21 abril 2007

América Latina se izquierdiza I/II

I
Es cierto que hoy no hay necesidad de separar a izquierda(s) y de­recha(s) por clases sociales, pues quienes ostentan el control so­cial (un concepto sociológico) aliados al poder, se encargan de ir difumi­nando primero para suprimir en el discurso público después, la idea de clase en el sentido estratificado: de arriba a abajo. Ya, todos so­mos iguales, es el credo de cada día. Pero eso es pura teoría y ab­soluta­mente falso. Porque la distinción clara entre los puñados de opu­lentos con su bienestar blindado -los patricios independientes y li­bres gracias al di­nero- por un lado, y los precaristas -siervos moder­nos- que viven a expensas de la voluntad de aquéllos de quienes dependen, por otro, es una distinción que no sólo no ha perdido vi­gencia sino que va co­brando cada vez más virulencia.

Lo que separa decisivamente a los individuos en este asunto y en la actualidad, radica sólo en que unos nos guiamos por los valores humanistas, que son eternos, y otros se enpocilgan sin idea alguna pero con comportamientos regresivos, primitivos, contrahechos, men­tirosos y de un egoismo extremo. Son absolutamente antisocia­les. De ahí su inusitado empeño es privatizarlo todo, porque eso fa­cilita mu­cho mejor el reparto de la tarta social entre pocos. Esta es la clasifica­ción por antonomasia para el siglo XXI. Y es correspon­diente a la otra que distingue entre opulentos y dependientes. No hay más...

Pero aún quedan reservas, grandes espacios, islas de cordura que emergen de un día para otro. Hoy día la sede de la máxima sensa­tez se encuentra en América Latina. Allá empieza la senda verda­dera de la justicia social, y sobre todo la limpia y buena voluntad de sus nue­vos gobernantes. La convención del izquierdismo en lo ma­terial, cuya correlación con la honradez y con el firme propósito de la igualdad abandonada y pisoteada entre los atlantistas, entronca con la teología de la liberación en materia socio-espiritual. En aquellas latitudes es donde crece, donde mejor se comprende y más se ex­pansiona dicha teología. Allí es donde cobran pleno sentido el men­saje evangélico y el propósito serio de los dirigentes de que eso no sea papel mojado y se haga realidad. Y es, porque el sentido de la justicia evangélica rectamente entendida enlaza perfectamente con la teología política rectamente interpretada.

América Latina se izquierdiza, pues, a pasos agigantados, casi casi por la gracia de Dios. Ahora le toca a Ecuador. Hace poco vol­vió a enderezarse Nicaragua. Si, como al parecer hoy día hay que hablar de la llegada o despertar de las "clases medias revoluciona­rias", en ninguna otra parte como allá es donde mejor se materializa la revolu­ción incruenta de las clases medias latinoamericanas y sus poblacio­nes indígenas. Y es que es en aquellos países donde las razones más contundentes justifican la patada a los modelos cap­ciosos y si­niestros del descompuesto modelo occidental, para pasar a solucio­nes que extirpe de raíz la injusticia crónica que reina en el modelo abominable demoliberal.

El modelo demoliberal de Occidente, que Estados Unidos astilla aunque la camarilla gansteril que ordena y manda sobre el país fe­de­ral aparenta empeñarse en insuflarlo a bombazos en países in­compa­tibles con él, se viene pres­tando desde hace mucho a una denigrante prostitución. Y no me refiero a la prostitución vilipendiada y villana­mente perse­guida, ésa que se ejerce en el arrabal o el ca­llejón, sino a la prostitución repulsiva de lujo asociada a la presunta y repugnante honorabilidad. Más aún, entiendo que cada ordena­miento político-jurí­dico-social en los países organizados bajo la de­mocracia liberal, es un prostíbulo de baja estofa manejado por proxenetas de toda laya in­cluidos los religiosos.

En esos modelos hay demasiados expertos en eco­nomía, en reli­gión, en política y en sociedad que simulan dedicarse sañudamente a la censura so­cial, para corregir injusti­cias y desigualdades, para su­primir privilegios, y para aliviar tanto de lo odioso en la sociedad cíni­camente llamada libre. Un tra­bajo de fontanería que nunca ter­mina, porque el "éxito" de dicho modelo consiste precisamente en la dife­rencia de tensión sostenida en­tre lo que sucede bajo las cloacas del sistema y lo que por arriba se dice que hay que sanear. El se­creto está en la simulación, en dejar grietas, fu­gas, boquetes por donde in­justicia, desigual­dad y privilegios se apoderen de la socie­dad. Hay muchos, tanto en los medios, como en los ar­zobispados, en los parti­dos, en las institucio­nes y hasta en las ONGs que sólo vi­ven para ese disimulo, para esa treta que consiste en fingir que se hacen esfuerzos dirigidos a elimi­nar injusticia, des­gualdad y pri­vile­gios cuando lo que están haciendo es apuntalarlos. Esto es lo que se proponen los nuevos gobernantes de la América renaciente.

15 abril 2007

Kairós; la paciencia de los impacientes

Estos son tiempos de la inoportunidad que se añade a la desme­sura, a la precipitación y al exceso. Pero también a todo lo contrario por contraste: a la escasez, a la indolencia, a la deficiencia y a la falta de rigor.

Kairós, "el momento justo", es en la filosofía de la antigua Grecia la experiencia del momento oportuno. Los pitagóricos le llamaban Oportunidad. Kairós es el tiempo en potencia, tiempo atemporal o eterno, y el tiempo, chronos, es la duración de un movimiento, una creación. Para Proclo (filosofo griego) y para ciertos pitagóricos kai­rós es el primer dios y la primera causa. Kairós también es la risa, la risa oportuna que produce bien. San Pablo denomina Kairós a Jesu­cristo. Otros afirman que kairós es el dios del tiempo y las estacio­nes. Para los mayas era el Zubuya. Kairós, para los sicólogos, es un "insight". En general, y para terminar, kairós es un "momento de cla­ridad".

Dicho lo anterior, es evidente que la paciencia y la impaciencia tie­nen mucho que ver con “ese” momento oportuno. En el sentido aristotélico, estoico y cristiano kairós debería tener mucho que ver con la virtus. El término medio, que no otra cosa es la virtus, y kairós se pertenecerían. Ser oportunos es un atributo excelente y ex­cep­cional. Sobre todo en una sociedad atropellada y desmedida, en ocasiones, y otras indolente cual ninguna. Atropellamiento, desme­sura e indolencia: tres rasgos que hacen añicos el sentido de kairós.

No obstante, es cuando menos curioso que siendo el patriarca bí­blico Job el paradigma de la paciencia, la doctrina cristiana recoja como virtudes cardinales a la prudencia, a la justicia, a la fortaleza y a la templanza pero no a la paciencia en sí misma que queda sub­sumida en último término en las otras. Pero aún lo es más que tam­poco haya recogido en su pensamiento moral la importancia de la virtud de la “oportunidad”.

En un ejercicio del pensamiento ex novo mío personal -al que en los últimos años dedico gran parte de mis energías mentales-, tengo al kairós, la oportunidad, y a la paciencia asociada a ella por una ac­titud psicomental próxima también a la tolerancia frente a los agen­tes externos que no depende de nosotros eludir.

Por eso, en ese mismo ejercicio y dentro de kairós, distingo la pa­ciencia como tolerancia frente a los efectos de trastorno que subje­tiva y objetivamente hemos de soportar por la fuerza de las cosas (fuerza mayor), unas veces, y otras la tolerancia que depende de nuestra elección en soportarlas o no, pues en este otro trance cabe la posibilidad de evitarlas.

Los hechos y situaciones ligados al kairós y a la paciencia en la espera del oportuno momento, pueden dividirse en tres áreas en las que aquélla se pone a prueba: el área natural, el área social y el área neutra.

En el área natural podemos distinguir:

a) los procesos de las enfermedades sufridas por uno mismo o que sufren personas a las que se está uno ligado por lazos de afecto; y todo daño que viene del “cielo”.
b) los comportamientos eventualmente perturbadores de los irra­cionales y de los niños: de los "irresponsables".
c) las adversidades que devienen de acontecimientos naturales en general irrefragables.

En el área social, todo trato interpersonal; hay relaciones que unas veces son eludibles (relaciones sociales puras), pero en otras no (relaciones laborales y profesionales).

En el área neutra se encontrarían situaciones a mi­tad de camino entre las otras dos: esperar o desesperarse atrapa­dos en un atasco circulatorio, o ante el cese del suministro de un ser­vicio cotidiano (agua, energía, televisión, averías, etc), en la sala de espera de una consulta o en la cola de un supermercado...

Cuando se pone de ejemplo de hombre paciente al patriarca Job a quien Dios le privó de todos sus bienes, de la vida de sus 7 hijos y 3 hijas y le llenó de llagas su cuerpo y seguía amando a Dios y bendi­ciéndole, no se dice ni mucho menos todo lo que tiene que ver con la paciencia. Los contratiempos, las adversidades, lo que llamamos infortunio están relacionados con esas tres circunstancias de distinta naturaleza apuntadas.

Hay quien tiene una paciencia infinita en las relaciones interperso­nales, pero muy poca o ninguna frente a los contratiempos natura­les, y ello le depara desesperación; hay quien tiene una paciencia considerable frente a la adversidad natural, inevitable, incontrolable, y poca o ninguna frente a los contratiempos sociales de carácter ge­neral o frente a los que provienen del trato interpersonal; y hay quien, porque no tiene paciencia para el trato social indiscriminado, hace todo lo posible por evitarlo (mi caso, acostumbrado a desplegar una paciencia indecible frente a todo cuanto no tiene que ver con la sociedad, a la que soporto con notable impaciencia).

Creo que es el propio individuo quien tiene que rendirse a sí mismo cuenta del grado de paciencia en las distintas situaciones que la po­nen a prueba y le ponen a prueba. No son los demás quienes, a menos que sea a sus expensas, deban arrogarse el de­recho de cali­ficar de impaciente o de paciente a otro. Del mismo modo que cada cual es quien debe rendirse cuenta de sus eventua­les imperfeccio­nes ontológicas o conductuales, y no los demás. Pues todos somos perfectos en nuestra mismidad. Los defectos so­ciales irrum­pen “sólo”, en cuanto el individuo entra en contacto con “el otro”. No en vano decía Bergson: "Para el poeta y el sabio todas las co­sas son sagradas, todos los días son santos, todas las viven­cias son útiles, todos los humanos son divinos".

La paciencia frente a lo inevitable y la oportunidad o kairós para hablar, para actuar, para hacer y para decidir en el momento opor­tuno son las cualidades -si no queremos llamarlas virtudes- que siendo eterna y considerablemente valiosas, en estos tiempos caóti­cos y descoyuntados alcanzan el valor de todo lo excelso a punto de extinción.

30 marzo 2007

Rigor analítico

El análisis es un movimiento fundamental del pensa­miento que consiste en partir de un todo para descom­ponerlo luego en sus dife­rentes partes. Se opone a la síntesis.

Rigor analítico referido a cuestiones sociales y políticas es una contradicción en sus propios términos. El análisis sociopolítico es siempre subjetivo y riguroso. Un análisis sobre esos temas no es como un análisis de sangre: tantos hematíes, tantos leucocitos...

Cualquier análisis vale. Otra cosa es que guste o no y esté o no en la línea de pensamiento del lector. Por eso al análisis lógico se le llama también ensayo. Análisis y ensayo son proposiciones, suge­rencias, tonalidades en un modo de ver las cosas partiendo de hechos o datos materiales ciertos, indubitados, inconcusos...

Un país es invadido por otro. ¿Por qué?, es la pregunta que quien va a hacer el análisis se hace. Un presidente o una Cámara nacio­nalizan o privatizan. ¿Por qué? Un individuo muere en una depen­dencia poli­cial, está recluido en Guantánamo u otro parti­dario de la independencia de su territorio está sujeto a un pro­ceso penal. ¿Por qué? Los análisis posibles son tantos como las noticias, y a su vez el valor de cada uno dependerá del grado de verdad co­municada a través de ellos, pero no de los argumentos que con­tenga.

Todos los análisis que se hagan del "todo" de esos hechos son autosuficientes y rigurosos, tanto para quienes los hacen como para quienes están de acuerdo con ellos. ¿Qué rigor y en qué consistirá el desmenuzamiento de las causas, efectos, razones, azar, etc que puedan concurrir en el hecho ana­lizado? El único rigor que cabe pe­dir es que no haya en­gaño analizando algo que se sabe no existió o se tiene constancia de que ha sido deformado. Y enton­ces estamos ante otro problema que nada tiene que ver con el aná­lisis. Y es la fiabilidad o ri­gurosidad que se espera de quienes pro­porcionan la no­ticia del hecho analizado. Eso es lo que precisamos quienes ana­lizamos. Pues nos basamos en los datos fa­cilitados por agencias, las cuales a su vez pue­den faltar a la verdad aunque no lo sepan pues sus datos han sido facilitados por gabinetes de prensa oficia­les, de poli­cía, ministerios, institutos sociológicos, de sondeo, etc. que a su vez han faltado a la verdad. Si un dato es falso y yo cons­truyo sobre él mi análi­sis, mi análisis no será falso ni falto de ri­gor, sino el dato y quien lo suministró.

Por eso quien hace análisis de un todo para desmenu­zarlo, espe­rará a la absoluta confir­mación de que el WTC fue abatido por avio­nes que cho­caron contra él, de que Afganistán es invadido porque a ese país se le atribuye la autoría, que USA invade Irak bajo pretexto, o que Hussein invade Kuwait injustamente, o que hay un proyecto de Constitución Europea que antes de opinar (analizar) hay que leer... Pero ¿quién le pone el cascabel al gato? ¿Quién podrá venir a estos medios, los alternativos, a sacarnos del error si no es con otros da­tos que contradigan el que nos sirve de base? Al final, en la ca­dena de suministradores de noticias, a al­guien habrá que creer para hacer el análisis. De lo contrario, lo me­jor será no hacerlo o hacerlo con las advertencias y reser­vas de­bi­das. Pero el análisis en cualquier caso es siempre co­rrecto si es de buena fe.

El pensamiento de izquierda se caracteriza además porque encie­rra el propósito de ecuanimidad y sensatez. Ecuanimidad y sensatez existen cuando al trasluz de las reflexiones que contiene ese análi­sis, se advierte que está teniendo en cuenta el bien común, es de­cir el bien de la ma­yoría posible y no de minorías. Y se pone de parte siempre del demás débil. Todo lo contrario del pen­sa­miento de derecha: ése según con­signas que sólo atiende al interés de exi­guas minorías; pensamiento pro­piamente dicho ideologizado, in­existente, y que se re­sume a duras penas en dos trazos gruesos. Aquí es donde nunca hay análisis, pues el “todo” a analizar se da por asentado y por el mejor de los posibles... Y, por si fuera poco, para siempre.

23 marzo 2007

El milagro económico español

Esto del "milagro económico español" me suena. Quiero recordar que periódicamente también durante el franquismo, cuando sólo se vivía de la producción de esparto, de la exportación de la naranja y del sol para tu­ristas se sacaba a relucir este mismo eslogan...

Hoy se publican dos gráficos en torno a ese titular, que dan mucho que pensar. Por un lado está el del ascenso de la renta per capita que en 1985 era equivalente al 71% de la Europa de los Quince, en 2004 había ascendido al 90%, y tras las últimas am­pliaciones con países más pobres se situaba por encima de la renta media (100,7%) de la Eu­ropa de los Veinte. Por otro lado, el gráfico de In­fracciones que recoge el número de expedientes abiertos por infrin­gir el derecho co­munitario, en el que Es­paña figura en segundo lu­gar, después de Italia, con 166. Pero resulta que, por ejemplo, en materia de medioambiente, aunque no se publica el gráfico al res­pecto, las infracciones alcanzan el 30%.

Pero, aparte de su oprobioso reparto, ¿qué clase de riqueza pro­duce España en el sector industrial de cual­quier naturaleza o en el de la investigación que marcan ordina­ria­mente los índices de expli­cación más convincente que justifican los cantos de alabanza a la prosperidad? Prácticamente ninguna. ¿Cuál es el foco o la fuente principales de la riqueza, habida cuenta que tampoco el comercio exterior ofrece datos significativos que ex­pliquen el alza progresiva de la renta per capita? Os lo voy a de­cir: la construcción, la con­trucción inaca­bable, por un lado, con las transguesiones de la nor­mativa local y auto­nómica que la acompa­ñan, y las infracciones del de­recho comunitario global, por otro; so­bre todo las de medio am­biente.

Si vd. se impone a sí mismo la obligación de no fumar o no beber du­rante un mes y rompe su compromiso a los dos días, el grado de satis­facción (riqueza) es proporcional al empeño roto en cumplirlo. Por aquí se explica el nuevo milagro español de la prosperidad. Se acuerdan en los ayuntamientos y similares ordenanzas, limitaciones, calificaciones de te­rrenos, prohibición de construir en áreas, en par­ques naturales y en eco­sistemas enteros, y luego, al primer des­cuido político-electoral ¡zas! se saltan a la torera y se obtiene por un lado unos beneficios es­púreos para una caterva de cómplices, y puestos de trabajo sin cuento para centena­res de miles de inmi­grantes. He aquí el milagro económico español, complementado por la privatización que no cesa dejando al margen de la asistencia a numerosas bolsas sociales.

Efectivamente, el rodillo de la transguesión produce una riqueza artifi­cial, pero riqueza al fin y al cabo. Como la ingeniería financiera y el no declarar los beneficios reales las empresas, siempre mucho más aten­tas a burlar la fiscalidad que a realizar la venta de sus pro­ductos. De la in­fracción vienen los beneficios y al final la riqueza de la que se ufana Es­paña. Yo también me enriquecería y fabricaría a muchos ricos si ob­tu­viese una ayuda como la que España viene obteniendo desde su in­cor­poración a la UE, o un crédito blando mil­millonario. No es cuestión, en España, de imaginación el enrique­cerse y el incrementar la renta per ca­pita. El lema es: legíslese a destajo, acéptense sumisamente las re­glas del juego comunitario, y luego transguédase, infrínjase, defráudese y en­cúbrase también a destajo. Así se hará inmensamente rico propi­ciando que la correa de transmisión de la riqueza, asquerosa y des­igualmente repartida, fun­cione.

La cuestión final es que es la Naturaleza en primer lugar quien paga los platos rotos, y luego, ¡a ver cuánto dura esto!. Que la gene­ración espa­ñola y neoliberal de hoy sólo piensa en sí misma porque vive el hoy y el ahora ignorando olímpicamente a la generación de sus hijos y nietos, es una evidencia para la que sólo se requiere un mínimo de sensibilidad. Pa­rece que Al Gore, en su país, que equi­vale ahora al mundo entero, se dedica a propagar la idea. Hijos y nietos que ten­drán probablemente que conformarse con un dedal de agua al día y superar constantemente la tentación de suicidarse o la de hacer la guerra contra quien sea, que es otra de las maneras de quitarse la náusea y el hastío las sociedades sin imaginación de la buena, la creativa. En Es­paña la hay, y mucha, pero ¡pobre de los cultos, de los sensibles y de los crea­tivos! Como la buena educa­ción, hay que esconder la cultura, la sensi­bilidad y la creatividad. Eso, camuflarlas, o emigrar en cuanto se pueda a países donde las tres cosas son tan valoradas o más que la fortuna. Sólo así, in­hibiéndose las inteligencias verdaderas o emigrando, el mi­lagro económico español po­drá continuar. Mientras, las dife­rencias en­tre la construcción de viviendas de mil metros cuadrados para parejas sin hijos y las que no se cons­tru­yen o se pergeñan con 30 para fa­milias numerosas, son más abismales. Pero ufa­némo­nos, adelante con el milagrito económico español, y a dor­mir. Por cierto ¿qué me dicen vds. de la ganancia de los bancos 15.730 millones en 2006, un 27,7% más? De ellos sí, de ellos sí que debemos enorgullecernos. De ellos y de sus limpísimos beneficios...

15 marzo 2007

El aturdimiento

¿Saben vds. cómo deberíamos decidir la configuración de nuestra sociedad por mayorías demoledoras?, ¿cómo modelar nuestro des­tino político, nuestra organización social? Pues en primer lugar des­armando al Estado de todas sus instituciones coercitivas; supri­miendo ejércitos y policías y toda clase de agentes de seguridad. Seguirían cometiéndose delitos, pero infinitamente menos que los que la mera existencia de toda esa gente armada provoca. La so­ciedad no volve­ría por ello a la caverna: ya está madura. Dejando a la población de cada país que expresara en las urnas su voluntad sin presiones, sin coacciones ni amenazas de la fuerza bruta, expre­sas o latentes, lo­graría una franca aproximación al ideal de Estado y de sociedad. Esto, por un lado. Por otro, supri­miendo la publicidad, los aguijonazos de la fala­cia y del sofisma que discurren en riadas por las cabezas calentu­rientas unas veces y anestesiadas otras, que tanto distorsio­nan la realidad a secas susti­tuida por la realidad pre­fabricada.

Sí, ya sé, ya sé que es una utopía. Más aún, que es absurdo. Más aún todavía, una estupidez; como todo lo irrealizable. Pero no acos­tumbro a hablar tanto de las cosas como son, como de lo que debi­eran ser. Y mientras estemos cubiertos por el manto de la tergi­versa­ción, de la presión publicitaria, de la fascinación audiovisual de los mi­crófonos, de las telepantallas, de la asechanza de las policías y de los activistas supercharlatanes que influyen e impactan en nuestra vida cotidiana si les prestamos atención, nadie puede decir sin autoenga­ñarse que en estas sociedades hay libertad y que respi­ramos en li­bertad. La com-presión ejercida a través de la vigilancia se hace sentir de manera mu­cho más acentuada que la de-presión del sentimiento "libre".

No cito a los utopistas, deliberadamente. Ni a Moro, ni a Platón, ni a Hux­ley... Para qué. Hoy se trataría de otra cosa, pues no en balde han llovido trillo­nes de ideas y de experiencias al alcance de todos, mien­tras que aquéllos concebían las cosas desde la dimen­sión de un mundo de esclavos o siervos, inconscientes de que lo eran...

Son cosas, éstas, que todo pensante, todo individuo mínimamente despierto sabe y con esa permanente impresión vive aunque no lo diga y hasta procure olvidarlo. Pero el sistema ha encontrado, sobre todo desde el último tercio del siglo pasado, la fórmula mágica para ejercer el control social de una manera suave, casi atractiva.

La fór­mula está basada en un ingrediente principal: el aturdimiento. Si vd. es abogado, político, comercial, clérigo o médico atonte vd. a su cliente, paciente, votante o feligrés, y tendrá garanti­zado el éxito. Atúrdale a conciencia diciendo cosas absurdas y con­tradicto­rias, pues para eso es vd. un experto que obtuvo uno o va­rios títulos aca­démi­cos por su facilidad para atontar; su cliente, su pa­ciente, su votante o su fe­ligrés no tiene ni puñetera idea de lo que vd. conoce a fondo. Y si eso fallase, si sus amplísimos conocimien­tos no surtieran los efectos per­suasivos presumibles cuente vd., es­pecialista, con el aparato del Es­tado que le sacará del atolladero. Tiene a su dis­posición le­yes, nor­mas de todas clases, legiones de poli­cías, servicios de seguridad, co­misio­nes de deontología, jueces y tribuna­les para convencerse vd aún más de que “el otro”, el sujeto pasivo de su servi­cio, es un cretino, que no está pre­parado en esa materia, que no sabe lo que se pesca y que de­berá aguantar carros y carre­tas para no en­fermar de los nervios. No impor­tará que "el otro" aunque no se sepa de memoria ni un ar­tículo del código civil com­prenda perfec­tamente de qué va la justi­cia. No im­por­tará que conozca su propio organismo y lo que pide al médico sólo es un pa­recer o una receta, no una sentencia, porque de otro modo no puede obtener el medi­camento que precisa. No impor­tará que sepa bien cómo le gusta­ría que se organizase la sociedad, su so­cie­dad aun­que no hubieres estudiado ciencia política. Ni que sepa cuáles son sus demandas espi­rituales, psi­cológi­cas, emocionales. Ellos, abo­gados, po­lí­ticos, médicos y párro­cos dirán siempre a “el otro” qué ha de hacer, qué ha de pensar y hasta qué punto es siempre alguien que sabe bien lo que quiere -como los periodistas nos recuerdan a menudo-, pero ca­rece de opi­nión y de criterio, y es un necio redo­mado...

El aturdimiento siempre fue un arma poderosa en la sociedad divi­dida entre los que lo fabrican y los que lo padecen. Pero jamás tuvie­ron los fabricantes las cajas de re­sonancia de que disponen hoy. El aturdimiento está tan ex­tendido y redoblado, que si la in­mensa mayoría en el mundo vivió an­taño sumida en la ignorancia y en la ne­cedad erasmista, hoy vive centrifugado por él.

13 marzo 2007

Pisos de 5,4 millones

Sabemos muy bien en qué consisten las diferencias entre el mundo oprimido y carente de todo, y el que goza del lujo. Lujo: lo que excede de lo indispensable para una vida digna en sociedades que hace algún tiempo dejaron el Paleolítico... Sabemos bien por qué suceden, se elaboran y se mantienen esas diferencias. Sabe­mos bien que un método de organización social deplorable a estas alturas del logos, del raciocinio, atenaza a la ma­yor parte de la humanidad para que una millonésima parte de ella exista nadando en la abundancia y el despilfarro mientras el resto sobrevive o pe­rece. Sabemos bien todo esto, sabemos lo que ocu­rre y el por qué, pero el trajín diario nos hace olvidar el detalle y el agravio compara­tivo quizá para no estallar cada día de rabia e indignación.

De pronto un anuncio nos sitúa en el plano de la pasmosa realidad; ésa donde chocan brutalmente las nociones de lujo y austeridad, opulencia y pobreza. Me refiero al anuncio de venta de un piso en una calle relativamente secundaria de Madrid, por 5,4 millones de euros. Una noticia que nos saca de la inercia absoluta en la que asumimos la exasperante y exponencial desigualdad que preside a las sociedades de Occidente. Jeanne-Antoinette Poisson, más tarde marquesa de Pompa­dour, fue la principal favorita del rey de Francia, Luis XV. Esquiaba por las amplias avenidas de París sobre tonela­das de azúcar, mien­tras el pueblo casi se moría de hambre. Años después se hizo la Revolución que conmocionó al mundo. Y aún el genio de Cha­teau­briand, aristócrata, en sus Memorias de Ultra­tumba que estoy le­yendo ahora, no se explica bien por qué...

Vivimos tiempos en que la gente no se muere de hambre ni son probables revoluciones sangrientas, por lo menos a corto plazo. Pero sufre enfermedades hepáticas, ansiedades y frustraciones pro­voca­das por la envidia que culminan en depresiones de diversa factura y gravedad, y que a su vez cada día percuten más la idea del suicidio y su consumación. La incitación, la excitación, la provoca­ción de los reclamos publicitarios es abrumadora. Y la “necesidad” de lo super­fluo se une a la necesidad de lo indispensable: un cobijo digno. Pero el hacer inasequible gran número de los maravillosos productos ofertados y empeñarse en adquirir una vivienda para luego en­tram­parse de por vida o perderla a manos del banco que concedió difi­cultosamente la hipoteca, es el marco en que se sitúa la inmensa mayoría de la población de este país in­mundo y de las so­ciedades montadas sobre las falsea­das socialdemocracias. Y se nota. Se nota porque la crispación asociada a esos estados de ánimo frustrantes y ansiosos imprimen carácter al am­biente general. Se nota por la agresividad, unas veces, y la displicencia otras, en franco aumento en el trato social y aun mercantil. Por la abulia, la indolencia, la in­diferencia, el pasotismo, y también por tantas mue­cas que van reemplazando poco a poco a la risa. La risa va des­apa­reciendo transmutada en convulsiones que la imitan...

España es un país infeliz aunque siga fingiendo bullicio y jarana gracias a un sol que empieza a ser abrasador, porque hay dema­siada gente que compra y vende pisos de 5 millones de euros mien­tras el resto se arrastra cada mañana para conseguir mil euros por mes; la mayoría de las veces teniendo que dar a todas horas las gracias a quien además se los abona a regañadientes.

La relación efecto y causa entre las cosas que ocurrían en el siglo XVIII y XIX en Europa y la que existe hoy entre unas clases y otras, es la misma. Hoy no se dan revoluciones no porque no haya moti­vos, sino porque los pueblos están estrechamente vigilados y sobre todo muy debi­litados por tanto cachivache...

28 febrero 2007

Sobre el siglo de la expiación

M. Á. Bastenier hace hoy en El País un repaso a la Historia desde el siglo XVII, sobre la abominable depredación -aunque él no lo diga así- de la raza blanca dominante, para más señas his­pana y anglo­sajona. Por estas fechas, por ejemplo, se cumplirán 200 años de la abolición de la trata de esclavos por Gran Bretaña. Pero ni Bolívar –añade- se atrevió a abolir en cambio la esclavitud (lo que le sitúa mo­ralmente incluso por debajo de la generosidad de los Hace­dores blan­cos de gran parte de la His­toria euroamericana). Se felicita Baste­nier de las diversas formas de expiación de las vejaciones históricas: escla­vitud, genocidios, Holocausto... Incluso nos da la noticia de que "el Estado de Virginia, centro político de la rebelión esclavista en la Gue­rra de Secesión americana, acaba de aprobar por voto unánime el primer acto de contricción formal por la esclavitud y el trato admi­nis­trado a los pieles rojas, o nativos ame­ricanos, por los colonizado­res blan­cos". Hasta llegar al reconoci­miento de que Israel "obtuvo un justo y siempre insuficiente resarci­miento por la barbarie sufrida". La acogida en Europa de brazos excedentes en los países de origen que, en 2006, remitieron desde España 5.000 millones de euros a sus hoga­res, también la inserta en el espíritu resarcidor, en el gesto com­pasivo dirigido a la redención que persigue ahora el nuevo hombre blanco del siglo XXI encarnado ¡cómo no! en anglo­sajones e hispa­nos...

Más valdría reconocer, a la luz de la ética universal e imperecedera que iguala el rango humano de todos los seres que pueblan la Tierra (algún día -si al futuro le queda Historia- se incluirán en la misma bolsa de sensibilidad, a los animales) los errores, injusticias, barbari­dades y depredaciones pretéritas. Bien está, aunque no sean pro­piamente "errores", pues las generaciones están atrapadas en su momento, en su época, en su óptica, y no pueden, fatalizadas, za­farse de su modo de ver y hacer las cosas, encadenadas a ello como Prometeo lo estaba a sus cadenas. Lo que sí cabe en cambio es co­rre­gir lo reconocido como errores para no volver a caer en ellos. Pero tampoco a través de la argucia transformándolos en otras apariencias que los haga irreconocibles. Es decir, sin capciosidades, sin manipu­laciones ni tretas nuevas para justificar las horrendas depredaciones de nuevo cuño.

Por ejemplo, reconocer que no es el deseo de resarcir a las vícti­mas del esclavismo sino conveniencia flagrante de la economía liberal; esto es, reconocer que acoger a brazos foráneos pues de otro modo las sociedades opulentas poco a poco envejecerían de tal modo que se produciría su extinción y antes crisis económicas insu­perables, sería lo honesto. Por ejemplo, que "el siempre insuficiente resarci­miento por la barbarie sufrida" que supuso el regalo a Israel de un territorio en 1947 no deja de ser una forma nueva de coloniza­ción a la fuerza de las potencias ganadoras y contra la voluntad del mundo árabe, mientras que otras muchas razas semiextinguidas por holo­caustos semiignorados no han disfrutado en cambio... sería lo honesto. Así es cómo podríamos tomar como sinceros a estos actos de contricción, y no como modalidades de hipocresía a espuertas para arrimar -nunca deja de hacerlo- el hombre blanco anglosajón e hispano, el ascua a su sardina como dice el dicho po­pular.
Porque si al lado de tan sensitivos gestos como el del Estado de Vir­ginia, el anglosajón británico y estadounidense ahora prosiguen la de­predación por las vías retrógradas y atroces que conocemos; si ahora lo que hace es invadir y saquear pueblos del sudoeste asiá­tico con el plan inminente de dar el golpe de gracia en Irán para conster­nación del mundo entero, de poco o nada servirán tantos golpes de pecho por las depredaciones del pasado. Antes con los negros, pieles rojas y aborígenes americanos de todas las latitu­des... y ahora, sobre las etnias arias y árabes asiáticas. Antes donde estaban las espe­cias, luego donde estaba la tierra fértil y el oro... y ahora donde está el pe­tróleo. Todo una nueva maniobra de esos "hombres blancos" a los que nunca se les agotan las tretas para dominar a cualquier precio tasado en hipocresía, a todas las ra­zas que en el fondo son siempre las menos belicosas del mundo. Razas, aquéllas de otro tiempo, como ahora éstas que están siendo aplastadas, que lo único que intentan es defenderse tan inútil como débilmente con armas del neo­lítico al lado de las que emplea el abominable "hombre blanco" inca­paz de dejar al mundo en paz. Pues es él el único que siem­pre hace y escribe la Historia de todos los aciertos y todos los errores. Capaz de hacer cualquier papel y de recurrir a cualquier añagaza para conse­guir su propó­sito: tan proteico es. Antes podía haber sido ín­cubo, ¿ahora súcubo? ¿qué más da?