En tiempos en que se comparte muy poco y se converge en mucho, aunque sólo sea en torno a un par de ideas políticas y a un sentido estético demasiado uniforme, es maravillosa la soledad deseada y no impuesta.
La soledad es un sentimiento de estar uno con y para sí, de pensar y sentir uno para sí compartiendo la alegría y el sufrimiento de “el otro” que da señales de ellos, aunque no le conozcamos. La soledad intelectual o intelectiva antes podía ser dramática y hasta dolorosa. Suponía el aislamiento carcelario poco menos que en una celda de castigo. Había que emigrar o hacer esporádicos viajes a tierras donde nuestras ideas fueran comprendidas más fácil y naturalmente, aunque no fueran compartidas. Que se compartan a veces las ideas o no, es lo de menos. Sobre todo cuando la vida, la experiencia y los tornasolados que ofrece la soledad como la luz del día a lo largo de él, nos están cambiando sin quererlo de perspectiva y de asentamiento; lo que nos lleva a cambiar o pulir mucho, quizá radicalmente, una idea que, fruto de la evolución, acabamos considerando “superada”... A fin de cuentas, a medida que avanzamos en la edad, a medida que vamos subiendo la montaña hacia las estrellas, vamos también alejándonos tanto de la realidad común que terminamos viéndonos y a todos nuestros congéneres no diferentes al resto de los seres vivos, como hormigas o como amebas. No me extraña que Teófilo Gautier intuyera lo que ahora acabo de decir. Escribe en Mademoiselle de Mapuin:
“La creación se burla despiadadamente de la criatura y le dirige sin cesar sangrientos sarcasmos. Una simple paja cae sobre una hormiga y le rompe la segunda articulación de su segunda pata; una roca se abate sobre una aldea y la aplasta; no creo que una de estas dos desgracias arranque más lágrimas que la otra, a los ojos dorados de las estrellas".
En fin, que la diversidad en todo es apetecible. Y hoy día está en juego en infinidad de cosas. La transformación, a peor, de la Naturaleza y de todo lo que está bajo su amparo, nos hace resentirnos especialmente de la pérdida de la variedad. No sé cuántos centenares de miles de especies se pierden en un año... Por eso no me inquieta la discrepancia respecto a mis ideas. No sólo no me preocupa, si no que la celebro a condición de que las ideas que refutan las mías salgan del espíritu del contradictor y no sean prestadas. A veces me digo que si todo el mundo pensara como yo, quién sabe si yo no me esforzaría en pensar como la masa.
Pero la soledad total, el vacío total, la oscuridad total de nuestro discernimiento con nosotros mismos se ha acabado. Desde que gracias al milagro de Internet se abren cauces de mínimo entendimiento con otros que viven tan solos como nosotros a cientos o miles de kilómetros de distancia, la soledad buscada, no forzada, es impagable.
En cambio es insufrible la soledad de dos en compañía o la que se siente en medio del bullicio y del graznido cuando nos negamos a graznar.
La soledad es un sentimiento de estar uno con y para sí, de pensar y sentir uno para sí compartiendo la alegría y el sufrimiento de “el otro” que da señales de ellos, aunque no le conozcamos. La soledad intelectual o intelectiva antes podía ser dramática y hasta dolorosa. Suponía el aislamiento carcelario poco menos que en una celda de castigo. Había que emigrar o hacer esporádicos viajes a tierras donde nuestras ideas fueran comprendidas más fácil y naturalmente, aunque no fueran compartidas. Que se compartan a veces las ideas o no, es lo de menos. Sobre todo cuando la vida, la experiencia y los tornasolados que ofrece la soledad como la luz del día a lo largo de él, nos están cambiando sin quererlo de perspectiva y de asentamiento; lo que nos lleva a cambiar o pulir mucho, quizá radicalmente, una idea que, fruto de la evolución, acabamos considerando “superada”... A fin de cuentas, a medida que avanzamos en la edad, a medida que vamos subiendo la montaña hacia las estrellas, vamos también alejándonos tanto de la realidad común que terminamos viéndonos y a todos nuestros congéneres no diferentes al resto de los seres vivos, como hormigas o como amebas. No me extraña que Teófilo Gautier intuyera lo que ahora acabo de decir. Escribe en Mademoiselle de Mapuin:
“La creación se burla despiadadamente de la criatura y le dirige sin cesar sangrientos sarcasmos. Una simple paja cae sobre una hormiga y le rompe la segunda articulación de su segunda pata; una roca se abate sobre una aldea y la aplasta; no creo que una de estas dos desgracias arranque más lágrimas que la otra, a los ojos dorados de las estrellas".
En fin, que la diversidad en todo es apetecible. Y hoy día está en juego en infinidad de cosas. La transformación, a peor, de la Naturaleza y de todo lo que está bajo su amparo, nos hace resentirnos especialmente de la pérdida de la variedad. No sé cuántos centenares de miles de especies se pierden en un año... Por eso no me inquieta la discrepancia respecto a mis ideas. No sólo no me preocupa, si no que la celebro a condición de que las ideas que refutan las mías salgan del espíritu del contradictor y no sean prestadas. A veces me digo que si todo el mundo pensara como yo, quién sabe si yo no me esforzaría en pensar como la masa.
Pero la soledad total, el vacío total, la oscuridad total de nuestro discernimiento con nosotros mismos se ha acabado. Desde que gracias al milagro de Internet se abren cauces de mínimo entendimiento con otros que viven tan solos como nosotros a cientos o miles de kilómetros de distancia, la soledad buscada, no forzada, es impagable.
En cambio es insufrible la soledad de dos en compañía o la que se siente en medio del bullicio y del graznido cuando nos negamos a graznar.
Cuando nos asomamos al balcón de la soledad y vemos que se parece tanto al vacío de la muerte, que es la viva imagen de la que sufren, cada día más, los mayores y los que padecen de infortunio y de dolor, físico o moral; ésa que causa el cuchillo del desprecio, sentimos tal estremecimiento que nos refugiamos enseguida en la caja tonta, en las ondas, en la iglesia, en la droga, en el alcohol o en el trabajo inútil. Pero entonces no encontramos compañía, sino tosco aturdimiento. Y cuando nos damos cuenta o volvemos a la soledad que rehuimos, quizá se hace todavía más triste. Por eso cultivémosla. Hoy, siendo tan frecuente, es mucho más fácil hacer de la soledad algo creativo y provechoso. Para uno mismo o una misma, pero quién sabe si también para alguien más.
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