Estamos viendo todos los días hasta dónde llegan las potencialidades de la libertad en un sistema sociopolítico que la reverencia. Las cárceles están abarrotadas, pero si se hiciese verdaderamente justicia sin esperar a los escándalos ni a la corrupción generalizada insoportable, gran parte de los ciudadanos de la sociedad capitalista debiera estar en presidio. En presidio, bien por los propios pronunciamientos jurídicos del sistema o porque, entre personas adultas y respetuosas entre sí, por definición son carcelarios el culto a la personalidad, el culto al poder y el culto al dinero...
Vemos la enorme dificultad para contener la compulsión a abusar de la libertad económica principalmente, a sujetarse a la moderación los que debieran y a no ver en "el otro" a un adversario, a un enemigo, a una víctima propicitaria del engaño, de la avidez, de la arrogancia y de la prepotencia. Vemos que muy raro es el que, sin contar con apoyos y con escrúpulo, se sitúa no ya bien en la sociedad, sino en la opulencia. Y más raros aún son los que por vía hereditaria tienen esa misma desahogada situación que la merezcan. Pues pocos a su vez son los que honradamente y sin defraudar al fisco o a sus trabajadores pudieron hacer fortuna hasta el extremo de permitir a su descendencia vivir sin trabajar...
Una sociedad ésta, éstas occidentales, que priman, que engordan, que estimulan constantemente esa pugna, que cada vez imitan más al sinvergüenza, al prepotente y al déspota despreciando el infortunio, al desheredado, al necesitado a los que ya ni la caridad ni la filantropía remedian sus carencias ni permiten constituir familias estables, es una sociedad enferma. ¿Quién tiene claro, en medio de esta selva salvaje, si educar a sus hijos para que sean buenas personas o unos redomados cabrones? ¡Pobre de la "buena persona", o "buena gente" como se dice ahora, en esta jungla infectada de alimañas!
Pues bien, en estas condiciones emergen los ultradefensores del "método funcionarial". Cuando la inmensa mayoría se la ve y se las desea para pagar la hipoteca donde nace la inestabilidad y la trampa que tiende esta ultracapitalista sociedad a sus miembros cuitados, ilusos e ilusionados, surgen con fuerza inusitada los defensores del “mérito” de unos frente al de los otros no seleccionados en la oposición correspondiente. Como si los ricos tuvieran derecho a su riqueza y los que han ganado una oposición por décimas fueran más competentes que los que han quedado fuera. Esos defensores son los mismos que en otro tiempo relacionaban riqueza y designio divino, y también las enfermedades con culpas propias o de sus antepasados. Y hoy, son los que pregonan que se han ganado a pulso lo que tienen porque los que viven en precario merecen lo que son y no merecen lo que no tienen...
Aunque en una sociedad esquizofrénica y orgiástica exigir coherencia y lógica es como pedir peras al olmo, lo cierto es que todo el mundo apela a ella para razonar. Así es que no voy a ser yo quien, en provecho de los malintencionados, renuncie a la lógica. Y con arreglo a ella, en principio parece lógico y legítimo defender lo propio, y creer que lo ganado frente a otros es el argumento sólido a esgrimir. Pero ése es un lenguaje que se nutre de sí mismo, y los valores que proceden de ese mismo lenguaje lo son para llevarnos a donde estamos y a donde conviene a los fuertes y a quienes diseñaron antes y siguen diseñando ahora “el sistema". Porque todo eso, la "lógica" del funcionariado será así si a las palabras lógica, legitimidad y mérito le asignamos el sentido que la propia sociedad capitalista les asigna. Lógica, en función del silogismo; legitimidad, en función de la legalidad establecida; y mérito, en función de la capacidad de competir y de demostrar ante un tribunal -que a su vez defiende este modelo de sociedad- que el elegido tiene sobrada competencia para aceptar las reglas del juego frente a otros a los que "vence" y quedan excluidos. Esa es la “oposición”, el sistema de oposición. Lo que ocurre es que la estabilidad del Estado necesita que la clase funcionarial a su vez sea estable, como en algunas también de la monarquía que se dice cumple la misma función. Este es el argumento no confesado en ambos casos. Todo, un preparado a la carta para perpetuar los privilegios que no hay manera de erradicar en estas sociedades. Los privilegios de la aristocracia de la sangre de siempre, y de aquí a la aristocracia del dinero y a los privilegios del funcionariado. Todo, un artificio al servicio de las dos clases dominantes: la clase dominante que tiene el poder y el dinero, por un lado, y la clase dominante funcionarial que se encarga de protegerla y de protegerse de paso a sí misma. No puede decirse que el sistema del “capital” esté mal pensado. Por eso reforzarlo, forma parte del plan...
Si estuviésemos en una sociedad de socialismo real, nada que objetar al sistema de oposición pues la capacidad en principio no hay motivo para que no se corresponda con la idoneidad: porque entonces quien no es idóneo para esto, lo será para otra cosa igualmente digna. Pero como ese tipo de sociedad reparte equitativamente la riqueza (o, como algunos dicen, la pobreza), no peligrará ni la estabilidad psicológica ni la material de la persona, ni de la familia en su caso. Sin embargo, en sociedades que están construidas sobre la exaltación del desenvolvimiento personal, del mérito, de la capacidad mayor frente a la menor, de la libertad y del sentido de la competición y de la rivalidad; también en el ver al otro como enemigo y no como semejante, no está justificado el estatuto funcionarial. No está justificado, con arreglo a la propia filosofía del sistema, que una parte de población posea el privilegio del blindaje económico "para toda la vida" mientras el resto viva en perpetua incertidumbre.
El principio funcionarial choca con la propia filosofía del sistema en libertad. Pues una de dos, o es el todos contra todos, o todos somos "uno". Si estamos en el primer caso aplíquese con estricto rigor sin hacer "separatas". Que no haya favorecidos; que los jueces, notarios, registradores, policías, administrativos y maestros se ganen el puesto de trabajo por los mismos periodos que el trabajador ordinario. Y si se alega la necesidad de estabilidad, aplíquese el mismo fundamento para todo el mundo.
No hay razón objetiva o sensata alguna para separar en la sociedad como más dignas, más excelsas unas labores que otras. Tampoco que unas merezcan de protección y otras no. Entre otras cosas, porque en el mundo del magisterio, por ejemplo, hay de las dos clases: los fijos y los interinos... No hay razón suficiente –uno de los pilares de la lógica formal- para no garantizar estabilidad económica a un empleado de banca, a un conductor de autobús o al fresador casi en extinción de una cadena de montaje, y sí al administrativo, al juez, al policía,al fedatario público o al abogado del Estado, a menos que haya inusitado interés en que el “servicio” al Estado contribuya a garantizar la continuidad del Estado pero también el privilegios de clases.
No hay derecho a que el funcionario forme casta aparte mientras la inmensa mayoría trabajadora ande por ahí, a la fuerza, a “verlas venir”, esperando que un tercero -el empresario cada vez más multinacional- te elija frente a miles y, no nos engañemos, más por tu capacidad de sumisión que por tu idoneidad y pericia, etc.
En último término, si ha de prevalecer la lógica socrática y con ella la coherencia discursiva basada en otro principio silogístico -el de contradicción-, si se desea mantener a ultranza un sistema destructivo y demoledor como el capitalista-neoliberal, hágase de cada ciudadano mayor de edad un funcionario. En caso contrario, hágase desaparecer el privilegio instituído de la clase funcionarial, como instituídos son los privilegios injustificados, rancios y odiosos de toda monarquía.
Y para que se vea que, aunque es preciso hacer un esfuerzo intelectivo que desgraciadamente no están dispuestos a hacer muchos, es posible compatibilizar subjetividad y máxima objetividad, bienestar propio con el anhelo de bienestar de todos, y privilegio irrenunciable con ideas superadoras de las diferencias insufribles y no naturales, esto que acabo de escribir lo vengo manteniendo desde que, hace 45 años, frente a quizá numerosos desgraciados que quedaron fuera, "conquisté" una plaza de modesto funcionario gracias a la que soy un privilegiado jubilado. Pero eso sí, siempre apasionado por la equidad y por la justicia social. Esto, este modo de ver las cosas y puesto que el egoísmo humano es el ordinario punto de partida, sí que me lo he ganado a pulso desde hace justamente los años que ingresé por oposición en el Estado...
Vemos la enorme dificultad para contener la compulsión a abusar de la libertad económica principalmente, a sujetarse a la moderación los que debieran y a no ver en "el otro" a un adversario, a un enemigo, a una víctima propicitaria del engaño, de la avidez, de la arrogancia y de la prepotencia. Vemos que muy raro es el que, sin contar con apoyos y con escrúpulo, se sitúa no ya bien en la sociedad, sino en la opulencia. Y más raros aún son los que por vía hereditaria tienen esa misma desahogada situación que la merezcan. Pues pocos a su vez son los que honradamente y sin defraudar al fisco o a sus trabajadores pudieron hacer fortuna hasta el extremo de permitir a su descendencia vivir sin trabajar...
Una sociedad ésta, éstas occidentales, que priman, que engordan, que estimulan constantemente esa pugna, que cada vez imitan más al sinvergüenza, al prepotente y al déspota despreciando el infortunio, al desheredado, al necesitado a los que ya ni la caridad ni la filantropía remedian sus carencias ni permiten constituir familias estables, es una sociedad enferma. ¿Quién tiene claro, en medio de esta selva salvaje, si educar a sus hijos para que sean buenas personas o unos redomados cabrones? ¡Pobre de la "buena persona", o "buena gente" como se dice ahora, en esta jungla infectada de alimañas!
Pues bien, en estas condiciones emergen los ultradefensores del "método funcionarial". Cuando la inmensa mayoría se la ve y se las desea para pagar la hipoteca donde nace la inestabilidad y la trampa que tiende esta ultracapitalista sociedad a sus miembros cuitados, ilusos e ilusionados, surgen con fuerza inusitada los defensores del “mérito” de unos frente al de los otros no seleccionados en la oposición correspondiente. Como si los ricos tuvieran derecho a su riqueza y los que han ganado una oposición por décimas fueran más competentes que los que han quedado fuera. Esos defensores son los mismos que en otro tiempo relacionaban riqueza y designio divino, y también las enfermedades con culpas propias o de sus antepasados. Y hoy, son los que pregonan que se han ganado a pulso lo que tienen porque los que viven en precario merecen lo que son y no merecen lo que no tienen...
Aunque en una sociedad esquizofrénica y orgiástica exigir coherencia y lógica es como pedir peras al olmo, lo cierto es que todo el mundo apela a ella para razonar. Así es que no voy a ser yo quien, en provecho de los malintencionados, renuncie a la lógica. Y con arreglo a ella, en principio parece lógico y legítimo defender lo propio, y creer que lo ganado frente a otros es el argumento sólido a esgrimir. Pero ése es un lenguaje que se nutre de sí mismo, y los valores que proceden de ese mismo lenguaje lo son para llevarnos a donde estamos y a donde conviene a los fuertes y a quienes diseñaron antes y siguen diseñando ahora “el sistema". Porque todo eso, la "lógica" del funcionariado será así si a las palabras lógica, legitimidad y mérito le asignamos el sentido que la propia sociedad capitalista les asigna. Lógica, en función del silogismo; legitimidad, en función de la legalidad establecida; y mérito, en función de la capacidad de competir y de demostrar ante un tribunal -que a su vez defiende este modelo de sociedad- que el elegido tiene sobrada competencia para aceptar las reglas del juego frente a otros a los que "vence" y quedan excluidos. Esa es la “oposición”, el sistema de oposición. Lo que ocurre es que la estabilidad del Estado necesita que la clase funcionarial a su vez sea estable, como en algunas también de la monarquía que se dice cumple la misma función. Este es el argumento no confesado en ambos casos. Todo, un preparado a la carta para perpetuar los privilegios que no hay manera de erradicar en estas sociedades. Los privilegios de la aristocracia de la sangre de siempre, y de aquí a la aristocracia del dinero y a los privilegios del funcionariado. Todo, un artificio al servicio de las dos clases dominantes: la clase dominante que tiene el poder y el dinero, por un lado, y la clase dominante funcionarial que se encarga de protegerla y de protegerse de paso a sí misma. No puede decirse que el sistema del “capital” esté mal pensado. Por eso reforzarlo, forma parte del plan...
Si estuviésemos en una sociedad de socialismo real, nada que objetar al sistema de oposición pues la capacidad en principio no hay motivo para que no se corresponda con la idoneidad: porque entonces quien no es idóneo para esto, lo será para otra cosa igualmente digna. Pero como ese tipo de sociedad reparte equitativamente la riqueza (o, como algunos dicen, la pobreza), no peligrará ni la estabilidad psicológica ni la material de la persona, ni de la familia en su caso. Sin embargo, en sociedades que están construidas sobre la exaltación del desenvolvimiento personal, del mérito, de la capacidad mayor frente a la menor, de la libertad y del sentido de la competición y de la rivalidad; también en el ver al otro como enemigo y no como semejante, no está justificado el estatuto funcionarial. No está justificado, con arreglo a la propia filosofía del sistema, que una parte de población posea el privilegio del blindaje económico "para toda la vida" mientras el resto viva en perpetua incertidumbre.
El principio funcionarial choca con la propia filosofía del sistema en libertad. Pues una de dos, o es el todos contra todos, o todos somos "uno". Si estamos en el primer caso aplíquese con estricto rigor sin hacer "separatas". Que no haya favorecidos; que los jueces, notarios, registradores, policías, administrativos y maestros se ganen el puesto de trabajo por los mismos periodos que el trabajador ordinario. Y si se alega la necesidad de estabilidad, aplíquese el mismo fundamento para todo el mundo.
No hay razón objetiva o sensata alguna para separar en la sociedad como más dignas, más excelsas unas labores que otras. Tampoco que unas merezcan de protección y otras no. Entre otras cosas, porque en el mundo del magisterio, por ejemplo, hay de las dos clases: los fijos y los interinos... No hay razón suficiente –uno de los pilares de la lógica formal- para no garantizar estabilidad económica a un empleado de banca, a un conductor de autobús o al fresador casi en extinción de una cadena de montaje, y sí al administrativo, al juez, al policía,al fedatario público o al abogado del Estado, a menos que haya inusitado interés en que el “servicio” al Estado contribuya a garantizar la continuidad del Estado pero también el privilegios de clases.
No hay derecho a que el funcionario forme casta aparte mientras la inmensa mayoría trabajadora ande por ahí, a la fuerza, a “verlas venir”, esperando que un tercero -el empresario cada vez más multinacional- te elija frente a miles y, no nos engañemos, más por tu capacidad de sumisión que por tu idoneidad y pericia, etc.
En último término, si ha de prevalecer la lógica socrática y con ella la coherencia discursiva basada en otro principio silogístico -el de contradicción-, si se desea mantener a ultranza un sistema destructivo y demoledor como el capitalista-neoliberal, hágase de cada ciudadano mayor de edad un funcionario. En caso contrario, hágase desaparecer el privilegio instituído de la clase funcionarial, como instituídos son los privilegios injustificados, rancios y odiosos de toda monarquía.
Y para que se vea que, aunque es preciso hacer un esfuerzo intelectivo que desgraciadamente no están dispuestos a hacer muchos, es posible compatibilizar subjetividad y máxima objetividad, bienestar propio con el anhelo de bienestar de todos, y privilegio irrenunciable con ideas superadoras de las diferencias insufribles y no naturales, esto que acabo de escribir lo vengo manteniendo desde que, hace 45 años, frente a quizá numerosos desgraciados que quedaron fuera, "conquisté" una plaza de modesto funcionario gracias a la que soy un privilegiado jubilado. Pero eso sí, siempre apasionado por la equidad y por la justicia social. Esto, este modo de ver las cosas y puesto que el egoísmo humano es el ordinario punto de partida, sí que me lo he ganado a pulso desde hace justamente los años que ingresé por oposición en el Estado...
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