08 diciembre 2005

La llegada del lobo

Que la Naturaleza no da saltos bruscos lo sabemos tam­bién los legos en la materia. Y cuando nos parece que los da, es porque no se ha prestado suficiente atención a sus procesos y preparativos, o ignoramos éstos...

Eso es lo que ha sucedido con el impropiamente llamado cambio cli­mático. Mal llamado, porque no es un cambio. Es una mu­tación, una grave patología de la atmósfera y de la biosfera. No verlo así es un modo de se­guir engañándose la sociedad bobaliconamente. Hablar de “cambio” sugiere un “or­den” que ha sustituido a otro anterior distinto en cau­sas/efectos. Pero no hay tal orden. Pues no puede llamarse así, a la desecación progresiva y galo­pante de agua po­table en el pla­neta, a menos que llamemos también “orden” o “ré­gi­men” a un proceso de de­serti­zación debilitador o ex­tintivo de la vida. Ni Kioto ni cien Kiotos son sufi­cientes para man­tener el lujo de se­guir viviendo en Occidente como hasta hoy.

Esta civilización, porque fabrica in­genios, artefactos y ca­chi­vaches de oropel; porque trasplanta órganos, visita la luna y explota otras posibilidades, a diferencia del ave que no se jacta de saber volar, es insufriblemente soberbia y cree que “todo lo puede”. Cree que puede controlar hasta los pro­cesos "na­tura­les" adulterados por ella misma. Proce­sos anti natura so­bre los que el ser humano sabe perfecta­mente desde siem­pre que la Natu­ra­leza se cobra un altí­simo tri­buto...

Dema­siado, para tanto cerebro plano en un mundo pla­gado de lo­greros y de dirigentes charlatanes que luego no saben ni abrocharse el zapato; un mundo gobernado por el aprendiz de brujo de Dukas... Los estadounidenses los pri­meros; es de­cir, los últimos en acusar los efectos de lo que se nos viene en­cima. Presu­men de estadísticas, de cálculos en bi­llones de operaciones por segundo, de va­ticinios ridí­cu­los y de pronós­ti­cos meteorológi­cos que fallan constan­te­mente; infunden se­gu­ridad a la so­ciedad frente a temores in­funda­dos, al mismo tiempo que inoculan inseguridad por peli­gros y cau­sas in­ven­tados. Pero luego, ni sus científicos ni sus ordena­dores sa­ben calcu­lar, no ya en nanose­gundos sino a lo largo de lus­tros, ele­mentalidades. Su prepotencia con las demás nacio­nes no les permite saber encajar la vul­ne­rabilidad de todos ante la Natu­raleza, en lo que nos igua­lamos todos. Y más aún cuando se la ha despreciado, se ha abusado de ella y se la viola una y otra vez tomándola por una pobre ramera inde­fensa...

La Naturaleza avisa. El problema es que los que dirigen los países, los intereses que desvían la dirección quizá ade­cuada de los que los dirigen, y la necedad de la Ciencia cuya apa­rente prudencia a me­nudo inflada acaba hacién­dose cóm­plice de intereses y de dirigentes; unido todo ello al afán de no alar­mar aunque luego se alar­me por intereses bastar­dos aso­cia­dos al mercado del miedo social, son causa de la causa; causa del momento crítico en que nos encontramos hoy, empe­zando por la península ibérica en la latitud norte.

He relatado más de una vez mi peripecia en las Jornadas del Agua en 1992 en Madrid. Yo presencié allí, en persona, cuál es el espíritu hispánico científico, empresarial y jurí­dico en esta materia. Quizá, por extensión, reflejo del espí­ritu "oc­cidental". Cuando vi a una caterva de científicos mi­nimi­zando lo que para mí y muy pocos (entre los que yo me en­con­traba) que estarían fuera, era la ame­naza que hoy es una cer­teza: que los gla­cia­res alpinos se funden, que el de­sierto avanza a pasos agi­ganta­dos por el sur, que los polos re­troceden, etc, me eché a temblar. Porque aquellos irres­ponsables, en lo único que pen­saban era en los embalses que iban a construir a toda costa. Lo de­más im­portaba poco. Así es que aquel concilio o conjura de necios, acorda­ron establecer que un nuevo "ciclo" climático había hecho acto de presencia, contrariando al ca­brero más ignorante, para quien se había encendido el piloto rojo de peli­gro y era el aviso inequívoco de la heca­tombe cercana, ésa que tene­mos sobre nuestra ca­be­za en Es­paña.

La atmósfera es finita, los vertidos de CO2 a ella son en la práctica infinitos. Una habitación saturada de partículas en suspensión que llegarían a condensarse hasta convertirse en materia sólida si se proyectan indefinidamente, es nues­tro pla­neta. En esto se basa el argu­mentario. Con esta teo­ría, tan sencilla y al alcance de cual­quiera, desde hace quince años (los que viene avisando la Naturaleza) debía haber em­pe­zado la intelligentsia occi­dental a tomar medi­das drásticas, pasar al uso de otras energías o intensificarlas: el hidrógeno, la energía eó­lica, la solar, o todas combinadas. Yo qué sé...

Es una insensatez que sólo se explica a través del Morias Enkómion -el “Elogio de la locura”- de Erasmus de Rotter­dam, que el propio ser humano considere el mercado como una ba­rrera insalvable cuando está en juego su propia vida y la su­pervivencia de la civili­zación. Pero los sucesivos sa­bios políti­cos y comunida­des científicas que han ido desfi­lando en estas últimas ge­ne­raciones, han estado siempre mucho más intere­sados en acele­radores de partículas, en experimentos costosí­simos de juguete, en visi­tas in­útiles a otros planetas o en en­sayos bio­médicos, que en el drama que estaba, y está, origi­nán­dose en la bios­fera.

No hay que alarmar... El “hombre" tiene soluciones para todo... Pues no. El hombre es capaz de hundirse en la cié­naga bajo el peso del oro que transporta, con tal de no des­pren­derse del vil metal. Lo ha demostrado montones de ve­ces. Lo siento por los bienpensan­tes, por los crédulos, por los que confían de buena fe en los pode­res pú­bli­cos y ciega­mente en la Ciencia y en los medios que hacen opacas las cosas más gra­ves e hin­chan, presentán­dolas como muy importantes, tri­vialida­des en comparación con todo esto.

Editoriales como el que publica hoy un periódico, debieran haber empezado a publicarse hace ya una década. Pero mientras se discute si em­pezarla o no o por dónde empe­zar la cirugía, quien está sobre la mesa del quiró­fano se desan­gra...

En cualquier caso, fran­camente, creo que cual­quier me­dida va a llegar demasiado tarde. Pero nada, si cambiar el cambio climático nos sale muy caro, ensayemos el regreso a la caverna.

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