09 abril 2006

El mal del cemento

En este país hay una práctica oficial, más aparatosa que ne­cesaria, de alertarnos constantemente sobre cualquier cosa: tempestades y huracanes que luego no aparecen, terro­rismos que no podemos evitar, supuestas epidemias que sólo los cir­cuitos alimenticios sanitarios pueden controlar. Es decir, nos alertan sobre lo que nada puede hacer el ciuda­dano de la calle.

Sin embargo ni las autoridades sanitarias, económicas, sin­di­cales o la CEOE, ni los psicólogos ni los psiquiatras de­tec­tan o alertan sobre lo que bien podría llamarse el "mal del ce­mento" que se extiende como una grave epidemia y hace más daño que el alochol o el botellón. En esto sí sería eficaz un gráfico diario televi­sivo sobre el avance de un mal que en España lleva camino de sepultarla. Una alerta diaria, con un gráfico ilustrativo, sobre el progreso del cemento y el asfalto, sobre el peligro traicio­nero de la construcción infame, superflua y devasta­dora por toda la geografía ibérica y principalmente en su costa, sí sería una fenomenal medida preventiva frente a semejante plaga y frente a sus contaminadores: "hoy, tantas toneladas de ce­mento y tantos metros cúbicos de alquitrán. Fulano, zutano, esta o la otra empresa van a la cabeza..."

Pero descuidemos, no se hará...

Todo lo ocurrido en Marbella y lo que queda por ocurrir es para reflexionar, y mucho. No es sólo un caso de corrupción aislada. Ni siquiera zonal. Es un modo de ser. Como lo es “lo mafioso” en parte de Italia, el apego al rifle en Estados Uni­dos o el gusto por la truculencia en la criminología in­glesa.

El caso es que la construcción sin miramientos ni distin­ción, incesante, mastodóntica y abigarrada está convirtiendo urba­nísticamente hablando a la mayor parte de España en un adefesio, en el país más horripilante del mundo. Si no lo es ya. Eso, con independencia de la corrupción, de la ra­piña, de la malversación y de la cutrez asociadas.

Esto de la construcción febril, frenética, sin fin y sin fondo, pública y privada en ámbitos en que cada vez se confunde más lo público y lo privado, creo que es un buen material de estudio para la psicología social de esta generación, hoy, ahora y aquí. Esta compulsión está calando insidiosamente en el talante empresarial -si es que no llovía sobre mojado-, pues “el abuso” y especialmente el urbanístico y contra el medio ambiente no se perciben como delito, sino casi como una "trave­sura". El abuso social y de clase está en los intersi­cios ca­rac­teriológicos de lo español. Y en las clases, hoy, hay gran mo­vilidad aunque al rico siga sucediendo el rico. El abu­sopri­mero estuvo en la aristocracia, luego en los hacendistas y te­rratenientes, hoy en la plutocracia y en ciertos cuerpos arma­dos que la preservan.

Ya sabemos que es efecto de la posibilidad de ganancia fá­cil y brutal reforzado por la demagogia de dar empleo a bajo precio. Pero aun así resulta llamativo que treinta años des­pués de inaugurado un régimen de libertad para unos cuan­tos tras otro dictatorial, el dinero sólo invierta práctica­mente en construcción. Poco más se conoce de España en el sector industrial. La construcción en sí se ha convertido en una parte gruesa de ese sector, y del de “servicios”. Y además con di­nero anticipado. Porque esa es otra. No es el dinero contante y sonante, sino el crediticio lo que invierte.

Esto pone al descubierto que quien tiene acceso al dinero por relaciones personales o políticas, puede amasar c pa­tri­monios incalculables, pese a que es imposible en poco tiempo si se rinde cuenta al fisco. Y aquí aparece otro rasgo concomitante. Y es que luego el Fisco, en lugar de perseguir con encono a las grandes fortunas a la vista de todos, le es mucho más cómodo atosigar al contribuyente rasposo. Y así todo. En este país Dios los cría y ellos se juntan. Y es por­que cada pueblo tiene las instituciones, los jueces y los ins­pecto­res que se merece. Hay buenas policías en México, pero es tradicional la "mordida". Y aquí si no la mordida, sí el mirar a otra parte, en el más benévolo de los casos, es ya otro de­porte de postín. Y luego dirán que la política depende de la economía. En España desde luego es todo lo contra­rio. Y no me refiero a la política al uso, sino a la política banquera. Por algo en España hay 12 sucursales por cada 10.000 habitan­tes mayores de 16 años, más del doble que en la Unión Eu­ropea...

Porque aunque es cierto que en este maldito sistema el di­nero va allá donde tiene más posibilidad de reproducirse como las esporas, cuando unos pueblos también capitalis­tas no pasan de tasas razonables en el uso del dinero -cre­diticio o no-, en la inversión y en la construcción, y otros no (en Es­paña se construye más que en Francia, Reino Unido y Ale­mania juntos) es porque este pueblo carece "ya" de imagina­ción, detesta la belleza al natural y huye del es­fuerzo verda­dero y del riesgo que justifican en el sistema capitalista la ac­tividad individual empresarial. No hay más que echar un vis­tazo. No sólo a Marbella donde no queda ni un metro por construir y ahora las medidas que se tomen son ya super­fluas, sino véase Madrid...

Por más que lo de Marbella sea el colmo y punta de ice­berg, en España se llama "iniciativa privada" a lo que no es más que un cebarse en el expolio cobarde del paraje y en el robo miserable y silencioso que hay en toda especulación cu­yas consecuencias pagan siempre los más desfavoreci­dos. En todo lo que no sea eso se desdeña, por exiguo, el benefi­cio. Es mil veces más fácil y rentable una recalifica­ción desde la poltrona de un barroco despacho municipal, que calentarse la cabeza con iniciativas inseguras. Y eso que pese a que el capitalismo, los capitalistas y los empre­sarios señorones tra­tan de justificar éticamente sus ganan­cias en el riesgo. ¿Qué riesgo?

Marbella, la costa andaluza, murciana, valenciana, Madrid, su sierra, los pocos humedales que quedan; todo está inva­dido por el cemento.

Aquí, en España, ¿qué empresario que defiende de boqui­lla la libertad de mercado arriesga? ¿Quién pierde... salvo el medio ambiente, la fauna, la flora, los bosques, los ríos, los ecosistemas, el litoral y la pesca. Aquí, quien pierde es por­que no construye o porque, como a los de Marbella, des­pués de 15 años de robar, les sale la torta un pan. En Es­paña el cemento, el alquitrán, las tuneladoras y las caterpi­llar, por di­versos conductos y en diferentes grados, están enloque­ciendo al país entero.

España será el primer país de Europa que, antes que por una bomba de neutrones, quedará sepultada por el cemento y el asfalto con millones de pisos vacíos al fondo de la sima.

Aunque el modelo capitalista es de por sí un caldo de cul­tivo, todavía hay clases. Y España sigue siendo el paraíso del soborno, del cohecho, de la prevaricación, de los delitos ecológicos, de los chanchullos, de las trapisondas, de la ma­nipulación y de la mentira.

Datos para los amantes de los datos:

- Existen en Madrid más de 300.000 viviendas vacias.

- El 70% de las grandes fortunas se encuentran actual­mente invertidas en el negocio del ladrillo.

- España consume el doble de cemento que Alemania.

- El suelo de la Región de Madrid, edificado entre 1990 y 2000, aumento en un 49,2%.

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¿Semejante práctica tan extendida es sólo de delincuencia ur­banística o estamos ante un “estilo de vida”, un talante na­cional en toda re­gla?

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