polos retroceden, etc, me eché a temblar. Porque aquellos irresponsables, en lo único que pensaban era en los embalses que iban a construir a toda costa. Lo demás importaba poco. Así es que aquel concilio o conjura de necios, acordaron establecer que un nuevo "ciclo" climático había hecho acto de presencia, contrariando al cabrero más ignorante, para quien se había encendido el piloto rojo de peligro y era el aviso inequívoco de la hecatombe cercana, ésa que tenemos sobre nuestra cabeza en España.
La atmósfera es finita, los vertidos de CO2 a ella son en la práctica infinitos. Una habitación saturada de partículas en suspensión que llegarían a condensarse hasta convertirse en materia sólida si se proyectan indefinidamente, es nuestro planeta. En esto se basa el argumentario. Con esta teoría, tan sencilla y al alcance de cualquiera, desde hace quince años (los que viene avisando la Naturaleza) debía haber empezado la intelligentsia occidental a tomar medidas drásticas, pasar al uso de otras energías o intensificarlas: el hidrógeno, la energía eólica, la solar, o todas combinadas. Yo qué sé...
Es una insensatez que sólo se explica a través del Morias Enkómion -el “Elogio de la locura”- de Erasmus de Rotterdam, que el propio ser humano considere el mercado como una barrera insalvable cuando está en juego su propia vida y la supervivencia de la civilización. Pero los sucesivos sabios políticos y comunidades científicas que han ido desfilando en estas últimas generaciones, han estado siempre mucho más interesados en aceleradores de partículas, en experimentos costosísimos de juguete, en visitas inútiles a otros planetas o en ensayos biomédicos, que en el drama que estaba, y está, originándose en la biosfera.
No hay que alarmar... El “hombre" tiene soluciones para todo... Pues no. El hombre es capaz de hundirse en la ciénaga bajo el peso del oro que transporta, con tal de no desprenderse del vil metal. Lo ha demostrado montones de veces. Lo siento por los bienpensantes, por los crédulos, por los que confían de buena fe en los poderes públicos y ciegamente en la Ciencia y en los medios que hacen opacas las cosas más graves e hinchan, presentándolas como muy importantes, trivialidades en comparación con todo esto.
Editoriales como el que publica hoy un periódico, debieran haber empezado a publicarse hace ya una década. Pero mientras se discute si empezarla o no o por dónde empezar la cirugía, quien está sobre la mesa del quirófano se desangra...
En cualquier caso, francamente, creo que cualquier medida va a llegar demasiado tarde. Pero nada, si cambiar el cambio climático nos sale muy caro, ensayemos el regreso a la caverna.
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