06 abril 2006

A España no llegó la democracia, bis

El otro día decía que a España no ha llegado aún la de­mocracia. Me refiero naturalmente a la democracia equili­brada y rectamente entendida; no como simulación, no como cambalache, no como componenda sociopolítica. De estas hay muchas, y la primera que la degrada, la que en­vuelve actualmente al imperio.

¿Acaso no es tan lamentable como digno de celebrarse al igual que la conquista de una copa de Europa futbolera, haber tenido que esperar treinta años después de instau­rada a que apareciese un solo juez aguerrido, va­liente, honesto y casi temerario, como el titular del Ju­zgado nº 5 de Marbella, para dar un tirón de la democracia? ¿No es esto una señal de que hasta ahora lo que a bombo y plati­llo re­emplazó a la dic­tadura, venía repugnantemente las­trado por la corrupción económica pero también por la insti­tucional que contempori­zaba con ella hasta extremos esto­macan­tes?

Si a eso añadimos la fuerza irresistible de los medios, la inercia del dejarse unos y otros llevarse por la fuerza del Poder, de los poderosos, de los cínicos, de las fortunas, de los empresarios y empresas irreductibles, de una oposición que parece salida de un país caribeño -con perdón para los países caribeños- y de una conferencia episcopal todavía arropada por el caudi­llismo de la oposi­ción, y también por sus propios medios, ¿qué clase de de­mocracia es ésta?

¿Tendremos que esperar a que otro juez y también los Tribunales -pues en las inevitables apelaciones queda por pronunciarse aún la justicia cole­giada- se vayan incorpo­rando al sentido gene­ral del bien público y del interés co­mún? ¿O se volverá a las andadas después de tanto ruido? ¿no servirá más que para inspirarnos confianza para que todo siga igual?
Que no se ofendan los sempiternos optimistas a prueba de todo. Pero me temo que, pese a que este escándalo puede ser un punto de inflexión en el desarrollo de la demo­cracia española, la idiosincrasia carpetovetónica del camelo, de la tergiver­sación, de la manipulación, del engaño y de la pre­potencia no siga predominando en un país lleno de gente maravillosa pero que eternamente es propiedad fáctica, ins­titu­cional o virtua­lmente, de los reales sinvergüen­zas. Ojalá me equivoque y mis temores no sean más que los propios de todo perro escaldado...

No hay comentarios: