El otro día decía que a España no ha llegado aún la democracia. Me refiero naturalmente a la democracia equilibrada y rectamente entendida; no como simulación, no como cambalache, no como componenda sociopolítica. De estas hay muchas, y la primera que la degrada, la que envuelve actualmente al imperio.
¿Acaso no es tan lamentable como digno de celebrarse al igual que la conquista de una copa de Europa futbolera, haber tenido que esperar treinta años después de instaurada a que apareciese un solo juez aguerrido, valiente, honesto y casi temerario, como el titular del Juzgado nº 5 de Marbella, para dar un tirón de la democracia? ¿No es esto una señal de que hasta ahora lo que a bombo y platillo reemplazó a la dictadura, venía repugnantemente lastrado por la corrupción económica pero también por la institucional que contemporizaba con ella hasta extremos estomacantes?
Si a eso añadimos la fuerza irresistible de los medios, la inercia del dejarse unos y otros llevarse por la fuerza del Poder, de los poderosos, de los cínicos, de las fortunas, de los empresarios y empresas irreductibles, de una oposición que parece salida de un país caribeño -con perdón para los países caribeños- y de una conferencia episcopal todavía arropada por el caudillismo de la oposición, y también por sus propios medios, ¿qué clase de democracia es ésta?
¿Tendremos que esperar a que otro juez y también los Tribunales -pues en las inevitables apelaciones queda por pronunciarse aún la justicia colegiada- se vayan incorporando al sentido general del bien público y del interés común? ¿O se volverá a las andadas después de tanto ruido? ¿no servirá más que para inspirarnos confianza para que todo siga igual?
Que no se ofendan los sempiternos optimistas a prueba de todo. Pero me temo que, pese a que este escándalo puede ser un punto de inflexión en el desarrollo de la democracia española, la idiosincrasia carpetovetónica del camelo, de la tergiversación, de la manipulación, del engaño y de la prepotencia no siga predominando en un país lleno de gente maravillosa pero que eternamente es propiedad fáctica, institucional o virtualmente, de los reales sinvergüenzas. Ojalá me equivoque y mis temores no sean más que los propios de todo perro escaldado...
¿Acaso no es tan lamentable como digno de celebrarse al igual que la conquista de una copa de Europa futbolera, haber tenido que esperar treinta años después de instaurada a que apareciese un solo juez aguerrido, valiente, honesto y casi temerario, como el titular del Juzgado nº 5 de Marbella, para dar un tirón de la democracia? ¿No es esto una señal de que hasta ahora lo que a bombo y platillo reemplazó a la dictadura, venía repugnantemente lastrado por la corrupción económica pero también por la institucional que contemporizaba con ella hasta extremos estomacantes?
Si a eso añadimos la fuerza irresistible de los medios, la inercia del dejarse unos y otros llevarse por la fuerza del Poder, de los poderosos, de los cínicos, de las fortunas, de los empresarios y empresas irreductibles, de una oposición que parece salida de un país caribeño -con perdón para los países caribeños- y de una conferencia episcopal todavía arropada por el caudillismo de la oposición, y también por sus propios medios, ¿qué clase de democracia es ésta?
¿Tendremos que esperar a que otro juez y también los Tribunales -pues en las inevitables apelaciones queda por pronunciarse aún la justicia colegiada- se vayan incorporando al sentido general del bien público y del interés común? ¿O se volverá a las andadas después de tanto ruido? ¿no servirá más que para inspirarnos confianza para que todo siga igual?
Que no se ofendan los sempiternos optimistas a prueba de todo. Pero me temo que, pese a que este escándalo puede ser un punto de inflexión en el desarrollo de la democracia española, la idiosincrasia carpetovetónica del camelo, de la tergiversación, de la manipulación, del engaño y de la prepotencia no siga predominando en un país lleno de gente maravillosa pero que eternamente es propiedad fáctica, institucional o virtualmente, de los reales sinvergüenzas. Ojalá me equivoque y mis temores no sean más que los propios de todo perro escaldado...
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