12 abril 2006

Confesión o del por qué de muchas cosas

Ya sé que naturalmente mi vida ha de importar un bledo. Pero no hablo de ella para lucirme, ni para lamentarme, ni para contarla. Sólo unos apuntes para ordenar un poco aquí mis ideas sobre ella, y ver mis reflexiones sobre mí mismo en un cuaderno biográfico pintoresco; pintoresco, por ser éste un variopinto y animado sitio...

Entre los ciudadanos de un país, tenga el régimen que tenga, pueden establecerse muchas clasificaciones. Por ejemplo, ricos y pobres, inteligentes y necios, honestos y sinvergüenzas, egoístas y solidarios, de conciencia social y superindividualistas, progresistas y reaccionarios... Pero a los efectos que deseo destacar, sólo me interesa ahora señalar que por un lado están los adinerados y los que tienen influencias, por otro los que no teniendo dinero tienen influencias, y por último, los que no tienen ni dinero ni influencias.

Digamos que desde mi juventud, en tiempos del franquismo, siempre tuve yo un pasar familiar y personal en lo material, más tarde un estatuto de cierto "poder" personal o delegado, y posibilidades de beneficiarme en ciertos aspectos del poder efectivo. Pero jamás -y eso lo saben quienes me conocen bien- recurrí al "poder" instituído o a influencias para solventar mis enfrentamientos, bastante frecuentes por cierto, con el mismísimo poder. No recurrí ni al que yo podía tener, ni al prestado cuando el protagonista del litigio era yo mismo. Con 30, con 40, con 50, con 60 y con los años que tengo ahora, siempre me las he visto tiesas con los poderosos a cuerpo limpio, sin "darme a conocer" cuando me las veía con terceros y sin invocar prerrogativas que tuve sin pedirlas. Puedo decir con orgullo que en mis contenciosos personales frente a guardias, policías, instituciones, jueces, empresas y empresarios de postín... nunca he recurrido a la posible ventaja social, ni a las propias de la clase media acomodada ni tampoco a la institucional. Siempre me he conducido como si fuera el último ciudadano del reino.

Para algunos esto era masoquismo, para otros quizá simple honestidad. Para mí, sencillamente fidelidad a mis principios de cuna, de educación espartana pero civil aunque también ahormada por mi propia autoeducación personal. Quizá influyera en mí un pasaje que me dejó huella de la lectura de uno de los ensayos de Montesquieu que me apasionaba. Decía poco más o menos así: "Y entonces, por la puerta del Senado salió un senador dando saltos de alegría porque había sido elegido en su lugar otro ciudadano con más merecimientos que él". ¿Hasta este punto una lectura, una idea, pueden conformar el espíritu? No lo sé. El caso es que desde entonces creo que siempre trato más que de lucir la mía, encontrar inteligencias que la superen en hondura, en sensibilidad y en magnanimidad. Y tengo que decir, para mi consternación y pese a no tener a la mía por ser de muy altos vuelos, que no acabo de encontrar más que mucho artista de la palabra y de la escritura. Pero muy pocos talentos, ningún escritor genial, y si se me apura, aún menos mentes y espíritus a la altura de la normalidad siendo como sabemos que el sentido común es lo que menos abunda. Pero lo que sí extraje de todo ese currículum es cómo se siente el débil y cómo puede llegar a sufrir el que está falto de apoyo, de influencias y hasta de consuelo... No fue consecuencia de una formación/deformación religiosa. En todo caso pudo ser efecto de una formación absolutamente clásica.

Por eso cuando escribo sobre injusticias, protesto y maldigo los efectos del poder y a los que lo descargan sobre otros, sé de lo que hablo: todo el que no tiene dinero o a alguien influyente detrás, ya puede despedirse de que se haga justicia con él y con su causa. Sea ordinaria, sea administrativa, sea institucional, sea interpersonal, sea laboral... está perdido. Con Franco, pero también después del tirano. Hay que tener en cuenta que en la dictadura todo aquél que no se metía en política (Franco al parecer solía decir: "haga como yo, no se meta en política"), en el periodo intermedio al menos, no tenía mucho que temer salvo que fuese gitano o tuviese que ver con el maquis o perteneciese a estirpes de republicanos o de "rojos".

Yo no me metí en política porque soy epicúreo y me asquea. Pero sí tercié a menudo en situaciones de flagrante injusticia social frente a poderosos, de las que por cierto -noblesse oblige- no salí mal parado pese a hacerlo a pecho descubierto. Mi talante quijotesco o renacentista –ése que lo mismo coge la pluma que la espada- siempre estuvo por encima de cualquier otro rasgo personal y habilidad.

Que el que no tiene dinero ni influencia no es "nadie en esta vida", lo sabe todo el mundo. Pero no todo el mundo se comporta así, casi como un héroe de pacotilla a lo largo de la suya y en medio de caimanes. Lo que sé, lo sé por experiencia propia y por haberlo sufrido en mis propias carnes. Me interesaban de mi desamparado proceder mucho más las consecuencias antropológicas y sociológicas.Tanto en la oprobiosa como ya en la democracia siempre actué y actúo como ciudadano del montón. Y ello aunque a veces -si bien nunca he dado con mis huesos en la cárcel pero sí en prisiones militares como miembro entonces de la milicia universitaria- me ha costado muy caro. Bien fuera económica, emocional o moralmente.

Siempre ha primado mi espíritu libertario por encima de la debilidad de acogerme cobardemente a eventuales proteccionismos y ventajas. De haberme dejado llevar por esas debilidades, aún estaría pendiente de saber, salvo por boca de otros, lo que sucede en dramáticas circunstancias a otros, o sólo lo sabría a través de mi experiencia profesional como abogado. Me interesaba, y me interesa, saber más qué pasaba y qué le pasa a un perro en una sociedad organizada y mangoneada indefectiblemente en España por hienas, que librarme de las dentelladas de las hienas. Y más las experiencias antropológicas que las que aporta la siempre sospechosa abogacía que dejé pronto de ejercer pese a que mi padre fue ilustre abogado, antes había sido encarcelado por estar en el gobierno republicano y tuvo que cursar doblemente la carrera porque no le sirvió la licenciatura obtenida en la República. Mi madre, pese (o quizá por eso mismo) a pertenecer por sangre a la alta burguesía, estar emparentada con arquitectos, literatos, catedráticos, farmacéuticos de Palacio, etc., también tenía preferencias por la república. Quizá, de aquí, de casta le viene al galgo...

Fue, y es, un asunto casi científico, de etólogo. Fui, soy, como el dios Proteo, con dos caras. Pero una de ellas, la del ciudadano corriente y moliente que también naturalmente soy, es la que siempre muestro a desconocidos. Pero tampoco vivo en absoluto resentido por mis derrotas personales. Las asumí siempre en cada caso como consecuencia de un efecto redentor. Mejor dicho, vivo resentido, sí, pero por las horribles experiencias que sufre y estará ahora sufriendo el "otro" ser humano, mi hermano desconocido, anónimo que no conozco pero al que me siento enlazado honda y sentimentalmente. Es su papel lo que asumí por voluntad propia. Soy como un Cristo martirizado por sus propios semejantes, pero sin aclamaciones ni palmas en un Domingo de Ramos. Pero no porque tuviese vocación de mártir ni espíritu imitador del misterioso comportamiento de este profeta que preside todo lo bueno pero también la conducta de buen número de pervertidos y déspotas de la civilización occidental... sino sólo por lo dicho, por mi carácter, mi reflexión y por mi espíritu indagador.

Es por esto por lo que no creo nunca exagerar cuando maldigo al poder, sobre todo el poder directo casi siempre torcidamente ejercido entre nosotros. Un poder que, en las relaciones interpersonales, en las relaciones de sus servidores con los administrados a escala nacional o local, en las relaciones de empresarios y empresas con sus sus empleados, muy raras veces es impecable y ni siquiera simplemente correcto. Y si lo es y en la medida que lo sea, suele ser porque a la fuerza ahorcan. Este país, en sus capas altas, sigue teniendo mucho más de primitivo que de ático. Sea como fuere, mis estudios de antropología filosófica valen, para mí, más que toda la biblioteca vaticana entera...

Para entender a fondo lo que digo, el que todavía no ha sufrido un revés serio, no tiene más que esperar a que le toque el turno. Sólo falta que se encuentre en la ocasión que sea en tensión con el poder o con un personaje potente que se interponga. Porque el que esté atento o se dedique a eludir constantemente riesgos, dedicando obsequiosidades a policías o guardias, zalemas a los funcionarios, sobornos a los que cumplen un deber ¿qué clase de vida en libertad es ésa que merezca llamarse libre? En algunas zonas de España esto se entiende muy bien, y por eso suele pasar lo que secularmente pasa y no deja en el fondo nunca de ocurrir... Sólo el Estado Federal terminará con muchas de las lacras caracteriológicas de tan heterogéneos pueblos que configuran a este país.

Lo que sí he aprendido como una ley universal asequible a cualquiera, es que los pueblos al final tienen lo que se merecen en función de lo que entienden por dignidad personal y colectiva, y también lo que les cuadra por su mayor o menor propensión a someterse a los más fuertes o a resistirles. Y creo que en estos tiempos la mayor parte de España, pese a tanto ruido de sable por todas partes y por diversos motivos, está dormida o entontencida con cachivaches y oropel. Oropel que, como los antiguos emperadores romanos con sus panem et circenses, los círculos mediáticos desde sus púlpitos y los poderes comerciales desde los suyos, ponen al alcance de cualquiera para seguir unos pontificando en lugar de las monsergas del antiguo clero, y los otros para seguir saqueando a este país. Teniendo ambos en común que lo hacen sin miramientos, sin escrúpulos y sin respeto ni por la ciudadanía ni por la democracia de la que tanto gallean.

Por cierto, ¿dónde están los intelectuales que no contemporizan con toda clase de poderes empezando por el poder editorial?

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