Es cierto que hoy no hay necesidad de separar a izquierda(s) y derecha(s) por clases sociales, pues quienes ostentan el control social (un concepto sociológico) aliados al poder, se encargan de ir difuminando primero para suprimir en el discurso público después, la idea de clase en el sentido estratificado: de arriba a abajo. Ya, todos somos iguales, es el credo de cada día. Pero eso es pura teoría y absolutamente falso. Porque la distinción clara entre los puñados de opulentos con su bienestar blindado -los patricios independientes y libres gracias al dinero- por un lado, y los precaristas -siervos modernos- que viven a expensas de la voluntad de aquéllos de quienes dependen, por otro, es una distinción que no sólo no ha perdido vigencia sino que va cobrando cada vez más virulencia.
Lo que separa decisivamente a los individuos en este asunto y en la actualidad, radica sólo en que unos nos guiamos por los valores humanistas, que son eternos, y otros se enpocilgan sin idea alguna pero con comportamientos regresivos, primitivos, contrahechos, mentirosos y de un egoismo extremo. Son absolutamente antisociales. De ahí su inusitado empeño es privatizarlo todo, porque eso facilita mucho mejor el reparto de la tarta social entre pocos. Esta es la clasificación por antonomasia para el siglo XXI. Y es correspondiente a la otra que distingue entre opulentos y dependientes. No hay más...
Pero aún quedan reservas, grandes espacios, islas de cordura que emergen de un día para otro. Hoy día la sede de la máxima sensatez se encuentra en América Latina. Allá empieza la senda verdadera de la justicia social, y sobre todo la limpia y buena voluntad de sus nuevos gobernantes. La convención del izquierdismo en lo material, cuya correlación con la honradez y con el firme propósito de la igualdad abandonada y pisoteada entre los atlantistas, entronca con la teología de la liberación en materia socio-espiritual. En aquellas latitudes es donde crece, donde mejor se comprende y más se expansiona dicha teología. Allí es donde cobran pleno sentido el mensaje evangélico y el propósito serio de los dirigentes de que eso no sea papel mojado y se haga realidad. Y es, porque el sentido de la justicia evangélica rectamente entendida enlaza perfectamente con la teología política rectamente interpretada.
América Latina se izquierdiza, pues, a pasos agigantados, casi casi por la gracia de Dios. Ahora le toca a Ecuador. Hace poco volvió a enderezarse Nicaragua. Si, como al parecer hoy día hay que hablar de la llegada o despertar de las "clases medias revolucionarias", en ninguna otra parte como allá es donde mejor se materializa la revolución incruenta de las clases medias latinoamericanas y sus poblaciones indígenas. Y es que es en aquellos países donde las razones más contundentes justifican la patada a los modelos capciosos y siniestros del descompuesto modelo occidental, para pasar a soluciones que extirpe de raíz la injusticia crónica que reina en el modelo abominable demoliberal.
El modelo demoliberal de Occidente, que Estados Unidos astilla aunque la camarilla gansteril que ordena y manda sobre el país federal aparenta empeñarse en insuflarlo a bombazos en países incompatibles con él, se viene prestando desde hace mucho a una denigrante prostitución. Y no me refiero a la prostitución vilipendiada y villanamente perseguida, ésa que se ejerce en el arrabal o el callejón, sino a la prostitución repulsiva de lujo asociada a la presunta y repugnante honorabilidad. Más aún, entiendo que cada ordenamiento político-jurídico-social en los países organizados bajo la democracia liberal, es un prostíbulo de baja estofa manejado por proxenetas de toda laya incluidos los religiosos.
En esos modelos hay demasiados expertos en economía, en religión, en política y en sociedad que simulan dedicarse sañudamente a la censura social, para corregir injusticias y desigualdades, para suprimir privilegios, y para aliviar tanto de lo odioso en la sociedad cínicamente llamada libre. Un trabajo de fontanería que nunca termina, porque el "éxito" de dicho modelo consiste precisamente en la diferencia de tensión sostenida entre lo que sucede bajo las cloacas del sistema y lo que por arriba se dice que hay que sanear. El secreto está en la simulación, en dejar grietas, fugas, boquetes por donde injusticia, desigualdad y privilegios se apoderen de la sociedad. Hay muchos, tanto en los medios, como en los arzobispados, en los partidos, en las instituciones y hasta en las ONGs que sólo viven para ese disimulo, para esa treta que consiste en fingir que se hacen esfuerzos dirigidos a eliminar injusticia, desgualdad y privilegios cuando lo que están haciendo es apuntalarlos. Esto es lo que se proponen los nuevos gobernantes de la América renaciente.
Lo que separa decisivamente a los individuos en este asunto y en la actualidad, radica sólo en que unos nos guiamos por los valores humanistas, que son eternos, y otros se enpocilgan sin idea alguna pero con comportamientos regresivos, primitivos, contrahechos, mentirosos y de un egoismo extremo. Son absolutamente antisociales. De ahí su inusitado empeño es privatizarlo todo, porque eso facilita mucho mejor el reparto de la tarta social entre pocos. Esta es la clasificación por antonomasia para el siglo XXI. Y es correspondiente a la otra que distingue entre opulentos y dependientes. No hay más...
Pero aún quedan reservas, grandes espacios, islas de cordura que emergen de un día para otro. Hoy día la sede de la máxima sensatez se encuentra en América Latina. Allá empieza la senda verdadera de la justicia social, y sobre todo la limpia y buena voluntad de sus nuevos gobernantes. La convención del izquierdismo en lo material, cuya correlación con la honradez y con el firme propósito de la igualdad abandonada y pisoteada entre los atlantistas, entronca con la teología de la liberación en materia socio-espiritual. En aquellas latitudes es donde crece, donde mejor se comprende y más se expansiona dicha teología. Allí es donde cobran pleno sentido el mensaje evangélico y el propósito serio de los dirigentes de que eso no sea papel mojado y se haga realidad. Y es, porque el sentido de la justicia evangélica rectamente entendida enlaza perfectamente con la teología política rectamente interpretada.
América Latina se izquierdiza, pues, a pasos agigantados, casi casi por la gracia de Dios. Ahora le toca a Ecuador. Hace poco volvió a enderezarse Nicaragua. Si, como al parecer hoy día hay que hablar de la llegada o despertar de las "clases medias revolucionarias", en ninguna otra parte como allá es donde mejor se materializa la revolución incruenta de las clases medias latinoamericanas y sus poblaciones indígenas. Y es que es en aquellos países donde las razones más contundentes justifican la patada a los modelos capciosos y siniestros del descompuesto modelo occidental, para pasar a soluciones que extirpe de raíz la injusticia crónica que reina en el modelo abominable demoliberal.
El modelo demoliberal de Occidente, que Estados Unidos astilla aunque la camarilla gansteril que ordena y manda sobre el país federal aparenta empeñarse en insuflarlo a bombazos en países incompatibles con él, se viene prestando desde hace mucho a una denigrante prostitución. Y no me refiero a la prostitución vilipendiada y villanamente perseguida, ésa que se ejerce en el arrabal o el callejón, sino a la prostitución repulsiva de lujo asociada a la presunta y repugnante honorabilidad. Más aún, entiendo que cada ordenamiento político-jurídico-social en los países organizados bajo la democracia liberal, es un prostíbulo de baja estofa manejado por proxenetas de toda laya incluidos los religiosos.
En esos modelos hay demasiados expertos en economía, en religión, en política y en sociedad que simulan dedicarse sañudamente a la censura social, para corregir injusticias y desigualdades, para suprimir privilegios, y para aliviar tanto de lo odioso en la sociedad cínicamente llamada libre. Un trabajo de fontanería que nunca termina, porque el "éxito" de dicho modelo consiste precisamente en la diferencia de tensión sostenida entre lo que sucede bajo las cloacas del sistema y lo que por arriba se dice que hay que sanear. El secreto está en la simulación, en dejar grietas, fugas, boquetes por donde injusticia, desigualdad y privilegios se apoderen de la sociedad. Hay muchos, tanto en los medios, como en los arzobispados, en los partidos, en las instituciones y hasta en las ONGs que sólo viven para ese disimulo, para esa treta que consiste en fingir que se hacen esfuerzos dirigidos a eliminar injusticia, desgualdad y privilegios cuando lo que están haciendo es apuntalarlos. Esto es lo que se proponen los nuevos gobernantes de la América renaciente.