02 abril 2006

La clase funcionarial

Estamos viendo todos los días hasta dónde llegan las po­ten­cialidades de la libertad en un sistema sociopolítico que la re­ve­rencia. Las cárceles están abarrotadas, pero si se hiciese ver­da­deramente justicia sin esperar a los escánda­los ni a la co­rrup­ción generalizada insoportable, gran parte de los ciu­dada­nos de la sociedad capita­lista debiera estar en presidio. En presidio, bien por los propios pro­nuncia­mientos jurídicos del sistema o porque, entre personas adultas y res­petuosas entre sí, por defini­ción son carcelarios el culto a la personali­dad, el culto al poder y el culto al di­nero...

Vemos la enorme dificultad para contener la compulsión a abusar de la libertad económica principalmente, a sujetarse a la moderación los que debieran y a no ver en "el otro" a un ad­ver­sario, a un enemigo, a una víctima propi­citaria del en­gaño, de la avidez, de la arrogan­cia y de la prepoten­cia. Vemos que muy raro es el que, sin contar con apoyos y con escrúpulo, se sitúa no ya bien en la sociedad, sino en la opulencia. Y más ra­ros aún son los que por vía hereditaria tie­nen esa misma des­ahogada situación que la merez­can. Pues po­cos a su vez son los que honradamente y sin de­fraudar al fisco o a sus tra­baja­dores pu­dieron hacer fortuna hasta el extremo de permi­tir a su descen­dencia vivir sin tra­bajar...

Una sociedad ésta, éstas occidentales, que priman, que en­gordan, que estimulan constantemente esa pugna, que cada vez imitan más al sinvergüenza, al prepotente y al déspota des­preciando el in­fortu­nio, al des­heredado, al ne­cesitado a los que ya ni la cari­dad ni la fi­lantropía remedian sus carencias ni per­miten cons­tituir familias estables, es una sociedad enferma. ¿Quién tiene claro, en me­dio de esta selva salvaje, si edu­car a sus hijos para que sean bue­nas personas o unos re­domados ca­brones? ¡Pobre de la "buena persona", o "buena gente" como se dice ahora, en esta jun­gla infec­tada de alimañas!

Pues bien, en estas condiciones emergen los ultradefen­sores del "método funcionarial". Cuando la inmensa mayoría se la ve y se las desea para pagar la hipoteca donde nace la in­estabili­dad y la trampa que tiende esta ultracapitalista so­cie­dad a sus miembros cuitados, ilusos e ilusionados, sur­gen con fuerza inusitada los defensores del “mérito” de unos frente al de los otros no selec­cionados en la oposición co­rres­pondiente. Como si los ricos tu­vieran dere­cho a su ri­queza y los que han ganado una oposición por dé­cimas fue­ran más competentes que los que han quedado fuera. Esos defensores son los mismos que en otro tiempo rela­ciona­ban riqueza y de­signio divino, y tam­bién las enfermeda­des con culpas propias o de sus antepasa­dos. Y hoy, son los que pregonan que se han ganado a pulso lo que tienen porque los que viven en pre­cario merecen lo que son y no merecen lo que no tie­nen...

Aunque en una sociedad esquizofrénica y orgiástica exigir co­herencia y lógica es como pedir peras al olmo, lo cierto es que todo el mundo apela a ella para razonar. Así es que no voy a ser yo quien, en provecho de los malintencionados, re­nuncie a la ló­gica. Y con arreglo a ella, en prin­cipio pa­rece lógico y legítimo defender lo propio, y creer que lo ga­nado frente a otros es el argumento sólido a esgrimir. Pero ése es un lenguaje que se nutre de sí mismo, y los valo­res que proce­den de ese mismo lenguaje lo son para llevarnos a donde estamos y a donde con­viene a los fuertes y a quie­nes di­seña­ron antes y siguen dise­ñando ahora “el sistema". Por­que todo eso, la "ló­gica" del fun­cionariado será así si a las pala­bras ló­gica, legiti­midad y mérito le asig­na­mos el sentido que la propia sociedad capitalista les asigna. Lógica, en fun­ción del silo­gismo; legitimi­dad, en fun­ción de la legali­dad esta­ble­cida; y mérito, en función de la capaci­dad de compe­tir y de demostrar ante un tri­bunal -que a su vez de­fiende este modelo de socie­dad- que el elegido tiene so­brada com­petencia para aceptar las reglas del juego frente a otros a los que "vence" y quedan excluidos. Esa es la “oposi­ción”, el sis­tema de oposición. Lo que ocurre es que la esta­bilidad del Es­tado necesita que la clase funcionarial a su vez sea estable, como en algunas también de la monar­quía que se dice cumple la misma función. Este es el ar­gu­mento no confesado en ambos casos. Todo, un preparado a la carta para perpe­tuar los privilegios que no hay manera de erradicar en estas sociedades. Los pri­vi­legios de la aristo­cracia de la sangre de siempre, y de aquí a la aristo­cracia del di­nero y a los privi­legios del fun­ciona­riado. Todo, un arti­ficio al ser­vi­cio de las dos cla­ses do­mi­nan­tes: la clase domi­nante que tiene el po­der y el dinero, por un lado, y la clase dominante fun­ciona­rial que se en­carga de pro­tegerla y de protegerse de paso a sí misma. No puede decirse que el sistema del “ca­pital” esté mal pensado. Por eso reforzarlo, forma parte del plan...

Si estuviésemos en una sociedad de socialismo real, nada que objetar al sistema de oposición pues la capacidad en prin­cipio no hay motivo para que no se corresponda con la idonei­dad: por­que enton­ces quien no es idóneo para esto, lo será para otra cosa igualmente digna. Pero como ese tipo de socie­dad reparte equitativamente la riqueza (o, como al­gunos dicen, la pobreza), no peligrará ni la estabi­li­dad psi­cológica ni la mate­rial de la per­sona, ni de la familia en su caso. Sin em­bargo, en so­ciedades que es­tán construi­das sobre la exalta­ción del des­envolvimiento personal, del mé­rito, de la capaci­dad mayor frente a la me­nor, de la libertad y del sentido de la competi­ción y de la ri­validad; también en el ver al otro como enemigo y no como semejante, no está justi­ficado el esta­tuto funcionarial. No está justificado, con arreglo a la propia filoso­fía del sistema, que una parte de población posea el privilegio del blindaje eco­nómico "para toda la vida" mientras el resto viva en perpetua incerti­dum­bre.

El principio funcionarial choca con la propia filosofía del sis­tema en libertad. Pues una de dos, o es el todos co­ntra to­dos, o todos somos "uno". Si estamos en el primer caso aplí­quese con estricto rigor sin hacer "separatas". Que no haya favoreci­dos; que los jueces, notarios, registradores, policías, adminis­trativos y maestros se ganen el puesto de tra­bajo por los mis­mos periodos que el trabajador ordinario. Y si se alega la nece­sidad de estabi­lidad, aplíquese el mismo fundamento para todo el mundo.

No hay razón objetiva o sensata alguna para separar en la sociedad como más dignas, más excelsas unas labores que otras. Tampoco que unas merezcan de protección y otras no. Entre otras cosas, porque en el mundo del magisterio, por ejemplo, hay de las dos clases: los fijos y los inter­inos... No hay razón suficiente –uno de los pilares de la ló­gica formal- para no garantizar estabi­li­dad eco­nómica a un empleado de banca, a un conductor de auto­bús o al fresa­dor casi en extin­ción de una cadena de montaje, y sí al ad­ministrativo, al juez, al policía,al fedatario público o al abo­gado del Estado, a me­nos que haya inusi­tado inte­rés en que el “servicio” al Estado contribuya a ga­rantizar la conti­nui­dad del Estado pero tam­bién el privilegios de clases.

No hay derecho a que el funcionario forme casta aparte mien­tras la inmensa mayoría tra­ba­ja­dora ande por ahí, a la fuerza, a “verlas ve­nir”, es­perando que un tercero -el em­presa­rio cada vez más multi­na­cional- te elija frente a miles y, no nos engañemos, más por tu capacidad de su­misión que por tu ido­neidad y peri­cia, etc.

En último término, si ha de prevalecer la lógica socrática y con ella la coherencia discursiva basada en otro principio silo­gístico -el de contradicción-, si se desea mantener a ul­tranza un sis­tema destructivo y demoledor como el capita­lista-neolibe­ral, hágase de cada ciudadano mayor de edad un funcionario. En caso con­trario, hágase desaparecer el privilegio insti­tuído de la clase fun­cionarial, como instituídos son los privi­legios in­jus­tificados, ran­cios y odiosos de toda monar­quía.

Y para que se vea que, aunque es preciso hacer un es­fuerzo intelectivo que desgraciadamente no están dispues­tos a hacer muchos, es posible compatibilizar subje­tividad y máxima objetividad, bienestar propio con el anhelo de bien­estar de todos, y privilegio irrenun­ciable con ideas su­per­adoras de las diferencias insufribles y no naturales, esto que acabo de escribir lo vengo manteniendo desde que, hace 45 años, frente a quizá numerosos des­graciados que queda­ron fuera, "conquisté" una plaza de mo­desto funciona­rio gra­cias a la que soy un privilegiado jubi­lado. Pero eso sí, siempre apa­sionado por la equidad y por la justicia social. Esto, este modo de ver las cosas y puesto que el egoísmo humano es el ordinario punto de partida, sí que me lo he ganado a pulso desde hace justamente los años que ingresé por opo­sición en el Estado...

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