No quisiera que estas reflexiones parecieran ñoñas, cursis, como se decía antes, o sensibleras. Se trata de resaltar y colaborar a rescatar un poco la vida emocional a la vivida demasiado sensorialmente. Sólo eso...
La vida interior es un lujo cuyas delicias no son muy conocidas. Son extraordinarias, pues no pueden vivirla dos extensos colectivos que en el mundo van en direcciones opuestas: los que viven afanados por poseer, y los que todas sus energías han de destinarlas a sobrevivir.
La vida interior en realidad casi sólo está al alcance de los socialmente mediocres. Pero es una magra compensación. Sólo viviendo con los recursos justos o no usándolos si se tienen más de los necesarios por azar, la vida interior fluye.
Sin embargo vida interior no significa vida solitaria, ni que sea necesario apartarse para disfrutarla. Todo lo contrario. La vida interior emana del equilibrio, de la conciencia tranquila, del sentimiento y del pensamiento. Precisamente de lo que los factores sociocomerciales de hoy día tratan por todos los medios de privarnos.
Es, como diría un santurrón de los de antes, una gracia muy poco valorada. Ni siquiera, por lo que puedo observar por ahí, se prodiga entre los que están al frente de las iglesias. El cura ahora es por encima de todo empresario. El ultraliberalismo está alcanzando también a las parroquias.
El caso es que la abundancia y el acceso a la abundancia en los países que existe porque la pagan otros, malogra una buena parte del posibilidades del verdadero vivir; esto es, de la plenitud...
Cada cual busca la forma de tenerse en pie. Yo, ni vivo en la abundancia, ni la deseo. Es más, lucho en cierto modo contra ella por parecerme la principal enemiga de la serenidad y de la vida interior. La serenidad, otro concepto que ha perdido significado como tantos de la filosofía clásica. Pero es que tampoco me interesa el éxito aunque estuviera a mi alcance. Deseo profundamente vivir en paz, y si la estrechez enrabieta, los excesos conturban. Por desear tanto la paz y buscarla sin ser precisamente amante de la pacificación frente a tanto abuso, por encima de todo detesto el debate inútil y las refriegas que no conducen a ninguna parte. Desde un punto de vista psicológico y espiritual detesto el debate, porque si gano tengo la sensación de que mi inteligencia ha "abusado" de la supuesta "inferior" del otro, y si pierdo me consterna no haber sido capaz de tener en cuenta “ese” argumento concluyente con el que el oponente me derrota. Amo por encima de todo la sugerencia y me vengo nutriendo de por vida de sugerencias... Ofreciendo sugerencias y aceptándolas, no es posible tambalearse. Pero no me gusta competir, más que en el deporte y además el individual.
Eso de que "la vida es milicia sobre la tierra", tópico no sé si opusdeísta; que la lucha da vigor; que sólo los que pelean y saben pelear son los que triunfan (¿en qué?), que “trabajar duro”, como dicen los americanos, es garantía de éxito... etc. es parte de lo que trae los principales males a la sociedad en su conjunto aunque tantos finjan que teniendo fama o dinero son felices. Me refiero a ésos que para sentir ilusoria felicidad siempre necesitan a alguien a su lado para compararse desde su promontorio con él; para echarle en cara, sin decírselo, que se tienen por más inteligenten y más capaces; ésos que sólo gracias a sus artificiosidades pueden olvidar que en el fondo son realmente desgraciados. Y también a ésos que, cuando se han detenido en su vértigo por cualquier causa, se dan cuenta de que en realidad ni viven ni han vivido.
Vivir hacia fuera es sólo existir. Y cada vez son más los que se vedan la vida verdadera, la vida interna, por temerla y porque se temen porque sienten horror al vacío que llevan dentro. Y enferman y mueren sin haber vivido propiamente en el sentido heideggeriano del minuto implacable de sesenta segundos...
China se las ve y se las desea para detener el virus infeccioso del capitalismo que está penetrando en el sistema sin apenas poder evitarlo. Sus vallas publicitarias, periódicos y paredes de colegios y fábricas están ocupadas por ocho mandamientos o aforismos que intentan recuperar la moralidad perdida por los excesos que ha provocado el acelerado desarrollo económico que vive China. En el fondo, intentan rescatar la vida interior. Porque China ya se ve, como la Unión Soviética, fagocitada por la putrefacción capitalista...
La civilización actual se caracteriza por muchas cosas. Pero hay una significativamente destructora: está destrozando la vida interior, dando importancia sólo a la vida externa, plástica, material, sensorial, visual pero no a la natural. Así es cómo el ser humano está destruyendo aceleradamente la biosfera, y se está destruyendo a sí mismo tanto como miembro de su especie como individuo a secas.
Sí, sí, ya sé que han desaparecido el comunismo, el socialismo real y hasta el socialismo democrático que, estoy convencido, serían la única receta posible para sacar del marasmo a los pueblos, a las naciones y ya hasta el mismo planeta como centro de vida.
Ya sé también que nociones que fueron sublimes, como abnegación, compasión, fidelidad, solidaridad, bondad o amor no físico están en decadencia. Pero pese a que hoy día todo se concita para “sacar” al mundo hacia fuera y para sofocar todo atisbo de colectivismo redentor, al menos nos queda el consuelo de que nunca desaparecerá el empeño en causas que nos parecen nobles. Ni tampoco, aunque apenas consigamos un pálido reflejo, el anhelo de felicidad. Y éste anhelo sólo puede hallarse en la vida interior. Porque hay algo que jamás perecerá, que ni siquiera caerá en decadencia. Y son las ideas, que pueden más que los hombres, pues mientras los hombres mueren, las ideas y también los sentimientos profundos son inmortales...
La vida interior es un lujo cuyas delicias no son muy conocidas. Son extraordinarias, pues no pueden vivirla dos extensos colectivos que en el mundo van en direcciones opuestas: los que viven afanados por poseer, y los que todas sus energías han de destinarlas a sobrevivir.
La vida interior en realidad casi sólo está al alcance de los socialmente mediocres. Pero es una magra compensación. Sólo viviendo con los recursos justos o no usándolos si se tienen más de los necesarios por azar, la vida interior fluye.
Sin embargo vida interior no significa vida solitaria, ni que sea necesario apartarse para disfrutarla. Todo lo contrario. La vida interior emana del equilibrio, de la conciencia tranquila, del sentimiento y del pensamiento. Precisamente de lo que los factores sociocomerciales de hoy día tratan por todos los medios de privarnos.
Es, como diría un santurrón de los de antes, una gracia muy poco valorada. Ni siquiera, por lo que puedo observar por ahí, se prodiga entre los que están al frente de las iglesias. El cura ahora es por encima de todo empresario. El ultraliberalismo está alcanzando también a las parroquias.
El caso es que la abundancia y el acceso a la abundancia en los países que existe porque la pagan otros, malogra una buena parte del posibilidades del verdadero vivir; esto es, de la plenitud...
Cada cual busca la forma de tenerse en pie. Yo, ni vivo en la abundancia, ni la deseo. Es más, lucho en cierto modo contra ella por parecerme la principal enemiga de la serenidad y de la vida interior. La serenidad, otro concepto que ha perdido significado como tantos de la filosofía clásica. Pero es que tampoco me interesa el éxito aunque estuviera a mi alcance. Deseo profundamente vivir en paz, y si la estrechez enrabieta, los excesos conturban. Por desear tanto la paz y buscarla sin ser precisamente amante de la pacificación frente a tanto abuso, por encima de todo detesto el debate inútil y las refriegas que no conducen a ninguna parte. Desde un punto de vista psicológico y espiritual detesto el debate, porque si gano tengo la sensación de que mi inteligencia ha "abusado" de la supuesta "inferior" del otro, y si pierdo me consterna no haber sido capaz de tener en cuenta “ese” argumento concluyente con el que el oponente me derrota. Amo por encima de todo la sugerencia y me vengo nutriendo de por vida de sugerencias... Ofreciendo sugerencias y aceptándolas, no es posible tambalearse. Pero no me gusta competir, más que en el deporte y además el individual.
Eso de que "la vida es milicia sobre la tierra", tópico no sé si opusdeísta; que la lucha da vigor; que sólo los que pelean y saben pelear son los que triunfan (¿en qué?), que “trabajar duro”, como dicen los americanos, es garantía de éxito... etc. es parte de lo que trae los principales males a la sociedad en su conjunto aunque tantos finjan que teniendo fama o dinero son felices. Me refiero a ésos que para sentir ilusoria felicidad siempre necesitan a alguien a su lado para compararse desde su promontorio con él; para echarle en cara, sin decírselo, que se tienen por más inteligenten y más capaces; ésos que sólo gracias a sus artificiosidades pueden olvidar que en el fondo son realmente desgraciados. Y también a ésos que, cuando se han detenido en su vértigo por cualquier causa, se dan cuenta de que en realidad ni viven ni han vivido.
Vivir hacia fuera es sólo existir. Y cada vez son más los que se vedan la vida verdadera, la vida interna, por temerla y porque se temen porque sienten horror al vacío que llevan dentro. Y enferman y mueren sin haber vivido propiamente en el sentido heideggeriano del minuto implacable de sesenta segundos...
China se las ve y se las desea para detener el virus infeccioso del capitalismo que está penetrando en el sistema sin apenas poder evitarlo. Sus vallas publicitarias, periódicos y paredes de colegios y fábricas están ocupadas por ocho mandamientos o aforismos que intentan recuperar la moralidad perdida por los excesos que ha provocado el acelerado desarrollo económico que vive China. En el fondo, intentan rescatar la vida interior. Porque China ya se ve, como la Unión Soviética, fagocitada por la putrefacción capitalista...
La civilización actual se caracteriza por muchas cosas. Pero hay una significativamente destructora: está destrozando la vida interior, dando importancia sólo a la vida externa, plástica, material, sensorial, visual pero no a la natural. Así es cómo el ser humano está destruyendo aceleradamente la biosfera, y se está destruyendo a sí mismo tanto como miembro de su especie como individuo a secas.
Sí, sí, ya sé que han desaparecido el comunismo, el socialismo real y hasta el socialismo democrático que, estoy convencido, serían la única receta posible para sacar del marasmo a los pueblos, a las naciones y ya hasta el mismo planeta como centro de vida.
Ya sé también que nociones que fueron sublimes, como abnegación, compasión, fidelidad, solidaridad, bondad o amor no físico están en decadencia. Pero pese a que hoy día todo se concita para “sacar” al mundo hacia fuera y para sofocar todo atisbo de colectivismo redentor, al menos nos queda el consuelo de que nunca desaparecerá el empeño en causas que nos parecen nobles. Ni tampoco, aunque apenas consigamos un pálido reflejo, el anhelo de felicidad. Y éste anhelo sólo puede hallarse en la vida interior. Porque hay algo que jamás perecerá, que ni siquiera caerá en decadencia. Y son las ideas, que pueden más que los hombres, pues mientras los hombres mueren, las ideas y también los sentimientos profundos son inmortales...
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