17 abril 2006

Vida exterior y vida interior

No quisiera que estas reflexiones parecieran ñoñas, cursis, como se decía antes, o sensibleras. Se trata de resaltar y colaborar a rescatar un poco la vida emocio­nal a la vivida demasiado sensorialmente. Sólo eso...

La vida interior es un lujo cuyas delicias no son muy co­no­cidas. Son extraordinarias, pues no pueden vivirla dos ex­tensos colectivos que en el mundo van en direc­cio­nes opuestas: los que viven afana­dos por po­seer, y los que to­das sus energías han de destinarlas a so­bre­vivir.

La vida interior en realidad casi sólo está al alcance de los so­cialmente mediocres. Pero es una magra compensa­ción. Sólo viviendo con los recursos justos o no usán­dolos si se tienen más de los necesarios por azar, la vida in­terior fluye.

Sin embargo vida interior no significa vida solitaria, ni que sea nece­sario apartarse para disfrutarla. Todo lo con­trario. La vida in­terior emana del equilibrio, de la con­cien­cia tran­quila, del senti­miento y del pensamiento. Precisamente de lo que los factores socio­comerciales de hoy día tratan por to­dos los medios de pri­varnos.

Es, como diría un santurrón de los de an­tes, una gra­cia muy poco valorada. Ni si­quiera, por lo que puedo ob­servar por ahí, se prodiga entre los que es­tán al frente de las igle­sias. El cura ahora es por encima de todo em­presario. El ultraliberalismo está alcan­zando también a las parro­quias.

El caso es que la abun­dancia y el ac­ceso a la abun­dan­cia en los países que existe porque la pagan otros, malogra una buena parte del posibilidades del verda­dero vivir; esto es, de la ple­ni­tud...

Cada cual busca la forma de tenerse en pie. Yo, ni vivo en la abundancia, ni la deseo. Es más, lucho en cierto modo co­ntra ella por parecerme la principal ene­miga de la se­renidad y de la vida interior. La serenidad, otro concepto que ha perdido significado como tantos de la filosofía clásica. Pero es que tampoco me interesa el éxito aunque estuviera a mi alcance. Deseo profun­damente vivir en paz, y si la estrechez enrabieta, los excesos conturban. Por desear tanto la paz y buscarla sin ser precisamente amante de la pacificación frente a tanto abuso, por encima de todo detesto el de­bate inútil y las refriegas que no conducen a ninguna parte. Desde un punto de vista psicológico y espiritual detesto el de­bate, porque si gano tengo la sen­sación de que mi inte­ligen­cia ha "abusado" de la supuesta "inferior" del otro, y si pierdo me consterna no haber sido capaz de tener en cuenta “ese” argu­mento conclu­yente con el que el opo­nente me derrota. Amo por encima de todo la suge­rencia y me vengo nutriendo de por vida de sugeren­cias... Ofreciendo sugerencias y aceptándolas, no es posible tambalearse. Pero no me gusta competir, más que en el de­porte y además el individual.

Eso de que "la vida es milicia sobre la tierra", tópico no sé si opusdeísta; que la lucha da vigor; que sólo los que pe­lean y saben pelear son los que triunfan (¿en qué?), que “trabajar duro”, como dicen los americanos, es ga­rantía de éxito... etc. es parte de lo que trae los princi­pa­les males a la sociedad en su conjunto aunque tantos finjan que teniendo fama o dinero son feli­ces. Me re­fiero a ésos que para sentir ilusoria fe­lici­dad siempre necesitan a alguien a su lado para compararse desde su pro­montorio con él; para echarle en cara, sin decír­selo, que se tienen por más in­teli­gen­ten y más capa­ces; ésos que sólo gracias a sus artifi­ciosi­dades pue­den olvidar que en el fondo son real­mente desgra­cia­dos. Y también a ésos que, cuando se han de­tenido en su vértigo por cualquier causa, se dan cuenta de que en reali­dad ni viven ni han vi­vido.

Vivir hacia fuera es sólo existir. Y cada vez son más los que se vedan la vida verdadera, la vida interna, por temerla y porque se temen porque sienten horror al va­cío que llevan dentro. Y en­ferman y mueren sin haber vivido propiamente en el sen­tido heideggeriano del mi­nuto implaca­ble de se­senta se­gundos...

China se las ve y se las desea para detener el virus in­fec­cioso del capitalismo que está penetrando en el sis­tema sin apenas poder evitarlo. Sus vallas publicita­rias, periódicos y paredes de colegios y fábricas están ocupa­das por ocho mandamientos o aforismos que in­tentan recuperar la morali­dad perdida por los excesos que ha provocado el acelerado desarrollo económico que vive China. En el fondo, intentan rescatar la vida interior. Por­que China ya se ve, como la Unión Sovié­tica, fago­citada por la putrefacción capitalista...

La civilización actual se caracteriza por muchas co­sas. Pero hay una significativamente destructora: está destrozando la vida interior, dando im­portancia sólo a la vida ex­terna, plástica, mate­rial, sensorial, visual pero no a la natu­ral. Así es cómo el ser humano está destru­yendo acelerada­mente la bios­fera, y se está destru­yendo a sí mismo tanto como miembro de su especie como indivi­duo a secas.

Sí, sí, ya sé que han desaparecido el comunismo, el socialismo real y hasta el socialismo democrá­tico que, estoy convencido, serían la única receta posi­ble para sacar del marasmo a los pueblos, a las na­ciones y ya hasta el mismo planeta como centro de vida.
Ya sé también que nociones que fueron subli­mes, como abne­gación, compasión, fideli­dad, solidari­dad, bon­dad o amor no físico están en decadencia. Pero pese a que hoy día todo se concita para “sacar” al mundo hacia fuera y para sofocar todo atisbo de colec­tivismo redentor, al menos nos queda el consuelo de que nunca desaparecerá el empeño en causas que nos parecen nobles. Ni tampoco, aunque apenas consiga­mos un pálido re­flejo, el anhelo de felicidad. Y éste an­helo sólo puede hallarse en la vida in­terior. Porque hay algo que jamás perecerá, que ni siquiera caerá en de­caden­cia. Y son las ideas, que pue­den más que los hom­bres, pues mientras los hom­bres mueren, las ideas y tam­bién los senti­mientos profundos son inmor­ta­les...

12 abril 2006

Confesión o del por qué de muchas cosas

Ya sé que naturalmente mi vida ha de importar un bledo. Pero no hablo de ella para lucirme, ni para lamentarme, ni para contarla. Sólo unos apuntes para ordenar un poco aquí mis ideas sobre ella, y ver mis reflexiones sobre mí mismo en un cuaderno biográfico pintoresco; pintoresco, por ser éste un variopinto y animado sitio...

Entre los ciudadanos de un país, tenga el régimen que tenga, pueden establecerse muchas clasificaciones. Por ejemplo, ricos y pobres, inteligentes y necios, honestos y sinvergüenzas, egoístas y solidarios, de conciencia social y superindividualistas, progresistas y reaccionarios... Pero a los efectos que deseo destacar, sólo me interesa ahora señalar que por un lado están los adinerados y los que tienen influencias, por otro los que no teniendo dinero tienen influencias, y por último, los que no tienen ni dinero ni influencias.

Digamos que desde mi juventud, en tiempos del franquismo, siempre tuve yo un pasar familiar y personal en lo material, más tarde un estatuto de cierto "poder" personal o delegado, y posibilidades de beneficiarme en ciertos aspectos del poder efectivo. Pero jamás -y eso lo saben quienes me conocen bien- recurrí al "poder" instituído o a influencias para solventar mis enfrentamientos, bastante frecuentes por cierto, con el mismísimo poder. No recurrí ni al que yo podía tener, ni al prestado cuando el protagonista del litigio era yo mismo. Con 30, con 40, con 50, con 60 y con los años que tengo ahora, siempre me las he visto tiesas con los poderosos a cuerpo limpio, sin "darme a conocer" cuando me las veía con terceros y sin invocar prerrogativas que tuve sin pedirlas. Puedo decir con orgullo que en mis contenciosos personales frente a guardias, policías, instituciones, jueces, empresas y empresarios de postín... nunca he recurrido a la posible ventaja social, ni a las propias de la clase media acomodada ni tampoco a la institucional. Siempre me he conducido como si fuera el último ciudadano del reino.

Para algunos esto era masoquismo, para otros quizá simple honestidad. Para mí, sencillamente fidelidad a mis principios de cuna, de educación espartana pero civil aunque también ahormada por mi propia autoeducación personal. Quizá influyera en mí un pasaje que me dejó huella de la lectura de uno de los ensayos de Montesquieu que me apasionaba. Decía poco más o menos así: "Y entonces, por la puerta del Senado salió un senador dando saltos de alegría porque había sido elegido en su lugar otro ciudadano con más merecimientos que él". ¿Hasta este punto una lectura, una idea, pueden conformar el espíritu? No lo sé. El caso es que desde entonces creo que siempre trato más que de lucir la mía, encontrar inteligencias que la superen en hondura, en sensibilidad y en magnanimidad. Y tengo que decir, para mi consternación y pese a no tener a la mía por ser de muy altos vuelos, que no acabo de encontrar más que mucho artista de la palabra y de la escritura. Pero muy pocos talentos, ningún escritor genial, y si se me apura, aún menos mentes y espíritus a la altura de la normalidad siendo como sabemos que el sentido común es lo que menos abunda. Pero lo que sí extraje de todo ese currículum es cómo se siente el débil y cómo puede llegar a sufrir el que está falto de apoyo, de influencias y hasta de consuelo... No fue consecuencia de una formación/deformación religiosa. En todo caso pudo ser efecto de una formación absolutamente clásica.

Por eso cuando escribo sobre injusticias, protesto y maldigo los efectos del poder y a los que lo descargan sobre otros, sé de lo que hablo: todo el que no tiene dinero o a alguien influyente detrás, ya puede despedirse de que se haga justicia con él y con su causa. Sea ordinaria, sea administrativa, sea institucional, sea interpersonal, sea laboral... está perdido. Con Franco, pero también después del tirano. Hay que tener en cuenta que en la dictadura todo aquél que no se metía en política (Franco al parecer solía decir: "haga como yo, no se meta en política"), en el periodo intermedio al menos, no tenía mucho que temer salvo que fuese gitano o tuviese que ver con el maquis o perteneciese a estirpes de republicanos o de "rojos".

Yo no me metí en política porque soy epicúreo y me asquea. Pero sí tercié a menudo en situaciones de flagrante injusticia social frente a poderosos, de las que por cierto -noblesse oblige- no salí mal parado pese a hacerlo a pecho descubierto. Mi talante quijotesco o renacentista –ése que lo mismo coge la pluma que la espada- siempre estuvo por encima de cualquier otro rasgo personal y habilidad.

Que el que no tiene dinero ni influencia no es "nadie en esta vida", lo sabe todo el mundo. Pero no todo el mundo se comporta así, casi como un héroe de pacotilla a lo largo de la suya y en medio de caimanes. Lo que sé, lo sé por experiencia propia y por haberlo sufrido en mis propias carnes. Me interesaban de mi desamparado proceder mucho más las consecuencias antropológicas y sociológicas.Tanto en la oprobiosa como ya en la democracia siempre actué y actúo como ciudadano del montón. Y ello aunque a veces -si bien nunca he dado con mis huesos en la cárcel pero sí en prisiones militares como miembro entonces de la milicia universitaria- me ha costado muy caro. Bien fuera económica, emocional o moralmente.

Siempre ha primado mi espíritu libertario por encima de la debilidad de acogerme cobardemente a eventuales proteccionismos y ventajas. De haberme dejado llevar por esas debilidades, aún estaría pendiente de saber, salvo por boca de otros, lo que sucede en dramáticas circunstancias a otros, o sólo lo sabría a través de mi experiencia profesional como abogado. Me interesaba, y me interesa, saber más qué pasaba y qué le pasa a un perro en una sociedad organizada y mangoneada indefectiblemente en España por hienas, que librarme de las dentelladas de las hienas. Y más las experiencias antropológicas que las que aporta la siempre sospechosa abogacía que dejé pronto de ejercer pese a que mi padre fue ilustre abogado, antes había sido encarcelado por estar en el gobierno republicano y tuvo que cursar doblemente la carrera porque no le sirvió la licenciatura obtenida en la República. Mi madre, pese (o quizá por eso mismo) a pertenecer por sangre a la alta burguesía, estar emparentada con arquitectos, literatos, catedráticos, farmacéuticos de Palacio, etc., también tenía preferencias por la república. Quizá, de aquí, de casta le viene al galgo...

Fue, y es, un asunto casi científico, de etólogo. Fui, soy, como el dios Proteo, con dos caras. Pero una de ellas, la del ciudadano corriente y moliente que también naturalmente soy, es la que siempre muestro a desconocidos. Pero tampoco vivo en absoluto resentido por mis derrotas personales. Las asumí siempre en cada caso como consecuencia de un efecto redentor. Mejor dicho, vivo resentido, sí, pero por las horribles experiencias que sufre y estará ahora sufriendo el "otro" ser humano, mi hermano desconocido, anónimo que no conozco pero al que me siento enlazado honda y sentimentalmente. Es su papel lo que asumí por voluntad propia. Soy como un Cristo martirizado por sus propios semejantes, pero sin aclamaciones ni palmas en un Domingo de Ramos. Pero no porque tuviese vocación de mártir ni espíritu imitador del misterioso comportamiento de este profeta que preside todo lo bueno pero también la conducta de buen número de pervertidos y déspotas de la civilización occidental... sino sólo por lo dicho, por mi carácter, mi reflexión y por mi espíritu indagador.

Es por esto por lo que no creo nunca exagerar cuando maldigo al poder, sobre todo el poder directo casi siempre torcidamente ejercido entre nosotros. Un poder que, en las relaciones interpersonales, en las relaciones de sus servidores con los administrados a escala nacional o local, en las relaciones de empresarios y empresas con sus sus empleados, muy raras veces es impecable y ni siquiera simplemente correcto. Y si lo es y en la medida que lo sea, suele ser porque a la fuerza ahorcan. Este país, en sus capas altas, sigue teniendo mucho más de primitivo que de ático. Sea como fuere, mis estudios de antropología filosófica valen, para mí, más que toda la biblioteca vaticana entera...

Para entender a fondo lo que digo, el que todavía no ha sufrido un revés serio, no tiene más que esperar a que le toque el turno. Sólo falta que se encuentre en la ocasión que sea en tensión con el poder o con un personaje potente que se interponga. Porque el que esté atento o se dedique a eludir constantemente riesgos, dedicando obsequiosidades a policías o guardias, zalemas a los funcionarios, sobornos a los que cumplen un deber ¿qué clase de vida en libertad es ésa que merezca llamarse libre? En algunas zonas de España esto se entiende muy bien, y por eso suele pasar lo que secularmente pasa y no deja en el fondo nunca de ocurrir... Sólo el Estado Federal terminará con muchas de las lacras caracteriológicas de tan heterogéneos pueblos que configuran a este país.

Lo que sí he aprendido como una ley universal asequible a cualquiera, es que los pueblos al final tienen lo que se merecen en función de lo que entienden por dignidad personal y colectiva, y también lo que les cuadra por su mayor o menor propensión a someterse a los más fuertes o a resistirles. Y creo que en estos tiempos la mayor parte de España, pese a tanto ruido de sable por todas partes y por diversos motivos, está dormida o entontencida con cachivaches y oropel. Oropel que, como los antiguos emperadores romanos con sus panem et circenses, los círculos mediáticos desde sus púlpitos y los poderes comerciales desde los suyos, ponen al alcance de cualquiera para seguir unos pontificando en lugar de las monsergas del antiguo clero, y los otros para seguir saqueando a este país. Teniendo ambos en común que lo hacen sin miramientos, sin escrúpulos y sin respeto ni por la ciudadanía ni por la democracia de la que tanto gallean.

Por cierto, ¿dónde están los intelectuales que no contemporizan con toda clase de poderes empezando por el poder editorial?

09 abril 2006

El mal del cemento

En este país hay una práctica oficial, más aparatosa que ne­cesaria, de alertarnos constantemente sobre cualquier cosa: tempestades y huracanes que luego no aparecen, terro­rismos que no podemos evitar, supuestas epidemias que sólo los cir­cuitos alimenticios sanitarios pueden controlar. Es decir, nos alertan sobre lo que nada puede hacer el ciuda­dano de la calle.

Sin embargo ni las autoridades sanitarias, económicas, sin­di­cales o la CEOE, ni los psicólogos ni los psiquiatras de­tec­tan o alertan sobre lo que bien podría llamarse el "mal del ce­mento" que se extiende como una grave epidemia y hace más daño que el alochol o el botellón. En esto sí sería eficaz un gráfico diario televi­sivo sobre el avance de un mal que en España lleva camino de sepultarla. Una alerta diaria, con un gráfico ilustrativo, sobre el progreso del cemento y el asfalto, sobre el peligro traicio­nero de la construcción infame, superflua y devasta­dora por toda la geografía ibérica y principalmente en su costa, sí sería una fenomenal medida preventiva frente a semejante plaga y frente a sus contaminadores: "hoy, tantas toneladas de ce­mento y tantos metros cúbicos de alquitrán. Fulano, zutano, esta o la otra empresa van a la cabeza..."

Pero descuidemos, no se hará...

Todo lo ocurrido en Marbella y lo que queda por ocurrir es para reflexionar, y mucho. No es sólo un caso de corrupción aislada. Ni siquiera zonal. Es un modo de ser. Como lo es “lo mafioso” en parte de Italia, el apego al rifle en Estados Uni­dos o el gusto por la truculencia en la criminología in­glesa.

El caso es que la construcción sin miramientos ni distin­ción, incesante, mastodóntica y abigarrada está convirtiendo urba­nísticamente hablando a la mayor parte de España en un adefesio, en el país más horripilante del mundo. Si no lo es ya. Eso, con independencia de la corrupción, de la ra­piña, de la malversación y de la cutrez asociadas.

Esto de la construcción febril, frenética, sin fin y sin fondo, pública y privada en ámbitos en que cada vez se confunde más lo público y lo privado, creo que es un buen material de estudio para la psicología social de esta generación, hoy, ahora y aquí. Esta compulsión está calando insidiosamente en el talante empresarial -si es que no llovía sobre mojado-, pues “el abuso” y especialmente el urbanístico y contra el medio ambiente no se perciben como delito, sino casi como una "trave­sura". El abuso social y de clase está en los intersi­cios ca­rac­teriológicos de lo español. Y en las clases, hoy, hay gran mo­vilidad aunque al rico siga sucediendo el rico. El abu­sopri­mero estuvo en la aristocracia, luego en los hacendistas y te­rratenientes, hoy en la plutocracia y en ciertos cuerpos arma­dos que la preservan.

Ya sabemos que es efecto de la posibilidad de ganancia fá­cil y brutal reforzado por la demagogia de dar empleo a bajo precio. Pero aun así resulta llamativo que treinta años des­pués de inaugurado un régimen de libertad para unos cuan­tos tras otro dictatorial, el dinero sólo invierta práctica­mente en construcción. Poco más se conoce de España en el sector industrial. La construcción en sí se ha convertido en una parte gruesa de ese sector, y del de “servicios”. Y además con di­nero anticipado. Porque esa es otra. No es el dinero contante y sonante, sino el crediticio lo que invierte.

Esto pone al descubierto que quien tiene acceso al dinero por relaciones personales o políticas, puede amasar c pa­tri­monios incalculables, pese a que es imposible en poco tiempo si se rinde cuenta al fisco. Y aquí aparece otro rasgo concomitante. Y es que luego el Fisco, en lugar de perseguir con encono a las grandes fortunas a la vista de todos, le es mucho más cómodo atosigar al contribuyente rasposo. Y así todo. En este país Dios los cría y ellos se juntan. Y es por­que cada pueblo tiene las instituciones, los jueces y los ins­pecto­res que se merece. Hay buenas policías en México, pero es tradicional la "mordida". Y aquí si no la mordida, sí el mirar a otra parte, en el más benévolo de los casos, es ya otro de­porte de postín. Y luego dirán que la política depende de la economía. En España desde luego es todo lo contra­rio. Y no me refiero a la política al uso, sino a la política banquera. Por algo en España hay 12 sucursales por cada 10.000 habitan­tes mayores de 16 años, más del doble que en la Unión Eu­ropea...

Porque aunque es cierto que en este maldito sistema el di­nero va allá donde tiene más posibilidad de reproducirse como las esporas, cuando unos pueblos también capitalis­tas no pasan de tasas razonables en el uso del dinero -cre­diticio o no-, en la inversión y en la construcción, y otros no (en Es­paña se construye más que en Francia, Reino Unido y Ale­mania juntos) es porque este pueblo carece "ya" de imagina­ción, detesta la belleza al natural y huye del es­fuerzo verda­dero y del riesgo que justifican en el sistema capitalista la ac­tividad individual empresarial. No hay más que echar un vis­tazo. No sólo a Marbella donde no queda ni un metro por construir y ahora las medidas que se tomen son ya super­fluas, sino véase Madrid...

Por más que lo de Marbella sea el colmo y punta de ice­berg, en España se llama "iniciativa privada" a lo que no es más que un cebarse en el expolio cobarde del paraje y en el robo miserable y silencioso que hay en toda especulación cu­yas consecuencias pagan siempre los más desfavoreci­dos. En todo lo que no sea eso se desdeña, por exiguo, el benefi­cio. Es mil veces más fácil y rentable una recalifica­ción desde la poltrona de un barroco despacho municipal, que calentarse la cabeza con iniciativas inseguras. Y eso que pese a que el capitalismo, los capitalistas y los empre­sarios señorones tra­tan de justificar éticamente sus ganan­cias en el riesgo. ¿Qué riesgo?

Marbella, la costa andaluza, murciana, valenciana, Madrid, su sierra, los pocos humedales que quedan; todo está inva­dido por el cemento.

Aquí, en España, ¿qué empresario que defiende de boqui­lla la libertad de mercado arriesga? ¿Quién pierde... salvo el medio ambiente, la fauna, la flora, los bosques, los ríos, los ecosistemas, el litoral y la pesca. Aquí, quien pierde es por­que no construye o porque, como a los de Marbella, des­pués de 15 años de robar, les sale la torta un pan. En Es­paña el cemento, el alquitrán, las tuneladoras y las caterpi­llar, por di­versos conductos y en diferentes grados, están enloque­ciendo al país entero.

España será el primer país de Europa que, antes que por una bomba de neutrones, quedará sepultada por el cemento y el asfalto con millones de pisos vacíos al fondo de la sima.

Aunque el modelo capitalista es de por sí un caldo de cul­tivo, todavía hay clases. Y España sigue siendo el paraíso del soborno, del cohecho, de la prevaricación, de los delitos ecológicos, de los chanchullos, de las trapisondas, de la ma­nipulación y de la mentira.

Datos para los amantes de los datos:

- Existen en Madrid más de 300.000 viviendas vacias.

- El 70% de las grandes fortunas se encuentran actual­mente invertidas en el negocio del ladrillo.

- España consume el doble de cemento que Alemania.

- El suelo de la Región de Madrid, edificado entre 1990 y 2000, aumento en un 49,2%.

Las 20 noticias más recientes publicadas en El País sobre ilegalidad urbanística:

Medio Ambiente derribará obras ilegales en 13 municipios costeros de Cádiz

Obras Públicas denunciará ante la fiscalía las construccio­nes ilegales en dos municipios de Cádiz

La casa de Piera se derrumbó por obras ilegales, según los técnicos

Obras Públicas paraliza 300 viviendas ilegales en Almería

El Supremo declara ilegales las obras de Mestalla que aprobó el Ayuntamiento

L
a Junta denuncia obras públicas ilegales del Ayuntamiento de Ronda

El paseo marítimo de Torrevieja invade suelo público, según Costas

Málaga concentra la mitad de los municipios que, según la Junta, incumplen la legalidad urbanística

El PSOE plantea la "inmediata demolición" de edificaciones ilegales

Medio Ambiente demolerá las obras que la justicia ilegalice en Marbella

Perforadoras contra limoneros

El TSJ confirma que el hotel Atrium se edificó sin licencia

Los tribunales tardaron ocho años en paralizar una obra con licencia impugnada

Marbella, suma y sigue

Un juez falla que los apartamentos de las cuatro torres del Atrium Beach carecen de cédula de habitabilidad

Un concejal del PP de Nerja tiene una casa sin licencia

El Defensor del Pueblo denuncia la tolerancia infractora en Torrevieja

El alcalde de Bustarviejo niega que sea ilegal una urbaniza­ción que investiga un juez

Un mayúsculo enredo político y urbanístico

El TSJA confirma el derribo de un centro de ocio en El Puerto

A qué seguir...

¿Semejante práctica tan extendida es sólo de delincuencia ur­banística o estamos ante un “estilo de vida”, un talante na­cional en toda re­gla?

06 abril 2006

A España no llegó la democracia, bis

El otro día decía que a España no ha llegado aún la de­mocracia. Me refiero naturalmente a la democracia equili­brada y rectamente entendida; no como simulación, no como cambalache, no como componenda sociopolítica. De estas hay muchas, y la primera que la degrada, la que en­vuelve actualmente al imperio.

¿Acaso no es tan lamentable como digno de celebrarse al igual que la conquista de una copa de Europa futbolera, haber tenido que esperar treinta años después de instau­rada a que apareciese un solo juez aguerrido, va­liente, honesto y casi temerario, como el titular del Ju­zgado nº 5 de Marbella, para dar un tirón de la democracia? ¿No es esto una señal de que hasta ahora lo que a bombo y plati­llo re­emplazó a la dic­tadura, venía repugnantemente las­trado por la corrupción económica pero también por la insti­tucional que contempori­zaba con ella hasta extremos esto­macan­tes?

Si a eso añadimos la fuerza irresistible de los medios, la inercia del dejarse unos y otros llevarse por la fuerza del Poder, de los poderosos, de los cínicos, de las fortunas, de los empresarios y empresas irreductibles, de una oposición que parece salida de un país caribeño -con perdón para los países caribeños- y de una conferencia episcopal todavía arropada por el caudi­llismo de la oposi­ción, y también por sus propios medios, ¿qué clase de de­mocracia es ésta?

¿Tendremos que esperar a que otro juez y también los Tribunales -pues en las inevitables apelaciones queda por pronunciarse aún la justicia cole­giada- se vayan incorpo­rando al sentido gene­ral del bien público y del interés co­mún? ¿O se volverá a las andadas después de tanto ruido? ¿no servirá más que para inspirarnos confianza para que todo siga igual?
Que no se ofendan los sempiternos optimistas a prueba de todo. Pero me temo que, pese a que este escándalo puede ser un punto de inflexión en el desarrollo de la demo­cracia española, la idiosincrasia carpetovetónica del camelo, de la tergiver­sación, de la manipulación, del engaño y de la pre­potencia no siga predominando en un país lleno de gente maravillosa pero que eternamente es propiedad fáctica, ins­titu­cional o virtua­lmente, de los reales sinvergüen­zas. Ojalá me equivoque y mis temores no sean más que los propios de todo perro escaldado...

Razonar en público

Lo último que "debe" hacer quien razona sobre hechos so­ciopolíticos relevantes o depone sobre su comportamiento, es basarse en sus experiencias personales o familiares. Es lo mismo que “yo vivo bien”, pues me las ingeniaré para de­fender a capa y espada el sistema porque me conviene a mí aunque los demás se pudran...

Eso está muy bien para contárselo al psicólogo o al psi­quiatra que le recetará una pastilla para ayudarle a superar el trauma. En último término, para rogar a los demás que sean comprensivos con su debilidad. Pero no para presumir de objetividad, pues es evidente que la nubla.

En esto ocurre como con las ideas y conductas inadmisi­bles de gentes hechas y derechas que sufrieron en su in­fancia malos tratos, en el colegio o de sus padres. En cuanto recurren a ese antecedente personal para justificar su pensamiento y proceder, el razonamiento queda automá­ticamente viciado de un subjetivismo invalidante que sólo sirve a la disculpa. Pretender "tener razón", cuando en prin­cipio ella misma exige objetividad e imparcialidad en lo po­sible, es eso: pretenciosidad. La justicia abstractamente considerada está fundada en la "necesidad" dialéctica de mantenerse en lo posible el juzgador equidistante entre su inclinación inevitable personal y lo que su “sentido común” –y cuanto más universal mejor- le dicta.

Un adulto debe esforzarse en lo posible en evitar vivir es­clavizado por sus persistentes frustraciones, reveses y hue­llas. Sean de su infancia o sobrevenidas después. Un adulto dueño de sí mismo debe saber cómo superarlos. Si no lo hace, no quiere o no lo consigue, allá él. Pero que no vaya a razonar en público. En lugares comunes, foros y tribunas públicas lo último que debe hacer es fundarse en frustracio­nes e infortunios para explicarse y razonar. Si lo hace, sólo encontrará el eco de los mismos que comparten la misma tara con él. Sólo sintonizará con quienes tampoco han sido capaces de superar la prueba. Es decir, con los resentidos. Y el resentimiento, quien lo tiene, ha de sofocarlo si quiere razonar con otros. En dialéctica el razonamiento, aunque tan difícil sea zafarse de “lo personal” o por eso mismo es valioso en la medida que se consiga, aspira a la objetividad y es incompatible con su antónimo.

Precisamente si un país como España no supera sus fan­tasmas que le impiden en muchas cosas avanzar, es porque hay demasiada gente incapaz de hacer tabla rasa con el pasado. Gentes que ni por un momento se han detenido a pensar ¿quién podrá en una guerra civil horrorosa no haber sufrido el horror desde un bando o desde el otro y a veces desde los dos? Pero es que, por idiosincrasia, hay también demasiada gente resentida de por vida en este país porque no sido reconocida socialmente como cree ella se merece.

Pedir a una sociedad en su conjunto objetividad es pedir peras al olmo. Pero el individuo aisladamente considerado tiene el deber kantiano de esforzarse en conseguirlo como un valiosísimo trofeo que, además, sólo él disfrutará.

05 abril 2006

A España no llegó la democracia

Las democracias no se hacen con leyes ni constituciones. Las democracias las hace el pueblo, consensuando. Pero el pueblo, en España, no pinta nada. Es simplemente objeto de manipulación y de comercio. A España no ha llegado la democracia después de haber pasado por una “transición” viciada de consentimiento. Una transición que propició la urgente restauración de la monarquía, porque el protago­nista principal en la sombra, el ejército, seguía profesando adhesión a la voluntad del testador caudillo. Ninguna otra fuerza viva popular o semipopular pudo decir en el año 1978 esta boca es mía. Así se consumó el engaño.

La democracia estadounidense está en su declive total, en su orto de decadencia, aunque algunos allí se han dado cuenta y alarmados quieren detener el proceso. En Europa aún se puede tolerar. Prescindiendo de las sociedades nór­dicas, en Francia, en el Benelux, en Alemania, en Inglaterra e incluso en Italia por más que Berlusconi imite lo peor de la norteamericana y de los neocons es donde, a mi juicio, más pudiera parecerse más a sí misma.

Pero a España no ha llegado la democracia. Que a Es­paña no ha llegado la democracia lo vemos en todas partes. La última prueba está en los sucesos de Marbella, que no son más que la punta del iceberg de una España podrida, sin más imaginación para crear riqueza que la que pueda haber en la devoción por el ladrillo.

Y es que en general la democracia española que, como decía, nació viciada, está infectada de amarillismo y tenden­ciosidad en los medios; de hostilidad, que no rivalidad, en la política; de chanchullo, evasión fiscal y componendas en el mundo de la empresa; de tendencia a la prevaricación y al hacer caso omiso a través del archivo de la denuncia, por parte de los jueces; de la obsesión por la ganancia fácil caiga quien caiga, por parte de todo el que tiene la más mí­nima opor­tunidad; por la voracidad de los bancos y el fo­mento de la hipoteca que encadena a toda una generación, que la inmo­viliza y que la atonta hasta el extremo de inca­pacitarla para reaccionar frente a tanto abuso en todas di­recciones...

Podemos reconocer a los culpables en quienes entonan cantos de alabanza por una democracia teórica que lo es sólo porque no hay un dictador visible (pero sí invisible en forma financiera) y porque lo dice una consti­tución perge­ñada entre unos cuantos, lastrada por lo dicho al principio, incompleta en los aspectos de territorialidad y técnica­mente lamentable vista 30 años después.

Es cierto que una democracia lo es en la medida que todo el mundo se siente “sólo relativamente” satisfecho. Pero re­sulta que hay muchos que se sienten sumamente satisfe­chos y la apuntalan cada día. Son, todos esos que forman parte del poder en cualquiera de sus manifestaciones. Los que forman parte del poder po­lítico, del poder económico y del poder mediático, cada uno con sus respectivos aliados. Estos tres poderes -no nos engañemos- sustituyen a la divi­sión tradicional de los poderes del Estado de Montes­quieu: ejecutivo, legislativo y judicial.

El pueblo, salvo el pueblo lelo por los espejuelos de la so­ciedad de consumo y el ultraacomodado -pero entonces dudo que lo sea-, es imposible que esté siquiera relati­va­mente satisfecho. Está harto. Lo mismo que en las repú­bli­cas del Este europeo que están viendo qué se les avecina con la democracia vestida de cordero.

Bien, pues esto es lo que tenemos: una democracia de papel. Todavía está pendiente de que el pueblo diga, de verdad, su última palabra.

La Iglesia funesta

Toda esa fanfarria puesta en marcha por el portavoz epis­co­pal sobre el embrión humano invocando el "Parirás con dolor" de la Biblia, podría tener algún sentido discursivo so­bre el que se puede o no estar de acuerdo. Se podría discutir, si no fuera porque las acusa­ciones al gobierno actual, ahora de legalizar nuevas for­mas de eugenesia que acompaña a la pro­clama, son recurrentes. Por la acu­sación en sí misma al gobierno, se des­autorizan persistentemente los propios obispos acusado­res. Por defecto de forma se anula­n constantemente muchas de­mandas y apelaciones en el ámbito jurisdiccional... Debi­era te­ner esto en cuenta la Conferencia de los Obispos.

A mí, políticamente, en el fondo me da igual. No estoy con ningún gobierno ni simpatizo con ningún partido en especial. Estoy contra el Poder, contra el que da la cara y con el oculto... Lo que me asquea de esta repulsiva Conferencia Episcopal es esa falta de objetividad y de ecuanimi­dad que la caracterizan; mejor dicho lo que caracterizan a los que inter­namente y "realmente" la go­biernan: Rouco y compañía. Y todo cuando ya llueve sobre mojado en nuestra aversión a tanto y tan secular dislate y daño causados por esa misma Iglesia que la CEE repre­senta en España.

Pues todo esto de la eugenesia y de la clonación viene de lejos. Y entonces ¿por qué cuando gobernaba el partido lla­mado conservador y du­rante ocho larguísimos años no se oyó ni una mosca ale­teando desde la sede episcopal, ni contra el gobierno ni co­ntra nada corpóreo que tuviera que ver con el gobierno? ¿por qué en cambio desde que está el partido so­cialista no cesa en sus acusaciones, ataques y promoción de manifestaciones? Un gobierno, éste, que hasta en las asigna­ciones a ella ha mostrado con la “Iglesia” una generosidad que no merece....

¿Se da o no se da cuenta la necia Conferencia de que el oportunismo y no la oportunidad es lo que maneja obscena y constante­mente? Pues tenga en cuenta que no nos pasa desaperci­bido que el oportunismo y la inoportunidad es lo primero que aprenden a manejar los gobernantes populistas y los presti­digitadores sociales.

La Iglesia católica, pese a que se postule y pase su histo­ria presumiendo de imperecedera, en conjunto va pendiente abajo hace mucho tiempo...

Que hay en su seno, en su nú­cleo y en su periferia, como las hay en toda sociedad humana, fuerzas internas salva­je­mente contra­puestas, lo sabemos. Que la "Iglesia" no es la je­rarquía, lo sa­bemos. Que la religión cumple una función social como la cumple la prostitución, lo sabemos. Que nada tiene que ver la Iglesia católica en Francia o en la misma Italia con la iglesia católica en España, lo sabemos. Sabemos todo eso y mucho más sobre la Igle­sia católica. Y también sabemos, que para adorar a un Dios presunto y para guiarse el ser humano por el camino del bien y del recto pensar y el recto obrar, el ser humano no necesita que le pongan la cabeza como un bombo ni infor­mación religiosa a espuertas que no hace más que embro­llar hasta lo más simple que es el instinto más elemental. Instinto que la iglesia católica se ha pasado la historia no tanto refrenando en los aspectos que puedan per­judicar al individuo y a la sociedad, como bloqueando lo que justamente les une a las "excelencias" de la Naturaleza. Esto es lo que ha venido atrofiando. Sofocándolo hasta el extremo de que el globo, las especies vivientes y la humanidad peli­gran por esa atro­fia del instinto de supervivencia de la espe­cie, a la que ha contribuido la Iglesia católica en connivencia con el protes­tantismo weberiano y el pragmatismo anglo­sajón. Para interpretar tanto las enseñanzas evangélicas –de ahí su grandeza- y para saber leer el instinto natu­ral no se precisan exégetas. Y sin embargo salen los intérpretes como setas. Ninguna otra religión como la cristiana pésima­mente inter­pretada ha hecho, como tal institución, más daño al mundo y a la humanidad.

Con estas cosas la Iglesia y los obispos no contribuyen a suavizar o "civilizar" la costumbres "depravadas" como se su­pone hizo por ejemplo en tiempos del Imperio Romano. Con estas actitudes, después de tanta mon­serga, contradic­ción y traición a las más sencillas enseñanzas evangélicas, las exaspera y las solivianta; fomenta, a través precisamente de la contestación, el librepensamiento y el libre obrar en su di­rección más nefasta.

La CEE es el foco más pernicioso para la propia religión católica que pueda haber ac­tualmente en parte alguna del planeta. Las deserciones, la falta de voca­ciones y la huida lite­ral de la población "re­ligiosa" hacia otras confesiones, en Es­paña y en Latinoamérica la están poniendo al borde del preci­picio. Y esto es consecuen­cia del filisteísmo de la jerarquía, de las Conferencias episco­pales y de la nece­dad de sus extra­viados admi­nistradores apostólicos.

Cuando todos ellos deban rendir cuentas a Cristo de sus in­cesantes disparates, Cristo les dirá: "os habéis pa­sado la his­toria ensordeciendo a los hombres, procurando que los hom­bres no me escuchen a mí ni a mi Padre; dedicándoos exclu­siva, villana y mercantilmente a traficar con mi doc­trina". Y pedirá al Padre que reinvente el In­fierno, exclusi­vamente para ellos.

02 abril 2006

La clase funcionarial

Estamos viendo todos los días hasta dónde llegan las po­ten­cialidades de la libertad en un sistema sociopolítico que la re­ve­rencia. Las cárceles están abarrotadas, pero si se hiciese ver­da­deramente justicia sin esperar a los escánda­los ni a la co­rrup­ción generalizada insoportable, gran parte de los ciu­dada­nos de la sociedad capita­lista debiera estar en presidio. En presidio, bien por los propios pro­nuncia­mientos jurídicos del sistema o porque, entre personas adultas y res­petuosas entre sí, por defini­ción son carcelarios el culto a la personali­dad, el culto al poder y el culto al di­nero...

Vemos la enorme dificultad para contener la compulsión a abusar de la libertad económica principalmente, a sujetarse a la moderación los que debieran y a no ver en "el otro" a un ad­ver­sario, a un enemigo, a una víctima propi­citaria del en­gaño, de la avidez, de la arrogan­cia y de la prepoten­cia. Vemos que muy raro es el que, sin contar con apoyos y con escrúpulo, se sitúa no ya bien en la sociedad, sino en la opulencia. Y más ra­ros aún son los que por vía hereditaria tie­nen esa misma des­ahogada situación que la merez­can. Pues po­cos a su vez son los que honradamente y sin de­fraudar al fisco o a sus tra­baja­dores pu­dieron hacer fortuna hasta el extremo de permi­tir a su descen­dencia vivir sin tra­bajar...

Una sociedad ésta, éstas occidentales, que priman, que en­gordan, que estimulan constantemente esa pugna, que cada vez imitan más al sinvergüenza, al prepotente y al déspota des­preciando el in­fortu­nio, al des­heredado, al ne­cesitado a los que ya ni la cari­dad ni la fi­lantropía remedian sus carencias ni per­miten cons­tituir familias estables, es una sociedad enferma. ¿Quién tiene claro, en me­dio de esta selva salvaje, si edu­car a sus hijos para que sean bue­nas personas o unos re­domados ca­brones? ¡Pobre de la "buena persona", o "buena gente" como se dice ahora, en esta jun­gla infec­tada de alimañas!

Pues bien, en estas condiciones emergen los ultradefen­sores del "método funcionarial". Cuando la inmensa mayoría se la ve y se las desea para pagar la hipoteca donde nace la in­estabili­dad y la trampa que tiende esta ultracapitalista so­cie­dad a sus miembros cuitados, ilusos e ilusionados, sur­gen con fuerza inusitada los defensores del “mérito” de unos frente al de los otros no selec­cionados en la oposición co­rres­pondiente. Como si los ricos tu­vieran dere­cho a su ri­queza y los que han ganado una oposición por dé­cimas fue­ran más competentes que los que han quedado fuera. Esos defensores son los mismos que en otro tiempo rela­ciona­ban riqueza y de­signio divino, y tam­bién las enfermeda­des con culpas propias o de sus antepasa­dos. Y hoy, son los que pregonan que se han ganado a pulso lo que tienen porque los que viven en pre­cario merecen lo que son y no merecen lo que no tie­nen...

Aunque en una sociedad esquizofrénica y orgiástica exigir co­herencia y lógica es como pedir peras al olmo, lo cierto es que todo el mundo apela a ella para razonar. Así es que no voy a ser yo quien, en provecho de los malintencionados, re­nuncie a la ló­gica. Y con arreglo a ella, en prin­cipio pa­rece lógico y legítimo defender lo propio, y creer que lo ga­nado frente a otros es el argumento sólido a esgrimir. Pero ése es un lenguaje que se nutre de sí mismo, y los valo­res que proce­den de ese mismo lenguaje lo son para llevarnos a donde estamos y a donde con­viene a los fuertes y a quie­nes di­seña­ron antes y siguen dise­ñando ahora “el sistema". Por­que todo eso, la "ló­gica" del fun­cionariado será así si a las pala­bras ló­gica, legiti­midad y mérito le asig­na­mos el sentido que la propia sociedad capitalista les asigna. Lógica, en fun­ción del silo­gismo; legitimi­dad, en fun­ción de la legali­dad esta­ble­cida; y mérito, en función de la capaci­dad de compe­tir y de demostrar ante un tri­bunal -que a su vez de­fiende este modelo de socie­dad- que el elegido tiene so­brada com­petencia para aceptar las reglas del juego frente a otros a los que "vence" y quedan excluidos. Esa es la “oposi­ción”, el sis­tema de oposición. Lo que ocurre es que la esta­bilidad del Es­tado necesita que la clase funcionarial a su vez sea estable, como en algunas también de la monar­quía que se dice cumple la misma función. Este es el ar­gu­mento no confesado en ambos casos. Todo, un preparado a la carta para perpe­tuar los privilegios que no hay manera de erradicar en estas sociedades. Los pri­vi­legios de la aristo­cracia de la sangre de siempre, y de aquí a la aristo­cracia del di­nero y a los privi­legios del fun­ciona­riado. Todo, un arti­ficio al ser­vi­cio de las dos cla­ses do­mi­nan­tes: la clase domi­nante que tiene el po­der y el dinero, por un lado, y la clase dominante fun­ciona­rial que se en­carga de pro­tegerla y de protegerse de paso a sí misma. No puede decirse que el sistema del “ca­pital” esté mal pensado. Por eso reforzarlo, forma parte del plan...

Si estuviésemos en una sociedad de socialismo real, nada que objetar al sistema de oposición pues la capacidad en prin­cipio no hay motivo para que no se corresponda con la idonei­dad: por­que enton­ces quien no es idóneo para esto, lo será para otra cosa igualmente digna. Pero como ese tipo de socie­dad reparte equitativamente la riqueza (o, como al­gunos dicen, la pobreza), no peligrará ni la estabi­li­dad psi­cológica ni la mate­rial de la per­sona, ni de la familia en su caso. Sin em­bargo, en so­ciedades que es­tán construi­das sobre la exalta­ción del des­envolvimiento personal, del mé­rito, de la capaci­dad mayor frente a la me­nor, de la libertad y del sentido de la competi­ción y de la ri­validad; también en el ver al otro como enemigo y no como semejante, no está justi­ficado el esta­tuto funcionarial. No está justificado, con arreglo a la propia filoso­fía del sistema, que una parte de población posea el privilegio del blindaje eco­nómico "para toda la vida" mientras el resto viva en perpetua incerti­dum­bre.

El principio funcionarial choca con la propia filosofía del sis­tema en libertad. Pues una de dos, o es el todos co­ntra to­dos, o todos somos "uno". Si estamos en el primer caso aplí­quese con estricto rigor sin hacer "separatas". Que no haya favoreci­dos; que los jueces, notarios, registradores, policías, adminis­trativos y maestros se ganen el puesto de tra­bajo por los mis­mos periodos que el trabajador ordinario. Y si se alega la nece­sidad de estabi­lidad, aplíquese el mismo fundamento para todo el mundo.

No hay razón objetiva o sensata alguna para separar en la sociedad como más dignas, más excelsas unas labores que otras. Tampoco que unas merezcan de protección y otras no. Entre otras cosas, porque en el mundo del magisterio, por ejemplo, hay de las dos clases: los fijos y los inter­inos... No hay razón suficiente –uno de los pilares de la ló­gica formal- para no garantizar estabi­li­dad eco­nómica a un empleado de banca, a un conductor de auto­bús o al fresa­dor casi en extin­ción de una cadena de montaje, y sí al ad­ministrativo, al juez, al policía,al fedatario público o al abo­gado del Estado, a me­nos que haya inusi­tado inte­rés en que el “servicio” al Estado contribuya a ga­rantizar la conti­nui­dad del Estado pero tam­bién el privilegios de clases.

No hay derecho a que el funcionario forme casta aparte mien­tras la inmensa mayoría tra­ba­ja­dora ande por ahí, a la fuerza, a “verlas ve­nir”, es­perando que un tercero -el em­presa­rio cada vez más multi­na­cional- te elija frente a miles y, no nos engañemos, más por tu capacidad de su­misión que por tu ido­neidad y peri­cia, etc.

En último término, si ha de prevalecer la lógica socrática y con ella la coherencia discursiva basada en otro principio silo­gístico -el de contradicción-, si se desea mantener a ul­tranza un sis­tema destructivo y demoledor como el capita­lista-neolibe­ral, hágase de cada ciudadano mayor de edad un funcionario. En caso con­trario, hágase desaparecer el privilegio insti­tuído de la clase fun­cionarial, como instituídos son los privi­legios in­jus­tificados, ran­cios y odiosos de toda monar­quía.

Y para que se vea que, aunque es preciso hacer un es­fuerzo intelectivo que desgraciadamente no están dispues­tos a hacer muchos, es posible compatibilizar subje­tividad y máxima objetividad, bienestar propio con el anhelo de bien­estar de todos, y privilegio irrenun­ciable con ideas su­per­adoras de las diferencias insufribles y no naturales, esto que acabo de escribir lo vengo manteniendo desde que, hace 45 años, frente a quizá numerosos des­graciados que queda­ron fuera, "conquisté" una plaza de mo­desto funciona­rio gra­cias a la que soy un privilegiado jubi­lado. Pero eso sí, siempre apa­sionado por la equidad y por la justicia social. Esto, este modo de ver las cosas y puesto que el egoísmo humano es el ordinario punto de partida, sí que me lo he ganado a pulso desde hace justamente los años que ingresé por opo­sición en el Estado...